El pluralismo teológico debería entenderse dentro de
todo el contexto del pluralismo como tal. La palabra pluralismo generalmente se refiere a una situación en la que una variedad de sistemas de pensamiento, visiones del mundo o explicaciones de la realidad coexisten sin que ninguna de ellas adquiera hegemonía sobre las otras. Por muchas razones, el pluralismo puede decirse que caracteriza a la sociedad contemporánea en su conjunto. Primeramente, la filosofía occidental de estos últimos siglos ha enfatizado el papel del sujeto en el acto de conocer, con el- resultado de que .se ha puesto mayor atención en los aspectos personales y situacionales del conocer. Se pone énfasis no tanto en la afirmación de verdades eternas, sino en puntos de vista y perspectivas evolutivas. Las ciencias físicas también han aclarado la importancia de los marcos de referencia, como puede verse, por ejemplo, en un cambio tan revolucionario en la visión del mundo como el representado por la teoría de la relatividad. Los campos de la historia y de la hermenéutica, por su parte, han centrado su atención en el hecho de que los sujetos están siempre, hasta cierto punto, condicionados por el tiempo y el espacio. Además, el desarrollo de medios más efectivos de comunicación de masas ha roto el aislamiento cultural, con el resultado de que los individuos son conscientes de y están influidos por una gama más amplia de puntos de vista. La ética científica de la libre investigación, a su manera, contribuye al pluralismo,. como lo hacen conceptos políticos tales como la libertad de expresión y la libertad religiosa. Todos ellos tienden a promover el libre intercambio de ideas y el sometimiento de varios puntos de vista, en pie de igualdad, ante el tribunal abierto de la razón y de la experiencia humanas. El resultado es que la sociedad contemporánea es marcadamente pluralista; algunos dicen que lo es irreversiblemente.
El pluralismo teológico se refiere a la situación en la
que los teólogos, al desarrollar la tarea de la teología que ha sido clásicamente expresada como fides quaerens intellectum (la fe que busca comprenderse), utilizan diversos discursos de pensamiento y experiencia humanos para explicar el mensaje cristiano en términos que sean a la vez fieles a la tradición heredada e inteligibles para los hombres de la época. Hasta cierto punto, este pluralismo teológico es tan antiguo como el propio cristianismo. El NT usa una variedad de expresiones, condicionadas ellas mismas por la composición de las diversas comunidades de la primitiva Iglesia, para expresar doctrinas importantes tales como la identidad de Jesucristo. Así los diversos títulos cristológicos (l Cristología: títulos), predominantes algunos entre judeocristianos y otros entre cristianos gentiles, proporcionan un ejemplo concreto de este primitivo pluralismo teológico. La historia subsiguiente del cristianismo también da testimonio de una legítima diversidad de aproximación en teología, como las diferencias de perspectiva entre teología oriental y occidental (ver UR 17). Por ejemplo, al explicar los efectos de la salvación, los teólogos orientales ponían el acento en la divinización de la criatura, mientras que los teólogos occidentales tendían a centrar la atención sobre la salvación del pecado original. Además, dentro de cada tradición existía una diversidad no pequeña. Agustín cita a Cipriano cuando dice que "está permitido pensar de modo diferente, mientras se mantenga el bien de la comunión" (De baptismo lII, 3,5). Más tarde, la teología escolástica, bajo la influencia de las congregaciones religiosas y de las nuevas universidades, exhibió un tipo de pluralismo en sus diversas escuelas de pensamiento, particularmente las basadas en las' maneras de pensar platónicas más tradicionales, b bien en las aristotélicas nuevamente redescubiertas. Por otra parte, distinciones tales como la de Fides implicita y Fides explicita eran empleadas por los teólogos escolásticos para explicar la unidad en la fe que se obtiene entre los cultos y los incultos, unidad que admite diferencias sustanciales entre tales cristianos por lo que se refiere a las creencias que explícitamente profesan. La reforma del siglo xvi demostró que algunos tipos de diversidad en teología, e, incluso más aún, en doctrina, no son compatibles con la unidad entre los cristianos. Al mismo tiempo, ayunos intentaron sin éxito hacer sitio a la unidad entre aquellos que no estaban de acuerdo sobre algunas doctrinas específicas, distinguiendo entre artículos de fe fundamentales y no fundamentales, intento que no trataba adecuadamente la autoridad de la revelación o del magisterio de la Iglesia, y que por esa razón fue finalmente rechazado por el papa Pío XI en la Mortalium animos, de 1927. En general, las comunidades cristianas del período posterior a la reforma acentuaron una unidad en la fe que no supo valorar en su justo precio el pluralismo teológico, hecho que está testificado no sólo por el creciente énfasis romano-católico sobre la autoridad doctrinal del magisterio, sino también por las muchas divisiones doctrinales no resueltas entre las comunidades protestantes.