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Tentación

Anne Hampson

Protagonistas:Kurt Drayton y Shivonne

Un nuevo empleo como señorita de compañía de la madre del elegante Kurt


Drayton parecía lo más indicado para que Shivonne se olvidara del pasado.
Shivonne, una tímida joven irlandesa, pronto floreció en la paradisiaca isla
tropical de Kurt. La tentación perfecta,pensó la madre de Kurt, para apartarlo de
la gélida heredera con la que su hijo pensaba casarse. Shivonne no se atrevía a
competir por la atención de Kurt... hasta que se enamoró increíblemente de su jefe,
moreno y seductor.

Caía la noche, pero el pálido destello del crepúsculo aún persistía con sus
delicados toques de índigo y azafrán. Sobre el mar, sin embargo, los
cumulonimbos que había hacia el Sur, presagiaban una tormenta que, como solía
suceder, no descargaría.
Shivonne estaba en la cubierta del Mohawk, mirando con expresión cavilosa
el lánguido intercambio de luces y sombras y la gradual intrusión de pardos y
grises en las sombras más suaves y delicadas de la puesta de sol, pero era la abru-
madora consciencia de las nubes oscuras, lo que estaba más acorde con su humor.
¿Por qué estaba allí, tan lejos de sus seres queridos? Sólo un impulso la había
traído a Gorda, una de las paradisíacas islas que forman el archipiélago de las
Vírgenes, en el mar Caribe.
¿Un impulso...? Frunció el ceño y sacudió la cabeza. No, ya que en realidad le
había dedicado al menos cierta consideración al asunto, antes de tomar una
decisión.
—Shivonne.
Al oír la imperiosa voz, se dio vuelta para encontrarse frente al caribeño alto
y moreno, propietario del lujoso yate donde por el momento ella era una especie
de suplente accidental. Es decir, tampoco era eso exactamente, se corrigió, ya que
además de ella había tres tripulantes más en aquel gran palacio flotante, con su
decorado peculiar que hacía pensar en un cuento de vikingos.
—Sí, señor Drayton.
Él se quedó mirándola, no precisamente con la expresión de austeridad que
ya le resultaba familiar. Tenía el ceño ligeramente fruncido sobre los ojos negros;
duros como el ónix, y la boca sensual y firme. Shivonne sospechó que ya sabía que
ella no estaba contenta con el trabajo que había elegido. Sin embargo todo lo que
dijo fue:
—Atracaremos en Tortola para embarcar una pasajera. Ocupará el camarote
de huéspedes de babor, a popa. Cerciórate de que esté listo, por favor.
Habló con aquel acento tan atractivo de los caribeños, una mezcla de
nacionalidades que incluía estadounidenses, ingleses y escoceses, entre otras. Los
colonos se habían mezclado con nativos de lugares como Jamaica y otras islas del
Caribe, y el resultado era que los caribeños podían considerarse entre las gentes
físicamente más atractivas del mundo. Y Kurt Drayton no era ciertamente la
excepción; era un hombre de un aspecto y un físico formidables. Pero tenía una
arrogancia adicional que le hacía parecer aún más distinguido... y más
impresionante para Shivonne, que había llegado de un pueblo diminuto de su
Irlanda nativa y no había perdido toda su timidez, aunque había trabajado como
secretaria en Dublín durante unos tres años, desde que a los dieciocho dejara la
escuela. Kurt Drayton, calculó, no tendría más de veintiocho, pero ostentaba la
dignidad y la confianza en sí mismo de un hombre que le doblara la edad. Pensó
que quizá fuese su fortuna lo que le daba tanta confianza en sí mismo, ya que había
heredado millones de dólares de un tío suyo que había sido banquero.
—Sí, señor Drayton —replicó ella—; prepararé el camarote.
Él se volvió y se alejó; Shivonne contempló sin emoción pero con cierto
interés la arrogancia de su porte, el modo de llevar la cabeza erguida, los hombros
robustos, el aspecto siempre inmaculado, incluso cuando, como ahora, sólo llevaba
unos pantalones cortos y una camisa de mangas cortas, abierta, que descubría el
pecho moreno y la garganta color de caoba.
El camarote tenía una cama doble con gavetas y cajones; las paredes estaban
tapizadas con paño de gamuza color gris ceniza, y todos los tiradores de los
cajones y los picaportes de las puertas tenían un baño de oro. El lujo se colmaba
con un baño privado y una ducha, y el suelo de esa elegante habitación era de
piedra de Tennessee. Todas las guarniciones y accesorios tenían un baño de oro y
una de las paredes era un espejo delicadamente ornamentado con flores y motivos
marinos. Shivonne hizo la cama y se preguntó cómo sería la mujer que subiría a
bordo del yate en Tortola. No se había enterado de gran cosa acerca de su jefe en
las dos semanas que llevaba con él. Su casa estaba en la que debía ser la más
hermosa de las islas del Caribe, Virgen Gorda. Y era a esa isla adonde ella había
llegado, una vez que hubo tomado su decisión y abandonado el hogar donde había
nacido.
Tal vez sólo debiera haberse mudado a Dublín y alquilado allí un piso,
suspiró meditabunda, pues se sentía muy sola aquí, y sus pensamientos la
traicionaban y la hacían regresar a Avoca, un pueblo encantador de aquella región
de su patria conocida en todo el mundo como "el jardín de Irlanda". El hermoso
valle de Avoca... La suave pendiente donde la cabaña se disimulaba entre los
pinos. Dejó escapar un suspiro más profundo, un suspiro que le surgía del
corazón.
—Debería regresar —pronunció las palabras en voz alta y al darse la vuelta se
sonrojó súbitamente—. ¡Oh, no sabía que...!
—Vine a decirte que a mi amiga no le gusta el verde.
Sus ojos contemplaron el cubrecama verde pálido que Shivonne había puesto
sobre la cama. Las sábanas y las fundas de las almohadas hacían juego.
—¿No le gusta? —los grandes ojos marrones de Shivonne se abrieron al
máximo—. Qué extraño...
No se le ocurrió nada más que decir y entonces apareció una de las raras
sonrisas de Kurt Drayton, quitándole un poco de la innata austeridad de sus
facciones.
—Te parecerá extraño, a ti que vienes de la verde Irlanda.
—El verde es el color preferido de la naturaleza —dijo ella con una voz
graciosa y musical, y se sintió tímida y fuera de lugar, como cada vez que se
hallaba en compañía de un hombre—. Bien... cambiaré la ropa entonces —agregó,
bajando los ojos ante la mirada penetrante de su jefe.
¿Estaría pensando él en sus palabras? Si era así, no hizo ningún comentario.
—Sí, hazlo.
Qué mujer tan extraña, pensó Shivonne un momento después, cuando
cambiaba la ropa de cama. ¿Cómo podía ser que a alguien no le gustase el verde?
Tortola, centro de una de las más selectas áreas de yachting del mundo,
resplandecía al sol cuando el Mohawk atracó en el puerto a la mañana siguiente,
muy temprano. En realidad, Shivonne jugueteaba con la idea de desertar. ¡Podía
tomar un avión que la llevase a Miami y desde allí volar directamente a Irlanda!
Pero tenía sus cosas, sus maletas, en la lujosa casa de su jefe en la isla de Virgen
Gorda, de modo que la tentadora idea quedó descartada.
—Estaremos aquí algunas horas —le dijo su patrono—, así que puedes bajar a
tierra si quieres.
Aquella voz brusca tenía un tono impersonal, pero sin embargo era tierna
debido al acento que a Shivonne le había parecido tan atractivo desde el momento
en que lo oyó por teléfono, en una conferencia que él le puso antes de que ella se
entrevistara en Londres con el agente que había puesto el anuncio del empleo en el
Times. Parecía como si hubiese sido el destino lo que la hizo enterarse de ese
trabajo, porque, por supuesto, su padre nunca compraba el Times. Shivonne había
cogido el periódico en un asiento del ferrocarril que la traía del trabajo a casa... Y a
través de ese periódico habían cambiado muchas cosas.
Richard Coatsworth también era caribeño; era el capitán del Mohawk y desde
el principio había tenido, bastante más interés en Shivonne de lo que ella hubiese
querido. Ahora le pedía que bajase con él a tierra, pero ella rehusó.
—Tengo que escribir unas cartas —dijo a modo de excusa—, así que me
quedaré a bordo.
Su camarote tenía dos literas y era pequeño comparado con su encantador
dormitorio en Casuarina Mount, la finca de Drayton situada en una suave
pendiente que dominaba el mar en Gorda. Nunca había pensado que trabajaría en
el yate; de hecho, sólo estaba allí porque uno de los miembros de la tripulación
estaba enfermo y no pudo participar en este breve crucero en el que habían
visitado varias de las islas Vírgenes, incluido el encantador islote de Santo Tomás,
donde Shivonne había tomado un taxi para subir por los tortuosos caminos de
montaña hacia Drake's Seat y mirar desde allí la bahía de Magen; y, por supuesto,
el chófer la había llevado a ver el castillo de Barba Azul antes de marcharse del
Mountain Top Hotel, donde ambos tomaron el famoso cóctel: el banana daiquiri.
Todo muy turístico, mas para Shivonne tan novedoso que disfrutó mucho de ese
viaje porque el chófer era muy divertido y se comportaba más bien como un
compañero de viaje que como un taxista. Ahora, sin embargo, le apetecía
desembarcar en Tortola. Se sentía tan nostálgica que intentó escribir a su prima
Carmel, que además era su mejor amiga.
¿Cómo debía empezar la carta para su padre? Se le arrugó la frente mientras
chupaba la punta del lápiz, pensativa. La partida había sido tan emotiva... Es decir,
emotiva al principio, pero el enfado lo había empañado todo al final. Las lágrimas
le humedecían los ojos a medida que sus recuerdos la invadían, despiadados; tragó
saliva y se levantó del taburete. Regresar equivalía a aceptar a la mujer con la que
su padre se había casado; también implicaba ver con otra chica al hombre que ella
amaba. Sí, no sólo su madrastra le había inspirado el impulso de escapar, sino
también Paddy; Paddy, que no quería que lo llamasen Patrick, y que había cono-
cido a Bird, una irlandesita encantadora, de ojos azules, y que había roto con
Shivonne, a quien conocía desde su infancia.
—¡No puedo regresar! —se quejó sin convicción—. ¡He quemado mis naves y
tengo que quedarme!
El anuncio en el Times había aparecido en un momento en que Shivonne
estaba tan deprimida que apenas era dueña de sí misma. Su padre se había casado
inesperadamente con una mujer a la que había conocido durante sus vacaciones en
Inglaterra, y la había llevado a casa, y ella tomó inmediatamente posesión de sus
atribuciones. Ahora ella era la señora, le había dicho a Shivonne sin circunloquios,
aunque no delante de su nuevo marido, y no toleraría ninguna interferencia en su
manera de llevar la casa. El resentimiento se había apoderado de ambas, de
Shivonne y Madeline, y fue por supuesto la mayor y más enérgica de las mujeres
quien salió ganadora en las discusiones. Shivonne se sintió desgraciada y corrió
hacia los brazos de Paddy, con todos sus problemas. Mientras pudo recurrir a él, la
vida fue por lo menos soportable, ya que Shivonne también estaba contenta con su
trabajo. Pero el día que él le dijo que había conocido a alguien, de quien estaba
locamente enamorado, Shivonne sintió que todo se le desmoronaba de pronto y
más tarde comprendió que sus pensamientos se disipaban en todas direcciones,
mientras intentaba encontrar algún modo de solucionar sus problemas, y al mismo
tiempo trataba de hallar paz para su espíritu.
Huir... La idea había nacido y madurado con el lento discurrir de los días y
las semanas. Después, el anuncio; le habían llamado la atención las palabras
impresas en grandes letras de molde que la obligaron a leer el mensaje, excluyendo
cualquier otra idea o pensamiento. Un empleo de criada en la encantadora isla
Virgen Gorda, en el Caribe... Por alguna razón se encontró de pronto mirando un
mapa, y a la hora del almuerzo estaba en la agencia de viajes Grey preguntando
por las islas vírgenes. Gorda era una isla tan pequeña que la joven que la atendió
sabía muy poco sobre ella, pero le dijo que su colega había estado en un crucero
que había hecho escala en Tortola, y desde allí algunos pasajeros habían ido en
lancha hasta la isla de Gorda.
—Ahora está comiendo —le dijo la joven—, pero a las dos estará de vuelta, si
no le importa esperar.
—No puedo, porque he de volver a mi trabajo a esa hora.
—Llámela por teléfono esta tarde —le sugirió la joven, y como no había
inconveniente apuntó el número.
Esa tarde, apenas le describieron la isla, Shivonne telefoneó inmediatamente
al número de Londres que citaba el anuncio. Le informaron de que había tantas
aspirantes que tal vez no valiese la pena presentarse en Londres para ser
entrevistada. Para Shivonne esta respuesta significó un alivio. Quedaba excluida,
no estaba obligada a tomar una decisión. Estaba por colgar el auricular cuando la
voz de Londres le dijo:
—Déjeme su teléfono, por si acaso.
Shivonne se lo dictó, y como no tenía ganas de volver a oír hablar del asunto
se quitó de la cabeza el anuncio y las islas Vírgenes.
El domingo siguiente Madeline se levantó con el pie izquierdo y todo lo que
hacía Shivonne le parecía mal. Shivonne fue entonces a visitar a Carmel, quien,
curiosamente, le sugirió que se buscase un trabajo fuera de aquel lugar, quizás en
Londres.
—Te echaría de menos, pero no sería tan lejos como para que no pudiéramos
pasar juntas las vacaciones. Podrías también visitar a tu padre y él podría visitarte
a ti. Tendrías que aguantar a tu horrible madrastra muy poco tiempo. Y eso haría
que tu padre no se sintiese tan culpable por lo que ha hecho.
Shivonne le contó a Carmel lo del anuncio. A Carmel le brillaron los ojos y
dijo que saltaría de alegría ante la posibilidad de un trabajo en una isla en el
Trópico.
—Pero tú eres feliz en tu casa —le señaló Shivonne, pasándose su mano
delgada por el pelo castaño claro, para luego acariciarse uno de los deliciosos
bucles en que terminaba su peinado, otorgándole un halo de belleza
resplandeciente y delicada.
—¡Lo sé, pero un cambio así sería fantástico! ¿Así que no has concertado una
entrevista? ¡Qué pena!
—Pero eso queda a miles de millas de aquí.
Shivonne no conseguía entender por qué a Carmel le hacía tanta ilusión irse
de su casa. Tenía unos padres encantadores, dos hermanos y una hermana, y todos
ellos eran gente muy agradable. Shivonne no tenía hermanos ni hermanas,
simplemente porque su madre no quiso tener más hijos. Y había muerto cuando
ella tenía doce años, dejando dos seres desolados, afligidos por la pérdida. El
tiempo los había consolado; Shivonne había sido una chica muy activa, y se había
ocupado de su padre desde la época en que todavía iba a la escuela. Tener que
quedarse en casa para hacer las faenas domésticas mientras sus amigos
organizaban fiestas o se iban a bailar nunca le había parecido una carga, sino más
bien un acto de amor. Bill Cavanagh había querido mucho a su hija, pero con el
paso de los años ella comprendió que él estaba muy solo, como puede estar solo un
hombre sin una mujer. Shivonne pensaba que su padre tenía que volver a casarse,
y de hecho esperaba que eso ocurriese, pero cuando él trajo a Madeline a casa, a
ella se le encogió el corazón. Con esa intuición tan peculiar que tienen las mujeres,
supo que aquella no era la esposa adecuada para su padre. Pero, desde luego, no
hizo ningún comentario y al mes siguiente Madeline se mudó al hogar que
Shivonne había atendido con tanto cuidado.
Los cambios barrieron en seguida años de tierna dedicación; incluso el jardín
sufrió una reestructuración y el antiguo rosal trepador fue cortado de cuajo, sin
piedad.
Shivonne lloró, pero siempre se las arregló para ocultarle su desdicha a su
padre. Él tenía sus propias preocupaciones, sospechó pronto su hija.
—Puede que quede a miles de millas de aquí, pero si tuviese la oportunidad
iría —la voz de Carmel interrumpió los ensueños de Shivonne, que levantó la vista
de la taza de café.
—Bueno —dijo Shivonne— de todos modos no me han ofrecido el empleo,
así que no tengo nada que decidir.
Puso la taza en el plato y se quedó mirando a su prima. Hermosa como un
lirio... Las facciones delicadas y clásicas. Características que estaban en la sangre de
toda la familia Cavanagh, que las había heredado del noble duque inglés que, igual
que muchos de su clase, había dejado que su sangre azul se distribuyese entre su
descendencia ilegítima. Carmel estaba a punto de comprometerse, pero durante un
par de años había sido perseguida por numerosos pretendientes que admiraban su
belleza. También Shivonne tenía una figura y unas facciones encantadoras, pero
sus ojos eran oscuros, cuencas profundas de una pureza insondable que a menudo
tenían una expresión que revelaba una belleza interior, sensibilidad y afecto. Hacía
tiempo que Carmel había llegado a la conclusión de que Shivonne era una persona
muy vulnerable, y rogaba para que Paddy se casase con ella y la protegiese, la
defendiese de las agresiones de la gente. Pero Paddy la había abandonado, y para
más desdicha, Madeline también le había hecho daño.
—¿En qué piensas? —la voz de Carmel era suave, su sonrisa tenuemente
ansiosa.
—En ti.
—¿En mí? —repitió sorprendida.
—Eres encantadora.
Carmel se rió.
—Y tú también.
Una belleza inocente que le sale del alma, pensó Carrnel, frunciendo el ceño
mientras los labios se estremecían, trémulos.
—Paddy no piensa igual que tú —replicó Shivonne con voz ahogada y ojos
húmedos. Levantó la taza y se bebió el resto del café.
—Tal vez la agencia de Londres todavía te llame —dijo Carmel mientras
Shivonne se preparaba para marchar.
Estaban cerca de la puerta y el sol brillaba en el valle... el hermoso valle de
Avoca.
—No lo creo.
—Pero ¿y si te llaman? —Carmel hizo una pausa—. ¿Y si te ofrecieran ese
trabajo?
Shivonne tardó un momento en responder, y cuando por fin lo hizo se sintió
sorprendida ante lo que admitía.
—Creo que lo aceptaría, Carmel.
Y se lo ofrecieron. Apenas al día siguiente la llamaron desde Londres.
¿Estaría dispuesta a que la entrevistasen? Ninguna de las otras aspirantes había
despertado el intéres del caribeño que buscaba una criada inglesa. Sí, la agencia
había aprobado a varias candidatas, pero todas fracasaron el test que Kurt Drayton
les hizo por teléfono.
Era normal que Shivonne se sintiese algo azorada y temerosa cuando llegó el
momento de hablar con el hombre que había puesto el anuncio. Se preguntó por
qué querría que la joven fuese inglesa, y pensó que tal vez, por el hecho de ser
irlandesa, ella también fracasaría en el test final.
Shivonne tenía ese delicioso acento irlandés que tanto le gusta a la gente en
todo el mundo, y se preguntó vagamente si habría sido su voz lo que habría
influido en la decisión de Kurt Drayton. En todo caso Shivonne encontraba que la
voz de él era muy agradable. Estuvo segura de que era guapo, de buen corazón, un
caballero inteligente que en seguida la haría sentirse como en su casa.
¡Qué inocente había sido! ¡Qué poco sabía de la vida del resto del mundo!
La escena cuando notificó a su padre que se iba a Londres para ser
entrevistada ya fue bastante escandalosa, pero cuando poco después le dijo que
había decidido aceptar el empleo que le ofrecían, él se quedó mirándola, incrédulo
y aturdido.
Tristeza, súplicas, emociones intensas... y luego la cólera, y su padre que la
acusaba a gritos de que lo estaba abandonando, y le aseguraba que, si se marchaba,
él terminaría con ella para siempre.
Sólo Madeline permaneció impasible. Sólo Madeline estuvo calmada y fría el
día de su partida. Shivonne y su padre lloraban.
La muchacha que subió a bordo en Tortola fascinó a Shivonne, que vestida
con una falda de algodón y una blusa de corte bastante severo, quedó admirada
ante la belleza de la joven, vestida en tonos de aguamarina, con el pelo rubio
peinado a la perfección, y con una coleta estilo francés a un lado de la cabeza. El
vestido era de seda y Shivonne pensó que era un diseño de París. Debía haber
costado por lo menos tanto como lo que ella podía ganar en seis meses. La joven
subió a bordo con Kurt, que le sujetaba un brazo por detrás. Shivonne estaba por
dejar la cubierta para ir a la cocina y esperar que le ordenasen servir los refrescos,
pero su jefe la vio darse la vuelta, la llamó por su nombre y ella se detuvo en
seguida.
—Shivonne, esta es la dama de quien te hablé. Lisa, te presento a la nueva
doncella. Está aquí con nosotros porque una chica de la tripulación se puso mala
cuando estábamos a punto de zarpar.
La joven la miró con cierta condescendencia arrogante, con el brillante azul
verdoso de sus ojos duros como la malaquita.
—Mucho gusto —murmuró inexpresiva—. Tiene usted un nombre poco
común.
—Shivonne es un nombre irlandés —explicó Kurt, pasando por delante de
ella mientras hablaba con su huésped, signo inequívoco de que estaba
despidiéndola.
Conque esta era la muchacha de quien Richard Coatsworth había hablado
una vez, la joven con la que todos esperaban que Kurt se casase. Bueno, parecía
ciertamente adecuada; resultaría decorativa en el lujo y el esplendor de ese yate
magnífico y también en la casa en que Shivonne se había quedado maravillada y
sin aliento la primera vez que entró. No era que la casa de Kurt fuese ostentosa, al
contrario. El buen gusto se había aliado con lá riqueza para dar como resultado un
hogar de gran belleza y atractivo. Incluso la habitación de Shivonne parecía casi
digna de una reina.
Algo más tarde llegaron las órdenes a la cocina, mientras Shivonne estaba
ocupada poniéndolo todo en orden después de haber preparado unos canapés
deliciosos y adornado unos pastelitos envolviéndolos con servilletas elegante-
mente dobladas.
Brian, el maquinista, entró y se quedó mirando cómo Shivonne terminaba de
limpiar el fregadero de acero inoxidable. La cocina estaba justo al lado de la sala de
máquinas, y Brian venía a charlar con frecuencia.
—Siempre ocupada, ¿eh?
Se sonrió al hablar y Shivonne notó que tenía los dientes bordeados por un
filete de oro. Moreno, de pelo rizado y espeso y facciones robustas y poderosas, era
un descendiente típico de los jamaicanos, un hombre bonachón, de sonrisa fácil y
contagiosa, que se consideraba extraordinariamente afortunado en su trabajo,
porque era indiscutible que Kurt Drayton era más que generoso con los sueldos de
sus empleados.
—Estoy esperando a que suene la campana —se acercó al frigorífico para
pasarle la bayeta y luego siguió con el congelador.
Había también una cocinita eléctrica de dos hornillos, y un escurreplatos
sobre el fregadero. En la despensa, cerca del comedor, también había otros
aparatos que completaban el equipo: otra nevera, una máquina de hacer hielo, un
lavavajillas, una tostadota eléctrica y varios calientaplatos para que la comida
siempre llegase en su punto a la mesa. Al principio Shivonne se había quedado
anonadada al ver el lujo con que estaba equipado el yate, e incluso ahora solía
quedarse contemplándolo todo, especialmente cuando estaba en el camarote del
dueño o en el salón principal, o, de hecho, en cualquier otra sala del yate.
—¿Y qué piensas de la dama? —le preguntó Brian desde la puerta de la sala
de máquinas
—Es... hum... muy bonita —el titubeo de Shivonne hizo gracia a Brian, que
sonrió.
—Pero fría como el acero, ¿no has llegado a esa conclusión? Si no opinas eso,
es que piensas diferente que el resto de nosotros.
Se refería a todos los empleados de Kurt, pensó Shivonne, y se preguntó qué
tal les iría a todos cuando su jefe se casara, si llegaba a casarse con aquella joven.
—Estoy de acuerdo en que parece un poco... bueno... insensible —Shivonne
sacudió el trapo sobre la campana que había encima de la cocinilla eléctrica.
—Acorde con la personalidad del jefe, ¿no crees?
—Él también parece áspero e insensible —admitió Shivonne mientras se
enjuagaba las manos en la pila.
—¿Es así como te lo imaginabas cuando aceptaste el trabajo?
Shivonne sacudió la cabeza, pero no dijo qué pensaba. Había esperado que su
nuevo jefe fuese amable y la tratase casi como a una igual, recordó. Y había llegado
a esa conclusión nada más que porque le había gustado su voz.
—Ha sonado la campana —exclamó nerviosa, y, como cada vez que Kurt la
llamaba, se le aceleró el pulso—. Tendré que ir.
Fue hasta la cubierta de popa y encontró a Kurt sentado con su huésped.
—Ya puedes traernos los refrescos, Shivonne.
—Sí... —Nunca se había sentido capaz de llamarle señor, aunque todos los
demás lo hacían. Empezó a preguntarse si le molestaría esa omisión, pero al
pensárselo por segunda vez decidió que, si había algo que le molestase, no tardaría
mucho en hacérselo saber—. Lo tengo todo preparado.
Lisa la observó y luego dejó que sus ojos recorriesen la delgada figura de
Shivonne en su totalidad.
—Es rara, Kurt —le oyó decir Shivonne mientras se retiraba de la cubierta, y
se ruborizó avergonzada.
Pero cierto orgullo innato hizo que levantase el mentón y un ligero enfado le
acentuó el color en las mejillas. La muchacha era hermosa, y tal vez fuese incluso
de buena cuna, pero ciertamente sus modales dejaban mucho que desear. Tendría
que haberse dado cuenta de que Shivonne podía oír lo que estaba diciendo.
Cuando Shivonne volvió, Brian todavía estaba en la cocina, y se había
preparado un bocadillo con un par de lonchas de rosbif que había sacado de la
nevera. Estaba sentado ante la mesa de madera, comiéndoselo, y al lado del plato
tenía un jarro de té. Levantó la vista de la mesa y sus ojos la recorrieron hasta
detenerse con expresión inquisitiva en la cara.
—Te has puesto colorada —observó, y Shivonne contrajo los labios.
—Esa..., esa... —Se calló y luego volvió a empezar—. la señorita que acaba de
subir a bordo ha hablado groseramente de mí —se acercó al otro lado de la mesa
para examinar con atención el contenido de la bandeja y verificar que no faltase
nada.
—¿La señorita Templar? ¿Qué ha dicho?
—Que yo era rara.
Shivonne tragó saliva. ¿Parecía rara? Sabía que la tripulación la consideraba
"tranquila", y se habían dado cuenta de que era un poco tímida y distraída.
—¿Lo dijo delante de ti? —Brian dejó de masticar y la miró mientras ella se
acercaba a la tetera, que echaba un chorro de vapor.
—Yo ya me iba, pero habló en voz tan alta que pude oírla —Shivonne
preparó el té y puso la tetera de plata en una segunda bandeja, junto a la azucarera
y la jarra de la crema.
—Menuda faena —dijo Brian mientras Shivonne salía por la puerta de la
cocina—. No le hagas caso; no es capaz de otra cosa.
Shivonne se dio la vuelta.
—Entonces, ¿por qué el señor Drayton piensa casarse con ella?
—Por dinero, hija mía. Lisa, Templar es varias veces millonaria.
Capítulo 2
¡Gracias al cielo estaba de nuevo en Gorda! Shivonne se sentía mucho más
cómoda en la casa. Y ciertamente, mucho más cómoda sin la presencia opresiva de
la amiga de su jefe.
Pero pronto tendrían otra visita, y Shivonne descubriría por qué Kurt había
elegido una criada de su nacionalidad.
—Vendrá mi madre a pasar una temporada conmigo, Shivonne —le informó
Kurt apenas tres días después de que el Mohawk atracase en su propio muelle—.
Es medio inglesa y ha estado viviendo durante un año en casa de unos parientes.
—Pero ¿vive aquí en Gorda, con usted?
Apenas terminó de hablar, Shivonne se dio cuenta de su error, y se ruborizó
cuando Kurt le dijo con un deje de impaciencia:
—Acabo de decir que vendrá a pasar una temporada conmigo. —No agregó
nada más, ya que, si viviese en Gorda, difícilmente se quedaría en casa de su hijo.
Como Shivonne no contestó nada, su jefe añadió—. Vive en la isla de Gran
Caimán.
—¿Sola...? —Shivonne se interrumpió bruscamente y se ruborizó al ver que
Kurt entrecerraba los ojos—. Lo siento, señor Drayton, no quise ser curiosa.
—Mi madre es viuda —explicó él, mientras se alejaba, diciendo por encima
del hombro—. siempre ocupa la habitación rosa.
Shivonne le preguntó al mayordomo cómo era la señora Drayton. John
Baptiste era negro. Un hombre enorme, de piel brillante y una confianza en sí
mismo casi comparable con la de su jefe. Pero había mostrado simpatía por
Shivonne, que siempre se sentía cómoda ante la presencia de él. Su mujer venía a
diariamente a trabajar, y con el dinero que ambos ganaban, podían enviar a sus
hijos a la universidad, en Inglaterra.
—Usted le caerá bien —la tranquilizó—. Pero ella no es mujer que goce de
buena salud...
—¿Está enferma? —preguntó Shivonne sorprendida—. El señor Drayton no
mencionó nada de eso.
—No, enferma no; es deforme. Naturalmente, al señor Drayton no le gusta
mencionar eso a nadie.
—Sin embargo yo lo descubriría en seguida —Shivonne hizo una pausa y
luego agregó—. ¿Qué defecto tiene?
Pensaba en la perfección de Kurt, en la perfección física y también en su aire
de buena crianza.
—Cojea. Ha recibido toda la atención médica posible, pero no se ha podido
hacer nada, ni siquiera en esta época de grandes milagros... —la voz tenía una nota
de tristeza, y Shivonne sintió que compartía con él su compasión—. Se la ve... —se
interrumpió, frunció el ceño y después se corrigió diciendo—. su modo de caminar
hace que parezca muy torpe.
Shivonne lo miraba en silencio. "Se la ve deforme" ¿Era eso lo que John había
estado a punto de decir?
"Desgarbada" fue la palabra que acudió inmediatamente a su cerebro cuando
Shivonne conoció a la madre de Kurt; desgarbada al andar, ya que parecía levantar
ligeramente un hombro y bajar el otro.
Habría sido alta si hubiese sido capaz de mantenerse erguida. Tal como era
tenía la misma altura que Shivonne, y la espalda un poco encorvada. Pero poseía
un carácter muy agradable, que en seguida impresionó a Shivonne, y el mismo día
que llegó ella, ya se sintió capaz de salir del caparazón tras el cual se había
ocultado desde que llegó a aquella casa tan lujosa, donde instantáneamente se
sintió inadecuada e inferior.
—Estoy muy contenta contigo, querida —le dijo a Shivonne—. Kurt quiere
que me quede a vivir aquí, y tú eres el señuelo, por lo visto. Habrá estado
pensando en la manera de persuadirme de que lo venda todo y me instale
permanentemente con él. Ha tenido una buena idea al buscarme una acompañante
que proviene de Irlanda, para que yo me sienta como en casa.
Su risa sonora parecía surgir espontánea de sus labios anchos, generosos, de
algún modo incluso juveniles—. ¿Cómo fue que encontró una joven irlandesa?
Shivonne empezó a explicárselo y entonces le contó toda la historia, en una
especie de torrente narrativo confidencial que la señora Drayton escuchó con vivo
interés y comprensión maternal. Shivonne terminó su historia con una pregunta:
—En el anuncio del señor Drayton pedía una criada, no una acompañante.
¿Seré yo su dama de compañía mientras usted esté aquí?
—Sospecho que esa es la idea —afirmó la señora Drayton. Y después añadió,
confundida—. No entiendo por qué habrá pedido una criada... —Shivonne le
dirigió a la señora Drayton una mirada interrogativa al ver que se le apagaba la
voz. La señora añadió entonces, sin ninguna turbación—. Sí, ahora lo entiendo,
querida. Si hubiese pedido una acompañante, habría tenido que decir que era para
una inválida, y mi hijo detesta tener que decir algo así. De modo que ya sé por qué
pidió una criada.
—No use esa palabra —protestó Shivonne, que había querido interrumpirla
desde el principio para gritarle su protesta—. Usted no es..., no es...
—Es que sí lo soy, querida —la corrigió con suavidad la dama— No es
posible ocultar las cosas, ni darles nombres o descripciones diferentes de lo que
son en realidad. No me lamento ni avergüenzo de mi deformidad. Me case con un
hombre maravilloso y tuve un hijo estupendo y una hija...
—¿Tiene una hija?
—Margarita. Está casada con un caribeño. Ya ves, hemos vivido bien y yo
todavía tengo mi casa en las islas. Mi esposo fue propietario de extensos terrenos
en la isla de Gran Caimán, y de hecho yo todavía soy dueña de muchas tierras en
ella. Mis hijos se criaron allí, pero Kurt había visitado Gorda y quedó encantado
con la isla. Como habrás podido ver, está totalmente virgen. Hizo construir esta
casa; un lugar delicioso, ¿no te parece?
Shivonne sonrió y asintió.
—Es bastante amplia como para que usted establezca su hogar aquí, señora
Drayton —observó persuasiva.
—Sí —asintió con un suspiro, los grandes ojos pardos pensativos, abstraídos
—, pero...
—¿Sí? —de alguna manera, Shivonne supo qué respuesta oiría.
—Primero tengo que ver qué clase de nuera tendré.
No era que Shivonne hubiese adivinado la respuesta, pero la señora Drayton
difícilmente habría mencionado a Lisa... ni habría admitido que no le gustaba.
Shivonne observó su expresión y pensó: "No, Lisa no le gusta, y por esa razón se
niega a venir a vivir aquí mientras exista la posibilidad de que Lisa se convierta en
su nuera."
Antes de que Shivonne encontrase algo que decir, Kurt entró en la sala de
estar y se quedó un momento parado en la puerta; sus ojos oscuros pasaron de una
mujer a otra con una expresión muy extraña en aquella cara tan distinguida. Vestía
unos pantalones de lino blanco de excelente corte y una camisa de finísimo algo-
dón, también blanco, de modo que el contraste con la piel morena resultaba
sobrecogedor y exageradamente atractivo. Shivonne tuvo conciencia de una
insondable sensación de desasosiego que nunca había experimentado antes. Los
latidos de su corazón eran irregulares, arrítmicos, pero no se aceleraban
sobresaltados como siempre que su jefe la mandaba llamar, sino de un modo del
todo diferente. Sí, tenía alterado el pulso y había también una mezcla de ansiedad
y deleite que le embotaba el cerebro, algo intangible que no podía precisar por
mucho que se esforzase. Esa sensación persistió hasta que Kurt se fue, después de
haber charlado unos cinco minutos con su madre. Shivonne se había levantado
entonces para retirarse pero un gesto imperioso de la señora Drayton la mantuvo
en su sitio, y ella volvió a sentarse frente al ventanal por donde entraba el sol.
Había visto que los ojos de Kurt se posaban en su cara varias veces y una de esas
veces la habían contemplado de pies a cabeza, y ella se ruborizó al notar un cambio
en la expresión, cuando esa mirada se detuvo momentáneamente en sus pechos
firmes y erguidos. Recordó el comentario que Brian le había hecho a Richard,
estando ella presente: "Una vez que se haya casado con Lisa, el jefe tendrá que
olvidarse de que hay otras chicas."
Para Shivonne resultaba evidente que él era tan atractivo como para que no se
le resistiera ninguna mujer que se le antojara, y ella no era tan ingenua como para
dudar de que Kurt fuese un mujeriego... Aunque tampoco era eso. Esa idea no le
gustaba en absoluto. Él no era peor que cualquier hombre soltero en edad de
disfrutar de sus travesuras juveniles; al menos tal era su conclusión.
—Dime, querida —oyó decir a la señora Drayton apenas su apuesto hijo cerró
la puerta tras de sí—, ¿qué piensas de Kurt?
Sorprendida por esa pregunta tan súbitamente inesperada, Shivonne sintió
que le ardían las mejillas.
—No sé... —empezó a decir, pero su interlocutora la interrumpió.
—Sí lo sabes, Shivonne. Todas las mujeres se forman alguna opinión de él, y
estoy segura de que tú no eres la excepción. Es atractivo, ¿verdad?
—Mucho —fue la réplica breve y espontánea de Shivonne.
—Demasiado atractivo, en realidad. Ningún hombre debería ser capaz de
atraer a las mujeres de ese modo —"parece ligeramente enfadada", pensó Shivonne
con cierta sorpresa—. Ser capaz de seducir a cualquier mujer lo convierte en un
hombre vanidoso, ufano. Lo que le haría falta es encontrarse con una mujer difícil
de seducir, que no sucumbiera ante su buena presencia y ese físico magnífico que
tiene.
De pronto Shivonne se encontró riendo.
—Sin embargo, usted no lo cambiaría por otro, señora Drayton.
Ahora le tocó reírse a la otra mujer.
—No, debo admitir que estoy orgullosa de mi hijo. Soy la envidia de otras
madres y siempre ha sido así —se quedó un momento pensativa—. No obstante,
me gustaría que encontrase a una chica delicada y agradable y sentara cabeza. Sí,
quisiera verlo casado y dándome nietos.
—Es un deseo muy razonable —asintió Shivonne, y pensó que cualquiera de
los hijos que Kurt tuviera la haría sentirse tan orgullosa como abuela, como lo
estaba en su papel de madre.
Pero Lisa... Si su carácter era tan desagradable, ¿qué efecto podían tener sus
genes en los hijos de Kurt? Shivonne miró a la mujer, encorvada en su silla, y supo
instintivamente que la señora Drayton estaba pensando lo mismo que ella.
Una semana más tarde, Kurt dijo a Shivonne que sería la dama de compañía
de su madre.
—Supongo —añadió con tono divertido— que pensarás que es innecesario
que te lo diga, ya que has estado con ella desde que llegó.
—Sí... y me gusta mucho su compañía —respondió tímidamente.
—La razón por la que te la confío es, de hecho, que tú y ella parecéis ser muy
buenas amigas... —Kurt hizo una pausa ante la expresión de Shivonne—. ¿Piensas
que te contraté en primer lugar como posible compañía para mi madre?
Ella lo miró sorprendida, porque nunca había esperado tanta franqueza del
austero y formidable Kurt Drayton. Pasado un instante dijo:
—Fue su señora madre quien llegó a esa conclusión. Me ha explicado que a
usted le gustaría que se quedase a vivir aquí, y como ha decidido tentarla... bueno,
persuadirla para que viniese, ha traído a alguien de mi tierra para hacerle
compañía.
Kurt estaba sonriendo con expresión enigmática y ella en seguida pensó qué
el hecho de que ella hubiera usado la palabra "tentar" le había divertido. Ahora
parecía diferente, más accesible, más humano, y una sensación agradable y cálida
invadió a Shivonne.
—Es verdad, quiero que se quede a vivir conmigo —admitió, con aquel
acento tan atractivo en la voz, y siguió explicándole que su hermana y su cuñado
estaban a punto de trasladarse a América—. Pero mi madre tiene muchos amigos
en Gran Caimán —añadió—, así que hace falta persuadirla un poco.
Hizo una pausa, la miró de lleno a los ojos y hubo un momento de tensión en
que pareció haber electricidad en la atmósfera. Era un profundo interludio y, el
silencio era tan completo que, incluso fuera, el canto de los pájaros se había
apaciguado. Shivonne bajó un poco las pestañas para evitar la intensidad de su
mirada.
—Habrá, por supuesto, un aumento en tu salario —continuó Kurt, y la súbita
interrupción del silencio la espantó como el disparo de un revólver.
Su tono era frío y brusco, sus ojos tenían un brillo metálico y había fruncido el
entrecejo.
—No necesito más dinero —empezó a protestar, pero él hizo un movimiento
imperioso con la mano y ella se calló.
—Quiero que hagas todo lo posible para que mi madre esté contenta aquí —
le dijo, y ahora tenía una voz severa y dictatorial—. Tengo ganas de que se venga a
vivir conmigo permanentemente.
—Pero cuando usted se case... —Shivonne se calló inmediatamente, pero ya
lo había dicho.
—¿Mi madre ha dicho algo sobre la señorita Templar? —Kurt parecía muy
curioso.
—No exactamente. Sólo ha dicho que no vendría a vivir aquí hasta no saber
quién iba a ser su nuera.
Shivonne no pensó ni por un momento que a la señora Drayton le importase
que le hablara de eso a su hijo. De hecho, probablemente ya había hablado con él
de esas cosas.
Kurt dejó escapar un discreto suspiro y cambió de tema.
—¿Sabes conducir, Shivonne?
—He tomado algunas lecciones, pero mi padre... bueno, conoció a alguien y
ya no me dio más lecciones. Mi novio iba a seguir enseñándome pero..., pero —
titubeó y notó con espanto que le brotaban las lágrimas y le ardían los ojos.
Kurt la contemplaba fijamente, como si estuviera tratando de leerle el
pensamiento. Sus ojos lanzaron un destello y después le recorrieron todo el cuerpo,
desde la cabeza hasta los bien torneados tobillos y las sandalias que descubrían
unos pies delicados, con las uñas pintadas de rosa.
—Te sacaré a dar una vuelta para ver qué has aprendido —decidió de pronto,
y volvió a sorprenderla con el cambio en su conducta para con ella.
Evidentemente, deseaba que se quedase y que hiciese compañía a su madre;
Shivonne recordó que él la había oído exclamar que tenía que irse. ¿Le preocuparía
que ella pudiese decidir volverse a su casa? Pensó que tal vez sí, y por eso había
empezado a modificar sus modales con ella. No podía imaginárselo sentado a su
lado en coche, haciendo una evaluación de su capacidad como chófer.
—Podría ir a una autoescuela —sugirió, pero él sacudió la cabeza.
—Primero saldremos a ver lo que sabes. Tal vez ya no necesites más
lecciones.
Y, fiel a su palabra, a la mañana siguiente, muy temprano, le hizo conducir su
coche. Naturalmente, ella estaba nerviosa y condujo despacio y con cautela por el
camino largo y estrecho que llevaba a la costa. El camino era sinuoso porque subía
por una colina, y Shivonne se desvió un par de veces.
—Lo siento... —se sentía incómoda en aquel coche tan extraño; era grande y
el volante no estaba en el lado adecuado porque, aunque en las islas Vírgenes se
conduce por la izquierda, los coches, que casi siempre son estadounidenses, están
hechos para circular por la derecha—. Creo que lo he hecho muy mal —dijo como
desaprobándose, cuando por fin se detuvo, al final de un sendero bastante áspero
por donde él la había guiado.
—No demasiado mal, en verdad —dijo él para sorpresa de Shivonne, y una
oleada de calor le invadió todo el cuerpo, antes incluso de que él agregara en un
tono indiscutiblemente amistoso—. hemos parado aquí porque me gustaría lle-
varte a ver la playa. Todavía no has visto nada de la isla, ¿verdad?
Shivonne sacudió la cabeza, impresionada ante su cortesía al dar la vuelta al
coche para abrirle la puerta. Estos serían los mismos modales que debía emplear
con Lisa... no, seguramente era su manera habitual de tratar a un sirviente.
Shivonne sabía intuitivamente que cada uno de sus actos tendía a un motivo
ulterior; anhelaba que ella se quedase con ese empleo, como acompañante de su
madre.
—¿Eso es lo que llaman el Parque? —le preguntó a Kurt cuando él cerraba la
puerta del coche—. John me habló de él y me dijo que tenía que verlo.
—Sí, este es el Parque —siguió hacia adelante por un sendero pedregoso en el
que, entre otros obstáculos, había las raíces de los árboles, visibles en el suelo—.
Ten cuidado —le advirtió Kurt y volvió la cabeza para ver si ella le seguía sin
problemas—. Si te descuidas, puedes torcerte un tobillo.
—Muy fácilmente —estuvo de acuerdo Shivonne, que acababa de torcerse un
tobillo.
Pero caminó con cuidado sobre las piedras y las raíces más pequeñas, por un
sendero cuya vegetación selvática ocupaba ambos lados en los lugares más densos,
pero en otros lugares dejaba ver el mar, cuando los arbustos cedían el paso a
palmeras y otros árboles esbeltos. El cielo estaba de un color azul zafiro y apenas
había unas pocas nubes de buen tiempo, que se deslizaban suavemente y
proyectaban su sombra sobre la superficie tranquila del mar.
—¡Esto es muy hermoso!
Todos sus sentimientos de inferioridad y timidez se esfumaron ante la belleza
del espectáculo que vio cuando salió del sendero; era un paisaje que le quitó el
aliento. Había piedras enormes diseminadas por la playa de manera que el agua se
escurría permanentemente por entre el laberinto de charquitos y salpicaduras que
se formaban. La playa estaba desierta: al menos en la parte a donde Kurt la había
traído no había nadie más que ellos, y a Shivonne le hubiera gustado estar sola y
haber traído su traje de baño. El agua que se extendía desde la costa era de un
verde azulado salpicado con manchas color aguamarina y doradas, reflejos
plateados y diamantinos, todo producto de los juegos de luces del sol. Había sitios
donde las olas rompían contra las enormes rocas y las salpicaduras se elevaban a
buena altura frente al cielo azul del Caribe.
—Es como el paraíso... —suspiró Shivonne, sin pensar que estaba hablando
en voz alta—. ¡Es increíble!
Kurt se acercó a su lado y de pronto ella tuvo plena conciencia de su
masculinidad, de aquel poderoso magnetismo que le provocaba escalofríos en la
columna vertebral. Él le tocó los dedos; Shivonne no se movió, y Kurt cerró la ma-
no sobre la de ella. De Pronto se mostraba muy humano, además de muy
masculino
—Ven —la urgió a modo de pretexto por haberla cogido de la mano, o al
menos a ella le pareció una excusa—. Te enseñaré otra cala más bonita, donde
puedes ir a nadar otro día. Suele estar desierta, de modo que si me avisas con
tiempo vendré contigo.
—¡Venir conmigo, usted! —ella sacudió la cabeza con incredulidad.
¿Hasta dónde habría pensado cambiar el modo de tratarla para conservarla
en ese empleo? Estaba segura de que todo eso era consecuencia de que él la
hubiera oído decirse a sí misma que tenía que marcharse.
—¿Qué tiene de raro?
—Usted es mi jefe, señor Drayton —le recordó, y él se rió.
—Ahora, mi madre es tu jefa —le dijo.
—Pero es usted quien paga mi salario —le respondió Shivonne.
Él ignoró el comentario y la condujo con cuidado entre las rocas gigantescas a
las que llamaba los Baños. Shivonne volvió a perder el aliento ante la belleza que la
rodeaba... y, tan absorta estaba, que inconscientemente le estrechó la mano con la
suya.
—Es indescriptible —suspiró—. ¡Ahora, no me extraña que usted se haya
hecho construir su casa en esta isla!
—Pensar que hoy en día hay tantas islas plagadas de turistas —dijo él con un
tono de pena en la voz—. La primera vez que vine aquí era un niño, y supe que
algún día viviría aquí.
Su mano sujetaba la de ella cuando la condujo por la playa, entre las rocas y
las palmeras, el mismo paisaje con el que seguramente se había encontrado
Cristóbal Colón. ¡Tuvo que haber sido impresionante! Ir descubriendo una isla
detrás de otra, explorando un mundo hasta entonces desconocido para Occidente...
—Hay docenas de esas calas —observó Shivonne, ahora vívidamente
consciente del contacto de su carne con la suya.
Él no parecía tener prisa por soltarle la mano aunque ahora estaban en la
arena blanca y fina mirando la línea del horizonte. Shivonne podía sentir el calor
de su puño, la tenue humedad en la atmósfera a su alrededor. La invadió la sensa-
ción de que perdía el aliento, y un sentimiento de excitación y expectación, y de
irrealidad, se apoderó de ella. Kurt ya no era su formidable jefe... sino el guapo
acompañante que había sido tan amable como para permitirle echar una ojeada al
paraíso. De pronto sintió la garganta seca y trató de tragar; le pareció que se
ahogaba y se le aceleró el pulso. Pero no sólo su cuerpo reaccionaba ante esa
magia. Su mente también se veía afectada por pensamientos difíciles de gobernar;
y recibía vibraciones de su cuerpo y lo veía todo claro, aunque imposible. Sintió
con desagrado que se ruborizaba y volvió a tratar de tragar saliva. Kurt la miró y
sonrió divertido al verle las mejillas sonrosadas. Ella bajó las pestañas sin darse
cuenta del alcance de su gesto, inconsciente del deseo que aquel hombre tenía de
besarla, de detener el trémulo estremecimiento de sus labios. Kurt dijo con voz
suave:
—Háblame de tu novio. ¿Os peleasteis?
—Encontró a otra más atractiva —explicó ella simplemente, y le oyó soltar un
resoplido de incredulidad.
—¿En serio? —le preguntó curioso, mientras le sostenía con firmeza la
mirada.
—Nos conocíamos desde la infancia —respondió Shivonne a modo de
explicación.
—Entiendo... mucho tiempo —dijo Kurt.
—No crea. Hay quienes se casan porque se conocen de toda la vida.
—¿Querías casarte con él?
—Siempre pensé que un día nos casaríamos.
—Si él te hubiese amado —señaló Kurt en voz baja—, se habría casado
contigo apenas hubieseis tenido la edad necesaria.
Ella sacudió la cabeza.
—Hace poco, consiguió encontrar un trabajo bien pagado.
—Ya veo —comentó él pensativo—. Tan pronto como pudo asegurar su
posición te dejó por otra chica.
—¡No diga eso! —gritó Shivonne, y habría retirado la mano si él se lo hubiese
permitido—. Me pesa... aquí... —se oprimió el pecho con el puño y las lágrimas
brotaron de sus ojos—. Fue por él que decidí venir... bueno —se corrigió,
incurablemente veraz—, en parte fue por él. Verá, mi padre ha vuelto a casarse, mi
madre había muerto hace unos años, y yo no he podido entenderme con mi
madrastra.
—¿De modo que te viste obligada a irte de tu casa?
Shivonne asintió con la cabeza; el pelo se le agitó y le brilló al sol. Vio que los
ojos de su acompañante destellaban con un brillo extraño, lo vio tragar saliva y
luego mirar a lo lejos, hacia el mar, donde un magnífico velero se acercaba al
puerto de Tortola.
—Pensé que para mí sería mejor irme de mi casa.
—Pero luego te arrepentiste, ¿no es verdad?
—Me sentí muy sola y decidí marcharme de aquí.
—Te oí hablando sola —hizo una pausa, mirándola con atención—. Ahora,
sin embargo no te sientes tan sola, tan nostálgica, ¿verdad?
"Parece bastante ansioso", pensó Shivonne, al ver cómo la miraba, esperando
su respuesta. Ella le ofreció una sonrisa encantadora; sólo las jóvenes irlandesas
saben sonreír de esa manera.
—No, no me siento sola ahora, señor Drayton. Estoy muy contenta de ser la
señorita de compañía de su madre, y todo lo que deseo es quedarme mucho
tiempo en Casuarina Mount.
—Así lo espero —fue su réplica inmediata. Y agregó categóricamente—.
Dependerá de ti, Shivonne, no lo olvides.
Ella sospechó que más bien dependía de que Kurt se comprometiese con Lisa,
pero, por supuesto, se guardó para sí la idea y sólo dijo:
—Haré todo lo posible, señor Drayton, para mantenerla con nosotros... quiero
decir con usted.
—Sí, estoy seguro, Shivonne —miró el reloj—. Será mejor que regresemos.
Tengo algunas cosas que hacer después del almuerzo.
Antes había dicho que deseaba almorzar media hora más temprano, y ahora,
en el camino de vuelta por el sendero pedregoso, mostraba prisa. Shivonne, que no
deseaba dejar mucho espacio entre ambos por temor a que él se impacientara por
tener que detenerse a esperarla, iba saltando e incluso a veces corría. De pronto él
dio media vuelta al oírla gritar de dolor, y se acercó a ella.
—¿Qué pasa?
—Mi tobillo... Oh, pero... ¡cómo duele!
—Siéntate —le ordenó Kurt, y ella se alegró de obedecerle, aunque sin
embargo le preocupaba la pérdida de tiempo—. Déjame echarle una ojeada.
Se agachó e inclinó la cabeza a la altura de las rodillas de Shivonne; muda de
asombro, ella se dio cuenta de que le habría gustado acariciarle aquellos cabellos
oscuros, y se ruborizó ante la idea, y fue ese el momento en que Kurt volvió a
mirarla fijamente. Hubo un instante de tensión en el ambiente y antes de que
ninguno de los dos se percatase, sus labios se encontraron, se rozaron al principio,
y entonces ambos se olvidaron del tobillo cuando Kurt la levantó y la atrajo hacia
él oprimiendo sus carnes, aplanándole los senos contra su pecho duro y
musculoso.
—Oh... —suspiró Shivonne cuando su boca quedó un momento libre—. Señor
Drayton... —el resto de la frase quedó sofocado por los labios sensuales de Kurt,
que volvieron a poseer los de ella con una maestría inquietante.
Había arrogancia y un aire de autoridad en el modo de estrecharla. Shivonne
no podía hacer más que corresponderle, ya que su magnetismo era más de lo que
ella podía resistir. Se preguntó vagamente a cuántas mujeres había conquistado así,
despojándolas de todo vestigio de resistencia con ese poder de seducción tan viril y
devastador. Se adhirió a él; le ofreció los labios y los entreabrió, y una oleada de
éxtasis la hizo estremecer cuando sintió que unas manos delgadas la acariciaban, le
tanteaban los costados y se deslizaban más abajo, adaptándose a sus contornos de
un modo que a él le permitió acentuar aún más la intimidad, ya que ella estaba
excitada y era consciente de su virilidad y su deseo. Sus cuerpos se movían
rítmicos, en armonía; Kurt cogió con una mano uno de sus pechos firmes,
deliciosos, y le acarició el pezón con los dedos hasta que sintió que su cuerpo se
estremecía contra el de él, cuando con delicada pericia puso en erección el sensible
botoncito. La blusa de la joven llevaba una delgada cremallera de plástico blanco
por delante, que en seguida estuvo abierta hasta la cintura.
Oh... —murmuró ella otra vez, ahora en tono de protesta—, no puede...
—Sí, puedo —la corrigió él antes de que su boca tocara el lugar donde habían
estado sus dedos.
Shivonne se estremeció contra él, sometida por sus ansias, consciente del
doloroso deseo en sus entrañas. Sintió que los dientes de Kurt la mordían con
suavidad y sus labios húmedos le recorrían los pechos. Se le escapó un quejido y
casi llegó a pedirle, no, a suplicarle que la tomara, que le hiciese el amor allí
mismo, al lado del sendero, sobre la hierba crecida y tibia por el sol, donde todo
era tan primitivo como lo había sido en el comienzo de los tiempos.
—¿Cómo pudo tu amigo dejarte por otra?
La voz de Kurt sonaba ronca contra el cuello de Shivonne y su aliento era
fresco y agradable, pero acentuaba aquel aroma masculino que le atormentaba el
olfato todo el tiempo.
A cada segundo que pasaba, Shivonne se sentía más débil, ya que el vigoroso
abrazo la sofocaba, y pensó que estaba a punto de perder el sentido. Sus labios y
todo el cuerpo le ardían cuando Kurt la soltó al fin, aunque todavía la sujetaba por
los brazos mientras la mirada metálica y oscura se fijaba en la suya con una ex-
presión inescrutable en sus estrechas pupilas.
—Este tobillo... —dijo él con una sonrisa extraña—. Eres muy tentadora,
Shivonne —agregó, y la acusación era también una admonición que le quitó a
Shivonne la sensación de felicidad y la dejó vacía, exhausta y con la convicción de
que debería haberse resistido, haber evitado la escena, ya que para él no había
significado nada.
Había querido besarla, acariciarla, y había sucumbido a sus instintos
primitivos tomándola, capturándola. La vergüenza y el arrepentimiento le hicieron
aflorar la sangre en las mejillas y Kurt en seguida le acarició la cara y frunció el
entrecejo, arrepentido, como a punto de pedirle disculpas. Ella no podía permitir
algo así. Lo hecho, hecho estaba y era culpa tanto de él como de ella.
Se apresuró a decirle que el tobillo ya no le dolía tanto y él le creyó. Pero una
vez en el coche dio un respingo al poner el pie en el pedal, y al instante Kurt
advirtió su dolor, de modo que cogió el volante, condujo de vuelta a casa y la
acompañó dentro para atenderla. La señora Drayton estaba en la galería poniendo
unas flores en un florero. Miró a su hijo con expresión preocupada.
—¿Qué le ha pasado a Shivonne? —quiso saber, y casi se sonrojó, como si la
culpa hubiese sido de ella.
—Me torcí un tobillo —dijo Shivonne en seguida, antes de que él pudiera
hablar—, y no he podido conducir al regresar...
Se sentía turbada, incapaz de encontrarse con la mirada de la mujer. La
señora Drayton miró fijamente a su hijo.
—¿Desde dónde no ha podido conducir? —le preguntó sin quitarle los ojos
de encima.
—Llevé a Shivonne al Parque y a los Baños —le explicó a su madre, que alzó
las cejas.
Shivonne se acercó cojeando a una silla y se sentó.
—¿Había mucha gente? —la voz de la señora Drayton tenía una inflexión
curiosa, y a Shivonne le pareció que era un poco áspera y tuvo la impresión de que
la señora Drayton no se fiaba de Kurt en un lugar desierto y a solas con Shivonne.
—Lo que quieres saber —la corrigió Kurt con un toque divertido y satírico en
la voz—, es si al menos había alguien en ese lugar.
Su madre asintió y sus ojos se desplazaron pensativos hacia la muchacha
sentada.
—¿Había alguien? —quiso saber.
Shivonne sintió que se ruborizaba a medida que oía ese diálogo entre madre e
hijo.
—Nadie más que nosotros —replicó Kurt con el mismo tono divertido—. No
había veleros con turistas cerca y la playa estaba absolutamente libre de intrusos.
Hubo un silencio antes de que su madre dijera, esta vez bastante enérgica:
—Bueno, tendremos que llevar a la chica al médico, supongo —y se dirigió
cojeando hacia el teléfono, situado en un cuartillo agradable al que llamaban "la
cueva".
Shivonne, desde su silla, le dijo:
—No necesito al doctor, señora Drayton, no es nada.
—Es verdad —dijo Kurt—. No le dolerá más que unas pocas horas —habló
con confianza y Shivonne supo de inmediato que no cometería la omisión de no
llamar al médico si fuese realmente necesario.
—¿Estás seguro? —su madre todavía estaba un poco inquieta cuando se
volvió para mirar a Shivonne, que se había puesto de pie.
—Segura —sonrió Shivonne—. No es nada que requiera particular atención.
La señora Drayton se encogió de hombros y dijo con resignación:
—Muy bien, querida. Pero si dentro de unas horas todavía te duele haré venir
al médico y no habrá excusas que me detengan.
Capítulo 3
Shivonne miraba desde la ventana de su habitación el hermoso yate blanco y
recordaba que Brian le había contado que costaba casi cuatro millones de dólares.
Todo ese dinero por una embarcación de recreo que ni siquiera se usaba a menudo,
por lo que Shivonne pudo ver.
Le parecía un derroche y, por primera vez, estaba tratando de evaluar la
fortuna de su jefe. Su madre también era rica a su manera, ya que era propietaria
de vastas extensiones de terreno en la isla de Gran Caimán, y se limitaba a con -
servarlas, sabiendo que cada día que pasaba aumentaba su valor. ¡Y hacía poco que
el valor de los terrenos se había duplicado en cuestión de semanas! Terrenos...
Como el padre de Shivonne había dicho una vez:
—Compra tierra; ya no se fabrica, y por lo escaseará y naturalmente
aumentará de precio.
Shivonne miró el yate, que se movía suavemente bajo la brisa, airosamente,
como un patricio consciente de su superioridad.
El Mohawk... Con su salón principal pródigamente amueblado y revestido
con boiserie de color ceniza dispuesta de manera irregular, y separado del salón
comedor por un arco de madera elaboradamente tallado. El salón de estar de la
cubierta de popa, próximo al principal, se comunicaba mediante unas puertas de
madera tallada a mano, con aplicación de vidrios de color y tiradores de marfil.
Todos los otros camarotes eran igualmente lujosos. La señora Drayton estaba muy
orgullosa del yate de su hijo; le había pedido que la llevase en un cruce ro y, por
supuesto, Shivonne también tendría que ir.
—Supongo —le dijo a John— que debería considerarme un ser privilegiado
—durante el pasado mes había adquirido mucha confianza, urgida y estimulada
por la encantadora mujer a quien hacía compañía.
—No te comportes como si fueras una gatita tímida —la regañaba la señora
Drayton una y otra vez—. Ya no estás en tu lejano pueblecillo irlandés, querida.
—Tal vez no, pero soy una sirvienta, señora Drayton.
—Una acompañante no es una sirvienta —replicó casi secamente la madre de
su jefe—. ¡Nunca más vuelvas a decir de ti semejante cosa!
Shivonne dejó escapar un leve suspiro. La señora Drayton estaba bastante
rara esos días. Era casi como si tuviese algún plan en la mente, pero Shivonne no
lograba saber de qué se trataba. La mujer parecía contenta; por las mañanas
tomaba en la cama el desayuno, que Nancy, una de las doncellas, le llevaba en una
bandeja de plata, con un jarroncito con flores. Su hijo la llevaba a veces a pasear
con Shivonne, y se iban a la playa a contemplar el horizonte y algunas de las
diminutas islas que forman el archipiélago de las Vírgenes. Cimas de una enorme
cordillera de montañas sumergidas en el mar... Sí, sólo las cumbres, y a veces
Shivonne trataba de imaginarse qué aspecto tendría el mundo si sobreviniese otra
era glacial, cubriéndolo todo de hielo y agua. Emergerían otras tierras... de hecho,
toda la superficie del planeta sería diferente, y también los mares y los océanos.
Finalmente, se volvió y entró en la sala de estar para hacer compañía a la
señora Drayton.
—¿Qué has estado haciendo? —La buena señora había dormido la siesta
después de comer, y le había dicho a Shivonne que no se verían hasta las tres y
media de la tarde.
—Pensando —admitió Shivonne con franqueza.
—¿Pensando en qué?
—En cosas —contestó vagamente, pensando en su lejana Irlanda y en el
hermoso valle de Avoca.
—¿Tu casa?
Shivonne asintió con la cabeza, pero agregó con su acostumbrada franqueza:
—Y en otras cosas.
Caminó hasta la ventana y se sentó con las manos cruzadas sobre las rodillas.
Se había dado una ducha y se había cambiado los pantalones que llevaba antes del
almuerzo. Ahora llevaba un vestido de algodón ceñido en la parte del busto, sujeto
por unos tirantes delgados. Era de color verde limón y tenía un lazo blanco. Un
vestido simple, pero encantador precisamente por su simplicidad.
A Shivonne le sentaba muy bien y la señora Drayton se lo hizo notar
sonriendo enigmáticamente, con una singular expresión en la mirada, cuando dijo:
—Estás muy atractiva con ese vestido, querida. Ese color te sienta de
maravilla.
—Gracias —dijo Shivonne tímidamente, y se acordó de Lisa, que odiaba el
verde.
—Y ahora, dime Shivonne, ¿qué eran esas otras cosas? —insistió la señora
Drayton—. ¿Cuáles son?
Los ojos de Shivonne centellearon divertidos. No era la primera vez que la
señora Drayton ponía en evidencia su curiosidad.
—Para ser sincera, he estado pensando en su hijo y en la fortuna que tiene. El
yate, por ejemplo, cuesta un dineral.
La señora Drayton asintió con la cabeza y se quedó un momento pensativa.
Shivonne la miró y observó sus facciones finas, clásicas, el delicado color de su
piel, una piel exenta de arrugas o cualquier otro signo del paso del tiempo. Tenía
una frente amplia y clara, las cejas delicadamente curvadas sobre los ojos grandes
y bien separados, con pestañas tan pobladas como las de Shivonne.
—¿Tú no apruebas que una persona pueda poseer una enorme fortuna? —
dijo finalmente la señora Drayton, mirando de cerca a Shivonne, como para notar
cualquier pequeño cambio en su expresión, que pudiera darle la clave de lo que
estaba pensando.
Sabía que por respuesta recibiría una evasiva, que Shivonne no expresaría
abiertamente su desaprobación.
—Supongo que así es como ha de ser, señora Drayton. Eso crea puestos de
trabajo para los menos afortunados.
La enigmática sonrisa reapareció. La señora Drayton se repantigó en el
respaldo de la silla y durante largo rato miró en silencio a su interlocutora.
—Háblame de tu hogar, querida —la invitó al fin—. Tú eres de un país muy
bonito.
—¿Ha estado en Irlanda?
—No, todavía no.
—Pero le gustaría, ¿verdad? —la voz de Shivonie era anhelosa e incitante.
—Me encantaría. Y quizá vaya contigo cuando ruelvas a tu casa de
vacaciones.
—¿Usted...? —Esas palabras confundieron a Shivonne, y sin embargo, casi de
repente, recordó la impresión previa de que la mujer planeaba algo... pero ¿qué
estaría planeando?—. Habla usted en serio, señora Drayton?
—Por supuesto que hablo en serio. Y ahora, háblame de tu hogar —insistió.
Shivonne le describió los paisajes, las playas escarpadas y hermosas, las
montañas, los valles, las ciudades, todas comparativamente pequeñas, salvo
Dublín, puesto que Irlanda no poseía grandes aglomeraciones urbanas como otros
países.
—Se puede conducir varias millas sin ver otro coche —agregó con nostalgia,
la mirada en el vacío y las manos entrelazadas en el regazo—. El oeste de Irlanda
es tan hermoso que es imposible imaginárselo; hay que verlo.
—Pero, ¿no eres tú del Este?
Shivonne asintió.
—También tenemos playas, y desde la carretera superior de nuestro valle se
pueden ver los montes Wicklow y una montaña muy alta que se llama Pan de
Azúcar.
—Sí..., creo que un día de estos dejaré que me lleves allí contigo —la anciana
volvió a hacer una pausa, silenciosa, pensativa.
Shivonne se sentía cada vez más confundida por esos silencios. Que la señora
Drayton estaba pensando en algo era obvio... , pero ¿en qué pensaría con ese aire
ausente, y sin embargo con los ojos fijos en la cara de Shivonne?
—Olvidé mencionarte... —empezó a decir por fin la señora Drayton, pero se
interrumpió bruscamente cuando se abrió la puerta y su hijo entró en la habitación.
—¿No tomamos el té? —levantó las cejas durante una fracción de segundo—.
Venía a tomar el té con vosotras.
Su madre le sonrió afectuosamente... y entonces sus ojos se desplazaron
lentamente hacia donde Shivonne estaba sentada. Hubo un momento de tensión, y,
sin que Shivonne pudiera explicar por qué, sintió que se le erizaba el vello de los
antebrazos. Entonces Kurt rompió el silencio al preguntar otra vez si tomarían el
té.
—Por supuesto. —Su madre señaló la campanilla, pero antes de que
Shivonne se levantara, Kurt ya la había hecho sonar—. Shivonne y yo estábamos
charlando y se nos ha pasado el tiempo sin darnos cuenta.
Kurt caminó hasta un sillón, se sentó, y levantó un poco la pernera del
pantalón antes de cruzar una pierna sobre la otra.
—¿Puedo preguntaros de que hablabais? ¿O era una charla de mujeres? —
Parecía ligeramente divertido cuando se recostó contra el respaldo y se relajó.
Shivonne le dirigió una mirada solapada y rápida y luego veló su expresión
bajando las pestañas. Aquel hombre estaba empezando afectarla de una manera
perturbadora.
—Shivonne estaba hablándome de Irlanda y de sus maravillosos paisajes. He
decidido que un día tengo que ir allí.
—¿Tienes que ir? —los oscuros ojos de Kurt parecían sorprendidos—. ¿Qué
quieres decir, madre?
—Me gustaría conocer al padre de Shivonne... —De pronto pareció interesada
en un pájaro de colores brillantes que saltaba de rama en rama de un arbusto, del
otro lado de la ventana. A Shivonne, que había estado mirándola atentamente, le
pareció que estaba evitando deliberadamente la mirada de su hijo.
"¿Y por qué querrá la señora Drayton conocer a mi padre?", se preguntó
Shivonne con perplejidad.
—¿Quieres conocer al padre de Shivonne? —Kurt estaba tan sorprendido
como Shivonne—. ¿Y por qué?
—Simple curiosidad —fue la respuesta desenfadada de su madre—. Si
visitase Irlanda, sería lógico que conociera al padre de Shivonne.
Por un momento su hijo pareció estupefacto, pero se abstuvo de hacer más
preguntas, y por otra parte Belinda, una muchacha color café que siempre tenía
una sonrisa y una palabra amable, acababa de traer el té.
—Aquí está, señora —atravesó ligera la habitación y puso la bandeja de plata
sobre una mesa, echó una breve mirada a Kurt y dijo—. ¿habrá suficientes canapés,
señora?
—Yo no deseo nada para comer, Belinda, —dijo Kurt antes de que su madre
pudiese hablar—. Sí, habrá suficientes.
—¡Que aproveche! —exclamó Belinda, y se despidió de todos diciendo con
una amplia sonrisa—. ¡hasta luego!
La señora Drayton meneó la cabeza cuando la puerta se cerró tras la
muchacha.
—Demasiada confianza, Kurt —comentó con una sonrisa sarcástica en los
labios—. Me sorprende que hasta ahora no le hayas llamado la atención.
—Debería haberlo hecho —admitió, pero después de una pausa agregó—. Sin
embargo me resisto a reprimir el buen humor; cada día resulta más difícil
encontrarlo por ahí.
—Estoy de acuerdo contigo —la señora Drayton echó una rápida ojeada a
Shivonne, e inesperadamente dijo—. Shivonne es una chica tranquila, pero está
empezando a salir de su caparazón, ¿no te parece?
Shivonne se ruborizó y, si se hubiera atrevido, habría protestado ante tanta
franqueza. Pero lo que hizo fue abandonar su silla junto a la ventana y ocuparse de
servir el té. Oyó a Kurt responder a la pregunta de su madre:
—Un poco, sí. Pero lo fundamental de cada personalidad difícilmente cambia.
—En eso no estoy de acuerdo —replicó su madre con firmeza y decisión—.
He advertido un cambio muy notorio en Shivonne desde el primer día en que yo
llegué.
El rubor de Shivonne subió de tono; ya había servido el té, pero le faltaba
coraje para pasar las tazas a Kurt y a su madre. Sintió que no podría mientras se
sintiese tan perturbada.
—Habrás influido en ella de algún modo, entonces.
—Sospecho que se sentía sola y nostálgica, y también creo que estaba a punto
de volverse a Irlanda.
Shivonne, incapaz de permanecer inactiva por más tiempo, se enderezó y se
volvió con un platillo en cada mano. Se dio cuenta de que todavía estaba colorada
pero esperó no parecer tan turbada como se sentía. Aquellas dos personas no
tenían derecho a hablar de ella de aquel modo..., al menos en presencia de ella.
Se oyó a sí misma decir en voz baja:
—El señor Drayton sabe que estuve a punto de volverme a Irlanda.
Sirvió el té a la señora Drayton, y después se acercó a Kurt. Cuando él cogió
la taza que ella le alcanzaba, sus ojos se encontraron y Shivonne se estremeció ante
la mirada divertida e irónica que él le dirigió. Supuso que su timidez tenía mucho
que ver con el trato que recibía de esa gente. Recordó que Lisa había dicho que era
"rara". Y sin embargo, no era ni por asomo tan tímida como al principio; la señora
Drayton tenía razón al decir que había cambiado mucho. Más de una vez, ella le
había inspirado gran confianza, aunque no en momentos como éste. En ese
instante sólo deseaba escapar, pues, aunque ya no estaban hablando de ella, ambos
la contemplaban, la señora Drayton con un interés inescrutable y su hijo con ese
aire divertido, pero en el que ahora se mezclaba algo más que hizo que le
centellearan los ojos antes de desviarlos desde la cara de Shivonne a la de su ma-
dre. Parecía confundido y pensativo cuando se llevó la taza a los labios.
Después de servir los bocadillos, Shivonne miró hacia la ventana. El gran
ventanal se hallaba a espaldas de ella, pero a su lado había otra ventana que daba a
las masas de adelfas e hibiscos de colores exóticos, cerca de un hermoso árbol
conocido como "llama del bosque" y que crecía cerca de unos canteros de raras
flores tropicales. Más allá del jardín estaba la playa, casi tan blanca y suave como el
talco, lamida por las aguas azules del mar Caribe y presidida por un cielo azul
celeste desde el cual el sol se derramaba con sus rayos oblicuos, profundamente
dorados, pues la tarde ya declinaba y las penumbras lo invadirían todo al cabo de
un par de horas.
Los pensamientos de Shivonne comenzaron a vagar y estaba preguntándose
qué estaría por decirle la señora Drayton cuando la aparición de su hijo la
interrumpió. "Olvidé mencionarte..." había empezado a decir.
Kurt se retiró tan pronto como terminó su segunda taza de té y entonces su
madre dijo:
—Iba a decirte que Lisa vendrá pasado mañana —dijo con un tono tan
inexpresivo que resultaba imposible imaginar segundas intenciones—. Se quedará
un par de semanas y Kurt dice que saldremos todos a hacer un pequeño crucero.
—¿Todos? —Shivonne había ido la primera vez tan sólo porque una chica de
la tripulación se había puesto enferma. Ahora, sin embargo, como acompañante de
la señora Drayton, supo que tendría que ir otra vez, aunque no conseguía
comprender por qué o para qué podría necesitarla la señora Drayton en un crucero
—. Entonces iré —murmuró, más que nada por decir algo.
—Por supuesto —replicó en seguida la señora Drayton—. Y tu sitio no será la
cocina.
—Pero...
—Tú serás mi huésped. No, querida, no te dejaré discutir. Tú serás tan
huésped como Lisa.
Shivonne se mordió el labio; no estaba segura, ni mucho menos, de querer ser
huésped a bordo de un yate tan lujoso como el Mohawk. Y es que no tenía ropa
adecuada para esa ocasión. Pero una ojeada a la expresión de la señora Drayton
convenció a Shivonne de que no ganaría nada tratando de discutir, de modo que
decidió hablar con Kurt y la ocasión se le presentó a la mañana siguiente, cuando
cortaba flores en el jardín antes de que la señora Drayton se levantase. Kurt había
estado en la piscina y Shivonne lo vio acercarse dando grandes zancadas, con el
cuerpo moreno y todavía húmedo, la toalla ceñida en la cintura. Shivonne habría
huido, pero él la había visto, así que se quedó esperando a que llegase hasta ella. Él
sonrió, le dio los buenos días e, inesperadamente, le dijo:
—Puedes usar la piscina cuando quieras, Shivonne.
—Gracias. —De repente se sintió abrumada por la timidez, pero se dio maña
para mantener la voz firme y fría al agregar—. Hay algo de lo que quisiera hablar
con usted, señor Drayton. ¿Cuándo le irá bien?
Se detuvo bruscamente, al advertir que de pronto él fruncía el entrecejo.
Shivonne se sintió confundida y le pareció que él estaba molesto.
—Pareces muy seria —fue todo lo que dijo por el momento, y Shivonne
asintió con la cabeza.
—Se trata de algo bastante serio, señor Drayton. ¿Desea que nos veamos en
su estudio dentro de un rato?
—Será mejor que me lo digas ahora —su voz sonaba rara y la arruga en su
entrecejo se había profundizado—. Supongo que no te llevará mucho tiempo.
Los ojos oscuros tenían un brillo metálico y penetrante bajo las cejas
nítidamente trazadas; la mandíbula firme acentuaba la súbita contracción de su
boca. Más confundida que antes, Shivonne titubeó, pero cuando Kurt hizo un gesto
de impaciencia, declaró a toda prisa:
—Se trata del crucero. Su madre ha dicho que yo debo ir como invitada de
ella. Verá, yo no deseo ser invitada o huésped, señor Drayton... —su voz se
extinguió en un silencio de perplejidad cuando notó que la cara de Kurt se relajaba;
de hecho, todo su cuerpo parecía haberse relajado.
—¿Es eso todo lo que deseabas decirme?
Shivonne asintió con la cabeza.
—Sí. Usted me hará un favor, ¿verdad? Quiero decir, hablará con su madre y
le explicará que es imposible que yo vaya como huésped suya. —Shivonne lo miró
a la cara. Se podía percibir el alivio que él sentía. Le preguntó con curiosidad—.
¿Esperaba que le dijese algo más, señor Drayton?
Él ignoró la pregunta.
—Si mi madre desea que la acompañes en el crucero, entonces tendrás que
venir —la miró fijamente—. Tu trabajo consiste en hacerle compañía...
—Lo sé —le interrumpió—, pero un acompañante es un sirviente y no un
igual.
Kurt la sometió a un minucioso examen, contemplándola desde su estatura
superior.
Pensé que preferías ser tratada de igual a igual —comentó, pero Shivonne
sacudió la cabeza.
—En primer lugar no tengo ropa adecuada, y en segundo lugar... la señorita
Templar... —Shivonne se interrumpió incómoda y bajó la mirada.
—¿Crees que tendrás que competir?
Shivonne lo miró brevemente.
—¿Competir?
—Lo digo por lo de la ropa.
—No... —se detuvo atónita—. No creo que usted lo entienda, señor Drayton
—dijo después de una pausa—. En realidad lo único que puedo explicarle es que
no deseo subir a bordo en condición de huésped. No me importaría, en cambio,
seguir siendo sirvienta.
—Pero, al parecer, no es esto lo que quiere mi madre.
Shivonne se mordió el labio.
—¿Entonces no tengo elección posible?
—Por lo general, es el jefe quien tiene la última palabra —Shivonne no hizo
ningún comentario y un momento después Kurt le preguntó con curiosidad—.
¿Por qué no has acudido a mi madre con esta petición?
—No me habría hecho caso —dijo Shivonne, antes de darse cuenta de lo que
estaba diciendo.
—¿Lo has intentado?
—Supe que sería inútil. La señora Drayton...
—¿Es una jefa autoritaria?
—No, por supuesto que no —replicó Shivonne con lealtad, y su interlocutor
se rió.
Eso allanó la situación, pero alteró los sentidos de Shivonne. Kurt era
devastadoramente atractivo cuando se reía de esa manera y enseñaba los dientes
blancos y perfectos, y su innata austeridad desaparecía para ser reemplazada por
un hechizo que a Shivonne le aceleraba el pulso. ¿Estaría enamorándose de ese
hombre? La sola idea la asustó, ya que nunca podría ponerse a la altura de alguien
tan importante como él. Kurt habló por fin para decir con firmeza que los deseos
de su madre debían ser respetados. Y agregó, antes de que Shivonne pudiese
volver a protestar:
—Por supuesto que, como subirás a bordo del Mohawk como dama de
compañía de mi madre, se te facilitará toda la ropa y las cosas que te hagan falta.
Eso es de rutina, Shivonne —continuó diciendo él, pese a que Shivonne lo habría
interrumpido—. Así que nada de protestas, por favor. ¿Y te ha dicho mi madre que
mi hermana y su marido también vendrán con nosotros en ese crucero...? Pero no,
no habrá tenido ocasión. Margarita me telefoneó después de que os fuisteis de
compras ayer por la tarde.
¿Su hermana y su cuñado también? Shivonne miró a su jefe a la cara y estuvo
tentada a negarse a tomar parte en el crucero, pero seguramente esa decisión
implicaría perder el empleo, y le había cogido afecto a la señora Drayton. Estaban
ambas en la misma longitud de onda; Shivonne la llevaba a pasear en un pequeño
coche que Kurt les había dado. La señora Drayton abandonaría Casuarina Mount si
Shivonne se marchaba.
—Parece que no tengo elección posible —murmuró casi para sí misma.
—No te preocupes tanto, Shivonne —la voz de Kurt era severa, la voz de un
jefe hablándole a un empleado—. No se te pedirá que hagas nada fuera de lo
común, de modo que no hay necesidad de que te comportes como si por jefe tuvie-
ras un ogro —y apenas terminó de hablar, se alejó dando grandes zancadas, y
Shivonne se quedó mirándolo alejarse y preguntándose por qué sus modales la
habían hecho sentirse tan desdichada.
Capítulo 4
El jardín estaba silencioso iluminado por la luna, la fragancia de las flores de
azahar y de las madreselvas se diseminaba por el aire cálido y tranquilo. Shivonne
se alejaba de la casa, caminando sin prisa, preocupada por muchas cosas. Le
costaba creer lo plácida y confortable que había sido su vida hasta hacía tan pocos
meses, cuando su padre volvió a casarse y llevó a casa a su esposa, que lo cambió
todo de repente en Iugar de intentar hacer las cosas gradualmente, a fin de lograr
una atmósfera más armoniosa. ¿Qué debía hacer? Esa mañana había recibio una
carta tan inquietante de su padre que, si hubiese podido, habría corrido en su
busca. Y no sólo era que Madeline se estuviese convirtiendo en una arpía; la carta
todavía contenía algo más.
Paddy había roto con su nueva novia y había pedido la dirección de Shivonne
al padre de ella.
—Sin embargo no se la he dado, querida —le decía su padre en la carta—,
pero pienso que deberías escribirle y dejar que él te escriba. Perdónalo y olvida lo
pasado, hija mía, porque está claro que Paddy te ama y desea que vuelvas.
Shivonne se detuvo de pronto ante un seto de hibiscos al oír voces. La señora
Drayton... Pero había dicho que se iría pronto a la cama.
Sí, la señora Drayton estaba sentada en una banqueta rústica al otro lado del
seto, junto con su hija. Shivonne oyó la voz de Margarita elevarse en tono de
protesta:
—¡Madre tú no puedes disponer de la vida amorosa de Kurt! —Margarita
había llegado esa mañana y unos días después llegaría su marido, que se
demoraba todavía por asuntos de negocios. Lisa también había llegado, pero Kurt
la había llevado a cenar fuera, y todavía no habían vuelto.
—Por lo menos lo intentaré.
—¡No puedes!
—¿Por qué no? —la voz de la dama era tranquila y clara—. No parece estar
haciendo ningún progreso apreciable, y pronto cumplirá los treinta años.
—Todavía faltan casi dos años. Pero, en todo caso, ¿qué tiene eso que ver con
la edad?
—Quiero ver crecer a mis nietos.
Shivonne pensó que debía irse, pero eso no sería fácil, ya que tan pronto
como alcanzara el extremo del seto las dos mujeres la verían y sabrían que había
escuchado parte de la conversación. En ese momento de indecisión oyó que
mencionaban su nombre, pero como había estado absorta pensando cómo escapar
sin ser vista no logró entender lo que decían. De todos modos, al oír su nombre
volvió a prestar atención, naturalmente.
—¡Debes estar loca, mamá!
—No, estoy muy cuerda. Y no pienso aceptar como nuera a esa criatura.
—Kurt siente más que un ligero interés por ella. Creo que tendrás que aceptar
lo inevitable. Ella es una mujer muy rica...
—¡Al diablo con su riqueza! Kurt no la necesita.
Shivonne se alejaba sigilosamente en la misma dirección en que había venido;
se sentía muy incómoda por oír accidentalmente esa conversación. Procuraba no
pisar ninguna rama a medida que iba dando un paso tras otro,con cautela.
—... digas lo que digas, Shivonne es la mujer que a él le hace falta, Margarita.
Shivonne se detuvo y se le estremecieron todos los nervios del cuerpo,
mientras su cerebro intentaba rechazar lo que acababa de oír. ¡No a posible que
hubiese oído bien! Temblando y con las rodillas demasiado flojas como para seguir
andando, Shivonne se halló buscando a tientas algo en qué apoyarse, y
afortunadamente encontró en seguida un árbol. Apoyó la espalda contra el tronco
y oyó con toda claridad la voz de la hermana de Kurt.
—Nunca había oído nada tan estúpido, mamá. Pienso que deberías ver a un
médico porque, por lo visto, la cabeza no te funciona bien.
—Ya te lo he dicho: estoy perfectamente cuerda el tono de la señora Drayton
era bastante áspero, muy diferente del tono habitual, pensó Shivonne, que todavía
temblando se apretaba contra el árbol. Sentía mucho calor y las palmas de sus
manos estaban húmedas de sudor—. Puede que no pienses que Shivonne es
adecuada...
—¡Estoy segura de que no lo es!
—Si vas a seguir interrumpiéndome, Margarita, será inútil agregar una sola
palabra más.
—De acuerdo... —el tono de Margarita era de resignada impaciencia—.
Desembúchalo, aunque no vaya a servir de mucho. Kurt elegirá su propia esposa
sin ayuda de nadie.
—Elegirá a Shivonne. Ella parece tranquila, una gatita tímida, pero te digo
que es capaz de desenvolverse muy bien. Ha cambiado mucho en las últimas
semanas; en un mes más ya estará en condiciones.
Margarita se rió y luego habló, pero Shivonne no pudo entender lo que decía.
No era que le importase mucho. Todo lo que quería era llegar a su habitación para
intentar desentrañar sus caóticos pensamientos. Ya había tenido suficiente con la
carta de su padre y el aire de superioridad con que Lisa la había tratado. Sí, ya era
bastante sin agregar esa conversación oída accidentalmente. Pero por el momento
no podía escapar, ya que todavía se sentía demasiado débil para caminar. En
cualquier caso, ahora ya no estaba tan decidida a intentar escaparse porque si la
veían, sabrían que había estado oyéndolas hablar de ella, cosa que para ellas dos
sería aún más turbadora que si sólo se hubiesen referido a Kurt.
—Elegirá a Shivonne... —esas palabras habían surgido nítidas y se repetían
una y otra vez en el cerebro de Shivonne.
¡Qué estúpida ocurrencia había tenido la señora Drayton! No era raro que
Margarita mantuviese que debía tener algún tornillo flojo. Shivonne estaba
sinceramente de acuerdo con Margarita. La señora Drayton tendría que ver a un
médico.
—Por muchos planes que hagas, no conseguiras que Kurt se case con
semejante chica, una sirvienta, y para colmo pobre.
—¿Realmente crees que él está interesado en los millones de Lisa? —esta vez
había una ligera nota de ansiedad en la voz de la madre.
—Ella también es bonita. Creo que será la mujer ideal para Kurt, y él lo sabe.
Mamá, pienso que debes estar preparada porque muy pronto se comprometerán.
Todos parecen estar muy seguros de que mi hermano se casará con Lisa.
—No todos están seguros —replicó su madre—. ¡Yo no estoy segura! ¡Muy
bien, Margarita! Ríete si quieres, pero recuerda que quien ríe el último ríe mejor!
Las dos mujeres se marcharon y entonces también Shivonne pudo retirarse.
Una vez en su habitación, se sintió tan angustiada que salió al balcón a refrescarse
el rostro ardiente en la brisa fresca. Su corazón no cesaba de golpearle el pecho y
tenía los nervios desquiciados. Pero fue calmándose gradualmente, y, a medida
que su cuerpo se relajaba, también su mente se tranquilizó y recuperó la capacidad
de pensar claramente. Ahora se explicaba por qué había tenido la sensación de que
la señora Drayton planeaba algo, o mejor dicho, de que había tratado de planear
algo. Lo que era un verdadero misterio era cómo se las arreglaría para alcanzar el
éxito. Tal como Margarita había dicho, la sola idea era disparatada. Y Kurt...
Shivonne sintió un ligero estremecimiento cuando trató de imaginarse la reacción
de Kurt ante el absurdo proyecto de su madre.
Lo que más intrigaba a Shivonne era el método que la señora Drayton
adoptaría para llevar a cabo sus propósitos. Debía tener algo en mente, pero ¿qué?
Como esa pregunta no tenía respuesta, Shivonne no tardó en olvidarla, y en
cualquier caso su atención se dirigió en seguida a las luces del coche que en ese
momento se detenía ante la casa haciendo crujir la grava. Los dos ocupantes se
apearon y entraron en la casa.
La mano de Kurt en la cintura de Lisa... Sus cuerpos tan próximos. Algo se
agitó en el corazón de Shivonne mientras se imaginaba involuntariamente a sí
misma en el lugar de Lisa, tal como la señora Drayton planeaba. De repente una
especie de desasosiego se apoderó de Shivonne y la joven sintió la necesidad de
volver a salir, para vagar sola por el jardín iluminado por el brillo de la luna...
donde quizás hallase la paz que anhelaba, o consiguiese olvidar por un rato sus
problemas, ya que por el momento no podía hacer nada por resolverlos.
El aire de la noche le refrescaba la cara y los hombros desnudos; las
fragancias de flores exóticas y árboles tropicales agregaban magia y belleza y
romanticismo a la atmósfera. ¡Qué deleite! Shivonne se resistía a dejar que sus
pensamientos volviesen a ponerse en marcha. ¡Era mejor dejarlo estar!
Pasos y una sombra..., una sombra... Shivonne dio media vuelta sin miedo. Y
allí estaba Kurt, con su sombra alargada, como si fuese el personaje de un cuento
para niños que recordaba de su infancia. Se rió para sus adentros por la
comparación. Él la había visto y venía hacia ella. Shivonne no se sintió
repentinamente sorprendida cuando la verdad se le presentó con toda claridad; no
tuvo el vehemente impulso de negarla, ni la voluntad de pretender que eso no le
estaba ocurriendo a ella. No. Admitió con toda calma que se había enamorado de
ese hombre que se acercaba cada vez más a ella. Un amor en vano, que nunca sería
correspondido, pero Shivonne tuvo una sensación etérea mientras esperaba, su
figura delgada a la luz de la luna, el pelo y los ojos brillantes. ¡Hermoso interludio!
Lisa no existía en ese mundo mágico, fuera del jardín todo era irreal, nebuloso.
—¿Por qué estás aquí, Shivonne?
Palabras prosaicas que sin embargo él pronunció con tenue inquietud, y que
la hicieron sonreír. Echó hacia atrás la cabeza y su pelo reflejó los destellos
plateados de la luz de la luna. No tenía la menor idea de que el hombre la veía
como si fuese algo sobrenatural, la silueta de una ninfa en un paisaje de una
belleza tan exótica.
—Estaba desvelada y necesitaba un poco de paz... —su voz era musical pero
baja y un poco ronca cuando agregó, mirándole a la cara bronceada, que
contrastaba con el blanco de su camisa y su chaqueta—. ¿Usted también está des-
velado?
Kurt se rió brevemente.
—Yo nunca tengo insomnio —le aseguró. Shivonne no dijo nada, y después
de una pausa él le preguntó—. ¿Y por qué estabas desvelada, Shivonne?
Por alguna razón esta pregunta destrozó su paz y la devolvió con implacable
crueldad a sus problemas y ansiedades. Las lágrimas brotaron en sus ojos; se los
frotó con una mano, enfadada consigo misma por su debilidad. Kurt le cogió la
mano y se la estrechó suavemente mientras decía:
—Ven, siéntate, pequeña, y dime qué te preocupa.
Shivonne se dejó conducir hacia un banco en el jardín, donde el aroma
nocturno invadía el aire.
—Espero —dijo Kurt antes de que ella pudiese decir nada—, que no estarás
pensando en regresar a tu hogar.
Shivonne dejó escapar un tenue suspiro y después le relató todo lo que su
padre le contaba en la carta.
—Así que ya lo ve —agregó finalmente—, me gustaría volver a mi casa, pero
está su señora madre. Ella... —Shivonne se interrumpió al recordar la conversación
que había oído involuntariamente—. Creo que sería mejor que volviese casa —dijo
decidida.
—No, querida. En este momento no podrías hacer nada por tu padre. Si su
esposa lo abandona, entonces sí, ciertamente te necesitaría, pero si en este
momento te entrometieses en sus vidas podrías hacer más mal que bien. Se han
casado hace poco; tienen que acostumbrarse a vivir juntos después de años de
haber vivido solos, y quizás encuentren dificultades para adaptarse uno a otro.
Kurt todavía le sujetaba la mano y ella se sintió protegida contra cualquier
daño o desilusión.
—Tal vez tenga usted razón —murmuró después de un rato—. Pero está Paddy —
alzó los ojos hacia los de él y los vio destellar. Ella todavía estaba al borde de las
lágrimas—. Verá, Paddy y yo hemos sido amigos desde hace años.
—Sí, me lo dijiste —la voz de Kurt sonó brusca ella le notó los labios
contraídos—. Shivonne, pequeña, tú eres demasiado frágil como para que se
apoyen en ti. Ese Paddy ni siquiera sabe lo que quiere, con sus constantes cambios
de planes. Déjalo que haga su propia vida. Tú tienes la tuya para disfrutarla. Y
nosotros deseamos que te quedes...
—Su señora madre quiere que me quede —lo corrigió ella—. Usted sólo
desea que me quede con ella; si no fuese por ella, usted dejaría que me marchase,
¿no es así?
Shivonne era profundamente consciente del hecho de que ésta era una
conversación íntima que no habría osado mantener al principio, cuando conoció a
Kurt Drayton, quien la impresionó como un hombre orgulloso y arrogante,
consciente de su propia superioridad y atractivo, un hombre cuya austeridad había
hecho trizas todas las ideas preconcebidas de Shivonne en el sentido de que sería
amable, gentil y comprensivo.
Y sin embargo... él tenía ahora todas esas cualidades, aunque ella estuviese
convencida de que, cualquiera que fuese su respuesta, en el fondo de su corazón él
estaría de acuerdo en permitirle volver a casa si no fuese por su madre.
Y por eso Shivonne no pudo creerle cuando él le dijo con voz suave:
—Yo deseo que te quedes, Shivonne, y, aunque estoy de acuerdo en que la
felicidad y el bienestar de mi madre son una cuestión prioritaria, me he
acostumbrado a que estés aquí y no quisiera que te marcharas.
¡Ay, si fuera verdad! Sin embargo, incluso si así fuese no mostraba por ella
más interés del que se puede sentir por una persona agradable, una empleada
voluntariosa que hacía su trabajo sin quejas ni alborotos.
Shivonne dijo en un tono bastante monocorde:
—Me quedaré de todos modos, señor Drayton, por ahora.
—¿Por ahora?
"Parece querer una respuesta más categórica", pensó Shivonne.
—Si usted se casa, su señora madre no se quedará aquí, y por lo tanto ya no
haré falta.
—¿Si me caso?
Sus metálicos ojos oscuros centellearon y ella pensó que estaba enfadado. De
todos modos,no le impidió decir:
—Si usted se casa con la señorita Templar.
—Ya veo... —hizo una pausa—. El instinto marternal de mi madre nunca se
debilita —agregó ásperamente—. Todavía me trata como si fuese... —Se
interrumpió y frunció el entrecejo. Era evidente que no había querido terminar la
frase diciendo que su madre todavía lo trataba como fuese un niño pequeño que
necesitaba su consejo.
Shivonne se preguntó por segunda vez qué haría si se enterase de los planes
de su madre. Se pondría furioso, por no decir algo peor. Después de un largo y
denso silencio, Shivonne dijo:
—Es normal que las madres se preocupen por sus hijos.
—Sí, cuando son pequeños, sí.
—Ella sigue siendo su madre, señor Drayton—le recordó innecesariamente
Shivonne, y notó un cambio repentino en sus facciones, pues él echó hacia atrás la
cabeza y se rió.
—Estás de su lado, ¿no es así, pequeña? ¿Qué te ha hecho en tan poco
tiempo?
—He aprendido a pensar como ella —replicó Shivonne simplemente, y
después añadió pensativa—. Ojalá mi padre se hubiese casado con alguien como
ella.
—¿En serio? —preguntó Kurt con curiosa inflexión, y hubo una breve pausa
antes de que agregase lentamente—. ¿Y qué me dices de su deformidad?
—¿Eso? —Shivonne se encogió de hombros y agregó—. Es como si no se le
notara, o al menos yo no lo noto —y lo dijo con tanta naturalidad que Kurt no
dudó ni por un momento de la sinceridad de sus palabras.
Y de pronto, Kurt le rodeó los hombros con un brazo y la atrajo hacia él.
Shivonne percibió su fragancia masculina, una mezcla de colonia para después del
afeitado y otro aroma más atrevido y penetrante.
—Eres un encanto por decir eso, Shivonne —Kurt la atrajo más hacia él—.
Hay gente que encuentra fea a mi madre por su deformidad.
¿Estaría pensando en Lisa? Pero seguramente, si la señora Drayton le
disgustaba, se las arreglaba para ocultarlo.
"...un encanto..." Las palabras todavía sonaban en sus oídos, como el eco de
una dulce melodía que se vuelve aún más dulce con la repetición.
—Tengo que volver —se oyó decir después de otro momento de silencio—.
Debe ser muy tarde.
—Sí —Kurt la cogió de la mano al levantarse y por alguna razón ella supo
que la abrazaría.
¿Habría hecho algo por provocarlo? La sola idea la hizo sentir incómoda y se
echó hacia atrás para liberarse, pero de pronto Kurt la estrechó en sus brazos y la
convirtió en su prisionera. Shivonne no sintió deseos de resistirse cuando él la
besó. Al contrario, entreabrió los labios para dejar que metiese la lengua, y él en
seguida la hizo estremecerse acariciándole las mejillas por dentro.
Estremecimientos de éxtasis le recorrieron cada nervio del cuerpo mientras las
manos de Kurt se deslizaban con suavidad infinita desde su espalda a sus
costados, acariciándola a medida que profundizaba su beso, y su persuasiva
sensualidad vencía todos los escrúpulos o segundas consideraciones que ella
hubiera podido tener en cuanto a permitirle que le hiciera el amor de ese modo.
Shivonne se colgó de él y deslizó provocativamente sus dedos por la nuca de Kurt
y entre el espeso cabello negro; sintió cómo se estremecía contra ella, su robusta
complexión en contacto íntimo con las curvas delicadas y suaves de Shivonne. Una
vorágine de pasión se apoderó de ambos cuando, después de levantarle la falda,
las manos de Kurt la estrujaban y amasaban y sus dedos delgados se afanaban en
la búsqueda. Shivonne, que siempre había sido tímida, incluso con Paddy, se sintió
arrastrada hacia otros dominios, un paraíso de exótico deleite donde cada neurona
de su cuerpo estaba prisionera en un torbellino de placer sensual. Fluyeron
humores suaves y cálidos a medida que la pasión moría lentamente, y sin embargo
se adhirió a él, le ofreció los labios entreabiertos, y se estremeció con sus caricias,
sensible ante su perfume masculino, sensual. Un atrevido olor almizclado que la
obnubilaba y le trastornaba los sentidos. Una de las manos de Kurt le cubría un
pecho, la acariciaba con suavidad y abría camino a sus labios.
Los dientes grandes y blancos de Kurt le mordieron el pezón y ella no sintió
dolor. Una gran onda de ternura la invadió como una inundación, le engrosó el
corazón y le paralizó el pensamiento. Amarle era gloria pura y no parecía
importarle en ese interludio de pasión que su amor no fuese correspondido. Pese a
eso no moriría; se mantendría con toda su intensidad mientras ella viviera.
—Shivonne... —Kurt la sujetó finalmente por los hombros y la miró de frente,
los ojos encendidos—. Mi pequeña... Tengo que ir a tu habitación. Me deseas, ¿no
es cierto? —la semisonrisa de sus labios era tentadora, la llama de sus ojos,
peligrosa.
Shivonne pudo sentir la necesidad que él experimentaba de ella, un deseo
palpitante, insistente, y su amor por él casi la llevaba a entregarse sin resistencia.
Casi... La involuntaria cordura surgió en sus sentidos obnubilados, aclarándolos
con tanta eficiencia como un antídoto. Había un mañana..., mañana y
arrepentimientos, vergüenza y autocondena. Exclamó con un estremecimiento:
—No, Kurt, no puedo. ¡Oh, cuánto lo siento! —le brotó una lágrima cuando
se excusó, y él alargó un dedo para atajarla apenas empezó a rodarle por la mejilla.
—No tienes por qué excusarte —le dijo con voz suave—. No debes hacer
nada de lo que puedas arrepentirte.
—Lo siento —volvió a decir ella con voz temblorosa—. Y lamento haberte...,
haberte llamado... Kurt.
Entonces él rió quedamente y la tensión desapareció como por milagro.
—Tampoco es necesario que me pidas perdón por eso. De ahora en adelante,
para ti seré siempre Kurt.
—Oh, pero... ¿qué pensarán todos? —Shivonne sacudió la cabeza—. No
puedo llamarte Kurt.
—Acabas de hacerlo sin ninguna dificultad —él la miraba desde su estatura
superior y con los dedos le acariciaba los diminutos botones que había besado y
mordido antes. Shivonne había levantado la cabeza y lo miraba de frente con los
ojos muy abiertos y brillantes. Vio que le latía un nervio en la garganta y le oyó
decir en tono de advertencia—. Nena, si sigues mirándome así, voy a tener que
llevarte a la cama quieras o no quieras.
Shivonne se ruborizó hasta la raíz del pelo y él se rió otra vez. Finalmente,
con sus manos cálidas le cogió la cara e, inclinando la cabeza, besó los labios
trémulos.
—Tenías razón hace un rato —le dijo con una nota divertida en la voz—. Se
ha hecho tarde.
La cogió de la mano cuando empezaron a caminar lentamente por el césped
hacia el sendero que conducía a la casa. En el silencio de la noche ella dijo:
—No me desprecias, ¿verdad? No podría soportar algo así.
Kurt se detuvo y volvió a cogerle la cara con ambas manos.
—Si te despreciara a ti, entonces me despreciaría también a mí mismo. No,
Shivonne, no debes atormentarte con pensamientos como ése. Ha sido una
situación romántica; tú me dijiste que no notabas la deformidad de mi madre y eso
me encantó. Quise besarte y luego, naturalmente, pasó lo que pasó. Ambos hemos
disfrutado y eso es todo.
Eso es todo... Shivonne se tragó el doloroso nudo que se le había formado en
la garganta. Supo que la escena que acababan de protagonizar resultaba para él
algo habitual, que había representado ese papel muchas veces. Se quedó callada
hasta que llegaron a la casa, y entonces algo hizo que se volviera hacia él y le
preguntase:
—Kurt..., no pensarás que yo..., que yo... he dejado que otros hombres me
hicieran el amor, ¿verdad? —la súplica en la voz y en los ojos no pasó inadvertida
para él, que le aseguró:
—Sé que no, Shivonne. Reconozco la inocencia cuando la encuentro —hizo
una pausa momentánea—. Supongo que por eso no he tratado de forzarte ni
persuadirte.
Habían llegado a la puerta y Shivonne echó una ojeada al recibidor y se
preguntó cómo se sentiría Lisa, que por lo visto se había ido a la cama muy
temprano, después de volver de cenar con Kurt, si se enterase de que el hombre
con quien deseaba casarse había estado cerca de hacer el amor a la luz de la luna
con otra joven.
—Buenas noches, cariño —le dijo Kurt, y ella se volvió para sonreírle.
—Buenas noches..., Kurt.
Sus ojos centellearon divertidos ante el titubeo de Shivonne.
—Te saldrá mejor con la práctica —le aseguró.
—No sé por qué quieres que te llame por tu nombre de pila, si yo sigo siendo
una sirvienta...
Su voz se debilitó y frunció el ceño. En realidad ya no se sentía una sirvienta.
¡Y supuso que tampoco se había comportado como si lo fuese!
—No eres una sirvienta, Shivonne, y una acompañante tiene una categoría
muy distinta.
Ella asintió automáticamente.
—Eso es lo que me ha dicho tu madre.
—Entonces no lo olvides —le dio una palmadita en la mejilla, volvió a darle
las buenas noches y subió las escaleras en dirección a su estudio.
Capítulo 5
El Mohawk estaba equipado para albergar de ocho a diez personas con todo
lujo, y Shivonne se preguntó si alguna vez Kurt habría llevado tantos huéspedes a
bordo. En este viaje serían seis, y Kurt le cedió su propio camarote a su madre para
ocupar él uno de los camarotes para huéspedes. Shivonne estaba desempacando y
la señora Drayton estaba sentada ante la mesita de tocador y había estado
maquillándose, pero en ese momento miraba a la joven reflejada en el espejo.
Había notado un cambio sutil en Shivonne desde hacía más o menos una semana,
y ahora había resuelto interrogarla. Se volvió en la banqueta y se puso en pie para
acercarse cojeando a la joven, que en ese momento sacaba sus cosas de la maleta
que había puesto sobre la magnífica cama doble.
—¿Sabes, querida? —comenzó sin preámbulo— todavía estoy muy
asombrada de que mi hijo te haya pedido que le llamases por su nombre de pila.
Shivonne la miró mientras sacaba de la maleta ropa interior muy fina, y
entonces se enderezó. Durante la última semana parecía haber adquirido una
confianza mucho mayor que antes, y ya era capaz de mirar a la señora Drayton a
los ojos y decir cándidamente:
—Estoy segura de que ya habrá hablado de los motivos con Kurt, señora
Drayton.
La mujer mayor se rió y se alejó cojeando hacia el otro extremo del camarote,
para pararse con la espalda apoyada contra un impresionante mosaico que
representaba una pareja en un fiordo noruego cerca de un barco vikingo anclado.
—Me encantas, pequeña —fue su comentario súbito—. Estoy muy contenta
de que hayas salido de tu caparazón.
Consciente de lo que quería la mujer, Shivonne sintió la urgente tentación de
decirle: "Sus planes, señora Drayton, no podrán funcionar", pero, por supuesto, no
dijo semejante cosa; simplemente sonrió y le dio las gracias por lo que había dicho.
Esto volvió a hacer reír a la mujer y Shivonne se encontró riendo con ella.
—Me pregunto —murmuró la señora Drayton suavemente— si las dos nos
entendemos, Shivonne, incluso sin haber hablado claramente de nada.
—Usted es muy misteriosa —se rió Shivonne, y guardó la ropa interior en
uno de los cajones del armario que hacía juego con el exquisito mobiliario del
camarote.
—Y tú también, hija mía, eres muy discreta. —Entonces Shivonne se sonrojó,
pero su voz era tranquila y despreocupada cuando respondió:
—Todos tenemos secretos, señora Drayton, y yo no soy la excepción.
—Me gustaría conocer algunos de tus secretos.
Shivonne cogió la última de las prendas de ropa interior y terminó de
guardarla.
—Listo —le dirigió una mirada inquisitiva a la señora, mientras le
preguntaba si la necesitaba para algo.
—No, ve a abrir tus maletas.
Shivonne se alegró de marcharse; las preguntas de la señora Drayton la
ponían nerviosa porque le parecía bastante probable que sospechase que había
habido algo de naturaleza íntima entre su hijo y ella. Shivonne recordaba que la
señora Drayton se había extrañado mucho al enterarse de que ella y Kurt habían
estado a solas en el Parque y en los Baños, y que era como si no llegase a confiar
del todo en su hijo en lo que concernía a Shivonne.
Después de vaciar las maletas, Shivonne se dio una ducha y se puso uno de
los bonitos vestidos de algodón que habían comprado para ella, haciéndolos traer,
junto con muchas otras cosas, de St. Thomas, incluida ropa para estar a bordo y
vestidos de noche para que Shivonne pudiese elegir. Pero los vestidos de noche
que la señora Drayton había elegido para Shivonne... Algunos eran más atrevidos
de lo que Shivonne hubiese deseado. Por supuesto, estaba claro que la madre de
Kurt quería asegurarse de que Shivonne estaría lo bastante guapa como para
competir con Lisa. Lo que Shivonne no sabía era que la señora Drayton pretendía
que Lisa quedase continuamente eclipsada. Le había preguntado a Shivonne si
sabía bailar y quedó satisfecha al oír la respuesta afirmativa. Quiso ver las joyas de
Shivonne y frunció el entrecejo cuando ella le enseñó sus escasas joyas antiguas, de
oro.
—Te dejaré algunas de las mías.
Shivonne no puso objeciones, convencida de que con eso no ganaría nada. La
señora Drayton era encantadora y Shivonne sintió que había llegado a quererla
mucho. Pero era una mujer enérgica cuando la ocasión lo requería, cosa que
afortunadamente no ocurría con frecuencia.
Zapatos, cinturones, un par de bolsos... Shivonne calculó que equiparla para
ese viaje había costado una fortuna. Si le hubiera sido posible, habría evitado ir, y
sin embargo al mismo tiempo sentía cierta excitación al estar en el yate con Kurt,
aunque pensaba que él dedicaría toda su atención a Lisa.
Se puso de pie delante del espejo y le gustó el vestido que había decidido
ponerse. Era un modelo muy veraniego sin mangas ni tirantes, con un corpiño
ajustado, fruncido en la cintura, y con una falda amplia. De un color entre azul y
verde, tenía un ancho cinturón blanco y una cinta de piqué blanco adornaba el
dobladillo. Un vestido elegante, simple, y sin embargo... refinado. Shivonne se
cepilló vigorosamente el pelo y luego dio forma a los rizos con un peine. Sus
saludables colores irlandeses no requerían maquillaje, pero se dio un toque de
lápiz de labios.
Se puso un poco de perfume y lo aspiró con placer; la deliciosa fragancia
parecía tener una cualidad misteriosa, que complementaba el aire de confianza que
le daba su aspecto. Se miró al espejo; las sandalias blancas de piel hacían juego con
el bolso que tenía sobre la cama, pero no lo cogió al salir del camarote. Sólo iba a
cubierta a ver cómo el Mohawk dejaba la isla y apuntaba la proa hacia el mar.
Margarita se unió a ella, Vestida con shorts y un sujetador de bikini.
—Esperaba este momento. —Su voz era un poco fría, como lo había sido
desde aquella conversación que había tenido con su madre en el jardín. Antes,
durante las primeras horas de su visita había adoptado un aire amistoso y encan-
tador con Shivonne, pero ahora era evidente que no la aceptaba, aunque Shivonne
consideraba que eso era una injusticia, ya que la hermana de Kurt no tenía nada
que ver en todo aquel plan, fuese cual fuese—. Ha estado antes a bordo, ¿no es
verdad?
—Sí —asintió Shivonne, también con frialdad—. Ocupé el sitio de una chica
de la tripulación, que estaba enferma.
Margarita dio una mirada a su figura esbelta, y después la miró a la cara por
un momento.
—Por lo visto, usted disfruta siendo la acompañante de mi madre.
—Por supuesto; sino fuese así, no lo haría.
La otra chica se ruborizó un poco, y Shivonne se arrepintió de haber usado
esas palabras, ya que debían de haber sonado a desaire.
—A mamá le gustaría quedarse a vivir con Kurt, pero quizá ya lo sepa usted.
Margarita apoyó los codos en la barandilla y entrecerró los ojos oscuros
contra los feroces rayos de sol de la mañana. El viento le agitaba el pelo negro,
corto y ondulado. Tenía el mismo tipo de piel muy oscura de su hermano, pero,
aparte de eso, no había ninguna otra semejanza. Margarita era atractiva, pero no
verdaderamente guapa; tenía rasgos enérgicos y una estructura ósea muy marcada.
Los ojos eran almendrados y muy llamativos, muy grandes. La mano visible en la
barandilla era morena y fuerte, y terminaba en dedos bien formados; las manos de
Kurt, en cambio, eran largas y delgadas, y sus dedos esbeltos no parecían tan
fuertes, como Shivonne había podido comprobar.
—Sí, sé que a su madre le gustaría quedarse a vivir con Kurt, pero... bueno...
está un poco preocupada por saber con quién se va a casar él —Shivonne no pudo
evitar decir eso, sólo por ver qué respuesta le daría Margarita.
—Se casará con Lisa —dijo la hermana de Kurt en tono cortante.
Antes de que Shivonne pudiera encontrar algo para mantener la
conversación, apareció Lisa vestida con unos pantalones de seda blanca y una
blusa azul sin mangas. Había subido desde su camarote y un halo de perfume la
rodeaba. Miró a Shivonne con frialdad y luego, ignorándola abiertamente, se situó
al otro lado de Margarita y le habló en un tono tan bajo que era obvio que no
quería que Shivonne oyese lo que decía.
Luego se dio vuelta y se alejó por la extensa cubierta de babor.
La señora Drayton estaba sentada en una poltrona y detrás de ella había un
tapiz con un motivo de la invasión vikinga en el noreste de Inglaterra en 1066.
Shivonne, que no había notado un súbito destello de desprecio en sus ojos, pues
unos segundos antes su atención estaba fija en el tapiz, la miró con una sonrisa que
borró su ceño fruncido.
—Hola, Shivonne. Ven, siéntate aquí, a mi lado.
Echó otra ojeada al tapiz y se sentó.
—¿Por qué fruces el ceño, querida? ¿Y esa expresión de disgusto?
—No me lo pregunte, por favor —con tranquila confianza se levantó la falda
por encima de las rodillas y se acomodó en la tapicería de seda italiana,
pródigamente ornamentada.
—Te lo pregunto, y quisiera oír tu respuesta.
La dominante personalidad otra vez en eviencia, pensó Shivonne, y decidió
ser franca como siempre.
—Esta ostentación, este derroche de dinero cuando hay gente tan necesitada...
—Ya veo... —dijo pensativa, y suspiró—. Entonces, ¿tú no apruebas el lujo?
Te lo pregunté antes, no sé si lo recuerdas.
—Usted me preguntó si estaba de acuerdo en que enormes cantidades de
dinero estén en manos de unos pocos, o algo así.
La voz de Shivonne seguía siendo fría, compuesta. Había declarado que no
deseaba ser tratada de igual a igual en este crucero, pero ahora comprendía,
ligeramente sorprendida, que se sentía igual a cualquier otro pasajero a bordo. Se
preguntó qué pensaría su padre de ese cambio, y qué pensaría su madrastra. Le
pareció que sería capaz de vérselas con Madeline, si en ese momento estuviese de
vuelta en su hogar.
—Dime, Shivonne —le dijo la señora Drayton después de un rato—. ¿Cuál es
tu idea de la verdadera felicidad?
Shivonne la miró un instante y luego dijo:
—Tener algo por lo que esforzarse, ser amada por unos pocos y admirada por
muchos —Shivonne se dio vuelta para mirarla a la cara.
Los ojos que habían estado pensativos se abrieron muy grandes.
—¡Oh, qué elocuente, querida! —dijo la señora Drayton.
—No son palabras mías. Es una máxima de la antigua Grecia, o, mejor dicho,
una fórmula para obtener la felicidad —los ojos de Shivonne tenían un aire
soñador, y su acompañante le murmuró suavemente:
—¿Eres amada por unos pocos y admirada por muchos, querida?
Hubo una larga pausa antes de que Shivonne hablara, y cuando lo hizo había
un tono diferente en su voz.
—Mi padre me amaba..., no, todavía me ama. Pero no hay nadie más —pensó
en Carmel y agregó como excusándose—. Mi prima también me quiere, espero.
—Dos personas... —hizo otra pausa y luego preguntó—. ¿Eres admirada por
muchos? Shivonne se encogió de hombros.
—¿Cómo podría ser admirada por nadie? Hace falta hacer algo fuera de lo
común, como pintar o ser un músico maravilloso para que la gente te admire —
sacudió la cabezá—y añadió lentamente—. No, no creo que haya nadie que me
admire.
—Quizás eso no sea cierto, pero lo dejaremos pasar. ¿Tienes algo por lo que
esforzarte? —en la voz de la dama había una curiosa inflexión al decir eso, y sus
ojos no se apartaron de los ojos de Shivonne.
—Supongo —contestó Shivonne pensativa— que todos tenemos algo por lo
que esforzarnos, incluso en la vejez. Me gustaría tener un marido maravilloso y
cuatro hijos —sonrió tristemente y dejó escapar un suspiro—. El matrimonio es
una lotería últimamente, ¿no es cierto? Me gustaría ser de las afortunadas a
quienes les dura para siempre.
Hubo un silencio extraño y los nervios de Shivonne empezaron a alterarse. Se
dio vuelta lentamente, como si temiera lo que vería. No respiraba. Kurt estaba allí
de pie, apoyado contra el vano de la puerta, los morenos brazos cruzados, la
camisa blanca impecable, con las mangas enrolladas, que contrastaba con una piel
suave cuya brillante pátina revelaba que sus antepasados habían sido de tez muy
oscura. Ahora, con el resplandor del sol que entraba por la ventana, su cara tenía el
color del café.
—¿Has... oído? —aunque se le había acelerado el pulso de repente, Shivonne
fue capaz de mantener su nuevo talante y tranquila confianza, y su voz era
perfectamente firme cuando añadió—. ¿Has oído... todo lo que estaba diciendo?
Kurt se alejó del vano de la puerta y se desplazó con movimientos elegantes
pero despreocupados por la habitación, alterando toda la atmósfera con su
presencia.
—He estado ahí desde hace unos pocos minutos, sí —la miró con una
singular expresión en los ojos entrecerrados.
—Usted sabía que él estaba allí —dijo Shivonne, y echó una mirada
acusadora a la señora Drayton.
—Lo sabía, sí, pero ¿qué importa?
—Yo no habría dicho ciertas cosas —replicó, y Kurt le preguntó
inmediatamente qué cosas—. La ostentación del yate —contestó Shivonne.
—Veo que no lo apruebas.
Shivonne dijo en voz baja:
—Hay mucha gente necesitada en el mundo.
—¿De modo que piensas que todo esto —hizo un gesto abarcándolo todo con
la mano— es un derroche?
—Creo que podría haber sido un poco menos lujoso. —Hizo un gesto con la
mano y el desprecio volvió a adueñarse de sus ojos—. Miren ese tapiz. Debe haber
costado miles de dólares. Y esa araña de luces, de peltre y cristal tallado, y las
paredes revestidas de gamuza. ¡Gamuza! ¿Por qué no papel?
Para su sorpresa Kurt sonreía débilmente y miraba a su alrededor.
—Yo no diseñé el Mohawk —le dijo en voz baja—. Se lo compré a un hombre
que lo había hecho construir para... —se interrumpió y Shivonne no pudo evitar
terminar la frase por él, auque supo que seguramente no acertaría la verdad.
—... su amante.
Kurt y su madre se rieron y en ese momento se acercaron las otras dos
mujeres y tras ellas Josef, el marido de Margarita, un hombre rechoncho con
facciones toscas y ojos hundidos de un color indefinido, pues parecían ser de
pronto azules y al momento siguiente gris perla. Shivonne calculó que tendría
unos treinta y seis años, y sabía que su mujer tenía treinta y uno. Era muy moreno,
un caribeño cuyos negocios incluían vastas propiedades, entre otras cosas. Era
plácido y tenía buen humor; la clase de hombre que evita los problemas, incluso
las discusiones, a cualquier precio.
—¿Cuál es el chiste? ¿Podemos reírnos nosotros también?
Josef fue el primero en hablar y Kurt le respondió:
—Shivonne deplora nuestro pródigo modo de vida. Piensa que deberíamos
donar todo nuestro dinero a los pobres.
Aunque había un tono burlón en la voz de Kurt, Shivonne sintió que de
alguna manera también hablaba en serio, cosa que no le sorprendió. Protestó
inmediatamente:
—Yo no he dicho tal cosa, y Kurt lo sabe... —se calló un instante al notar un
destello en los ojos de Lisa, asombrada ante la familiaridad con que Shivonne
usaba el nombre de Kurt—. Simplemente, expresaba la opinión de que las cosas
podrían haber sido un poco menos lujosas.
—¡Usted expresaba una opinión! —exclamó Lisa levantando las cejas
perfectamente delineadas—. Es usted muy atrevida, señorita Cavanagh.
—Shivonne estaba hablando conmigo —interpuso la señora Drayton con tono
áspero—, y no sabía que Kurt estaba en la puerta, oyéndola. Kurt, ¿tomaremos café
esta mañana o no?
Se había enfadado y lo demostraba. Lisa, con la cabeza erguida y una mueca
en la boca que era casi un gesto de desprecio, se acercó a un sillón bien provisto de
almohadones y se sentó. Kurt tocó una campanita y Belinda fue quien acudió
desde la cocina, con una sonrisa radiante en la cara. Era la primera vez que estaba a
bordo del Mohawk y no podía creer que tuviese tan buena suerte, le había dicho a
Shivonne.
—Sí, señor —Belinda miró a cada uno por turno, y luego dijo impulsivamente
—. ¡Estás muy bonita, Shivonne! Te dije que ese vestido te quedaría muy bien,
¿verdad?
Shivonne asintió; la señora Drayton frunció el entrecejo en un gesto de
preocupación, mientras la expresión de Lisa daba a entender a las claras que, si ella
fuese el ama de Belinda, la habría despedido inmediatamente. Margarita tenía el
ceño fruncido, al igual que su madre, y en cambio Josef sonreía, abiertamente
divertido.
—¿Deseaba algo, señor?
—Tráenos café —la voz de Kurt era fuerte, y su mirada una advertencia.
Belinda no pareció notar nada raro en el ambiente, pues replicó con
estridencia:
—¡En seguida, señor! ¿Mitad café y mitad leche para todos? —Belinda volvió
a mirar a su alrededor.
—Trae el café y la leche por separado —le ordenó Kurt, y ahora su voz
sonaba severa.
—Esa joven tendrá que irse, Kurt —dijo su madre cuando Belinda hubo
marchado a la cocina—. No puedo entender por qué toleras su impertinencia.
—Tendré que hablar con ella —dijo Kurt—. Pero, como ya he dicho, me gusta
su humor chispeante.
—¡Humor chispeante! —exclamó agria Lisa—. Es absolutamente basta, nunca
ha sabido cuál es su lugar como sirvienta.
Echó una mirada solapada a Shivonne mientras hablaba. Ella no se dio
cuenta, pero Kurt y su madre sí. Kurt contrajo los labios y, cuando Shivonne lo
miró, se sintió un poco sorprendida al notar que sus facciones estaban tensas como
el acero. Perpleja, dirigió la mirada a los ojos de la señora Drayton y vio que ella
también tenía una expresión de disgusto.
Josef rompió el silencio para decir algo trivial que ocasionó una charla sin
importancia, hasta que Belinda volvió con el café y puso la bandeja sobre una
mesita construida con maderos procedentes de una goleta que había naufragado
en el siglo XIX.
—¡Aquí está todo, señor! ¿Hay algo más que desee?
—No, gracias, Belinda —los ojos se le oscurecieron por un par de segundos,
mientras sostuvo la mirada de la chica.
Ella bajó la mirada, dio media vuelta y se alejó sin decir nada más.
—Deberías haberla frenado mucho antes —le reprochó a Kurt su madre—.
John ya ha tenido que hacerlo.
Ante la idea de que el mayordomo reprendiese a la muchacha, Kurt frunció el
entrecejo, pero no hizo ningún comentario. Shivonne se levantó a servir el café y
Kurt sonrió cuando ella le alcanzó el suyo. Lisa tomó el suyo sin mirar siquiera a
Shivonne, pero tanto Josef como la señora Drayton se lo agradecieron
amablemente. Margarita no quiso café.
Luego, cuando el yate ya estaba en ruta, Shivonne, que paseaba por la
cubierta superior, contempló con expresión cavilosa a Kurt y a Lisa sentados en las
tumbonas, ambos tan desnudos como el decoro lo permitía.
La señora Drayton se le acercó y le dijo:
—¿Por qué no te cambias, querida, y tomas el sol con ellos?
—Ahora, dentro de un ratito.
—No hay nada que te impida acercarte a Lisa y a Kurt, ya sabes.
—No quisiera ser indiscreta —replicó con una mirada de espanto.
—Me gustaría que lo fueras, Shivonne.
Shivonne la miró y fingió perplejidad.
—¿Y para qué, señora Drayton?
—Tengo mis razones, y no hace falta que te las explique. —Era casi arrogante
cuando prosiguió con lenta firmeza—. Es una orden, Shivonne.
—¿Una orden? —la joven sacudió la cabeza—. No quiero entrometerme;
estarán hablando de sus cosas o a mí me lo parece. Me sentiría incómoda y estoy
segura de que ninguno de los dos se sentiría complacido por mi intrusión.
—Ciertamente, Lisa, no —dijo la señora Drayton mirando fijamente la figura
casi desnuda de la muchacha—. De todos modos, estoy pidiéndote que vayas a
reunirte con ellos. No hay ninguna razón que te lo impida... —se interrumpió para
examinar el atractivo aspecto de la joven y entrecerró un poco los ojos para dar
más énfasis a su expresión—. Ve, hija, y participa en lo que está ocurriendo.
Shivonne frunció el entrecejo y todavía titubeó; por primera vez estaba
enfadada con su ama. Abrió la boca a punto de seguir protestando, pero una
mirada a los ojos de la señora Drayton, iguales a los de su hijo cuando estaba deci-
dido a algo, hizo que Shivonne cambiara de idea.
—Me lo pone muy difícil —se quejó con un susurro—. Hará que me sienta
muy violenta.
La mujer no respondió, y entonces, dando un inspiro de resignación,
Shivonne se acercó a la pareja que tomaba el sol en la cubierta.
—¿Puedo sentarme? —nunca se había sentido in turbada, ahora que Lisa la
miraba con las cejas levantadas y la cabeza erguida y vuelta a un lado con
expresión inquisitiva—. Se... está tan bien aquí...
Se le apagó la voz al notar la extraña expresión que cruzó por la cara de Kurt,
que giró la cabeza y vio a su madre de pie a cierta distancia, con una leve sonrisa
suspendida en los labios. Kurt entrecerró los ojos y frunció el ceño cuando volvió a
dirigir su atención a Shivonne. Dijo con tono perezoso:
—Claro que puedes sentarte —agitó despreocupadamente la mano hacia un
sillón de cubierta tapizado con colores vistosos—. Tú misma.
Perpleja, la chica se hundió en el sillón y sus ojos se dirigieron de un hermoso
rostro al otro, con la esperanza de que su cara no estuviese tan roja como ella la
sentía. Cuando Lisa levantó los ojos al cielo, Shivonne advirtió que la señora
Drayton se retiraba, pues ya había conseguido lo que quería al interrumpir el
íntimo interludio en que Kurt y Lisa estaban absortos.
—Parece usted tener mucho tiempo libre, señorita Cavanagh —dijo Lisa con
un tono de estudiada curiosidad, acorde con la expresión de sus ojos.
Shivonne no atinaba a responder, y, para su sorpresa y alivio, Kurt acudió en
su ayuda.
—A mamá le gusta descansar mucho pero creo que eso ya lo sabes, Lisa —no
había mucho enfásis en la voz y su mirada era inexpresiva—. Y, naturalmente,
Shivonne tiene más tiempo libre que el habitual.
Lisa sonrió con arrogante condescendencia mientras respondía mirando a
Shivonne:
—Es como unas vacaciones pagadas, ¿verdad? Seguramente se sentirá usted
muy afortunada por haber conseguido un empleo como éste.
La falta de cortesía de la muchacha, el aire condescendiente que adoptaba, el
tono de desprecio en la voz... La combinación de todo eso, hizo que el carácter
irlandés de Shivonne se irritase, y el súbito destello,de sus ojos no se le escapó a
Kurt, que se echó hacia atrás en su silla, en actitud expectante, esperando la reac-
ción verbal de Shivonne.
—Su desaprobación me asombra, señorita Templar. ¿Hay alguna razón en
especial para que me trate así?
La voz era tan fría como los ojos helados de Shivonne. Los labios delgados de
Kurt se curvaron y, al echarle una rápida ojeada, Shivonne vio que en realidad se
estaba divirtiendo. Luego la expresión de Kurt cambió; Shivonne le dirigió una
mirada y vio que levantaba las cejas con arrogancia. Pero no se sintió amedrentada.
Volvió a mirar a Lisa, esperando una respuesta y le alegró ver que la joven se había
ruborizado.
—¡Eso es una impertinencia, señorita Cavanagh! —evidentemente su reacción
era resultado de la excitación del momento; no encontraba nada más cortante que
decir—. Yo no he hablado de desaprobación.
—Es una desaprobación tácita —replicó Shivonne, todavía estremecida de
furia, pero sin embargo eternamente tranquila y completamente segura de sí
misma—. No ha respondido a mi pregunta.
La muchacha se ruborizó más y Shivonne supo que, esta vez estaba buscando
frenéticamente una respuesta mordaz. Como no se le ocurrió ninguna, para
preservar su dignidad Lisa se levantó majestuosamente de su tumbona, murmuró
una disculpa y dejó solos a Kurt y a Shivonne.
—¿Y a qué viene todo esto? —preguntó él, y la miró de manera resuelta, con
los ojos entrecerrados.
Seguía recostado en el respaldo de la tumbona con una pierna cruzada sobre
la otra, y por un breve instante la atención de Shivonne fue presa de la perfección
de su cuerpo, la piel bronceada, el vello negro de las piernas, los muslos robustos,
el pecho amplio, poblado de músculos que dejaban ver su vitalidad por debajo de
la piel bronceada. La mano delgada en el respaldo de la hamaca le hizo recordar
sus caricias, y una tentación implacable se apoderó de Shivonne.
El color surgió en sus mejillas con delicadeza y Shivonne bajó rápidamente
las pestañas para ocultar su expresión a aquellos ojos que la escudriñaban.
—Tuve que desquitarme —murmuró en respuesta a su pregunta—. Lamento
haberte disgustado...
—¿Disgustado? —él levantó las cejas.
—Bueno, tal vez no sea esa la palabra —hizo una pausa—. ¿Te molestó mi
conducta?
—Creo que deberías tratar con un poco más de respeto a la señorita Templar
—respondió él pensativo.
—Ella ha sido grosera conmigo —dijo Shivonne a la defensiva—. Supongo
que lo habrás notado.
Los ojos oscuros de Kurt seguían pensativos.
—Parece haber cierta animosidad entre tú y Lisa —observó, y miró un
instante hacia donde había estado su madre unos minutos antes—. A mamá
tampoco le gusta.
Shivonne, sorprendida al oírle admitir eso, le dirigió una mirada.
—¿Estás preguntándome algo? —se oyó decir a sí misma, y supo que nunca
habría osado hacer semejante pregunta.
Ahora le tocaba a Kurt mostrarse sorprendido, aunque su voz era casi
inexpresiva cuando dijo:
—Eres muy astuta, Shivonne. Sí, me preguntaba si mi madre ha expresado
alguna opinión sobre Lisa.
Shivonne recordó de pronto la conversación que había oído accidentalmente,
y recordó que la señora Drayton había exclamado: "¡No pienso aceptar como nuera
a esa criatura!"
Shivonne frunció el ceño cuando se dio cuenta de que todavía no había
respondido a la pregunta de Kurt. Se oyó a sí misma decir lentamente:
—Tengo la impresión de que la señora Drayton no siente un gran aprecio por
la señorita Templar... —se detuvo y se ruborizó, turbada y enfadada—. No tenías
derecho a hacerme una pregunta como ésa.
—No te pongas así conmigo —le advirtió con un tono de voz muy suave—.
Tú eres una empleada.
—¡Gracias por aceptar eso! He estado tratando de que tu madre lo admitiese,
pero parece querer tratarme todo el tiempo de igual a igual.
—Ya lo he visto —asintió él, ignorando aquel segundo arranque
temperamental—. Y ahora me pregunto qué razón podrá tener —comentó con ojos
pensativos—. Sí, ¿por qué?
Capítulo 6
La diminuta isla de Laota estaba deshabitada, era apenas la cumbre de alguna
montaña sumergida, pero estaba cubierta de frondosa vegetación y sus playas de
arena fina y blanca como el taIco atraían de cuando en cuando a personas le
anhelaban pasar algunas horas aisladas del resto del mundo. El Mohawk ancló a
cierta distancia de la hermosa costa sur y estaba previsto desembarcar con ayuda
de la lancha. Brian ya lo tenía todo listo cuando, con gran sorpresa de Shivonne y
de Kurt, la señora Drayton decidió que no desembarcaría.
—¡Pero si a ti te gusta esta isla! —protestó Kurt—. Pensé que disfrutarías
nadando un rato en estas aguas, mamá.
—No me siento del todo bien... —se detuvo y frunció el ceño, evidentemente
molesta por su propio desliz, ya que su hijo en seguida se mostró preocupado.
—¿No te sientes bien? Entonces tendremos que volver.
—No hace falta —lo interrumpió ella—. Me pondré bien. Bajad vosotros y
divertíos.
Kurt miró a Shivonne y le dijo:
—Tendrás que quedarte con mamá, me temo.
Shivonne asintió y ninguno de los dos hizo caso de las protestas de la señora
Drayton. A Lisa le alegró la idea de que Shivonne se quedara a bordo y Margarita
se mostró indiferente. Shivonne habría querido que Margarita se mostrara un poco
más cordial con ella. No era que fuese hostil, no del modo descarado de Lisa, sino
que Shivonne tenía la impresión de que Margarita pensaba que sería preferible que
ella no estuviera a bordo.
—¿Se encuentra un poco mejor, señora Drayton? —le preguntó ansiosamente
Shivonne media hora más tarde, y la señora Drayton frunció el ceño y dijo que en
realidad no se había encontrado mal, sino que simplemente no había tenido ganas
de embarcar en la lancha.
—¡Qué contrariedad! ¡Y tú no has podido ir con ellos! —estaba francamente
enfadada, tanto consigo misma como con su hijo—. Ahora desearía no haber
abierto la boca. —Miró a lo lejos, hacia donde Kurt nadaba vigorosamente aleján-
dose de las dos jóvenes, que también estaban en el agua—. Mi hijo se inquieta
demasiado.
—Es natural que se preocupe por usted —dijo Shivonne en su defensa—. Si
usted se encuentra mal
—¡Estoy bien! ¿Cuántas veces tendré que repetírtelo?
Shivonne se mordió el labio y no dijo nada.
Estaba casi segura de saber por qué la señora Drayton se había disgustado.
Lamentaba que se hubiera perdido la oportunidad de que su acompañante y su
hijo estuvieran juntos.
—Supongo que Josef sí se siente mal —dijo después de una pausa—. Quizás
harías bien en bajar a ver si necesita algo.
Josef no era muy marinero y había estado mareado desde que comenzaron el
crucero tres días atrás. Shivonne supuso que estaría acostado en el camarote que
compartía con su mujer, pero cuando entró después de haber llamado y oído su
"adelante", lo encontró sentado en una silla, leyendo un libro.
—¿Está usted mejor? —comenzó diciendo—. La señora Drayton me ha
enviado a ver si necesita algo.
El sacudió la cabeza.
—No, gracias, Shivonne. Y sí, me siento mejor, mucho mejor.
—Tal vez le convendría subir un rato a cubierta —sugirió ella—. Un poco de
aire fresco le sentará mejor que quedarse aquí.
Entonces Josef sonrió y Shivonne correspondió a su sonrisa. Le gustaba el
marido de Margarita y sentía que sus sentimientos eran recíprocos. Siempre la
distraía con una charla, o con una palabra de alabanza por algo que ella había
hecho, o incluso con un comentario halagüeño sobre su apariencia cuando ella
estaba particularmente guapa. Ahora Josef la contemplaba y parecía vacilante y
pensativo...
—Me marcho —murmuró Shivonne, que por primera vez se sentía incómoda
en su presencia—. Es que...
—Un momento... —se detuvo y volvió a parecer vacilante.
Entonces, de pronto, la invitó a sentarse y ella accedió, aunque con una
sensación de... ¿aprensión? Pero no. Podía confiar en Josef; él nunca diría nada que
la incomodara.
Sin embargo, él se disponía a ponerla en un aprieto, aunque de un modo muy
diferente del que ella hubiese esperado.
—Sé que hablo de algo que no me concierne, Shivonne —empezó a decir sin
preámbulos una vez que se decidió—, pero creo que hay algo que deberías saber.
—¿Sí? —lo urgió ella, cuando él se detuvo para dejar el libro a un lado.
Estaba nerviosa porque sabía instintivamente que lo que él tenía que decirle
le causaría una viva impresión. La expresión de Josef le hacía pensar eso: el modo
de mirarla, los surcos en la frente, la ligera contracción de sus labios.
—Supongo que sabes la aversión que mi suegra siente por la chica en la que
Kurt está interesado.
—La señorita Templar, sí —Shivonne sintió que se le erizaba el vello de los
antebrazos.
—Bien, si Kurt llegara a casarse con ella el efecto en la señora Drayton sería
devastador. Me preocupo por mi suegra más que la mayoría de los hombres —
continuó diciendo con tono reflexivo—. Su felicidad es de gran importancia para
mí...
—Como lo es para su hijo.
Shivonne no pudo evitar el comentario y Josef asintió con un gesto.
—Pero cuando un hombre piensa en casarse tiende a olvidarse de otros
asuntos de importancia.
—Kurt no —Shivonne sacudió con énfasis la cabeza—. Él no disgustaría a su
madre... —pero la voz se le extinguió y frunció el ceño en silencio, porque ella
misma consideraba muy probable que Kurt se casara con Lisa.
Josef la miró a la cara y continuó diciendo:
—He dicho que hay algo que deberías saber y es esto: la señora Drayton
estaría encantada si el interés de Kurt se desviara de Lisa... y se centrara en ti.
Josef vio cómo el color le encendía las mejillas, y oyó una débil protesta en
sus labios. Pero entonces, Shivonne pareció tomar de pronto una decisión y Josef
esperó con creciente interés lo que iba a decir.
—Yo podría contarle que oí accidentalmente una conversación entre su
esposa y la señora Drayton... —Shivonne continuó relatándole todo lo que había
oído y notó cómo Josef cambiaba de expresión y fruncía el ceño.
—Lo que no alcanzo a entender —siguió diciendo Shivonne con voz insegura
—, es cuáles son, exactamente, los planes de la señora Drayton...
—No tiene ningún plan determinado, Shivonne. Ayer me habló con toda
confianza; estaba desesperada y ansiaba que Kurt dejara a Lisa por ti...
—Parece no importarle con quien se case Kurt, mientras no sea con Lisa. —
Shivonne no pudo evitar hacer ese comentario—. Todo el asunto es un disparate,
tal como dijo Margarita. Yo sólo soy una sirvienta, Josef, muy por debajo de la
categoría de un hombre como Kurt. No tiene sentido para la señora Drayton
suponer que ella puede decidir en la vida de su hijo. Y en cualquier caso, usted ha
dicho que no tiene ningún plan en especial, y no me sorprende, ya que ningún plan
es posible.
—Su propósito es... bueno... arrojarte en brazos de Kurt, por decirlo así —hizo
una pausa y agregó con tono de disculpa—. Esta conversación debe ser muy
penosa para ti, Shivonne...
—Toda la situación es muy penosa —le interrumpió con tono de enfado—.
Verá, creo que lo mejor que puedo hacer es dejarlo todo y volverme a mi casa.
—No, Shivonne —protestó él en seguida—. Prométeme que no lo harás. Le
dejarías todo el campo libre a Lisa.
Shivonne dijo:
—Ocurre que es a Lisa a quien Kurt ha elegido —no pudo evitar una
vacilación en la voz y al oírla Josef se quedó mirándola con una expresión muy
extraña.
—Tú... —sacudió la cabeza y siguió mirándola a los ojos—. Kurt es
excepcionalmente atractivo, ¿verdad? —agregó Josef después de un instante.
—Supongo que sí —fue lo único que se le ocurrió decir, y Josef no intentó
llevar más adelante la cuestión.
En vez de eso, dijo a Shivonne que su suegra le había confiado que pensaba
hacer todo lo posible para que su hijo se interesase en ella. De pronto Shivonne
sintió que se le despertaba su temperamento irlandés y su voz sonó áspera cuando
dijo:
—Dónde encajan mis sentimientos es lo que me gustaría saber. ¡En esta
cuestión se dan por supuestas demasiadas cosas!
Josef asentía mecánicamente.
—Le dije a mi suegra que la idea era... bueno, absurda, pero ella está
obsesionada con su deseo de romper la relación que por ahora existe entre su hijo y
Lisa. —Josef hizo una pausa y luego, persuasivamente, añadió—. Mira, Shivonne,
tú podrías contribuir. Sólo tienes que intentar que Kurt se fije en ti... Tú eres muy
hermosa, pero debes saber que...
—Por favor, Josef —las mejillas se le tiñeron de rojo y levantó las manos
heladas para cubrirse la cara—. ¿Está pidiéndome que..., que me arroje sobre Kurt?
—le preguntó al ver que Josef no hablaba.
—Yo no lo diría con tanta crudeza —protestó él—. Sin embargo, nos
complacería mucho a la señora Drayton y a mí si lo intentaras.
—¡Usted es muy franco! —le espetó enfadada—. ¡No, no contribuiré de
ningún modo!
Dio media vuelta con la intención de retirarse del camarote, pero la voz
sosegada de Josef la hizo volverse otra vez.
—Una boda entre Kurt y Lisa sería catastrófica para la señora Drayton, ya
que no podría quedarse a vivir con ellos. Y yo tenía la impresión de que le habías
cobrado afecto a la señora Drayton... —hizo una pausa y se encogió de hombros—.
Por lo visto me equivoqué.
Shivonne lo miró y sus pensamientos parecían casi incontrolables,
revoloteando de una cosa a otra. Primero se imaginó a Kurt casado con Lisa y
entonces pensó en el efecto que eso tendría sobre la señora Drayton, que en
realidad no estaba hecha para vivir sola, aunque tuviese sirvientes: su hogar tenía
que ser el de su hijo. La imagen de su padre se le cruzó por la cabeza y Shivonne
supo que no debía volver todavía a Irlanda. Tal como Kurt había sugerido, tal vez
su padre y su nueva esposa podrían componer sus vidas si se les dejaba solos.
Paddy... bueno, con él no había problemas Ahora Shivonne sabía que lo que había
sentido por él era algo pálido, insignificante, comparado con lo que sentía por
Kurt.
Por fin había un destello de esperanza... suponiendo que él se enamorase de
ella. Todo era un sueño, un deseo profundo anidado en su subconsciente, y sin
embargo no estaba tan alejado de los límites de lo posible. Pero... "¡arrojarse sobre
Kurt!" Ella nunca había coqueteado con ningún hombre, y ciertamente no podía
imaginarse tratando de que alguien tan distinguido como Kurt Drayton se fijase en
ella.
No obstante, se oyó decir pensativamente: —Lo intentaré, Josef.
Una sonrisa instantánea iluminó los ojos de Josef.
—Estaba seguro de que lo harías, Shivonne —le dijo.
Hubo una pausa antes de que Shivonne volviese a hablar.
—Josef..., no me gustaría que Margarita y la señora Drayton supieran que yo
escuché accidentalmente aquella conversación.
Él asintió comprensivo.
—No pensaba mencionarles nada de eso —le aseguró.
—Gracias.
Estaba pálida y el corazón le latía un poco demasiado aprisa para sentirse
cómoda. ¿Qué le había prometido? ¿Qué había resuelto hacer? Miró a Josef y le
dijo con incertidumbre:
—¿Cómo podré tener éxito? Y si por milagro desviase su interés por Lisa
hacia mí, eso no significaría que Kurt fuese a querer automáticamente casarse
conmigo.
Shivonne no tenía idea de lo joven e indefensa que aparecía ante el hombre
allí sentado, pero advirtió una sombra súbita en sus ojos. ¿Comprendía cómo se
sentía ella? Ya estaba tratando de imaginarse algún plan de acción definitivo. ¿Por
dónde tenía que empezar? Había oído hablar de mujeres que se habían propuesto
atrapar el interés de un hombre, pero eran mujeres hábiles, quizá con años de
experiencia.
—Yo más bien pienso que, aunque a mi suegra la haría muy feliz que Kurt se
casase contigo, ya se sentiría totalmente satisfecha con que rompiera con Lisa.
—Sí... —Shivonne dejó escapar un profundo suspiro y durante un instante
estuvo a punto de decidir volver a su hogar.
Pero, por supuesto, el impulso se desvaneció en seguida y ella se encontró
tratando de imaginarse qué tendría que hacer. Por fin dijo vacilante:
—No tengo experiencia en lo que concierne a los hombres, Josef.
—Creo que sin embargo te las arreglarás muy bien. —La confianza de su voz,
la expresión más bien amistosa de sus ojos, le levantaron el ánimo, ya que sentía
que ella y Josef eran ahora casi amigos íntimos, y compartían un secreto. Shivonne
sonrió y él sonrió a su vez, y entonces. mientras se levantaba de la silla, dijo—.
Creo que desembarcaré después de todo, Shivonne. ¿Querrás venir conmigo?
—No... me quedé a bordo porque la señora Drayton no tenía ganas de subir
en la lancha.
—¿Y entonces quiso que te quedases con ella? —preguntó consternado Josef
frunciendo el ceño.
—No, de ningún modo. Fue Kurt, que estaba preocupado por ella.
—Bueno, supongo que no le importará que la dejes sola una hora o dos.
Tienes que ver la isla. No existe otra igual, créeme.
La señora Drayton aceptó complacida la idea de que Shivonne desembarcase;
hizo señas a Brian para que se acercase con la lancha y diez minutos después Josef
ayudaba a Shivonne a bajar a la lancha. Llevaba unos shorts y una blusa sin
tirantes y se había puesto el traje de baño debajo. Josef vestía pantalones cortos de
baño y
había cogido un par de toallas grandes. Kurt nadó hasta la playa y salió del
agua con una mirada inquisitiva. Josef le explicó todo y consiguió convencerlo sin
dificultad de que su madre se encontraba perfectamente. Shivonne no pudo evitar
mirar largamente a Kurt, aquel cuerpo magnífico, bronceado, brillante de gotitas
de agua de mar, el cabello espeso y ondulado a pesar de estar mojado. Notó los
músculos robustos de sus piernas y brazos, los hombros anchos y erguidos, el
porte aristocrático de la cabeza. Ante esa cabal perfección se estremeció con un
escalofrío. De pronto, él pareció notar su interés y le devolvió una larga mirada
interrogativa. A Shivonne se le colorearon delicadamente las mejillas y apartó los
ojos. Las otras dos jóvenes habían estado nadando, pero ya salían del agua. Lisa
preguntó con el ceño fruncido:
—¿Le ocurre algo a la señora Drayton?
—Se encuentra bien —respondió Josef—. Por eso hemos venido.
—¿Te sientes mejor, entonces? —le preguntó su esposa con un destello en la
mirada.
—Mucho mejor —le dijo, y se fue tras ella, que volvía al agua.
Lisa los siguió y dejó a Shivonne con Kurt. Shivonne miraba a su alrededor,
excitada por la belleza del paisaje y la idea de estar en una isla totalmente
deshabitada. Allí reinaba la naturaleza, había aves de colores brillantes volando
bulliciosas y posadas en las ramas bajas de los árboles, poblando el aire con sus
trinos alegres. Crecían flores multicolores, silvestres: hibiscos,adelfas, lirios. Una
planta de orquídeas se destacaba por encima de las otras y los rayos del sol se
entremezclaban con el follaje. Shivonne estaba encantada; imaginaba que aquello
era un pequeño trozo del Paraíso, que de algún modo se había separado del
Paraíso original. Consciente de que Kurt la miraba con interés, alzó la cara hacia su
serio semblante y él dijo de pronto:
—¿En qué estás pensando, Shivonne?
—Estaba pensando en que el cielo debe ser como esta isla —su atención
estaba puesta en Lisa, que nadaba vigorosamente, bastante lejos de Margarita, que
flotaba tranquila de espalda.
—El cielo... —Kurt miró lentamente a su alrededor, con una extraña
expresión en el rostro—. Eres una romántica —observó, y ella inclinó la cabeza—.
Ese amigo tuyo de quien me hablaste... Paddy... ¿Todavía piensas en él?
Shivonne se preguntó si sería su imaginación o si realmente había notado un
tono de suspicacia en la voz de Kurt.
—No, no mucho —respondió con franqueza—. No creo que ninguno de los
dos hayamos estado enamorados.
—Yo tampoco. De otro modo habrías ido corriendo a sus brazos en el
momento en que supiste que había roto con la otra chica.
Había algo insondable en la inflexión de su voz. ¿Sería una nota de alivio?
Confundida, Shivonne examinó sus facciones pero nada pudo ver en aquel rostro
impenetrable.
De pronto recordó lo que le había prometido a Josef y le dedicó una sonrisa
encantadora; vio que él abría los ojos con asombro, pero sin embargo su expresión
continuó inescrutable. Ahora que lo pensaba, era muy difícil leer los pensamientos
de Kurt.
Entonces él dijo suavemente:
—Debía estar loco al arriesgarse a perder una chica como tú...
Es casi como si estuviese hablando consigo mismo, pensó Shivonne, con las
mejillas tenumente coloreadas por el cumplido.
—Él creía estar muy enamorado de otra chica —recordó Shivonne, y Kurt
sonrió maliciosante.
—Pero cometió un error y luego quiso rectificarlo.
Shivonne no dijo nada; se preguntaba cómo reaccionaría Kurt si le dijese por
qué razón Paddy ya no significaba nada para ella.
Kurt volvió a hablarle, con tono de confianza.
—¿Eres feliz con nosotros?
—Mucho.
Esataba pensando en la carta que había escrito en respuesta a la que le había
enviado su padre. Le había pedido que intensificara sus esfuerzos por sacar
adelante su matrimonio.
—Mi madre te aprecia mucho —le comentó él y sus ojos recorrieron su
esbelta figura, deteniéndose en la cintura delicada, las caderas bien formadas y las
piernas, de un hermoso color bronceado, ya que Shivonne había estado tomando
mucho el sol.
—Creo que somos espíritus gemelos —comentó por fin y Kurt se rió.
—Una romántica, y de propina idealista.
—No tiene nada de malo ser idealista —replicó Shivonne resueltamente.
—Está muy bien serlo. Pero por desgracia los idealistas suelen desilusionarse.
Shivonne tragó saliva y no hizo caso de lo que él acababa de decir. Estaba
contemplándola otra vez y ella se sintió como desnuda. La sensación pareció durar
un momento interminable y Shivonne tomó conciencia del anhelo salvaje que se
despertaba en su interior. Kurt se había convertido en la razón de su vida y ella
tenía miedo.
—No siempre... —murmuró Shivonne, y se interrumpió bruscamente cuando
Lisa llamó a Kurt desde la orilla.
—¡Ven al agua, Kurt, cariño! Es una pena que pierdas el tiempo así.
Kurt le hizo un gesto de asentimiento y preguntó a Shivonne por qué no se
había puesto el traje de baño.
—Me lo he puesto —dijo espontánea—. Lo llevo debajo de...
—Entonces quítate eso —fue la réplica instantánea y ella se sintió turbada.
Pero en su desconcierto recordó en seguida lo que se había propuesto hacer.
Y entonces se quitó la blusa y luego el short, consciente de su vivo interés, de la
mirada sensual que le dirigía todo el tiempo. Deseó no haberse ruborizado con
tanta facilidad, y haber sido más coqueta, usar los ojos y las manos del mismo
modo que Lisa empleaba los suyos. Shivonne sintió de pronto que había tomado
su "decisión" mientras estaba inmersa en una bruma de ilusión que, sin ser ella del
todo consciente, le inspiró cierto optimismo que la llevó a dar por sentado que
todo le saldría bien. Y eso a pesar de la incertidumbre, de la incógnita sobre cómo
pondría en práctica la idea que Josef le había sugerido
Cuando se inclinó a recoger la ropa que se había quitado oyó que Kurt le
decía:
—Estás muy lejos de aquí, pequeña.
Ella se rió, temblorosa, y agitó las pestañas. Kurt entrecerró los ojos
inesperadamente, como si estuviese ligeramente confundido.
—No, en realidad no —lo contradijo Shivonne y en sus labios se dibujó una
sonrisa encantadora que dejó al descubierto sus dientes blancos, sanos y
uniformes.
Ahora la expresión de Kurt era una máscara, y su respuesta fue un poco fría:
—¿No? Bueno, venga, vamos al agua. Shivonne fue tras él, consciente de que
Lisa no le quitaba los ojos de encima, y del interés adicional de Margarita. Josef
nadaba bastante lejos de ellos y por lo visto no hacía caso de lo que pasaba en la
playa.
Shivonne se dio cuenta en seguida de que Kurt no se apartaba de ella y por
alguna razón Lisa no se les acercaba mucho. ¿En qué pensaría? Le había pedido
Kurt que fuese a nadar con ella y ahora era Shivonne quien estaba con él. No
tardaron mucho en llegar nadando hasta el otro extremo de la islita y entonces
fueron a la playa. No tenían toallas, pero el sol era muy intenso.
—En seguida estaremos secos —comentó él, y se echó en la hierba que crecía
un poco más atrás de la playa—. Sentémonos.
Después de un instante de titubeo, Shivonne se sentó a corta distancia de él.
Notó que se le aceleraba el pulso; ése podía ser un momento mágico para ambos,
ya que allí estaban completamente solos en un lugar de ensueño, al sol, en una isla
diminuta que flotaba como una joya en un lecho de terciopelo azul oscuro. Los
árboles de tamarindo junto a la playa dejaban pasar haces de luz entre sus copas, y
los juegos de luz acentuaban la belleza de los colores y la vitalidad silvestre, ya que
los pájaros también revoloteaban por todos lados, y había además mariposas
multicolores casi tan grandes como los colibríes con sus alas vibrantes entre la
vegetación. El silencio era casi completo, salvo el chasquido de las olas que lamían
la playa y un poco más lejos rompían en unos arrecifes y se precipitaban en una
laguna. Sin darse cuenta, Shivonne dejó escapar un suspiro de placer que atrajo la
atención de Kurt, que había estado pendiente de un yate blanco en el horizonte.
—¿Feliz? —fue su breve pregunta, y ella asintió con un movimiento de
cabeza sin darse cuenta de que el sol le brillaba en el pelo, reflejando colores
indescriptibles.
Los ojos de Kurt se fijaron en esos reflejos y ella advirtió con asombro que
había un nervio que parecía latirle a un lado de la boca.
—Me siento muy feliz, sí. —Aunque también se sentía tímida, y desnuda bajo
la mirada que había empezado a recorrerla, se las ingenió para dar un tono
despreocupado a su voz al añadir—. Aquí todo contribuye a que una se sienta
feliz.
Kurt sonrió.
—Tu vida ha cambiado mucho en estos últimos meses, ¿verdad?
Shivonne asintió y respondió pensativa:
—Mirando hacia atrás, mi vida era muy triste y opaca en aquellos días.
—¿Incluso con Paddy? —le preguntó Kurt con un gesto de sorpresa.
—Incluso con Paddy.
—Entonces él debe haber sido totalmente incapaz de hacerte feliz —declaró
Kurt, y por alguna razón los nervios de Shivonne la alertaron—. ¿Quieres decir que
nunca te ha excitado?
—¿Excitado? ¿En qué sentido...? —se interrumpió bruscamente y un color
carmín le encendió las mejillas—. Las chicas irlandesas nunca... no... —se le apagó
la voz y advirtió la repentina mirada divertida que brilló en los ojos de Kurt.
—¿No? ¿Nunca, Shivonne? —preguntó él lentamente mirándola a la cara—.
Te has puesto colorada. ¿Timidez? Yo no debería turbarte de ese modo —con un
gesto lánguido se puso de pie a su lado y extendió los brazos hacia ella, pero tuvo
que inclinarse un poco para llegar a sus manos.
La ayudó a ponerse de pie y Shivonne no perdía conciencia de su minúsculo
atuendo... y del estrecho traje de baño que él llevaba. Sabía que todavía estaba a
tiempo de apartarse de él pero ya sentía la excitación anticipada y salvaje del
placer, y aceptó lánguidamente la oportunidad que tenía de hacer que Kurt
comenzara a interesarse realmente por ella. Shivonne le contempló la cara morena
y se estremeció ante la perfección de aquellas facciones delicadamente cinceladas,
de nobles contornos. Tenía profunda conciencia del frío orgullo que parecía carac-
terizar sus modales y su porte. Abrió los labios en una sonrisa... invitándolo, y por
un momento él frunció el ceño, con los ojos repentinamente endurecidos, con una
breve expresión de desconcierto. Pero al momento siguiente sus labios se
encontraron en una tierna caricia. El beso fue largo y cada vez más intenso y
atrevido a medida que pasaban los segundos. Los ojos de Kurt mostraban una
curiosa expresión cuando al fin le preguntó:
—¿Te he turbado un poco más? —sacudió la cabeza y respondió a su propia
pregunta—. No, mis besos no te incomodan. Creo que ese Paddy tuyo fue un tonto
al no enseñarte las artes del amor.
Shivonne se puso tensa entre sus brazos, y trató de apartar su cuerpo del de
él, pero el estrecho abrazo de Kurt venció su intento casi tan pronto como ella lo
inició.
—Eres... hermosa —le susurró junto al cuello.
Con los labios la exploraba lenta y sensualmente acariciándole la piel
satinada, descendiendo sin prisa hacia las virginales curvas de sus pechos. La
joven volvió a estremecerse contra él, y trató de pensar en lo peligrosa, que re-
sultaba esa situación, teniendo en cuenta que ambos estaban casi desnudos. Pero
sentir las manos de Kurt recorriéndola entera y la estimulante conciencia de su
cuerpo robusto casi fundiéndose contra el suyo, la escalofriante excitación que le
producía aquella mano morena estrechándole un pecho, la humedad del
minúsculo sujetador que parecía acentuar la delicadeza con que él le acariciaba el
pezón, la húmeda agilidad con que sus labios experimentados le encendían la
pasión... todo eso se combinaba para hacerla olvidarse del mundo, salvo el agudo
deseo en ese interludio en que el hombre que amaba estaba junto a ella, sus
pensamientos eran sólo para ella y su cuerpo estaba tan estrechamente ligado al
suyo que podían haber sido uno solo. Kurt la acariciaba, su mano le recorría la
carne suave, y la hacía estremecerse con el rítmico abrir y cerrarse de sus dedos
fuertes y posesivos. Ella se arqueó en una especie de frenética urgencia, dispuesta a
entregársele, a permitirle hacer con ella lo que quisiera; volvió a estremecerse con
éxtasis cuando él empezó de nuevo a pellizcarle y estrujarle los pechos, en su
intento de aumentarle el deseo febril y desesperado. Shivonne se aclaró la garganta
y se adhirió a él; trató de hablar, pero era muy difícil decir algo coherente.
—Shivonne..., eres una nena tentadora —murmuró Kurt y abrió la boca sobre
uno de los pehos que había desnudado deslizándole el tirante del sostén por el
hombro.
Ella articuló una breve queja, una súplica, al notar que su lengua áspera le
oprimía el diminuto botón erecto. Lo empujó con desesperación.
—Kurt... , por favor... —lo miró a la cara, le vio los ojos encendidos y volvió a
bajar la vista apoyando con resignación la cabeza en su pecho.
—Vayamos hasta aquel bosquecillo —sugirió él en un tono de voz grave y
vibrante y la cogió de la mano para apartarla de la playa, donde estaban tan al
descubierto.
Esto despertó la cordura en Shivonne, que se detuvo y forcejeó para liberar su
mano, pero Kurt la sujetó con más firmeza.
—¡Kurt! No pretenderás... ¡Los otros! Vendrán... bueno, podrían venir —se
corrigió, con las mejillas ardiendo, por lo que había estado a punto de decir—. Me
siento tan..., tan avergonzada...
Kurt la atrajo hacia él, irresistible, y con una mano bajo su mentón le levantó
la cara y la obligó a mirarlo a los ojos. Ella movía los labios convulsivamente y las
lágrimas le brotaron en los ojos mientras, con su mano libre, trataba de volver a
ponerse el tirante del sostén en su sitio.
—Tú me deseas, y es muy natural que queramos hacer el amor, Shivonne —
su tono era tan suave como el gesto con que le sujetaba el mentón—. Además, no
hay necesidad de recriminarse nada. Tú y yo nos atraemos físicamente y no veo
que haya nada malo en satisfacer nuestros deseos.
—¡No! Oh, es horrible pensar algo así.
—¿Horrible? —Kurt no pudo evitar reírse y ella sintió la risa como una aguda
estocada en su corazón. El dolor era insoportable; las lágrimas bañaron las mejillas
—. No, tontita. La llamada de la naturaleza es el instinto más primitivo que
tenemos; seríamos falsos e injustos con nosotros mismos si nos negásemos a esa
llamada.
—¡Es todo tan cínico en tu manera de explicarlo! —gritó Shivonne enfurecida,
mientras daba tirones para soltarse la mano, aunque lo único que conseguía era
hacerse daño—. ¡Suéltame, te he dicho!
Pero en lugar de soltarla, Kurt la atrajo hacia sí y su voz era suave cuando le
dijo:
—Basta, Shivonne. Te comportas como si hubiéramos cometido un crimen
atroz. Estás sobreexcitada sin que haya ningún motivo. Relájate, pequeña, y olvida
lo...
—¿Olvidar? —lo miró interrogativamente y advirtió que él se hallaba tan
tranquilo y compuesto como lo había visto siempre—. ¿Olvidar que casi..., casi...?
No pudo seguir hablando, y temió oír algún comentario sarcástico, pero en
lugar de ello él se inclinó a besarla suavemente en los labios, y fué en ese preciso
instante cuando Margarita apareció desde el otro extremo de la isla. Caminaba
despacio por la orilla del agua con el ceño fruncido. Kurt se apartó y Shivonne
también, pero Margarita ya los había visto juntos. Se acercó a ellos y su voz tenía
un tono de frío desprecio cuando dijo:
—De modo que por eso vinisteis a este extremo de la isla.
Los ojos de Kurt destellaban.
—¿Había alguna razón en particular para que tú aparecieses por aquí?
Ella se encogió de hombros, visiblemente desconcertada por la grosera
respuesta de su hermano.
—Me preguntaba dónde os habíais metido —replicó, echando una ojeada a la
figura casi desnuda de Shivonne.
Kurt, sin apartar la mirada del rostro de Margarita, dijo con voz muy suave:
—Esto que has visto no se lo dirás a nadie, ¿entendido?
Margarita levantó la barbilla y por un momento Shivonne temió que fuese a
replicar con algún comentario arrogante, o que tal vez se negase a obedecer lo que
tan a las claras era una orden. Sin embargo, después de una pausa se encogió de
hombros y se dio vuelta para alejarse.
—Muy bien —dijo despreocupadamente y se fue al agua para desaparecer en
seguida.
Shivonne tenía ganas de llorar y la voz le brotó ronca y sin emoción cuando
rompió el silencio después de haber esperado en vano que Kurt lo hiciera.
—Me volveré a Irlanda tan pronto como...
—No será necesario —la cortó él con cierta aspereza—. Margarita no dirá ni
una palabra de lo que ha visto.
Shivonne sacudió la cabeza, pero antes de que pudiera abrir la boca para
seguir protestando, Kurt estaba hablando otra vez.
—Ya te lo he dicho: olvídalo.
Ella se quedó pensativa, consciente de que su turbación se esfumaba más
rápidamente de lo que habría esperado unos minutos antes, cuando sintió que
quería hundirse en la arena y no volver a salir de la superficie mientras viviera. Se
encontró tratando de darse cuenta de lo que había pasado y con toda naturalidad
reflexionó sobre cómo iba todo encajando perfectamente en sus planes o, para
decirlo con más claridad estaba progresando en su propósito de desviar hacia ella
la atención que Kurt dedicaba a Lisa, sin encontrar demasiadas complicaciones.
Entonces, ¿por qué pensaba en volverse a su casa? No podía echarse atrás ahora,
cuando el éxito y la victoria estaban al alcance de su mano.
Levantó la mirada y agitó los párpados sin intención de coquetear, sino
porque sentía que las lágrimas estaban a punto de escapársele. Afortunadamente,
consiguió contenerlas y en un instante había recobrado por completo la
compostura.
De todos modos dijo con cierta vacilación:
—No sé qué haré para enfrentarme con tu hermana, Kurt. Me sentiré fatal.
—Compórtate como si nada hubiese ocurrido —replicó él con espontaneidad,
mirándola a la cara—. Déjalo pasar, como si nunca...
—¡Kurt! —Shivonne no pudo evitar interrumpirlo—. ¿Y cómo lo haré?
—Fácil —hizo una pausa, pensativo—. Procuraré asegurarme de que nunca te
encuentres a solas con ella. Dentro de unas horas emprenderemos el regreso a casa
y entonces Margarita y Josef volverán a la suya —la miró con una sonrisa en los
labios—. No debes preocuparte —le dijo con severidad—. No has hecho nada de lo
que debas avergonzarte... —se le apagó la voz al notar que ella se ruborizaba—.
Eres una chica encantadora, Shivonne —dijo inesperadamente, con voz muy suave
—. No me extraña que mamá te tenga tanto afecto.
Su madre... Sí, ciertamente se había encariñado con ella, pensó Shivonne
levantando la cara para contemplar los ojos oscuros de Kurt. ¿Y qué pensaría el
propio Kurt?
¿Sería posible que estuviese empezando a sentir por ella algo más que mera
atracción?
Kurt se inclinó para rozarle los labios con los suyos y ella sintió que la
embargaba un calor súbito, pero volvió a sentirse turbada por sus pensamientos y
porque se preguntó qué pensaría él si fuese capaz de leérselos. De pronto dijo,
incómoda:
—¿No sería mejor que volviéramos? Parece que estamos aquí desde hace
años.
Kurt rió enigmáticamente, agitó una mano indicando que volvían al agua y
un momento después nadaban juntos los dos hacia el otro extremo de la isla.

Capítulo 7
Cuando Shivonne entró en la sala de estar, la señora Drayton, que estaba
leyendo, levantó la vista y sonrió.
—Estás encantadora —comentó apreciativamente, recorriéndola con la
mirada de la cabeza a los pies—. Pantalones beige y blusa de color coral... qué bien
combinan. Tienes un gusto excelente, pequeña.
—Gracias, señora Drayton —respondió Shivonne con modestia.
—Eres tan esbelta que llevar pantalones te sienta magníficamente. A mí
siempre me hubiera gustado usar pantalones, pues tienen que ser muy cómodos,
pero... —se encogió de hombros—no podría con mi deformidad.
Lo dijo sin darle demasiada importancia, pero, apenas lo mencionó, en el
rostro de Shivonne surgió una expresión de dolor que ciertamente no pasó
inadvertida para la dama, a cuyos ojos asomó una expresión de ternura. Shivonne
se sentó y vio cómo la mujer se apartaba la manga para mirar qué hora era. Una
mujer tan serena... Era esa serenidad lo que siempre había impresionado a
Shivonne, una serenidad que llevaba como un aura y que nunca parecía
abandonarla; también rezumaba cultura y cierta pizca de orgullo, y sin embargo
conservaba toda su femineidad, con un suave toque de seducción que emanaba la
calidez que se percibía estando cerca de ella. No era extraño que se hubiese
adueñado del corazón de aquel hombre encantador que había sido el padre de un
hijo magnífico: Kurt.
Y tampoco era de extrañar que Kurt la amase tan solícitamente como para
querer que se quedase a vivir en su casa, ahora que ya era mayor y su hija se
marchaba. Los pensamientos de Shivonne se centraron en Lisa; pensó si se conver-
tiría o no en la dueña de Casuarina Mount...
Entonces Shivonne pensó en Kurt y en la actitud que él tenía para con ella
misma. Su interés evidente... ¿Sólo la deseaba como mujer? Sí, esa era la única
conclusión que Shivonne pudo sacar, porque en realidad no se imaginaba que
pudiese estar interesado por alguna otra razón. Era verdad, a él le interesaba que
ella se quedase y conservase el empleo, pero ése era un aspecto del todo diferente.
La cuestión principal era que ella le atraía físicamente, y estaba segura de que, si se
presentaba una oportunidad en que él pudiera ir más allá de los besos y las
caricias, no haría ningún intento para echarse atrás. Sin embargo, recordó por otra
parte que él había hecho una observación sobre su inocencia, y había agregado que
esa era la razón por la no intentaba persuadirla de...
—Shivonne, querida, ¿en qué estás pensando al fruncir el ceño de ese modo?
—la voz de preocupación de la señora Drayton interrumpió sus reflexiones y
Shivonne levantó la cabeza y la inclinó un poco para encontrarse con la mirada la
dama.
—¿Estaba frunciendo el ceño? —se rió y añadió consternada—. Yo no debería
ser tan transparente, ¿verdad?
—O tan evasiva —murmuró la señora Drayton lentamente mientras
examinaba con detenimiento a la joven.
Shivonne se ruborizó.
—Lo siento, pero no puedo decirle en qué estaba pensando —le dijo.
—¿No? —levantó un poco las cejas, tan parecidas a las de su hijo, oscuras y
arrogantes—. ¿En Kurt?
—¿En Kurt? —repitió Shivonne con un gesto bien fingido de no entender,
cosa que arrancó un lánguido suspiro de impaciencia a su interlocutora.
—¿Estabas pensando en mi hijo?
—Quizá —replicó Shivonne, con desconfianza.
—¿Te... gusta?
—Es mi jefe.
—Eso no responde mi pregunta —el tono de la señora Drayton tenía un deje
de aspereza y sus ojos estaban alerta.
—Si no me gustara —replicó Shivonne, que se sentía decididamente
incómoda con el cariz que había tomado la conversación—, ya no estaría aquí, ¿no
le parece?
La señora Drayton entornó los ojos.
—Sí, estarías, o podrías estar, simplemente porque yo sí te gusto y no me
dejarías sola, salvo en el caso de una emergencia, por supuesto.
—Debería volver con mi padre, si su matrimonio fracasa.
La señora Drayton la contemplaba.
—¿Hay posibilidades reales de que eso ocurra?
Parecía realmente muy preocupada, y Shivonne, por supuesto, sabía
perfectamente por qué.
—Me habías dicho que tu madrastra no te gustaba.
—Lo que dije fue que no me llevaba bien con ella —corrigió Shivonne.
—Te necesito conmigo, pequeña. Es necesario que lo sepas. —Shivonne no
dijo nada; estaba pendiente de un colibrí que había al otro lado de la ventana, con
alas que vibraban al brillo del sol mientras revoloteaba alrededor de una flor de
hibiscos—. Mi hijo... te preguntaba si te gusta —insistió la señora Drayton y
pareció que algo forzara a Shivonne a hablar cuando replicó instantáneamente.
—¿Qué se propone, señora Drayton? Esas cuestiones no me atañen. Sólo soy
una empleada aquí, una sirvienta, aunque usted diga que no.
La mujer se sonrojó ligeramente, pero no por eso se desconcertó ante lo que
Shivonne había dicho.
—Muchas mujeres se han enamorado de mi hijo —dijo con un curioso tono
que hizo que Shivonne se pusiese alerta.
—¿Qué quiere decir con eso, señora Drayton? preguntó con total conciencia
de que esa conversación difícilmente tendría lugar entre un empleado y su jefe.
Hubo una pausa breve y tensa antes de que la mujer hablase.
—Kurt es muy atractivo, para el sexo opuesto y me gustaría que... bueno... te
persuadiese para tener un asunto con él.
Shivonne frunció el ceño, convencida de que Margarita no había obedecido la
orden que Kurt le había dado de guardarse para sí lo que había visto. Debía
habérselo contado a su madre, fue la lógica conclusión que sacó Shivonne, y
respondió rápidamente, otra vez sin detenerse pensar en lo que decía.
—Margarita le ha hablado de Kurt y de mí... la isla —declaró Shivonne con
las mejillas tildadas de rojo.
Se dio cuenta demasiado tarde de que en realidad la señora Drayton no había
oído hablar del incidente, ya que abrió los ojos con sorpresa y gesto interrogativo
en la expresión.
—¿Kurt y tú en la isla? ¿Qué isla?
Shivonne se maldijo en silencio por su impulsividad. Como salir de esa
situación era una prueba tan dura para su carácter ingenuo, que enseguida
renunció a ello y decidió que lo mejor sería contarle la verdad.
—Margarita se encontró con Kurt y conmigo...—bajó la vista y se miró las
manos, fuertemente aferradas entre sí sobre el regazo—. Kurt me.... me estaba
besando.
—No sería por primera vez, sospecho —la interrumpió la señora Drayton y
Shivonne asintió con un gesto—. Ya veo... —frunció el ceño—. Estaba segura de
que Kurt te encontraría atractiva —continuó en un murmullo, con el ceño más
fruncido aún—. No es que yo... —la voz se le apagó y Shivonne volvió a sentir
urgencia por decir lo que le pasaba por la cabeza.
—No se trata de nada que usted haya planeado, ¿verdad, señora Drayton? —
Shivonne pensó que pocas semanas antes no habría tenido la confianza, la
temeridad de hablar así con su jefa..
—¿Planeado? —preguntó la dama levantando las cejas.
Shivonne esbozó una sonrisa, y, maravillada de su propia compostura, siguió
hablando.
—Creo que es hora de que hablemos claramente, señora Drayton. Verá, sin
querer oí una conversación entre Margarita y usted, una noche en el jardín. Usted
estaba diciéndole que le gustaría que el interés de Kurt por Lisa se desviase hacia
mí —hizo una pausa y advirtió con satisfacción que al fin había conseguido
desconcertar a la señora Drayton—. No tendrá más remedio que admitirlo,
¿verdad?
La señora Drayton cerró el libro que tenía en el regazo y lo dejó a un lado, en
el sofá donde estaba sentada. Shivonne se preguntó si estaría tratando de ganar
tiempo y pensó que nada obtendría por ese camino. La señora Drayton la
contempló a través de la habitación bellamente amueblada y dijo en voz baja:
—Por lo visto no puedo negarlo, Shivonne.
—Me temo que no —de repente Shivonne se sintió sofocada y quiso
marcharse.
Se puso en pie pero la mujer agitó una mano para ordenarle con impaciencia
que volviese a su asiento y Shivonne obedeció, deseando que alguien entrase a
interrumpir la situación en que se hallaba atrapada. Pero, aparte de los sirvientes,
sólo Kurt podía entrar en la sala, ya que los otros integrantes del crucero se habían
ido de Casuarina Mount hacía una semana.
—Shivonne —le dijo la señora Drayton luego de una pausa—, no quiero que
Kurt se case con Lisa.
—Eso tengo entendido —Shivonne se movió incómoda en la silla.
—Tú puedes hacer que... —se interrumpió y sacudió la cabeza—. Kurt nunca
se casaría con una mujer que hubiera dormido antes con él.
A Shivonne le brilló la mirada. Volvió a levantarse y se dirigió hacia la
puerta.
—Señora Drayton —dijo con la voz estremecida por la ira—, primero, no he
dormido con su hijo, y segundo, ¡no me casaría con él si me lo pidiese! ¡Aunque él
quisiera! —le brillaron los ojos cuando abrió la puerta.
—Yo no he dicho que hayas dormido con él...
—Estaba implícito. ¡Oh! ¿Por qué estoy aquí escuchando cosas semejantes? —
le ardían las mejillas y lágrimas cálidas le brotaban de los ojos. Tenía los puños
apretados a los lados—.
—¡Ha ido demasiado lejos! —gritó—. Abandono el empleo. Le doy un mes de
aviso.

***
Era de esperar que Shivonne se abandonase al paroxismo de las lágrimas
apenas se encontró en su habitación, que casi era un santuario. Había dicho que
nunca se casaría con Kurt si él se lo pidiese, pero, ¡qué carga de infelicidad se qui-
taría del corazón si tal milagro ocurriese!
Cuánto tiempo estuvo allí llorando boca abajo entre las colchas de la cama, no
lo sabía. Quizás una hora o tal vez dos. En realidad fue bastante menos de una
hora después cuando unos golpes en la puerta la hicieron volverse y sentarse en la
cama. Miró hacia la puerta sin ninguna intención de invitar a entrar a quien fuese.
Podía ser Nancy o Belinda... pero también podía ser la señora Drayton, que viniera
a suplicarle que se quedara. Permaneció en silencio, deseando que quienquiera que
fuese se marchara. Volvió a oír unos nudillos que golpeaban, pero esta vez la
puerta se abrió casi en seguida y Kurt apareció con una expresión insondable en
los ojos al captar todo el panorama de un vistazo. Shivonne se movió rápidamente,
consciente de que tenía la ropa desarreglada y que los pantalones le habían subido
por encima de las rodillas. También se daba cuenta de que su cara debía tener
aspecto de haber estado llorando mucho tiempo, con los ojos hechos un desastre y
las mejillas rojas, para no hablar de su pelo...
Kurt entró en silencio en la habitación y cerró la puerta tras de sí. Se acercó
sin prisa y se quedó de pie mirándola, con ojos súbitamente centelleantes en sus
facciones morenas.
Shivonne lo miró a través de las pestañas húmedas y en ese instante un
sollozo la hizo estremecerse de pies a cabeza. Kurt tragó saliva como si le doliera la
garganta o como si estuviera tratando de evitar que le siguiera vibrando un nervio
allí.
Por fin Kurt rompió el opresivo silencio y ella no pudo dejar de advertir el
tono áspero de su voz, que difería mucho de su dulce acento habitual.
—¡Has reñido con mi madre! —una aseveración la que ella no respondió—.
Me ha dicho que le diste un mes de aviso.
Shivonne asintió con la cabeza, recuperando el aliento después de sacudirse
con un súbito sollozo.
—Así es.
—Te darás cuenta, supongo, de que tu jefe soy yo, no mi madre.
Shivonne se movió impaciente en la cama.
—He llegado a considerar que mi jefa era la señora Drayton —lo había
mirado a la cara, pero volvió a desviar la mirada al agregar—. Si quieres que te lo
avise, escucha: dentro de un mes me marcharé.
Hubo un silencio breve y tenso antes de que Kurt volviese a hablar.
—¿De modo que nos dejarás a los dos, aun sin haber ninguna necesidad?
—Tal vez pienses que no es necesario... —lo miró de frente, parpadeando en
un intento de librarse de las lágrimas de dolor que le empañaban los ojos—. Por lo
visto no te lo ha dicho todo. Shivonne pensaba que tendría que marcharse, porque
no podría seguir viéndolo cada día, varias veces al día y ser capaz de ocultarle sus
sentimientos.
—Entonces ¿tal vez querrás contármelo todo? —la invitó Kurt mientras se
sentaba en una esquina de la cama y se inclinaba hacia ella.
Shivonne dijo casi instantáneamente:
—Tu madre sospecha que hay..., que hay algo entre tú y yo.
—¿Eso ha dicho? —estaba realmente sorprendido.
—No exactamente, pero insinuó que..., que... —frunció el ceño y sacudió la
cabeza, demasiado turbada para seguir hablando.
Kurt abrió la boca para concluir el asunto pero de inmediato cambió de idea y
pensó que sería mejor no aumentar su desconcierto. Pero Shivonne, que lo miraba
fijamente, estuvo convencida de que añadiría las palabras: "...dormimos juntos". El
color carmín volvió a subirle al rostro ante la idea y oyó que Kurt dejaba escapar
un breve suspiro antes de decir:
—Por lo visto, te has tomado tan a pecho algo que dijo mi madre, que deseas
abandonar el empleo para volver a tu casa, donde... —se interrumpió, y Shivonne
supo que era para intentar dar otra forma a la frase que estaba por decir—. Donde
encontrarás dificultades para habituarte.
—Lo que ibas a decir —lo interrumpió ella brusmente— era que me volvería
a un hogar donde no me desean. Bueno, mi padre me quiere, aunque su mujer no.
Sin darse cuenta se había puesto a la defensiva; no podía evitar que pensase
que ella sería una extraña en su propia casa, en la casa donde había nacido y vivido
hasta hacía pocos meses.
—Tendrás dificultades para habituarte —insistió Kurt, y ahora su tono de voz
era más suave que antes—. Debes quedarte con nosotros, Shivonne. Mi hermana y
su marido se marchan a los Estados Unidos dentro de quince días, y eso significa
que mi madre tiene que establecer su hogar aquí conmigo. Si te marchas, ella se
volvería a la isla de Gran Caimán, donde no tiene a nadie...
—Me habías dicho que tenía amigos allí.
—Pero nadie de su propia familia —la voz de Kurt era grave y persuasiva.
—Debo irme —insistió ella—. Hay otras razones...
—¿Qué razones? —había un tono de curiosidad y de desafío en esas dos
palabras, y sus ojos oscuros la escrutaban atentamente.
Shivonne sacudió la cabeza, pero después de una pausa dijo:
—No puedo explicártelo, Kurt. Por favor, no me lo preguntes.
Kurt hizo chasquear la lengua pero no hubo reflejo de impaciencia en su voz.
—No soy del todo obtuso, Shivonne. He advertido ciertas cosas que quizá tú
creas que se me habían escapado.
Se puso en pie y se alejó de ella con las manos enfundadas en los bolsillos de
los pantalones.
—Es bastante evidente que desde hace algún tiempo, mamá ha estado tra-
tando de arrojarnos uno en brazos dele otro...
—¡Por favor! —gritó ella—. ¡Basta! ¿No puedes tratar de ahorrarme
disgustos?
Implacable, Kurt prosiguió:
—Esto tendremos que hablarlo... —levantó la mano imperiosamente para
prevenir la interrupción que Shivonne estaba a punto de hacer y ella bajó la cabeza,
sintiéndose débil y sumisa, dispuesta a oír lo que tenía que decirle—. Sospecho que
mamá te empuja deliberadamente hacia mí, y por supuesto, sus razones son
demasiado evidentes: quiere que llegue a fijarme tanto en ti que termine
rompiendo con Lisa. Como ya sabes, mamá nunca establecería su hogar aquí
mientras haya una posibilidad de que yo me case con Lisa.
Hizo una pausa, se quedó pensativo, y Shivonne habría dado cualquier cosa
por saber qué pensaba. ¿Se sentiría muy enfadado con su madre por su actitud
para con Lisa? Shivonne pensó que si lo estaba era natural.
—Basta, por favor —suplicó Shivonne—. Ya he decidido marcharme, y si es
posible que me vaya antes de un mes...
—¡No, no es posible! —la cortó él imperioso—. Considero que eres una
egoísta al querer irte, sabiendo cómo se siente mi madre.
Shivonne resopló de impaciencia, pero al mismo tiempo, pudo comprender
claramente cómo se sentía Kurt, que se preocupaba hasta tal punto por su madre.
Se halló diciendo pensativamente:
—Aunque aceptara quedarme, tu madre todavía se sentiría preocupada por
si te casarás o no con la señorita Templar. Por lo tanto, no venderá su casa para
venir a instalarse contigo como tú quieres.
Hubo un tenso silencio antes de que Kurt hablara.
—Lo hará si hago lo que ella quiere y transfiero mi interés hacia ti —su tono
era tan tranquilo como el modo de mirarla.
Sin embargo, extrañamente Shivonne no se sentía completamente turbada, y
de repente se dio cuenta de que esa decisión era la única que él podía tomar si
quería estar totalmente seguro de que su madre vendería su casa y se iría a vivir a
Casuarina Mount. Sí, era lo único que Kurt podía hacer.
Pero, ¿qué sería de ella y de las consecuencias de la conducta de Kurt para
con ella, un tipo de conducta que tenía que ser convincente si había de satisfacer la
voluntad de su madre? Shivonne, que ya se había enamorado de Kurt, sólo era
capaz de ver más angustia si se quedaba allí e intentaba seguir adelante, como si
estuviese representando un papel y no se sintiese afectada por la fingida ternura
que Kurt pudiese creer necesario utilizar en provecho de su madre.
Kurt se movió con impaciencia y ella se dio cuenta de que estaba esperando
que hiciese algún comentario.
—¿No estás enamorado de la señorita Templar? —le preguntó, sabiendo que
el momento de hablar con tacto había pasado hacía tiempo.
—Nunca he estado enamorado de ella —dijo con tono despreocupado.
—Entonces, ¿por qué estás tan interesado en ella? —recordó a Brian cuando
dijo que Kurt tenía interés en Lisa por su dinero.
—Eso —dijo Kurt con lenta firmeza— no importa. Lo que es de primordial
importancia es que convenzamos a mamá de que he terminado con Lisa, y eso sólo
puede ocurrir si me intereso por ti lo suficiente como para que mamá esté segura
de que no hay ninguna posibilidad de que me case con Lisa.
—¿Y cómo encajan mis sentimientos en la cuestión?
Su propia calma y compostura la asombraban, pues no se sentía nada bien;
tenía un nudo de músculos en el estómago, el pulso acelerado y los nervios de
punta. Esa era en verdad una situación en la que nunca había siquiera soñado que
pudiera encontrarse. Tenía que tomar una decisión; lo que más deseaba en el
mundo era quedarse... y, sin embargo, sabía que el paso más sensato era irse.
No obstante, no había contemplado la posibilidad de que Kurt se hubiese
enamorado de ella. Una posibilidad remota, cierto, pero no del todo descabellada.
—¿Tus sentimientos? —Kurt le dirigió una mirada inquisitiva—. ¿Qué
quieres decir? Sólo tendrás que seguir haciendo lo que hacías, como de costumbre.
—¿Como de costumbre? ¿Contigo simulando que te has enamorado de mí?
No sabía cómo se había atrevido a pronunciar esas palabras. No pudo
mantenerle la mirada después de haber hablado, y por lo tanto no vio su expresión
cuando él le contestó.
—Estábamos hablando de que yo me mostraría interesado, no de que me
enamoraría.
Shivonne sintió que la sangre le subía a las mejillas pero se las arregló para
que su voz sonara firme e incluso despreocupada cuando replicó:
—Por supuesto. Supongo que me confundí, no importa.
Kurt se quedó en silencio; Shivonne notó que se acercaba sin prisa a la
ventana y cuando alzó a mirada lo vio contemplando el jardín, con el hermoso azul
oscuro del mar como fondo.
Finalmente dijo en voz baja:
—¿Por qué has estado llorando, Shivonne?
Shivonne dio un leve respingo. Había estado esperando esa pregunta y había
tratado de pensar en una respuesta que pareciera verosímil. Pero después de un
rato pensó que no se la daría. Kurt se volvió, se encaró con ella y advirtió la
expresión extraña e insondable en sus ojos oscuros y profundos.
—Supongo que era por los trastornos que estoy presenciando —respondió,
rogando que se lo creyera, pero no tuvo suerte.
—Yo creo que era porque sabías que le harías daño a mi madre si te
marchabas.
—Supongo que era por eso.
—¿Y nada más? —insistió él mirándola con atención.
Shivonne sacudió la cabeza.
—¿Qué otro motivo podía haber? —otra vez volvió a sentirse maravillada por
su propia calma, por la compostura que demostraba.
—Presumiblemente ninguno —dijo Kurt con voz suave pero inexpresiva—.
¿Has decidido quedarte? —le preguntó.
—Me lo pensaré —prometió mientras se levantaba de la cama y se dirigía
hacia la otra ventana con los ojos pensativos, contemplando el cielo del Caribe,
poblado de cirros que parecían pétalos de rosa y que reflejaban delicados colores
del sol que ya se estaba poniendo.
—¿Hace falta que lo pienses, Shivonne?
Ella se dio vuelta mientras Kurt hablaba, con los nervios en tensión por el
tono imperativo de su voz. ¡Era tan alto! Y tan distinguido, con su piel morena, fina
y brillante, y los rasgos fina y delicadamente cincelados, resultado de una mezcla
de razas que había originado un híbrido de nobleza. ¡Se veía tan superior! Como
un dios celestial cuya palabra debía obedecerse. Shivonne sintió el dolor del deseo
y le miró las manos morenas, los dedos delgados, gráciles. Cada nervio de su
cuerpo se estremecía por su abrazo... y su amor.
¿Había esperanzas? Nunca lo sabría a menos que se quedase.

Capítulo 8
Shivonne releía la carta que acababa de recibir hacía diez minutos.
"Estoy solo, pequeña, y me siento perdido. Madeline me ha dejado y ahora
quiere el divorcio. Puede pedir la mitad de la casa que recibí de tu querida madre.
Sí, según la ley ahora debo vender la casa y darle a Madeline la mitad de lo que me
paguen por ella. Si tú volvieras a casa, querida, entonces los tribunales no podrían
obligarme a cederle la mitad a Madeline, ya que sería tu hogar tanto como el mío, y
una orden de remate significaría dejarnos a ambos sin hogar. Vuelve, querida.
Vuelve con tu padre afligido y empecemos todo de nuevo desde allí donde lo
dejamos cuando fui tan tonto y ciego como para casarme con una mujer que nunca
te gustó. Oh, sí, Shivonne, trataste de ocultar tu disgusto, pero yo lo notaba y
debería haberlo tomado como una advertencia entonces y nunca habría llegado a
casarme con ella. Escríbeme, hija querida, y dime que vuelves a casa."
Las lágrimas brotaron fácilmente en sus bellos ojos y ella no intentó
secárselas. Hacía dos meses que le había prometido a Kurt que se quedaría y ahora
su madre lo había vendido todo y estaba instalada confortablemente en un
apartamento que había sido edificado para ella en Casuarina Mount. Tenía esas
habitaciones privadas por si quería estar a solas, o bien con Shivonne, pero, por
supuesto, podía ir a cualquier sitio de toda la mansión y se pasaba la mayor parte
del tiempo en los mismos lugares y de la misma manera que cuando había estado
sólo de visita. En cuanto a Shivonne, nunca había sido tan feliz durante tanto
tiempo. Aquellos días en que su padre y ella estaban juntos y eran tan buenos
amigos, parecían perderse en las alas de la memoria; se sintió sorprendida al
pensar en la cantidad de días que habían pasado sin que se acordase ni una vez de
él.
Pero ahora... leía la carta una vez más mientras trataba inconscientemente de
apresar la decisión que tomaba en un instante y desechaba en el momento
siguiente.
Sin embargo, su decisión debía ser simple pues la señora Drayton ya se había
establecido en casa de su hijo y no volvería a Gran Caimán a menos que se
comprase otra casa, cosa que, por supuesto, no era necesaria.
—No hay nada que me retenga aquí, en realidad —se dijo—. La señora
Drayton sabe que Kurt ha roto del todo con Lisa, de modo que ya puede estar
tranquila.
No obstante estaba Kurt... Había "transferido su interés" a Shivonne sin
demostrar en realidad el tipo de afecto que haría pensar a su madre que un día le
pediría a la joven que se casase con él. Y aunque tenía plena consciencia de que la
señora Drayton sería muy feliz si entre ella y Kurt se desarrollara una relación más
íntima, la mujer sabía, por lo visto, sentirse agradecida por lo que había obtenido.
De cuando en cuando revelaba cierta ansiedad, generalmente con preguntas
sutiles, sobre si Kurt había logrado persuadirla de tener un affaire con él. Conocía
bien a su hijo, o eso creía, y tenía la firme convicción de que, si lograba poseer a
Shivonne, entonces el matrimonio entre él y la joven a quien amaba ahora como a
una hija, difícilmente tendría lugar.
Tanto para Kurt como para Shivonne, resulaba fácil advertir que ella todavía
conservaba la esperanza, aunque, naturalmente, cada uno se guardaba el secreto
para sí.
Sí, estaba Kurt... Las esperanzas que Shivonne tenía de ganar su amor eran
más fuertes que nunca, pese a que en realidad no tenía nada en concreto en qué
basar ningún optimismo razonable. Kurt casi siempre era encantador con ella, pero
eso no era más que para complacer a su madre. Cuando Shivonne y él se hallaban
a solas, a veces Kurt era frío hasta el punto de la indiferencia. Sin embargo, había
ido varias veces con él a los Baños, y habían nadado en las cálidas aguas turquesa
que formaban las numerosas calas que daban su nombre a esa zona de la playa.
Por lo general, eran los únicos en la playa y para Shivonne era como haber naufra-
gado en una isla desierta donde las aves cantaban y las palmeras se agitaban con el
aire puro de un cielo de zafiro donde brillaba el sol. Entonces la inundaba la paz y
la atmósfera los afectó en una o dos ocasiones y tuvieron lugar un par de escenas
de amor. Pero Kurt no mostró la tórrida pasión de los primeros días y era como si
cada uno se asegurase de no hacer nada que pudiera reprocharse.
Shivonne deslizó la carta en el bolsillo al ver que Kurt venía de la piscina, su
esbelta figura centelleante de gotitas de agua, el pelo mojado, en mechones gruesos
que cuando estaban secos caían formando ondas pronunciadas.
—¿Por qué no vienes a nadar? —quiso saber él, pues Shivonne llevaba un
albornoz de toalla y Kurt supo que debajo llevaría el traje de baño—. Eso pensabas
hacer, por lo visto —mientras hablaba se secaba el pecho con una toalla; ella lo
contempló y se preguntó qué diría si se enterase de lo que estaba pensando... que
le gustaría secarle la espalda y el pelo.
Una tierna sonrisa apareció involuntariamente en sus labios hermosos y Kurt
se quedó unos instantes con la toalla inerte en las manos.
—Eres muy dulce, Shivonne —a menudo le decía cosas así, como empujado
por una fuerza interior que no podía controlar.
Shivonne sonrió más aún, pero fue incapaz de ocultar su ansiedad, originada
por la carta arrugada en el bolsillo. Advirtió algo sombrío en la mirada de Kurt y
frunció el ceño cuando con tono de preocupación él le preguntó si ocurría algo
malo. Ella sacudió la cabeza e intentó engañarlo diciéndole:
—No, por supuesto que no.
Con el ceño fruncido, Kurt empezó a secarse otra vez con la toalla. Estaba
pensativo, pero no hacía ningún esfuerzo por ocultarlo. Shivonne quería ver a su
madre antes de que ella le dijese nada a Kurt, y se sintió infinitamente aliviada
cuando él se alejó después de decirle que se reuniría con ella y su madre para la
hora de comer. Eso no era habitual, ya que por lo general tomaba el almuerzo en su
estudio, donde trabajaba cada mañana desde las nueve hasta más o menos las
cuatro de la tarde. Hoy había decidido tomarse la tarde libre y le había prometido
a su madre que la llevaría a Tortola en la lancha. Se trataba de la lancha con un
motor muy veloz, que se usaba únicamente para ir a la isla principal. La señora
Drayton tenía allí un sastre y había convenido con él ir a probarse unas prendas.
Shivonne sabía que alguno de los tripulantes del Mohawk podía haber llevado a la
señora Drayton, pero Kurt quiso llevarla él mismo.
Shivonne estaba de pie junto a un aromático arbusto de hibiscos y
contemplaba la gracia majestuosa del cuerpo de Kurt, que daba la impresión de
que sus pies apenas tocaban el suelo. Contuvo el aliento y luego dejó escapar un
profundo suspiro. Nada indicaba que su interés por ella estuviese aumentando, y
sin embargo estaba poco dispuesta a abandonarlo porque todavía tenía un destello
de esperanza en el corazón.
Sentía que esa esperanza era la que la mantenía de buen humor, ya que rara
vez se sentía verdaderamente deprimida.
Por fin se dirigió hacia la casa por el mismo sendero que había tomado Kurt.
Encontró a la señora Drayton en la pequeña sala de estar, bebiendo café.
—Ah, eres tú, querida —le dedicó una sonrisa a Shivonne—. No hacía falta
que vinieras, ¿sabes? Podrías haber ido a nadar con Kurt a la piscina.
—Sí, lo sé... —se movió con esa gracia particular, característica de tantas
chicas irlandeses, y se acercó una silla. Sintió que cualquier demora le haría perder
todo su coraje, de modo que dijo sin preámbulos—. Señora Drayton, he recibido
una carta de mi padre. Su mujer lo ha abandonado y se encuentra solo —hizo una
pausa porque le pareció que la señora Drayton quería interrumpirla, pero la dama
se quedó pensativa, con el ceño fruncido—. Según la ley, Madeline puede reclamar
la mitad de la casa, que originalmente era la que correspondía a mi madre, que a su
vez había heredado de su padre, mi abuelo —volvió a hacer una pausa, pero esta
vez la emoción le había secado la garganta. Sentía que todo era tan complicado y
difícil, que tendría que volverse a Irlanda y dejar a Kurt... y olvidarse de cualquier
posibilidad que hubiera tenido de ganar su amor—. Mi padre cree que si yo
estuviera viviendo en casa con él, habría menos posibilidades de que el tribunal le
obligase a vender y cederle una mitad a Madeline —miró a la mujer con ojos
nublados y con la boca temblándole convulsivamente—. Así que ya lo ve, señora
Drayton, no puedo pensar en otra cosa que en... marcharme...
La frase quedó inconclusa, el nudo en la garganta de Shivonne confinaba al
silencio lo que estaba por decir. Le brotaron las lágrimas en los ojos y tenía los
puños apretados contra los costados.
—¿Quieres abandonarme? —había mucho énfasis en esas palabras, y también
ansiedad.
—No, señora Drayton, por supuesto que no, pero...
—Si no es lo que deseas hacer, querida, entonces olvídate de todo —le
aconsejó su jefa en voz baja—. Debes hacer lo que desees tú, no lo que tu padre
quiera. Él se casó con esa mujer y, aunque cometió un error lamentable, no existe
ninguna razón por la que debas afrontar sus problemas.
—Suena muy razonable —estuvo de acuerdo Shivonne, pero al mismo
tiempo sacudía la cabeza—. Pero usted ve la situación desde afuera. Yo quiero
mucho a mi padre y también le tengo mucho cariño a la casita donde nacimos mi
madre y yo. ¿Por qué habría de venderla para darle dinero a esa otra mujer, que
moralmente no se lo merece? Oh, sí, legalmente tiene todo el derecho, pero sólo
porque las leyes son tan estúpidas en esa parte del mundo. Madeline estuvo casada
con mi padre unos pocos meses; si hubieran sido años no me importaría tanto...
Se interrumpió, casi convencida por la idea que se le había ocurrido: que
desde el primer día Madeline sólo había estado interesada en lo que pudiera
obtener del hombre con quien se había casado. Nunca había hecho el menor in-
tento de llevarse bien con su hijastra, y, de hecho, Shivonne recordó que casi desde
el principio Madeline la había tratado a ella y a su padre con cierto desprecio.
La señora Drayton se quedó un rato pensativa. Después de una larga pausa,
habló para preguntarle cuánto dinero daría la venta de la casa.
—No lo sé —Shivonne se sintió sorprendida por esa pregunta que
aparentemente no venía al caso—. Pero cualquiera que sea el precio, la mitad
deberá ser para Madeline.
—Si tu padre la hiciese tasar... —la mujer casi parecía estar pensando en voz
alta, con los ojos perdidos en el vacío—. Y si entonces pudiese conseguir la mitad
de ese dinero, podría, supongo, pagarle a su mujer y no vender la casa.
Una tenue sonrisa curvó los labios de Shivonne.
—Nunca podría reunir tanto dinero, señora Drayton. No, la única solución es
que yo regrese y ojalá que no tengamos que vender la casa, después de todo.
La dama dejó escapar un suspiro, pero, curiosamente, no pareció tan
disgustada como Shivonne había esperado verla.

***

Shivonne estaba de pie al lado de una fragante mata de hibisco, admirando


las grandes flores carmín. Había dejado a la señora Drayton para salir otra vez al
jardín, pues lo único que quería era estar sola para poder pensar. Pero pronto se
distrajo con los alrededores exóticos, y se encontró completamente absorta en la
contemplación de los jardines. Miró hacia el cielo y empezó a pasearse. Eligió un
sendero bordeado de matas de adelfa, que conducía a la huerta, con la línea
irregular de la playa detrás. El cielo parecía frágil y vaporoso, con jirones de nubes
contra el azul intenso. Cerca de la playa, unos delicados tamarindos daban una
dulzura sutil al paisaje, en rígido contraste, de algún modo, con los perfiles más
nítidos de los cipreses y las palmeras, y, en el huerto de Kurt, los naranjos y
limoneros.
Shivonne había llegado al final del sendero cuando vio una sombra y se dio la
vuelta. Kurt... tan alto y distinguido, con sus pantalones blancos y la camisa de lino
haciendo juego, el cuello abierto que descubría la garganta bronceada, sobre el pelo
negro que le cubría el pecho. Shivonne sintió un escalofrío, una súbita señal de
alerta que sus nervios le enviaban como advertencia.
—¿Así que estás aquí? —sonrió y ella se sintió feliz, pero por poco tiempo,
porque la presencia de Kurt le recordaba sus problemas—. ¿Y por qué no estás con
mi madre?
—De vez en cuando le gusta estar sola. Shivonne estaba tensa sin saber por
qué. Sabía que su madre le hablaría de la entrevista que acababan de tener apenas
pudiera, pero cuando Sivonne lo miró ansiosamente a la cara, tuvo la seguridad
de que todavía no había hablado con su madre. Y sin embargo... ese semblante
impasible que ya no sonreía, esos ojos que la examinaban ligeramente
entrecerrados... Shivonne volvió a preguntarse si él había o no hablado con su
madre, y se oyó decir:
—¿Acabas de salir de tu estudio?
Kurt asintió en seguida, pendiente su atención del aspecto de una delicada y
pequeña lagartija rosada que se mantenía inmóvil sobre una piedra cerca de sus
pies. Mirándolo, Shivonne no pudo decidir si su divertido interés era deliberado,
con el fin de ocultarle a ella su expresión.
—Sí —le dijo, y la sonrisa reapareció cuando sus ojos volvieron a encontrarse
—, tenía ganas de tomar un poco de aire fresco.
Shivonne miró hacia la casa y vio que la ventana del estudio de Kurt estaba
abierta.
—Se está bien aquí fuera —se sentía incómoda, atrapada en cierta
inexplicable red de suspense—. Entonces... no has visto a tu madre, ¿verdad?.
—No, desde el desayuno no —su voz era inexpresiva; sus ojos contemplaban
otra vez la lagartija que tomaba el sol en la roca.
—Pareces... un poco raro —no tenía idea de por qué había dicho eso, y miró a
lo lejos, segura de que él estaría sorprendido.
—Raro, ¿en qué sentido? —la voz seguía siendo inexpresiva, de modo que
Shivonne no pudo enterarse de su estado de ánimo
—No sabría explicarlo.
Él le puso un dedo bajo el mentón y la obligó nirarlo a los ojos.
—Eres tú quien está rara, Shivonne —observó—. Te sientes incómoda
conmigo, como si cavilaras algo. Es como si te sintieras culpable de algo. Shivonne
agitó las pestañas y se preguntó por qué no se sentía más sorprendida ante su
perspicacia.
Kurt dejó de mirarla, pero ella todavía sentía que no podía apartar los ojos de
él, como si estuviera obligándola a mirarlo.
Shivonne no contestó nada, y después de un momento él dijo lentamente:
—¿Por qué me preguntabas si había visto a mi madre?
Ella se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.
—Hemos estado hablando...
Él levantó las cejas.
—Creo —dijo, todavía con la misma deliberada atitud—que iré a ver a mamá.
Shivonne asintió con un movimiento de cabeza.
—Tendrá algo que decirte —Shivonne pensó que no ganaba nada ocultándole
eso.
Los ojos de Kurt centellearon.
—En ese caso —dijo con cierta inflexibilidad en tono, puedes decírmelo tú —
miró hacia una pequeña glorieta donde había un banco rústico—. Ven, vamos...
—Preferiría que lo oyeras de tu madre —le dijo antes de que él pudiera
detenerla dio media vulelta y echó a correr, huyendo de él.
Al llegar a la casa se volvió a mirarlo; Kurt seguía de pie donde ella lo había
dejado.
Menos de una hora después, Nancy llamó a la puerta del dormitorio de
Shivonne, que había decidido escoger y ordenar su ropa para poder hacer las
maletas más fácilmente.
—El señor Kurt desea verla en su estudio, señorita —le dijo respetuosamente.
—¿Él...? —Shivonne se contuvo a tiempo antes de decir nada más. Y su tono
era tranquilo y digno cuando asintió y dijo en voz baja—. Gracias, Nancy.
La joven se inclinó en una reverencia y se marchó. Shivonne suspiró
profundamente, luego apretó las mandíbulas y enderezó los hombros.
Ahora, a la batalla.
El rostro moreno de Kurt era severo cuando sometió a Shivonne a un
cuidadoso examen. Ella había entrado en el estudio después de golpear y haber
oído su brusco "adelante".
—Siéntate —era más una orden que una invitación; instintivamente,
Shivonne levantó el mentón. De todos modos obedeció y se sentó en el borde de la
silla, con las manos cruzadas en el regazo—. Supongo que sabrás de qué deseo ha-
blar contigo —le dijo, tenso—. He hablado con mi madre.
—Entonces te habrá explicado por qué debo volver con mi padre.
Kurt no dejaba de mirarla a la cara cuando le preguntó:
—¿Tú quieres volver con tu padre, Shivonne?
Ella vaciló y se mordió el labio. Le brotaron las lágrimas y le dolían los ojos,
de modo que pestañeó automáticamente y se mordió el labio con más fuerza.
—Yo..., yo...
—Tu actitud es más que suficiente como respuesta —Kurt jugueteaba con un
abrecartas de oro, y de pronto pareció muy lejano, perdido en sus pensamientos.
Por fin habló, y su tono fue autoritario. Shivonne tuvo la impresión de que le
estaba advirtiendo de que cualquier objeción sería inútil—. Mamá y yo hemos
tenido una breve pero provechosa discusión, y en consecuencia hemos decidido
enviarle a tu padre el dinero que le haga falta para pagarle a esa mujer...
—¡No! —gritó ella, con la cara encendida—. No permitiré que...
—¡Shivonne! —la cortó él con severidad—. Por favor, no me interrumpas
cuando te hablo. Tú no deseas marcharte, y nosotros no queremos que te vayas. Si
tu padre pudiese contar con ese dinero, entonces no te necesitaría...
—¡Él me necesita! —lo interrumpió bruscamente, y su rubor se acentuó bajo
la mirada severa que Kurt le dirigía a través del gran escritorio de roble.
—Sólo te necesita como apoyo. Pero el dinero puede sustituirte.
Ella sacudió la cabeza; sus pensamientos eran confusos, como tan a menudo
en el pasado, en momentos de indecisión en que no sabía qué camino elegir.
—Mi padre nunca aceptaría que le diesen ese dinero —dijo Shivonne, y oyó
que Kurt le respondía que entonces podía aceptarlo como un préstamo—. De todos
modos no lo aceptará —declaró ella.
—¿Ni para garantizar tu felicidad? —la mirada de Kurt era de curiosidad.
—Me necesita, Kurt —murmuró ella—. No se trata sólo del dinero. Papá se
encuentra en dificultades y está muy solo. Debo irme con él. Por favor, trata de
entender mi posición —lo miró suplicante, con la boca temblándole
convulsivamente—. Tengo que ir... , de verdad, debo ir.
Hubo un momento de tenso silencio antes de que él hablase.
—¿Y qué me dices de mamá? Ella te necesita mucho más que tu padre.
Depende de ti; tú le das la felicidad y la compañía que le hace falta en su avanzada
edad. Se hallaría totalmente perdida sin ti, y lo sabes.
Kurt estaba jugueteando otra vez con el abrecartas y ella lo miraba en
silencio, reflexionando en lo que él acababa de decir. Era cierto que su madre la
necesitaba, que sin ella se sentiría perdida. Shivonne tragó saliva dificultosamente,
enojada consigo misma por haberse vuelto tan indispensable para la madre de
Kurt. Por haberle prometido que se quedaría, ella había vendido su casa y había
venido a vivir a Virgen Gorda con su hijo. Shivonne dijo desesperada:
—Hay otras chicas que podrían ser tan buenas como yo con tu madre...
—¡No seas ridícula! —la interrumpió él, y ahora había un deje de desprecio
en la voz—. Sólo buscas excusas para lo que proyectas: abandonarnos a mi madre
y a mí. Sabes muy bien que nunca habría vendido su casa si no hubiera estado
segura de tu promesa —con el abrecartas en la mano y los labios contraídos
agregó—. Te quedarás Shivonne...
—¡No!
—...porque yo lo digo.
—¡No puedes imponérmelo! —gritó ella, y se dio vuelta porque tenía los ojos
llenos de lágrimas.
¡Deseaba tanto quedarse! ¡Si él supiera cuánto! Se sentía tan atormentada por
esas lealtades dividas, y estaba tan absorta en su propia desgracia que no oyó
cuando Kurt le dijo:
—¿Te casarías conmigo, Shivonne?
Shivonne lloraba, se restregaba los ojos y dejó escapar un sollozo desde lo
más profundo su corazón.
—Me...me voy... —empezó a decir mientras se levantaba de la silla— No... me
encuentro muy... bien.
—Shivonne... te he hecho una pregunta —la voz Kurt era muy suave, pero
esta vez ella la oyó lo miró confundida.
—¿Una pregunta?
Kurt suspiró impaciente. Pero al ver las lágrimas, sus modales sufrieron un
cambio, y la antigua y familiar mansedumbre estaba presente en su voz, cuando
habló, después de un breve sinlencio.
—Shivonne, querida, ¿te casarás conmigo?
Ella le dirigió una mirada de incredulidad,consciente de que la habitación
parecía estar girando, muy, muy lentamente, pero girando de todos modos.
—¿Qué..., qué has dicho...?
El espectro de una sonrisa tocó la fina línea de su boca.
—Creo que lo has oído —observó él—, pero lo repetiré de nuevo: ¿serás mi
esposa?
Shivonne sacudió la cabeza lentamente, y su voz era apenas un susurro
cuando respondió:
—¿Eres de verdad capaz de llegar a esto por el bienestar de tu madre?
Shivonne se preguntaba si había oído bien, y trató de imaginarse casada con
él, trató de pensar en un matrimonio en el que sólo ella amara.
—Los dos queremos que te quedes aquí —fue lo único que él dijo, y ella
volvió a sacudir la cabeza.
—No puedo casarme contigo —Shivonne se estremecía; buscó un pañuelo
pero no halló ninguno—. Un matrimonio por conveniencia no funcionaría... —Se le
extinguió la voz al notar que él levantaba la cabeza.
—¿Quién ha hablado de matrimonio por conveniencia?
—¿Quieres decir...? —se calló, ruborizada—. Yo no podría —balbuceó,
atormentada por sentimientos conflictivos, ya que por un lado deseaba
desesperadamente ser su esposa y que él le hiciera el amor, y por otro lado no se
hacía ilusiones en cuanto a sus propios sentimientos. Amarlo como lo amaba y
saber que él no la amaba sería algo muy doloroso, con lo que ella sería incapaz de
vivir, de modo que otra vez dijo, volviendo la cabeza—. No puedo casarme
contigo, Kurt. Simplemente, no funcionaría.
—Funcionaría muy bien —afirmó Kurt muy seguro de sí mismo.
Pero, ¿qué ocurriría con los sentimientos de Shivonne? La joven lo miró a la
cara y de pronto recordó cómo había resuelto cierta vez lograr que él se fijase en
ella. Y con esa decisión había nacido la esperanza de que quizá se enamorase de
ella.
Y todavía podía enamorarse... especialmente si se casaban y llevaban una
vida normal... Él sería su amante en el sentido físico pues, aun siendo tan
inexperta, Shivonne sabía instintivanente que en ese sentido tenía mucho que ofre-
cer a Kurt. Él le enseñaría enseguida y ella aprendería volando... Tendrían niños y
Kurt los quería mucho... y seguramente también querría a la madre. Shivonne se
sentía demasiado indispuesta para hablar, y cuando volvió a mirar a Kurt todavía
tenía los ojos llenos de lágrimas. Notó que a él le latía un nervio a un lado de la
garganta y vagamente se preguntó qué emoción le provocaba eso. Oyó su voz, tan
suave que se sintió herida de algún modo insondable, extraño, en pleno corazón.
—Sé que te casarás conmingo, cariño. Lo sé —hizo una pausa para sacar un
pañuelo, pero en lugar de ofrecérselo se acercó a ella, desde el otro lado del
escritorio, y le sujetó la cara suavemente con una mano mientras con la otra le
secaba los ojos y las mejillas—. Nunca te haré daño, Shivonne, así que no tengas
miedo al futuro. Prométeme que no tendrás miedo.
Ella dijo con un estremecimiento:
—Das demasiadas cosas por supuestas, Kurt. Yo no dije que me casaría
contigo.
Él sonrió levemente.
—Pero lo dirás.
Shivonne lanzó un profundo suspiro, mirando cómo él volvía a su sillón y se
sentaba, con el pañuelo estrujado en la mano que apoyó en el escritorio. La ventana
estaba abierta de par en par, y Shivonne fue vagamente consciente del canto de
una cigarra en los olivos del jardín. Dejó escapar otro suspiro.
—No puedo pensar —se quejó.
—Estás preocupada por tu padre —fue su comentario comprensivo, que hizo
que ella se sintiese de nuevo al borde de las lágrimas—. Pero si te casas conmigo
será muy sencillo enviarle el dinero.
—Ya te he dicho que él no lo aceptaría.
—Si tú fueras mi esposa... —Kurt hizo un ademán como si ya hubiera
descartado cualquier idea de que su padre siguiera obstinándose en cuanto a
aceptar aquel dinero tan necesario—. Él sería un tonto si no lo aceptase.
Shivonne pensó en eso, llegó a la conclusión de que Kurt estaba en lo cierto:
su padre sería un tonto al no aceptar un dinero con el que podría conservar su
hogar.
—Kurt —murmuró, como si fuera una criatura aturdida, desesperadamente
sola—, no sé qué decisión tomar.
Kurt volvió a rodear el escritorio para ponerse a su lado, y esta vez le cogió la
mano, aferrada firmemente a la falda, y tiró de ella hacia bajo.
Shivonne se resistió un instante, pero luego buscó alivio en su pecho y apoyó
la cabeza en él de repente ya no se sintió sola y desesperada, sino reconfortada y en
paz.
—Me casaré contigo —la estremeció un sollozo que no pudo controlar—. Sí...,
me casaré contigo...
Capítulo 9
Como era de esperar, la señora Drayton estuvo encantada con la noticia. Ella
había proyectado, y deseado, que esto ocurriese, pero últimamente había
empezado a aceptar que su hijo no tenía suficiente interés en Shivonne como para
querer casarse con ella.
La señora Drayton estaba sentada en la hermosa sala de estar de la villa, y
Shivonne, de pie a su lado, no pudo evitar recordarle que la oferta de matrimonio
de Kurt se basaba simplemente en su profunda inquietud por la decisión de
Shivonne de volver junto a su padre.
—Se enamorará de ti en su momento —declaró la señora Drayton con
confianza.
Era toda sonrisas, y Shivonne deseó poder sentirse ella misma tan segura de
que Kurt un día se enamoraría de ella. Algunas veces, esa posibilidad parecía muy
próxima, mientras que otras era tan remota que se situaba más allá de los límites
de su imaginación.
De cualquier modo, era incuestionable el hecho de que se sentía muy feliz al
poder hablar por teléfono con su padre y contarle que se iba a casar y que su futuro
esposo estaba más que dispuesto a ayudarlo en su apuro.
Naturalmente, su padre protestó enérgicamente, después de lo cual Shivonne
le recordó que no estaba en condiciones de dejar que el orgullo primara sobre
cualquier otra consideración.
—Kurt puede afrontar ese gasto sin dificultad —siguió diciendo ella con
sentido práctico—. Es un hombre muy rico, y me ha rogado que te dijese que para
él será un placer ayudarte en la dificultad en que te hallas.
—Parece un hombre muy amable. —Por el tono, Shivonne sospechó que a su
padre no le gustaba tener que aceptar dinero de un hombre que hasta el momento
era un extraño para él—. ¿Y cómo te las arreglaste para encontrar un marido tan
rico? —siguió diciendo, y Shivonne titubeó ante la pregunta.
—Él y yo... nos sentimos atraídos... No sabría explicártelo —agregó
frunciendo el ceño—. Son cosas que a veces ocurren, ¿no es verdad?
Hubo un silencio bastante tenso y prolongado antes de que Shivonne oyera
decir a su padre:
—Asegúrate, querida, de que sabes lo que haces. Recuerda lo que me pasó a
mí. Cuando te cases, será para toda la vida. ¿Me has dicho que ese hombre se
muestra afectuoso?
Shivonne esperó un instante y luego preguntó:
—¿Eso importa?
—¿Lo es? —quiso saber su padre, sin demasiada expresión en la voz, que de
pronto sonaba a cansada.
—Te he hecho una pregunta, papá —no tenía idea de por qué insistía con eso.
—No, no creo que importe —respondió él después de un momento de
reflexión—. No, supongo que si está realmente enamorado de ti, y tú de él, eso no
interesa en absoluto.
Una sonrisa iluminó los ojos de Shivonne, y momento después dijo:
—Los nativos de estas islas, entre los que se cuentran los caribeños, provienen
en su mayoría de muchas y variadas razas, cosa que les da un atractivo excepcional
en ambos sentidos, desde el punto de vista físico y del de la personalidad, Kurt es
muy guapo.
—¿Y tú lo amas?
—Con todo mi corazón.
—En ese caso, querida, lo apruebo.
—¿Y aceptarás su ayuda?
—Como un préstamo —decidió él después de pensárselo un momento—. No
sé cómo ni cuándo podré devolvérselo, pero me sentiré mejor si me presta ese
dinero en lugar de dármelo.
Shivonne se encogió de hombros.
—Espero que así lo hará, papá, pero estoy segura de que él preferiría dártelo,
y así tú no tenías que preocuparte por devolvérselo.
—Me preocuparía mucho más tener que aceptarlo como un regalo.
Shivonne le dijo que así se lo diría a Kurt, y luego cambió de tema y le
preguntó cuáles eran sus planes ahora que estaba solo.
—No sigas preocupándote por mí —repuso él inmediatamente—. Soy mucho
más feliz que cuando Madeline estaba conmigo. Me alegró verla marcharse, aun
cuando sabía que se vengaría y reclamaría lo que considera suyo según la ley.
—Parece increíble que pueda reclamar nada —el tono de Shivonne fue
inusitadamente áspero—. Sobre todo teniendo en cuenta que sólo habéis estado
casados unos meses.
—He cometido un error y estoy pagando las consecuencias —respondió él
llanamente—. Estoy seguro de que ninguna otra mujer volverá a tomarme el pelo
de ese modo.
Shivonne se mordió el labio y frunció el ceño. Odiaba pensar que su padre
estaba solo en su hogar y no pudo dejar de recordar lo bien que habían vivido
juntos antes de que Madeline se metiera en sus vidas.
—Pienso que debería... —se detuvo bruscamente y miró por encima del
hombro—. Kurt...
—¿Estás hablando con tu padre?
Shivonne asintió con un gesto.
—¿Has..., has oído...?
—Un poco.
Él hizo una pausa y ella esperó. En ese momento Kurt se mostraba austero,
formidablemente autoritario, con su cabeza morena y arrogante sobre los hombros
anchos y poderosos. La recorrió con la mirada, y ella se preguntó en qué pensaría.
Lo supo en seguida.
—¿Estabas diciéndole que crees que deberías volverte con él? —la voz de
Kurt sonó crispada, y su mirada era dura.
—Yo no he dicho tal cosa... —Se acercó el auricular y dijo—. Papá, quizá
quieras hablar con... eh... mi novio.
La palabra "novio" le resultaba un poco extraña, ya que era la primera vez
que se veía en la obligación de emplearla. Una sonrisa carente de humor torció los
labios de Kurt.
—Ganando tiempo, ¿eh? —sus ojos todavía eran duros como el metal—. Tal
vez no lo hayas dicho, pero has estado a punto.
—No volveré con papá —Shivonne miró a Kurt a la cara pero no agregó
nada.
Sin embargo, si esperaba que él cambiase de expresión, que la austeridad se
borrase de su cara, se equivocó. Kurt aceptó el auricular que ella le alargaba y
habló sin el menor rastro de inhibición.
—Hola. Es un placer hablar con el padre de Shivonne. Probablemente estará
usted un poco angustiado, pero le aseguro que no tiene ningún motivo. Los dos,
mi madre y yo, nos hemos enamorado de su hija...
Se le apagó la voz al notar el brinco que había dado Shivonne. Frunció el ceño
y luego, cuando hubo hablado un momento más con el hombre que pronto sería su
suegro, colgó el auricular y se volvió hacia su novia.
—Tuve que decirle que estaba enamorado de ti... —exclamó sin razón
aparente, y se apartó un poco de ella—. ¿Lo entiendes?
—Sí —respondió Shivonne—, lo entiendo.
—¿Qué te ha hecho vacilar de pronto con respecto a la boda?
—¿Te refieres a lo que estaba por decirle papá?
Kurt asintió con impaciencia y ella dijo, consciente de los ojos que la
taladraban:
—Me dio pena que estuviese tan solo.
—Te habrías casado tarde o temprano —su tono era duro, indiferente—. Ese
hombre, Paddy...
—Si me hubiera casado con él, viviría más cerca de papá. De hecho, nos
habríamos ido a vivir con él —lo interrumpió Shivonne con el ceño fruncido, y
Kurt le preguntó con curiosidad:
—Pero ahora comprendes que nunca estuviste enamorada de Paddy,
¿verdad?
Shivonne asintió sin vacilar.
—Sí, nunca lo amé.
Durante un momento Kurt la contempló con intensidad y luego dijo:
—No debes cambiar de idea, Shivonne. Aparte de que mi madre te necesite,
debes pensar en tu propio futuro. No podrás contar con tu padre para siempre,
como muy bien sabes, y si lo perdieras entonces serías tú quien se quedaría sola;
eso si decidieses no casarte conmigo, quiero decir.
Shivonne volvió a asentir, aceptando la lógica de lo que Kurt decía.
—Sólo que..., que siempre pensé que me casaría por... —no pudo terminar y
Kurt lo hizo por ella.
—¿...amor?
—Sí —la voz de Shivonne era ronca y baja.
—Bueno, tú y yo nos llevamos muy bien...
—Pero eso no es amor.
Shivonne no pudo evitar el comentario. Por alguna razón inexplicable, Kurt
se volvió parcialmente y ella vio que le palpitaba un nervio al lado del cuello.
Parecía conmovido por alguna emoción y Shivonne aguardó, a la expectativa, sin
saber muy bien por qué. Confundida por su conducta y su silencio, al fin habló
precipitadamente para decir que tenía que ir a ver a la señora Drayton, por si
necesitaba algo.
Kurt estuvo de acuerdo y fue quien primero dio media vuelta y se alejó,
atravesando el elegante hall decorado con motivos florales, hacia su estudio, tras
un arco de buganvillas color cereza que crecía en enormes jardineras de bronce a
ambos lados del sendero.
***
—¿Vendrá tu padre a la boda?
La señora Drayton estaba en su sillón, junto a la ventana de su propia sala de
estar privada, y Shivonne estaba por irse, ya que la mujer acababa de decidir que
se recostaría en el sofá para dormir su siesta habitual de las tardes.
—No lo creo. Ya se ha tomado todas las vacaciones de este año y no podrá
sacar más tiempo de su trabajo.
La apenaba la idea de que su padre no pudiera estar presente en la boda.
Siempre se había imaginado a sí misma, toda de blanco, caminando a lo largo de la
iglesia, del brazo de su padre.
Bueno, ahora sabía que no sería una boda de blanco, ya que en realidad se
trataba de un matrimonio por conveniencia. Le temblaron los labios, pero se las
arregló valerosamente para contener las lágrimas que se le acumularon nublándole
los ojos. En realidad, era afortunada y, después de todo, todavía abrigaba la espe-
ranza de que un día Kurt se enamorase de ella. Que él no hubiera amado a Lisa era
algo por le que Shivonne se sentía agradecida. Kurt había sido capaz de romper
con ella sin ningún problema, y a veces Shivonne se encontraba preguntándose
cómo se lo había tomado Lisa. Siempre había parecido tan segura de que se casaría
con Kurt y se convertiría en la señora de esa casa tan hermosa... Sin embargo, como
ella misma era tan rica, a lo mejor el aspecto económico de la boda no la había
preocupado demasiado.
Shivonne volvió a prestar atención a la señora Drayton, que le decía
pensativamente:
—Creo que tú y yo deberíamos ir a Irlanda a ver a tu padre, Shivonne. Kurt
también podría venir; tiene que conocer a su futuro suegro. Así que se lo
pediremos y veremos qué dice.
Kurt no mostró mucho entusiasmo ante la idea de viajar a Irlanda. Shivonne
sabía que estaba muy ocupado, porque hacía poco había iniciado una transacción
para comprar una cadena de hoteles de lujo, y por lo tanto ella no esperaba que las
acompañase a Irlanda. La propia Shivonne estaba agradecida y emocionada ante la
idea de poder visitar a su padre. Se lo agradeció efusivamente a la señora Drayton,
que le respondió en términos bruscos que no fuera tonta. Ahora la consideraban de
la familia.
—Eres tan hija mía como Margarita —declaró con firmeza—. De modo que
puedo gastarme el dinero contigo de la misma manera que con ella. Disfrutaré
inmensamente cuando visite tu hermosa isla. Siempre quise viajar un poco, pero
aparte de los cruceros en el yate no puedo ir muy lejos, es decir, no por mi propia
cuenta, y Kurt siempre está muy ocupado para robarle tiempo. Sin embargo —
agregó pensativamente como si estuviera hablando consigo misma—, ahora tendrá
que cambiar su modo de vida... en más de un aspecto.
Shivonne miró atentamente a la señora Drayton y recordó que Brian había
comentado que Kurt tendría que "olvidarse de sus amiguitas una vez que se case
con Lisa".
¿Había sido en verdad un mujeriego? De pronto se encontró diciendo:
—Kurt... ¿ha tenido muchos asuntos amorosos?
La dama soltó una risita.
—Naturalmente sientes curiosidad por el caracter del hombre con el que te
vas a casar. Verás querida, ha tenido sus escaramuzas, pese a que yo me oponía —
sonrió sarcásticamente y se quedó un momento en silencio—. El problema es que
Kurt es demasiado guapo, y una vez dije que lo que él necesitaba era un
escarmiento y tenía que encontrarse con alguien que se resistiese a sus encantos.
De cualquier modo, ahora ya sentará cabeza, puedes estar segura.
Shivonne asintió. No temía que él fuera a serle infiel ni la abandónase en
cualquier otro aspecto. Era un hombre fiable, con un estricto código de honor, y
ella se sentía segura.
Pero si al menos él la amase....

***

Después de un vuelo tranquilo, Shivonne y la señora Drayton tomaron un


taxi hacia Avoca. La dama se mostró sorprendida de que el padre de Shivonne no
tuviese coche.
—Su esposa se lo llevó al abandonarlo —fue la respuesta breve y colérica de
Shivonne.
—¡Qué vergonzoso!
—Papá ha tenido muy mala suerte —Shivonne no había querido hablar de
sus desgracias y la señora Drayton, comprensivamente, no insistió en el tema.
La casita estaba agradablemente situada en la ladera del valle, el renombrado
valle de Avoca, uno de los más bonitos, fértiles y verdes de toda Irlanda, a unos
setenta kilómetros del centro de Dublín, no muy lejos de la costa Este.
—¡Esto es realmente hermoso! —exclamó la señora Drayton cuando al fin el
chófer se desvió por un camino corto, bordeado de rododendros en una magnífica
sinfonía de colores, y se detuvo con un chirrido frente a un portal tachonado y con
una cubierta acanalada.
Bill Cavanagh lo abrió antes que las dos mujeres bajaran del coche. Se
apresuró a pagar al chófer y luego se dio vuelta con una sonrisa para besar a su
hija antes de que le presentara a la señora Drayton. Miró a la mujer como si le bus-
case defectos, luego le sonrió y le dio un cálido apretón de manos. Shivonne le
había prevenido de la deformidad de su futura suegra, pero él no pareció
advertirla, ya que una vez que entraron en la casa se quedaron hablando un ratito
antes de que le sugiriese a Shivonne que instalara a la señora Drayton en una
habitación. El cuarto estaba en la parte de atrás de la casa y miraba al valle a través
de praderas húmedas, soleadas, hacia el lejano y uniforme paisaje del Sur. Abun-
daban los pinos, muy altos, así como los rododendros, ya que estos últimos
florecían en abundancia en esa región de Irlanda en particular.
—¿Le gusta su habitación? —le preguntó Shivonne, orgullosa, pese a que
sabía muy bien cuán diferentes eran ese dormitorio y aquél al que la señora
Drayton estaba acostumbrada.
Éste era pobre pero acogedor, con su cubrecamas de cuadritos multicolores,
de ganchillo, sobre la vieja cama de bronce. Las alfombritas estaban hechas a mano
y las cortinas se habían tejido en el telar de un artesano local.
—El baño está abajo —no se excusó porque la señora Drayton tuviera que
arreglárselas con un baño fuera de su habitación, o porque ni siquiera estuviese en
la misma planta.
—Me encanta —dijo entusiasmada su huésped.
Shivonne le dedicó una sonrisa. Sabía de antemano que la señora Drayton se
sentiría muy contenta y satisfecha con todo lo que le ofreciesen. Su actitud hizo que
Shivonne se sintiese aún más encariñada con ella, y de algún modo el futuro le
pareció más brillante que nunca.
—¡Qué vista tan hermosa! ¡Oh, me habría gustado que Kurt estuviese con
nosotras!
—Un día tendrá que venir, conmigo, cuando nos hayamos casado.
—Sí, no sabe lo que se pierde.
El señor Cavanagh estaba más tranquilo sobre el futuro de su hija y cuando
Shivonne, que había dejado un momento sola a la señora Drayton, bajó, él suspiró
con alivio al abrazarla volver a besarla.
—Es encantadora, Shivonne, ¿por qué no conocí yo a alguien como ella?
—Nunca se sabe..., tal vez algún día...
Pero su padre sacudió la cabeza.
—Soy demasiado viejo —sonrió tristemente—. Esta última experiencia me ha
hecho diez años más viejo.
Ella se mordió el labio, incapaz de discutir esa afirmación. Parecía realmente
más viejo ahora, con el pelo más gris que castaño, y arrugas desde la nariz a la boca
que antes no eran tan profundas. También estaba encorvado y parecía muy
cansado, con sus ojos grises sin brillo y las comisuras de los labios inclinadas hacia
abajo.
Poco tiempo atrás había sido un hombre erguido, alegre y siempre parecía
haber un destello en sus ojos.
—Una vez que hayas superado el conflicto del divorcio —se oyó decir
alentadoramente—, volverás a ser el de antes.
—Quizá, aunque resulta discutible. Pero siento que mi ánimo ha quedado
fuera de combate —hizo una pausa y se le marcaron un poco más las arrugas que
tenía en la frente—. Lo que está por suceder me alegra mucho —dijo con un
destello en la mirada, y por un momento recuperó un poco de su antiguo porte—.
Has encontrado la felicidad de una familia encantadora.
—La señora Drayton no es toda la familia.
—Mencionaste a una hija y a su marido. Háblame de ellos —se acercó a una
silla e hizo un gesto a Shivonne para que se sentara en la gran poltrona frente a él
—. Creo que me contabas que llama Margarita.
—Eso es, y está casada con Josef. Se iban a ir a vivir a los Estados Unidos,
pero la mudanza se postergó un mes. Margarita no estaba muy contrnta, creo, con
la idea de que su hermano se case conmigo, pero ya se acostumbrará. En cambio
Josef estaba encantador —hizo una pausa al recordar la conversación con Josef en
el yate, cuando le reveló su profundo afecto por su suegra—. La señora Drayton,
por supuesto, es inmensamente feliz con la idea de la boda.
Al sentarse, su padre la miró atentamente.
—Tienes una buena amiga en ella —afirmó—. Eres una joven afortunada,
Shivonne. Y ahora, hablame de tu novio, de Kurt.
—Te envié una foto de él —le recordó.
—Es un hombre excepcionalmente guapo, y muy joven para ser tan rico.
¿Está locamente tamorado de ti?
—¿Es que lo dudas?
Shivonne consiguió reírse y esperó que él no notara en sus ojos nada de cómo
se sentía. No estaba diciéndole exactamente una mentira, pero todo era fingido, y
un ligero rubor se le insinuó en sus mejillas tersas y delicadas.
—¿Cómo sucedió?
Shivonne se encogió de hombros, consciente de que ahora él se estaba fijando
en su ropa, y advirtiendo que había costado mucho dinero. Llevaba un traje sastre
que la señora Drayton había insistido en comprar para ella en Bond Street,
Londres. Se habían quedado por la noche en la city pese a que podrían haber
seguido viaje en un vuelo nacional a Dublín, pues la señora Drayton prefirió hacer
caso de la sugerencia de su hijo, que Shivonne consideró casi una orden, de que se
quedaran en el hotel Ritz de Londres, para que estuvieran descansadas después
del largo viaje. Y por lo tanto, la señora Drayton se llevó a Shivonne de compras a
Harrods, y a lo largo de la famosa, y cara, New Bond Street, donde compraron el
traje, unos zapatos de Gucci y un bolso haciendo juego.
—¿Cómo puede una decir cómo han pasado las cosas, papá? Ya te dije por
teléfono que Kurt y yo nos sentimos mutuamente atraídos.
Ciertamente, eso no era una mentira, pensó Shivonne, pues Kurt la había
encontrado físicamente atractiva, mientras, que ella hallaba que él era atractivo en
todos los sentidos.
—Estás cambiada —observó su padre, dejando que sus ojos la recorrieran
una vez más—. No es sólo la manera de vestir, sino tú misma; se te ve mucho más
segura.
Shivonne inclinó la cabeza en un gesto de agradecimiento.
—Esto se lo debo a la señora Drayton.
—Ayer vi a Paddy —la voz del señor Cavanagh era casi inexpresiva.
—¿Le dijiste que me iba a casar?
—Sí. Estaba muy triste —hizo una pausa, pero Shivonne no halló nada que
decir y él siguió hablando—. Él se lo buscó. Y tú has hecho muy bien en olvidarlo.
—No está más enamorado de mí de lo que yo estaba de él —murmuró
Shivonne.
—Carmel desea verte antes de que te marches.
—Por supuesto. Iba a llamarla por teléfono desde Londres, pero hemos
estado fuera toda la tarde, de compras, y cuando volvimos al hotel Ritz apenas
tuvimos tiempo para cambiarnos para la cena. Luego tuvimos que dejar el hotel a
las nueve menos cuarto de la mañana siguiente, para tomar el avión hasta aquí. Le
telefonearé y tal vez podamos salir todos a cenar afuera.
—Eso sería magnífico... ¿Mañana?
—Sí —sonrió Shivonne, y agregó—. ¿Tienes algo para esta noche?
—Tengo un pollo relleno listo para hornear, y cantidad de verduras
congeladas —era sábado, el señor Cavanagh ya lo tenía todo preparado; se había
levantado antes de las seis para tener la casa brillante y bien puesta para sus
visitantes—. ¿Cuánto tiempo os quedaréis?
—Sólo unos días. A la señora Drayton le gustaría ver la costa occidental, así
que pensé que podríamos hospedarnos en el Ashford Castle.
Era el hotel más lujoso de Irlanda, el más espectacularmente situado, en la
terraza de Lough Corrib, el lago de las trescientas islas, y con las montañas de
Connemara, que relucen altas en la orilla opuesta del vasto lago. El castillo en sí
databa en cientos de años atrás, pero las partes principales eran más recientes.
Todas las habitaciones disfrutaban de vistas panorámicas sobre bosques, lago y
montañas, y el restaurante era el más agradable que Shivonne hubiese visto nunca.
Sería una nueva experiencia para la señora Drayton, que estaba acostumbrada al
estilo del mobiliario americano, bastante moderno pero mucho menos acogedor.
Para Shivonne cada estilo tenía algo peculiarmente atractivo, y sentía curiosidad
por saber cuál sería la opinión de su futura suegra.
—Me gustaría poder ir con vosotras —por un momento su padre pareció
indeciso—. Quizá podría pedir unos días de vacaciones del año que viene.
—¿No sería mejor que los reservaras para venir a visitarnos? —sugirió
Shivonne con gran sentido práctico—. Después de todo, has estado en Ashford
Castle varias veces. ¿Te acuerdas de cuando fuimos para unas Navidades?
Su padre asintió, y en sus ojos asomó la tristeza. Shivonne se arrepintió de
recordarle los felices tiempos pasados, cuando eran tres en lugar de dos.
—Lo recuerdo, Shivonne. Estabas en tu elemento con todos los otros niños y
el enorme árbol de Navidad, y aquel Papá Noel inmenso que te sentó en sus
rodillas. Eran días felices, y, gracias a Dios, no los olvidaré nunca —hizo una pausa
recordando, y la tristeza se borró de sus ojos. Shivonne ya no se arrepintió de
haberle despertado la memoria, puesto que por momentos parecía revivir feliz el
pasado. Después de un rato, agregó—. Sí, tienes razón, debo reservarme para las
próximas vacaciones. Me gustará mucho visitaros a ti y a Kurt y ver dónde y cómo
vives. Ciertamente, has conseguido adaptarte sin mayores problemas. Ahora eras
toda una dama —añadió su padre riendo.
—¿De acuerdo, entonces? ¿Nosotras nos vamos a Ashford Castle y tú vienes
más adelante a visitarnos?
—De acuerdo. Hay otra cosa, Shivonne. —Titubeó un instante y agregó—.
Ese préstamo, hija, insisto en pagarlo con su habitual tasa de itereses.
—No creo que Kurt esté de acuerdo con eso, papá.
—¿Es muy dominante? —pareció preocupado aI contemplar su expresión.
—No es dominante; es muy firme. Si se le mete algo en la cabeza, cualquier
argumento es inútil.
—Parece autoritario.
—Sí, lo es... bastante.
—¿Y a ti te gusta? ¿Podrás vivir con él?
Una sonrisa le iluminó los labios y le brillaron los ojos.
—Lo amo, papá —respondió simplemente, aunque un estremecimiento
estuvo a punto de quebrarle la voz.
Su padre no pareció notar nada, con gran alivio de Shivonne; le sonrió
afectuosamente y le dijo:
—Me alegra verte tan feliz, querida. Me sentía tan culpable de haberme
casado con Madeline y haber permitido que te marcharas de casa...
—Olvídalo, papá —sonrió—. Si yo no me hubiese ido, jamás habría conocido
a Kurt y a su encantadora madre.
Hubo un corto silencio antes de que Shivonne volviera a hablar para hacer
algunas sugerencias sobre la visita al Oeste de Irlanda. Habían decidido que ella y
la señora Drayton saldrían el lunes y el miércoles estarían de vuelta.
—No me has dicho cuándo será la boda.
—Todavía no hemos fijado la fecha, papá. Creo que será pronto.
—Carmel sentirá envidia de ti, hija.
—Ella no, papá. Carmel estará encantada.
Y la predicción de Shivonne resultó ser correcta. Carmel quedó atónita, esto
sí, y regañó a Shivonne por no haberle proporcionado ni el más leve indicio en sus
cartas. Pero también se sentía encantada, pues había resuelto en secreto que Paddy
nunca haría buena pareja con alguien de naturaleza tan sensible como su prima.
Le habría hecho daño una y otra vez, como ya había ocurrido antes.
El viaje a la costa Oeste fue, dijo la señora Drayton, algo que nunca olvidaría.
El castillo le gustó mucho, con sus enormes torretas, las habitaciones inmensas y,
en especial, la espectacuar ubicación escenográfica a la orilla del lago, las
centelleantes extensiones de Lough Corrib, con las montañas de Connemara
apuntando al cielo en la otra orilla lejana. Ella y Shivonne caminaron mucho por
los bosques; hicieron un viaje en barca por el lago y pasaron toda la tarde en la
abadía cercana, con sus sepulcros cubieros de hiedra y líquenes, los muros
desconchados y su misterioso laberinto de pasadizos.
—He tenido unas vacaciones maravillosas —suspiró la señora Drayton al
final, cuando ya se iban de Irlanda, después de haber estado allí más de una
semana—. Dublín es una ciudad realmene fascinante.
Habían pasado todo el día allí y tomaron un taxi que las llevó hasta el
hermoso distrito de phoenix Park, a lo largo de O'Connel Street y por Grafton
Street, donde se apearon y pagaron al chófer. Esa era la calle de las famosas, y
caras, tiendas de lujo, de donde la señora Drayton salió cargada de paquetes y
Shivonne aguantó uta buena parte mientras esperaban el taxi que las llevaría de
vuelta a Avoca.
Decirse adiós fue triste, pero desde luego no tanto como la vez pasada,
cuando ambos, Shivonne y su padre, lloraban y Madeline los miraba impertérrita.
—Te avisaré la fecha de la boda —le prometió Shivonne antes de darle un
abrazo y un beso—. Adiós, papá. Te veremos más adelante, este mismo año.
—Sí, no deje de venir —le urgió la señora Drayton—. Le gustará mucho
nuestra pequeña isla.
—Estoy seguro de ello.
—Y tal vez, cuando se retire, podrá venir a vivir a Virgen Gorda
permanentemente.
Pareció sorprendido de que la señora Drayton le hiciese semejante invitación,
pero se sintió obviamente satisfecho al saber que sería bienvenido.
—Es una idea —respondió pensativo—. La meditaré en estos próximos
dieciocho meses.
Por los altavoces llamaron a los pasajeros y después de un beso final,
Shivonne dejó a su padre allí, de pie y con aire un poco desolado, pero mucho más
feliz que en la dolorosa ocasión anterior. Finalmente, agitó la mano y luego se alejó,
perdiéndose entre la muchedumbre.
Capítulo 10
Kurt había ido a buscarlas con el yate para llevarlas en la última escala hasta
Virgen Gorda.
Quiso que le contaran todo el viaje, y fue principalmente su madre quien
respondió sus preguntas.
—Por lo visto, has disfrutado mucho —no estaba mirando a su madre, sino a
Shivonne, y en su expresión mostraba claramente su gratitud por haber hecho que
su madre se sintiera tan feliz.
Una oleada de calor recorrió todo el cuerpo de la joven, a pesar de sentirse
bastante incómoda. No le gustaba el yate, con todo su ostentoso esplendor.
Resultaba muy artificial y no guardaba relación con lo que ella sabía de su propie-
tario.
—A tu madre le gustó mucho Ashford Castle —sonrió Shivonne—. Tienes
que venir la próxima vez, Kurt.
—Iré.
Richard y Brian llevaron el Mohawk sin novedad hasta su muelle y los
pasajeros pronto estuvieron en la villa, donde Belinda tenía preparado un
refrigerio que sirvió tan pronto como Kurt lo pidió.
—¿Lo has pasado bien, Shivonne? —fueron sus primeras palabras cuando
entró con la bandeja en la sala de estar.
—Sí, gracias, Belinda... —la voz de Shivonne se apagó al notar el semblante
de Kurt, que le dijo a Belinda en voz baja:
—Ve a mi estudio dentro de media hora. Quiero hablar contigo.
La joven se ruborizó, pero sólo levemente.
—Sí, señor Kurt —dejó la bandeja en la mesa, pero cuando iba a servir el té,
Kurt le dijo bruscamente:
—Déjalo. Nosotros nos lo serviremos.
—Ya era hora de que le dieses un rapapolvo a esa chica —comentó su madre
—. Y hablando de ello —dijo con sarcasmo—, ¿piensas despedirla?
—No, pero tendrá que aprender a dirigirse a Shivonne de ahora en adelante.
—Eres demasiado indulgente con Belinda, Kurt.
—Tal vez lo fui en el pasado. Es una trabajadora excelente —añadió a modo
de excusa.
Shivonne sirvió el té y ofreció emparedados. La señora Drayton no tardó en ir
a su habitación, y cuando Shivonne le preguntó si quería que le ayudase a deshacer
las maletas, dijo que no, que ya lo harían más tarde.
—Quiero descansar —dijo finalmente, y abandonó la sala.
—Te he echado de menos—Kurt miraba a Shivonne con una expresión que
ella no había visto nunca antes—. ¿Y tú?
—Por supuesto. Pero me alegró mucho ver a padre y viajar por allí,
enseñándole mi isla a madre.
—Eso quiero agradecértelo —sonrió él—. Has hecho tanto por mamá... Desde
que te conoce, es una persona diferente.
—Creo que sin embargo siempre ha sido muy jovial.
—En cierto sentido sí, pero tenía resquemores sobre el futuro, algo
relacionado con su edad, ¿comprendes?
—Bueno, ahora está sosegada..., todos lo estamos —hubo una nota de
ansiedad en su voz, originada por la convicción de que Kurt no la amaba. Cambió
de tema diciendo bruscamente. —Papá ha dicho que debe pagarte los intereses del
préstamo.
—¿Préstamo? Yo había decidido que se trataba de un regalo —la voz de Kurt
sonó firme y arrogante, y Shivonne, prudentemente, prefirió no hacer más
comentarios.
Kurt esperó un instante y luego propuso que fijaran la fecha de la boda.
—Me temo que mi hermana Margarita y Josef no estarán con nosotros —
agregó—. A menos que podamos casarnos antes que se marchen, por supuesto.
—¿Tan pronto...?
Curiosamente, Shivonne descubrió que deseaba una cierta demora. ¿Sería
porque pensaba que, por milagro, Kurt se enamoraría de ella? ¡Qué hermoso sería
si él ya se hubiera enamorado para la luna de miel!
—¿Hay algo que tengamos que esperar? —preguntó él con curiosidad.
—En realidad no. Sólo tengo que encargar el vestido y algunas... otras cosas.
Una tenue sonrisa apareció en los labios de Kurt.
—Sospecho que tendrás que ir a Tortola a buscar esas cosas. El vestido lo
podría coser aquí una modistilla deliciosa que tenemos. Siempre tiene una
selección de telas que compra cada vez que viaja a Miami, cada dos meses —dijo
tranquilo y casi displicente.
Shivonne se mordió el labio inferior y se dio cuenta de que intentaba reprimir
unas lágrimas.
¿Sería prudente casarse sin amor por parte de Kurt? Pero él ya parecía estar
totalmente decidido, en varios sentidos. Había la promesa al padre de ella y
también el bienestar de la señora Drayton. Estas dos cosas eran una barrera que le
impedía cambiar de idea. De todos modos, tampoco quería cambiar de idea.

***

El vestido era un sueño de perfección, pues Kurt había insistido en que fuese
blanco, después de todo, y cuando se miró en el gran espejo Shivonne se sintió
aturdida ante lo que le estaba pasando. Ella, una joven irlandesa corriente, de una
diminuta cabaña del "Jardín de Irlanda", se casaría con Kurt, varias veces
millonario. Y sería el ama de su hogar...
Pero ella se habría sentido igualmente feliz si él fuera pobre... y más feliz aún
si la amara.
La iglesia estaba llena de feligreses y había unos pocos amigos de Kurt, y de
su madre. La ceremonia tuvo lugar bastante temprano y la recepción que hubo a
continuación tampoco duró mucho. Kurt quería partir cuanto antes para llegar a
otra isla antes de la puesta del sol.
Shivonne no tenía ganas de pasar la luna de miel en el yate; habría preferido
una cabaña en algún lugar tranquilo o quizás en un hotel íntimo.
—Me gustaría ir a Barbados —había aventurado en un intento de hacer que
Kurt cambiase de idea con respecto al yate.
—Podemos pasar por allí —replicó él.
—¿Y quedarnos unos días?
—No. Cuando viajamos en el yate, como es natural, la propia embarcación es
nuestro hotel flotante.
Su voz era firme y autoritaria. Parecía decidido a emplear el yate durante la
luna de miel. Así pues, Shivonne no tenía más alternativa que resignarse.
Habían estado en Antigua, Dominica y Martinica, y al día siguiente atracarían
en Barbados.
—Me interesa mucho conocer Barbados —dijo Shivonne tranquilamente,
recostada en la cubierta, junto con su esposo.
Llevaba un bikini, la piel dorada como la miel y el pelo un poco despeinado
por la brisa. Kurt, en pantalones cortos, blancos, también estaba recostado en una
hamaca y sus ojos oscuros recorrían la delgada figura de Shivonne. Ella se ruborizó
delicadamente bajo su mirada y dejó escapar una risita.
—Estás un poco tímida —comentó él, y sacudió la cabeza—. No había
conocido nunca una chica como tú.
Shivonne se preguntó cuántas chicas habría tenido y sintió curiosidad por
saber si había estado a punto de casarse con alguna de ellas. Seguramente, sus
sentimientos se vieron afectados a veces, y se habría sentido enamorado.
La joven miró hacia el puente, donde Richard Coatsworth estaba haciendo
algo con una driza. Era una vida buena para hombres como él y Brian, pensó
Shivonne, hacer cruceros como ése. Había descubierto en seguida que a ese lado
del Atlántico había mucha riqueza. Ciertamente, tener un yate de lujo no era nada
fuera de lo común, como habría sido en su país.
La isla de Barbados brillaba espléndida al sol y Shivonne habría querido
persuadir a Kurt para que se quedasen más tiempo que las pocas horas previstas.
Kurt, para distraerse, alquiló un pequeño coche de paseo y llevó a su esposa
hasta la costa atlántica de la isla y el castillo de Sam Lord, donde estuvieron más de
una hora recorriendo el castillo y sus alrededores. Luego condujo a lo largo de la
costa, a través de millas de altas cañas de azúcar, donde los campos estaban
bordeados de poinsettias en flor y otras plantas góticas. Shivonne se sentía
emocionada ante todo eso; había leído mucho sobre esa isla en particular, desde
que una colega de su trabajo anterior estuviera allí de vacaciones durante dos
semanas. Y Shivonne había pensado que un día también ella visitaría esa isla. Pero
Kurt estaba decidido a proseguir el viaje. De todos modos, para su sorpresa,
accedió a quedarse lo bastante como para poder cenar en él Sandy Lane Hotel.
—Tendremos que volver al Mohawk de todos modos para cambiarnos —le
dijo Kurt—. No podemos ir al Sandy Lane con este aspecto.
Shivonne se rió.
—¡Por supuesto que no! ¡En shorts no!
Kurt estuvo listo a eso de las siete y media, y como antes había estado
hablando con un conocido que tenía su yate amarrado a cierta distania del
Mohawk, le dijo a Shivonne que iría charlar un rato con aquel hombre y volvería a
buscarla al cabo de media hora. Tomó esa decisión cuando se dio cuenta de que
ella no estaría lista hasta dentro de otros treinta minutos.
A Shivonne le agradó ese gesto, pues esa noche quería arreglarse con
particular esmero, ya que sabía que el Sandy Lane era un hotel nuy especial, con
fama de ser el mejor en todo el Caribe. Fuera habría un show, con bailarines y una
orquesta de bronces a cuyos acordes ella y Kurt bailarían después de cenar.
Diez minutos después de que Kurt se fuera, olió humo y dejó lo que estaba
haciendo.
Toda la tripulación había bajado a tierra, con el permiso de Kurt, por supuesto,
pero se suponía que estarían de vuelta a bordo a eso de las ocho al menos dos de
ellos. Richard tenía el privilegio de poder quedarse más tiempo en tierra.
El olor era cada vez más intenso, y Shivonne, con el corazón latiéndole muy
de prisa, salió de su camarote a investigar. Al ver que desde la cocina salían
espesas bocanadas de humo abrió la boca, horrorizada. Dio media vuelta, con los
ojos dilatados al comprobar que el fuego se extendía rápidamente por las extensas
superficies de madera de la nave. Tenía llamas a sus espaldas y a un lado, y oyó
voces en la playa, gritos excitados y alarmados. El humo la estaba sofocando, así
que retrocedió, en un intento de volver a su camarote, para cerrar la puerta y
esperar la ayuda que seguramente vendría pronto. No había manera de encontrar
el pasamanos, de modo que la idea de volver a su habitación parecía la más segura.
Pero no había contado con el devastador efecto del humo, y sentía los pulmones a
punto de estallar.
—¿Y ahora qué hago? —gritó—. ¡Socorro! ¡Oh, ¿por qué nadie hace nada?
Tosía y boqueaba, tratando de respirar, rodeada de humo y llamas que se
remontaban frente a ella y a un lado. El calor había aumentado, aunque, sin
embargo no la angustiaba. Pero en el pecho sentía como si una docena de limas
ásperas le rasparan, y tenía la garganta bloqueada.
Sólo podía quedarse inmóvil, pues la visibilidad era nula, excepto por las
llamas, grandes lenguas carmesíes que lamían los lujosos ornaentos de la cubierta
donde solían tomar el sol, que cada vez eran más altas. Shivonne trató de gritar,
pero todo lo que salió de sus labios fue la apagada queja dolorosa.
Y entonces, justo cuando empezaba a preguntarse si estaba por morir
abrasada en ese infierno, oyó la voz de su esposo:
—¡Shivonne! ¡Shivonne! ¿Estás ahí dentro?
—Sí... oh, Kurt, sálvame... —Shivonne sabía que él no podía oírla, pero
entonces hizo un esfuerzo tremendo para moverse en dirección a la voz de Kurt.
—¡Shivonne! —ahora era una especie de grito estrangulado, y había también
alguien más que estaba gritando.
—¡No puede meterse en ese infierno! ¡No sea loco, hombre!
—¡Deténganlo, que alguien impida que ese insensato suba a bordo!
—¡Suéltenme! —era una voz salvaje, un ronco alarido de furia, y aun cuando
Shivonne estaba casi a punto de desmayarse no le resultó difícil imaginarse la
escena: su marido subiendo a bordo, con resolución, y la gente tratando de evitar
que cometiese una locura semejante.
Estaría peleándose con ellos, pero ¿llegaría a tiempo? Shivonne sentía que
estaba perdiendo el conocimiento, y otra clase de oscuridad, diferente de la que el
humo producía, la envolvió totalmente.
—Me voy... a... —durante un momento fue como si flotara; luego, con un
minúsculo gemido de desesperación, sintió que se desmoronaba lentamente.

***

Se despertó con la sensación de que le frotaban el pecho y la garganta con piel


de lija. Sentía un dolor terrible, y se llevó dificultosamente una mano al pecho.
—¿Dónde estoy? —se calló cuando en su campo de visión entró una cara.
—Querida... oh, amor mío... —la voz era ronca y áspera, y la cara que tenía
frente a sí, gris y desencajada—. Pen...pensé que..., que estabas... muerta...
—Me has llamado querida —suspiró ella—. Kurt, me has llamado querida.
Él le cogió una mano y se la estrechó como si no fuera a soltarla nunca más
—Ha sido una suerte que yo haya podido subir a rescatarte...
—Me has llamado querida —le interrumpió ella, y, aunque su voz era débil,
había en ella cierta urgencia que esperaba que él notara, y respondiese a ella.
Kurt se las arregló para sonreír, aunque con dificultad.
—Te amo —le dijo simplemente. Y antes de que ella pudiese volver a hablar,
agregó—. ¿Cómo te encuentras? El médico está aquí, en el hotel donde te hemos
traído. Le llamaré para decirle que has recobrado el conocimiento —se levantó a
coger el auricular—. En seguida vendrá —Kurt volvió a sentarse en el borde de la
cama—.
Ha sido la suerte —dijo en un tono de voz más firme—. No estabas cerca de
la borda, así que me puse a buscarte apenas salté a bordo.
—Oía tu voz, llamándome —explicó ella, pugnando con el terrible esfuerzo
que le representaba mover los labios—. Y traté de acercarme, pero... entonces...
—No pienses en eso, cariño —la interrumpió suavemente su esposo—. Todo
ha terminado, y, aparte de los efectos del humo, no has sufrido ningún daño
¡Gracias a Dios! —concluyó, con gotitas de sudor en la frente.
—He tenido suerte..., me salvaste la vida arriesgando la tuya —de pronto se
acordó del yate y pensó que ya poco quedaría de él.
—Mi vida no habría significado nada sin ti...
—Pero nunca me dijiste que me amabas —no pudo dejar de recordarle—.
¿Cuándo lo descubriste?
—Cuando supe que estabas en ese incendio infernal... Pero eso fue sólo lo que
me lo confirmó. Empecé a enamorarme de ti hace algún tiempo, pero traté de
ignorarlo.
—Pero, ¿por qué, Kurt? —tenía la frente fruncida por la perplejidad.
Hubo un breve silencio antes de que él, con un ligero tono de resignación,
dijera:
—Una vez estuve muy enamorado, y ella me trató muy mal. Me prometí que
nunca volvería a ser tan vulnerable, y por eso, prácticamente, había decidido
casarme con Lisa. Ella sabía que yo no la amaba, pero quería casarse precisamente
por eso. —Hizo una pausa, pero Shivonne no dijo nada. Kurt siguió hablando—.
Mamá no sabe que una vez tuve un asunto muy serio, así que no se lo dirás nunca,
por supuesto —añadió rápidamente al notar su expresión.
Cuando el doctor llegó, aunque frunció el ceño al notar los continuados y
dificultosos intentos de Shivonne por tragar saliva, le dio un jarabe para lubricarle
la garganta y de todos modos pareció satisfecho con su estado.
—En pocos días se sentirá mejor —le aseguró, aunque agregó que los efectos
del humo inhalado en la proporción y densidad a que había estado expuesta,
podían tardar una quincena en desaparecer por completo.
—¿Puede moverse, doctor? —quiso saber Kurt cuando abrió la puerta para
despedirlo.
—Por supuesto. No hay ninguna razón por la que no pueda disfrutar de sus
vacaciones... Aunque tal vez durante unos días no sienta el sabor a la comida —con
un gesto sarcástico, añadió—. Sufre un pequeño shock, pero le dejaré unas tabletas
para eso. ¿Adónde había pensado llevarla?
—Al Sandy Lane Hotel —respondió Kurt con una mirada tierna para su
mujer, que se había sentado en la cama.
Durante la cena comieron y bebieron, contemplaron a los bailarines y todo el
resto del espectáculo; luego bailaron con la orquesta de bronces, y ahora paseaban
sin rumbo, cogidas las manos, por la hermosa playa de St. James.
—Soy tan afortunada —la voz de Shivonne era suave, emocionada. De la
garganta y del pecho se encontraba mucho mejor, pues ya habían pasado cuatro
días desde la terrible experiencia del yate— Anhelaba en secreto que te enamorases
de mí, pero a veces perdía las esperanzas porque... bueno... tú parecías tan lejano...
—se interrumpió cuando su esposo atrajo hacia sí su esbelta figura en un rápido
abrazo.
Y aunque sus ojos eran tiernos, su voz tenía una inflexión de severidad
cuando dijo:
—¡Jamás vuelvas a pronunciar semejante tontería, Shivonne! —Kurt vio que
le temblaban los labios y en seguida se arrepintió—. No te ofendas, querida —
sacudió la cabeza, con el ceño fruncido—. No he querido hacerte daño, amor mío
—se apartó un poco de ella y la miró a la luz de la luna—. Eso lo sabes, ¿verdad,
cariño?
Una encantadora sonrisa curvó los labios de Shivonne.
—Por supuesto que lo sé. ¿Y cómo podría creer otra cosa si estás todo el
tiempo conmigo? ¡Oh, Kurt, amor mío, estoy segura de que me mimarás
atrozmente!
—Claro que sí. ¿No acabo de empezar, al acceder a pasar toda nuestra luna
de miel en Barbados, y en este hotel?
Shivonne se rió, y como ahora se sentía tan segura de él, adoptó una pose
coqueta cuando, dirigiéndole una mirada oblicua, le dijo con su delicioso acento
irlandés:
—Disfrutaré saliéndome con la mía todo el resto de mi vida.
Las cejas oscuras de Kurt se levantaron un instante cuando respondió, con
bien fingida severidad y un toque de divertida mofa:
—No te equivoques, ni seas tan optimista Tu marido no es un blandengue.
—Ni pretendo que lo sea.
Siguieron vagabundeando, deteniéndose de vez en cuando para besarse y
charlar. A Shivonne le parecía estar viviendo en un mundo de ensueño, todavía
deslumbrada por lo maravilloso que era saber que Kurt estaba enamorado de ella.
Él interrumpió sus pensamientos al sugerir: —Deberíamos volver ya —dijo
en voz baja—. Es casi la una de la madrugada.
Su habitación estaba en la planta baja, con su patio frente a la playa situada a
cierta distancia, tras una estrecha extensión de césped donde cada día tomaban el
sol. Una vez en el dormitorio, con las cortinas cerradas, Kurt extendió los brazos y
Shivonne acudió ansiosamente a su tierno abrazo.
—Qué delicia que seas... mi esposa... —la voz de Kurt, tierna y amante,
vibrada de deseo—. ¡Qué día tan afortunado cuando, atraído por ese encantador
acento irlandés, te invité a venir a Virgen Gorda a vivir a mi casa!
—Y afortunado para mí también, aunque en ese momento no lo supiera.
Shivonne levantó la cara, con los labios entreabiertos, húmedos, invitándolo a
besarla. Su boca sensual los capturó, y durante largo momento de rapto, Shivonne
se estremeció con su maestría y su exploración apasionada, al moverse lenta y
ansiosamente de sus labios hacia la mejilla y luego hacia la suave curva de su
hombro, del que ya había deslizado el tirante, antes que ella se diese cuenta. La
envolvió con sus brazos tan estrechamente que ella era casi parte de él, vitalmente
extasiada con la sensación del deseo de él tanto como del propio. Las manos de
Kurt la recorrían y le levantaban un poco la falda del vestido de noche que le
llegaba a los tobillos, pero de pronto se decidió a despojarla de su atuendo, que se
deslizó en seguida por el cuerpo de la joven hasta sus pies; Kurt la levantó en vilo,
y el vestido terminó de desparramarse por el suelo, mientras Kurt dejaba que sus
dedos recorrieran el cuerpo ahora escasamente vestido de su mujer.
Aparecieron colores delicados en las mejillas de Shivonne, y él dejó escapar
una risita ante su timidez.
—¡Eres tan dulce! —la deslizó entre sus brazos, oprimiendo sus pechos
jóvenes y suaves contra la férrea fortaleza de su tórax.
Le deslizó las manos suavemente desde el talle hacia los muslos, estrujándola,
acariciándola, despertándole la tentación, mientras le estrechaba los labios con los
suyos en un beso tan salvaje como su amor. La totalidad del cuerpo de Kurt se
estrechó contra el de ella, que se arqueó en respuesta al dominante ímpetu de sus
manos, ahora tan abajo que sus dedos esbeltos habían alcanzado la parte más
tierna de su cuerpo. Shivonne se estremeció extasiada, su carne palpitante
anhelando la culminación completa.
—Kurt... —su tono era grave e implorante—, te deseo tanto...
—Amada mía... —deslizó las manos por dentro de los delicados panties y
otro estremecimiento sacudió cada célula de su cuerpo.
Él le quitó la prenda y Shivonne quedó de pie frente a él, desnuda desde el
pecho hacia abajo. Kurt sonrió; parecía ligeramente divertido por no haberle
quitado primero el sujetador. Corrigió su omisión y la levantó en brazos, y el rubor
de Shivonne se acentuó cuando él dejó que su mirada apasionada se regalase con
su belleza.
Ella lo miró con timidez; él todavía estaba completamente vestido, impecable
en su chaqueta color ostra que hacía juego con los pantalones, y en contraste con la
camisa verde limón.
Su desnudez le resultaba turbadora porque él estaba completamente vestido,
con aquel aspecto tan distinguido, superior y masculino.
Kurt murmuró suavemente:
—Es tu turno, amor mío. Desvísteme. Ella sacudió la cabeza.
—Yo..., tú...
—Anoche lo hiciste muy bien —fue su réplica divertida—. ¿Por qué estás tan
tímida hoy?
Shivonne se las apañó para sonreír y extendió los brazos para quitarle la
chaqueta. El la ayudó con las otras prendas y la atrajo contra sí cuando por fin
también él estuvo desnudo. La joven sintió su boca ansiosa cubriendo la suya en
un beso húmedo y apasionado; entreabrió los labios, cediendo ante la presión de
los de Kurt, y su lengua entró en la dulce oscuridad de su boca.
Shivonne le deslizó las manos por el pelo, se aferró a él en el frenesí de su
deseo y sintió que el cuerpo de su esposo se estremecía con el paroxismo de la
pasión despierta. La levantó suavemente en brazos y la llevó a la cama. Una
sensualidad creciente les embotaba los sentidos para todo lo que no fuera ese viaje
al paraíso, el anticipo de convertirse en uno solo en la más tierna de las uniones.
Amor... besos apasionados... murmullos y caricias ardientes... y luego el
momento glorioso de sentirse transportados en alas del éxtasis hacia los dominios
del paraíso.
Mucho rato después, todavía abrazados, Kurt murmuró con su aliento fresco
contra la mejilla de Shivonne:
—Amor mío, mi pequeña irlandesita. Sé siempre tan dulce como ahora.
Prométemelo. Ella se acurrucó contra él, adaptando su cuerpo al contorno de su
esposo, y levantó la cara.
—Te lo prometo, amor mío —murmuró con la voz un poco ronca por la
emoción—. Si así es como me deseas, así seré, siempre.
Su beso fue la única respuesta de Kurt. Fue tierno y suave, sin rastro de
pasión.
—Estás casi dormida —murmuró—, ¿verdad?
La única respuesta fue un largo suspiro de satisfacción, y, con una sonrisa,
Shivonne apoyó la cabeza sobre su pecho y cerró los ojos.
fin

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