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neokantianos posee cierto f undamento, tanto más por cuanto
reaccionan ante la simple parif icación de lo natural y lo social. Sin
embargo, no se puede olvidar que, en la ciencia, no basta, ni
mucho menos, apelar a la percepción directa, en este caso a la
desemejanza visual, de la sociedad y la naturaleza. Incluso la
afirmación, ahora evidente para todos, de que la Tierra es
redonda, ha tropezado en tiempos con muchas barreras, ya que
contradecía la percepción directa. Por tanto, hasta la evidente
diferencia que hay entre la sociedad y la naturaleza no puede
reconocerse como argumento convincente del criterio neokantiano.
Así comenzaremos por poner en claro el problema de en qué
consisten las peculiaridades del conocimiento de la sociedad y con
qué dificultades específicas se tropieza para ello. En el curso de la
exposición de nuestro tema veremos lo hecho por la ciencia para
superarlas.
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se pueden tomar en cuenta todas las opiniones y teorías,
todos los deseos y aspiraciones, todas las pasiones y
caprichos, todo lo que mueve a los hombres a actuar de
una u otra forma y condiciona determinados efectos
sociales. < <En las violentas convulsiones que
conmueven, a veces, las sociedades políticas -escribía el
famoso pensador francés Holbach- y que ocasionan
el
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hundimiento de uno u otro imperio, no hay una sola
acción, una sola palabra, un solo pensamiento, una sola
voluntad, una sola pasión de quienes toman parte en la
revolución, ya sea como elementos activos, ya como
víctimas de la misma ..., que no produzcan infaliblemente
los efectos debidos en consonancia con el lugar que
ocupan en ese torbellino moral. Esto parecería evidente
para toda inteligencia capaz de abarcar y de comprender
todas esas acciones y reacciones de los espíritus y de
los cuerpos de quienes coadyuvan a esta . No hay
revolución> > 3
duda de que Holbach se equivoca. Incluso en los que
respecta a la interacción de partículas de la materia, los
físicos no pueden prever, con absoluta exactitud, todos
los efectos, por cuanto en dicha interacción no sólo
concurre la necesidad, sino también el azar. Aplicada a la
sociedad humana, la solución de tal problema resulta
imposible, tanto práctica como teóricamente, no sólo
porque en la sociedad, al igual que en la naturaleza, actúe
el azar y en cualquier proceso social existe, actúe y se
entrelace una gran diversidad de conexiones, relaciones,
interacciones y factores, sino también porque intervienen
la conciencia, la voluntad, las pasiones, etc. Todo esto
presenta especiales exigencias al proceso de conocimiento
de la sociedad. Al tratar de conocer los fenómenos
sociales «es preciso tener siempre en cuenta que tanto
en la realidad como en el pensamiento existe el sujeto
dado».4 En eso reside la peculiaridad, y la dificultad
específica de las ciencias sociales, cuya superación sólo es
posible si se resuelve el problema de la correlación entre lo
objetivo y lo subjetivo.
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Muy otra cosa ocurre en la sociedad humana. Los
procesos concretos y los acontecimientos históricos revisten
aquí un carácter muy individual y jamás se repiten en parte
alguna. Cualquier acontecimiento histórico, ya sean las
guerras greco persas o las campañas de Alejandro Magno,
ya la Gran Revolución Burguesa de Francia o la Gran
Revolución Socialista de Octubre, la segunda guerra mundial
o la desintegración del sistema colonial del imperialismo,
es siempre único en su género y no tiene repetición absoluta.
De ahí podría desprenderse la conclusión de que no existen
leyes que rijan el desarrollo de la sociedad, de que no se la
puede enfocar desde un criterio científico general de la
repetición y de que, por tanto, no puede haber ciencia de la
sociedad. Sin embargo, no se puede elevar al absoluto esta
singularidad, puesto que muchas cosas se repiten también en
la sociedad. El hombre nace, estudia, trabaja, forma un
hogar y cría hijos, se comunica con sus amigos, se plantea
determinados objetivos, y así sucesivamente. Todo ello
muestra que, pese a la colosal diversidad de las condiciones
de vida, de costumbres, de peculiaridades de la historia
concreta de unas u otras zonas, regiones, países, pueblos
y Estados, el estudio detallado de la vida de la sociedad
permite indiscutiblemente advertir muchos más elementos
comunes que se repiten que lo que podría parecer a primera
vista. Por consiguiente, las perspectivas de la ciencia social
no son tan tristes y pesimistas. El quid de la cuestión reside
en la correlación entre lo comú n y lo singu lar aplicado a la
historia.
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constante proceso de cambio y, diríase, no se puede
detener para analizarlo, aunque sea en términos
generales. Otros, al contrario, afirman que no es
continua la evolución en la historia. Cada persona está
ligada a una determinada cultura, la cual forma su modo
de pensar y actuar y no cambia a lo largo de siglos, e
incluso milenios. Empero, cada cultura es tan peculiar
que no tiene sentido compararlas y trazar una línea
única de evolución. Se atienen a estas concepciones
ciertos etnólogos adeptos de la llamada < <antropología
cultural> > que se dedican al estudio de la vida y la
cultura, efectivamente muy estables, de los pueblos
primitivos.
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sociedad moderna, aunque, por supuesto, éstas se
utilicen de modo desigual y con distintos fines sociales en
los diversos países.
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Esta es, en gran parte, la causa de la complejidad
y la duración del proceso del devenir y del desarrollo de
las ciencias sociales, aunque no siempre se ha tenido
conciencia de las dificultades, y el advertirlas ha sido ya,
de por sí, un adelanto de la ciencia.
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Durante varios milenios, la historia escrita ha
registrado el desarrollo del conocimiento de la sociedad y
se han ido formando las corrientes de acumulación de
conocimientos sobre la misma, los cuales han ofrecido la
base para distinguir tres esferas fundamentales de las
ciencias sociales.
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el mundo y la actitud del hombre hacia el mundo en sus
rasgos más generales y desde el ángulo de las leyes
más generales de éste. ¿Qué es el mundo en que
vivimos? ¿ne qué «principios» ha nacido toda esa
diversidad de objetos y fenómenos que nos rodea? La ha
creado alguna fuerza superior, o existe por sí solo desde
siempre, ¿desarrollándose por sus leyes propias no
inventadas ni impuestas por nadie? Todo eso son
diversas formulaciones del problema fundamental, sin cuya
solución no se puede llegar a una concepción integral del
mundo. ¿Qué es lo primario en el mundo: el principio
material o el espiritual? Ese es el problema básico de la
filosofía. Todo el sinnúmero de escuelas, corrientes y
orientaciones filosóficas pueden dividirse en dos líneas o
partidos fundamentales: la línea del material ismo, que
reconoce como primario el principio material, y la línea del
idealismo, que reconoce como primario el principio
espiritual, ideal. A tono con la solución de este problema,
cada corriente traza su propia teoría el conocimiento del
mundo. Los materialistas afirman que las sensaciones e
ideas del hombre, con ayuda de las cuales se logra el
conocimiento, son reflejo de la materia, mientras que,
para los idealistas, el conocimiento es, cuando no una
expresión de la esencia ideal (divina) del mundo, una
formación del saber por el propio hombre. La
mundividencia materialista orienta las ciencias hacia la
comprensión del mundo tal y como es y procura
apoyarse en las ciencias concretas al definir su idea
general del mundo. En cambio, la concepción idealista
ofrece, en esencia, una noción tergiversada del mundo,
impone sus propios esquemas a las ciencias, lo cual
entorpece el progreso de éstas y frena el proceso del
auténtico conocimiento. Sin embargo, esto no significa, en
absoluto, que los filósofos idealistas no hayan dado nada
de valor y fructífero al desarrollo del conocimiento.
Semejante planteamiento sería vulgar y primitivo. Esta
cuestión cabe enfocarla de modo histórico. El progreso de
los conocimientos filosóficos se ha producido, como se
sabe, sobre la base del materialismo y dentro del marco
de la mundividencia idealista, en el proceso de la lucha
del uno con el otro, del enfrentamiento de las opiniones.
Además, no hay que olvidar que el propio materialismo
del pasado tenía un punto esencial, muy vulnerable: era
metafísico. Este materialismo no supo comprender el
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mundo y la marcha del conocimiento del mismo en
proceso de desarrollo y de constante cambio. A la vez que
descubría correctamente la naturaleza material y el
contenido material de las nociones humanas, se valía de
ellas como de cosas inmóviles, inmutables y petrificadas
de una vez y para siempre. Los materialistas metafísicos
estimaban que la
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conciencia humana era un reflejo pasivo de la materia y
no comprendían el papel activo de la misma. Y los
idealistas, por cuanto atribuían la diversidad del mundo
circudante el papel creador del espíritu y de la conciencia,
se dedicaban precisamente al estudio del aspecto activo de
esta última. La doctrina más completa del pensamiento, de
la flexibilidad universal y la movilidad de las ideas, es
decir, la dialéctica de las ideas, pertenece a Hegel, autor
de la dialéctica como teoría de las leyes del desarrollo del
espíritu. Hegel advirtió genialmente la dialéctica del mundo
material real. La dialéctica materialista pertenece a Marx y
Engels, que superaron con ánimo crítico los aspectos
débiles de la filosofía hegeliana y elevaron el materialismo
a un nivel cualitativamente superior, haciéndolo dialéctico.
Precisamente por ser dialéctico ha podido el materialismo
servir de auténtica base teórico-filosófica a la investigación
científica y de arma eficaz en la lucha contra el idealismo.
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numerosos intentos de crear concepciones generales,
que contienen una visión sintética de todo
el proceso histórico considerado en conjunto, elaboradas
partiendo del planteamiento y la solución del problema
fundamental de la filosofía en lo que a la sociedad se
refiere. En nuestro caso nos interesa, precisamente y ante
todo, la tercera esfera fundamental de las ciencias sociales.
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Pero aquí se presenta el crítico y dice que semejante
teoría social, tan amplia que se sitúa por encima de toda
realidad social, es imposible ya por el solo hecho de que
debe abarcar un colosal número de datos, de que la
sociedad no ha sido estudiada todavía suficientemente en
todos sus detalles para que se establezca una
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teoría general. Tales voces críticas suenan incluso en
nuestra época entre ciertos sociólogos burgueses. El
problema merece especial atención.
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< <acción social>>, < <cambio social>>, < <grupo> >,
< <comunicación> >, < <conflicto>>, < <adaptación>>,
< <asimilación>>, < <conducta colectiva> >, etc., etc. Se
produce un auge impetuoso del número de investigaciones
empíricas, surgen oficinas, centros e institutos especiales
de investigación, se fundan cátedras y facultades de
sociología. < <Se eleva al absoluto el empirismo, no
entendido como base de los conocimientos, sino como
principio opuesto a la teoría. La sociología es proclamada
disciplina empírica, dedicada al estudio de la «conducta
social» de los hombres, y entre los sociólogos «no está ya
en boga», el ser fundador de escuelas de pensamientos>>
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sociología como ciencia. Este imperativo se formula
explícitamente en el trabajo Social Theory and Social
Structu re (1949) del sociólogo norteamericano Robert
Merton.
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mantenimiento de la estabilidad de dicho organismo, no
pone al descubierto ni las causas que unen los distintos
elementos estructurales de la sociedad ni las leyes y
fuentes del desarrollo de la misma. Por eso, el enfoque
estructural-funcional puede, en el mejor de los casos,
servir de elemento integrante de la teoría general, pero
esta última no puede reducirse sólo a este enfoque.
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Cada época histórica ha ofrecido determinadas
posibilidades tanto para conocer la naturaleza como la
sociedad. Por ejemplo, antes del capitalismo, e incluso en
los primeros brotes de su devenir, la posibilidad de
conocimiento científico de la naturaleza por los hombres
e incluso de sus propias relaciones
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sociales era muy limitada. Pero más tarde, con el
progreso del capitalismo, las condiciones materiales de la
vida social maduraron a tal punto que se hace
prácticamente posible la comprensión científica del
proceso histórico en su conjunto.
¿cuáles son, pues, estas nuevas posibilidades?
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Por consiguiente, el capitalismo, al dar un viraje a
las condiciones de vida de los hombres, ha creado las
premisas objetivas para que se penetre en la esencia del
proceso histórico, para que se conozcan las bases de este
último.
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Por tanto, el desarrollo de la sociedad capitalista y la
agravación de sus contradicciones han posibilitado e
impuesto que surja la comprensión científica de la historia.
La grandeza genial de Marx y Engels está en que,
echando por la borda las viejas tradicionales
concepciones idealistas, descubrieron las leyes del
desarrollo de la sociedad, cuya existencia negaban los
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subjetivistas. Al ofrecer la comprensión materialista
científica de la historia, estos dos pensadores resolvieron
el problema planteado por la época.
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Habría sido imposible que surgiera el materialismo
histórico sin la enorme labor crítica de superación del
idealismo, dominante en la ciencia social anterior, y sin
conservar y aprovechar desde un punto de vista crítico
todo lo valioso que había acumulado el desarrollo de la
filosofía, la historia, la ciencia económica y todo el
pensamiento social considerado en conjunto.
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A la par con ello, el materialismo histórico ha resuelto la
antítesis de la verdad y el interés.
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ideas tergiversadas. El interés es una fuerza poderosa; y
si, digamos los axiomas o los teoremas geométricos
contradijeran los intereses de alguien, aparecerían
inevitablemente hombres empreñados en ref utarlos.
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Capítulo JI
Peculiarid ad es y Dificultad es d el Conocimiento de la Socied
ad
manuales de física no se insiste en demostrar que la física
es una ciencia; lo que se suele hacer es exponerla. En
los trabajos de mecánica cuántica no se dice que una
solución sea la < <única científica». Nadie trata de indicar
que la tabla de multiplicar es exacta, se aprende de
memoria y nada más. ¿por qué, pues, hay que esforzarse
por demostrar la razón de las tesis y los enunciados de las
ciencias sociales? Hay que reconocer que estas
preguntas son legítimas. La respuesta se desprende al
definirse el carácter específico de la función de las ciencias
sociales, sobre todo las que guardan relación estrecha con
la actividad sociopolítica de los hombres. En las ciencias
sociales se libra constantemente una lucha de ideas,
entran en pugna intereses, y el convencimiento basado
en el saber figura en ellas como factor de orden individual y
de gran valor social. La seguridad en la exactitud de las
tesis y conclusiones de las ciencias sociales determina la
orientación social del hombre. La influencia de una u otra
teoría social depende del número de sus adeptos, y para
reunir bajo sus banderas a más y más partidarios es
preciso convencer y demostrar la certeza de la ciencia,
exponerla objetivamente, comparándola con las otras
concepciones. Es importante, aun sin ser decisivo, para
una u otra teoría saber a qué fines sirve, a qué intereses
está ligada y qué valores la orientan.
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