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KAREN ROBARDS - AMANDA ROSE

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ARGUMENTO

En este nuevo trabajo la autora Karen Robards mezcla deliciosamente la aventura y el


romance. Es la historia de un marino y una chica de convento. Una historia de amor tan magnifica
que enciende el corazoó n. La hueó rfana heredera Lady Amanda Rose Culver quiso socorrer al
hombre herido que encontroó en la rocosa playa cerca de su escuela, un convento de monjas. Pero
su mano de acero la atrapo antes de que sintiera el dolor y viera el deseo en sus ojos. Y ella
tembloó , no con miedo, sino con el deseo de creer su historia, en su inocencia, y en su pasioó n. El
corsario americano Matt Grayson, habíóa sido injustamente acusado de asesinato por la corona
britaó nica, y en el uó ltimo momento habíóa logrado escapar de su ejecucioó n en la horca. Ahora su
libertad dependíóa de poder conseguir la ayuda de esa joven y bella mujer y asíó poder navegar de
regreso a Nueva Orleaó ns. EÉ l nunca tuvo la intencioó n de llevarla cautiva en su barco. Tampoco nunca
tuvo intencioó n de enamorarse. . . .

Para mi marido, Doug


Dr. Walter L. “Pete” Johnson
Y mi madre, Sally Skaggs Johnson
Con amor y aprecio
Por su ayuda y soporte durante estos anñ os
CAPITULO 1

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Era un díóa perfecto para cualquier cosa, excepto para morir.
Matthew Grayson alzoó su cara al brillante sol de abril, e inhaloó la dulzura del aire, fue un
gesto automaó tico, nacido de los anñ os pasados en el mar al timoó n de su barco. Esos díóas, – ¿hacíóa de
ellos tan solo unos pocos meses?– en los que habíóa luchado contra tormentas y toda clase de
peligros, enfrentaó ndose con coraje y habilidad a cualquier contratiempo que se le presentara (el
mar, el cielo, hombres o mujeres).. Enfrentarse con la muerte siempre le habíóa alborozado,
haciendo de su enfrentamiento un canto de alabanza a la alegríóa de estar vivo. Pero ahora, cuando
la muerte era una realidad sombríóa y no una anoó nima quimera, el canto se habíóa detenido
abruptamente.
Sus ojos brillaron durante un momento en su cara cuidadosamente inexpresiva cuando
pensoó brevemente, y con anhelo en díóas maó s felices. La primera vez que sus hombres le habíóan
visto reíórse de la muerte –cuando eó l habíóa desafiado burlonamente a un huracaó n que habíóa
hundido cientos de barcos a lo largo del Oceó ano Atlaó ntico – y se habíóan mirado los unos a los otros
con incredulidad y estremecimiento, cuestionando silenciosamente su cordura. Luego, cuando su
barco, el Lucie Bell habíóa emergido de la tempestad ileso, lo maó s supersticiosos habíóan clavado
temerosamente los ojos en su moreno capitaó n de pelo negro. Sus blancos dientes brillando en una
gran sonrisa, exultante, mientras trabajaba incansablemente, cuando la tripulacioó n estaba a punto
de caerse por el excesivo cansancio y por haber pasado maó s de cuarenta y ocho horas luchando
contra la tormenta. Y, uno por uno, se habíóan santiguado. Fue entonces cuando los susurros
comenzaron: Matt Grayson habíóa hecho un pacto con el diablo, habíóa vendido su alma por su
seguridad y por la de su barco. El Lucie Bell estaba bendito o maldito, seguó n el punto de vista del
narrador.
Era un rumor que Matt no hizo nada por estimular, pero que tampoco desalentoó , porque
desde entonces los hombres hacíóan cola en manadas para navegar en su barco cada vez que
atracaba en su puerto de origen en Nueva Orleaó ns. Pues por cada vacante de su barco habíóa veinte
solicitantes, y a Matt le gustaba poder elegir. Estaba orgulloso de tener la mejor tripulacioó n a
bordo, y, a su vez, sus hombres estaban orgullosos de la invencibilidad de su capitaó n. Parecíóa que
nada podíóa alcanzar a Matt Grayson – ni las tormentas, ni los explosivos, ni los cuchillos, ni siquiera
alguó n ocasional marido celoso. Nada, hasta que el diablo estuvo listo para reclamar lo suyo.
Los menos supersticiosos entre su tripulacioó n teníóan otra explicacioó n maó s simple para la
extranñ a habilidad de su capitaó n de conducirlos con seguridad a traveó s de los peores peligros que el
mar podíóa ofrecer. “Aquellos nacidos para ser colgados nunca se ahogaraó n ” fue lo que dijeron de eó l
cuando el oceó ano se levantoó furioso y amenazoó con destrozar la caó scara del Lucie Belle con un
punñ o gigante, como si fuera una caó scara de huevo, soó lo dejaó ndolo posarse de nuevo en aguas mas
seguras horas maó s tarde. El refraó n guardo a sus hombres de desesperar cuando las olas eran de
treinta pies de altura y el mar y el cielo se entrechocaban y bullíóan como una mezcla salobre en el
maó s negro caldero del infierno. Matt, al oíór las palabras pasadas como un talismaó n de boca en boca,

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echaba su cabeza hacia atraó s y se reíóa con asombro, increó dulo de que hombres crecidos y
endurecidos en mil tempestades, pudieran tomar en serio algo tan ridíóculo.
Pero hoy eó l no se reíóa – no se habíóa reíódo desde hacia alguó n tiempo a esta parte – porque
veíóa como, despueó s de todo, habíóa encontrado el destino que los hombres teníóan profetizado para
eó l. Tres meses atraó s, en una secuencia de acontecimientos de pesadilla, habíóa sido raó pidamente
arrestado, juzgado, y encontrado culpable de los asesinatos de Lord James Farrindgon, el sobrino
conservador del primer ministro, su esposa y sus hijos; hoy el gobierno de la Reina Victoria lo
usaba como publico escarmiento, para aquellos que osaran alzar la mano contra uno de los de su
clase. Hoy le iban a colgar a eó l, a Matthew Zacaríóas Grayson, por el cuello hasta su muerte.
-“Levaó ntate y baja.” Esas palabras, pronunciadas en un grunñ ido bajo por uno de sus tres
guardas corpulentos, le trajeron de vuelta raó pidamente al triste presente. Y tambieó n lo hizo el
golpe del rifle en su espalda con el cual el guarda enfatizoó su orden. Matt se sobresaltoó , tropezoó , y
habríóa caíódo por detraó s de la sucia carreta, lo cual les hubiera hecho parar despueó s de
transportarle para Tyburn de Newgate Prison, si otro guarda, quizaó maó s humanitario que el
anterior, no le hubiese agarrado de la cadena que conectaba sus munñ ecas sujetaó ndolas a sus
grilletes y le hubiese sostenido con fuerza hacia atraó s dejaó ndolo en posicioó n vertical. No hacíóa
demasiado tiempo en que Matt habríóa sentido un destello asesino de furia al ser tan maltratado,
pero uó ltimamente habíóa sido incapaz experimentar emocioó n alguna. Sintioó solo una negra
curiosidad, como si ya estuviera muerto. Interiormente bendijo esa falta de sentimientos. Ellos
estaban decididos a tratarlo lo peor que pudieran, determinados a provocar el míónimo resquicio
de dolor en su maltratado cuerpo. Pero eó l estaba maó s allaó del dolor, y casi maó s allaó de su
conciencia. Por esa razoó n estaba listo para dar la bienvenida a la muerte con los brazos abiertos.
-“Baja, no tenemos todo el díóa.” El primer guarda le aguijoneoó otra vez con el rifle,
empujaó ndolo impaciente.
Matt pensoó torcidamente que debíóa estar privando al hombre de hacer algo importante,
como por ejemplo almorzar. Pues bien, eso a eó l no le importaba. Estaba preparado para bajar. Le
habíóan condenado a morir, y si no iba caminando hasta la muerte que habíóan decretado para eó l,
entonces le arrastraríóan hacia ella. Preferíóa pasar sus uó ltimos momentos en la tierra como un
hombre, no como un perro rastrero. Apretoó los dientes tan fuerte que un muó sculo crujioó en su
mandíóbula, bajo torpemente de la carreta, tropezando y casi cayendo con la cadena gruesa entre
sus tobillos..
-“Tened cuidado con eó l.”E inmediatamente los guardas lo rodearon.
Matt sospechaba que temíóan tratara de escapar, y se habríóa reíódo de ello, si hubiera podido
encontrar el animo para hacerlo. EÉ l era, o habíóa sido, un hombre fuerte, grande, de casi seis pies y
cuatro pulgadas, con muó sculos que le habíóan ganado el respeto en todos los puertos desde San
Francisco hasta la Costa de AÉ frica. Pero los meses que habíóa estado en prisioó n, sin suficiente
comida ni ejercicio y con palizas frecuentes y otras torturas (con las que habíóan esperado obtener

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una confesioó n de eó l; y por lo que interiormente se enorgullecíóa de que no hubieran tenido eó xito), lo
habíóan dejado en los huesos. Era una sombra de lo que habíóa sido, y dudaba que tuviera fuerzas
para avasallar ni a una jovencita, mucho menos a los tres guardias que seguramente habíóan estado
seleccionados por sus grandes cuerpos. Pero parecíóa que ellos no queríóan correr ninguó n riesgo con
eó l. Se mantuvieron unidos a su alrededor, daó ndole prisa para que recorriera la corta distancia de la
carreta hasta el pie de la horca como si les asustara que pudiese escapar.
Si lo hubiera podido hacer, lo habríóa hecho, Matt reconocioó silenciosamente, mirando con la
boca seca hacia arriba a los hombres que le aguardaban en la plataforma. La primera punzada
dolorosa de miedo perforoó la apatíóa en la cual se habíóa acorazado cuando reconocioó las ropas
negras de un sacerdote, y vio el verdugo con la capucha. Interiormente, Matt se maldijo a síó mismo.
EÉ l, que nunca habíóa temido a nadie ni a nada en su vida, no comenzaríóa ahora a hacerlo. Se
enfrentaríóa a la muerte con la cabeza en alto y con paso decidido, se reiríóa en la cara de los que le
queríóan colgar. Le habíóan quitado todo lo que el maó s queríóa; no le arrebataríóan su orgullo.
Urgido por los guardas, subioó por las tablas de madera aó spera, sus movimientos lentos y
torpes debido a las cadenas. Por encima de los crujidos de las tablas de madera, repentinamente se
dio cuenta de un creciente murmullo. Matt asombrado, miroó alrededor y hacia abajo. Un gentíóo
moliente, se esparcíóa alborotado alrededor de la horca como un espacio interminable de mar
alrededor de una isla diminuta. La vista le detuvo. Antes no se habíóa dado cuenta de ellos, y
hubiera deseado no haberlo notado ahora. Permanecíóan con la mirada fija hacia arriba, en eó l, un
borroó n, sin rasgos sobresalientes formado por centenares de caras, llegadas para observarle morir.
Sus bocas gritaban obscenidades; sus ojos gritaban odio.
-“Es eó l, es Grayson, matad al asesino.”
Matt clavoó los ojos en ellos. Los proyectiles lanzados por el populacho empezaron a zumbar
en el aire a su alrededor, huevos, tomates podridos y piedras. Los guardias, fueron cogidos
desprevenidos por la voraó gine de basura al igual que eó l, maldijeron cruelmente y le apresuraron a
subir las escaleras. Matt paro y se cruzo de brazos para obstaculizarlos todo lo que pudo. Cada
onza de su concentracioó n fue utilizada para intentar reprimir el terror que le recorríóa por su
columna vertebral. EÉ l apenas noto la piedra que choco contra sien izquierda, dejando una oscura
magulladura y un hilo carmesíó en su rostro.
La plataforma era larga y estrecha solo lo suficientemente amplia para albergar a cuatro
hombres uno al lado del otro. Se alzaba a unos quince pies de alto – lo suficientemente alta para
que la caíóda le rompiera el cuello a la víóctima. Despueó s de todo, Inglaterra en el anñ o 1842 era un
paíós humanitario; nadie queríóa que un hombre encontrara la muerte al final de la cuerda
retorcieó ndose y ahogaó ndose durante una larga media hora. No importaba que eso fuera lo que
frecuentemente ocurríóa, al menos no habíóa sido planeado asíó. Pensando en la horrible y renegrida
cara y en los sonidos jadeantes de un hombre que eó l habíóa visto ahorcado una vez y que habíóa
resistido hasta el final, Matt se prometioó a síó mismo que esperaríóa a la senñ al del verdugo, luego
saltaríóa hacia arriba en el uó ltimo momento a fin de caer a traveó s del escotilloó n con una pequenñ a

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fuerza adicional. Todo por lo que ahora rogaba, era porque su fin fuera raó pido y limpio.
Estrangularse lentamente con un pedazo deshilachado de caó nñ amo hasta morir, era un fin en el que
preferíóa no pensar.
EÉ l no era el uó nico hombre sentenciado a morir en ese díóa, se dio cuenta de ello tan pronto
como pisoó la plataforma. Otros dos pobres hombres estaban allíó, sus cadenas ya cambiadas por
una cuerda, aseguradas sus manos detraó s de su espalda en la actitud con la cual pronto se
encontraríóan con su creador. Cada uno estaba escoltado por un hombre apuntaó ndole con un rifle
desde atraó s y un poco a la derecha. La Corona no se permitíóa correr riesgos. Tres nudos corredizos
en lugar del que eó l habíóa tenido pensado se mecíóan amablemente con la brisa. Dos pares de ojos
aparte de los suyos miraban la belleza suave de un díóa primaveral por uó ltima vez. Matt se sentíóa
extranñ amente coó modo en presencia de los otros dos hombres condenados. Apenas ahora se daba
cuenta de lo poco que le hubiera gustado morir solo.
-Por allíó.Le ordenaron sus guardas
El teníóa tres guardas custodiaó ndolo, y considerando que los demaó s soó lo teníóan uno,
seguramente queríóa decir que era considerado maó s peligroso, o quizaó s maó s importante que los
otros prisioneros – le llevaron con un empujoó n a su lugar delante del nudo corredizo maó s cercano.
Era parduzco y se retorcíóa pareciendo querer burlarse y llamarlo por senñ as al mismo tiempo. Matt
deseoó fervientemente que todo hubiese terminado. Se dio cuenta de que no era la muerte lo que eó l
temíóa, sino el acto de morir en síó. Agonizar le asustaba horrendamente. EÉ l sentíóa un sudor fríóo
bajando por sus axilas y a lo largo de su columna vertebral. El esperoó desesperadamente que su
repentina debilidad no fuese notada por el hombre que teníóa detraó s de eó l. Apretando los dientes,
discretamente enderezoó sus hombros y se forzoó a síó mismo a concentrarse en el aquíó y ahora. No
era ahora el momento adecuado para considerar la muerte desde un punto de vista filosoó fico; en
todo caso, eó l pronto solucionaríóa sus misterios por su cuenta.
Desde su posicioó n al final de la plataforma, Matt se dio cuenta de que eó l moriríóa el uó ltimo –
o el primero. En este momento no sabíóa lo que preferíóa. Pero cuando el sacerdote se aproximoó al
prisionero del lado opuesto y empezoó a administrarle los uó ltimos sacramentos, Matt sintioó una
oleada de alivio. Parecíóa que su cuerpo terco, estaba determinado a agarrarse a la vida mientras
pudiera.
Al pie de la plataforma, el populacho se quedo en silencio tan pronto como se dieron cuenta
de que la primera ejecucioó n iba a comenzar. Matt levantoó la vista hacia el mar de caras feroces, con
sus labios apretados con odio y desprecio, sintiendo las ganas de sangre de esos para quienes la
condena de eó l y de sus companñ eros era meramente una excusa para pasar un díóa de fiesta. Una
ejecucioó n en la horca era todo un acontecimiento, maó s importante que una pelea de gallos o una
batalla de osos con perros, pero igual de excitante. Las damas y los caballeros de la nobleza
maniobraban con habilidad sus carruajes bajo grupo de robles joó venes cuyos brotes verdeantes
proveíóan proteccioó n del brillante sol primaveral para asíó tener una posicioó n mas privilegiada y
poder ver bien la horca. Los dependientes de las tiendas y los aprendices de los comerciantes,

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cuyos jefes les habíóan dado la manñ a libre, y que estaban contentos de estar presentes,
permanecíóan al lado de fregonas de rosados rostros y costureras estiradas. Amontonados casi
debajo de la misma plataforma misma estaban las personas de la calle de Londres, las putas, los
ladrones y los borrachos que durante la noche poblaban los barrios bajos de la ciudad. Estaban tan
juntos que teníóan que levantar sus cuellos con inquietud para ver por encima de los demaó s a los
hombres condenados. Pero estaban contentos: estaban en la mejor posicioó n posible para poder oíór
el chasquido de un cuello al ser quebrado. Los vendedores se abríóan paso a traveó s del populacho,
con empanadas de carne, castanñ as calientes y limonadas. La ejecucioó n daba un aire de festividad,
como si la ciudadaníóa hubiera salido a contemplar un circo que hubiera llegado a la ciudad.
Matt apenas noto cuando uno de sus fuertes guardas le empezoó a quitar sus cadenas
mientras otro le apuntaba firmemente con su rifle. Estaba demasiado concentrado mirando con
horror al otro hombre que sufríóa un destino que pronto seríóa el suyo. El sacerdote hizo la uó ltima
senñ al de la cruz sobre la espalda del hombre, un tipo pequenñ o, encorvado con ojos hundidos y
aterrados. El verdugo, con una capucha negra que ocultaba todo menos sus ojos, estaba subido
unos escalones por encima y pasaba una capucha parecida a la suya por encima de la cabeza de la
víóctima. Luego, con movimientos raó pidos y eficientes, agarroó el nudo corredizo y lo paso sobre la
cabeza del hombre hasta que se detuvo en su flaco y huesudo cuello. El hombre avanzoó dando
tumbos cuando eó l sintioó el caó nñ amo aó spero en contra de su carne; A traveó s de la capucha Matt vio
sus labios movieó ndose, en lo que adivinoó fue una plegaria, mientras el verdugo apretaba la cuerda
y aseguraba el nudo. Luego el verdugo dio un paso atraó s y el redoble de tambor comenzoó . El
hombre condenado se quedoó sin aliento audiblemente. Para su horror y con compasioó n de Matt
vio una mancha mojada dispersaó ndose por el frente de sus calzones harapientos; el miedo del
hombre le habíóa provocado incontinencia.
-Dios tenga piedad de su alma el sacerdote entonaba, y el hombre condenado emitioó un
ronco grito. Luego el verdugo bajo su mano en raó pido movimiento mientras su asistente
obedientemente abrioó la palanca dejando abierto el hueco. El hombrecito gritoó una sola vez
cuando eó l notoó que el piso cedíóa bajo sus pies y cayo por eó l. Matt no tuvo tiempo ni de terminar la
oracioó n que susurraban sus labios, asíó de raó pido fue como el hombre se hubo ido. La cuerda se
partioó en dos al tensarse. El grito fue sofocado a la mitad. Hubo un abrupto crujido, seguido por un
momento de silencio. Luego el gentíóo dio a gritos su aprobacioó n. Habíóa sido una muerte limpia.
-¡No! ¡Oh, Dios míóo, no! El siguiente hombre en morir, era un tipo enorme, pelirrojo, maó s
grande que Matt, que perdioó toda pretensioó n de compostura cuando el sacerdote se acercoó a eó l.
Matt casi podríóa oler el miedo del hombre. El buen padre prestoó poca atencioó n a los intentos del
hombre por apartarse de eó l, raó pidamente masculloó el servicio mientras dos guardias corríóan a
ayudar al otro guardia que habíóa abandonado su rifle para detener al hombre histeó rico en un
fuerte abrazo y forcejear con eó l de vuelta a su lugar. Matt sintioó que la carne se le poníóa de gallina
cuando el sacerdote hizo precipitadamente la senñ al de la cruz antes de apartarse del cautivo que
agitaba violentamente sus piernas, y era reemplazado por el verdugo. Al ver la figura de capucha
negra, el hombre empezoó a gritar horriblemente, mientras las laó grimas resbalaban por su rostro

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de granjero. Matt, mirando como la capucha le era colocada a la fuerza sobre la cabeza, cerroó y
abrioó con fuerza sus punñ os en un gesto de impotente simpatíóa. ¿Tambieó n estaríóa eó l, tan
desesperado y lleno de miedo cuando llegara su turno, que perderíóa todo vestigio de orgullo y
dignidad? Se preguntoó desesperadamente mientras la bilis le subíóa por su garganta.
-¿Tambieó n vas a llorar pidiendo por tu mama, Grayson? Le susurroó el guarda mientras le
ataba las munñ ecas por detraó s. Matt lo fulminoó con su mirada, sintieó ndose furioso al ver que el
estuó pido se estaba burlando del terror de un hombre en tales circunstancias. En ese instante antes
de que el guarda atara firmemente las cuerdas detraó s de eó l, se dio cuenta de que sus cadenas
habíóan sido quitadas y que el guarda que estaba custodiaó ndole en lugar de estar pendiente de eó l
estaba vigilando con intereó s la lucha freneó tica del otro hombre que iban a colgar. Antes de que su
cerebro registrara correctamente ese hecho, su cuerpo ya habíóa reaccionado ante la oportunidad
de la situacioó n y habíóa actuado. Sin ser consciente de que realmente teníóa intencioó n de hacerlo,
dio media vuelta, apartando con fuerza sus munñ ecas del guarda que las sujetaba, liberaó ndolas de la
cuerda auó n suelta en un solo movimiento, violento y juntando sus manos en un punñ o como un
yunque las estrelloó en la sien del asombrado hombre. El guardia se desmayo de un solo grunñ ido; el
otro guardia, el que le estaba apuntando con el rifle, giro hacia atraó s justo a tiempo de ver a Matt
escapando por el otro lado de la plataforma y saltar raó pidamente hacia abajo. Automaó ticamente, eó l
disparoó su rifle apuntando en su direccioó n. Matt sintioó la sensacioó n abrasadora de la bala
perforando su cadera derecha, pero no eso no lo detuvo.
-¡Esta huyendo! ¡Grayson ha escapado!
-¡Apaó rtense!
-¡Apaó rtense del camino, estuó pidos!
El estruendo del rifle se entremezcloó con los gritos del populacho. Aterrorizados por los
sonidos de los disparos, huíóan precipitadamente en estampida. Matt corrioó con ellos, sabedor de
que seríóa difíócil divisarle entre la multitud de cuerpos corriendo.
Sucio y despeinado como estaba, vestido con harapos rotos, no se veíóa diferente del ejeó rcito
de pobres que habitaba Londres. Un violento despliegue de fuerza corrioó por sus venas; se sintioó
repentinamente vivo, renacido. Habíóa escapado y lo lograríóa. Viendo a un gordo burgueó s a
horcajadas sobre su caballo delante de eó l y al margen del populacho, Matt se abrioó paso a la fuerza
a traveó s de la griteríóa, saliendo de la masa de personas hacia el hombre.
-Desmonte grunñ oó , y para asegurarse de que lo hacíóa, agarroó la brida del caballo asustado
con una mano y al hombre por el cinturoó n con la otra. Antes de que el burgueó s sudando de miedo
bajara de su caballo, Matt ya lo habíóa arrancado de la silla y habíóa saltado a la grupa.
-Mi caballo dijo el hombre gimiendo. Luego, con una nota de horror, agregoó : –Es eó l.
Pero Matt ya habíóa golpeado con sus talones los flancos del caballo. Guioó al animal
zambulleó ndose entre el gentíóo, derribando a los que iban despacio y que se cruzaban por su

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camino. Maldiciones y los gritos siguieron a su carrera. Otro disparo – por su sonido, el de una
pistola– pasoó silbando cerca de su cabeza. Esto acrecentoó el paó nico del populacho, la cual cosa le
ayudaba. Alcanzoó la carretera por fin y la cruzoó raó pidamente, demasiado precavido para seguir su
direccioó n. Le buscaríóan primero a lo largo de la carretera. . .
El cabalgaba recostado sobre su montura, una mano apretada contra su cadera en un
esfuerzo por cortar el flujo de sangre caliente y pegajosa, galopoó a traveó s del campo corriendo en
aó ngulo recto a la carretera. No teníóa ni idea de si le estaban persiguiendo; en una raó pida mirada
hacia atraó s no vio a nadie, a ninguó n grupo de guardias. El populacho probablemente poníóa
obstaó culos a la persecucioó n, pero eso no importaba demasiado. Si no estaban ahora sobre su pista,
pronto lo estaríóan. Registraríóan los cuatro costados del reino buscaó ndole si fuera necesario.
Su fuera constituíóa un horrendo fracaso para el gobierno de la Reina Victoria, y seríóan
incansables en su buó squeda para vengarse. Las probabilidades eran altas de que eó l no llegaríóa a
alejarse maó s de cinco millas antes de que fuera capturado de nuevo. Los dientes de Matt brillaron
en una sonrisa al sol matutino cuando pensoó en ello. EÉ l siempre teníóa debilidad en apostar por las
causas desesperadas, y casi siempre habíóa ganado. Sonreíóa al hacer saltar su caballo sobre un
muro bajo de piedra hacia un valle. Esta manñ ana, las probabilidades de que estuviera muerto a
estas horas, habíóan sido muy altas. En lugar de eso, estaba vivo, libre como el viento, el sol caliente
en su cara y un caballo bajo eó l. Quizaó s podríóa lograr enganñ ar al diablo una vez maó s. Por primera
vez en mucho tiempo Matt se rioó fuertemente.

CAPITULO 2

- Maldicioó n.
Lady Amanda Rose Culver sintioó una intensa satisfaccioó n al pronunciar esta palabra que si
hubiera sido oíóda, habríóa sumido a las buenas monjas con quienes vivíóa en un desmayo colectivo.
Saboreando el sentimiento de maldad que le producíóa, dijo la palabra otra vez, maó s fuerte. Pero
realmente eso no le hizo sentirse mejor. Dudaba que algo pudiera hacerlo.
Como para castigarla por su travesura, desde cielo negro de la quieta medianoche el
fantasma paó lido de la luna que estaba a su izquierda clavoó los ojos en ella con reprobacioó n,
mientras el viento del amanecer enredaba su pelo en su rostro. Murmurando impaciente, Amanda
aparto con ambas manos las molestas trenzas de sus ojos. Su pelo, una masa pesada, que le caíóa
hasta sus caderas cuando se lo soltada de las trenzas en las cuales las monjas insistieron en
mantenerlo confinado, era la maldicioó n de su existencia. Incluso el color le molestaba. Era de un

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rojo profundo, verdadero, como el reflejo de un licor anñ ejo cuando el sol lo alcanza. El cual,
emparejado con la palidez de porcelana de su piel, la negrura de sus cejas, sus gruesas pestanñ as, y
sus extranñ os y humeantes ojos violetas, podíóa ser considerado impactante, suponíóa. Ciertamente
las monjas estaban muy preocupadas por eso. Les parecíóa que simbolizaba todos los defectos que
encontraban en Amanda. Su irascibilidad, su impulsividad, las frecuentes pequenñ as rebeliones con
las cuales ella les obsequiaba diariamente, siempre eran directamente atribuidas al color
escandaloso de su pelo. Era por ello, suponíóa, que le ordenaban lo mantuviera peinado al estilo de
una colegiala – trenzado y enroscado encima de su cabeza – un estilo que odiaba. Por lo que cada
vez que podíóa se lo destrenzaba y dejaba ondear libre por su rostro, tal como hacia en este
momento.
Sujetaó ndose las ofensivas mechas detraó s de sus pequenñ as orejas, caminaba a lo largo de la
playa, con sus brazos rodeando su delgado cuerpo para darse calor. Ella deberíóa haberse puesto un
chal; aunque era primavera en esta parte aislada de las Lands Ende hacia frioó por la noche. Pero el
uó nico que ella poseíóa,- las buenas hermanas practicaban voto de pobreza, asíó como tambieó n como
de castidad y obediencia, y se ocupaban de que sus alumnas hicieran lo mismo – era un
inmaculado y brillante chal de cachemira blanco. Que, en contraste con los grises acantilados y la
negrura del agua habríóa sobresalido como un faro, mientras que el anticuado vestido gris merino
con mangas y escote subido, que llevaba puesto se entremezclaba casi invisiblemente con la
noche. Aun en las horas tenebrosas antes del alba, cuando a ella le gustaba pasear por la abrupta
playa al pie del acantilado donde se alzaba el convento, podíóa ser que una de las hermanas
estuviera levantada. Si la viese, entonces no dudaríóa en comunicaó rselo a la Madre Superiora, y eso
querríóa decir castigo, asíó como tambieó n el cierto fin de sus paseos clandestinos. Incluso Mary
Joseph la hermana maó s joven, bonita, y maó s compasiva del convento, la traicionaríóa, sintieó ndose
obligada por el deber a hacerlo. Despueó s de todo, no era respetable para una senñ orita estar
paseando sola en la noche en cualquier lugar y, mucho menos en una gran playa desierta que se
sabíóa habíóa sido frecuentada anñ os atraó s por unos contrabandistas. Y ahora, incluso habíóa un mayor
peligro: toda Inglaterra estaba en alerta buscando el asesino de Lord James Farringdon, quieó n
hacíóa tres semanas habíóa escapado de la misma horca.
Se decíóa que el hombre era brutal y cruel en extremo – los detalles exactos de su delito eran
demasiados horrendos para saberlos Amanda o incluso las monjas mismas– pero se sabíóa que eó l
sin ninguó n remordimiento habíóa matado violentamente a una mujer y a varios ninñ os, asíó como
tambieó n al Lord Tory, quien habíóa sido su primer objetivo. EÉ l estaba lo suficientemente
desesperado, para hacer cualquier cosa. Las mujeres debíóan permanecer en sus casas durante la
noche a menos que fueran escoltadas por un caballero, y los hombres iban armados hasta que el
individuo fuera atrapado. Que seguramente lo seríóa; la cuestioó n era solo cuando. Podíóa estar en
cualquier parte de Inglaterra, aunque las autoridades lo buscaban especialmente por las zonas
costeras, porque estaban seguros de que el hombre trabaríóa de huir del paíós. Y Lands End era un
lugar perfecto para salir del paíós furtivamente, por lo que estaba bajo constante vigilancia.

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Amanda no estaba excesivamente preocupada por encontrarse con un asesino. De todos los
lugares en Inglaterra a los que eó l preferiríóa ir, parecíóa improbable que escogiese su pequenñ a playa.
No, ella se preocupaba de cosas maó s apremiantes que de un loco que debíóa de estar a centenares
de millas de distancia. La tarde anterior habíóa recibido noticias de su hermanastro, Edward, el
Duque comunicaó ndole que habíóa finalizado los arreglos para su matrimonio –planes que habíóa
emprendioó sin mencionarle ni una sola palabra a ella-. Dentro de cuatro meses, (le habíóa escrito,
una semana antes del díóa de su decimoctavo cumpleanñ os), ella se convertiríóa en la prometida de
Lord Robert Turnbull, un entupido cara de ciruela de cuarenta anñ os, sobrino de la madre de
Edward, y primera esposa del padre de Amanda, y por lo tanto primo del mismo Edward.
Ella no lo haríóa. Oh, sabíóa que debíóa casarse, y casarse bien. No habíóa otra alternativa para
una mujer de su clase y nobleza, y desde hacia mucho tiempo habíóa aceptado lo inevitable. Pero
no con Lord Robert. Por queó , eó l era viejo y gordo, y ya habíóa enterrado a una esposa – que habíóa
sido una heredera de considerable fortuna, si ella mal no recordaba-. Amanda sabíóa que ella
tambieó n aportaríóa a su matrimonio una considerable fortuna – si ese matrimonio contaba con la
aprobacioó n de Edward –. Con su dote y sus considerables encantos, ella podíóa aspirar escoger a un
marido de gran alcurnia. Siempre habíóa imaginado que podríóa escoger a un hombre de entre la
lista de candidatos posibles que sin duda la cortejaríóan despueó s de su presentacioó n en sociedad.
Durante anñ os habíóa estado sonñ ando con una brillante temporada – desde luego tendríóa la
sociedad a sus pies, triunfaríóa inmediatamente y seríóa la mujer maó s bella de la temporada – y un
joven bien parecido, rico, de impecable linaje se enamoraríóa locamente de ella y le rogaríóa que
fuera su esposa. Habríóan otros caballeros que se moriríóan por sus bellos ojos, claro estaó , pero ella
solo tendríóa ojos para eó l. Al final de la temporada habríóa una boda deslumbrantemente preciosa, y
en el futuro bailaríóa el vals con su guapo marido quien la cuidaríóa y protegeríóa para siempre. Pero
ahora Edward iba a echarlo a perder todos sus suenñ os – como eó l siempre habíóa tratado de echarla
todo a perder – insistiendo en casarla con ese primo suyo antes de que cualquier otro caballero la
hubiera podido ver en sociedad no como una joven libre, sino como la esposa de Lord Robert
Tumbull.
Edward siempre la habíóa odiado, tanto como habíóa odiado a su madre. Sus hermanas, Lilian
y Charlotte, tambieó n la odiaban. Sin importar que ella fuera su hermanastra. Siempre se resentíóan
amargamente del lazo de sangre que las uníóa a ella y nunca le permitieron olvidar que su madre
habíóa sido una criatura maquinadora, inmoral e intrigante que habíóa captado la atencioó n de su
padre viudo cuando eó l estaba en su chochez. Sin importar que el quinto Duque hubiese adorado a
Isabelle, su segunda y bella esposa y a su hija, Amanda, quien era ideó ntica a Isabelle. Sin importar
que nunca se hubiera recobrado completamente de su pena al morir Isabelle cuando Amanda solo
teníóa diez anñ os. Sin importar que hubiera amado a Amanda fervorosamente hasta su muerte tres
anñ os despueó s.
El quinto duque apenas se habíóa enfriado en su tumba cuando Edward, con el cenñ o fruncido
en su cara, habíóa convocado a Amanda a su estudio – el estudio de su padre – y la habíóa enviado
interna a la escuela. Habíóa sido mimada y consentida en demasíóa durante toda se vida y esto se

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habíóa acabado. Debíóa mejorar, aprender humildad, obediencia y a respetar a sus mayores. Amanda,
todavíóa en estado de choque por la peó rdida de su amado padre, escucho la perorata acalorada de
Edward en sumiso silencio hasta que eó l se atrevioó a llamar a su madre una puta pintada. Aun a la
tierna edad de trece anñ os, reacciono contra las hirientes palabras cuando las oyoó . Explotando con
su fogoso temperamento igual al del color de su pelo, se habíóa abalanzado con furia contra
Edward, asestaó ndole una fuerte patada en las espinillas. A la siguiente manñ ana habíóa sido enviada
al convento de Nuestra Senñ ora del Socorro donde las hermanas del la Orden de la Magdalena
manejaban una escuela para senñ oritas de las mejores familias de Inglaterra que por una razoó n u
otra constituyan un estorbo. Amanda soó lo ocasionalmente habíóa sabido de Edward en los casi
cinco anñ os transcurridos desde entonces, y cada uno de sus comunicados habíóan sido
desagradables. Pero la carta recibida la noche anterior habíóa sido el peor.
Absorta en sus pensamientos, Amanda habíóa caminado un buen trecho a lo largo de la
playa sin darse cuenta de ello. Sus pies en cierta forma se las habíóan ingeniado para cuidar sus
pasos entre los escombros lanzados antes de la medianoche por la tormenta. Ahora, en las horas
que precedíóan al alba, la lluvia se habíóa detenido, pero el viento todavíóa soplaba fuerte, las
intermitentes y alborotadas olas atravesaban raó pidamente la pequenñ a bahíóa para golpear contra la
costa. Las nubes negras pesadas rodaban por encima de los acantilados, obscureciendo de vez en
cuando a la luna y daó ndole a la silueta del convento la apariencia extranñ a de un castillo medieval.
Habíóa una cantidad suficiente de luz de luna plateada para poder ver. En la oscuridad cada roca y
cada pedazo de madera de deriva cobraban una apariencia amenazadora que inquietoó un poco a
Amanda, aunque ella habríóa muerto antes que admitirlo. Siempre habíóa estado orgullosa de su
coraje, y se lo habíóa utilizado con exceso en su corta vida para dejar que un pequenñ o miedo
molesto de oscura persecucioó n le privara de pasear por el uó nico lugar en el que ella siempre habíóa
encontrado soledad y paz.
Entonces oyoó el gemido. Amanda se detuvo, escuchando con atencioó n, los ojos bien
abiertos aseguraó ndose a síó misma que soó lo era el viento silbando a traveó s de las grutas que
poblaban los acantilados. Pero el sonido le llego de nuevo, inconfundible esta vez. Con la garganta
repentinamente seca, se tensoó , aparto el pelo de su cara mientras miraba a su alrededor. No vio
nada fuera de lo normal, pero habíóa incontables grandes rocas, dispersas cerca de la base de los
acantilados, en las cuales podíóa haber alguien escondido. ¿Y si hubiera alguien?, que seguramente
no era asíó. Seguramente era un animal, lastimado por alguna trampa. Por supuesto que era eso.
Estaba a punto de echar a correr, pero esa idea la detuvo. No podíóa soportar pensar que un
animal estuviera ahíó fuera solo y atrapado, seguramente herido, por los sonidos que hacíóa. Quizaó
era un mapache o algo parecido a un perro. Pero cuando oyoó el tercer gemido, supo que teníóa que
ver si podríóa encontrarlo y ayudarlo.
Avanzoó lentamente en direccioó n a los sonidos, mirando cuidadosamente alrededor de ella.
Las probabilidades eran altas de que fuese un animal, pero por si acaso. . . Ella cogioó un gran trozo
de madera que habíóa llegado a la orilla por la deriva del oleaje, levantaó ndolo con su mano derecha

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mientras con su izquierda apartaba sus cabellos de sus ojos. No tendríóa ninguó n reparo en golpear
en la cabeza a alguien si fuera necesario.
Cuando se acercoó cautelosamente a un hueco grande en la roca cerca del pie de los
acantilados, oyoó otro sonido, esta vez maó s un quejido que un gemido. Claramente veníóa de detraó s
de la roca. Bordeaó ndola con su improvisado palo levantado amenazadoramente, pudo percibir una
forma grande, oscura, recostada contra el hueco. Era demasiado grande para ser un mapache o un
perro. . . ¿Era eso un hombre? Lo era. La impresioó n hizo a Amanda saltar hacia atraó s, saliendo un
grito de alarma de su garganta. El pedazo de madera se cayoó de sus nerviosas manos.
EÉ l no hizo ninguó n movimiento para acercarse a ella. Amanda se relajoó un poco, su mano
presionando contra su corazoó n que latíóa aceleradamente. Gradualmente se le ocurrioó que el
hombre debíóa estar muy herido: eso explicaríóa los sonidos que ella habíóa oíódo. Quizaó era un
granjero local, que se habíóa caíódo desde los acantilados al buscar un animal que se habíóa desviado
de su rumbo, o incluso un marinero cuyo bote se habíóa hundido en el mar durante la tormenta de
la noche. Ella no le podíóa dejar allíó. Teníóa que ayudarle si podíóa.
Lentamente un paso tras otro se fue aproximando, con movimientos cuidadosos. Mientras
el hombre permanecíóa en una postura desgarbada, sin moverse, en el hueco de la roca, concluyoó
que eó l estaba probablemente semiconsciente y en el mejor de los casos, respirando
superficialmente. Con vacilacioó n se agacho para tocarle, primero su hombro, luego su cara ladeada.
EÉ l estaba empapado, la mitad de la ropa fríóa pegada a su cuerpo, el agua goteaó ndole por el pelo,
pero su piel encendida. Seguramente eó l estaba enfermo. Esa comprensioó n le hizo sentirse mucho
mejor, y estaba mas tranquila al arrodillarse a su lado, su mano sacudiendo firmemente su hombro
para despertarlo. Su uó nica respuesta fue un gemido como si el intentara apartar con fuerza su
hombro de su mano importuna.
-¿Puede usted oíórme? Ella preguntoó insistentemente. -¿Senñ or?
No supo si en respuesta a su mano o a su voz eó l se dio la vuelta, ponieó ndose boca arriba,
inmoó vil, con sus ojos cerrados. Su cuerpo se veíóa largo y grande junto a la roca; seríóa imposible
trasladarlo sin ayuda. Empezoó a levantarse sabiendo que debíóa pedir ayuda aunque debido a ello
las hermanas se enteraran de sus paseos nocturnos. La luna salioó de detraó s de una nube brillando
e iluminando su rostro. Amanda se quedoó paralizada, se agacho a su lado, mirando fijamente su
rostro vuelto hacia ella.
Su pelo era negro como un tizoó n y rizado, sospechaba que su piel sin la influencia de la
enfermedad y de la luz de la luna seria obscura, tambieó n. Sus cejas eran gruesas y negras como su
pelo que se le rizaba, daó ndole un raro matiz de inocencia junto a sus fuertes mejillas. El resto de su
rostro era duro, agresivamente masculino aun estando inconsciente, con poó mulos cincelados, una
fina nariz arrogante, y una mandíóbula cubierta con gruesa barba que oscurecíóa la parte inferior de
su rostro. Pero no era todo esto lo que habíóa atraíódo la atencioó n de Amanda, agrandaó ndole los ojos
por el horror. Era la cicatriz.

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Era una quemadura larga, diluida, maó s paó lida que la piel alrededor de ella, que le
atravesaba su rostro desde la ceja cruzando por su mejilla hasta desaparecer de repente en la
comisura de sus labios. Amanda no podíóa apartar los ojos de ella. No era que la cicatriz fuera
horrenda en síó; no, de ninguó n modo. Amanda habíóa oíódo hablar acerca de una cicatriz como esa
soó lo una vez antes, recientemente, cuaó ndo una de las chicas de la escuela habíóa recibido una carta
de su hermana londinense casada. En la carta, la cicatriz, asíó como tambieó n el hombre que la
llevaba, estaban descritos a fondo. Era llamado, tambieó n como Matthew Grayson, el asesino
escapado que teníóa asustado al paíós entero.
Gracias a Dios que estaba inconsciente. Ese fue el primer pensamiento que pasoó a traveó s de
la cabeza de Amanda cuando ella lo asimiloó todo. Su corazoó n martilleo fuertemente en su pecho al
imaginar lo que le habríóa ocurrido a ella si se hubiera topado con eó l en la desierta playa si eó l
hubiera estado en poder de todas sus facultades. Indudablemente la habríóa matado, para que ella
no le delatara. . . Buen Dios. Al pensar en lo que pudo haber ocurrido, se estremecioó de pies a
cabeza. Por una vez las monjas habíóan tenido razoó n. Nunca deberíóa haberse aventurado sola fuera
en la noche y nunca lo haríóa de nuevo. Pero ahora teníóa que escaparse, ir a buscar a las
autoridades. . .
Amanda comenzoó retroceder. Al hacerlo su gran masa de pelo cayoó sobre el rostro del
hombre. Para su horror eó l levantoó su mano un poco, tratando de apartar a la fuerza su pelo.
Amanda se echoó hacia atraó s, pero fue muy tarde. Su mano se cerroó dolorosamente arrastrando su
pelo hacia eó l, y hacieó ndola arrodillarse de nuevo a su lado. Congelada de miedo, Amanda soó lo pudo
quedarse miraó ndolo fijamente en silencio cuando sus ojos se abrieron lentamente en su oscuro
rostro. Eran claros, notoó distraíódamente, casi plateados a la luz de deó bil de la luna, y fríóos como la
muerte. Recorrieron su rostro durante un largo momento antes de seguir hacia arriba mirando
fijamente la larga y sedosa masa de pelo que sosteníóa apretadamente alrededor su punñ o. La
expresioó n en sus ojos la hizo temblar; se apartoó cuando eó l levantoó su otra mano para aprisionar su
pelo.
-Un aó ngel eó l masculloó ofuscadamente, girando la cabeza a fin de acariciar con su mejilla y su
nariz en sus mechas capturadas. -Un aó ngel de pelo rojo.
Y luego comenzoó a temblar violentamente.

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CAPITULO 3

EÉ l estaba delirando por la fiebre, Amanda se dio cuenta, y pudo respirar mejor. Debilitado
como estaba, seguramente no le podríóa hacer danñ o. Todo lo que ella teníóa que hacer era soltar su
pelo – amablemente – y correr para ir a buscar a las autoridades. Dudaba de que eó l tratase de
escapar antes de que las pudiera traer de regreso hasta aquíó. EÉ l estaba claramente indispuesto
para escapar; probablemente no podíóa ni levantarse.
Esos ojos plateados estaban todavíóa fijos en ella. Podíóa sentir la mano que atrapaba su pelo
temblando convulsivamente. Sin dejar de mirar a sus ojos, extendioó su mano con indecisioó n para
tocar la suya. Sus movimientos eran tan suaves y tranquilizantes como podíóa cuando tratoó de
aflojar el punñ o que la sujetaba prisionera. Su carne estaba ardiendo al tocarla; sus largas
extremidades eran recorridas por pequenñ os temblores. Desafortunadamente eó l no parecíóa tener
ninguna intencioó n de dejarla ir, si es que se daba cuenta de que todavíóa la estaba sujetando. La
inexpresividad vidriosa de sus ojos, le hacíóa dudarlo.
A Amanda le dio miedo ser demasiada brusca en sus intentos por liberarse, temerosa de
que cualquier movimiento descuidado de su parte le pudiera hacer estallar violentamente: eó l ya
habíóa matado a media docena de personas por lo que ella sabíóa.
-Tengo fríóo dijo repentinamente, como si conversara normalmente, sorprendiendo a
Amanda. Situaó ndose lo maó s fuera de su alcance que pudo llegar sin romperse su cuello, ella le
miroó nerviosamente. ¿Era su imaginacioó n, o sus ojos parecíóan maó s conscientes de lo que estaban
hacíóa un momento?
-Si usted me suelta, entonces lo hareó . . . Le ireó a buscar una manta ella prometioó con astucia
repentina. EÉ l fruncioó el cenñ o, pareciendo entender y considera sus palabras.
-¿Lo haraó usted? EÉ l sonaba increó dulo.
-S-si. Amanda estaba dispuesta a prometer cualquier cosa para convencerlo de que la dejara
marchar. -Lo prometo.
-Iban a colgarme, y usted lo sabe.
¿Ahora, queó podíóa decir a esto? Si eó l estaba míónimamente consciente, y ella revelaba que
ella le habíóa reconocido, entonces su destino estaba sellado. EÉ l la mataríóa. EÉ l no la podríóa dejar
marcharse; se daba cuenta de eso. Ella inmediatamente iríóa corriendo a las autoridades, el se debioó
percatar enseguida de ello al recobrar el sentido. Ella no dijo nada, sus ojos abiertos en el oó valo
paó lido de su rostro al clavarlos en eó l.
-Pero escapeó . EÉ l se rioó ahogadamente huecamente. Por Dios, que escapeó . Pero me
dispararon, y entonces ese maldito caballo se quedo cojo y tuvimos que caminar, me caíó, y luego

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llovioó . Dios míóo, llovioó . ¿No ilumina nunca el sol a este miserable paíós? Cayoó momentaó neamente en
incoherentes susurros. Con su pelo negro rizaó ndose mojado alrededor de su cara, su barba gruesa
crecida, y sus inexpresivos ojos mirando fijamente, mas allaó de sus pensamientos. Y no soó lo por la
fiebre. Amanda tiroó desesperadamente de su pelo, deseando vanamente tener unas tijeras. Ella
gustosamente se habríóa cortado la melena entera si eso la hubiese liberado de este loco.
-¿Quieó n es usted? Sus ojos exigentes clavados sobre su rostro. Amanda tragoó con fuerza. EÉ l
se veíóa sumamente temible, miraó ndola de esa manera. Ella estaba muy asustada de que eó l hubiera
recobrado el conocimiento, si es que lo habíóa perdido en alguó n momento.
-Mi. . . Amanda es mi nombre. Amanda Rose Culver. Luego, desesperadamente, intento que
su voz sonara confiada cuando le dijo – Y voy a ayudarle.
-Usted sabe quien soy no era una pregunta. Las palabras sonaron como una campana fatal
en sus orejas. Ella sintioó un horrible estremecimiento de anticipacioó n. Sabíóa que negarlo seríóa
inuó til, se quedo miraó ndolo fijamente y dudando de que de haber encontrado las palabras justas,
estas hubieran salido de sus labios.
-Y-yo… le puedo ayudar dijo ella otra vez, deó bilmente. Su boca torcida en una mueca de
amargo disgusto; Su mano retorcíóa dolorosamente su pelo. Amanda se encogioó de miedo
apartaó ndose de eó l.
-No me mienta dijo, gritando. Sus dedos, enroscaó ndose en su pelo, la arrastraron maó s cerca,
a fin de que su cara estuviera a solo unas pulgadas de la de eó l. No soy estuó pido.
-Lo siento ella murmuroó freneó ticamente cuando el la miroó con ojos llameantes. Sus dientes
quedaron al descubierto con lo cual ella no podíóa pensar claramente, y eó l parecíóa mirarla como una
bestia atroz preparada para devorarla. Amanda se estremecioó . EÉ l debíóa haber visto el movimiento
convulsivo e interpretado correctamente el miedo de ella en sus ojos, porque eó l relajoó con
expresioó n satisfecha el apretoó n en su pelo.
Durante un momento ni uno ni otro dijo nada, el hombre aparentemente se veíóa centrado
en recuperar sus fuerzas y sus sentidos al mismo tiempo, y Amanda estaba pensando furiosa.
-¿Me puede usted soltar, por favor? Pidioó en un susurro.- Me hace danñ o
No era mucho, pero esta suó plica debíóa conmover alguó n resto de caballero que quedara en eó l,
eso era todo ella podíóa sugerir. Como ella habíóa esperado, le contestoó con un grunñ ido y un gesto
desdenñ oso. Pero despueó s de un momento, para su sorpresa, su mano se relajoó fin de no tirar tan
fuerte de su pelo.
-Gracias. Amanda realmente no pudo ocultar la sorpresa de su voz. EÉ l no respondioó , soó lo se
quedoó miraó ndola fijamente iba en una forma reflexiva que le provocoó mas fríóo que el viento.
Probablemente debíóa estar preguntaó ndose coó mo, con lo poco que le quedaba de sus fuerzas, la
podríóa matar, y doó nde podríóa esconder el cuerpo. . .

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-¿Queó lleva usted puesto bajo ese vestido? Lo que fuera que ella habíóa esperado que eó l le
dijera, ciertamente no habíóa sido eso. Ella clavoó los ojos en eó l, repentinamente agrandados.
-¿Bien? EÉ l sonoó impaciente. Amanda se humedecioó sus labios antes de contestar.
-Una enagua murmuroó . No iba a describir su ropa interior con maó s detalles que ese.
-¿Estaó limpia? Preguntoó .
-Por supuesto Amanda replicoó , picada, antes de que ella recordase su situacioó n e intentara
parecer tranquila.
-Quíótesela.
Amanda cambioó de color. Oh, buen Dios, seguramente eó l no teníóa la intencioó n de. . .
¿violarla? Protegida como ella habíóa estado, sabíóa que los hombres caíóan en sus bajas pasiones y
algunas veces forzaban a las mujeres a realizar actos indecentes, y un asesino ciertamente habíóa
caíódo tan bajo que seguro podíóa hacerlo. Clavoó temerosamente los ojos en eó l. EÉ l la miraba, con
expresioó n indescifrable, sus dientes apretados con fuerza, que le castanñ eaban perioó dicamente.
-No, por favor suplicoó , sabíóa que era inuó til para implorar pero no queriendo llegar a usar la
resistencia fíósica a menos que no tuviera alternativa. Incapacitado como eó l estaba, teníóa pocas
dudas que eó l era todavíóa considerablemente maó s fuerte que ella, y le daba miedo poner a prueba
su suposicioó n a menos que no fuera absolutamente necesario.
A su suó plica murmurada, sus ojos la escudrinñ aron de pies a cabeza cuando ella se agachoó a
su lado, inclinando su cabeza con el peso de su mano en su pelo. Aunque ella no lo sabíóa, con su
cuerpo pequenñ o y delgado se veíóa muy joven y muy vulnerable. Su boca se torcioó sarcaó sticamente.
-A pesar de todas las cosas que usted haya podido haber oíódo en mi contra, no tengo la
costumbre de violar a las ninñ as habloó con voz aó spera. -Usted estaó perfectamente a salvo de ese
destino en particular, se lo aseguro. ¿Ahora, va a quitarse esa condenada enagua o es que necesita
ayuda?
Esa amenaza, y su la seguridad que eó l no teníóa intencioó n de violarla – lo cuaó l, por extranñ o
que parezca, ella creyoó – le hizo buscar las cintas para desatar su enagua. Pero con sus ojos
observaó ndola a cada movimiento, y obviamente apreciando los tobillos delgados, con medias
blancas, no podíóa desatar el nudo, y su posicioó n torpe lo hacíóa doblemente difíócil.
-Apresuó rese dijo a traveó s de sus dientes. Amanda pensoó que eó l realmente le ensenñ aba los
colmillos cuando sus ojos subieron de sus tobillos hasta su cara. Lo hizo lo mejor que pudo para
cumplir su orden, luego tragoó nerviosamente.
-Si usted cerrara sus ojos y me dejara levantarme le dijo de forma alentadora ayudaríóa.
-Oh, por el amor de Dios eó l masculloó , pero cerroó sus ojos. Amanda sospechoó que tendríóa que
conformarse con esa concesioó n; realmente no habíóa creíódo que el soltara su pelo para que ella
pudiera ponerse en pie. Movieó ndose tan raó pidamente como podíóa, y queriendo terminar con ello

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antes de que eó l abriera de nuevo sus ojos y la atrapara con sus faldas levantadas por encima de sus
rodillas, por fin logroó aflojar las cintas de la enagua. La blanca prenda de lino cayoó arrugada en un
cíórculo alrededor de sus pies. Sus pestanñ as se alzaron justamente cuando ella dio una patada a las
enaguas. Viendo su prenda de ropa interior caíóda, sintioó un rubor repentino que calentaba sus
mejillas.
Desgarre un par de tiras de ella le ordenoó . Amanda, agradecida por no recibir nuevas
instrucciones para quitarse alguna otra cosa, obedientemente recogioó la enagua y procedioó a tratar
de hacer lo que eó l le ordenaba. Fue, sin embargo, maó s faó cil decirlo que hacerlo. Finalmente ella
tuvo que recurrir a desgarrar el borde del lino entre sus dientes. Cuando por fin el material se
rompioó con un fuerte rasgoó n, sintioó una pequenñ a satisfaccioó n por su esfuerzo y arranco varias tiras
largas de la enagua. Ella levantoó la vista, para encontrarlo miraó ndola.
-Tengo una bala en la cadera dijo abruptamente. -Es baó sicamente una herida superficial, la
bala me la atravesoó , pero ha estado sangrando continuamente. Quiero que usted me la vende.
Mientras hablaba, sus dedos se deslizaron hacia abajo a su andrajosa camisa, que una vez
habíóa sido blanca para desabrochar los botones de sus sucios calzones. Amanda se quedoó
miraó ndolo fijamente, con afligido horror el movimiento de su mano, luego elevoó raó pidamente sus
ojos hacia arriba a su rostro. ¿EÉ l seguramente no teníóa la intencioó n de quitarse sus calzones
delante de ella?
EÉ l vio la expresioó n freneó tica de ella en sus ojos y no tuvo problema interpretarla. Una
esquina de su boca se curvoó abajo en una expresioó n de puro disgusto.
-No tengo ni la inclinacioó n ni la fuerza para lidiar con la modestia propia de una jovencita
dijo fríóamente. He recibido un disparo en la cadera, y la herida sangra y necesita ser vendada. Si lo
pudiera hacer yo, entonces lo haríóa. Pero no puedo. Usted, sin embargo, síó puede y lo haraó . Ya le he
dicho que no tengo intencioó n de violarla. Estaraó perfectamente a salvo, mientras haga lo que yo le
diga.
Sus ojos eran duros, su expresioó n peó trea cuando eó l clavoó sus ojos en ella. Amanda tragoó ,
luego inclinoó la cabeza ligeramente. Por supuesto, atender los enfermos era un deber cristiano –
las monjas lo hacíóan todo el tiempo. El solo hecho que eó l fuera un hombre, y su cuerpo extranñ o
para ella, no deberíóa afectarla como enfermera. Pero el silencio. . . Ella no podíóa impedir el fuerte
rubor que se propagoó desde su cuello hasta la raíóz del pelo.
Los calzones habíóan sido ya desabotonados, y eó l estaba levantando sus caderas del suelo,
tratando de bajar la prenda con una mano. MIentras Amanda le observada, fascinada, eó l lanzo un
gemido y cayoó hacia atraó s contra la tierra. Sus ojos cerraron para un instante, su dolor era obvio.
Luego se abrieron de nuevo, deó bilmente nublados para encontrase con los de ella.
-Usted deberaó ayudarme masculloó .- Empuje hacia abajo estos malditos pantalones para
poder acceder a la herida. Y no se preocupe – esta lo bastante alta sobre mi cadera para poder
verla sin desmayarse.

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Esto uó ltimo fue dicho con tal inflexioó n sardoó nica que Amanda se mordioó el labio. Pero, ella
pensaba que su confusioó n era muy natural dadas las circunstancias. Ninguna senñ orita
correctamente criada podíóa esperar no sentirse alterada ante la perspectiva de mirar un cuerpo
masculino desnudo. . . EÉ l la miro con ojos relampagueantes. Amanda cerroó sus ojos, envioó una
plegaria a Dios, e hizo como eó l le habíóa ordenado. El tejido de sus calzones era grueso y fríóo y
estaba mojado bajo sus manos; en contraste, la carne estaba muy caliente, cubierta con una piel
tersa y musculosa. EÉ l no llevaba calzoncillos, Amanda lo notoó con verguü enza cuando empujo los
calzones hacia debajo de sus caderas. La vista de un ombligo limpio, redondo rodeado de pelo
negro rizado provocoó un nuevo rubor en sus mejillas. Ella evitoó sus ojos, mirando al cielo, al mar, a
cualquier cosa excepto a eó l. EÉ l gimioó un poco, atrayendo su mirada primero hacia su cara que habíóa
palidecido y luego hacia su liso abdomen. Ella habíóa revelado la herida. Estaba, como eó l habíóa
dicho, por encima de su cadera, como una cuchillada dentada insertada media pulgada en su
costado. Los bordes de la herida no estaban unidos, lo cual era probablemente porqueó la sangre
continuada fluyendo a traveó s de la abertura, la cual teníóa aproximadamente seis pulgadas de largo.
Los restos secos de sangre aquíó y allaó daban testimonio del hecho de que el sangrado se habíóa
detenido varias veces, soó lo para comenzar de nuevo. Para que la carne cicatrizara correctamente,
ella adivinaba, tendríóa que permanecer quieto durante alguó n tiempo.
-¿Queó es lo que esta usted intentando hacer, memorizarla? Se quejoó malhumoradamente.
-Veó ndela y termine con ella.
Amanda se sonrojoó al pensar que eó l pudiera imaginar que ella se habíóa quedado mirando su
cuerpo, y a reganñ adientes empezoó a trabajar. Plegando un trozo de enagua como si fuera una
almohadilla, lo extendioó sobre la herida. Luego ella paso tiras de enagua para sostener la
almohadilla en su lugar.
-Incorpoó rese, por favor dijo deó bilmente, haciendo un intento y fracasando en lograr una
justa imitacioó n de la imperiosa voz de la Hermana Agnes. La Hermana Agnes era una antigua
pescadora que habíóa tomado los votos diez anñ os antes, despueó s de perder a su marido y dos hijos,
pescadores todos, en una tormenta repentina. Sus ojos sabios y su eficiencia eneó rgica, por no decir
nada de su lengua afilada habíóan enfrentado a ayudantes incompetentes, y le habíóan conquistado
el respeto de cada residente del convento y, ciertamente, del pueblo entero. Ella teníóa un talento
natural para curar – Amanda a menudo se preguntaba si no teníóa mucho que ver con el hecho de
que los enfermos temíóan no mejorarse cuando ella los atendíóa – y habíóa adoptado el papel de
doctora para la mitad de poblacioó n del condado. Amanda, con su negativa sin precedentes a
desmayarse o a ponerse enferma en presencia de una lesioó n horripilante se habíóa ganado de
manera concisa la aprobacioó n de la mujer, y a menudo acudíóa a ayudarla. Con mujeres y ninñ as,
por supuesto. La Hermana Agnes atendíóa a las necesidades de los hombres y los ninñ os sola.
-Síó senñ ora Habíóa un rastro de humor en su voz que la hizo alzar la mirada raó pidamente para
escudrinñ arlo. Debíóa estar equivocada, decidioó , encontrando esos ojos vidriosos y viendo el gesto
duro, implacable de su boca, la cuaó l era a duras penas visible a traveó s de la barba que la cubríóa. Su

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mirada retornoó a su trabajo; Con eficiencia envolvioó las tiras de enagua alrededor de eó l, tratando
tocar lo menos que pudiera su piel desnuda. No lo podríóa asegurar pero se dio cuenta de que al
menos la parte maó s baja de su espalda no estaba cubierta de pelo como su barriga y el pecho. La
forma de su pelo en el pecho era muy interesante, ella se dijo casi inconscientemente cuando ella
anudoó las tiras del vendaje directamente sobre la almohadilla. Su camisa estaba levantada
alrededor de sus costillas, dejando desnudo la parte inferior de su pecho y el abdomen donde los
calzones se sujetaban a sus caderas. Su pecho parecíóa poblado de mucho pelo grueso, - al menos,
lo que ella podíóa ver de eó l – que se estrechaba hasta quedar apenas maó s que en una huella sedosa
junto a su ombligo. De allíó la huella comenzaba a ampliarse otra vez hacia abajo desde el centro de
su abdomen hasta que los calzones abruptamente recortaron su vista. Ella se preguntaba cuaó nto
pelo teníóa maó s bajo y estaba horrorizada con el pensamiento. Esta vez su sonrojo fue casi
doloroso. Para disimular su confusioó n, raó pidamente le subioó los calzones por encima el vendaje,
lastimaó ndole por su prisa porque eó l grunñ oó . Pero no dijo nada, y ella se recostoó con un sentimiento
de alivio, dejando que el mismo abrochara los botones, lo cuaó l hizo. Su otra mano no daba senñ ales
de soltar su pelo.
-Buen trabajo dijo aprobadoramenteó mientras abrochaba el uó ltimo de sus botones. ---Ahora
veamos si puede secar mi pelo. Siento que se esta convirtiendo en caraó mbanos de hielo alrededor
de mis orejas.
Le llevoó un instante a Amanda darse cuenta de que eó l queríóa que ella usara el resto de la
enagua para ello. Vacilando soó lo un momento, recogioó la prenda harapienta y, se acercoó a su
cabeza, comenzando cautelosamente a secar su pelo. Las mojadas y heladas hebras de pelo negro y
rizado pronto empaparon el fino lino de su enagua, enfriando sus dedos. EÉ l estaba mojado hasta
los huesos; ella podíóa sentir los muó sculos de su cuello y de sus hombros temblando. Si ella no
hubiera estado tan asustada de que el tuviera la intencioó n de asesinarla en cualquier momento,
casi habríóa sentido laó stima por eó l. Despueó s de todo, ella nunca habíóa podido soportar ver a un
perro loco sin querer aliviar su sufrimiento. Pero por otro lado, un asesino enloquecido, enfermo o
sano, era una cuestioó n diferente a la de un perro loco. . .
Finalmente su pelo estuvo todo lo seco que ella podíóa conseguir, se echoó hacia atraó s sobre
sus talones, miraó ndole, con la enagua sobre su regazo.
-¿Envuelva esta ropa a mi alrededor, tanto como pueda, de acuerdo? EÉ l le pidioó despueó s, y
fue una peticioó n, no una orden, a pesar de la brusquedad de su tono. Amanda hizo como eó l le habíóa
pedido, extendiendo el lino huó medo sobre su pecho y remetieó ndolo alrededor de sus hombros y de
su cuello. Cubrioó quizaó una tercera parte de su cuerpo, dejando sus caderas y sus largas piernas
protegidas del viento soó lo por los calzones harapientos. La enagua no podíóa aportarle demasiada
comodidad, pero eó l se acurrucoó en ella como si fuera la mejor manta de lana.
-¿Cual dijo usted que era su nombre? ¿Amanda? ¿Amanda Rose?

19
Amanda asintioó , apartaó ndose lentamente cuando eó l hizo eso, atisbaó ndole prevenidamente.
¿Ahora que ella se habíóa ocupado de su comodidad en la medida de su capacidad, decidiríóa que su
utilidad habíóa finalizado y lo haríóa apretando esos dedos largos y firmes dedos alrededor de su
cuello?
-¿Queó esta usted haciendo paseando en la oscuridad, Amanda Rose? ¿Salioó
subrepticiamente para encontrarse con a alguien? ¿Un hombre, quizaó ?
-Síó. Su voz habíóa sonado ansiosa, porque eó l la miroó silenciosamente por un instante antes de
lentamente negarlo con la cabeza.
-No mienta, Amanda. Era sorprendente lo formidable eó l podíóa sonar, aun acostado sobre su
espalda con su cuerpo atormentado por pequenñ os temblores y sus hombros acurrucaó ndose en su
enagua rota.
-No lo hago comenzoó , luego lo dejoó . De todas formas, siempre habíóa sido una mentirosa
atroz; no era extranñ o que eó l pudiera darse cuenta de su mentora a traveó s de sus intentos torpes.- A
menudo camino por la playa antes de que el sol salga. Yo. . . Me gusta estar sola.
-¿Asíó es que usted no me estaba buscando?
-No. dijo tan fervientemente, que sus labios se movieron al aparecer una sonrisa
sardoó nica. Amanda clavoó los ojos en la curva de esos labios, pensando que le hacia parecer
repentinamente un poco maó s humano. Tal vez eó l no era completamente malo despueó s de todo,
pensoó . Tal vez, simplemente tal vez, eó l habíóa hecho eso debido a sus convicciones políóticas. Si era
asíó, queríóa decir que era un poco menos probable que el la asesina enseguida. . . Esperaba.
-No, no lo creo.. EÉ l pronuncioó costosamente las palabras a traveó s de sus dientes que
manteníóa apretados con fuerza repentina para detener su temblor. El fantasma de una sonrisa dejoó
de existir tan repentinamente como habíóa llegado, y por un instante eó l cerroó sus ojos. Amanda le
observoó con esperanza. Si teníóa suerte, entonces eó l podríóa desmayarse. . .
-¿Supongo que su familia tiene una casa por alguó n sitio cercano? Sus ojos estaban abiertos
de nuevo, excepto que Amanda pensada que su voz sonaba un poco maó s deó bil.
-No, ninguna contestoó , luego cuando eó l la miro agudamente, se ruborizoó y se puso a la
defensiva. Es la verdad. Vivo en el convento en lo alto del acantilado. Soy una alumna.
-Ya veo. EÉ l guardoó silencio por un momento, aparentemente asimilando la informacioó n.
Cuando eó l habloó de nuevo, ella supo que no habíóa imaginado la debilidad en su voz. ¿Hay alguó n
cobertizo? ¿Un lugar donde pueda protegerme del fríóo y de este viento maldito?
Amanda pensoó raó pidamente. El uó nico edificio anexo que el convento poseíóa era un
cobertizo para herramientas pequenñ o pero en buen estado. Si ella le podríóa llevar hasta allíó,
entonces todo lo que tendríóa que hacer seria gritar y toda la gente del convento – once chicas y
veinte monjas – estaríóa junto a ellos en cuestioó n de segundos. Y eó l posiblemente no podríóa matar a
las treinta mujeres. Ella no creíóa que eó l tuviera un arma.

20
-Síó dijo ella, pero otra vez ella vaciloó durante demasiado tiempo porque eó l la miroó con
sospecha.
-Si usted me miente. . . EÉ l hablaba con voz arrastrada, pero la amenaza era inconfundible.
Amanda tembloó . Al ver que eso le gustaba, ella no tuvo dificultad en creer que eó l era capaz – maó s
que capaz – de un asesinar a sangre fríóa.
-No le estoy mintiendo. Desesperadamente ella tratoó de infundir conviccioó n a su voz. En un
esfuerzo para persuadirle de ello, agregoó ansiosamente, Nuestro jardinero duerme allíó algunas
veces. Hay un catre, con mantas. Y podríóa obtener alguna comida.
EÉ l gimioó , con los ojos cerrados. -No he comido desde hace tres díóas admitioó susurrando.
Luego sus ojos se abrieron de pronto para clavarlos en ella con precaucioó n. -¿Usted sabe que me
colgaran si me atrapan?
Amanda le devolvioó su mirada cautelosamente. Luego ella asintioó .
-Entonces sabe usted que no tengo nada para perder si la mato. Y si usted me traiciona. . . Su
voz se apagoó completamente, pero sus ojos hablaron en su nombre. Amanda tembloó . Si ella le
traicionaba, entonces eó l la mataríóa. ¿Intentaríóa hacerlo a pesar todo? Mirando esos ojos plateados
que brillaban intensa y fríóamente como si taladraran su interior, supo que no teníóa otra alternativa.
Aun si hacia todo lo que eó l le ordenara, la mataríóa igualmente. Ella teníóa que aprovechar a la
primera oportunidad de escapar que se presentara, no importaba el riesgo que corriera.
-¿Me entiende? EÉ l queríóa obtener una respuesta. Amanda le miroó y sacudioó su cabeza. Rezoó
para que no leyera en sus ojos lo que pensaba hacer.
-Le preguntareó de nuevo, y quiero la verdad: -¿Hay alguó n sitio allaó arriba en ese convento de
usted, donde pueda descansar sin ser descubierto?
Amanda vaciloó un instante, pensando en las monjas y las otras chicas – las personas a
quienes ella apreciaba – que estaban durmiendo pacíóficamente en sus camas. ¿Queó seguridad teníóa
de que eó l no matara a cualquiera que fuera a auxiliarla? Despueó s de todo, eó l ya teníóa experiencia
en matar a muchas personas. Despueó s pensoó , en el camino hacia arriba, por los acantilados. Seríóa
casi imposible que pudiera subirlo en su condicioó n actual; seguramente no seríóa demasiado difíócil
escapar de eó l en el ese camino empinado y estrecho. . .
-Síó. Ella se enorgullecioó de síó misma. Esta vez su voz sonaba firme: levaó ntese y confieó en míó.
-Bien, entonces usted puede ayudarme a ponerme en pie. Y recuerde lo que le dije: no tengo
nada que perder. Esto uó ltimo fue expresado con un grunñ ido tan amenazador, que Amanda se
estremecioó .
-Lo recordareó . En realidad no creíóa que alguna vez pudiera pensar en cualquier otra cosa.
Su miedo la hacia temblar casi tanto como lo hacia eó l. ¿Por queó nunca hacia lo que se le ordenaba?
Si hubiese escuchado a las hermanas, entonces estaríóa con toda seguridad durmiendo arropada en
su cama, no atrapada en una pesadilla con un hombre que faó cilmente le podíóa cortar la cabeza.

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-¿Estaó usted dormida? Habíóa una nota de exasperacioó n en su grave voz. Le dije que me
ayudara a levantarme.
Amanda inmediatamente, hizo un intento apresurado, con mal resultado de levantarse,
soó lo para detenerse abruptamente con un quejido, al atravesarle un fuerte dolor en la parte de su
cuero cabelludo por la que estaba sujeto el mechoó n que el sosteníóa enrollado alrededor de su
mano. Maldijo. Se habíóa olvidado por un instante que eó l todavíóa manteníóa su pelo sujeto.
-¿Queó ocurre? EÉ l preguntoó , girando su cabeza para ver como ella se mecíóa hacia atraó s sobre
sus talones. Frotaó ndose con una de sus manos su cuero cabelludo.
Usted me lastimoó . Su tono era resentido. Luego, cuando lo pensoó mejor, continuoó mas
amablemente Si usted quiere que le ayude, entonces tendraó que soltar mi pelo. Puede ver que no
puedo hacer nada mientras usted me sujeta.
EÉ l la miroó pensativamente. Amanda le devolvioó su mirada con expresioó n tan inocente como
pudo.
-Tan pronto como le suelte el pelo, usted se escaparaó raó pido como un gamo dijo, burlaó ndose.
Se lo dije antes, no soy estuó pido. Tendraó que lograr levantarse y levantarme a míó de la mejor
manera que pueda. Y considerando las circunstancias si no lo hace, creereó que esta tramando algo.
Amanda tragoó con fuerza. EÉ l teníóa razoó n; considerando las circunstancias, ella tramaba algo.
Colocoó sus pies bajo ella y luego enderezoó sus rodillas a fin de quedar levantada hasta su cintura,
pero inclinada sobre eó l, sujeta por su pelo.
-Muy bien aproboó eó l, y de nuevo le parecioó detectar un tono de humor en su voz.
Malhumoradamente deseoó que le subiera la fiebre y lo dejara indefenso. ¿Por queó nada ocurríóa en
la vida como deberíóa?
Despueó s de pensar durante un momento, se agachoó para asirlo por debajo de sus axilas,
utilizando toda la fuerza que teníóa. EÉ l apenas se movioó , y ella enseguida empezoó a jadear como si
hubiera recorrido kiloó metros de distancia.
-¿No es muy fuerte usted, verdad? dijo criticaó ndola, sus ojos recorriendo burlonamente su
cuerpo delgado. Amanda iba a incorporarse indignada, cuando justo a tiempo se acordoó de su pelo
y le miroó con ojos relampagueantes.
-Usted tendraó que ayudarme contestoó fríóamente, o tan fríóamente como ella podíóa con su
frente perlada de sudor y su respiracioó n jadeante. Usted es muy pesado.
-Agarre mi mano y tire eó l le ordenoó , y cuando ella cogioó su mano, eó l soltoó el peloó de su otra
mano. Amanda sintioó sorpresa y alivio mezclado, e inmediatamente tiro con fuerza de su mano,
esperando poder liberarse. Pero soó lo pudo dejarlo sentado. Su mano amarraó ndola fuertemente.
-Sabíóa que usted lo intentaríóa hacer. Su voz era deó bil pero su tono sarcaó stico. EÉ l ahora se
apoyaba contra la roca que le habíóa abrigado, y sus ojos estaban cerrados. Su enagua habíóa caíódo

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de sus hombros y parecíóa una bandera de blanca de rendicioó n contra la dura roca. Amanda esperoó
por un segundo, observaó ndole, luego dio otro tiroó n subrepticio a su mano. Nada ocurrioó , excepto
que el abrioó sus ojos.
-No trate de escaparse, Amanda eó l le advirtioó suavemente, su fríóa voz dejaó ndola helada. No
podraó , y solo conseguiraó hacerme enfadar.
Ella dejoó de tirar. EÉ l se apoyoó contra la roca otra vez, con sus ojos cerrados y su respiracioó n
jadeante. Cogida fuertemente de la mano como ella estaba, Amanda no podíóa ayudarle pero podíóa
darse cuenta del calor de su carne y de los pequenñ os temblores que le sacudíóan. A pesar de su
miedo, ella sintioó una punzada de piedad por eó l. Estaba muy enfermo. . . Pero no habíóa nada que
pudiera hacer por eó l, nada que hubiese querido hacer si hubiera podido. No era tan estuó pida como
para auxiliar, por maó s que pudiera, a un hombre que en cualquier momento le mostraba su
intencioó n de matarla.
Sus ojos se abrieron de nuevo, con un destello plateado de fuego antes de quedar fijos,
concentrados en sus destrozados zapatos. Arrastraó ndolos lentamente, como si le requiriera un
tremendo esfuerzo hacer eso, eó l flexiono sus rodillas a fin de que sus pies quedasen tan cerca de su
cuerpo le fuera posible. Vigilando, Amanda vio como sus muó sculos se tensaban al apoyar su
espalda contra la roca.
-Bien. Ahora vea si usted me puede ayudar a ponerme de pie le pidioó . Amanda le miroó
brevemente, luego hizo lo que el le habíóa ordenado, empujando con la mano que el teníóa
fuertemente atrapaba. Para su alivio mezclado con una suó bita desilusioó n, eó l se alzoó lentamente en
posicioó n vertical hasta que al fin estuvo de pie, apoyaó ndose contra la roca, su cara paó lida como un
cadaó ver y su aliento jadeante en su garganta. Amanda se sobresalto al oíórlo. En ninguó n momento
el la habíóa soltado.
EÉ l se quedoó quieto durante unos minutos, reteniendo el aliento, y luego miroó a Amanda otra
vez.
-Aceó rquese maó s dijo, tirando de su mano para reforzar sus palabras. Amanda se resistioó , no
le gustaba estar demasiado cerca eó l ahora que estaba de pie. Su gran tamanñ o la asustaba. EÉ l era
enorme, alto y ancho de hombros, la hacia parecer bajita a su lado hasta a tal punto que se sentíóa
como una ninñ a. A pesar de su delgadez, los muó sculos claramente visibles debajo de sus
harapientas ropas eran fuertes y duros. No teníóa ninguna duda acerca de quien seria el vencedor
en cualquier tipo de lucha entre ellos.
-Amanda. Su voz era un aviso escalofriante. No sabiendo queó hacer, Amanda a
reganñ adientes se acercoó , sobresaltaó ndose cuando eó l la atrajo a su lado. La situoó bajo su axila
izquierda y asíó eó l podríóa apoyarse en ella. Cuando pasoó su brazo alrededor de sus hombros – sus
dedos sujetando una hebra de su pelo de nuevo como seguro adicional –le soltoó su mano. Amanda
pudo haber llorado de frustracioó n. EÉ l no corríóa el riesgo de soltarla.

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Cuando al final la tuvo situada a su gusto, eó l dio un paso tentativo alejaó ndose de la roca,
apoyaó ndose con exceso en Amanda, quien se movioó . EÉ l se tambaleoó con ella, y por un momento ella
creyoó que caeríóan sobre la playa llena de rocas. Pero milagrosamente lograron permanecer en
posicioó n vertical, aunque eó l vacilaba sobre sus pies. Adelantaron primero un paso, y luego otro, y
entonces eó l tropezoó con algo, quizaó una roca prominente o sus pies. Cualquiera que fuera la causa,
eó l cayoó abruptamente, su brazo escapaó ndose del hombro de Amanda y su mano retorciendo el
mechoó n de pelo que con que la sujetaba. El dolor provoco laó grimas en los ojos de Amanda. Se llevo
su mano instintivamente hacia su cabeza, apretando fuertemente su cuero cabelludo en un
esfuerzo por aliviar el dolor al caer eó l contra las rocas. Sus maldiciones azotaron el aire y habríóan
hecho sonrojar a Amanda, si ella hubiera estado lo suficientemente cerca para oíórlos.
Pero no lo estaba. Tan pronto como ella se dio cuenta de que estaba libre, sus pies cobraron
alas y salioó disparada, corriendo por la playa. Ella no habíóa corrido maó s que unos metros cuando
oyoó un grunñ ido asesino detraó s de ella. Mirando horrorizada por encima de su hombro, vio que eó l
habíóa logrado incorporarse y corríóa detraó s de ella. Al mismo tiempo en que ella intento
freneó ticamente apresurar la marcha de su carrera, eó l se lanzo volando hacia ella. Gritoó cuando
sintioó que su brazo se cerraba sobre su cintura y con el peso de su cuerpo la arrojaba al suelo. El
sonido fue seco cuando la caíóda repentina la dejo sin aliento. Cuando recobroó el aliento lo
suficiente como para darse cuenta de lo que ocurríóa, eó l la habíóa girado sobre su espalda y se habíóa
situado sobre ella, sus ojos brillando con una luz malvada. La parte inferior de su cuerpo la
aplastaba contra los guijarros.
-Maldita sea, eres una pequenñ a bruja, deberíóa. . . Lo que eó l queríóa hacer con ella nunca lo
supo, porque sus palabras se desvanecieron en un gemido. Tirarse encima de ella como lo habíóa
hecho le debioó lastimar mucho. Atrapada bajo eó l, sus pechos levantaó ndose agitadamente y sus
muslos aplastados por los mas grandes de eó l, Amanda se quedoó miraó ndolo fijamente con los ojos
muy abiertos. EÉ l estaba tan blanco como la muerte, y su boca expresaba una mueca de disgusto
furiosa que la asustaba profundamente. EÉ l la mataríóa ahora, no tenia ninguna duda, y el terror la
hizo patear y golpearlo descuidadamente. EÉ l maldijo y tratoó de capturar sus manos para evitar los
golpes. Pero eó stas instintivamente se curvaron en garras, con las que aranñ oó sus mejillas, sintiendo
una satisfaccioó n salvaje al ver los surcos ensangrentados en su cara. EÉ l maldijo otra vez,
cruelmente, y atrapoó sus munñ ecas tan fuertemente que ella creyoó que teníóa la intencioó n de romper
sus fraó giles huesos. Ella se retorcioó y pateoó freneó ticamente cuando el cogioó sus dos manñ os para
atraparlas en una de las suyas; luego sus ojos se ampliaron horror cuando el levanto su mano libre
con el punñ o cerrado para golpearla. Sus ojos brillaban freneó ticos cuando los clavoó en ese punñ o,
que pendíóa sobre su cara dispuesto a romper sus delicados huesos. EÉ l podríóa, e indudablemente la
haríóa, la haríóa papilla antes de matarla. Ella gritoó con terror animal, sus ojos fijos en los de eó l en
todo momento. Para su sorpresa y confusioó n, vio una emocioó n aparecer en ellos, que en cualquier
otro hombre, habríóa descrito como repugnancia hacia síó mismo. Luego su punñ o cayoó ; ella sintioó su
mano tapando su boca, reprimiendo cualquier protesta.

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-Estaó bien. No voy a lastimarla dijo, reprimiendo sus forcejeos con su cuerpo mientras su
mano continuaba ejerciendo esa presioó n extranñ amente corteó s en su boca. Queó dese quieta, y la
soltareó . No grite. Amanda. ¿Amanda, me oye usted?
Ella le escucho y poco a poco su terror disminuyo, junto con su lucha, cuando la nota
tranquilizadora en su voz tuvo efecto. Quizaó eó l no iba a matarla. Quizaó solo queríóa decirle las
palabras que le estaba susurrando. Sus ojos eran todavíóa enormes y su respiracioó n raó pida, pero
lentamente destenso sus muó sculos para relajarse hasta que ya no se debatioó maó s.
-Asíó me gusta, Amanda le dijo apaciguadoramente. Simplemente esteó se quieta, y todo
estaraó bien. Voy a quitar mi mano de su boca ahora – soó lo no grite otra vez. ¿Promete no gritar,
Amanda?
Ella se quedoó miraó ndolo fijamente por un momento. Su cara estaba muy cerca de la de ella,
su barba raspaba su mejilla mientras eó l susurraba en su oreja. Levantoó su cabeza para mirarla,
esperando su respuesta, y ella vio que sus ojos habíóan perdido su brillo asesino y que solo se veíóan
cansados.
-¿Promete no gritar, Amanda? repitioó , y esta vez ella asintioó . Tal como eó l se lo habíóa
prometido, le quitoó la mano. Instintivamente ella humedecioó sus labios secos con su lengua. EÉ l se
quedo mirando fijamente ese pequenñ o movimiento. Luego abrioó su boca para hablar.
Lo que fuere que iba a decir se perdioó para siempre cuando ambos oyeron un ruido de
pasos hacia ellos crujiendo a traveó s los guijarros. Amanda sintioó que se tensaban sus muó sculos
contra ella; cuando giroó su cabeza para mirar en direccioó n al sonido la expresioó n en la cara de el, le
recordoó al miedo que azota el corazoó n de un animal atrapado antes de que se le acerquen sus
cazadores.

Capíótulo cuatro

El ruido de pasos fue cesando, para acabar detenieó ndose suó bitamente.
-Quienquiera que sea, salga afuera ordeno una voz severa. Amanda sintioó crecer su alivio al
darse cuenta de que estaba a punto de ser rescatada. Todo lo que teníóa que hacer era gritar. . . Miroó
raó pidamente hacia arriba a la cara del hombre en apuros que estaba junto a la suya. EÉ l no la estaba
mirando; cada onza de su atencioó n estaba concentrada en la persona que estaba en el otro lado de
la roca, como si al clavar los ojos en la roca lo suficientemente, pudiera ver a traveó s de ella, para
ver quien era el que lo apresaríóa del vuelta al juez. EÉ l no hacíóa ninguó n esfuerzo por hacerla callar o
por tapar su boca. Ella se preguntaba si eó l se habríóa olvidado su existencia. Los muó sculos de sus
brazos, piernas y el pecho estaban ríógidos contra de ella cuando eó l se preparoó para lo inevitable.
Debíóa saber que no tenia ninguna oportunidad de escaparse, ni de pelear por su fuga. EÉ l estaba
demasiado deó bil. . . Ella empujoó sus hombros raó pidamente, tratando de liberarse. Soó lo como uó ltimo

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recurso ella gritaríóa otra vez. . . Esos ojos plateados eran tan duros como aó gatas cuando bajaron
para mirarla, pero durante un desprevenido momento Amanda vio en sus profundidades un
parpadeo de algo que podríóa haber sido desesperacioó n. Otra vez le recordada a un animal
acorralado. . .
-Oh, por el amor de Dios, deó jeme salir ella rechinoó los dientes, la molestia y la revulsioó n se
combinaban con igual fuerza en su voz. Si no me suelta, el vendraó hasta aquíó de un momento a
otro.
Sus ojos brillaron otra vez con esa misma expresioó n extranñ a. Su boca en una líónea apretada,
controlada. Para su alivio eó l se apartoó hacia un lado sin decir nada, liberaó ndola. Amanda se levantoó
raó pidamente, sin hacer ninguó n esfuerzo por ocultar la mitad superior de su cuerpo dejaó ndolo
visible por encima de la bajas rocas.
-Estoy tan contenta de que usted haya llegado dijo con voz treó mula al hombre que estaba
unas tres yardas lejos de ella. Estaba lo suficientemente oscuro como para poder reconocerlo a esa
distancia, pero si pudo ver el rifle descansando sobre su hombro. Cuando ella salioó de detraó s de la
roca, bajo el arma lentamente. Aparentemente su sexo redujo sus sospechas. . .
Matthew Grayson permanecíóa quieto miraó ndola silenciosamente mientras ella pasaba
alrededor de la roca. Su rostro fue inexpresivo cuando ella le lanzo una ultima y raó pida mirada.- No
haga ninguó n ruido, y queó dese donde esta hasta que yo regrese le murmuroó ferozmente. Luego ella
fue cojeando hacia el hombre con el rifle, diciendo, --temo que he tenido un leve accidente.
La luz del amanecer que iba apareciendo, iluminaba deó bilmente la figura regordeta y de
cara cuadrada y colorada bajo la gorra, y le permitioó reconocerlo como a uno de los criadores
locales de ovejas cuando se acerco maó s.
-Oh, Mr. Llewellyn, agradezco a Dios que sea usted. No habíóa ninguó n asomo de mentira en la
sinceridad de su voz. Habíóa ayudado a la hermana Agnes a atender a la hija menor del hombre
hasta el final una pleuritis el anñ o anterior, y habíóa llegado a conocerlo bastante. Yves Llewellyn
teníóa tan buen humor como tranquilo era, y si eó l teníóa alguó n otro pensamiento en su cabeza
diferente a estar preocupado por sus ovejas o criarlas, no teníóa ninguna noticia de ello. Su esposa y
sus cuatro robustas hijas le teníóan comiendo en la palma de su mano. Estaba maó s que
acostumbrado a las rarezas femeninas, y Amanda dudaba que se molestara en preguntarle queó era
lo que estaba haciendo en la playa sola a esa hora de la manñ ana. Al menos, esperaba que no lo
hiciera. ¿Queó le habríóa podido decir?
-¿Sois vos, Lady Amanda? EÉ l la miraba fijamente con dudas. Amanda no le culpaba. Con su
pelo despeinado sobre su espalda, sus manos y su vestido llenos de barro, suciedad y roto por los
guijarros, no parecíóa ella.
-Síó, Mr. Llewellyn, soy yo. Ella hizo una mueca exagerada cuando se acercoó a eó l, esperando
que fuese tomada por una expresioó n de dolor. No necesita preocuparse. El Sr. Llewellyn fruncioó el
cenñ o y la sujeto con su callosa mano cuando se aproximoó cojeando. Amanda reprimioó que una

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sonrisa satisfecha y uso esa mano que la ayudaba para conducirlo discretamente, hacia doó nde
habíóa venido.
-¿Os habeó is lastimado? Le preguntoó caminando con una lentitud enloquecedora por la
playa. Su rifle apresado negligentemente bajo el brazo apartado de ella, advirtioó Amanda con alivio
cuando se apoyoó excesivamente contra eó l y cojeoó todo lo que pudo. Habíóa logrado apaciguar sus
sospechas a propoó sito ya que el no creyoó que hubiera acechaó ndole un peligro en las sombras. Os
he oíódo que gritabais '. Creíó por un instante que era una de mis ovejas, los perros la estaó n
buscando.
Amanda detuvo con dificultad una risa nerviosa. Por supuesto era por eso, que el Sr.
Llewellyn habíóa venido corriendo a la playa, con el rifle listo para disparar: el habíóa creíódo que una
de sus preciosas ovejas estaba siendo amenazada. Aunque sin duda tenia noticias sobre la
buó squeda de un hombre –estaríóa sorprendida de que hubiera alguien en toda Inglaterra que no lo
supiera – el creer que lo podíóa encontrar aquíó en su tierra nunca paso por su cabeza. Tal como
nunca hubiera pasado por la suya, hasta hacia poco mas de una hora.
-Bajeó para ver la salida del sol – la Hermana Mary Joseph siempre nos dice que no hay nada
tan divino como una salida del sol – y me quede tan ensimismada observaó ndola que me olvideó de
mirar en donde poníóa los pies.¿Estaba ella exagerando demasiado? Amanda se preguntoó mirando
de reojo a Mr. Llewellyn. Pero no podíóa detectar ninguó n indicio de escepticismo en su expresioó n.
Me tropeceó con una roca, me he debido torcer el tobillo.
-Ya veo fue todo lo que dijo. A Amanda le dio miedo arriesgarse a mirarlo de nuevo,
temiendo que su culpabilidad se notara en sus ojos. Le repugnaba mentir. Ella nunca habíóa sido
buena en eso; las pocas veces que lo habíóa intentado durante su ninñ ez invariablemente habíóa sido
atrapada y se habíóa sentido avergonzada desde la cabeza hasta los pies. No es que hubiera sido
castigada por ello. Su madre solíóa decir que la propia conciencia culpable de Amanda era
suficiente castigo, y estaba en lo correcto.
-¿Cree que puede llegar sola, senñ orita? Habíóan llegado a la base del acantilado por donde
ascendíóa el camino hacia el convento. Era poco maó s que un sendero de ovejas, empinado y traidor
con un abismo a un lado, que terminaba en una playa llena de rocas y la piedra gris
inquebrantable del acantilado por el otro. Incluso la vegetacioó n era escasa: soó lo habíóa unos pocos
arbustos pequenñ os que con un desafiante intento se pegaban a la roca.
-Puedo llevarla subida a mi espalda.
-Oh, no, gracias. Lo puedo hacer yo sola. Amanda se apresuroó responder. No podíóa permitir
que la cargara en su espalda, durante esa ardua subida cuando ella estaba perfectamente bien.
Caminaba torpemente, era difíócil subir la cuesta y cojear al mismo tiempo, pero Amanda lo
hizo lo mejor pudo. El Sr. Llewellyn la sosteníóa por la espalda para poder sujetarla si ella se
resbalaba, lo cual alivio sus esfuerzos considerablemente. Para no ofender su pudor, fijo los ojos en
el camino. No habíóa forma de trepar hacia arriba sin revelar mas parte de sus piernas de lo que era

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correcto. A pesar de su ruda apariencia, Mr. Llewellyn teníóa el alma de un caballero. Amanda
estaba agradecida a eso, por dos cosas: primero porque le permitíóa concentrarse mejor en trepar y
menos en cojear, y porque manteníóa al Sr. Llewellyn con la vista apartada de la playa. Amanda no
teníóa tales restricciones, y habíóa descubierto para su horror que su posicioó n elevada ofrecíóa una
vista excelente de cada grieta y rincoó n de la costa. Era posible distinguir el largo cuerpo de
Matthew Grayson contra las rocas, donde ella lo habíóa dejado. Aunque, desde esta altura no creíóa
que cualquiera que no supiera que eó l estaba allíó podríóa percibir que la forma oscura en contra del
esquisto gris era un hombre; maó s bien parecíóa un gran trozo de madera. Pero si al Sr. Llewellyn se
le ocurríóa mirar hacia allíó, podríóa estar tentado a investigar que es lo que espera.
Cuando alcanzaron el la cima del acantilado el corazoó n de Amanda golpeaba furiosamente
en su pecho, y no por el excesivo esfuerzo. Ayudar a un infractor de la ley buscado a evitarla iba a
ser un asunto horripilante, se estaba dando cuenta de ello. Pero ahora en este momento teníóa que
dejar de pensar en ello y concentrarse en librarse de su salvador. Y luego ella todavíóa teníóa que
regresar a la playa. . .
-Muchas gracias, Mr. Llewellyn. Amanda miro al hombre y le sonrioó con gratitud no solo por
haberla ayudado, sino por haber descubierto que un saliente en el acantilado ahora escondíóa a
Matthew Grayson de su vista. -No seó lo que habríóa hecho si usted no hubiese venido.
Probablemente habríóa estado abajo allíó en la playa todo el díóa.
-Las hermanas tarde o temprano hubieran enviado un grupo de rescate.
Amanda pretendíóa que sus palabras sonaran a despido, pero Mr. Llewellyn rehusoó a dejarla
ir, hasta no verla entrar segura de regreso al convento. No pensaba hacerlo, pero le dejo que la
escoltara hacia los muros – hechos de piedras sacadas de los acantilados hacia cientos de anñ os –
que emergíóan de la hierba pardusca como silenciosos centinelas. De camino, se le ocurrioó a
Amanda que tenñ íóa otro problema: y si el Sr. Llewellyn mencionaba a las monjas el encuentro de
esta manñ ana, como seguramente lo haríóa, aunque solo fuera para interesarse en el progreso de
curacioó n de su inexistente lesioó n, entonces ella estaríóa atrapada en la mentira. Y las hermanas eran
mucho maó s desconfiadas que el Sr. Llewellyn y estaban mucho mas familiarizadas con las
travesuras de Amanda.
-Mr. Llewellyn le dijo inquieta cuando pararon delante de la pequenñ a puerta de roble que
desembocaba en el huerto del convento y a traveó s de cuaó l Amanda habíóa salido. EÉ l se giro hacia ella
con una mirada escudrinñ adora. Me pregunto si usted podríóa. . . Esto es, lo apreciaríóa muchíósimo si
usted no dijera. . . Su voz se desvanecioó , y el rubor cubrioó sus mejillas.
-Esperaó is que mantenga la boca cerrada, acerca de este suceso eó l le dijo, miraó ndola con un
movimiento raó pido. No en vano tengo cuatro hijas. Muchas veces las he ayudado a enganñ ar a su
madre. No se preocupe. Esta vez, no direó nada a las hermanas Pero debeó is prometerme que
permanecereó is dentro del convento de ahora en adelante, al menos hasta que el sol este bien alto.
Esto uó ltimo lo dijo con severidad, suavizada por el brillo de sus ojos.

28
-Lo prometo Amanda dijo fervientemente. Gracias, Sr. Llewellyn.
Ella le sonrioó y permanecioó de pie esperando a que eó l se fuera. Pero eó l no se movioó ,
firmemente asentado en el suelo soó lidamente como un roble de cien anñ os de edad. Amanda se
percatoó que eó l estaba esperando a que ella entrara en las seguras paredes del convento. Inhalando
profundamente y rezando para que la puerta estuviera abierta, levantoó el picaporte. Para su alivio
eó ste cedioó , y ella se escabulloó por la puerta. Sonrioó al Sr. Llewellyn espero a que el se marchara
hacia su granja. Cuando estuvo segura de que eó l ya no la veíóa, volvioó tras sus pasos justamente
cuando el sol comenzaba a salir por el horizonte. Debíóa apresurarse porque teníóa que estar pronto
de regreso a su habitacioó n antes de que las monjas se dieran cuenta de su ausencia.
Cuaó ndo volvioó a la playa, le costo un minuto llegar hasta donde habíóa dejado a Matthew
Grayson no estaba allíó. Ella clavoó inexpresivamente los ojos en el lugar donde habíóa estado, luego
medio andando, medio corriendo a lo largo de la playa, lo busco cerca de los acantilados, porque
creíóa que eó l trataríóa de permanecer a cubierto lo maó s posible. Finalmente le vio y lanzoó un
pequenñ o suspiro de alivio. Habíóa temido que alguien maó s hubiera llegado y le hubiera descubierto
en su ausencia.
Estaba apoyado contra la pared del acantilado, sus piernas largas extendidas
desgarbadamente hacia fuera, sus ojos cerrados. Se veíóa muy agotado. Amanda se acercoó
lentamente, sintieó ndose de pronto atemorizada, y quedaó ndose a algunos metros de distancia.
Despueó s de todo, no tenia ninguna seguridad de que el no intentara atraparla de nuevo.
Lo miroó críóticamente, preguntaó ndose por primera vez si estaba loca, haciendo lo que hacíóa.
Una sospecha horrible, furtiva surgioó en su mente: la podíóan arrestar por ayudarle, si eó l no la
mataba antes. Lo cual podíóa hacer muy faó cilmente: era un asesino condenado. . .
Debioó efectuar alguó n pequenñ o movimiento delator porque eó l por fin abrioó los ojos. A traveó s
los pocos metros de playa que los separaban, sus ojos la taladraron. Durante un largo momento
ambos se miraron fijamente. EÉ l rompioó primero el silencio.
-¿Por queó hizo usted eso? Su voz sonaba genuinamente curiosa.
Amanda le lanzoó una mirada fulminante. Yo a veces tambieó n me meto en problemas le
respondioó vagamente. EÉ l sonrioó , pareciendo relajar una esquina de su boca. Luego hizo una mueca,
apretando su mano contra su cadera. Amanda vio que sus pantalones estaban manchados de
sangre.
-Le estoy agradecido masculloó .
-Deberíóa estarlo. La respuesta de Amanda fue aó cida.- Debo estar tan loca como usted. Ella
no habíóa tenido la intencioó n de decirlo en voz alta. Mirando hacia su cadera herida.
-Síó. No parecíóa particularmente ofendido. De hecho, sonreíóa deó bilmente cuando sus ojos
plateados encontraron los de ella.- No la lastimareó , usted ya lo sabe. Estaó perfectamente a salvo
conmigo, le doy mi palabra.

29
Para lo que eso puede valer, Amanda no pudo dejar de pensarlo, pero eso era mejor que
nada.- ¿Me lo promete? Preguntoó , de repente insegura. Una pequenñ a parte de su mente todavíóa se
estaba preguntando si no deberíóa salir corriendo a gritos y pedir auxilio.
-Se lo prometo contestoó gravemente.
Al ver los profundos surcos que sus unñ as habíóan dejado en sus mejillas, sintioó un ridíóculo
remordimiento en su conciencia. Ahora ya estaba implicada, para bien o para mal. Era demasiado
tarde para preocuparse por la posibilidad de que enroscara los dedos alrededor de su cuello y
terminara con su vida. ¿Para empezar, coó mo podíóa explicase por queó no lo habíóa denunciado de
inmediato? Amanda estaba deó bilmente mareada; con su usual falta de sensatez – otro defecto que
las monjas siempre habíóan deplorado – habíóa incurrido en otro error. Y eó ste no era un pecado
pequenñ o. Era un gran desastre.
-Vamos a tener que sacarlo de la playa antes de que salga el sol. Amanda pensoó
raó pidamente. Lo que ya estaba hecho no tenia solucioó n, como solíóa decir la hermana Mary Joseph.
Si iba a ayudar a Matthew Grayson – y asíó parecíóa –deberíóa hacerlo bien. Podríóa preocuparse por
los aspectos morales de la situacioó n maó s tarde. -Hay una cueva cerca de aquíó, detraó s de esa gran
roca. Senñ aloó ; Sus ojos siguieron la direccioó n de su mano.- Allíó deberíóa estar lo suficientemente
seguro hasta que pueda pensar en algo mejor.
-¿Y que hay acerca del cobertizo ese de jardinero del que usted me habloó ? Su voz sonaba
ligeramente curiosa, pero sus ojos eran repentinamente afilados cuando escrutaron su rostro. A
pesar suyo, a Amanda no podíóa dejar de remorderle la conciencia, por el poco miramiento que
habíóa tenido –.
-No creo que ahora esa sea una buena idea masculloó .
-Ya veo. Ella dedujo por el tono de su voz que el ya no lo creeríóa mas. Amanda le miroó
prevenidamente. ¿Se pondríóa furioso ahora que eó l habíóa adivinado lo que ella en un principio tenia
planeado para el? Para su alivio, eó l permanecioó tranquilo. Entonces recupero su aó nimo, pero sus
siguientes palabras todavíóa sonaron vacilantes.
-Seraó mejor que usted me deje ver su herida otra vez antes de que se mueva. Esta
sangrando mucho.
EÉ l negoó con la cabeza. Estaó bien, haga de nuevo una almohadilla con lo que sobroó de su
enagua y veó ndela de nuevo. Creo que es maó s urgente que me aleje de la playa antes de que venga
alguien maó s a dar su paseo matinal.
-Síó Amanda estuvo de acuerdo. Lo que eó l dijo teníóa sentido, por lo menos asíó lo creíóa. -¿Cree
que puede levantarse?
El la miro con una disculpa.- Lo siento, pero me siento tan deó bil como un recieó n nacido.
Suponíóa que usted podríóa. . .

30
-Por supuesto. Amanda reprimioó un suspiro interior. Pues bien, ella ya sabíóa que tendríóa
que acercaó rsele de nuevo. No le podríóa ayudar desde una distancia segura, por el amor de Dios.
Sino. . .
-Le aseguro que no le hareó ninguó n danñ o dijo, con voz raramente tierna. Sus ojos entendíóan
todas las emociones que su rostro delataba.
-¿Desde un punto de vista estrictamente praó ctico, no seríóa un estuó pido si lo hiciera? Sin
usted, estaríóa anclado a esta maldita playa hasta que su amigo, u otras gentes me encontraran, y
tambieó n cuento con usted para conseguir comida y atender otras necesidades. Danñ arla seríóa lo
uó ltimo que sonñ aríóa con hacer.
Amanda pensoó en eso durante un momento. Teníóa sentido, se percatoó con un temblor de
alivio. Sintieó ndose un poco mejor, se acerco y asioó su mano. La percepcioó n de esos dedos firmes
cerraó ndose alrededor de su mano la asustoó un poco. Ella apartoó fuertemente su mano, queriendo
liberarse instintivamente. EÉ l la soltoó de inmediato.
-¿Ve? Dijo suavemente, miraó ndola fijamente a los ojos. Amanda le devolvioó su mirada
durante un instante y luego asintioó . Y extendioó su mano de nuevo.
Ayudaó ndolo a levantarse, notando el calor, la fuerza y la vida de su cuerpo cuando eó l se
apoyoó excesivamente contra ella, empezoó a sentirse un poco mejor acerca de lo que estaba
haciendo. Quizaó eó l merecíóa ser capturado, merecíóa perder el derecho a su vida para lo que habíóa
hecho – y ella sabia que la mayoríóa de la gente, las monjas incluidas, diríóan que no habíóa duda de
ello – pero no veíóa coó mo su muerte podíóa beneficiar a nadie. La gente que eó l habíóa matado –
cuando pensoó en ellos se sobresaltoó – estaba muerta; nada les podríóa devolver la vida. Matthew
Grayson estaba vivo. Y lo que fuera que eó l hubiera hecho, eó l era de carne y hueso necesitaba su
ayuda. Ella no le podíóa abandonar a su destino o, peor aun, no podíóa eó ste pesar sobre su
conciencia. Eso no estaba en su naturaleza, y ella lo sabíóa.
Tardaron un poco y les costoó bastante esfuerzo, pero lograron recorrer la octava milla de
playa que los separaba de la cueva escondida en la roca. La abertura misma era una fisura estrecha
que atravesaba lateralmente la dura piedra del acantilado, apenas lo suficiente ancha para que un
hombre crecido pudiera deslizarse de lado hacia su interior. Era imposible que pudiera verse
desde la playa a menos que uno supiera que estaba allíó. En otros tiempos – y todavíóa en algunas
ocasiones, Amanda sabíóa con certeza – era usada por contrabandistas; hasta donde ella conocíóa los
contrabandistas eran los uó nicos que sabíóan de su existencia. Y con las patrullas nocturnas
vigilando la playa, dudaba que los contrabandistas la hubieran utilizado recientemente.
Sonrieó ndose a si misma, pensoó en como debíóan maldecir los contrabandistas a Matthew Grayson.
Indudablemente habíóa puesto una severa traba a sus operaciones usuales, no solamente en este
lugar, sino en toda la costa inglesa.

31
-¿Algo divertido? Preguntoó deó bilmente mirando hacia atraó s, Amanda no le culpoó . Con el
sudor rodando por su rostro, se veíóa paó lido y obviamente sufriendo mientras ella estaba sonriendo
abiertamente. El pensarlo la hizo reíór aun mas y el la miro agriamente.
-¿Quiere compartir el chiste? Y nos reiremos los dos.
Y asíó lo hizo Amanda. EÉ l no parecioó encontrarlo divertido, pero le ayudo a alejar el dolor de
su mente cuando paso a traveó s de la estrecha entrada. Una vez dentro, estaba todo tan oscuro que
Amanda no podíóa ver su cara ni aun estando a su lado. Si no hubiera sido por el peso que se
apoyaba en ella, el peso del duro brazo sobre sus hombros, podíóa haber creíódo que estaba
imaginaó ndoselo todo.
La cueva estaba fresca, huó meda y oscura como una tumba. Antes de que pudieran
adentrarse en ella, debíóan obtener una luz. La vela que Amanda siempre dejaba dentro estaba a la
izquierda de la entrada, pero antes de poder ir a cogerla, tenia que quitarse de encima su peso
aplastante.
Alargoó su mano para tocar la pared de piedra detraó s de ellos. Estaba fríóa y huó meda al tacto.
-¿Puede apoyarse en la pared durante un momento? Preguntoó , su voz sonando
extranñ amente alta en la quietud de la cueva. Tengo que encender una vela.
-¿Una vela? EÉ l parecíóa asombrado, pero obedecioó apoyaó ndose contra la pared Cuando eó l
estuvo razonablemente seguro, se soltoó de sus hombros.- Usted estaó llena de sorpresas, Amanda
Rose. Siempre lleva encima velas en sus bolsillos, o¿ha pensado que pudiera necesitar una esta
manñ ana?
Ella detecto un deje de humor en su voz. Cuando encendioó un foó sforo de la caja que
siempre dejada al lado de la vela y lo prendioó en le mecha estuvo segura de ello. En la luz oscilante
el se veíóa paó lido, desdibujado y enorme; su sombra se movíóa en la cueva como su fuera la de un
oscuro gigante, pero una sonrisa abierta torcíóa su boca y sus ojos brillaban caprichosamente.
-¿Es usted una bruja, Amanda? ¿O mi aó ngel de la guarda bajado para salvarme la vida?
Aunque debo admitir nunca habríóa sospechado que los aó ngeles tuvieran el pelo de un color rojo
tan demoníóaco. ¿O quizaó s es usted una alucinacioó n? Es demasiado buena para ser real.
Amanda se enderezoó , con un movimiento lento y cuidadoso se le quedo mirando. Teníóa la
seguridad de que el no estaba en sus cabales cuando lo encontroó y la confundioó con un aó ngel. ¿Iba
eó l a desvariar otra vez? El pensamiento la alarmoó . Un asesino racional ya era lo suficientemente
malo. Uno fuera de sus cabales. . . Ella debíóa de parecerle tan nerviosa como se sentíóa, porque su
sonrisa abierta se amplio y hubiera jurado que en sus ojos brillaban con burla.
-Vamos, entre dijo, esperando que el frioó tono practico en su voz le devolviese sus sentidos
errantes. Con la vela en su mano, se acerco a eó l aprensiva de dejarle que la tocara si es que estaba
delirando de nuevo. Quizaó mataba soó lo durante los ataques de locura. . . Pero era muy tarde para

32
preocuparse ahora, se dijo a síó misma, y con fatalidad tomo de nuevo su brazo y lo coloco sobre su
hombro. No estamos muy lejos, y luego usted puede descansar.
-Quizaó s usted es uno de los aó ngeles del diablo eó l continuoó con sus pensamientos
contemplativos mientras ella le empujaba hacia adelante. Si es que el diablo tiene aó ngeles, los
cuales estoy seguro debe tener. EÉ l es un viejo companñ ero. Quizaó s eó l la ha enviado para tentarme y
llevarme hasta infierno. Asíó que vaya. En este momento incluso el infierno parece bueno. Al menos
hace calor. O eso es lo que he oíódo.
Amanda le arrojo otra ansiosa mirada cuando se tambalearon a lo largo del pasaje de
piedra que conducíóa a lo profundo de la caverna. Sus ojos estaban muy brillantes – ¿con fiebre?–Y
su piel estaba tan blanca bajo la barba y las manchas de sangre, que la asustaba. EÉ l parecíóa como si
fuera a desmayarse de un momento a otro. Con eó l tan cerca, con su brazo alrededor de sus
hombros y su cuerpo grande y duro presionando su lado, ella podríóa sentir el calor antinatural
emanando constantemente a traveó s de su cuerpo junto con los fríóos escalofríóos provocados por sus
ropas huó medas. Irradiaba calor como una estufa. Necesitaba un doctor, creíóa, pero sabíóa que era
imposible que le viera uno. Tendríóa que vivir o morir con sus solos cuidados y con su fuerza
natural.
Cuando al fin alcanzaron la caverna redonda, de cielo raso alto que era la meta de Amanda,
dejoó escapar un suspiro de alivio. EÉ l se estaba balanceando, y Amanda sabíóa que no habríóa podido
sostenerle durante mucho tiempo maó s.
-Ya hemos llegado. Ahora usted puede descansar le dijo, y se quedoó sin aliento al ver le
fallaban sus rodillas. Era todo lo que podíóa hacer para impedirle que se diera de cabeza contra el
suelo.
-Lo siento masculloó cuando ella lo deposito en el suelo y se arrodilloó a su lado. EÉ l se tumboó
desgarbadamente sobre su estoó mago encima de la piedra con su brazo sirvieó ndole como
almohada para su cabeza.- Estoy malditamente cansado.
Amanda tocoó su hombro ansiosamente.
-Queó dese quieto. Voy a ir a buscarle una manta dijo, sintiendo el calor de su piel a traveó s de
la camisa huó meda. -Vuelvo enseguida. Dejareó la vela.
Ella le dejoó tumbado en el suelo alumbrado por la oscilante luz mientras caminaba a tientas
tocando la pared por un pequenñ o tuó nel hacia la derecha. Aunque le hubiera ido bien una luz, en
realidad no la necesitaba. Durante los casi cinco anñ os que ella habíóa estado en el convento, habíóa
pasado por este pasaje centenares de veces –el viejo pasadizo que conducíóa directamente a lo mas
profundo del soó tano del convento. En tiempos atraó s cuando el convento habíóa sido un castillo – en
alguna parte del siglo dieciseó is, creíóa – el soó tano inferior probablemente habíóa sido utilizado como
una mazmorra. Ahora servíóa de cuarto de almacenaje, y Amanda estaba casi segura de que las
hermanas no teníóan noticia de la existencia del pasadizo. Probablemente habíóa sido disenñ ado
como un pasadizo de emergencia para el duenñ o original del castillo y pasoó al olvido maó s tarde

33
cuando las tierras fueron confiscadas y pasaron a pertenecer a la iglesia bajo el mandato de James
I
Amanda habíóa descubierto la puerta y luego la caverna por pura casualidad unas pocas
semanas despueó s de su llegada al convento. Se habíóa estado escondiendo de la Hermana Boniface,
quien estaba decidida a reprimir a la pequenñ a pelirroja rebelde Amanda por cualquier medio
necesario. Era una senñ ora de buena familia que habíóa escogido la vida de monja en lugar del
matrimonio y la maternidad, la Hermana Boniface teníóa ríógidas reglas acerca de cual debíóa ser el
comportamiento correcto de las alumnas. Indignada la hermana la habíóa castigado al ser atrapada
nadando con ropa interior en los banñ os puó blicos .Pero el castigo le habíóa ofrecido Amanda la
oportunidad de escapar, al menos por ahora. Habíóa escapado al castigo, y entonces encontrado el
pasadizo en la esquina maó s oscura del soó tano, doó nde ella habíóa estado escondida bajo una pila de
vestidos viejos, mientras la estaban buscando por arriba. Recostaó ndose contra la piedra fríóa,
temblando tanto de miedo como de frioó , Amanda habíóa notado contra su estomago algo mas duro
de lo normal en el suelo. Al examinarlo, habíóa resultado ser un anillo de hierro circular adjunto a
una puerta disimulada en las losas. Con dificultad, ella habíóa logrado abrir la tapa. Una vieja
escalera de piedras se dirigíóa hacia abajo a la oscuridad. Las fue bajando con cuidado hasta
encontrar la cueva al final.
Primero ese pasaje oscuro la habíóa asustado. Pero al pasar los anñ os se habíóan realmente
encarinñ ado con el lugar y se habíóa acostumbrado a salir a hurtadillas de su cama antes de que
nadie se levantara y a caminar por el pasadizo hasta llegar a la playa. Excepto por las pocas
ocasiones en que los contrabandistas la habíóan usado – y entonces ella habíóa tenido el cuidado de
permanecer alejada – desde que ella la habíóa encontrado nadie maó s habíóa entrado en la caverna.
Deberíóa ser un lugar seguro para que Matthew Grayson pudiera esconderse y recuperar sus
fuerzas. Y luego, ella pensoó , apaciguando su desafortunado sentido de auto conservacioó n, eó l estaríóa
fuerte para seguir su camino.
Habíóa una vieja manta y un colchoó n justo detraó s de la puerta. Amanda algunas veces se
tapaba con la manta y se acomodaba en el colchoó n cuando hacia demasiado fríóo para salir a pasear
por la costa. Incluso en los díóas maó s helados del invierno en la cueva nunca hacia demasiado frioó , y
era un lugar ideal para leer o pensar. . .
La manta y el colchoó n eran voluminosos para transportar pero no eran pesados. Amanda
los fue empujando a tirones como pudo. El sol ya estaríóa en lo alto a estas horas, adivinoó , y
notaríóan su ausencia si no regresaba pronto a su cuarto. Y entonces le haríóan toda clase de
preguntas. . .
Matthew Grayson todavíóa seguíóa donde ella lo habíóa dejado; no parecíóa haber movido ni
siquiera un muó sculo. Amanda sintioó un espasmo repentino de alarma. ¿Habíóa muerto? ¿Si lo
estaba, entonces coó mo lo enterraríóa? Pero su miedo se calmoó cuando lo vio moverse hacia atraó s
ligeramente. Al menos, todavíóa respiraba.

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Arrastroó el colchoó n hasta donde el yacíóa, luego se arrodillo para colocar una mano suave
sobre su hombro.
-Sr. Grayson dijo apresuradamente, sacudiendo un poco su hombro. Sr. Grayson
El abrioó los ojos con mirada cansada.- Preferiríóa que me llamaras Matt masculloó
dificultosamente, sus palabras.
-Matt repitioó obedientemente. -Le he traíódo un colchoó n. ¿Puede rodar para tumbarse
encima de eó l? Estaraó mucho maó s coó modo una vez que se aparte del frioó suelo de piedra, y tengo
una manta para usted, tambieó n.
-¿Lo ves? Sabíóa que eras un aó ngel dijo con una intensa nota de satisfaccioó n, y
dolorosamente comenzoó a rodar a fin de que quedar tumbado sobre el colchoó n. Necesitaba
quitarse sus ropas mojadas, reconocioó Amanda, pero ella no se atrevíóa a desnudarlo.
-Seríóa mejor para usted que se quitara la ropa dijo, intentando sonar praó ctica. EÉ l hizo un
gesto despectivo. -Estoy demasiado cansado. . . Maó s tarde masculloó , y cerroó los ojos. Amanda
vaciloó , luego, no sabiendo queó maó s hacer, extendioó sobre el la manta cuidadosamente,
envolvieó ndole los hombros y las piernas. EÉ l no se movioó .
-Ahora tengo que irme dijo. Si las hermanas no me encuentran en mi habitacioó n, me haraó n
toda clase de preguntas y no soy una buena mentirosa. No podreó regresar hasta la noche, cuaó ndo
todas se hayan acostado. Entonces le traereó comida. Siento no poder hacer maó s por usted ahora,
pero. . .
EÉ l asintioó sin abrir sus ojos. Amanda vaciloó durante un momento, clavando los ojos en eó l
impotente. Realmente no habíóa nada maó s que ella pudiera hacer.
-¿Usted se quedaraó aquíó? preguntoó . ¿No trataraó de ir a alguna parte? Aquíó estaraó
perfectamente a salvo. No viene nadie mas que yo.
-¿Adonde podríóa ir? Masculloó , y Amanda se mordioó los labios al notar la desolacioó n en su
voz.
-Le dejareó la vela dijo suavemente, ponieó ndose de pie. EÉ l asintioó deó bilmente de nuevo.
Amanda le miroó un momento maó s, aborreciendo tener que dejarle en tal condicioó n, luego negoó con
la cabeza. Ella teníóa que regresar a su cuarto. . .
Casi lo consiguioó . Sin incidentes, pasoó a traveó s de la puerta del pasadizo, por el soó tano, y
subioó por las escaleras los cinco pisos hasta la parte superior de la torrecilla, donde estaba situado
su dormitorio. El sol estaba en lo alto y las monjas ya debíóan estar levantadas, tambieó n. No fue
hasta que ella cruzo el umbral de su habitacioó n que escucho una voz detraó s de ella.
-¿Donde estabas?

35
Capíótulo cinco

Amanda saltoó como si la voz la hubiera mordido, luego pasoó raó pidamente por su lado. La
chica que estaba en las escaleras debajo de ella tambieó n dio un salto, y tuvo que agarrarse
firmemente a la baranda para mantener el equilibrio.
-Oh, Susan, me has asustado muchíósimo Amanda estaba sin aliento, su mano presionando el
pecho donde su corazoó n golpeaba freneó ticamente cuando vio a su mejor amiga. La senñ orita Susan
Hartwood era una muchacha bonita, de pelo oscuro y escasa de estatura al igual que Amanda, pero
tenia un voluptuoso cuerpo que en compensacioó n la hacia aparentar mas de los diecinueve anñ os
que teníóa. Llevaba ya mas de dos anñ os en el convento, por haber sido expulsada del seno de su
familia – la cual esperaba que asíó fuera borrada de la vista y la memoria de la buena sociedad –
despueó s de tener la desgracia de ser violada por una pandilla de salteadores de caminos mientras
iba de camino hacia una fiesta de fin de semana a los pocos díóas de ser presentada en sociedad.
Seguó n lo que le habíóa dicho a Amanda – y Amanda la creíóa, pues Susan era del tipo de persona que
jamaó s mentiríóa egoíóstamente – el hecho que fuera inocente no habíóa parecido tener importancia
alguna para su familia. Su padre, el Conde de Kidd, habíóa culpado a su hija por el ataque en el que
le habíóa sido robada su virginidad; ya no pudo soportar tenerla en su casa ni oíór que fuera
mencionado su nombre. Susan le habíóa dicho a ella que el Conde y Condesa de Kidd consideraron
que seríóa maó s conveniente para todo el mundo– a excepcioó n hecha de Susan – que su hija
deshonrada tomase los sagrados votos y pasara el resto de su vida detraó s de las paredes del
convento.

36
Amanda sabíóa que Susan estaba profundamente descontenta con este arreglo – ella no tenia
vocacioó n para ser monja – ¿Pero queó otra cosa podíóa hacer? Se preguntaba Susan frecuentemente.
Sin la ayuda de su familia, Susan no teníóa dinero mi ninguó n otro sitio a donde ir. El destino si
dejaba la proteccioó n del convento seríóa demasiado horrible para considerarlo siquiera. Amanda se
compadecíóa mucho del apuro de Susan porque era similar al de ella, y las dos se habíóan convertido
en íóntimas amigas. A traveó s de los anñ os, Amanda habíóa llegado a querer a la otra chica como a una
hermana.
-¿Bien? Susan interrumpioó sus pensamientos impacientemente. Luego, mirando hacia atraó s
abajo a las escaleras estrechas, anñ adido por lo bajo -mejor entremos raó pido.
Amanda abrioó la puerta y Susan la siguioó . Despueó s de cerrarla detraó s de ellas, Amanda
corrioó hacia el lavamanos que tenia contra la pared. Tenia que arreglar su aspecto antes de que
alguna de las hermanas la viera. . .
-Amanda Susan, se exasperoó , y cuando Amanda dejo de limpiar su cara con agua y la miro
inexpresivamente, le repitioó en un tono sufrido, -te pregunteó donde has estado.
-Caminando por el campo. Amanda decidioó en esa fraccioó n de segundo que ella no contaríóa
a nadie – ni siquiera a Susan, en quien implíócitamente ella sabíóa que podíóa confiar – sobre los
acontecimientos ocurridos hacia dos horas. En primer lugar, ella era completamente consciente de
que la vida de Matthew Grayson estaba en sus manos; no podíóa dejar que peligrara su seguridad
hablando de eó l. Por otra parte, aunque Amanda no estaba segura de cual era la pena por encubrir a
un asesino fugado, lo que síó era seguro es que seria severa, por no decir nada de la lacra social que
inevitablemente acompanñ aríóa el descubrimiento. No queríóa causar a Susan mas desgracias de las
que sobrellevaba. Susan ya teníóa suficientes problemas de esa clase. Y tambieó n estaba Matthew
Grayson. Ya antes habíóa matado y, exceptuando su promesa, ¿queó seguridad tenia ella lo de que no
lo hiciera de nuevo? Ella no seríóa una buena amiga si exponíóa a Susan a un asesino, y
especialmente a uno al cual estaban buscando. . .
-¿De verdad? Susan, que la conocíóa bastante bien, la miro atentamente sin creerla. Amanda
podíóa sentir sus mejillas coloreaó ndose – sonrojarse era la maldicioó n de su piel – pero miro
inmutable a Susan. -Pues bien, si no me lo quieres decir. . .
-¿Coó mo supiste que habíóa salido? Amanda preguntoó , esperando distraer a su amiga, quien a
veces tendíóa a ser algo alocada.
-Oh, la Hermana Boniface te anda buscando. Susan miro hacia atraó s asustada hacia la
puerta cerrada. Como no estabas en tu cuarto, ella vino al míóo a ver si estabas conmigo. Le dije que
probablemente habíóas bajado a la biblioteca a coger un libro. Creo que es allíó donde ella esta ahora.
-¿Queó vas a decirle?
Amanda sintioó su corazoó n hundirse. El de la Hermana Boniface era un gran problema.
Manteníóa la disciplina entre las alumnas del convento, y se tomaba en serio sus deberes. Las chicas
solo hablaban con ella cuaó ndo teníóan problemas, lo cual queríóa decir que a Amanda la conocíóa al

37
dedillo. Antes de que ella pudiera pensar en una excusa plausible – obviamente su cuento de que
habíóa salido por el campo al amanecer no era creíóble, si Susan siendo su amiga no la habíóa creíódo.
Un golpe bien definido sonoó en la puerta. Ambas chicas se sobresaltaron y miraron alarmadas
hacia la puerta, que se abrioó fuertemente sin importar la privacidad de los de dentro del cuarto. La
figura alta, delgada de la Hermana Boniface las recorrioó con la mirada durante un momento con su
mirada sagaz y por encima de su huesuda nariz. Un crucifijo simple estaba sujeto entre sus manos,
y un fruncido cenñ o severo estaba en su cara, dando maó s rigidez a su ya imponente apariencia.
-Amanda dijo severamente, sus mirada desaprobadora pasando desde Susan a la causa de
su desagrado.- Te he estado buscando durante media hora. ¿Te importaríóa decirme donde has
estado?
-¿Queríóa algo en particular, Hermana? Amanda preguntoó , desesperadamente esperando que
la pregunta desviase a la monja de la cuestioó n principal mientras ella pensaba en un cuento
creíóble. La Hermana Boniface, sin embargo, era maó s perspicaz que Susan, y el cerebro de Amanda
traidoramente se rehusaba a funcionar.
-Realmente síó te necesitaba para algo en particular. La hermana Boniface inhaloó por la
nariz. La justa indignacioó n anñ adíóa una huella rosada en sus mejillas que eran normalmente
blancas. Si no, no te hubiera buscado. Pero nos estamos desviando del tema: quiero saber doó nde
has estado. De inmediato, por favor.
Amanda supo que no habíóa escapatoria. Tendríóa que mentir, y la Hermana Boniface, que era
muy lista, lo descubriríóa. Pero no teníóa otra alternativa.
-Salíó a pasear por el campo, Hermana Amanda dijo miserablemente.
-¿De veras? Era asombroso cuaó nto escepticismo podíóa sugerir la Hermana Boniface en una
pequenñ a palabra, Amanda pensoó , y hubiera querido poder cubrirse con sus manos sus reveladoras
mejillas. Podíóa sentir un fuerte rubor culpable subiendo por ellas. Y eso por supuesto la delataríóa.
-Puedes explicarlo a la Madre Superiora continuo fríóamente la Hermana Boniface. -Es ella, y
no yo, quien quiere hablar contigo. Ella dijo que queríóa verte tan pronto como te hubieras
levantado, pero veo que tendremos que atrasarla la cita – ella examinoó a Amanda con desagrado,
haciendo un largo escrutinio de su despeinado pelo, y la suciedad de sus mojadas ropas –
mientras te aseas. Me puedes encontrar abajo en la oficina del Madre superiora dentro de un
cuarto de hora. Confíóo que eso te daraó el tiempo necesario para hacer algo con tu apariencia y
recapacitar sobre tu mentira, la cual no querríóa que pesara en mi conciencia.
Mirando con un brillo triunfante a Amanda mientras hablaba, el rubor de la chica se
intensificoó hasta que se hizo tan rojo como las cerezas maduras.
-Ven, Susan, me puedes ayudar con la correspondencia esta manñ ana antes de la misa de
matines dijo. Su haó bito negro ondulo detraó s de ella mientras bajaba por las escaleras. Susan,

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despueó s de una mirada desesperada a Amanda, siguioó a la monja obedientemente, cerrando la
puerta con un chasquido suave.
Amanda miroó desconsoladamente la puerta cerrada durante un momento, luego dejoó que
su mirada vagara infeliz por el cuarto. Normalmente le gustaba su dormitorio por su originalidad,
con su graciosa forma redonda, con blancas paredes de piedra, y pequenñ as ventanas sin cortinas
que miraban hacia la bahíóa, sabíóa la suerte que tenia de poder alojarse allíó, el cuarto habíóa sido
usado como almaceó n antes de su llegada. Pero ella lo habíóa visto y se habíóa enamorado de eó l de
inmediato, por su forma curiosa y su aislamiento del resto de convento. La Hermana Agnes,
apenada para la ninñ a profundamente infeliz que se escondíóa tras una fachada de bravuconeríóa,
habíóa pedido a la Madre Superiora la habitacioó n para Amanda. De otra manera, Amanda, sabia,
ella nunca habríóa obtenido permiso para disponer de un dormitorio independiente de las demaó s
alumnas. Pero esta manñ ana era tan desastrosa que nada podíóa arreglarla. La Madre Superiora
queríóa ver a una de las chicas soó lo cuando habíóa hecho algo tan monstruoso que la Hermana
Boniface no podíóa manejar.
Durante un horrible primer momento Amanda se preguntoó si las hermanas habíóan de alguó n
modo descubierto que ella habíóa encontrado y ayudado a Matthew Grayson. Pero eso era
imposible, estaba casi segura. Habríóa oíódo los gritos si hubiese sido descubierto y atrapado. Otra
posibilidad era que alguien de su familia hubiera muerto. Amanda se animo pensando en que
Edward hubiera sido llamado a la vida eterna. La Madre Superiora llamaba a las chicas a su oficina
para darles estas malas noticias de su casa. No, Amanda se dijo a síó misma, ella no podíóa ser tan
afortunada. No, debíóa ser por algo que habíóa hecho.
Pero el tiempo pasaba deprisa. Si no estaba abajo en quince minutos, entonces ese seríóa sin
duda un punto negativo maó s que comunicaríóa la Hermana Boniface a la Madre Superiora.
Precipitadamente ella atravesoó el piso desnudo, las alfombras eran un lujo que las monjas no se
permitíóan, aunque los inviernos en Lands End fueran largos y fríóos, abrioó la puerta de su armario y
cogioó un vestido. No perdioó tiempo contemplaó ndolos; todos sus vestidos eran o grises o negros y
pasados de moda. Sacoó un vestido gris de lana de manga larga y escote subido, bastante parecido
al que antes llevaba puesto, lo colocoó a encima de la cama estrecha y comenzoó a quitarse sus
ropas. La ausencia de su enagua le trajo a la mente el recuerdo de Matthew Grayson – Matt, debíóa
recordar llamarlo asíó –. Esperaba que estuviese bien. . . Despojaó ndose de la ropa interior restante,
se puso unos pantalones y una ligera camisola, luego la enagua, antes de pasar el vestido gris por
su cabeza. Soó lo esperaba que la Hermana Catherine , la lavandera, no echara en falta la enagua que
misteriosamente faltaba.
Dirigieó ndose hacia el pequenñ o espejo que colgaba de la pared sobre el lavamanos, copio su
cepillo y comenzoó a peinar su pelo. El nido de enredos que Matt habíóa provocado al sujetarla le
hizo apretar los dientes cuando pasoó el cepillo por su pelo. Su pelo estaba esta manñ ana maó s
rebelde de lo normal; suponíóa que era debido a la prisa que teníóa. Finalmente lo tuvo asegurado en
dos largas trenzas, enrolladas en la parte superior de su cabeza y sujetas con alfileres. El peinado

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resultante era demasiado extranñ o para explicarlo con palabras, pensoó , miraó ndose atentamente en
el espejo del lavamanos prendida en la forma en como la corona severa enfatizaba a la perfeccioó n
sus delicados rasgos. Sin su masa de pelo para ocultarlos, el aó ngulo prominente de sus poó mulos y
las líóneas limpias, redondeadas de su frente y de su mandíóbula se definíóan claramente. La negrura
del arco de sus cejas y sus gruesas pestanñ as anñ adíóan exotismo a sus grandes ojos color violeta; su
nariz pequenñ a y recta y sus labios tiernamente curvados reteníóan todavíóa la dulzura inocente de
la infancia. Soó lo la firmeza apenas perceptible de su barbilla y el rojo profundo, encendido de su
pelo – un contraste víóvido con su piel blanca – sugeríóa que ella no era lo sumisa que su edad y su
sexo dictaban. Descartando con indiferencia sus reflexiones se apresuro hacia la puerta, Amanda
sonreíóda cuando recordoó que Matt le habíóa dicho que era un aó ngel. ¡Si pudiera repetir esa
observacioó n delante de la Madre Superiora antes de que fuese condenada sin remisioó n!
Amanda consiguioó llegar dentro de los quince minutos delimitados. Cuando golpeo la con
vacilacioó n la puerta de la Madre Superiora oyoó el reloj en el vestíóbulo delantero dar las siete y
media. Las otras chicas estaríóan bendiciendo la mesa antes de sentarse para desayunar. El
estoó mago de Amanda rugíóa de hambre. Seguramente se perderíóa el desayuno, pensoó
sombríóamente, y teníóa hambre. Despueó s la avergonzoó su egoíósmo al pensar en que Matt no habíóa
comido durante tres díóas. Alimentarle iba a ser un gran problema. No podríóa hacer demasiados
asaltos a la economizada despensa del convento sin ser descubierta.
Joanna, una novicia joven que prestaba servicios como asistente de la Madre Superiora
mientras esperaba a ser ordenada monja, abrioó la puerta despueó s del golpe de Amanda. Era de la
misma edad de Amanda, pero ahíó terminaba todo parecido. Habíóa una serenidad en la cara
redonda bajo el tocado blanco que era ajena a la naturaleza de Amanda. Amanda suponíóa que
Joanna estaba allíó porque tenia su vida toda planificada, con líóneas seguras e inquebrantables;
desde la temprana edad de diez anñ os Joanna, la segunda de las tres hijas de un rico comerciante de
lana, habíóa sabido que estaba destinada a ser monja, y lo aceptaba incondicionalmente. Amanda
apenas la podíóa mirar sin temblar. Primero preferiríóa estar enterrada viva que considerar
semejante destino. Habíóa tantas cosas fuera del convento, tanto que ver, hacer y sentir. Amanda se
estremecíóa con impaciencia cada vez que pensaba en el mundo que habíóa maó s allaó , fuera de las
paredes que la confinaban. Queríóa estar fuera, viviendo la vida – es decir – estar viva. Y un díóa lo
conseguiríóa, se juroó , no importaba lo que tardara. . .
-La Madre Superiora te estaó esperando, Amanda le dijo Joanna reprobaó ndola con
amabilidad mientras Amanda permanecíóa miraó ndola fijamente. Con una sonrisa raó pida a la otra
chica, Amanda alejoó pensamientos y entroó en la pequenñ a antecaó mara que daba a la oficina de la
Madre Superiora. Joanna cerroó la puerta detraó s de ella y senñ alo la otra puerta; con la mano en el
pomo, hizo una pausa para mirar por encima de su hombro -la Hermana Boniface ya estaó con ella,
dijo antes de abrir la puerta y anunciar a Amanda.

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Amanda le agradecioó la advertencia a Joanna con otra sonrisa cuando entro despueó s de ella.
Oyoó el ligero chasquido al cerrarse la puerta y su atencioó n se dirigioó a las dos mujeres que estaban
al fondo del cuarto.
-Pasa, Amanda, y sieó ntate. La voz de la Madre Superiora era bella, Amanda advertíóa cada vez
que la oíóa hablar. Amanda obedecioó la instruccioó n, atravesando lentamente la sala hacia la silla
indicada por una mano regordeta. Sentada detraó s de su escritorio, la Madre Superiora era pequenñ a
y regordeta en contraste con la Hermana Boniface que era alta y delgada. La expresioó n en la vieja
cara de la Madre Superiora era tan diferente a la de la Hermana Boniface como lo era su persona.
Mientras que la De Hermana Boniface fruncíóa el cenñ o, la Madre Superiora sonreíóa; mientras los
ojos de la Hermana Boniface miraban desaprobadoramente la figura de la joven delgada sentada
con gracia inconsciente en el mismo borde de la dura silla, los de la Madre Superiora miraban con
compasioó n
En la mujer mayor todavíóa se podíóan apreciar vestigios perceptibles de la chica de campo
que una vez habíóa sido; el rostro de la hermana Boniface nunca podríóa ser confundido por otra
cosa que no fuera una senñ ora. El haó bito y la toca de la Hermana Boniface eran inmaculados en
cada detalle, un contraste sombríóo entre blanco príóstino y negro destellante. Su rosario era de oro
y marfil. Los dedos largos, delgados tamborileaban con impaciencia en el escritorio de la Madre
Superiora. Amanda sabíóa que la Hermana Boniface estaba destinada a suceder a la Madre
Superiora un díóa, y soó lo esperaba que ella estuviera bien lejos cuando eso ocurriera. La Madre
Superiora era amable y tolerante con los delitos menores. Para la mente de la Hermana Boniface,
no habíóa delitos menores, soó lo infracciones de las reglas. Y, para empeorar las cosas, Amanda creíóa
que en toda su vida la Hermana Boniface le perdonaríóa esa patada.
-Usted. . . ¿Usted queríóa verme, Madre? Amanda habloó con vacilacioó n. La Hermana Boniface
manteníóa los labios apretados y el fruncíóa el cenñ o. Sonrojaó ndose, Amanda se dio cuenta de que ella
deberíóa haber esperado hasta que se le dirigiera la palabra.
-Gracias por venir Hermana la Madre Superiora dijo suavemente a la Hermana Boniface.
-Ciertamente recordare todo lo que usted me ha dicho.
Era un despido, por muy amablemente dado que fuera. Amanda miroó con sorpresa a la
Hermana Boniface, eó sta apretoó los labios y sonrioó ligeramente antes de inclinarse de modo
respetuoso a la orden de la Madre Superiora y abandonoó el cuarto.
Hubo un momento de silencio. Amanda mordíóa su labio inferior cuando la Madre Superiora
se giro hacia ella, con deó bil arrepentimiento, pensoó en sus numerosas fechoríóas pasadas y
presentes, la mayor de ellas, era ocultar al asesino a quien toda Inglaterra buscaba activamente.
Cuando el silencio se alargoó Amanda sintioó las palmas de sus manos huó medas por la tensioó n.
Seguramente que no podíóan saber. . .

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-He recibido una carta de tu hermanole dijo lentamente la Madre Superiora. Amanda lanzoó
un silencioso suspiro de alivio. Al menos no sabíóan nada de Matt. -EÉ n ella me comunica que debes
casarte pronto. ¿Confíóo en que te habraó escrito para ponerte al corriente de sus planes?
-Síó, Madre. Amanda estaba casi alegre por el alivio. Edward y su propuesta de matrimonio
con Lord Robert eran algo de lo que ella podríóa preocuparse en el futuro. Por ahora todas sus
energíóas teníóan que estar enfocadas en restaurar la salud de Matthew Grayson, y luego deshacerse
de eó l. Empezaba a darse cuenta de lo difíócil que le iba a ser conservar el culpable secreto. Por no
decir nada de lo que pasaríóa si se supiera. . .
-Sin duda ayer recibiste la carta de tu hermano, verdad. ¿Eso explicaríóa la razoó n de tu falta
de apetito en la cena de anoche y la ausencia no autorizada de esta manñ ana y este desalinñ o general
del que la Hermana Boniface me hablaba?
-Síó, Madre. Estaba. . . Un poco trastornada.
La Madre Superiora asintioó con la cabeza. -Es comprensible. Muy bien, no discutiremos maó s
acerca de tus travesuras. ¿Confíóo en que te has resignado a obedecer a tu hermano acerca de este
matrimonio?
Amanda vaciloó . Era inuó til intentar que la Madre Superiora la ayudara en contra de Edward
sobre este punto. Si Lord Robert hubiera sido un anciano inmoral y degenerado, imposibilitado o
deforme de alguó n modo, entonces la Madre Superiora podríóa haber intercedido por ella. Pero
dadas las circunstancias ella no veíóa la necesidad de tal intervencioó n. Despueó s de todo, las uó nicas
opciones posibles para una chica de la clase de Amanda y eran el matrimonio o la vinñ a del Senñ or, y
Amanda no estaba claramente hecha para el convento.
-Pues Bien, Amanda. Advirtioó la Madre Superiora.
-Síó, Madre Amanda contestoó con apenas un rubor culpable. Me he resignado.
-Eres una buena chica, Amanda dijo la Madre Superiora inesperadamente. -Impulsiva, y
demasiado raó pida y nos haces enojar a veces, pero una buena chica. Laó stima que tu padre muriese
tan pronto – nunca he creíódo que nuestro convento fuera lo maó s adecuado para tu temperamento.
Sin embargo, tu hermano estaba en desacuerdo conmigo, y me atemorizoó el que te quedaras en un
ambiente todavíóa maó s inadecuado que este. Pero piensa en esto: despueó s de tu matrimonio estaraó s
libre de este convento y de la dominacioó n de tu hermano. La autoridad de tu marido seraó mucho
maó s amable, estoy segura, y pronto tendraó s a tus hijos para llenar tu vida. Puede ser una buena
vida, Amanda, si tu lo quieres.
-Síó, Madre. Amanda logroó esconder el destello rebelde de sus ojos bajando doó cilmente su
cabeza. No tenia la menor intencioó n de casarse con Lord Robert, solo era que todavíóa no habíóa
pensado en como evitarlo, hasta entonces guardaríóa silencio.

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-Esto es todo lo que queríóa decirte, Amanda. Ahora puedes ir a desayunar ahora. Dile a la
Hermana Patricia que te di permiso para comer en la cocina, porque te hice perder el desayuno
programado.
-Síó, Madre. Amanda salio, haciendo una pequenñ a reverencia. Cuando su mano alcanzo el
pomo la Madre Superiora le habloó de nuevo, Amanda. . . Sabes que si quieres hablar, discutir,
cualquier cosa que te pueda molestar, yo estoy aquíó. Hareó lo que sea par facilitarte las cosas,
querida.
Amanda sintioó las laó grimas asomaó ndose a sus ojos. Parpadeoó raó pidamente, desesperada
por no dejarlas caer. La bondad siempre la dejaba al borde del llanto, y sin embargo la dureza lo no
hacia, posiblemente porque ella habíóa recibido bien poca bondad desde que su padre habíóa
muerto.
-Gracias, Madre dijo con voz ronca. -Lo recordareó . Luego, dirigieó ndole una sonrisa salioó del
cuarto.
El resto de díóa transcurrioó lentamente. Amanda comioó a tiempo, rezoó a tiempo, hizo sus
lecciones y ejecuto sus tareas a tiempo, y hablo desganadamente con las otras chicas tal como
hacia todos los díóas. Pero interiormente era un manojo hirviente de preocupacioó n e impaciencia.
Cada vez que la campana sonaba, anunciando visitas al convento – y le parecíóa que sonaba con una
frecuencia anteriormente desconocida – su corazoó n saltaba en su pecho y esperaba que alguien
entrara precipitadamente con la noticia de que el asesino fugado habíóa sido capturado, y habíóa
delatado a su coó mplice. Cuando el díóa transcurrioó y esa fantasíóa horrenda no sucedioó , comenzoó a
preocuparse maó s por Matt que por síó misma. Parecíóa muy enfermo. Queó ocurriríóa si se estaba
muriendo mientras ella estaba sentada dando pacientes puntadas a una camisa para los pobres.
¿Coó mo lo enterraríóa si moríóa? Aun estando convida su cuerpo era muy pesado. Si eó l estuviera
muerto – y ella entendíóa ahora el origen de la expresioó n peso muerto –, entonces seríóa imposible
moverle. Pero tampoco le podríóa dejar en la cueva. En primer lugar seria de baó rbaros negarle un
correcto descanso eterno; en segundo lugar, eó l inevitablemente comenzaríóa a oler. . . Amanda sintioó
un pequenñ o codazo corteó s en la parte de atraó s de una de las chicas que estaban sentadas detraó s de
ella, y alzo la vista para ver a la Hermana Mary Joseph observaó ndola con sus sagaces ojos color
avellana. Inmediatamente Amanda bajo los suyos hacia su labor y vio con horror que habíóa hecho
una costura limpia – la maó s limpia que ella habíóa hecho en todo el díóa – en la parte de arriba de la
camisa, justamente donde debíóa ir el hueco del botoó n. Apretando sus dientes, ella comenzoó a
descoser las puntadas y juroó concentrarse en lo que ella estaba haciendo. Si no su
comportamiento pronto despertaríóa sospechas entre las monjas.
Despueó s de la cena y las víósperas a las chicas les estaba permitido pasar una hora haciendo
lo que quisieran. Amanda normalmente se uníóa a sus amigas en el cuarto de estar pequenñ o, doó nde
hablaban y reiríóan nerviosamente hasta que era hora de irse a la cama. Pero esta noche ella no
estaba de humor para intercambiar parloteos sin sustancia. Pretextando dolor de cabeza, logroó
escaparse de Susan y Bess, otra de sus amigas intimas, y se fue a su dormitorio. Pasoó la siguiente

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hora caminando impacientemente de arriba abajo por la habitacioó n. ¿Nunca se iríóan a la cama? Por
fin la campana sonoó para que apagaran las luces. Amanda se metioó en la cama completamente
vestida, en caso que la Hermana Boniface hiciera una infrecuente inspeccioó n a su cama y espero.
Cuando el pequenñ o reloj cerca de su cama le senñ aloó que habíóan pasado dos horas pensoó que
ya podíóa levantarse. Normalmente nunca dejaba el convento hasta las horas del amanecer, pero
esta noche ya no podíóa esperar maó s. Tenia la conviccioó n de que Matt moriríóa y se quedaríóa con el
problema de su cuerpo, no podíóa estar tranquila hasta que no se asegurara de que estaba vivo.
Ademaó s, eó l tendríóa hambre – si es que estaba vivo..
Estaba convencida de que, aunque ella comiera menos, no podríóa recoger la suficiente
comida para alimentarlo a eó l. Aunque comioó muy poco de la pequenñ a parte que le sirvioó la
Hermana Patricia, sabia por experiencia dado su apetito voraz que eso seríóa apenas un bocado
para un hombre de su tamanñ o. No, tendríóa que encontrar la oportunidad de asaltar la despensa
del convento; No lo que estuviera destinado, a la propia mesa del convento – eso se notaria en
falta inmediatamente – sino lo que se daba a los pobres. Despueó s de todo, Matt estaba tan
necesitado como cualquiera de las familias de la dioó cesis; pocos de ellos podíóan afirmar no haber
comido durante díóas, ya que todos sabíóan que el convento daba comida a cualquiera que lo pidiera.
Durante el díóa habíóa logrado reunir una serie de suministros: una botella de polvo
desinfectante metida en su bolsillo mientras ayudaba a la Hermana Agnes a cuidar a un ninñ o cuyo
brazo cortado habíóa quedado infectado; una camisa y un par de pantalones de trabajador sencillos,
del montoó n de ropas que se suponíóa ella tenia que remendar para los pobres; utensilios de comida,
, incluyendo un cuchillo bien afilado, acerca del cual ella tenia dudas en entregarle; un peine viejo,
un espejo picado en los bordes, y una pastilla de jaboó n . Y un par de velas de sebo que habíóa
robado de la cocina por la manñ ana mientras efectuaba su desayuno tardíóo. A estos artíóculos
anñ adioó su toalla, escondieó ndolo todo junto dentro de las dos mantas que siempre guardaba
dobladas en el fondo de su armario. Luego, cargando todo sobre su espalda, salio del cuarto.
El interior del convento estaba muy oscuro. Amanda no se atrevíóa a iluminar su camino con
una vela, asíó es que no le quedoó otra eleccioó n que bajar las escaleras a oscuras. Con pasos
cuidadosos, rezoó para que nadie hubiera sido tan descuidado como para dejar alguó n objeto en las
escaleras. Las monjas siempre predicaban las virtudes de la limpieza, y por primera vez Amanda
valoraba esta virtud. Un lugar para todo y todo en orden era la uó nica forma en que se podíóa vivir –
especialmente si uno se empenñ aba en estas actividades nefastas. Un solo choque o un ruido sordo,
por no decir nada del estreó pito terrible que resultaríóa si ella se cayera por las escaleras,
despertaríóa el convento entero.
Tuvo que iluminar la despensa con una vela para poder ver lo que estaba haciendo, pero
cerroó la puerta detraó s de ella y fue tan raó pida como pudo. Cuando el trabajo estuvo hecho y la vela
apagada, dejoó escapar un suspiro de alivio. Desde allíó parecíóa faó cil bajar por las escaleras hasta la
parte inferior del soó tano, para a partir de allíó encender de nuevo la vela. Le requirioó una notable
cantidad de esfuerzo pasar con la vela y el fardo de las mantas por la estrecha escotilla que daba a

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las escaleras del pasadizo sin dejar caer el manojo o quemarse, pero se las ingenioó para
conseguirlo. Luego recorrioó raó pidamente el pasadizo, la vela lanzando una oscilante luz amarilla
con poca intensidad, solo para reflejar su forma. Cuando ella alcanzoó la cueva donde habíóa dejado
a Matt, alzo la vela para ver el lugar. Allíó estaba colchoó n de plumas, y la manta que le habíóa dejado,
pero eó l no estaba en ellos. De hecho, pensoó con un repentino paó nico, eó l no parecíóa estar en ninguó n
sitio. . .
-¿Matt? Llamoó suavemente, inciertamente, con un miedo y preocupacioó n que le hacíóan rugir
la sangre en sus orejas. ¿Doó nde diablos podíóa estar? Quizaó eó l se habíóa vuelto loco y estaba
escondido observaó ndola desde las sombras, aguardando su oportunidad para callarla para
siempre. . . Asustada, comenzoó a retroceder raó pidamente hacia el pasadizo y el refugio del
escotilloó n. Algo se cerroó sobre su hombro. Gritoó , girando en redondo y dejando caer todos los
bultos enfocando con la luz de la vela. La vela le cayoó al suelo, y se quedoó en la oscuridad total
mientras unos brazos se cerraron sobre ella y una mano tapaba su boca, quedaó ndose sin aliento. . .
-Maldita sea, me has asustado. ¿Por queó has gritado? La voz grave que le llegaba de alguó n
sitio sobre su cabeza sonaba cuerda, y deó bilmente exasperada. Amanda se estremecioó con alivio y
aspiroó una profunda bocanada de aire, cuando quito su mano.
-Usted me ha dejado sin aliento replicoó temblorosamente, apartaó ndose con alivio del duro y
masculino pecho al que estaba pegada. ¿En queó estaba usted pensando, para agarrarme de eso
modo?
-¿Creíóste que me encontraríóas donde me dejaste, para aceptar doó cilmente cualquier intento
de que me apresaran? No estaba seguro de que hubieras venido sola – y tuve que esconderme dijo.
Amanda pensoó durante un momento, luego asintioó olvidaó ndose que eó l no podíóa verla en la
oscuridad. Despueó s de todo, eó l no tenia mas motivos para confiar en ella, de los que ella tenia para
confiar en el. -¿Trajiste comida? EÉ l pregunto, con una estudiada despreocupacioó n en su voz
intentando disimular su ansia por su respuesta.
-Síó, lo hice, pero usted hizo que se me cayera todo al suelo. Seraó por su culpa si se ha
estropeado todo.
-Estropeado o no, igual me lo comereó eó l prometioó , y Amanda oyoó el raspar deó bil de un
foó sforo contra la piedra. Salio una llamarada cuando Matt encendioó la vela que ella le habíóa dejado
la noche anterior. Por su luz que ella vio que eó l tenia mala cara con los ojos hundidos, y los
aranñ azos ella le habíóa infligido sobresaliendo contra su piel paó lida y una magulladura que ella no
habíóa notado la noche anterior, estaba ahora puó rpura por encima de su sien. . .
-¿No quiero apresurarte, pero podríóas recoger lo fuera que me hayas traíódo y te ha caíódo y
me lo traes para comer? Estoy tan hambriento que casi podríóa comerte.
Una sonrisa extranñ a acompanñ oó a esto uó ltimo cuando se aparto de la pared de roca que
habíóa estado soportando su peso y caminoó con pasos lentos hacia el colchoó n, doó nde se tendioó con
alivio obvio. Amanda le miro nerviosamente. Podíóa ser que el no estuviera bromeando.

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-Era un chiste dijo cansadamente, atrapando su mirada e interpretando correctamente lo
que aparecíóa en ella. -Un chiste, Amanda. Puedes estar segura de que yo nunca te haríóa danñ o, ni
aunque no me dieras nada para comer. Al igual que yo estoy seguro de que no me traicionaraó s.
Amanda le miroó atentamente. EÉ l estaba sentado encima del colchoó n de plumas, sus piernas
largas dobladas a la altura de las rodillas ligeramente levantadas, su cabeza apoyaó ndose
cansadamente hacia atraó s en la pared rocosa como si no tuviera suficiente fuerza para poder
sostenerse erguido. Su camisa y sus calzones estaban tiesos por la sal y muy sucios, pero estaban
secos. Sus ojos, brillaban al reflejar la luz de la vela.
-Y bien ella dijo lentamente. -Confiareó en usted si usted confíóa en míó. ¿Estamos de acuerdo?
EÉ l sonrioó brevemente. -De acuerdo.
Amanda se sonrioó daó ndole la espalda, luego se arrodillo y comenzoó a recoger la comida.

Capíótulo seis

-¿Queó me has traíódo? Preguntoó , su voz sonaba tan ilusionada como un ninñ o ante los regalos
de Navidad, y Amanda sonrioó otra vez.
-Una manta, un poco de jaboó n y…
-Hablo de comida la interrumpioó impaciente.
Amanda estaba arrodillada buscando el queso que habíóa cortado del gran trozo que habíóa
en la despensa. Aparentemente habíóa caíódo detraó s de las irregularidades en el piso de piedra. Lo
encontroó y le anñ adioó un plato que conteníóa jamoó n fríóo y dos rebanadas gruesas de pan. EÉ l
observaba cada movimiento de ella aó vidamente; En lugar de contestar, le acercoó el plato. EÉ l lo tomoó
e inmediatamente, mientras hundíóa sus blancos dientes en la carne, cuando ella se dio media
vuelta para recoger la cantimplora, que afortunadamente habíóa sobrevivido intacta a la caíóda. Sin
duda eó l habríóa preferido vino, pensoó cuando se sentoó encima de una roca cerca de eó l, con el resto
de comestibles depositados en su regazo, pero si robaba el vino sacramental, enseguida se daríóan
cuenta de que faltaba.
-Eso estaba bueno. ¿Trajiste alguna otra cosa? Matt preguntoó despueó s de que hubo roíódo el
hueso del jamoó n. El pan y el queso habíóan desaparecido desde hacíóa mucho tiempo.
-Algunas rebanadas de cordero asado. Y una manzana. Y maó s pan y un pedazo de pastel.
-Pues bien, no te quedes ahíó sentada miraó ndome fijamente. ¿Nunca en tu vida habíóas visto a
alguien comiendo delante de ti?

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-No a nadie como usted contestoó con sinceridad, entregaó ndole el resto de la comida, la cuaó l
tragoó de un golpe casi tan pronto como la tuvo en sus manos. Fascinada, Amanda observada como
esos dientes blancos trabajaban raó pidamente masticando su comida. EÉ l teníóa un apetito voraz. La
causa principal de su debilidad, la cual ella habíóa atribuido a su herida y la fiebre, podríóa deberse
al hambre, pensoó . EÉ l era un hombre grande, alto, con huesos grandes, con un pecho fuerte lleno de
muó sculos a pesar de su escasez de carnes; Indudablemente eó l necesitaba un montoó n de comida. Se
preguntoó cuaó nto habíóa transcurrido desde que habíóa disfrutado de una comida decente. Cuando eó l
se acaboó el pastel y empezoó con la manzana, le preguntoó .
-Hace cuatro meses, mas o menos contestoó distraíódamente, sus dientes crujiendo
agradablemente en la manzana.
Amanda estaba horrorizada. ¡Cuatro meses! Pero usted escapoó soó lo hace un par de
semanas. Seguramente le alimentaron mientras usted estaba dentro. . . ¿Mientras usted esperaba?
Matt se rioó ahogadamente. Era la primera vez que Amanda le habíóa oíódo reíórse, y le gustoó el
sonido sardoó nico, ronco.
-Por supuesto que me alimentaban. Dos rebanadas de pan y una taza grande de caldo
aguado al díóa. Una vez a la semana anñ adíóan un trozo de algo que llamaban carne, y ocasionalmente
lo acompanñ aban de algunas verduras mohosas para que no nos murieó ramos. Estaba todo tan
malo, que realmente sonñ aba con comida. ¿Ha sonñ ado alguna vez en su vida en comer una pierna
de venado con salsa? ¿No? Pues bien, era una de mis fantasíóas habituales. Desde que escapeó , he
comido cualquier cosa que pasara por mis manos. Lo cual ha sido difíócil porque no me atrevíóa a
entrar andando en una posada y pedir que me sirvieran una comida. Luego, hace unos díóas, me
sobrevino esta maldita fiebre, y me debiliteó tanto que no pude cazar ni pescar nada. Asíó es que no
he comido.
La frente de Amanda estaba arrugada. ¿Si usted estaba tan deó bil, coó mo diablos hizo para
bajar a la playa? Usted nunca hubiera podido bajar por el camino.
-No estuvo de acuerdo, terminaó ndose la manzana y lamiendo ansiosamente el jugo de sus
dedos. -Me caíó.
-¿Usted se cayoó ?
EÉ l asintioó . -Habíóa estado escondiendo en un saliente a medio camino de esos acantilados
hasta que me subioó la fiebre. Anoche penseó ver algo que habíóa estado esperando. Me puse de pie,
me acerqueó al borde para ver mejor, y mis malditas rodillas no me sostuvieron. Fui hacia abajo
mitad cayendo, mitad deslizaó ndome hasta donde tuó me encontraste. He debido haberme golpeado
la cabeza, porque tengo un chichoó n del tamanñ o de un elefante. EÉ l se tocoó la magulladura por
encima de su frente. Y no recuerdo otra maldita cosa hasta que caíó en la cuenta de que habíóa
encontrado un aó ngel recostado sobre míó, hacieó ndome cosquillas en la cara con su pelo rojo. EÉ l
sonrioó abiertamente en broma. Como Amanda no le devolvioó la sonrisa eó l agregoó suavemente,- lo
siento si te asusteó .

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-Asustarme no es exactamente el teó rmino. Usted me aterrorizoó . Penseó que iba a asesinarme
en cualquier momento.
-Síó, bien dijo enfaó ticamente. ¿Coó mo podíóa yo saber que tu eras la uó nica entre un milloó n de
mujeres con un corazoó n amable? Estaba seguro de que ibas a echarte a correr, chillando pidiendo
ayuda tan pronto como te apartaras de míó. Lo uó nico en lo que pude pensar fue en asustarte para
hacerte cerrar la boca.
Amanda se sentíóa culpable al mirar esos ojos plateados..
-Casi lo hice, correr chillando para pedirla ayuda confesoó .
-¿Por queó no lo hiciste?
Amanda le miroó , reflexionando sobre su respuesta. EÉ l todavíóa se veíóa sumamente temible, y
la erizada barba negra, la blanca y delgada cicatriz teníóan mucho que ver con ello, pensoó – pero a
ella le sorprendioó descubrir que ya no se sentíóa asustada de eó l. Del por queó , ella no estaba
totalmente segura. Tal vez era por la forma en que eó l habíóa devorado la comida que ella le habíóa
traíódo. Nadie que comiera con tal aó vido entusiasmo podríóa ser el monstruo inhumano que habíóan
descrito.
-Supongo que sentíó laó stima por usted contestoó . Sus ojos se ensombrecieron.
-Lo que dije, un corazoó n amable dijo despueó s de una breve pausa. -Espero que alguien te
valore, Amanda. Lo que tu tienes es maó s precioso que los rubíós.
Amanda medio sonríóo cuando reconocioó que eó l se habíóa equivocado al citar el pasaje de la
Biblia. Estaba en lo cierto en su nueva valoracioó n, pensoó . Nadie que conociera lo suficientemente la
Biblia como para citarla incorrectamente podríóa ser tan malo.
-Gracias dijo suavemente. Aunque su sonrisa se desvanecioó en su cara al notar que eó l
comenzaba a temblar. Apretaba sus dientes en un esfuerzo para controlar los espasmos.
-Tambieó n traje algunas medicinas conmigo dijo, levantaó ndose y yendo a traer el resto de
suministros que habíóa llevado consigo. -La Hermana Agnes tiene una fe ciega en este preparado
para la fiebre –sostuvo una ampolla que conteníóa un liquido parduzco y traje polvos
desinfectantes y vendajes para su herida.
EÉ l la miroó dudosamente.- ¿Estaó s segura de que sabes lo que estas haciendo? EÉ l dijo a traveó s
de sus dientes apretados. -Odiaríóa que tu cura tuviera eó xito donde el verdugo no lo tuvo.
Amanda se sintioó insultada. -Ayudo a la Hermana Agnes a cuidar a las personas todo el
tiempo contestoó con dignidad.- Sin embargo, si usted no confíóa en míó. . .
Los espasmos aumentaron. Podíóa ver el temblor de sus extremidades a pesar de sus obvios
esfuerzos por controlarlas.

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-Oh, por el amor de Dios, deje de ser tan tonto dijo, perdiendo la paciencia. -Beba esto y
acueó stese. Prometo que no le envenenare.
Le tendioó la ampolla abierta al mismo tiempo que hablaba. EÉ l bebioó , y la miroó con aversioó n,
luego, con el aire de un hombre vencido, se lo tragoó . Al apartar la botella vacíóa de sus labios, eó l hizo
una horrible mueca.
-Ahora acueó stese le pidioó , tomando la botella y vigilaó ndole con un aire vagamente
amenazador.
-¿Eres una pequenñ a mandona, no es verdad? Se quejoó , sonriendo abiertamente mientras se
desperezaba sobre el colchoó n. Amanda prefirioó ignorar eso, dejoó a un lado la botella y tratoó de
alcanzar la manta, echaó ndosela encima. EÉ l todavíóa sonreíóa abiertamente cuando ella terminoó .
-Ahora, si usted no tiene objecioó n, creo que deberíóa limpiar esos aranñ azos en su cara dijo,
vertiendo un poco de agua en el tazoó n que habíóa traíódo. -Podríóan infectarse.
-Probablemente sufrireó cicatrices de por vida dijo, con voz burlona. -Has puesto tu marca
sobre míó para siempre, Amanda.
Ella le miroó , frunciendo el cenñ o.- Estoy bromeando… EÉ l le aseguroó con voz resignada,
viendo su expresioó n apurada. No debes tomaó rtelo todo tan seriamente, Amanda. Aprende a reíórte
un poco. Eso alegra bastante la vida.
Amanda le miro sardoó nicamente.- Esteó se quieto, por favor dijo sucintamente, arrodillarse a
su lado, y sonriendo cuando eó l se apartoó al darle unos toques ligeros en sus aranñ azos con agua y
jaboó n con lejíóa.
-Eso escuece dijo acusadoramente, encogieó ndose debajo de la manta.
-Riase de eso le aconsejoó , y procedioó a limpiar a conciencia cada aranñ azo a pesar de sus
respingos ocasionales. Cuando acaboó con los aranñ azos, le limpioó cuidadosamente el resto de su
cara y luego se apartoó .
-¿Te llameó un aó ngel? Quise decir un demonio dijo con sentimiento. Luego le sonrioó .
Sentaó ndose cerca de eó l, se fijo en como las comisuras de sus ojos se arrugaban al sonreíór. Era
realmente un hombre muy atractivo, pensoó . Por supuesto, era mucho mayor que ella – por los
cabellos de plata que destellaron entre los negros como el carboó n sospechoó que rondaríóa los
cuarenta, aunque esa barba dificultaba la valoracioó n – y no era su tipo. Sin embargo, no dudaba de
que muchas mujeres no estuvieran de acuerdo con ella. . .
Vio con alivio que sus escalofríóos iban cesando. Le dejoó descansar silenciosamente durante
unos pocos minutos, hasta que se quedaron completamente callados. Luego ella habloó de nuevo.
-Matt, seríóa mejor que usted me dejara curarle la herida. De verdad esta vez.

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Sus ojos se abrieron instantaó neamente para encontrar los de ella.- ¿Estaó s segura que la
modestia propia de una joven lo puede aguantar? Penseó que ibas a estallar en llamas, de lo roja
que te pusiste la ultima vez.
Para su desazoó n Amanda se sintioó a síó misma ruborizaó ndose por el mero recordatorio. EÉ l
sonrioó abiertamente, sus ojos brillando maleó volamente.
-Ya tengo mi respuesta dijo secamente. -No te preocupes, Amanda, lo hareó yo solo. Me he
recobrado mucho desde esta manñ ana. Si tu me pasas los polvo y los vendajes y te das la vuelta. . .
-Lo hareó yo contestoó , determinada a pesar del color rojo que obstinadamente rehusaba
desvanecerse en sus mejillas. -Necesita que ser curado correctamente si usted no quiere que esa
herida se infecte. Y si se infecta podríóa morir – y quedaríóa con un cuerpo del que tendríóa que
deshacerme. Una tenue sonrisa curvoó sus labios. EÉ l la miroó extranñ amente durante un instante,
entonces un atisbo de sonrisa calentoó su expresioó n.
-Aprendes raó pido dijo aprobadoramente.- Bien, Amanda, haz lo que puedas yo lo puedo
aguantar si tu puedes.
En un instante trajo el polvo y los vendajes, y vertioó agua en el tazoó n, para cuando ella
termino eó l ya estaba listo para que le curase. Teniendo compasioó n de ella y para evitarle la menor
verguü enza posible el mismo se desabrocho sus calzones y los hizo bajar lo suficiente para que
pudiera acceder a su herida. No se habíóa subido la camisa maó s arriba de su cintura. Amanda
aprecioó la atencioó n que habíóa prestado a su rubor, pero no pudo controlar la nueva ola de rubor
que subioó por su rostro al examinar ese pequenñ o trozo de carne musculosa y peluda e
inequíóvocamente masculina. Le estaba agradecida de que no hiciera ninguó n comentario, aunque eó l
miraba sus mejillas sardoó nicamente. Amanda se forzoó a síó misma en concentrarse en quitarle el
vendaje provisional sin lastimarle. Pero estaba pegado a su piel por la sangre seca, y a pesar de sus
esfuerzos, la frente de eó l estaba perlada de sudor cuando al fin consiguioó quitaó rselo raspando
fuertemente. Vista a luz de la vela en lugar de a la luz de luna, la herida se veíóa peor de lo que
recordaba, estaba en carne viva y sus bordes inflamados duros con restos de sangre seca. La
sangre fresca fluíóa por el lugar donde habíóa arrancado el vendaje, y la carne alrededor de la herida
estaba roja y obviamente muy blanda.
-Esto le puede doler un poco le avisoó cuando humedecioó una parte doblada del vendaje y
comenzoó a limpiar cuidadosamente con agua la sangre seca pegada a la herida. EÉ l no dijo nada,
pero cerroó fuertemente sus ojos al sentir como ella trabajaba. Cuando a final la herida estuvo
limpia, eó l estaba sudando profusamente; Amanda sentíóa el calor huó medo de su piel bajo las puntas
de los dedos y mordioó fuertemente su labio inferior. El estaba sufriendo, y a ella le repugnaba
provocarle sufrimiento. Pero si la herida debíóa cicatrizar correctamente, entonces tenia que
curarse correctamente, asíó es que ella apretoó sus dientes firmemente y raspo fuertemente.
Cuando finalmente la fea herida quedo bien destapada, ella la olioó cautelosamente. Asíó tan
cerca, su piel olíóa a sudor y a hombre, pero no habíóa ninguó n olor enfermizo, ni gangrenoso tal y

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como la Hermana Agnes le habíóa ensenñ ado que provocaba la gangrena. Satisfecha, se apartoó y
rocioó abundantemente la herida con polvo desinfectante. Como ella habíóa esperado, eó l gritoó
agudamente, y sus ojos se abrieron de pronto con un pequenñ o sonido explosivo para mirarla
acusadoramente.
-Eso quema como el diablo.
-Le dije que le podríóa doler dijo enfaó ticamente, presionando un panñ o limpio contra la herida
al mismo tiempo que hablaba.
-Teníóas razoó n, lo ha hecho contestoó por entre sus dientes cerrados, pero cuando ella
comenzoó a envolver maó s vendajes a su alrededor para presionar la herida, sus muó sculos tensos
gradualmente se fueron relajando. Cuando ella termino y aseguro el vendaje con un nudo, eó l de
nuevo estaba respirando normalmente y observaó ndola con ojos especulativos y ligeramente
sonrientes.
-Esto es muy agradable dijo favorablemente como ella se apartoó , habiendo completado la
tarea. Ella le sonrioó , y un destello malvado de luz aparecioó en sus ojos cuando continuo. Si has
terminado con esto, entonces podríóas darme un banñ o.
Los ojos de Amanda ensancharon en su cara, por su horror en la evidente implicacioó n. EÉ l se
rioó ahogadamente, al haber querido provocar esa reaccioó n en ella
-¿Quieres decir que todavíóa tienes escruó pulos virginales?
-Yo ciertamente no voy a banñ arle, si es eso lo que esta usted sugiriendo. Usted no estaó tan
incapacitado.
-Supongo que tendreó que daó rmelo yo mismo dijo tranquilamente, y por el gesto satisfecho
de su boca ella dedujo que eso era lo que eó l tenia decido durante todo el tiempo. Si te dieras la
vuelta. . . EÉ l se estaba sentando y sus lentos y cuidadosos movimientos indicaban que su herida le
atormentaba fuertemente.
-Usted no deberíóa moverse dijo, con ojos preocupados cuando le observoó . Si no se abre la
herida de nuevo, entonces cicatrizaraó sin problemas. No cambiareó el vendaje durante una semana
o asíó, si usted se comporta bien. Pero si comienza a sangrar otra vez. . . Su voz se silencio poco a
poco, pero la implicacioó n era obvia.
-Despues de esto me quedareó quieto como un cadaó ver prometioó . Pero he estado sudando
como un cerdo, y huelo tan mal que me ofendo a míó mismo. EÉ l abrioó los botones de su camisa. Los
ojos de Amanda se ensancharon cuando la camisa se abrioó , revelando un gran pecho de fuertes
muó sculos, -¿Paó same el jaboó n, quieres? EÉ l agregoó despreocupadamente. -Y luego date la vuelta,
Amanda.
Amanda le pasoó el jaboó n, luego obedientemente le dio la espalda. Oyoó la salpicadura de
agua y de reojo le vio levantar un brazo para limpiarse debajo de eó l. Cerroó sus ojos, e
inmediatamente la imagen tentadora de la carne masculina de su pecho cubierto de aó spero vello

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que su camisa abierta habíóa revelado se quedoó impresa detraó s de sus parpados cerrados. ¿Coó mo se
veríóa sin camisa? Se preguntaba. Y, con sus mejillas ruborizadas, inmediatamente descartoó tal
pensamiento. Era inapropiado ser tan curiosa acerca de un hombre. . .
-Oh, le traje algunas ropas limpias dijo recordando. Con los ojos abiertos mientras hablada,
pero cuidadosamente vuelta de espaldas. Si eó l de alguna forma averiguaba su incompresible
curiosidad por su cuerpo desnudo, entonces ella moriríóa de verguü enza.
-¿Me las acercas hasta aquíó? preguntoó . Amanda hizo eso, cuidando de no mirarle. Por el
rabillo del ojo ella obtuvo una visioó n borrosa de sus anchos hombros y doblados, brazos nervudos.
..
-Ahora puedes darte la vuelta, estoy presentable. Amanda oyoó la diversioó n en su voz, y
cuando se dio con vacilacioó n la vuelta la vio tambieó n en sus ojos, aunque no eran crueles. Pero no
le dejaban ninguna duda de que eó l se daba cuenta de su verguü enza y le causaba gracia. Para su
desazoó n ella se sonrojoó furiosamente. EÉ l la observoó con ojos curiosos. Con la camisa limpia y
blanca y con los pantalones negros sueltos que le habíóa traíódo se veíóa menos temible, a pesar de la
barba que cubríóa su cara y de su desarreglado pelo.
-¿Cuaó ntos anñ os tienes, Amanda?
Matt se recostoó en el colchoó n de plumas mientras hablaba, pasando sus brazos por detraó s
de su cabeza y miraó ndola con las cejas levantadas. Amanda era demasiado consciente de su mirada
fija en ella cuando se arrodilloó en el piso de piedra a corta distancia suya Tuvo que obligarse a
mirar a esos sabios ojos.
-Casi dieciocho. Su voz sonoó estrangulada.
-¿Y asustada con ellos, no? EÉ l se rioó , pero el sonido era reconfortante en vez de burloó n. No te
preocupes por eso, Amanda. Pronto creceraó s. Todo lo que necesitas es un poco maó s de experiencia
con los hombres. -¿No tienes padre, o hermanos?
-Mi padre murioó hace cinco anñ os. Tengo un medio hermano, quien heredoó su tíótulo.
-¿Titulo?
Amanda asintioó . Su verguü enza se desvanecioó al explicar.- Mi padre era el quinto duque de
Brookshire. Mi medio hermano es el sexto.
Sus ojos se ampliaron, y sus labios se fruncieron en un silbido silencioso.
-¿Asíó que tu eres 'milady ' verdad? Deberíóas habeó rmelo dicho desde el principio, hubiese
sido maó s educado.
-Usted nunca ha sido educado replicoó , miraó ndole a los ojos sin incomodidad ahora.
-¿No lo he sido? Tendraó s que excusarme porque nunca he conocido antes a una senñ ora con
titulo. En Ameó rica, de donde procedo, no tenemos cosas asíó.

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-¿De queó parte de Ameó rica?
-Nueva Orleaó ns. Estaó en Louisiana, ¿acaso no lo sabes Milady?.
Ella le dirigioó una mirada destinada a darle a entender lo que pensaba del uso burloó n que
hacia de su titulo. -Y Louisiana esta en el Sur, lo seó . No soy ignorante. Y aun si lo fuera, podríóa saber
de donde es usted por la forma en que habla. Esa voz lenta y arrastrada es en síó misma es un. . .
distintivo.
-Sois vosotros los ingleses los que recortan las vocales, milady, oreó eme. Dime algo: -¿Si tu
hermano es un duque, por queó estas encerrada en este lugar de mala muerte? Este no es
exactamente el centro de la alta sociedad inglesa.
-Mi hermano me odia. Amanda tratoó de hacer un chiste con eso, pero ella realmente no
pudo impedir el tono desesperado de verdad que se asomaba a su voz. Las cejas de Matt se
levantaron inquisitivamente.
-¿De verdad, lo hace? El hombre debe estar loco, tu eres la persona mas adorable que he
conocido en toda mi vida.
Amanda le sonrioó . Era bonito que le dijera eso, incluso aunque no lo creyera. Con una
sacudida se percatoó de que muy pocas personas habíóan pensado en ella como una persona
adorable desde que su padre habíóa muerto. . .
-Hablame de ello, Amanda Matt ordenoó suavemente. Amanda le miroó durante un momento,
vacilando. Ocultar sus problemas se habíóa convertido en un haó bito muy arraigado para ella, en
parte porque soó lo se los explicaba a Susan que tenia realmente intereó s en saber de ellos, y en parte
por su orgullo innato. Pero los ojos de Matt eran amables al encontrar los suyos, y repentinamente
se encontroó deseando ardientemente esa bondad. Asíó es que ella se acerco al asesino temible que
la habíóa aterrorizado unas escasas horas antes, y le explicoó todo lo que le habíóa ocurrido despueó s
de la muerte de su padre y el reciente plan de Edward para casarla con Lord Robert Turnbull.
Cuando terminoó estaba sentada en una esquina del colchoó n cerca de su cabeza, y eó l habíóa cogido su
mano con la de el. Teníóa vaga conciencia del calor y fuerza de esa mano grande acunando la suya y
se sentíóa confortada por ello.
-Pobre pequenñ o aó ngel dijo suavemente. Su mano apretada alrededor de la de ella y luego se
la llevo a su boca, presionando sus labios contra su palma antes de soltarla. -¿Y que es lo que
planeas hacer, si puedes evitar casarte con Lord Robert?
Amanda hizo una mueca. Sintiendo un ligero cosquilleo en su mano en el lugar donde eó l la
habíóa besado y presionaó ndola distraíódamente contra su falda. -Ahíó esta la cuestioó n: no lo seó . Mi
padre me dejoó alguó n dinero, pero Edward lo controla hasta que me case, por supuesto con su
consentimiento. Y luego pasaraó directamente a mi marido. Podríóa quedarme aquíó, supongo. Seó que
la Madre Superiora me dejaríóa, pero casi prefiero estar casada con Lord Robert antes que hacerme
monja.

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-¿El menor de dos males? lo dudo. ¿No sabes nada acerca de hombres o del matrimonio,
verdad, Amanda?
-No.
EÉ l negoó con la cabeza. -Debioó hablarte de ello en alguna ocasioó n. Deberíóas saber al menos
en lo que te vas a meter, antes de aceptarlo en tu mente. Amanda. . .
Ella le miroó interrogativamente.
-¿Me puedes pasar esa manta? Tengo fríóo.
Ella vio que eó l comenzaba a temblar otra vez. Todo el tiempo que ella habíóa estado
hablando, eó l habíóa estado expuesto al aire frioó y huó medo sin taparse. Contrita, ella fue buscar la
manta que habíóa traíódo, luego la sacudioó y la echo sobre eó l. EÉ l temblaba en serio cuando ella acaboó .
Se sentoó sin hablar a su lado hasta que los temblores cesaron. Aunque hablar de su situacioó n no la
habíóa cambiado ni un aó pice, se sentíóa mucho mejor, maó s ligera casi, como si una parte de la carga
hubiera pasado de sus fraó giles hombros a sus anchas espaldas.
-Gracias, Matt dijo suavemente cuando sus temblores cesaron. Sus ojos abiertos, la
expresioó n curiosamente ensimismada.
-Hay algo que no me has preguntado dijo abruptamente. Esos ojos plateados bajo las negras
y gruesas cejas casi enviaban una acusacioó n. -Algo que yo creíóa que tu hubieras querido saber
antes que nada.
Amanda lo miroó inexpresivamente.- ¿Queó ?
-¿No quieres saber si yo lo hice?
-¿Hiciste queó ? Amanda, estaba confundida por el cambio imprevisto de tema,
preguntadote momentaó neamente si su mente divagaba otra vez. Se quedoó miraó ndolo fijamente,
con cara de preocupacioó n. EÉ l hizo un sonido enojado que fue casi un siseo.
-Los asesinatos, Amanda. ¿No quieres saber si cometíó los asesinatos?
Amanda se sobresaltoó . Durante la uó ltima hora ella se habíóa olvidado de lo que eó l era, y odioó
que se lo recordara. EÉ l habíóa sido tan amable, tan suave con ella. Le resultaba muy difíócil conciliar
ese lado amable con la faceta de asesino cruel a sangre fríóa que debíóa llevar dentro
-Por favor. . . No me cuente nada sobre eso, Matt. No lo quiero saber. Aun no quiero pensar
en eso. Usted ha sido muy amable conmigo, y nada maó s tiene importancia.
EÉ l clavoó los ojos en ella en silencio durante un momento. A Amanda le sorprendioó ver que
sus ojos comienzan a restallar.
-¿Dios míóo, crees que yo lo hice? Le pregunto furiosamente enderezaó ndose hacia ella.
¿Piensas que realmente asesineó a seis personas – corte las gargantas de una mujer y cuatro ninñ os
– y estaó s sentada aquíó sola conmigo? Y no estas segura de que te deje ir.

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EÉ l estaba tan enojado que Amanda se sobresaltoó y se aparto de el. El movimiento fue
involuntario, pero su expresioó n se torno desagradable cuando el lo observo.
-Un poco tarde para temerme, ¿no es eso, Amanda? ¿Queó puedes hacer si me decido a
matarte a ti tambieó n? Estamos los dos solos – te podríóa estrangular en un instante. EÉ l extendioó las
manos bruscamente para colocarlas en la base de su garganta. Amanda, le miro fijamente a los ojos
con incredulidad y raó pidamente empezoó a tener miedo. EÉ l fue estaba tan cerca y era tan grande. . .
Pero sus manos no la lastimaban, y cuando ella se dio cuenta de eso, todo lo que eó l habíóa dicho
cobroó un claro significado.
-¿Quiere decir – estaó usted dicieó ndome –que usted no matoó a esas personas?
-No, no lo hice grunñ oó , quitando las manos de su cuello pero vieó ndose mas enojado que
nunca. Da la casualidad de que soy tan inocente de ese delito en particular como lo eres tu. Pero tu
no tenias forma de saberlo. Creíó que me ayudabas porque habíóas decidido que era inocente.
¿Excepto que tu no lo habíóas decido, Amanda? Creíóste que era tan culpable como el demonio – y
aquíó estabas totalmente a mi merced. ¿Crees que podríóas detenerme de hacer cualquier cosa que
quisiera? Que puede incluir cometer un nuevo homicidio aunque seguramente no al principio. ¿No
has oíódo hablar en toda tu vida acerca de la violacioó n, Amanda? Sus ojos agrandaron, y sus mejillas
se tinñ eron de un tono rosado profundo cuando el continuo implacable. Creó eme, chica, no es una
experiencia que disfrutaríóas, y a menos que quieras experimentarlo de primera mano, te
aconsejaríóa tomar mas precauciones en escoger a tus marginados. Un corazoó n suave es una cosa,
pero una cabeza entupida es otra.
EÉ l se apoyo de nuevo hacia atraó s en el colchoó n cuando terminoó , pero sus ojos continuaban
miraó ndola furiosamente. Amanda le devolvioó la mirada con indignacioó n.
-¿Ha terminado pronto de estar agradecido por mi ayuda? Afirmoó .-¿Hubiera sido mejor
dejarlo tendido en la playa – o gritar al Sr. Llewellyn cuaó ndo nos dijo que salieó ramos afuera?
Imagino a estas horas ya estaríóa colgado – lo cual podríóa haber sido una maldita buena idea, pero
fui lo bastante entupida para no darme cuenta a tiempo.
Matt clavoó los ojos en ella, su expresioó n enojada cambiando a una de sorpresa, y luego
emergiendo diversioó n, como si la hubiera hecho morder alguó n anzuelo.
-No maldigas Amanda, la reprendioó , con sus ojos chispeantes al ver que su temperamento
fogoso emergíóa ala superficie. No es femenino.
-Maldecireó si quiero hacerlo le contesto, ponieó ndose raó pidamente en pie antes de eó l pudiera
sacar una mano para sujetarla. Y como se que usted no es un asesino, hay no hay ninguna maldita
cosa que usted pueda hacer para detenerme.
Y con esa ultima aseveracioó n y una mirada aniquiladora se dirigioó raó pidamente hacia el
pasadizo.

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-¿Vaya, vaya, milady, doó nde estaó n tus modales? ¿No vas a darme las buenas noches? EÉ l le
hablo a su figura que se movíóa hacia la salida, y era obvio en su tono que su coó lera habíóa devuelto
su buen humor. Mirando hacia el escotilloó n de salida, Amanda se estremecioó con furia por la risa
de su voz. Despueó s de sus palabras de ingratitud, ser parte de su diversioó n era el colmo de lo que
podíóa soportar.

Capíótulo siete

El díóa siguiente, como el anterior, fueron muy largos para Matt. Solo en la quietud resonante
de la caverna, deó bil y temeroso de aventurarse afuera a la playa, eó l se ocupaba de recuperar sus
fuerzas – y pensaba en la chica que habíóa salvado su vida. La primera parte era medianamente
faó cil, sin embargo dolorosa y ardua. Se forzaba a síó mismo en caminar un trecho largo de la
caverna, repetidas veces, hasta que quedaba exhausto, pero sus muó sculos se estaban volviendo
maó s fuertes. Finalmente eó l caíóa cansado sobre el colchoó n, tomando un trago de la botella de agua
que Amanda le habíóa traíódo. Tenia hambre –siempre le parecíóa tener hambre uó ltimamente – pero
eso no le molestaba particularmente. El hambre habíóa sido una companñ era casi constante durante
meses; estaba acostumbrado a ello. Los pensamientos de Amanda que tenia y que no podíóa
controlar, eran mas problemaó ticos que el roer de su estomago.
Era bella. EÉ l habíóa conocido – en todo el sentido de la palabra – a muchas mujeres durante
todos estos anñ os, pero Amanda se las habíóa arreglado para captar sus pensamientos hasta un
punto, que anteriormente le hubiera parecido imposible. Su imaginacioó n se demoraba en la belleza
de sus rasgos: los ojos grandes, de negras pestanñ as que parecíóan un par de amatistas brillantes en
contra de la textura de magnolia de su piel, la líónea todavíóa de ninñ a de sus mejillas, su nariz
pequenñ a, derecha y los labios rosados – el simpaó tico rictus de sus labios. Unos labios que pedíóan a
gritos ser besados. . . Su tierna plenitud le fascinaba casi maó s que el color glorioso de su pelo. Antes
de que eó l hubiera visto la melena de color rubíó de Amanda, habríóa jurado que prefirioó a las
mujeres con pelo oscuro como el suyo. Pero las hebras de pelo rojo de Amanda, que brillaban como
seda y oro le atraíóan como a una polilla la llama. El llevarlo recogido en la coronilla con las trenzas
enroscadas como una corona no habíóa reducido la compulsioó n casi irresistible que sentíóa por
enterrar su cara en el, para ver si podíóa ser tan suave como sus dedos lo recordaban. . .
Sus pensamientos vagaron por sus formas curvadas y tentadoras. Era delgada como lo es
una jovencita, pero habíóa un indicio de plenitud en sus pechos, que habla de la mujer tentadora en

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la que podríóa llegar a convertirse un DIA. Sus pechos seríóan suaves al tacto, como su pelo. . . EÉ l
sintioó que sus caderas comenzaban a calentarse. Molesto por ello, apartoó su mente de los deleites
de su cuerpo. Era muy joven y muy vulnerable, aunque a ella no le parecíóa darse cuenta de eso, y eó l
no la recompensaríóa por sus cuidados corriendo detraó s de ella como un perro tras de un conejo.
Sentíóa un curioso deseo de protegerla, lo habíóa sentido desde que abrioó sus ojos en la playa para
encontrar el semblante asustado de ella. El proteccionismo no era algo que eó l normalmente sentíóa
hacia las mujeres; El deseo, síó, la atraccioó n, algunas veces, pero no este deseo abrumador de
interponerse entre ella y cualquier cosa que la pudiera amenazar, incluyendo sus bajos instintos.
Supuso que podíóa atribuirlo a su gratitud hacia ella – no demasiada gente se habríóa puesto en
peligro por un maleó volo desconocido como ella lo habíóa hecho – o incluso al instintivo
reconocimiento de su bondad innata que trascendíóa a su belleza fíósica y que la situaba fuera de su
alcance.
EÉ l la deseaba, por supuesto. Tendríóa que ser un eunuco para no hacerlo. Su feminidad en
ciernes le seducíóa mientras que los encantos maó s exuberantes de miembros maó s experimentados
de su sexo lo habíóan comenzado a empalagar. Seríóa agradable ensenñ arle lo que era ser mujer. . .
Pero la brillante inocencia que se reflejaba en sus ojos le deteníóa fríóamente. No importaba en lo
que se habíóa podido llegar a convertir, no era un bellaco tan grande.
El problema era, se dijo a síó mismo, que eó l no habíóa tenido a una mujer en casi seis meses.
No desde que dos noches despueó s le hubieran arrestado. . . Para eó l era casi increíóble, ya que, desde
la tierna edad de catorce anñ os en que una amiga de su madre le habíóa iniciado en las artes
amatorias en ninguó n momento habíóa permanecido ceó libe. Ciertamente eso intensificaba su intereó s
natural en una joven indiscutiblemente preciosa con ese deseo caliente que rugíóa en sus entranñ as
como una rata muerta de hambre.
Para apartar sus pensamientos fuera de la tumescencia creciente entre sus piernas, Matt se
puso de pie y comenzoó a caminar con pasos largos y despaciosos desasosegadamente de un lado a
otro. Se sobresaltaba cuando cada movimiento de su pierna herida enviaba un dolor afilado como
un cuchillo bajando en picada a traveó s de su cuerpo, pero eó l perseveraba. Cuando el excesivo
cansancio otra vez le obligo a caer de nuevo sobre el colchoó n, sus pensamientos ya no estaban
centrados en la joven y síó en el dolor. . .
Despueó s de haber descansado durante un rato, el dolor amainoó y la cara de Amanda y su
forma regresaron para atormentarlo a pesar de sus mejores intenciones. Como autodefensa, Matt
finalmente se decidioó a afeitarse. Casi no tenia valor para raspar con un cuchillo su cara con una
barba crecida de mas de cuatro meses, pero el frioó y el dolor deberíóan ser una experiencia lo
suficiente desagradable para conservar sus pensamientos donde debíóan estar se dijo a síó mismo.
Cogiendo el cuchillo, hizo una mueca por su rusticidad y procedioó a afilarlo con una piedra como
mejor pudo. Cuaó ndo el cuchillo estuvo afilado tanto como pudo conseguir, encontroó el espejo
pequenñ o, picado en rodajas que Amanda le habíóa traíódo y le habíóa dejado en un saliente de la
pared. Luego situoó la vela estrateó gicamente, vertioó un poco de agua en el tazoó n, se desnudo hasta la

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cintura, y empezoó a afeitarse. Mientras pasaba el cuchillo por diversas direcciones, hizo una mueca
al rozar las marcas de unñ as que Amanda le habíóa dejado en su piel. Se desvanecíóan, pero todavíóa
parecíóa como si hubiera luchado con un gato monteó s, lo cual era una buena analogíóa. . . Al mismo
tiempo que hacia la uó ltima pasada con la cuchilla por su garganta, sobresaltaó ndose por la
abrasividad del cuchillo, oyoó el chasquido suave de faldas andando por el pasadizo. Amanda. EÉ l
reconoceríóa ese sonido en un hueco oscuro de la China.
Vestida con otro de sus severos vestidos grises, no faltaríóa maó s, por extranñ o que pareciera,
eran un perfecto contraste con su brillante pelo, Amanda llevaba varios artíóculos, incluyendo una
sopera llena de sopa caliente. Toda su atencioó n puesta en no dejar caer nada en la cueva. En
consecuencia, ella no miroó hacia arriba inmediatamente, no hasta despueó s de haber depositado
con seguridad la sopera en el suelo. Y los otros artíóculos, entonces exhaloó un suspiro de alivio y
miro alrededor buscando a Matt.
-Le he traíódo algo caliente comenzoó , sonrieó ndole. EÉ l estaba de rodillas cuando ella entroó ;
Ahora eó l se habíóa puesto en pie, caminando hacia ella, Amanda sintioó que sus malditas mejillas se
ruborizaban cuando vio que eó l estaba desnudo de cintura para arriba. Precipitadamente evito fijar
su mirada en el, reteniendo soó lo una impresioó n fugaz de su pecho cubierto de pelo negro y sus
anchos hombros. Sus ojos ascendieron hasta su cara – y su boca se quedo abierta por la sorpresa.
EÉ l era guapo, descubrioó con una sacudida, maó s que guapo, de hecho. Sin la barba negra que
habíóa oscurecido la firmeza de su mandíóbula y su boca bellamente moldeada, eó l se veíóa
maravilloso. Su pelo negro era todavíóa demasiado largo y desarreglado, pero su ondulado espesor
enmarcaba un rostro que Dios habíóa debido de haber disenñ ado expresamente para agradar a las
hembras de su especie. Los ojos grises como la plata bajo las gruesas cejas negras, la nariz recta,
casi aquilina, los poó mulos altos, planos, en exquisita simetríóa con las líóneas recieó n reveladas de
mejilla, mandíóbula y barbilla. Una barbilla que era cuadrada, con un cierto aire de obstinacioó n. Una
barbilla que se suavizada levemente por el hoyuelo que se formaba en su centro. Cuando sus ojos
aturdidos se alzaron para contemplar su rostro, intentando conciliar la imagen del anterior
asesino, descubrioó otra cosa: eó l era joven; mucho maó s joven de lo que habíóa supuesto.
-Te entraran moscas en la boca si no la cierras dijo, bromeando cuando su pulgar tiro de la
barbilla para cerrar su boca. Amanda continuoó clavando los ojos en eó l, sin sonrojarse, tan intensa
era su sorpresa.
-¿Queó edad tiene Usted? Pronuncioó con voz entrecortada las primeras palabras coherentes
que surgieron de su cerebro. EÉ l sonrioó abiertamente, y levanto una de sus cejas
interrogativamente. Ella habíóa visto esa expresioó n en su cara antes – su burla era algo con lo que
ella se estaba familiarizando – pero ahora la sonrisa deshonesta tenia un encanto que casi le hizo
abrir su boca de nuevo. Justo a tiempo se controlo y conservo su boca cerrada.
-Treinta y tres contestoó , observaó ndola con un destello de diversioó n malvada en sus ojos.
¿Por queó , queó tan viejo creíóas que era?

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-Yo no lo sabia. Amanda se tropezoó con su lengua. Intentado apartar sus ojos del esplendor
abrumador de su cara. La proximidad de su pecho desnudo decrecioó en importancia en la futilidad
del contraste. Creíó que unos cuarenta, o un poco maó s ella agregoó deó bilmente.
-No tantos, aunque con treinta y tres te debo parecer casi un viejo contestoó , y para su alivio
apartoó sus ojos de su cara para mirar con intereó s la sopera llena de vapor cerca de sus pies. -Eso
tiene buena pinta. ¿Queó es?
-Sopa de patatas contestoó automaó ticamente, todavíóa incapaz para mirar a cualquier sitio
que no fuera su cara. Aun ahora cuando estaba medio desviada de ella le parecíóa devastadora. -Me
ofrecíó como voluntaria para llevar lo que quedoó de la cena a los Morells. La Senñ ora Morell ha dado
a luz a su octavo hijo, y la Hermana Patrick pensoó que apreciaríóa la sopa. Cosa que hizo, aunque
antes deje un poco para usted. . . La voz de Amanda se desvanecioó cuando se dio cuenta de que
divagaba. Repentinamente molesta consigo misma, se reprendioó . ¿Asíó que eó l era guapo, y no tan
viejo, bien se dijo a síó misma, queó maó s daba? Era el mismo hombre que habíóa rescatado y que
comenzada a apreciar casi como a un amigo. Para su alivio eó l no parecíóa del todo interesado en sus
reacciones ante el cambio en su apariencia. En lugar de eso, toda su atencioó n estaba enfocada en la
sopa. ¡Agradezco que su primera preocupacioó n sea su estoó mago! Con suerte, eó l aun no habíóa
notado como ella hacia el tonto.
-Sera mejor que se la coma mientras todavíóa esta caliente dijo, recobrando la compostura.
Para su alivio su voz sonoó casi con normalidad. -Tambieó n hay pan cocido fresco, y mantequilla.
-Suena maravilloso. EÉ l se sentoó , recogiendo la sopera por su agarradera y cogiendo el pan
tierno con su otra mano, luego arrastro su botíón hacia la roca cuya parte superior plana le servia
de mesa. Cogioó una cuchara y un cuchillo de los utensilios que ella le habíóa traíódo la noche
anterior, y se sentoó con las piernas cruzadas sobre el suelo y comenzando a comer con gusto. Al
cabo de pocos minutos se detuvo cohibido y senñ alando la comida dijo -¿Tomaraó s algo?
-¿Queó ? Amanda todavíóa estaba en estado de shok. -Oh. . . No, gracias. Ya he cenado.
-Mas parte para míó, entonces. Sonrioó abiertamente con avaricia imperturbable. Amanda
todavíóa se enfrentaba a la atraccioó n deslumbrante de esa sonrisa abierta, que ahora no ocultaba su
barba, cuaó ndo eó l volvioó su atencioó n a su comida. Paso un tiempo antes de que eó l hablase otra vez.
-¿Todavíóa enojada conmigo? Pregunto casualmente, apenas mirando hacia arriba hacia ella
mientras untaba con mantequilla un trozo de pan con placer amortiguado.
Amanda se aparto con miedo. Le costoó un momento recordar que habíóa estado furiosa con
eó l cuando se habíóa ido enfadada la noche antes.
-No. Sacudioó la cabeza, sonriendo deó bilmente.- Se me pasan los enfados casi tan raó pido
como me enojo.

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EÉ l parecíóa reflexionar, o todo lo reflexivo que pudiera verse mientras cortaba un trozo de
pan. Debíóa haberse acabado la sopa, porque buscaba en la sopera con una expresioó n deó bilmente
arrepentida y aparto su cuchara.
-¿Ya no te doy miedo? La miroó de nuevo, tragando el uó ltimo trozo de pan, sus ojos
repentinamente agudos.
-Claro que no Amanda contestoó , luego se preguntoó si era sincera. Oh, a ella ya no le daba
miedo eó l fíósicamente – es decir que eó l le hiciera danñ o – pero sin su barba eó l le parecíóa de repente
un desconocido. Un desconocido muy guapo.
-¿Entonces por queó te quedas tan lejos? No muerdo – al menos, no si tu me alimentas. Lo
dijo con una pequenñ a sonrisa. Amanda se percatoó con verguü enza que ella habíóa estado parada en el
mismo lugar desde que habíóa entrado. Ella camino tropezando, giraó ndose, llegando al lugar en que
tenia el polvo desinfectante y los vendajes. Recordoó sus dedos rozando la pared dura de su
abdomen – el abdomen de un hombre joven e incuestionablemente viril – y su sonrojo se hizo maó s
profundo.
-¿Te hago pasar verguü enza? EÉ l continuoó suavemente. -¿Te pasaríóa si me abrochara la
camisa?
Amanda volvioó a mirarle. Todavíóa estaba sentado con las piernas cruzadas sobre el suelo,
sus ojos agudizados mientras la miraba atentamente. A decir verdad, ella casi habíóa olvidado la
desnudez de su pecho. Tanta carne masculina era apabullante, era cierto, pero era tal su estado de
agitacioó n que apenas se habíóa dado cuenta de eso. Ahora lo hizo, sus ojos absorbieron los hombros
anchos y el pecho amplio, los nervudos muó sculos duros y planos, que se veíóan diluidos y borrosos
por un revestimiento suave de pelo negro. Era una visioó n impactante para ella, ciertamente, pero
no la razoó n de su extranñ o comportamiento. . .
-Síó, por favor dijo, esperando que eó l creyese que era el que estuviera sin camisa lo que le
habíóa causado tal estado de confusioó n. Su verguü enza aumentaríóa doblemente si eó l se diera cuenta
de que era la belleza masculina de su cara lo que la habíóa confundido.
EÉ l negoó con la cabeza, ponieó ndose de pie con solo movimiento y tratando de alcanzar su
camisa, que estaba colgada del saliente rocoso que tambieó n sujetaba el espejo.
-Vas a tener que aprender a controlarte, Amanda. EÉ l estaba bromeando; lo podíóa reconocer
por su tono.- No puedes seguir sonrojaó ndote como una cereza cada vez que algo te hace sentir
verguü enza. EÉ l estaba sujetando su camisa en su mano, sonrieó ndole malvadamente mientras
hablaba.
Amanda se encrespoó . -No lo hago. . . comenzoó , para dejar las palabras sin acabar cuando el
se volvioó de espaldas para ponerse su camisa. Era la primera vez que ella veíóa su espalda desnuda.
Se quedo congelada, con la mirada fija, su mano volando hacia su boca. La suave carne ondeante de
sus hombros estaba cruzada por una red de cicatrices curadas.

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-Matt – su espalda ella se quedoó sin aliento. Matt se dio la vuelta miraó ndola, sus frente se
fruncida por encima de sus ojos. Su camisa colgaba flojamente de sus hombros, todavíóa dejando al
descubierto una parte considerable de pecho. -¿Dios míóo, que le ocurrioó a su espalda?
-Me olvideó de eso dijo despueó s de un momento, con voz brusca. -Lo siento, Amanda. Nunca
te habríóa dejado verlo si lo hubiese recordado.
-¿Queó diferencia hay en que yo lo vea? Preguntoó impacientemente, acercaó ndose a eó l
mientras hablaba. -Se ve tan doloroso. ¿Queó le pasoó ?
EÉ l sonrioó , una sonrisa torcida, arrepentida en sus labios. Sus manos volaron hacia eó l
automaó ticamente, tan automaó ticamente como eó l las atrapoó , dejando solo un pequenñ o espacio
entre ellos. -Se suele azotar a los prisioneros – especialmente a uno condenado, explicoó , mirando
hacia su cara. -Desafortunadamente no hicieron ninguna excepcioó n conmigo.
-Oh, Matt. La garganta de Amanda se cerroó con profundo horror. EÉ l habíóa sido azotado,
golpeado de un modo que la habríóa enfermado y la habríóa enfurecido si se hubiera cometido sobre
un animal. ¡Coó mo debioó de haberle dolido! Las laó grimas fluyeron por sus ojos. -Matt.
-Dios míóo, ¿no vas a llorar por ello? No es tan malo como parece, lo prometo – y no es la
primera vez que he sido azotado. Los amantes de mi madre solíóan reganñ arme duramente cuando
crecíóa. Decíóan que era bueno para mi caraó cter – y sin duda lo fue. EÉ l sonrioó , obviamente esperando
aliviar el desasosiego de Amanda con humor. Ella amablemente tratoó de sonreíór, pero el esfuerzo
fue inuó til. Desmentido por una laó grima grande, percibida a la deó bil y dorada luz de la vela, que se
resbalaba por la esquina de un ojo violeta de gruesas pestanñ as para atravesar un camino brillante
sobre la curva paó lida de su mejilla.
-Oh, por el amor de Dios, Amanda, eres demasiado sensible para tu bien. La voz de Matt era
casi un grunñ ido cuando extendioó la mano para secar suavemente la laó grima con su dedo íóndice. La
cual fue inmediatamente seguida por otra. Viendo a eso, Matt gimioó y la atrajo contra de eó l,
pasaó ndole un brazo alrededor de su cintura mientras con la otra mano acunaba su cabeza.
Amanda hundioó su rostro en el suave vello de su pecho, abrazaó ndose a su cintura para poder
arrimarse mas a el. EÉ l se sentíóa caliente contra ella, caliente, fuerte y soó lido. En sus brazos ella se
sentíóa segura. . . Ella pensoó otra vez en el horror de los abusos de los que su espalda era un
testamento silencioso y a pesar de que intento detenerlas, las laó grimas asomaban gruesas y
raó pidas a sus ojos.
-No llores, Amanda. Su voz era deó bilmente aó spera.-'No merezco ni una de tus laó grimas. Por
favor no llores.
Perversamente esto soó lo la hizo llorar aun maó s. Matt juroó por lo bajo, acunaó ndola mas cerca,
doblando su cabeza a fin de que su cara descansara sobre su corona suave de trenzas. Amanda
sollozoó contra de su pecho, con los ojos cerrados, sus brazos apretados alrededor de su cintura.
Casi inconscientemente registroó el sabor salado de su piel huó medo por sus laó grimas, el olor
caliente, deó bilmente almizclenñ o de eó l. . .

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-Ahora claó mate, Amanda se quejo contra su pelo.- No puedo soportar ver llorar a una mujer
– me hace llorar a mi tambieó n. ¿No quieres que esto ocurra, verdad?
La imagen que sus palabras evocaron – esa cara completamente masculina banñ ada en
lagrimas – era tan ridíócula que acabo a pesar suyo, riendo nerviosamente El sonido emergioó
medio estrangulado, pero Matt aparentemente no tuvo problema en interpretaó ndolo
correctamente.
-Esa es mi chica. Las palabras salieron amortiguadas a medias porque eó l hablaba contra su
pelo. -Te ruego seques tus ojos, Amanda. Si no lo haces, corremos el riesgo de causar una
inundacioó n que nos llene la cueva.
EÉ l puso un poco de distancia entre ellos al hablar. Su mano todavíóa sujeta holgadamente en
su cintura mientras su otra mano subíóa hasta su rostro para secar sus mejillas amablemente con la
esquina de su camisa. Los brazos de Amanda se soltaron de su cintura; sus manos se apoyaron
inconscientemente en su pecho desnudo. Cuando sus mejillas estuvieron lo suficientemente secas,
dejoó el faldoó n de su camisa en su lugar y luego la agarro por la barbilla. Inclinando su cara para
poder verla bien, eó l la miraba con una preocupada e interrogante expresioó n.
-¿Estas mejor ahora? le preguntoó . Amanda asintioó , luego sorbioó por la nariz, con un
pequenñ o sonido. Los ojos de Matt estaban fijos en su cara, y una esquina de su boca se curvaba
hacia arriba. Los ojos de Amanda estaban todavíóa huó medos por las laó grimas cuando encontraron
los suyos, pero ella le sonrioó . Una dolorosa sonrisa dulce que a Matt le llego al corazoó n.
-Lo siento murmuroó .
-No lo sientas. Su voz era ronca, y sus ojos suaves al mirar su rostro. No creo que nadie en
toda mi vida se haya preocupado antes por mi. Eso me gusta mucho.
Amanda se le quedo mirando sin palabras cuando el con su dedo inclinoó su barbilla aun
maó s, y dobloó su oscura cabeza para depositar un dulce y suave beso en su boca.
El roce de sus labios, tuvo un extranñ o efecto en ella. Se sintioó mareada, y sus manos pasaron
automaó ticamente de su pecho a sus hombros para sujetarse. La sensacioó n de sus labios, firmes y
calidos sobre los de ella, la suavidad del vello de su pecho bajo sus dedos y la combinacioó n de
fuerza y suavidad de la piel de sus hombros bajo sus palmas extendidas le provoco un exquisito
temblor en su cuerpo. Ella contuvo el aliento, con una profunda inspiracioó n; Matt ya se habíóa
apartado cuando noto que los labios de ella se movíóan deó bilmente bajo los suyos. Amanda sintioó
como el se apartaba, sintioó el momento en el cual se detuvo, quieto como una estatua durante un
instante, en el que se oscurecieron sus ojos al encontrar los suyos. Luego contuvo el aliento, igual
que ella habíóa hecho pero maó s ferozmente; cerroó sus ojos, y se doblo de nuevo sobre ella, posando
su boca en la de ella, pero esta vez de forma maó s fuerte, y maó s apasionada.
Ella nunca habíóa pensado que los hombres besaran asíó. Ese fue el uó ltimo pensamiento de
Amanda antes de que sus brazos se cinñ eran a su alrededor, apretaó ndola contra eó l hasta que

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parecioó que sus cuerpos se fundiríóan en uno solo. Su boca se movíóa contra la de ella, su lengua era
huó meda y urgente cuando se deslizo entre sus labios todavíóa abiertos. Se detuvo en la barrera de
sus pequenñ os dientes blancos, saboreando la carne interior de su labio inferior antes de atraparla
en su boca y mordisquearla de forma que le causaba placer y dolor al mismo tiempo. Amanda
abrioó su boca para decirle algo, cualquier cosa, pero antes de que las palabras pudieran salir de su
boca, su lengua se deslizoó entre sus dientes para explorar la dulzura caliente, huó meda de dentro.
Amanda sintioó que sus rodillas se debilitan y el mundo parecíóa que daba vueltas y sus manos
instintivamente rodearon su cuello para sujetarse a eó l mientras cerraba los ojos.
EÉ l la estaba sujetando fuertemente con un brazo contra el, mientras que con el otro
acariciaba impacientemente el arco de su espalda, la estaba besaó ndola tan codiciosamente como
antes eó l habíóa devorado su comida. Amanda se aferraba fuertemente a su cuello, su cuerpo entre
sus brazos, pensando que si eó l la soltaba, se caeríóa al suelo porque sus rodillas parecíóan como de
mantequilla derretida y eran incapaces de soportarla si eó l terminaba con su beso.
Su lengua tocoó la de ella, acariciaó ndola, rogando. Sin saber exactamente lo que eó l queríóa de
ella, Amanda le volvioó la caricia. Junto a su pecho ella pudo sentir el fuerte retumbar de su corazoó n.
EÉ l dibujoó su boca con su lengua, dejaó ndole que lo saboreara. Su boca era huó meda y almizclenñ a con
una dulce suavidad. . . Tíómidamente al principio, luego con mayor atrevimiento, Amanda hizo un
reconocimiento de su interior, frotando su lengua al pasar por entre sus dientes. Sintioó que el
corazoó n de el se aceleraba hasta parecer que hubiera corrido una larga carrera. EÉ l se estremecíóa
contra ella, y para su sorpresa Amanda noto que temblaba de pies a cabeza como cuando tuvo
tanta fiebre Apenas teníóa conciencia de que sus brazos la cenñ íóan fuertemente, tan atrapada como
estaba en las increíóbles sensaciones que su boca despertaba en ella. Cuando su mano se cerroó
alrededor de su pecho, sintioó como una llamarada que la recorrioó hasta la punta de sus pies. Ella
se quedo ríógida, y sus ojos se abrieron repentinamente. EÉ l continuaba besaó ndola, y temblando, su
rostro tan cerca que podíóa ver cada uno de los poros de su piel. Sus ojos estaban fuertemente
cerrados; sus pestanñ as brillaban contra sus mejillas extranñ amente ruborizadas. . . Su mano apretoó
suavemente su pecho, su pulgar rozando contra sus sensibles pezones Amanda nunca hubiera
creíódo que podríóa sentir eso. Notoó un dolor indefinido en la profundidad de su cuerpo, un raó pido
calentamiento de su sangre que la hizo sentirse como si ardiera en llamas. Entonces su pulgar
repitioó de nuevo el movimiento acariciante. Los brazos de Amanda rodearon mas fuertemente su
cuello, sus unñ as se clavaron en su nuca. Sus pestanñ as, extranñ amente pesadas, cerraban sus ojos.

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Capíótulo ocho

Matt finalizoó el beso. No antes de que Amanda se hubiera relajado completamente contra eó l,
capitulando sin palabras ante cualquier cosa que el quisiera hacerle, el mascullo una maldicioó n al
apartar con fuerza su boca de la de ella. Su mano todavíóa apretaba su pecho cuando la apartoó
raó pidamente, dejando a Amanda un raro sentimiento de perdida al abrir sus ojos para ver un brillo
de descontento en esos ojos plateados al mirar su rostro.
-¿Matt? Susurroó , inconscientemente aferrada a el. Sus ojos resplandecieron cuando los fijo
en su boca, y luego la aparto con fuerza de eó l, con sus manos apretando fuertemente su cintura
mantenieó ndola a una prudente distancia.
-Por amor de Dios, Amanda, no hagas eso dijo severamente. Un muó sculo movieó ndose
convulsivamente en su mandíóbula. Amanda se quedoó miraó ndolo fijamente, sus ojos aturdidos con
una pasioó n que ella apenas podíóa reconocer. Se sentíóa completamente diferente a la chica que
habíóa sido unos minutos antes. Era imposible que eó l no sintiera lo mismo. Pero eó l la estaba
mirando con unos ojos que ahora eran tan duros como aó gatas, al igual que su voz, cuando repitioó
su nombre de nuevo.
Amanda se sonrojoó . Repentinamente se dio cuenta de que estaba pegada a eó l como una
lapa, sus ojos nublados por la pasioó n y su boca suave, temblando por sus besos. Sus unñ as clavadas
en la piel de su nuca; cuando se dio cuenta de ello su rubor se intensifico hasta alcanzar un color
escarlata profundo, sus brazos cayeron instantaó neamente a los lados. Sus ojos se cerraron,
tambieó n, y se habríóa apartado con fuerza de eó l si sus dedos no hubieran estado todavíóa
fuertemente apretados en su cintura rehusaó ndose a dejarla ir.
- Se supone que deberíóas abofetearme, no estallar en llamas entre mis brazos. El toque
humoríóstico en su voz todavíóa rasposa por la pasioó n fue la gota que colmo el vaso. ¿Se estaba
riendo de ella? Su fuerte temperamento de pelirroja, se manifestoó inmediatamente. Con ojos
relampagueantes, echo hacia atraó s su mano y le abofeteo cruzaó ndole la mejilla con toda su fuerza.
Su cabeza se mecioó hacia atraó s por la fuerza de la bofetada. EÉ l se llevo una mano hacia su mejilla
golpeada soltando su cintura y recobrando el equilibrio para mirarla con asombro.

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-¿Satisfecho? Casi se le enredaban las palabras, su boca tensa y sus ojos resplandeciendo
furiosamente. Aumentando su furia al ver que el no hacia caso de su afrenta y empezaba a
mostrarse divertido.
-No te atrevas a reíórte de míó. Llena de furia al sentirse humillada, alzo otra vez la mano para
abofetearlo de nuevo.
-Quieta. EÉ l la atrapo, agachaó ndose para esquivar el golpe y cocieó ndola por su cintura y
sujetaó ndole sus brazos entre los suyos duros. Sus brazos estaban atrapados a los lados por lo cual
solo podíóa retorcerse y clavarle furiosas miradas.
-Para ser una chica tan pequenñ a, tienes un golpe contundente. sonrioó abiertamente
mientras se acariciaba su mejilla.-Para de retorcerte, Amanda. Soó lo estaba bromeando.
-Sueltame. Las palabras fueron expresadas con tal amenaza mortíófera que la sonrisa abierta
de Matt ensanchoó . -Deó jame ir, eres un . . . Amanda no podríóa encontrar palabras lo suficiente
fuertes.
-Modera tu temperamento. Matt ahora se reíóa abiertamente. Amanda se retorcioó tan
fuertemente en su prisioó n que tuvo que usar su otro brazo para alzarla. Enfurecida por la
superioridad fíósica que le permitíóa controlarla con tanta facilidad, Amanda maldecíóa con ferocidad
cuando eó l se sentoó en una roca, depositaó ndola de nuevo sobre sus pies. Su espalda estaba contra eó l
cuando se la acerco y situoó entre sus piernas abiertas, sus brazos apretados a sus lados.
-Sueltame exploto de nuevo, con furia. Por la forma en que eó l la sujetaba, no tenia
esperanzas de escapatoria.
-No hasta que te calmes Y me escuches le susurro en su oreja. Ella se sobresaltoó al percibir
el aliento calido contra su piel -¿Me estas escuchando?
Al no contestarle, sus brazos siguieron cinñ endo fuertemente su cuerpo. La percepcioó n de su
cuerpo grande excitado tan íóntimamente pegado a su espalda evocaba sensaciones que ni la coó lera
podíóa apagar.
-¿Amanda?
Derrotada, asintioó bruscamente. La explosioó n inicial de su temperamento se estaba
apagando, dejando de nuevo prevalecer la verguü enza, que habíóa sido la causante.
-No me estaba riendo de ti, Amanda. La voz con su suave pronunciacioó n arrastrada era maó s
lenta de lo que nunca hubiera oíódo. -Me reíóa de míó mismo. Nunca tuve la intencioó n de besarte – he
estado luchando con el deseo de hacerlo desde que me desperteó y te encontreó agachada a mi lado
en la playa-. Pero parecíóas tan triste hace un momento y tan dulce, que derrotaste toda mi buena
voluntad.
-Lo siento si te hice pasar verguü enza dijo Amanda ríógidamente, sintiendo su cara ardiendo
en llamaradas. Era muy consciente de la percepcioó n de su cuerpo grande a su alrededor mientras

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la sujetaba contra eó l. Sus brazos eran como barras de hierro constrinñ endo los suyos y apretando su
cintura, y podríóa sentir el calor que irradiaba su pecho desnudo a traveó s de su vestido en la piel de
su espalda. Sus muslos eran duros al trabar sus piernas y apretaba su cabeza bajo su barbilla. Ella
no podíóa moverse de ninguna manera.
EÉ l la sacudioó levemente.- Querida, no me escuchas. No me has avergonzado. Me has excitado
– muy locamente-. Te deseaba, Amanda, del modo en que un hombre desea a una mujer, y
probablemente eres todavíóa demasiado joven para comprenderlo. Tuve que obligarme a dejarte. Si
no lo hubiera hecho. . . Soy muchas cosas, Amanda, y la mayoríóa de ellas no particularmente
buenas, pero uno de mis limites es no seducir a jovencitas virginales con las que estoy encarinñ ado.
Amanda permanecioó silenciosa.
-Has dicho. . . ¿Queó te gusto, Matt? le pregunto en un susurro. Los brazos de eó l le apretaban
la cintura en un abrazo raó pido.
-Eres muy tierna dijo con voz ronca contra de su oreja. Eres la cosa maó s dulce que he visto
en toda mi vida, y quiero conservarte de ese modo. Si te hubiera seguido besando, entonces
Amanda, besarte no habríóa sido suficiente. Soy un hombre, no un ninñ o, y mientras la accioó n de
besar puede emocionarte hasta tus pequenñ os y rosados dedos de los pies, en míó, agudiza mi
apetito por el plato principal. Y tuó no quieres que te coma, Amanda. Te probaríóa tal como he hecho
con docenas de mujeres antes que tuó y luego seguiríóa mi camino. Pero tuó te quedaríóas con el
corazoó n destrozado. Porque no creo que puedas entregar tu cuerpo sin entregar tu corazoó n,
Amanda, y tuó no quieres entregaó rmelo. Lo romperíóa, carinñ o, y esa es la verdad.
Amanda sintioó sus mejillas arder cuando sus palabras penetraron en su mente. No
importaba como se lo decíóa, sino que la advertíóa de que no debíóa enamorarse de eó l. ¡Que engreíódo
era! Con esa cara, sin duda eó l habíóa tenido a muchas mujeres desmayaó ndose a sus pies. Y creíóa que
ella se iba a unir al grupo. Cuando las ranas criaran pelos, se dijo a síó misma con rigidez.
-Por favor, sueó ltame. Tengo que regresar antes de que la Hermana Patrick envíóe a alguien a
buscarme. He estado fuera durante mucho rato. Su voz era cuidadosamente neutra. Sabia que sus
mejillas debíóan estar tenñ idas con un intenso rubor, pero esperaba que el no lo notara al estar
sentado detraó s de ella. No estaban rojas de verguü enza, sino porque estaba enojada.
-Maldita sea, Amanda, te cuento todo esto por tu bien. No creas que no quiero besarte, ni
hacer el amor contigo. Eres una muchacha bella, y tengo todos los instintos normales de cualquier
hombre. Excepto que no quiero aprovecharme de tu inocencia. Creó eme, te podríóa hacer desearme
tanto que no te importaríóa nada de lo que ocurriese hasta que todo terminara. Luego te
arrepentiríóas, pero seríóa muy tarde. Solo se es virgen una vez, carinñ o. No hay ninguna prisa en
perderla.
¿Tienes un alto concepto de ti mismo, verdad? Su voz sonaba ríógida por la furia. Impaciente
por desembarazarse de sus brazos, se revolvioó violentamente. Para su sorpresa eó l la soltoó
inmediatamente. Y no tuvo ninguna duda de que pudo escapar porque el se lo permitioó . Podíóa

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haberla mantenido cautiva hasta el fin si hubiera querido. El conocimiento de ello, no obstante, no
mitigo su coó lera en absoluto; Maó s que nada, la aumentoó . Se volvioó hacia el con ojos
relampagueantes, el ruedo de sus faldas marcando un circulo. EÉ l se quedoó doó nde eó l estaba,
observaó ndola, sus piernas largas estiradas dentro de los sueltos pantalones negros, sus manos
apoyadas en la superficie de la roca donde estaba sentado. Su camisa desabotonada colgaba
flojamente de sus hombros, dejando al descubierto un trozo considerable de pecho lleno de vello
negro. Una exasperacioó n incipiente se entremezclaba con la diversioó n por el silencio de ella, le
hacia alzar las comisuras de su boca y brillar sus ojos. La luz de la vela doraba los planos duros de
su cara, anñ adiendo reflejos dorados a los ojos grises como la plata. Al admirarle fríóamente,
aumento la afrenta en Amanda. EÉ l era, en pocas palabras, bello. El reconocimiento de que su
advertencia podíóa estar justificada simplemente aumento su furia.
-Eres tan engreíódo que confundes un simple beso con……. otra cosa. Sus ojos le miraban con
fuego violeta. EÉ l se quedo suavemente intrigado al observar el efecto. Su negativa a enojarse la
enfurecíóa tanto como su apariencia deslumbrante. Su voz temblaba con furia mientras continuaba
arrojaó ndole sus palabras.- Tuó me besaste a mi zoquete, no a la inversa, ¿recuerdas? Y en contra de
lo que puedas pensar, no fue tan maravilloso como para que este en peligro de perder mi corazoó n,
asíó como tambieó n mi. . . bien, cualquier otra cosa por ti. De hecho, me sorprende que tuvieses el
descaro de tocarme. Seó que con respecto a estas cosas en Ameó rica sois algo mas liberales, pero
aquíó en Inglaterra una dama suele estar a salvo de estos vulgares avances.
EÉ l arqueo sus cejas al escucharla, alzando las manos por encima de sus rodillas las elevo
hacia ella en un gesto de suplica. La risa bailando en sus ojos.
-Perdoname, oh, perdoó name, mi senñ ora entonoó malvadamente.
Ante esa provocacioó n Amanda sintioó hervir su temperamento.
-Vete al infierno, tuó . . . tuó . . . exploto, y golpeoó el suelo con el pie antes de huir raó pidamente
en direccioó n al pasadizo. Detraó s de ella, eó l soltoó una carcajada, y ella lo notoó levantarse maó s que lo
vio. Pero no hizo ademaó n de seguirla.
Cuando llego a la cocina todavíóa estaba sonrojada por la coó lera, tanto que la Hermana
Patrick la miroó con preocupacioó n y le preguntoó si teníóa fiebre. Asintioó , pues eso era todo lo que
Amanda podíóa hacer para devolver una respuesta normal, y recibioó una amigable mirada de
condolencia por su estado.
-¿Le gustoó al Sr. Morell la sopa? Le pregunto la Hermana Patrick. Amanda, ya a mitad de la
puerta de cocina, se volvioó sintieó ndose culpable.
-Oh, síó, ella. . . La aprecioó muchíósimo. No teníóan ninguna otra cosa para cenar. Le vino a la
memoria la paó lida cara de Laura Morell cuando le habíóa agradecido fervientemente la sopa que le
llevoó Amanda. Con apenas treinta anñ os, con un bebeó en su pecho y otro cogido a su delantal
mientras otros siete hijos todos menores de doce anñ os llenaban hasta los topes la diminuta casita
de campo, Mrs. Morell tenia una apariencia lastimosa, y merecíóa que las monjas del convento la

67
tomaran bajo su proteccioó n. El Sr. Morell era marinero, y volvíóa a casa una vez al anñ o para dejar
caer algunos doó lares en la mesa y plantar a un nuevo bebeó en la barriga de su esposa. Para
sostenerse a síó misma y los ninñ os, Mrs. Morell era lavandera y hacia cualquier tipo de pequenñ os
trabajos que pudiera conseguir. Pero su uó ltimo embarazo la habíóa dejado deó bil, y ahora era incapaz
de trabajar. Amanda habíóa sentido una punzada de remordimientos en su conciencia cuando solo
le habíóa entregado la media porcioó n de sopa y de pan, apenas suficiente para cena para dos y
todavíóa quedaban por alimentar los siete ninñ os hambrientos. Amanda dudoó que aunque Laura
Morell, lo necesitaba maó s que sus hijos tomara apenas una cucharada. Si ella no hubiera ya
apartado la porcioó n de Matt del resto, escondieó ndola en una sopera a parte hasta poder llevarla
abajo a la cueva, seguramente habríóa cedido a la compasioó n que le inspiraba la senñ ora Morell y le
habríóa llevado toda la sopa. Pero Matt tambieó n teníóa hambre, y allíó no habríóa habido nada para
eó l. . .
Les llevare unas cuentas verduras del soó tano manñ ana, se dijo a síó misma, para calmar su
conciencia, y un poco de queso, tambieó n. Coó mo explicaríóa tal despilfarro a la Hermana Patrick no
tenia ni idea. Oh, quizaó s no le diríóa nada. Ya teníóa el pecado de haber robado en su conciencia, por
no decir nada de todas las mentiras que ella habíóa dicho uó ltimamente. ¿Queó eran en comparacioó n
algunas verduras y un poco de queso?
-¿Y mi plato? La Hermana Patrick lo estaba buscando por todos los lados. Los lacios
mechones de pelo gris oscuro se escapaban fuera de la toca y enmarcaban la cara sudada de la
monja. Miro a Amanda con exasperacioó n, con las manos emergiendo de la palangana grande
dentro de la cual ella habíóa estado lavando los uó ltimos platos de la cena.- ¿Realmente, Amanda,
doó nde estaó tu mente esta noche? Esta es la tercera vez que te lo he preguntado.
-Lo siento, Hermana, no la estaba escuchando Amanda dijo desesperadamente. -Olvide el
plato. Lo buscare por la manñ ana. Interpretando como un despido, la suave inspiracioó n de la
Hermana Patrick, Amanda cambioó de direccioó n y praó cticamente escapoó , todo el rato rogando para
que la Hermana no descubriera que tambieó n faltaba la sopera antes de que ella pudiera devolver
ambas cosas discretamente lavadas y depositadas encima de la repisa, manñ ana por la manñ ana. La
Hermana Patrick era sumamente cuidadosa con los utensilios del convento. . .
Como era su costumbre, las chicas estaban reunidas en el saloncito de atraó s para chismear y
reíór. Amanda casi estuvo a punto de pretextar otro dolor de cabeza a fin de poder escapar hacia su
cuarto – cosa que no estaba muy lejos de la verdad – pero tuvo miedo de despertar curiosidad ya
que ese seríóa la segunda vez en una semana que tenia dolor de cabeza, y al no estar enferma tenia
que evitar recayeran sobre ella sospechas de que estuviera tramando alguna travesura. Ademaó s, a
decir verdad, realmente no queríóa quedarse a solas con sus pensamientos. Con la misma fuerza
con que trataba de impedirlo, le veníóan a su cabeza imaó genes del ese endiablado rostro rieó ndose,
y de sus besos. . . Maó s tarde esa noche, cuaó ndo estuviera sola en su cama estrecha y el convento
estuviera en silencio, ella lo recordaríóa. Su pecho todavíóa ardíóa donde eó l lo habíóa tocado, y su boca
teníóa su huella. Cuando sus ojos estaban cerrados le parecíóa que el estaba a su lado; casi podíóa

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saborearlo, tocarlo, olerlo. . . Furiosa consigo misma, sus ojos se abrieron de pronto y con una
pequenñ a exclamacioó n se levantoó , abandonando todos los intentos de dormir. Ahora le dolíóa la
cabeza, asíó es que cuidadosamente se desatoó las trenzas, pasando sus dedos a traveó s de las largas
hebras en un esfuerzo por aliviar el dolor del cuero cabelludo. Aunque sabíóa que era una peó rdida
de tiempo. La fuente de su incomodidad no era una trenza demasiado apretada, era un hombre
que era demasiado bien parecido para su bien y ella era demasiado consciente de eso, para el de
ella. Recogiendo su cepillo, fue hacia la ventana. Maó s por hacer algo, que por la esperanza de que
eso apaciguara su dolor de cabeza, comenzoó pasar el cepillo ríótmicamente a traveó s de su pelo.
El mar y cielo estaban oscuros, apenas alumbrados por un rayo de luna. Desde su posicioó n
ventajosa en el convento, Amanda veíóa la blanca espuma de las olas al chocar contra la playa. Los
negros nubarrones oscureciendo el oceó ano, le hicieron recordar, en contra de su voluntad, el
amanecer de hacia pocos díóas, cuando ella habíóa encontrado a Matt. . .
Le habíóa gustado eó l casi desde el comienzo. Aun cuando eó l parecíóa un asesino – y ahora que
ella lo conocíóa mejor sospechaba que su papel de asesino cruel le debíóa de haber divertido
enormemente –habíóa sentido inmediata simpatíóa por eó l. Cuando le pudo haber delatado, no lo
habíóa hecho, sino que lo habíóa arrastrado en direccioó n opuesta al hombre que le habríóa
solucionado todos sus problemas. Aunque ella normalmente era muy asustadiza, no lo estaba de
eó l, a pesar de todas las tonteríóas que Matt pudiera haber dicho en su contra. Habíóa habido algo en
el, que habíóa tocado su corazoó n. . .
Por mucho que a ella le repugnara admitirlo, tenia algo de razoó n en su advertencia de que
no se enamorara de el. Seríóa muy faó cil hacerlo. EÉ l era el hombre mas hermoso que ella habíóa visto
en toda su vida, incluso cuaó ndo habíóa estado sin afeitar y sucio, y ella no se habíóa sentido en lo mas
míónimo atraíóda por su belleza, igual le habíóa gustado. La habíóa hecho sentirse segura, como si por
fin se encontrara en un puerto calmado en medio de un mar tempestuoso. Le habíóa confiado cosas
que nunca habíóa dicho a nadie antes, ni siquiera a Susan, y el se habíóa mostrado preocupado por
ella.
EÉ l estaba en lo cierto: no debíóa enamorarse de eó l. Porque pronto se iríóa, y a ella solo le
quedaríóan recuerdos que la destrozaríóan El estaba mucho mejor ahora. Le parecíóa que la fiebre
que lo habíóa atormentado en periodos alternos de rugiente calor, habíóa cedido al igual que los
escalofríóos, y su herida parecíóa molestarle menos, tambieó n. Al menos, parecioó tener pocos
problemas en moverse, y la habíóa levantado a ella en sus brazos sin signos de tensioó n. Era
inevitable que se fuera. No podíóa desear otra cosa. Mientras maó s tiempo permaneciera en ese
lugar, mayor era la probabilidad de que lo atraparan. Tarde o temprano saldríóa fuera de la cueva y
alguien le veríóa, o la Hermana Patrick notaríóa la reduccioó n draó stica e inexplicable de su despensa
que ella cuidadosamente economizaba, o. . . Habíóa una docena de posibilidades, que todas teníóan
el mismo fin: seria atrapado y ahorcado. Su vivida imaginacioó n evocoó una visioó n de ese cuerpo
largo balanceaó ndose al final de una cuerda, con el hermoso rostro ennegrecioó y retorcido, ante lo
cual se sobresaltoó como sin un gran tenaza apretase su corazoó n.

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Una luz brillo tenuemente en la bahíóa. Amanda la vio por el rabillo del ojo, pero tardoó
algunos segundos en penetrar en su conciencia ensimismada. Luego la miro con repentina alerta,
fijando la mirada ansiosamente en el oscuro mar. Despueó s de un momento la vio de nuevo – un
raó pido destello de luz contra la negrura. Esta vez fue contestado con otro. Se apartoó con miedo, no
queriendo creer la conclusioó n a la que habíóa llegado su mente. A pesar de la vigilancia aumentada
a lo largo de la costa, los contrabandistas se dirigíóan hacia la bahíóa.
Tenia que llegar hasta Matt, pensoó , dejando caer el cepillo y corriendo hacia la puerta. Si los
contrabandistas estaban en la bahíóa, entonces con toda probabilidad se dirigiríóan a la cueva, donde
almacenaban su cargamento. . . Ellos no debíóan encontrar a Matt. No sabíóa como reaccionaríóan,
pero tampoco queríóa saberlo. Matt podíóa ser grande y fuerte, pero no podíóa vencer a media docena
de hombres armados.
Jadeaba cuando alcanzo el escotilloó n y corrioó bajando las escaleras. No habíóa tiempo que
perder Matt debíóa ser sacado de allíó y la cueva limpiada de todos los vestigios de su presencia.
EÉ l estaba sentado despierto sobre el colchoó n, y fruncíóa el cenñ o mientras cortaba pedazos de
un trozo madera de deriva. Debíóa haberla oíódo venir aunque no la miro cuando se detuvo dentro
de la cueva, su mano presionando su corazoó n tratando de recuperar el aliento.
-¿Se te ha pasado ya la rabieta? Preguntoó , con voz burlona contemplaó ndola. Cuando la miro,
todavíóa vestida con su blanco camisoó n, su grueso pelo rojo suelto y destellante cayeó ndole por su
rostro y alrededor de sus hombros hasta sus caderas, su expresioó n burlona desaparecioó
dramaó ticamente.
-¿Queó ha ocurrido? Pregunto en un tono completamente diferente, levantaó ndose y
plantaó ndose frente a ella, con sus manos asiendo sus hombros.
Lo miroó con sus grandes ojos abiertos con urgencia. -Los contrabandistas… se quedoó sin
aliento.- Los contrabandistas estaó n en la bahíóa, y probablemente vendraó n aquíó. Debes salir de la
caverna.
EÉ l fruncioó el cenñ o. -¿Queó es exactamente lo que viste? le preguntoó agudamente.
Amanda negoó con la cabeza, impaciente de que eó l no se preparara inmediatamente para
escapar.
-Contrabandistas repitioó , con tono ansioso. -Vi sus luces – estoy casi segura que vienen
hacia la cueva.
-¿Viste luces en la bahíóa?
EÉ l normalmente no era tan obtuso. Amanda sacudioó sus antebrazos, sus unñ as clavaó ndose en
su carne bajo las mangas de su camisa.
-Síó.
Sus manos apretaban brevemente sus hombros.

70
-Quedate aquíó le pidioó , luego la soltoó para salir a grandes zancadas hacia la entrada de la
caverna – la entrada que estaba sobre la playa.
-¿A doó nde vas? Ella se quedoó sin aliento, corriendo detraó s de eó l para intentar atrapar su
brazo. -¿No oíóste lo que te dije?
-Te oíó, y te dije que te quedaras. Quiero ver esas luces por míó mismo, y tu solo me
estorbaras.
-¿Pero, por queó ? Amanda praó cticamente gimioó la pregunta.
EÉ l fruncioó el cenñ o miraó ndola, desembarazaó ndose de sus manos que agarraban sus brazos,
dando media vuelta y alejaó ndose.
-Espero a alguien. grito las palabras por encima de su hombro. -Ahora haz como los
caracoles y queó date quieta donde estas. Quienquiera que sea podraó verme a una milla de distancia
si vienes conmigo con ese camisoó n tan blanco.
Eso era tan cierto que Amanda se quedo quieta. Si eó l estaba lo suficientemente loco como
para salir al encuentro de los contrabandistas, entonces ella no iba a ir tras de eó l y revelar su
presencia. Mordieó ndose su labio inferior, observoó desesperadamente como desaparecioó por la
entrada. Durante un largo momento no se movioó , y luego su sentido comuó n vencioó . Al menos
podríóa quitar de la caverna todos los vestigios de su presencia con la esperanza de que eó l tuviera
el buen sentido de ocultarse de los contrabandistas.
Regresoó despueó s de que ella habíóa terminado de arrastrar el colchoó n y la manta a su
antiguo sitio cerca del escotilloó n. Que ella supiera, los contrabandistas nunca habíóan llegado tan
profundo en la cueva.
-Tenias razoó n, son contrabandistas dijo entrando con grandes zancadas y echando una
raó pida mirada alrededor de la cueva ahora despejada agarrando raó pidamente la vela.
-te lo dije. . .
-Silencio dijo, asiendo su brazo y apagando de un soplo la vela al mismo tiempo. -Estaó n
acercaó ndose, afortunadamente llevan algunos barriles que parecen bastante pesados. Tendremos
que escondernos.
-Podemos pasar a traveó s del escotilloó n y entrar en el convento Amanda murmuro, corriendo
hacia el pasaje. El brazo de Matt se cerroó alrededor de su cintura.
-No hay tiempo para ello, la oiríóan abrirse. Esa maldita puerta chirríóa.
Dentro de la cueva todo era oscuridad. Amanda no podíóa ver a Matt, aunque eó l estaba a
escasas pulgadas de ella. Afortunada conocíóa perfectamente el camino. . . Tan pronto como hubo
pensado eso, oyoó voces amortiguadas detraó s de ellas, y un rayo de luz cegador alcanzo la entrada
de la cueva iluminando el sitio que acababan de abandonar.

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-Apresuó rate, y guarda silencio. Ellos no deben encontrarnos Matt susurro en su oreja.
Amanda asintioó silenciosamente, olvidaó ndose que eó l no podíóa verla. No le gustaríóa ver la reaccioó n
de los contrabandistas si ellos eran descubiertos. . . Las voces sonaban maó s fuertes detraó s de ellos
cuando sus pies alcanzaron el borde duro de los escalones que precedíóan al escotilloó n.
-No podemos ir maó s lejos. Aquíó deberíóa ser suficiente. No creo que jamaó s lleguen hasta
hache.
-Esperemos que no. Su voz fue un leve susurro. Ella le sintioó moverse, oyoó un tintineo deó bil,
y sospechoó que eó l habíóa dejado la vela con su candelabro de latoó n en el suelo.
Otra vez ella lo notoó moverse, luego su mano cinñ o hermeó ticamente su cintura.
-Ven aquíó dijo. Obedientemente ella le dejoó apretarla hasta que quedo descansando contra
su cuerpo. Un brazo manteníóa atrapada su cintura mientras su otra mano sujetaba su cabeza
apretando suavemente su rostro contra su pecho. El estaba apoyado contra la pared, soportando
su peso. Amanda descansoó contra eó l sin protestar. Sus brazos parecíóan el lugar mas seguro.
-No te preocupes. No dejareó que nada te ocurra. Su voz era un mero susurro en su oreja.
Amanda asintioó en respuesta silenciosa, creyeó ndole. Fuese lo que fuese que ocurriera, sabia que el
la protegeríóa todo lo que podríóa. Era extranñ o lo mucho que ella confiaba en el, pensoó , y sus labios
forjaron una sonrisa sardoó nica cuando recordoó que este hombre que la acunaba protectoramente
contra su pecho era un asesino condenado – de una mujer y varios ninñ os-. Y aunque si el no le
hubiera ya dicho que era inocente, ella lo habríóa sabido en este momento.
-Venga deprisa, pon en el suelo esa cosa, no tenemos toda la noche y ve a buscar otra. La
ruda voz proveníóa de la cueva justo desde el lugar que ellos antes habíóan abandonado. Al final del
sinuoso pasillo Amanda podíóa ver la luz incandescente de una linterna. Los contrabandistas
obviamente estaban dejando su cargamento. Ella rezoó para que no sintieran el deseo repentino de
explorar el resto de la cueva. . Instintivamente se apretoó mas cerca contra el pecho de Matt, y
sintioó que sus brazos se cerraban fuertemente a su alrededor.
-Deseo que atrapen a ese maldito convicto, dijo un hombre diferente, que parecíóa alejarse
de ellos. Sus uó ltimas palabras eran deó biles e ininteligibles. Amanda sintioó como Matt se poníóa
ríógido contra ella.
-Maldita molestia la primera voz estuvo de acuerdo. Parecíóa estar maó s cerca que el otro, y
sospechaba que su duenñ o permanecíóa en la cueva para supervisar lo que fuera que estaban
depositando. -Yo mismo lo entregaríóa de vuelta a la justicia si lo pudiera atrapar. Dificulta nuestros
negocios.
La respuesta fue ininteligible. Amanda se pego mas cerca de la dura forma de Matt,
escuchando al briboó n de pies patosos y el barboteo de voces bruscas e incompresibles. No
mencionaron de nuevo a Matt, y pasaron los minutos mostraó ndoles que los contrabandistas no
teníóan otra intencioó n que dejar su cargamento en la cueva y luego irse, ella le sintioó gradualmente

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relajarse. Ella tambieó n se relajoó , dejaó ndole soportar todo el peso de su cuerpo, sintieó ndose cada
vez maó s consciente de la percepcioó n de su cuerpo contra el de eó l. A pesar de sus mejores
intenciones, no pudo evitar sentirse afectada por su cercaníóa, por la fuerza de su bien formado
cuerpo contra el de ella, por el olor deó bilmente almizclenñ o que eó l desprendíóa. Tenia que alejarse de
eó l, lo sabíóa. Sus brazos habíóan aflojado el abrazo de su cintura, y todo lo que ella teníóa que hacer
para quedar libre, era dar un solo paso hacia atraó s. Pero no lo hizo. Se auto convencioó de que no lo
hacia porque no queríóa que el notara cuaó nto la alteraba su cercaníóa, pero en su profundo interior
sabia que la verdad, era que no queríóa apartarse de allíó. El calor de su cuerpo la tenia
esclavizadamente sujeta.
Podíóa sentir como gradualmente sus muó sculos se poníóan ríógidos contra ella, y su frente se
arrugo con perplejidad. Los contrabandistas parecíóan estar concertados en sus negocios, sin
ninguna cosa que los distrajera, y ella no podíóa pensar en nada que provocara la creciente tensioó n
que agitaba su cuerpo. ¿Quizaó ella le estaba lastimando en su herida? Ella cambioó de posicioó n
ligeramente, aunque no creíóa que la hubiese tocado. EÉ l se tensoó aun maó s. Amanda ahora estaba
preocupada, presionoó ligeramente su pecho con ambas manos, alzando su cabeza para mirarle
atentamente. La oscuridad no le permitíóa ver su cara.
-¿Matt? murmuroó su nombre como una pregunta.
Sus manos apretaban con fuerza en su cintura.
-Oh, maldita sea grunñ oó suavemente, y comenzoó a temblar.

Capíótulo nueve

-¿Queó ocurre?
-Nada. La palabra parecida surgirle a la fuerza por sus apretados dientes.
-Algo debe estar ocurriendo. Estas temblando.
-Tu capacidad de percepcioó n es asombrosa. Su susurro ronco no hizo nada para disimular
su sarcaó stico comentario.
-No seas grosero, Matt le reprocho con voz apenas audible.- ¿Estaó s enfermo de nuevo?
-No, estoy malditamente bien, no estoy enfermo de nuevo. Esta vez su voz delato sus
dientes fuertemente apretados.
-¿Entonces queó es lo que te ocurre?
-Ya me has sentido temblar antes. Figuraó rtelo.

73
El escueto comentario hizo que sus ojos se agrandaran. Síó, ella le habíóa sentido
estremecerse anteriormente, solamente hacia unas pocas horas para a ser exactos.
-Quieres besarme. Era maó s una afirmacioó n que una pregunta. Amanda no sabia si sentirse
asustado o excitada. Sabia que debíóa alejarse de eó l ahora, debíóa hacer todo lo que pudiera para
resguardar su vulnerable corazoó n, pero no podíóa moverse. Y eó l no la estaba apartando.
-Como dije, tu capacidad de percepcioó n es asombrosa. Sus brazos todavíóa estaban
apretando su cintura a pesar que su voz sonaba con un grunñ ido adusto. Ella podríóa sentir el
pequenñ o temblor que le recorríóa los muó sculos maó s serranos y todo el resto de eó l. Sus dedos se
enroscaron en su pecho en una respuesta involuntaria, las unñ as frotando el vello a traveó s de la
camisa de lino. EÉ l contuvo el aliento, sonando como un gemido. Sus dedos apretaban con tanta
fuerza su cintura que la lastimaba.
-¿Entonces, porque no lo haces? Amanda no podríóa creer que ese susurro bochornoso
hubiera surgido realmente de ella. No podíóa haber querido decir aquellas palabras, aunque habíóan
surgido directamente de sus pensamientos. Pero ahora que las habíóa dicho, no las podíóa silenciar.
Ella queríóa que el la besara. . .
-¿Estas decidida a ser una maldita suicida? EÉ l sonaba casi enojado. Pero todavíóa no la
apartaba a la fuerza. Amanda podíóa sentir su calor atravesando su camisoó n para clavarse en su
piel. Sus pechos parecieron hincharse contra su torso, separada de su carne dura por soó lo dos
capas delgadas de tela. No le importaban las consecuencias, queríóa que el la hiciera sentir de nuevo
aquella urgencia extranñ a, y caliente. Lo deseaba.
-Besame, Matt quiero que lo hagas. La total oscuridad la hacia ser atrevida. Esa era la uó nica
causa que podíóa justificar su temeridad.
-Amanda. . . El tono rudo era una advertencia y casi una suó plica. -Amanda, te he dicho. . .
-Por favor. Fue poco maó s que un susurro. Podíóa sentir su corazoó n golpear con fuerza contra
sus costillas. Arrastrada por alguó n instinto que nunca hubiera creíódo poseer presionoó sus labios
contra ese sitio donde estaba retumbando. Un fuerte estremecimiento le sacudioó , y Amanda tuvo
una repentina sensacioó n de triunfo. No importa cuan fuertemente el protestara, eó l iba a rendirse. . .
-¿Amanda, maldita sea, penetro en ese bonita cabeza alguna de las cosas que te dije antes?
Un beso es una cosa, y te besaríóa si pensara que podríóa detenerme allíó, pero no podríóa. Estoy
ardiendo por ti, Amanda, y tu eres la que se va a quemar, no yo.
Ella silencio su protesta con el simple gesto de alzarse de puntillas y colocar sus labios en
los de el. EÉ l se quedo quieto durante un largo momento, congelado, sus brazos agarrando
instintivamente su cintura mientras ella se agarraba a sus hombros. Luego, mascullando un
juramento, se rindioó , con sus brazos rodeaó ndola tan ferozmente que por un momento se quedo sin
aliento cuando su boca tomo posesioó n de la suya echaó ndola hacia atraó s sobre sus brazos.

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-Matt. . . pronuncio su nombre en su boca cuando la sangre de sus venas se hizo fuego
liquido. Sus ojos se cerraron, y sus brazos se deslizaron alrededor de su cuello, sus dedos
enroscaó ndose en el sedoso y grueso pelo de su nuca. Lo sentíóa frioó y aó spero bajo sus manos. EÉ l
estaba temblando contra ella, sus brazos estremecieó ndose cuando la atrajeron hacia el, su boca
estremecieó ndose tambieó n indagando, acariciando y atrapando. . .
-Dulce Jesuó s. aparto su boca de la de ella, jurando suavemente pero fluidamente bajo su
aliento. Si sus brazos alrededor de ella no la hubieran sujetado en posicioó n vertical, entonces ella
se habríóa caíódo. Sus manos rehusaban soltar su cuello. La decepcioó n y la incredulidad se
combinaron para hacerle olvidar a los contrabandistas en la caverna, todo, excepto el hecho de
que eó l no iba a besarla despueó s de todo.
-Matt.
-Silencio. Una mano grande subioó para cubrir su boca, provocando el recuerdo de otra
ocasioó n en que la habíóa silenciado. Entonces ella le habíóa temido; ahora estaba furiosa. Mordioó su
mano fuertemente, atrapando la parte carnosa de su palma entre sus dientes con la intencioó n de
hincaó ndolos. EÉ l aparto raó pidamente su mano, para luego volverla a colocarla con la palma
cuidadosamente ahuecada a fin de que no le pudiera morder. Sus dedos se hundieron en su mejilla
con una advertencia, y el brazo que sujetaba su cintura la sacudioó levemente.
-Portate bien dijo contra su oreja. EÉ l estaba tenso pero no por algo que ella le estuviera
haciendo. Amanda comenzaba a reconocer la diferencia. El parecíóa estar escuchando. . . -Salen.
Los ojos de Amanda se agrandaron al darse cuenta de que se habíóa olvidado de los
contrabandistas. Si eó l no la hubiera hecho callar. . . Ella no tenia la menor duda de en un arrebato
de furia y decepcioó n que el abandono de su beso le habíóa provocado, les habríóa delatado a ambos.
Con unas consecuencias demasiado horribles para pensarlas si quiera. Matt seguramente habríóa
muerto, ya fuera porque lo habríóan matado los mismos contrabandistas o porque lo habríóan
entregado a las autoridades para que lo colgaran y ella tambieó n podríóa haber sido asesinada. Y
todo ello porque no podíóa controlar su temperamento. . . Estremecieó ndose, se aflojo contra eó l,
dejaó ndole que la sujetara cuanto quisiera hasta que ambos escucharon los sonidos de pasos
alejaó ndose.
Al final el aparto la mano de su boca.. Amanda se paso la lengua por sus labios secos por el
contacto de su mano. Ya no estaba enojada; El pensar lo que su irascibilidad podríóa haber causado
habíóa enfriado su furia maó s raó pidamente que una ducha de agua fríóa.
-¿Estas bien? EÉ l estaba siendo cuidadoso; Su voz susurrada no sonaba maó s fuerte que antes.
Amanda asintioó . Debioó haber notado el movimiento de su cabeza porque sus brazos se apartaron
soltaó ndola, dejaó ndola que se sostuviera por sus propias piernas. Amanda se sintioó casi despojada
cuando el calor y la fuerza de su cuerpo se alejaron.
-Queó date aquíó. fue todo lo que eó l dijo. No oyoó el sonido de sus zapatos en la piedra, pero
supo que la habíóa dejado sola a oscuras. Se rodeo su cuerpo con sus brazos al sentir

75
repentinamente fríóo, luego se apoyoó contra la pared fresca, huó meda para esperar a que regresara.
Claramente el no queríóa correr riesgos y asegurarse de que los contrabandistas no hubieran
dejado alguó n un hombre para vigilar su cargamento. EÉ l fue menos cuidadoso cuando regreso; le
oyoó tropezarse con algo y maldecir, no haciendo ninguna esfuerzo por bajar su voz, por lo cual
supuso que habíóa comprobado que estaban solos.
Soó lo unos instantes antes ella habríóa estado muy contenta con eso, pero ahora sentíóa el
hormigueo de la verguü enza. Era consciente con inquietud de que su comportamiento de esta noche
no habíóa sido discreto. Las senñ oritas finamente educadas no besaban a los hombres o les rogaban
que las besaran; ciertamente no sentíóan el anhelo profundo en su cuerpo que ella sentíóa cada vez
que Matt la sujetaba entre sus brazos. Al menos, no creíóa que lo hicieran. No teniendo en absoluto
experiencia en los íóntimos contactos entre un caballero y una dama, por lo que no podíóa estar
segura. Pero Susan le habíóa explicado el horror y la verguü enza que habíóa experimentado cuando
tomaron su virginidad, y una cierta cantidad chicas que habíóan sido enviadas al convento
precisamente porque conocíóan a cerca de tales encuentros habíóan descrito los besos de los
hombres como cosas poco atractivas en el mejor de los casos. Sus explicaciones con risas nerviosas
de esas experiencias no habíóan mencionado esa oleada repentina de fuego en la sangre, o la
necesidad de enroscar sus brazos alrededor del cuello del caballero y presionar su cuerpo contra
el de el. . .
Repentinamente Amanda recordoó las cosas que Edward habíóa dicho acerca de su madre.
Isabelle habíóa sido de baja cuna, una actriz con belleza pero no raíóces aristocraó ticas cuando el
padre de Amanda se casoó con ella. ¿Era posible que hubiera heredado de su madre esta
vergonzosa incapacidad para controlarse? Edward habíóa llamado a Isabelle una puta. Por primera
vez la descripcioó n la asustaba en lugar de enfurecerla. ¿Y si eso era cierto – y Amanda sintioó una
punñ alada de arrepentimiento al recordar a su bella, amante y sonriente madre – y habíóa algo que
pasaba de la madre a la hija como si fuera una enfermedad? Ella tembloó ante la perspectiva.
Amanda estaba tan sumida en sus pensamientos que no oyoó llegar a Matt. El raspado de un
foó sforo contra una piedra y la repentina llamarada de luz la hizo volver a la realidad. Le observoó
agacharse para encender la vela, sus manos se apretaron con fuerza al sentir como su mirada se
recreaba en el. ¿Seguramente una verdadera dama no estaríóa afectada de esta forma por el rostro
de un hombre?
-¿Cual es el problema ahora? El tono era resignado, pero los ojos grises como la plata eran
escrutadores al examinar su cara paó lida y sus manos se apretaban con fuerza su frente cenñ uda.
Amanda no dijo nada, pero sus mejillas se colorearon cuando le miro. La simple visioó n de esa boca
bellamente moldeada despertaba sentimientos que ella soó lo podríóa describir como malvados. . .
-Dimelo, Amanda. Era una orden, y cuando ella no accedioó , eó l suspiroó , colocoó la vela en el
suelo y se le acerco. Amanda se sobresaltoó al notar su mano caliente en su hombro atravesando
con su calor la delgada tela de su camisoó n, eó l la atrajo hacia si a pesar de su renuencia obvia.

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Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levantoó su otra mano para alzar su barbilla con su pulgar,
y levantar su rostro hacia el a fin de poder analizarlo.
-¿No me lo puedes decir, carinñ o? La dulzura de la pregunta le hizo cerrar los ojos. Maó s que
nada en el mundo queríóa descansar su cabeza sobre ese ancho pecho, cosa que aumentando su
confusioó n al ser la uó nica persona con la que se sentíóa segura. Pero si le decíóa lo que estaba
pensando, entonces el creeríóa lo peor de ella, algo que desde luego ya debíóa estar haciendo.
-Tu no estas enojada conmigo. Era una afirmacioó n, hecha en un tono pensativo, como si eó l
estuviera considerando y descantando cada una de las posibilidades. Amanda rehusoó a contestarle,
rehusoó abrir los ojos y mirarle por miedo a que pudiera leer en ellos lo que queríóa saber.
-No estas asustada por los contrabandistas. le podíóa sentir observaó ndola, el escrutinio de
sus ojos sobre los suyos cerrados.
-Te averguü enzas. Hubo una conviccioó n repentina en su voz. Ella poco pudo hacer para
negarlo, cuando el color subioó por sus mejillas.
-Estas avergonzada. Habíóa un triunfo en su tono.-Nunca deberíóas intentar esconder cosas,
Amanda, tu rostro te delata enseguida. ¿Bien, ahora que lo hemos descubierto, te importaríóa
decirme de queó ?
Pero ella no dijo nada, conservando sus ojos cerrados.
Su mano apretaba su brazo, y su voz estaba tenñ ida de una profunda exasperacioó n cuaó ndo eó l
habloó de nuevo. –Me estoy cansando de hacer preguntas, Amanda. Y puedo hacerme una idea
bastante acertada de que es lo que te molesta, asíó que díómelo. Vamos, Amanda. Abre tus ojos y
díómelo.
EÉ l continuaríóa molestaó ndola repetidamente hasta que hiciera lo que el le pedíóa, lo sabíóa, asíó
que lentamente abrioó sus ojos. Su cara era seria cuando eó l estudio su expresioó n. Amanda le
contemploó impotente, parte de ella deseando liberarse del enredo de sus sentimientos y otra parte
preocupada por su reaccioó n cuando lo hiciera. Guardoó un miserablemente silencio.
-¿Estas avergonzada porque me besaste, Amanda? Esa afirmacioó n estuvo lo suficientemente
cerca para hacer ruborizar sus mejillas de nuevo. Sus gruesas pestanñ as revolotearon hacia abajo en
un esfuerzo fuó til para ocultar sus ojos de los que la sondeaban. No lo hicieron lo suficientemente
bien, pensoó . Porque su piel sonrojada le diríóa de todo lo que el queríóa saber.
-¿Te preocupas por la forma en que te hago sentir, no es cierto Amanda? Una fuerte oleada
de rubor fue su respuesta. Sus dedos dejaron su barbilla para cerrarse sobre su otro brazo y eó l la
sacudioó , fuertemente esta vez. Sus ojos volaron de regreso a encontrar los de eó l, y quedoó
estupefacta al encontrar una apariencia casi sombríóa en su cara.
-Si no empiezas a hablarme, entonces realmente corro el riesgo de cometer un verdadero
asesinato le advirtioó . Tanto para su sorpresa como para la de eó l, ella le sonrioó . La líónea tensa de su

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boca se relajoó , y eó l sonrioó tambieó n con ella, con sus ojos dominaó ndola. Su sonrisa píócara hizo
picadillo las uó ltimas trizas de los restos de su resistencia.
-Tu crees que soy. . . ¿atrevida, Matt? La pregunta hizo sus mejillas se tinñ eran mas
fuertemente de rojo escarlata y raó pidamente bajoó su mirada. Si eó l la despreciaba, no queríóa verlo
en su cara.
-No maó s atrevida de lo que deberíóas ser. ¿Por queó ? Para su alivio su respuesta fue casi
descuidada. Se atrevioó a mirarlo de nuevo. No se veíóa ni conmocionado ni horrorizado.
-Nadie mas me ha besado, en toda mi vida confesoó con un susurro. La extranñ eza al alzar sus
cejas le dijo que el ya lo sabia.- yo. . . no se como se supone que debo sentirme. Seó que has besado a
montones de chicas. La mayoríóa de ellas. . . ¿Bien, reaccionan de esta forma?
-No. la fríóa certeza de su voz, la destrozo. Sus ojos eran enormes e indefensos cuando
volaron para encontrar los de eó l. Afligida, sintioó temblar su labio inferior. Sus ojos percibieron ese
traidor temblor, y sus manos sus brazos la apretaron casi cruelmente.- Lo que tu tienes es un
regalo precioso, Amanda siguioó , con voz aó spera. -El regalo de una naturaleza caliente y carinñ osa.
Eres apasionada, carinñ o, o por lo menos lo seraó s cuando tengas un poco mas de experiencia, y eso
es algo por lo que deberíóas dar gracias a Dios de rodillas. Una pasioó n como la tuya es el mejor
regalo que una mujer puede dar al hombre que ama. Creó ame, quienquiera que eó l sea lo atesoraraó .
Amanda le miro con una expresioó n que estaba en alguó n lugar entre el alivio y la sospecha.-
¿Estaó s dicieó ndome la verdad, Matt? ¿No estas tratando de hacerme sentir mejor?
Su boca se torcioó en una mueca inconfundible.-Por supuesto que te digo la verdad. A pesar
de todas las cosas que pueda ser, siempre puedes confiar en que no te mentireó .
-¿Entonces por queó …?
EÉ l la interrumpioó con un gesto feroz.- ¿Por queó no tomo lo mejor que tu tienes para darme?
Al observar como se sonrojaba, se sintioó torvamente satisfecho.- Te lo dije, Amanda: Me gustas en
exceso. Esa pasioó n tuya es un regalo para el hombre que ames – el hombre que se casaraó contigo y
te dacha hijos-. Y esa es otra razoó n: los hijos Tanto si lo sabes como si no, y probablemente no lo
sabes(es criminal la forma en que se mantiene tan ignorantes a las jovencitas) la forma en que te
sientes da como resultado a los hijos. Si hiciera el amor contigo, haríóa mucho mas que besarte,
entonces pronto tendríóas un ninñ o creciendo en tu barriga. ¿Y eso no es lo que tu quieres, verdad?
Amanda clavoó los ojos en eó l. Un hijo de Matt creciendo en su barriga – el pensamiento hizo
que los dedos de sus pies se curvaran involuntariamente satisfechos-. Mortificada, rezo porque
esta vez no pudiera adivinar lo que pensaba, dejoó caer sus ojos y se apartoó de sus brazos.
-No, claro que no. Su voz dejoó traslucir verguü enza, y si teníóa suerte, entonces eó l creeríóa que
era el resultado de discutir un tema tan inapropiado. Le dirigioó una mirada furtiva. EÉ l la observaba
con ojos penetrantes. Raó pidamente busco algo en su mente para distraerle. Gracias a Dios habíóa
algo a mano. -Matt. . . No puedes quedarte aquíó esta noche.

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-¿Queó no puedo? ¿Por queó no? EÉ l pronuncioó lenta y pesadamente las palabras,
explíócitamente consciente que ella trataba de cambiar de tema pero estando dispuesto a seguirla.
-Los contrabandistas volveraó n a recoger su cargamento, probablemente en uno o dos díóas.
Normalmente no suelen tardar mas de eso.
-Permanecereó fuera de su camino.
Amanda negoó con la cabeza.- No. . . Eso seríóa demasiado peligroso. Podríóan venir otra vez en
cualquier momento, incluso mas tarde esta misma noche. Y si te encontraran. . . no tuvo que
seguir. Matt sabíóa tan bien como ella que le pasaríóa si lo encontraran.
-¿Queó sugieres?
Amanda pensoó durante un momento.- El soó tano estaó descartado. La Hermana Patrick baja
allíó frecuentemente –almacena las verduras allíó-. Y no puedes andar de aquíó para allaó por el
convento. Alguien podríóa verte. fruncioó el cenñ o. -Creo que deberíóas quedarte en mi habitacioó n dijo
lentamente. -Estaó en lo alto de una de las torres. Nadie entra allíó, si no es conmigo. Y si por alguna
casualidad alguien lo hiciera, siempre puedes esconderte en el armario. Sus ojos se movieron
sobre eó l, y sonrioó abiertamente. -No, no el armario no– eres demasiado grande. Debajo de la cama.
EÉ l la miro especulativamente.
-iempre que no planees mas asaltos a mi virtud Matt dijo secamente.- No creo que los
pudiera soportar.
Con sus mejillas sonrojadas con indignacioó n, Amanda le miro ferozmente y abrioó su boca
con intencioó n no dejarle ninguna duda acerca de lo que pensaba era una sugerencia tan poco
caballerosa. EÉ l sonrioó abiertamente repentinamente y la silencioó alzando una mano.
-Lo siento de verdad. Me disculpo por eso. Ahora espero que dejes de escupir fuego sobre
míó, y nos aseguremos de que no quede ninguó n rastro allíó dentro. La proó xima vez, los
contrabandistas no podríóan tener tanta prisa.
Recogioó la vela y se movioó adelantando a Amanda mientras hablaba. A Amanda no quedaba
otra opcioó n que seguirle. Esto hizo, despueó s apreciar la espalda de Matt desvanecieó ndose con un
uó ltimo resplandor. Bien parecido o no, era el colmo que el temiera que ella lo asaltara.
Matt se detuvo dentro de la cueva, sosteniendo la vela a gran altura a fin de que el cuarto
estuviera iluminado, Amanda tambieó n se detuvo, pocos pasos detraó s de eó l. Ademaó s de las
estalagmitas usuales, las estalactitas, y otras formaciones rocosas, la caó mara circular estaba llena
por unos cuarenta barriles de roble, que se apilaban de cualquier forma. Matt le pasoó a Amanda la
vela sin hablar, luego se acerco a los barriles, haciendo rodar uno para leer en la tapa. No le costo
demasiado leerlo; Cuando lo hizo, se vio claramente sorprendido por su contenido.
-Pasan de grano de contrabando.

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Amanda, al haber vivido en el aó rea durante algunos anñ os, ya sabíóa eso. Las actividades de
los contrabandistas eran un secreto a voces, uno que a ella al igual que los habitantes del resto de
la peníónsula no le concerníóa particularmente. Vive y deja vivir era la norma de los residentes del
lugar acerca de los contrabandistas, quieó nes eran casi considerados como de la familia. Las ovejas
negras, podíóa ser, pero familia al fin y al cabo. Casi todo el mundo se interesaba en sus idas y
venidas y a nadie se le ocurríóa delatarlos a la administracioó n local.
-Es por las leyes del Grano le aclaro Amanda. Se movioó un poco maó s en la cueva y miroó con
atencioó n los rincones y las grietas por si quedaba alguna cosa que pudiera delatar la presencia de
Matt. Habíóa un vendaje que sobresalíóa enredado detraó s de una roca. Amanda lo recogioó y miroó
alrededor buscando cualquier otra cosa. Como Matt habíóa dicho, la proó xima vez, los
contrabandistas no podríóan tener tanta prisa. -Probablemente traen el grano desde Francia.
Manñ ana por la noche o la siguiente, un bote atravesara el canal de St. George para llevarlo hacia
Irlanda. Eso es lo que ellos siempre hacen.
-¿Y como tu sabes tanto acerca de eso? Matt la miraba extranñ ado. Amanda sonrioó
abiertamente.
-Oh, los he estado observando durante anñ os admitioó . Puedo ver la bahíóa desde mi ventana
del dormitorio, y cada vez que veo sus luces salgo fuera al acantilado y les observo trabajar a la luz
de la luna.
-Pareces tener un gran numero de aventuras por la noche Matt dijo secamente. -¿Nunca se
te ha ocurrido que puede ser peligroso para una muchachita salir a vagabundear sola en la noche?
Amanda le arrojo una mirada descarada. No hasta que tropeceó accidentalmente con un
asesino en la playa. Desde entonces, he sido maó s cuidadosa.
Matt torcioó la boca hacia arriba en una sonrisa en renuente en contestacioó n. -Y asíó es como
debe ser. La proó xima vez, realmente podríóa haber un asesino.
-Síó. Matt todavíóa la miraba de forma extranñ a, y Amanda fruncioó el cenñ o. No se percataba de
que a la luz de la vela su camisoó n se veíóa casi diaó fano, y solo las brillantes matas de pelo rojo que le
llegaban hasta sus caderas preservaban su modestia. Vio el movimiento de los ojos de Matt sobre
ella antes de que los retirara abruptamente. Su cenñ o fruncido se hizo maó s hondo, y le habríóa
preguntado porque, pero eó l ya habíóa reemplazado la tapa en el barril y pasoó caminando junto a
ella, cogiendo la vela de su mano.
-Vamos dijo intempestivamente.- Vestida – o deberíóa decir desnuda – como estas es
probablemente que te resfríóes. La proó xima vez antes de salir volando en la noche, tomate un
momento para ponerte encima tu bata y tus zapatillas. Podríóan conservar tu salud en maó s de una
forma.
Soó lo entonces Amanda recordoó la escasez de su atavíóo. Miraó ndose, se sonrojoó
profundamente. Los labios de Matt se curvaron ante su verguü enza.

80
-Exactamente eso eó l le dijo de manera concisa, luego la dejoó para que le siguiera hacia el
escotilloó n. Amanda se detuvo soó lo lo suficiente como para recoger la sopera bajo un brazo antes de
caminar tras de eó l. Una vez que estuvieron dentro del soó tano, la marcha se hizo maó s difíócil. La vela
tuvo que ser apagada, y se quedaron en total oscuridad. Amanda sabia que sola no tendríóa ninguó n
problema en llegar a su cuarto, pero guiar a Matt anñ adíóa otra dimensioó n al acto. EÉ l se golpeo las
espinillas maó s de una vez y tambieó n se golpeo la cabeza con un candelabro tan fuerte que le hizo
tambalearse. Las palabras que eó l pronuncioó por lo bajo deberíóan haber derrumbado las paredes
del convento, pero aunque Amanda momentaó neamente retuvo su aliento, nada ocurrioó .
Hizo un raó pido alto en la cocina, atrevieó ndose a encender una vela mientras raó pidamente
lavoó la sopera y la dejo a un lado, todo el tiempo rogando que ninguna grieta de luz se reflejara
maó s allaó de la cerrada puerta de la cocina. Cuando termino apago de un soplo la vela, y dejo
escapar un suspiro de alivio. Gracias a Dios nadie se habíóa despertado. Matt habíóa estado sentado
sobre la mesa de pino, observaó ndola. Se levantoó cuando la oscuridad cayoó de nuevo sobre ellos.
Amanda anduvo a tientas hacia eó l, asieó ndolo de un brazo, maravillaó ndose en secreto de la dureza
de los muó sculos bajo su mano, y tirando de el hacia las escaleras. Cuando habíóan subido los tres
tramos de escaleras que quedaban hasta su alojamiento, eó l estaba jadeando y se tuvo que apoyar a
reganñ adientes en su hombro.
Amanda tambieó n jadeaba ahora, sin aliento como si hubiese corrido durante cada paso del
camino. Cuando finalmente ella les llevo a ambos directo hacia la puerta de su dormitorio,
agradecida de que estuviera iluminada por la luz de la luna, exhaloó un suspiro de alivio.
-¿Estas bien? murmuroó , ansiosamente contemplando a Matt, quien estaba descansando
pesadamente contra la puerta cerrada.
-Síó. La palabra fue entrecortada. Amanda mordioó su labio, pero conocíóa a Matt lo suficiente
bien a estas alturas, como para no decir nada.
-Tu usas la cama. Me acomodareó con una manta y descansare sobre una almohada en el
suelo. EÉ l parecíóa tan exhausto que ella tuvo que hacer el ofrecimiento, aunque sospechaba que no
seríóa bien recibido. Estaba en lo correcto.
-No seas ridíócula. Dormireó en el suelo, estoy acostumbrado a hacerlo. Creó eme, no seraó
mucho mas incoó modo que muchos de los lugares en los que he dormido recientemente, y
ciertamente esta mucho mas limpio. Meó tete en la cama, Amanda.
Esto uó ltimo fue dicho tan abruptamente que Amanda levanto su vista con sorpresa. Vio
como sus ojos, con un brillo plateado se fijaban inquietos en su cuerpo, y se dio cuenta de que la
luz de la luna traspasaba su camisoó n del mismo modo en que lo habíóa hecho antes la luz de la vela.
Comenzoó a decir algo, pero cambioó de opinioó n, luego obedientemente se metioó en la cama. EÉ l la
siguioó , maó s lentamente, quedaó ndose entre la cama y la ventana, miraó ndola con su cara en las
sombras de forma que ella no podíóa leer en su expresioó n.

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Capíótulo diez

Durante un largo rato permanecioó quieto sin decir nada. Amanda le devolvioó su mirada
gravemente, deseando poder ver su cara, pensando en lo alto y ancho que parecíóa a la luz de luna
que entraba a raudales reflejaó ndose alrededor de la forma oscura que era su cuerpo, dibujando sus
contornos. Se parecíóa a alguna de sus peores pesadillas – o a la fantasíóa maó s oscura-. Si ella se
despertara encontraó ndole al lado de su cama como lo estaba ahora no conocieó ndole, sabia que su
grito habríóa despertado a un muerto – si, ciertamente, ella habríóa gritado con todas sus fuerzas.
Finalmente eó l habloó .
-Que duermas bien, Amanda dijo, dando media vuelta. Su voz era ronca; las palabras eran
casi inaudibles.
-Buenas noches, Matt. Su voz tambieó n era ronca Extranñ amente, estaba casi al borde de las
laó grimas. Se daba cuenta de que queríóa a este hombre con cada fibra de su ser; no solo sus besos y
hacer el amor con el, tambieó n queríóa sentir sus brazos a su alrededor para sostenerla, su voz para
apaciguarla, su presencia para cuidarla y protegerla, tal y como habíóa estado esperando todos
estos anñ os. Se sentíóa tan bien en sus brazos, tan caliente y segura. . . Le amaba; Era asíó de simple. Y
no teníóa ninguna esperanza. Estaríóa en su vida soó lo durante unos pocos díóas, y luego se iríóa, como
la figura de su suenñ o a la que se parecíóa. Y nadie excepto ella sabríóa como la habíóa afectado el.
Al pensar en su partida, temioó que se le saltaran las laó grimas. Si la oíóa, seguramente que con
su engreimiento despreciable, se imaginaríóa que trataba de persuadirle para atraerlo hacia su
cama. La indignacioó n puso rigidez en su columna vertebral y descartoó sus laó grimas. EÉ l estaba en el
suelo cerca de su cama, sentado con sus rodillas dobladas y sus brazos cruzados sobre ellas. Su
cabeza negra se delineaba contra la pared blanca justo donde finalizaba el cabecero de la cama. Su
cara, en silencio, oculta por las sombras, vuelta hacia la de ella. Silenciosamente le ofrecioó una
manta y una almohada. EÉ l rechazoó ambas con un gesto. Entonces se rioó ahogadamente.
-Tus ojos brillan a oscuras como los de un gato. Me pones nervioso. Dueó rmete, Amanda.
-¿Por queó no duermes tu?
-A diferencia de ti, estoy acostumbrado a dormir poco. Y por el momento no tengo suenñ o.
-Yo tampoco tengo suenñ o. Habla conmigo Matt.

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-¿De queó ? Su voz era indulgente, como si estuviera complaciendo a un ninñ o. Amanda pensoó
que deberíóa sentirse indignada, pero no lo estaba. Le gustaba tenerle cerca.
-En la cueva, cuaó ndo te conteó sobre los contrabandistas, me dijiste que esperabas a alguien
dijo, recordando repentinamente. Sus ojos eran escrutadores cuando los clavoó en eó l, deseando
poder leer su expresioó n en la oscuridad. -¿A quien, Matt?
EÉ l guardoó silencio durante tanto tiempo que comenzoó a pensar que no iba a contestar.
Cuando al fin lo hizo, su voz era baja, y giroó su cabeza hacia la ventana. A Amanda no le importaba
porque con la luz de la luna iluminando su perfil, teníóa una mejor visioó n de su cara. Pensoó que se
veíóa cauteloso.
-A algunos amigos.
La respuesta concisa la hizo indignarse. -Ya veo. No deberíóa haberte preguntado.
EÉ l suspiroó , girando la cabeza a fin de mirarla de nuevo. La luna delineoó una parte de su
rostro, dibujando un rayo de luz plateada sobre su poó mulo cincelado y bajando por los planos de
su mejilla hasta su mandíóbula.
-Lo siento, Amanda. Estoy tan acostumbrado a no confiar en nadie que me olvidaba de que
no eres una traidora como el resto de nosotros los mortales. Como mi aó ngel de la guarda personal,
tienes el derecho de saber de mi cualquier cosa que quieras. Su voz era caprichosa, pero sus
alusiones continuadas a ella como a un aó ngel la incomodaban. Ella era tan de carne y hueso como
eó l.
-No soy un aó ngel, Matt.
-Permíóteme a mi juzgar eso, por favor. Y no me repliques – eso podríóa meterte en
problemas con el resto de aó ngeles-. Seguro que replicar va en contra de las reglas. . . ¿Has decidido
que es mejor la ignorancia, o quieres saber a quieó n estoy esperando?
Por un momento Amanda pensoó en insistir en que el admitiera que era un ser humano
como cualquier otro, tan capaz de ser mezquina y de cometer los mismos mezquinos pecados que
el, pero la curiosidad por su uó ltima pregunta la desvioó .
-Quiero saberlo.
EÉ l sonrioó deó bilmente. Amanda podríóa ver sus labios curvaó ndose a la luz que reflejaban los
rayos de la luna.
-Crei que querríóas saber eso. Muy bien, senñ orita ojos de gato, te lo direó : estoy esperando en
cualquier momento a mi barco, a mis hombres y tambieó n a mi hermano.
Le tomoó un momento asimilar eso. Clavoó sus ojos en eó l, asombrada.
-¿Pero coó mo diablos pueden saber doó nde estas?

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-Zeke – mi hermano – y yo hemos estado aquíó antes. Una vez nos refugiamos de una
tormenta en la bahíóa. EÉ l entonces navegaba conmigo. Ahora eó l capitanea su propio barco. Al díóa
siguiente de escaparme le envieó una nota para que venga aquíó a reunirse conmigo. Me imagino
que mi carta le ha debido producir una conmocioó n –no puede saber que yo habíóa sobornado a un
guardiaó n para que se la enviara mientras yo estaba en prisioó n o habríóa venido a Londres en un
santiameó n-. Seguramente estaó esperaó ndome en Nueva Orleans. O, en todo caso, si lo teníóa
programado, deberíóa haber llegado a Le Havre hace diez díóas para entregar una carga de algodoó n a
un comprador de allíó. Deberíóa haber recibido mi mensaje tan pronto atracara o para ser mas
precisos, tan pronto cuando visitara a cierta dama que tiene una casa cerca de los muelles, y
conocieó ndole como le conozco seó que esa seríóa su primera escala. He estado esperando a que
llegase cualquiera de estos uó ltimos díóas.
-Has estado esperando un barco. Asíó es como te caíóste a la playa, y por eso fue por lo queó
corriste ese noche cuando te dije que habíóa visto luces en la bahíóa. Amanda habloó lentamente.
Estaba teniendo problemas para aceptar todo lo que eó l le estaba diciendo. Era extranñ o pensar que
tenia un hermano a quien le importaba. Estaba acostumbrada a considerarlo como suyo y de nadie
mas. . .
-Hablame de tu hermano. ¿Es mayor que tu o maó s joven?
-Mas joven, siete anñ os menos, para ser precisos. Se llama Ezequiel Peter Grayson. Vaya
nombre, pero no peor que Matthew Zacharias, que es el míóo. Nuestra madre sentíóa fascinacioó n por
la Biblia. Su boca se torcioó iroó nicamente. Amanda estaba demasiado y solo registro vagamente su
expresioó n.
-¿Vive tu madre todavíóa? ¿Tienes alguó n otro familiar?
-Solo somos mi hermano y yo. Las palabras fueron deó bilmente recortadas.
La frente de Amanda se fruncioó . Sentíóa una repentina y desproporcionada curiosidad por
todo lo concerniente a el. Extranñ amente nunca habíóa pensado en la vida que el llevaba antes de ser
arrestado por el asesinato. -¿Y los dos sois capitanes de barco?
-Zeke lo es. EÉ l trabaja para míó. Ahora soy maó s un hombre de negocios que otra cosa, aunque
empeceó trabajando como capitaó n para los barcos de otros. Pero logreó persuadir al propietario – un
comerciante de Nueva Orleans sin estoó mago para el mar pero con una buena cabeza para los
negocias – de que me pagara un porcentaje de las ganancias en cada viaje que tuviera eó xito. Ahorreó
todo lo que pude, y no paso mucho tiempo hasta que pude comprar a plazos mi propio barco.
Ahora poseo una docena de ellos y paso maó s tiempo ocupado en los negocios que navegando,
aunque en algunas ocasiones llevo un cargamento simplemente por el placer de navegar por el
mar.
-¿Matt, coó mo paso? Quiero decir, que ¿como es que fuiste arrestado?
Aun a traveó s de las sombras vio un tenue resplandor en sus ojos.

84
-Crei que no queríóas saberlo le recordoó suavemente.
-Eso fue cuando pensaba que eras culpable Amanda replicoó . Ahora que seó que nos vas a
relatarme todos los sangrientos detalles del delito, tengo curiosidad.
Sus dientes brillaron en la oscuridad.
-¿Ahora tienes curiosidad? Bien, entonces, mi gata curiosa, satisfareó tu curiosidad: Estaba
en Londres para encontrarme con un caballero y pactar un contrato de embarque de miel. Estaba
solo. Cuando fue evidente que llegar a un acuerdo me tomaríóa maó s tiempo del que habíóa planeado,
envieó mi barco hacia Lisboa a entregar su cargamento bajo la capitaníóa de mi segundo oficial, el
cual es un marino muy capaz. Sus instrucciones eran despueó s de entregar el cargamento de Lisboa,
dirigirse hacia Marruecos, recoger una carga de sedas en Rabat, y regresar de vuelta a Nueva
Orleans. Para regresar a mi casa teníóa intencioó n de volver en uno de mis barcos o buscar pasaje en
otro. En uno u otro caso, ya deberíóa haber llegado hace un mes. Me imagino que Zeke tiene la
intencioó n de desviarse hasta Londres cuando termine su negocio en Le Havre para ver que es lo
que me retiene. Hizo una pausa, frunciendo el cenñ o. -Considerando el aislamiento al cual estaba
sujeto y la brevedad de mi juicio, faó cilmente pude haber estado ahorcado antes de que cualquiera
de mi gente se enterara de lo que habíóa sido de míó.
La frente de Amanda se arrugo. -¿Porque pensaron que eras un asesino?
Matt sonrioó tristemente. -Ah, ahíó estaó el problema. Estaba bebiendo en una posada
londinense cerca de los muelles con mi futuro cliente, cuando saque de mi bolsillo un reloj que
recientemente habíóa comprado. Me observo con ojos muy abiertos mientras lo abríóa, y se excusoó ,
dejoó la barra maó s bien precipitadamente. Asumíó que habíóa bebido con exceso y no penseó maó s en
ello. Mientras estaba allíó sentado, terminando de beber, con el uó nico pensamiento en mi cabeza de
coó mo podríóa conseguir el contrato de embarque, el cual era muy importante, cuaó ndo un
regimiento de soldados irrumpieron dentro de la taberna. Me preguntaron si era yo Matt Grayson.
Dije que síó. Me registraron, me quitaron el reloj de pulsera era ' la prueba ' me dijeron, y me
ordenaron que fuera con ellos.
-Al díóa siguiente, fui acusado del asesino de Lord Farringdon y su familia. Habíóa escuchado
algo acerca del delito, por supuesto. ¿Quieó n no lo habíóa hecho? Pero nunca, al menos que yo sepa
habíóa visto al tipo. Ciertamente no teníóa ninguó n motivo para asesinarle. Pero ese reloj de pulsera
era uno que poseíóa, y creyeron que yo lo habíóa cogido la noche en que el fue asesinado. No, la mera
posesioó n del reloj de pulsera no era prueba suficiente para condenarme. Oh, no, despueó s de que
encontraron eso, registraron el cuarto donde estaba alojado y encontraron otro artíóculo que habíóa
comprado al mismo tiempo y en el mismo sitio: una daga adornada con joyas, un bonito juguete,
penseó . Lo que no podíóa de saber cuando lo compreó era que habíóa sido usada muy recientemente,
en la garganta de Lord Farringdon, su esposa y sus hijos.
Amanda hizo un inarticulado sonido de horror.

85
-Esa fue mi misma reaccioó n. Bien, continuando, les dije que habíóa comprado los artíóculos a
una muchachita que se habíóa ofrecido a vendeó rmelos para poder comprar leche para su ninñ o. Ella
llevaba un bebeó con ella, que lloraba todo el tiempo y parecíóa desnutrido. Como un tonto, sentíó
laó stima por ella y le pague un buen precio por el reloj de pulsera y tambieó n por la daga. Los
soldados fueron incapaces de encontrarla, aunque me reconforta saber que al menos hicieron el
intento. Luego llego el factor decisivo: ademaó s de tener un artíóculo personal que habíóa pertenecido
a la víóctima, asíó como tambieó n el arma homicida, no tenia ninguna coartada para la noche en que
se cometioó el crimen. Estaba en la cama durmiendo solo. A los oficiales encargados de la
investigacioó n les parecioó casi imposible de creer. Les senñ aleó que si realmente hubiera cometido el
asesinato, entonces me habríóa ocupado de prepararme una coartada. No me creyeron. Despueó s de
tres meses de ser arrestado, fui juzgado, encontrado culpable, y llevado hasta la misma horca antes
de que el destino interviniera. Y aun puedo ser ahorcado. No tengo duda que me colgaran
inmediatamente si alguna vez, ponen en míó sus manos de nuevo.
Amanda guardoó silencio durante alguó n tiempo despueó s de que eó l hubo terminado.
-¿Queó haraó s? Ahora, digo. Su voz sonaba preocupada.
-Irme a casa, antes que nada. Lograraó n rastrearme hasta allíó, pero creo que les seraó maó s
difíócil detenerme en Nueva Orleans, donde soy muy conocido, que arrestarme aquíó en Londres. Y
mientras tanto tengo intencioó n de enviar a alguien de regreso hacia aquíó para tratar de encontrar a
esa maldita chica. Sin ella mis historia no se sostiene.
-¿Y si el que envíóes no la encuentra?
-Tendre cuidado de no volver nunca maó s a Inglaterra de nuevo. Lo cual no seria un gran
problema. No encuentro a tu paíós particularmente hospitalario. De hecho es al reveó s.
EÉ l teníóa los ojos clavados en la pared opuesta, con expresioó n ensimismada. Amanda
impulsivamente extendioó la mano para colocarla suavemente sobre su hombro. La miroó de nuevo,
su cara en las sombras por lo que ella no pudo ver su expresioó n. Entonces levantoó una mano para
cubrir la suya, presionaó ndola en su hombro durante un momento, despueó s la atrapoó
cuidadosamente y se la llevoó hacia su boca con ternura infinita. Amanda sintioó como se le cortaba
el aliento cuando eó l beso cada uno de sus delgados dedos. Luego le dio la vuelta y presionoó la boca
contra su palma, producieó ndole la sensacioó n de que un calor abrasador se extendíóa desde ese
lugar. Amanda sintioó un deseo descabellado y repentino de dejar el refugio de la cama y abrazarse
a eó l, enroscar sus brazos a su alrededor y apaciguar sus penas con palabras suaves y besos maó s
suaves todavíóa. Pero sabíóa que eó l la apartaríóa a la fuerza. . .
-¿Estaó tu curiosidad satisfecha ahora, mi aó ngel parecido con mirada de gato? EÉ l depositoó un
uó ltimo beso en sus nudillos antes de devolverle la mano, y depositarla amablemente bajo la manta
como sin quisiera dejarla fuera de peligro. Amanda recobroó su aliento con un suspiro profundo,
treó mulo, y acuno su mano contra su pecho.
-Síó. Gracias. Las palabras fueron inexpresivas. Apenas sabíóa lo que decíóa.

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-Entonces te sugiero que trates de dormir un poco. Confíóo en ti para mantener a raya los
lobos por la manñ ana. Realmente no me hace ninguna gracia pasar todo el díóa debajo de la cama.
Una breve sonrisa brilloó a la tenue luz.
-No creo que tengas que hacerlo. Su voz era suave, sonñ olienta.
-Esta bien. Duerme, Amanda.
-Síó. Buenas noches, Matt.
Su respuesta fue poco maó s que un grunñ ido. Amanda obedientemente cerroó sus ojos,
abrazando la percepcioó n de su boca en su mano. Al pensar en su boca inevitablemente evocoó las
ocasiones en que eó l la habíóa besado. Dos veces. . . Ella tembloó al recordarlo.
-Matt. Sus ojos se abrieron de nuevo para mirarlo. EÉ l no se habíóa movido.
-¿Hmm?
-Siento haberte abofeteado.
EÉ l la miroó . Sus blancos dientes brillaron en una lenta sonrisa.
-No pienses mas en eso. Dueó rmete ya, Amanda.
-Todo el rato estas diciendo lo mismo. Las palabras eran lastimeras.
-Porque es lo que quiero que hagas. Dormir.
-Oh, estaó bien. Malhumorada se dio la vuelta dejando asíó de ver su cara y cerrando sus ojos.
Creyoó haberlo oíódo reíór ahogadamente, pero no iba a darle la satisfaccioó n de mirarlo para poder
estar segura. Nunca podríóa dormirse. . .
La despertoó una mano sacudiendo amablemente su hombro. Cuando notoó ese toque
masculino, sus ojos se abrieron repentinamente y se levanto con alarma. Durante un momento no
podíóa imaginar quieó n era. . . Entonces miroó hacia arriba a esos ojos grises como la plata, a un pecho
sin un gramo de grasa, a la cara bien parecida oscurecida por la baba crecida de un DIA, y sonrioó .
Los ojos plateados se ensombrecieron hasta alcanzar el color del bronce cuando la observaron
ruborizada por el suenñ o, con su pelo desordenado en vivido contraste con el virginal camisoó n y
las blancas sabanas. Habíóa apartado las mantas durante la noche; su camisoó n se le habíóa subido
alrededor de sus muslos, dejando al descubierto unas piernas que eran delgadas y bien
proporcionadas, con el color de la crema recieó n hecha. . . Amanda siguioó la direccioó n de su mirada
y se sonrojoó cuando se dio cuenta de lo mucho que estaba ensenñ ando. Pero sus movimientos
fueron laó nguidos al empujar hacia abajo la prenda. La sobresaltoó el darse cuenta de que le gustaba
hacer que la mirara. Fue Matt el que se dio media vuelta malhumorado.
-Seria mejor que te levantaras. Su voz era ruda, y Amanda podíóa ver como cerraba y abríóa
sus punñ os con fuerza. -Una campanada sonoó hace algunos minutos.

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Recordando ahora su situacioó n, Amanda se levanto, sacando sus piernas por el borde de la
cama. Despueó s de mirarla severamente Matt le dio la espalda y se acerco a la ventana, doó nde se
quedo mirando hacia fuera al cielo y al mar.
-Tengo que vestirme. Cuando los uó ltimos retazos de suenñ o se difuminaron, su sentido
praó ctico regresoó – y con eso llego la consternacioó n-. No podríóa quitarse su camisoó n y hacer lo que
tuviera que hacer para vestirse estando a solo unos pasos de eó l. ¿Pero que otra cosa podíóa hacer?
EÉ l no podíóa salir y ella no podíóa estar en camisoó n durante todo el díóa.
EÉ l debioó notar su dilema. -No te preocupes, no mirareó dijo torcidamente. Miraó ndolo
insegura mientras permanecíóa de espaldas, con su cuerpo bloqueando la ventana, se dio cuenta de
que a pesar de su cuna o falta de ella, eó l era un caballero de la cabeza a los pies. Al menos en lo que
a ella concerníóa. De hecho, pensaba, que algunas veces desearíóa que tuviera menos presente el
coó digo de caballeríóa. Pero definitivamente esta síó era una de esas veces.
Si daba su palabra, la cumplíóa. Mientras se quitaba precipitadamente su camisoó n y se
lavaba, miraba cautelosamente a su espalda, eó l continuaba mirando pensativamente por la
ventana. Si no lo hubiese conocido lo suficiente, habríóa asegurado que habíóa olvidado su presencia
en el cuarto. Se vistioó tan raó pidamente como pudo, ponieó ndose una fina enagua y dando un
traspieó s en ropa interior al anudar las cintas de su enagua con dedos que ligeramente torpes por
la presencia silenciosa de Matt, luego se metioó raó pidamente en uno de sus anodinos vestidos
grises. La moda decretaba la adicioó n de al menos dos prendas maó s asíó como tambieó n dos enaguas
maó s, lo sabia, por no decir nada de un estilo muy diferente de vestido, pero las hermanas
despreciaban las modas y sus pupilas seguíóan sus oó rdenes. De repente Amanda tuvo una visioó n de
síó misma en un traje de noche blanco deslumbrante, con faldas tan amplias que tedia que pasar de
lado por una puerta, mangas hinchadas y cuello con un generoso escote. . .
Seríóa satisfactorio ver la reaccioó n de Matt si se pusiera un vestido tan seductor. Tuvo una
imagen de eó l arrodillaó ndose a sus pies, su cabeza negra arrogante inclinada al suplicarle
humildemente el favor de un baile. Se rioó ahogadamente de la absurdidad de la visioó n. Habíóa maó s
probabilidades de que el convento se cayera al mar, que de que eso ocurriera. Ella ni siquiera sabíóa
bailar.
-Pudes darte la vuelta ahora. Casi he terminado dijo Amanda, ya de pie calzaó ndose sus
zapatos. Matt se giro obedientemente, levantando una ceja al mirarla.
-¿No tienes otros vestidos que ponerte que no sean grises? Preguntoó impacientemente.
Amanda le miroó con un poco de sorpresa. EÉ l parecíóa descontento, y de mal humor. Juraríóa que
habíóa estado contento cuando la habíóa despertado.
-Tengo uno negro y mejor, para el domingo contestoó impertinentemente. EÉ l la miroó
cenñ udamente, estudiando el vestido gris pasado de moda con una expresioó n tan agria que Amanda
arqueo sus cejas al mirarle. Apretoó su boca al observar su expresioó n. -Tu hermano te trata
vergonzosamente. ¿El no esta falto de dinero, verdad? Amanda negoó con la cabeza. -Deberíóa ser

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azotado. Matt al hablar metioó con brusquedad sus manos en los bolsillos. A traveó s del aó spero
material de sus pantalones Amanda vio sus manos cerradas en un punñ o. Desconcertada, pensoó en
reclamarle lo extranñ o de su comportamiento, pero luego cambioó de idea. No teníóan tiempo de
discutir si teníóa que bajar a matines; Ademaó s, ella a menudo tambieó n estaba enojada consigo
misma sin ninguna razoó n aparente. ¿No podíóa el permitirse el mismo privilegio? Quizaó
simplemente el era de esas personas que se levantaban de mal humor. Eso era posible. Despueó s de
todo, ella nunca le habíóa visto antes por la manñ ana.
-Sugiero que dejes de míórame temerosamente, como si fuera a explotar de un momento a
otro, y hagas algo con tu pelo. No puedes bajar asíó.
El tono era todavíóa malhumorado, pero el consejo era ciertamente praó ctico y Amanda asíó lo
hizo. Cuando se situoó delante del espejo recogieó ndose su masa de pesado pelo, sintioó sus ojos
observaó ndola. Poner en orden su pelo le resulto mas difíócil esta manñ ana que nunca; porque la
noche anterior se habíóa acostado con el pelo suelto, y ahora era una masa de enredos, difíóciles de
deshacer. Finalmente, colocaó ndose el pelo sobre su hombro, empezoó a cepillarlo fuertemente.
-Vamos, deó jame ayudarte. Estaba tan concentrada desenredando su pelo que no se dio
cuenta de que el se habíóa acercado hasta que estuvo justo detraó s de ella. Mientras hablaba, le quito
el capillo de su mano, le aparto el pelo de sus hombros y lo dejo caer por su espalda. Con suavidad
infinita, comenzoó desenredarlo con sus dedos, a traveó s de las hebras gruesas, quitando nudos y
enredos antes de por fin alisarlo todo con el cepillo. Amanda permanecioó muy quieta mientras el le
cepillaba el pelo, amando la sensacioó n de sus manos en el, pero asustada de mostrar el mas leve
indicio de coó mo se sentíóa. Si eó l adivinaba lo que el mero toque de sus dedos en su pelo producíóa en
ella, sabia que inmediatamente abandonaríóa su tarea y pondríóa la distancia del cuarto entre ellos.
Mientras fingiera calma no habríóa nada que le impidiera observarlo a traveó s del espejo.
EÉ l se veíóa tan alto y oscuro detraó s de ella, la expresioó n concentrada mientras trabajaba en
su pelo. Situada delante de eó l, con su brillante cabeza apenas alcanzando sus hombros, ella
admiraba la anchura de sus hombros, el ondular de sus muó sculos en sus brazos, su fuerte cuello
moreno y el indicio del sedoso vello de su pecho que revelaba el cuello abierto de su camisa. Era
tan grande que casi hacia el doble de ella, lo suficientemente grande como para aplastarla con sus
dos manos si lo deseara. Pero a pesar de su gran tamanñ o y fuerza, siempre habíóa sido cortes con
ella. . . Un rayo perdido de luz solar se introdujo por la ventana para reflejarse en la negrura de su
pelo. Las pocas hebras de plata brillaban tenuemente a la luz del sol, casi con el color exacto sus
ojos, que ahora conocíóa de memoria, aunque sus pestanñ as estuvieran momentaó neamente
ocultaó ndolos de su mirada. La fuerza de su mandíóbula y su barbilla partida estaban deó bilmente
desdibujadas por el rastro oscuro de la barba sin afeitar aunque no ocultaba la belleza masculina
de su cincelada boca. . . Estaba clavando los ojos en esa boca cuando eó l miroó hacia arriba para
atrapar sus ojos en eó l en el espejo.
Su mandíóbula estaba apretada con fuerza. Amanda observoó fascinada como un muó sculo
diminuto comenzoó a sacudirse en la esquina de su boca. Sus ojos se ensombrecieron al encontrar

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los suyos. Clavoó los ojos en ella y un instante despueó s, descendieron hasta su boca. Amanda sintioó
el toque de sus ojos como una caricia fíósica. Sus labios se abrieron involuntariamente, y su
respiracioó n se agitoó . Maó s que nada en el mundo deseaba girarse y deslizar sus brazos alrededor de
su cuello. . .
-Sera mejor que termines de peinarte tu misma Matt dijo severamente, dejando el cepillo
encima la cama, y mientras ella le observaba por el espejo atravesoó el cuarto para quedarse de
nuevo mirando fijamente por la ventana. Amanda apretoó sus dientes conteniendo su decepcioó n
que era casi dolorosa. Luego, con manos torpes, recuperoó el cepillo de la cama y terminoó de
recogerse el pelo.
Cuando se estaba colocando el uó ltimo alfiler en su corona de trenzas unos discretos golpes
sonaron en la puerta. Amanda volvioó los ojos raó pidamente hacia la puerta, Matt se agacho
silenciosamente detraó s de la cama pareciendo que nunca hubiera estado allíó. Y justo a tiempo,
tambieó n. La puerta se abrioó antes de que Amanda pudiese responder. Susan aparecioó en el vano,
con el cenñ o fruncido de preocupacioó n en su bonita cara.
Ya voy dijo Amanda, corriendo hacia la puerta, esperando que el martilleo de su corazoó n
solo pudiera oíórlo ella. No me di cuenta de que fuera tan tarde.
-Tienes una visita. Dijo Susan mordiendo su labio inferior. Me han enviado, a buscarte. Es tu
hermano, y hay otro caballero.
Las dos chicas se miraron alarmadas. Susan sabíóa mejor que nadie, excepto Matt lo que
Amanda pensaba de Edward. Amanda no tuvo que decir una sola palabra; la repentina
consternacioó n en sus ojos lo decíóa todo. Su primer y cobarde impulso fue quedarse en su cuarto, y
enviar abajo a Susan a decirle a la Madre Superiora que estaba enferma. Luego pensoó en Matt,
quien indudablemente podíóa oíór cada una de sus palabras desde su escondite. Fuera lo que fuera
que ocurriera, no podíóa hacer nada que incitara a las hermanos, o (Dios no lo permitiera), al
mismíósimo Edward venir su cuarto. De todas formas, se dijo, enderezando los hombros
valientemente, no temíóa a Edward.
-Enseguida bajo. Dijo Amanda con la barbilla levantada preparaó ndose para lo inevitable.
Luego se giroó hacia el espejo, aparentemente para comprobar su imagen, pero en realidad lo que
queríóa era ganar unos preciosos segundos para recobrar su compostura. Se arreglo
parsimoniosamente una hebra suelta de su pelo. Luego estuvo preparada. Susan la siguioó
silenciosamente mientras bajaba las escaleras. Amanda podríóa sentir la taó cita simpatíóa de su amiga
envolvieó ndola.
-Estan en el despacho de la Madre Superiora Susan dijo suavemente al llegar a la planta
baja. Amanda a pesar de sus mejores intenciones, asintioó vacilando. ¿Queó podíóa querer Edward?
Nada agradable, de eso estaba segura. Nunca se habíóa dignado visitarla en todos los anñ os que
habíóa estado aquíó como alumna. Era imposible esperar que esta solo fuera una visita social. No, si
en algo conocíóa a Edward, sabíóa que estaba aquíó por negocios – y los negocios que le traíóan, no

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eran buenos para ella. Luego de pronto otra posibilidad la sobresalto, hacieó ndola palidecer. ¿Podíóa
ser que las monjas se hubieran enterado de la presencia de Matt y hubieran enviado a por Edward
antes de enfrentarla con su descubrimiento? EÉ l era, a pesar de todo, su tutor legal, y
probablemente querríóa saber que su hermanastra encubríóa al asesino maó s famoso de Inglaterra.
-¿Oh, Amanda, no Iraó n a llevarte con ellos? La preocupada pregunta de Susan era lo mismo
que ella estaba temiendo desde el principio. Un batalloó n de soldados para llevaó rsela a la fuerza a la
prisioó n podríóa estar esperaó ndola detraó s de la puerta cerrada de la Madre Superiora. Entonces se
dio cuenta de lo que su amiga realmente habíóa querido decir. Susan temíóa que Edward podíóa haber
venido a sacar a Amanda del convento con alguna intencioó n determinada. Y eso tambieó n era
posible.
-Espero que no dijo lentamente. Los preocupados ojos color cafeó de Susan, al mirarla se
empanñ aron con laó grimas.
-Yo tambieó n lo espero. Su voz era ronca. -Si tu te fueras, entonces me quedaríóa. . . Sola.
-Yo tambieó n te echaríóa de menos. Fue todo lo que Amanda pudo decir. Susan sabia al igual
que ella, que si Edward queríóa sacarla del convento, Amanda no podríóa hacer nada al respecto. Al
igual como le pasaríóa a Susan, que no tendríóa mas remedio que obedecer a sus padres. Excepto una
afortunada minoríóa que tenia independencia econoó mica, las mujeres eran meros objetos de los
que se esperaba hicieran todo lo que se les ordenara. Era terriblemente injusto, pero asíó era la
costumbre.
La puerta de la oficina de la Madre Superiora estaba abierta, interrumpiendo los
pensamientos de Amanda. Joanna miroó hacia el vestíóbulo, y vio a Amanda y a Susan bajando por
las escaleras, entonces fruncioó el cenñ o, y las llamo con eneó rgicos ademanes.
-La Madre Superiora te estaó esperando Amanda dijo con reprobacioó n.
Amanda enderezoó sus hombros, luego en un impulso apretoó suave y raó pidamente la mano
de Susan. Susan le devolvioó el apretoó n durante un instante. Luego, apretando los dientes, Amanda
paso por el lado de Joanna asustada hacia adentro de la oficina de la Madre Superiora.
A pesar de su pequenñ o tamanñ o la Madre Superiora irradiaba autoridad, sentada como una
reina detraó s de su escritorio. Amanda pensoó que nunca la habíóa visto mirar de forma tan
autoritaria como lo hacíóa ahora. Claramente desaprobaba a sus visitas. No a Edward, a quieó n ya
conocíóa y que permanecíóa delante de los cristales de una de las ventanas con la luz de la manñ ana
reflejaó ndose sobre su pelo comuó n y corriente. (Amanda sospechaba que eó l estaba situado allíó solo
por esta razoó n.) No, Edward, quien la saludo de forma civilizada, era, por lo menos exteriormente,
un caballero. No podíóa ser el quien habíóa disgustado a la Madre Superiora.
Solo quedaba el otro caballero. EÉ l se levanto de la pequenñ a silla de delante del escritorio de
la Madre Superiora cuando Amanda entro.

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-Recuerdas a Lord Robert, Amanda Edward murmuro a manera de presentacioó n, sin
moverse de la ventana cuando el otro hombre dio un paso hacia adelante para besar
automaó ticamente la mano que Amanda tenia extendida. Ella soó lo pudo mirar con profunda
desilusioó n a su futuro prometido cuando eó ste rozo su mano con los labios, dejando un beso
huó medo en su palma insensible. Síó, ciertamente, le recordaba. Pero en su caso su memoria habíóa
sido amable. Seguramente no habíóa sido siempre tan pequenñ o y regordete, y seguramente su cuero
cabelludo no siempre habíóa brillado tanto por la gran cantidad de brillantina que habíóa extendido
para tapar su calvicie incipiente. Y seguramente no siempre se habíóa vestido a la moda de una
forma tan ridíócula. El cuello de su camisa estaba almidonado a tan gran altura que difíócilmente
podíóa girar la cabeza, y su perfume de lavanda hacia juego con su coloreada tez. No tenia ninguna
duda de que, en combinacioó n con sus calzones a cuadros y su intrincado nudo de corbata, su
abrigo era el colmo de la moda, pero, por su color, y con sus hombros acolchados hacia que se viera
verdaderamente ridíóculo con el. Y eó ste era el hombre al que Edward habíóa escogido para su
marido.
-Es un gran placer verte de nuevo, Amanda le dijo Lord Robert - ¿Te puedo llamar Amanda?
Despueó s de todo, de un modo u otro somos casi de la familia. Y puedo decir que has mejorado
mucho – y tambieó n mis expectativas – desde la ultima vez que te vi.
Por fin soltoó su mano y sonrioó significativamente a Edward, quien le devolvioó la sonrisa.
Ambos hombres miraban a Amanda, uno con satisfaccioó n, el otro con avidez. Amanda se limpioó
subrepticiamente su mano en la falda reprimiendo un estremecimiento. Lord Robert la miraba
como si quisiera comeó rsela y ella sabia que Edward, era perfectamente capaz de ofreceó rsela.
-¿No tienes nada que decir, Amanda? Edward pidioó con suave voz. Amanda se percatoó con
sorpresa que no habíóa pronunciado ni una sola palabra desde que habíóa entrado en el cuarto.
Primero su nerviosismo y luego la sorpresa la habíóan dejado muda.
-Por supuesto. Es solamente que estoy sorprendida de verte dijo Amanda a su hermanastro
recobrando su compostura. De ninguó n modo dejaríóa que Edward notara que le temíóa; eó l gozaríóa
con ello y lo tomaríóa como una ventaja. Despueó s se dirigioó a Lord Robert, quien estaba miraó ndola
fatuamente.- Me alegro de verle de nuevo, Lord Robert. Y por supuesto que puede llamarme por mi
nombre. Despueó s de todo, somos primos.
Edward la miro furioso, desagradaó ndole claramente que desestimara cualquier alusioó n a
una relacioó n maó s cercana con Lord Robert. Amanda le devolvioó su mirada sin temor, sin embargo
tuvo que tragar para combatir la sequedad repentina de su garganta. La Madre Superiora, percibioó
ese intercambio mortíófero de miradas, y escogioó ese momento para intervenir. Se levantoó
pausadamente y camino alrededor del escritorio para situarse al lado de Amanda. La chica
delgada con su vivida coloracioó n y la vieja monja con el haó bito negro algo flojo eran casi de la
misma altura.

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-Tu hermano y Lord Robert me han pedido permiso para sacarte de aquíó durante un díóa,
Amanda. Se lo he concedido. Sugiero que regreses a tu cuarto y vayas a buscar tu chal. Te
esperaran aquíó.
Amanda escudrinñ o los ojos bondadosos de la Madre Superiora e inclinoó la cabeza
lentamente. De momento, al menos abiertamente, no desafiaríóa a Edward. Ya lo haríóa mas tarde,
cuaó ndo Matt no estuviera.
-Síó, Madre dijo doó cilmente y, e hizo una pequenñ a reverencia a los dos caballeros, mientras
abandonaba el cuarto.
Susan estaba paseando nerviosamente detraó s de la puerta, tal como Amanda habíóa
supuesto que haríóa. Tranquilizo a su amiga raó pidamente. Luego, recapacito y se dio cuenta de que
estaríóa fuera durante todo el DIA fuera, por lo que logroó escaparse subrepticiamente a la despensa
obtuvo algo de comida para Matt. Solo pudo coger pan y queso, pero tendríóa que conformarse con
ello hasta que pudiera conseguir algo maó s. . .
Matt no se mostroó demasiado contento cuando le hablo de las identidades de sus visitas, y
de lo que queríóan. Fruncioó el cenñ o, clavo los ojos en ella atentamente con sus manos fuertemente
metidas en los bolsillos de sus pantalones. Pero no habíóa nada que pudiera hacer, excepto ir, y
ambos lo sabíóan. ¿Ademaó s, queó danñ o le podríóa hacerle efectuar una excursioó n a plena luz del díóa
con su hermanastro y su primo, aunque fuera lo maó s desagradable que hiciera en toda su vida? Le
pregunto a Matt con una sonrisa, pero su cenñ o fruncido no disminuyoó . EÉ l era, de entre todas las
personas que la conocíóan el uó nico que sabia cuaó nto odiaba y temíóa a Edward.
-Debo ir le dijo, cogiendo raó pidamente su chal y dirigieó ndose velozmente hacia la puerta.
Sin embargo, Matt involuntariamente alargo una mano para detenerla. Ella vaciloó , escudrinñ ando
ese bien parecido y serio rostro que estaba oscurecido con preocupacioó n por ella. Entonces ella le
sonrioó con una dulzura que le sacudioó el corazoó n. -Matt realmente debo irdijo suavemente. EÉ l clavoó
los ojos en ella por un momento, sin hablar. Luego su boca se torcioó en una aceptacioó n sardoó nica, y
dejo caer sus manos a los lados.
-Ten cuidado le habíóa oíódo murmurar mientras salíóa por la puerta . . .
El díóa fue como una pesadilla. Esa era de la uó nica manera en que Amanda podíóa describirlo.
Se sentíóa como si fuera dos personas a la vez: una estaba sentada en el carruaje de Edward de
excursioó n por las vistas locales, dando conversacioó n innocua a un ansioso Lord Robert mientras
Edward los escuchaba y observaba con placer sombríóo; la otra estaba preocupada por Matt. ¿Y si lo
descubríóan? Amanda se percatoó de que no tenia ni idea de lo que Lord Robert le decíóa o de lo queó
ella contestaba. La tensioó n por saber que el asesino mas buscado de toda Inglaterra estaba
secretamente escondido en su dormitorio, se anñ adíóa a la tensioó n de intentar mostrarse
despreocupada y pendiente de ninguna otra cosa que no fueran sus dos companñ eros, la tenia
destrozada. No tenia ninguna duda de que, si Lord Robert se le hubiese declarado durante los
uó ltimos minutos, distraíódamente habríóa aceptado. Soó lo esperaba que eó l no lo hubiera hecho.

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Edward no habíóa cambiado un aó pice, se dio cuenta Amanda a medida que el díóa iba
transcurriendo. Tambieó n descubrioó que su ausencia no habíóa hecho que su corazoó n le tuviera mas
carinñ o. Lo que mas doloroso encontraba era que se pareciera fíósicamente tanto a su padre. Ver la
aversioó n en sus ojos cuando eó l la miraba, oíór su voz fríóa que no se esforzaba por ocultar su rechazo
hacia ella, era como observar una caricatura cruel de su padre. Cada vez que Amanda miraba esa
cara burlona y arrogante sentíóa como si un cuchillo se clavara en su corazoó n.
Tal como Amanda se figuraba, habíóan venido porque Lord Robert queríóa conocer a su
futura prometida antes de que el compromiso matrimonial fuera irrevocable. Ni eó l ni Edward se lo
habíóan dicho, pero por los comentarios que en alguna ocasioó n habíóan dejado caer y las sonrisas e
inclinaciones de cabeza que Lord Robert otorgaba a Edward durante todo el díóa, Amanda pensoó
que esa debíóa ser la razoó n. Despueó s de todo, hacia mucho tiempo que su primo no la habíóa visto,
desde el díóa del entierro de su padre, cuando ella era una flaca y huesuda muchacha de trece anñ os
con pelo de color zanahoria y los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Sin duda eó l no compraba
nada sin verlo antes y queríóa ver por el mismo lo que habíóa cambiado durante esos anñ os. Para su
parte, ella no podíóa descubrir ninguó n cambio en el, como no fuera que estaba maó s inflado su
enorme ego. Si ella le habíóa encontrado poco atractivo a los trece, ahora, a los dieciocho, le
encontraba repulsivo. Probablemente porque ahora sabíóa que teníóa la intencioó n de hacerla su
esposa, con todo lo que eso comportaba. Y tambieó n porque ahora habíóa conocido la bondad de
Matt y su belleza duramente masculina y los comparaba a los dos.
Fue bastante despueó s del anochecer cuando, despueó s de una excelente cena en la posada en
la que los dos hombres pasaríóan la noche, Edward la trajo de regreso al convento. Amanda se
preguntaba por queó Lord Robert, quien se habíóa pegado a su lado como una lapa todo el díóa, no la
habíóa acompanñ ado. Tan pronto como Edward hubo dado las buenas noches a la Madre Superiora,
Amanda tuvo su respuesta. Edward queríóa hablar a solas con ella.
La Madre Superiora les permitioó usar el pequenñ o saloncito que normalmente estaba
reservado a las visitas de sacerdotes. Cuando siguioó a Edward a traveó s de la puerta y le observoó
cerrarla detraó s de ella, Amanda sintioó que su estoó mago se revolvíóa. Ahora Edward le diríóa lo que a
la vez queríóa y temíóa saber.
No perdioó el tiempo en preliminares. Sus ojos la miraron durante un momento mientras ella
se sentaba en una silla cerca del fuego apagado, determinada a presentar una apariencia tan fríóa
como pudiera, a pesar de que su corazoó n estaba retumbando. EÉ l no se sentoó pero se acerco hasta
quedar de pie amenazadoramente al lado de su silla. Edward era alto, pero no tan alto como Matt,
con huesos delgados y el pelo comuó n y corriente de su padre. Llevaba sus ropas a la uó ltima moda al
igual que sus botas destellantes, o al menos eso creíóa Amanda. Habíóa vivido apartada dentro de los
muros del convento durante tanto tiempo que no sabia demasiado de moda masculina. De todos
modos, el abrigo amarillo paó lido y los pantalones de color cafeó combinaban admirablemente.
Habríóa sido un hombre bien parecido si no fuera por sus ojos, que eran fríóos y paó lidos, de un azul
que parecíóa astillas de hielo.

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-Eres tal como esperaba: la viva imagen de tu madre.
-Gracias le contesto Amanda sosegadamente, aunque era bien consciente al percibir la
mofa en la voz de Edward de que las palabras no eran exactamente un cumplido. Pero, si pretendíóa
salir victoriosa de este encuentro, sabia que no podíóa que dar rienda suelta a su temperamento. -
¿Por queó estas aquíó, Edward?
Parecioó deó bilmente alarmado. Estaba claro que no habíóa esperado que ella tomara la
iniciativa. Amanda deseoó que su leve sorpresa le diera ventaja.
-Robert quiere asegurarse de que das tu consentimiento a este matrimonio antes de que
firme los documentos del mismo. Por alguna razoó n que escapa a mi comprensioó n, eó l no te quiere si
no estas bien dispuesta.- ¿Y tu estaó s bien dispuesta, verdad, Amanda? Su voz delataba una
amenaza disimulada. Amanda tragoó , levanto la mirada para encontrar sus ojos miraó ndola
fríóamente. La frialdad en sus profundos ojos azules la asusto.
-Nno, no lo estoy contestoó , reuniendo todo su coraje. Los ojos de Edward se estrecharon
hasta que parecieron pequenñ as y crueles rendijas en su cara cruel.
-Lo estaraó s. Cuando el te lo pregunte manñ ana. Porque si no, Amanda, si rehuó sas o le
demuestras que no quieres ser su esposa, te hareó sentir la mujer mas miserable sobre la capa de la
tierra. Y lo puedo hacer. Te puedo llevar de de regreso a nuestra casa, encerrarte en tu habitacioó n
del aó tico y puedo decir a todo el mundo que estas loca. ¿Quieó n me contradiríóa? O te puedo golpear.
Y sin ninguna duda, Amanda, lo hareó . No vas a arruinarme este negocio.
La primera intencioó n de Amanda fue levantarse y decirle como despreciaba sus amenazas.
Pero por primera vez en su vida, la detuvo la cautela. Edward, ciertamente, podríóa hacer lo que
decíóa. Y si no lo obedecíóa, sabia que su venganza seria aterradora.
-¿Por que es este matrimonio tan importante para ti, Edward? dijo con tono
cuidadosamente neutro. Su boca se relajoó ligeramente cuando el desafíóo que eó l habíóa esperado no
aparecioó .
-Robert ha prometido devolverme tu dote el DIA de la boda. Sin ese dinero, perdereó nuestra
mansioó n Brook y toda su tierra.
Los ojos de Amanda se agrandaron por la sorpresa. Habíóa dado por sentado que Lord
Robert queríóa casarse con ella por su dinero. Por lo que descubrir que accedíóa a devolver a Edward
su dote la asombro. ¿Para queó debíóa necesitar Edward su dinero?
¿Por queó es el dinero tan importante? Si nosotros siempre lo hemos tenido en abundancia
-¿Es esto un interrogatorio, ninñ a? Su boca se endurecioó , y sus ojos brillaron intensamente.
Luego desvioó su mirada cuando se le ocurrioó un pensamiento. -¿Quieres saber, que voy a hacer?
Muy bien. Quizaó eso te haraó entender hasta doó nde estoy dispuesto a llegar para conseguir que te
cases con Robert. Durante los uó ltimos meses he tenido muy mala suerte en los naipes. Solo me

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queda la mansioó n Brook. Y no la perdereó , Amanda. No mientras te tenga a ti para venderte en su
lugar.
La calculada crueldad de sus palabras deberíóa haberle dolido, pero no lo hicieron. Estaba
demasiado enfadada con Edward.
-¿Por que quiere Robert casarse conmigo?' le preguntoó lentamente. -Habíóa creíódo que era
por el dinero.
Edward se rioó brevemente, con un sonido chilloó n. No, mi querida hermanastra, eó l no va tras
de tu dinero. Parece que estaba fascinado con tu madre – y como la mayoríóa de los hombres-, no la
consiguioó . Cree que podríóa alcanzar ese deseo largamente sonñ ado casaó ndose contigo, la hija de
Isabelle. Y cuando te vio, estuvo seguro de ello. Eres ideó ntica a tu madre, Amanda – en todos los
aspectos- estoy seguro.
Amanda ya habíóa tenido bastante.- No hables de ese modo de mi madre. Se levanto y miroó
encolerizada a su hermanastro. EÉ l estaba a escasos centíómetros de ella. Con su mano la agarro
fuertemente por el brazo.
-Hablareó de esa puta en la forma que quiera. Y tuó te casaraó s con Robert. ¿Verdad, Amanda?
Sus dedos apretaban fuertemente su brazo, y Amanda se sobresaltoó por el dolor.
-No, no lo hareó .
-Síó, lo haraó s. Piensa en ello, Amanda. Si rehuó sas, entonces te sacare de hache manñ ana. Y eso
no te gustara, Amanda, volveraó s conmigo a casa. Te dareó una prueba, para que no tengas ninguna
duda de lo que puedes esperar, si me obligas a llevarte a casa.
Al decir eso, levantoó su mano y la abofeteoó fuertemente. El golpe fue tan duro que provocoó
laó grimas en sus ojos. Amanda levantoó increó dula la mano hasta su mejilla lastimada cuando
Edward la dejoó .
-Esa fue solo una pequenñ a muestra. Rechaza a Robert manñ ana y entonces abr mas. Al
terminar de hablar, se marchoó dando media vuelta.
Amanda, notoó las rodillas deó biles, al salir por la puerta hacia el vestíóbulo. Estaba desierto; la
falta de luz significaba que todo el mundo se habíóa retirado excepto Edward y ella. Edward pronto
se reuniríóa con Lord Robert en la posada del pueblo. Manñ ana estaríóan de regreso, y Lord Robert
querríóa su respuesta. Amanda presionoó de nuevo su mano fresca sobre su mejilla palpitante al
subir por las escaleras hacia su cuarto. EÉ l querríóa su respuesta – y sabíóa que solo habíóa una
respuesta que podíóa darle. Temblaba cuando entro en el dormitorio y se apoyo sobre la puerta al
cerrarla. La luz de luna entraba a raudales a traveó s de la ventana, banñ ando la cama estrecha con un
haz de luz. Matt estaba tumbado en la cama, sus largas piernas cruzadas, sus brazos doblados por
debajo de su cabeza, la cual giro hacia la puerta al entrar ella.
-¿Has tenido un buen DIA? Le preguntoó burlonamente mientras se puso de pie con aó gil
gracia. Amanda no contestoó , y tampoco se movioó . No podíóa. Estaba tan asustada que sus rodillas no

96
la iban a sostener si daba un paso maó s y su boca se movíóa pero sin que pudiera articular una sola
palabra. Matt se acercoó , miraó ndola curiosamente en la oscuridad. Luego copio con la mano su
barbilla, y alzo su rostro para que lo iluminara la luz de la luna. Hubo un momento de silencio.
Despueó s sintioó como se tensaba su mano debajo de su barbilla.
-¿En nombre de Dios, queó le ha ocurrioó a tu cara?

Capíótulo once

- Edward. . . Su voz tembloó .


-Le matareó . El tono mortíófero de su amenaza devolvioó a Amanda a la realidad. La mano de
Matt soltoó su barbilla para, con ambas manos atrapar su cintura. Teníóa la intencioó n de apartarla de
su camino. -¿Doó nde estaó ? ¿En la planta baja?
-Matt, no. Conmocionada por un horrible presentimiento, Amanda levanto sus brazos y
rodeo su cuello. Inclinando la cabeza hacia atraó s para poder mirarle a la cara con ojos suplicantes.
Su rostro parecíóa serio y determinado. A Amanda le recordoó de nuevo al asesino cruel que creíóa
haber encontrado en la playa..
-Si tu crees que voy a dejarle que se salga con la suya y abuse de ti, estas muy equivocada.
Su voz teníóa un tono mortíófero. -Le machacare a golpes con gran placer.
-Por favor no lo hagas, Matt Estaba freneó tica tratando de sujetarle. Era inuó til, por supuesto.
Su fuerza era mucho mayor que la de ella. EÉ l la levantoó sin ninguó n esfuerzo como si ella fuera una
ninñ a pequenñ a y la dejo detraó s de eó l, daó ndose la vuelta, en su direccioó n, quedando asíó ella todavíóa
colgada de su cuello. Sus manos se alzaron para quitarse de encima los brazos de ella que
rodeaban su cuello; Amanda sabíóa que si no le deteníóa de inmediato, bajaríóa la escalera,
encontraríóa a Edward y probablemente le mataríóa. No era que estuviese preocupada por Edward,
sino que con el gran alboroto que se formaríóa, sin duda Matt seria atrapado – y luego colgado.
-No me dejes, Matt gimioó , aflojando su cuerpo sobre el, por lo que eó l se vio forzado a
abandonar el intento de quitar sus brazos de su cuello y sujetar su peso muerto.
-Amanda. El sonido de su nombre en sus labios fue aó spero. Ella se apoyo completamente
contra eó l, sintieó ndose aliviada cuando eó l soltoó una maldicioó n y paso una mano por debajo de sus
rodillas y con la otra la sujeto por los hombros. Se sintioó levantada en vilo como si fuera una

97
pluma, y se apoyo en su duro pecho mientras el se dirigioó a grandes zancadas hacia la cama.
Cuando la dejo sobre el colchoó n, se asusto, creyendo que teníóa la intencioó n de dejarla para ir a
buscar a Edward. Sus manos apresaron sus hombros cuando el se reclino sobre ella, y sus
pestanñ as revolotearon hacia arriba para mirarle mientras la depositaba blandamente sobre el
colchoó n.
-Por favor, no me dejes, Matt, imploroó de nuevo suplicante, con algo parecido a un sollozo
que hizo quebrar su voz. Sus labios estaban apretados, y veíóa sus ojos brillar como si el tambieó n
estuviera sufriendo; luego se sentoó en la cama a su lado, mientras sus manos gentilmente le
tumbaban hacia atraó s sobre la almohada.
-No te dejareó , carinñ o le prometioó . Entonces Amanda se relajoó . EÉ l se lo habíóa prometido, y
ella se lo haríóa cumplir. Lo cual queríóa decir que, por ahora el estaba seguro, al menos por el
momento, y con una punzada de doloroso arrepentimiento Amanda tambieó n pensoó en que lo
estaba Edward.
-Deó jame mirar tu cara, Amanda. La mano de Matt subioó para inclinar suavemente su cara
hacia la luz de luna, mostrando claramente la magulladura que ya comenzaba amoratarse bajo su
poó mulo. Cuando Matt vio la huella de su golpe en la blanca y tierna piel, su boca se apretoó una
líónea dura y sus ojos destellaron peligrosamente. Amanda levantoó una mano para atrapar su
munñ eca cuando se detuvo debajo de su barbilla, repentinamente asustada otra vez al ver la mirada
asesina en los ojos de Matt.
-Bastardo dijo Matt a traveó s de sus dientes, su voz en un susurro, aunque sus ojos brillantes
desmentíóan su tono. Suavizando despueó s su voz al ver la preocupacioó n en su rostro, eó l agregoó ,-
Estaó bien, dulzura, no me voy a ninguó n sitio. Acueó state y relaó jate, mientras te banñ o esa
magulladura. Debe doler como el diablo.
Amanda lo contemploó durante un largo momento, aliviada al ver que aunque el brillo
furioso todavíóa acechaba en sus ojos, una parte de su tensioó n habíóa aflojado sus muó sculos. EÉ l no
haríóa nada que fuera impulsivo, de eso estaba casi segura. Entonces se permitioó hacer lo que eó l le
habíóa dicho y se relajo sobre de la almohada, notando como sus dedos rozaban su magulladura
casi con arrepentimiento.
-Tengo todo el lado de la cara entumecido, confesoó . Oyoó un sonido deó bil, arenoso que
identificoó como los dientes de Matt mientras se apretaban fuertemente, y su mirada voloó hacia su
cara de nuevo. Esos ojos plateados resplandecíóan con un fuego helado, pero cuando el se dio
cuenta de que lo estaba mirando, se las arreglo para esbozar una sonrisa reconfortante.
-Estaó bien dijo otra vez. -Qeó date quieta durante un minuto. No voy a ninguó n sitio.
EÉ l se levantoó de la cama y fue hacia el lavamanos, doó nde remojoó una toalla de lino y la
escurrioó . Con la tela en mano, regresoó a su lado en la cama.

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-Levaó ntate, Amanda. Asíó lo hizo, y eó l amablemente limpioó su cara, sus manos movieó ndose
cuidadosamente al pasar sobre la parte sensitiva de la magulladura. Cuando su cara estuvo lavada
a su satisfaccioó n, copio sus manos y tambieó n paso el panñ o sobre ellas, como si estuviera
atendiendo a una ninñ a pequenñ a. Amanda sonrioó dulcemente, mientras el la cuidaba tan
tiernamente. Soó lo Matt en toda su vida era el uó nico que la habíóa hecho sentirse querida y
protegida. Finalmente eó l se levantoó otra vez para enjuagar la tela y escurrir el agua sobrante,
despueó s regreso colocaó ndoselo de nuevo amablemente sobre la mejilla lastimada. La compresa era
fríóa y calmante sobre a su mejilla. Amanda froto su cara en la tela fríóa y la mano que la sujeta, y
sonrioó a Matt otra vez.
-Eres muy bueno conmigodijo suavemente.
Sus ojos se ensombrecieron.
-Tu te mereces que la gente sea buena contigo le dijo, apartando hacia atraó s con su mano los
mechones desordenados de su pelo. Tu hermano debe ser castigado por tratarte asíó. Me gustaríóa
hacerle sufrir.
Esto uó ltimo fue mascullado por lo bajo, pero Amanda lo oyoó . Se mordioó el labio inferior,
contemplaó ndole con ojos ansiosos.- Matt, no debes hacerle nada a Edward, si lo haces el se
aseguraraó de que todo el mundo sepa que estaó s aquíó. Por una pequenñ a bofetada en la cara no vale
la pena ser colgado.
-¿No lo vale? Su boca se torcioó en una mueca. -Si creyera que eso podríóa beneficiarte, haríóa
mucho maó s que dejarme colgar por ti Amanda. Pero excepto matar a tu hermano, - lo cual yo aun
puedo hacer si se atreve de nuevo a ponerte una mano encima – no veo queó otra cosa pueda hacer
de momento, que sea de mucha ayuda para ti. Asíó que puedes dejar de preocuparte, te dije que me
quedaríóa aquíó contigo y asíó lo hareó .
-Gracias, Matt.
EÉ l le quito la compresa de la mejilla y se levanto para ir a humedecerla de nuevo. Cuando
regresoó , Amanda tratoó de sujetar ella misma la tela en su lugar, para ahorrarle tener que hacerlo el.
Pero para su sorpresa, su mano temblaba de tal manera que tuvo que dejarla caer sobre la cama.
Matt fruncioó el cenñ o al observarlo.
-Dime lo que sucedioó , Amanda. ¿Por queó te abofeteoó ? ¿Rinñ eron? Su voz era increíóblemente
suave.
Amanda le miroó durante un largo un momento. Queríóa contaó rselo – deseaba contaó rselo-.
Pero teníóa miedo de que eso aumentara su ira contra Edward maó s allaó de su control. Si Matt sabia
como Edward la habíóa amenazado, teníóa muy pocas dudas en cual seria su reaccioó n.
-En realidad, no fue nada. Edward me notifico que habíóa arreglado mi compromiso
matrimonial con Lord Robert. Cuando le dije que no queríóa casarme con eó l, Edward me abofeteoó . EÉ l
nunca me habíóa golpeado antes y eso me asusto.

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-¿Es esa la verdad? Matt parecíóa deó bilmente increó dulo, y Amanda rezoó para que la
oscuridad le impidiera advertir su rubor si levantaba la cara para mirarla.
-Síó. Se consoloó pensando que en parte era la verdad – aunque no toda.
-¿Y tu consentiste en casarte con ese Lord Robert?
-No. Al menos, eó l no me lo ha pedido todavíóa. Edward dice que eó l planea declararse manñ ana.
Cuando lo haga, aun no he decidido que le direó .
Matt quitoó la compresa de su mejilla y estudioó la magulladura pensativamente durante un
momento. Luego eó l la miro estrechando sus ojos.
-Me dijiste antes que en ninguó n caso ibas a considerar el casarte con ese hombre. Habíóa un
apenas un perceptible tono afilado en su voz. -¿Queó ha cambiando tus pensamientos?
Amanda le miroó silenciosa. EÉ l parecíóa muy grande y oscuro sentado al borde de su cama,
sus manos descansando ligeramente sobre sus muslos en sus pantalones negros sueltos. Sus ojos
estaban fijos en su cara, escrutando su expresioó n, en espera de una respuesta. Amanda vaciloó . No
queríóa mentir, pero tampoco le podíóa decir la verdad sobre las amenazas de Edward. No teníóa
ninguna duda de que Matt mataríóa a Edward si supiera como la habíóa amenazado su hermano. . .
-Edward me dijo. . . Me explico como seria la vida que llevaríóa como Lady Turnbull. No
parecíóa tan. . . Tan desagradable como habíóa supuesto. Ahora lo estoy reconsiderando, aunque aun
no he decidido ninguna cosa.
-Ya veo. Parecíóa que las dos palabras le habíóan sido arrancadas a la fuerza. EÉ l miroó sus
manos por un momento, luego levanto su cara tan velozmente que si no hubiese sido por la
oscuridad, Amanda no habríóa tenido ninguna duda de que habríóa visto la mentira claramente
escrita en sus ojos. Precipitadamente los entrecerroó .-
- ¿Quieres hablar de ello?
Amanda negoó con la cabeza. No habíóa nada que quisiera maó s que contarle sus problemas a
Matt, pero dadas las circunstancias era imposible. Para distraerle, levanto una mano temblorosa
hacia la frente.
-Me duele la cabeza, Matt. Las palabras sonaban tan desesperadas que Amanda casi se
felicitoó a síó misma por su actuacioó n. Entonces se la ocurrioó que ella en realidad no estaba actuando.
Se sentíóa tan desesperada como sonaba y deseaba ardientemente su consuelo.
-No es de extranñ ar, despueó s de esa bofetada brutal. Le senñ alo la corona de pelo trenzado en
su cabeza. -Esto probablemente no ayuda a aliviarlo. Deó jame deshaceó rtelo. mientras hablaba sus
dedos ya estaban ocupados quitaó ndole los alfileres que sujetaban la trenza.
-Yo puedo hacerlo. Ridíóculamente, la sensacioó n de sus manos en su pelo la volvíóa tíómida.
Alzoó hacia arriba sus manos para quitar el resto de alfileres por síó misma, soó lo para encontrar con

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que estaban demasiadas deó biles para poder hacerlo. Esa escena con Edward la habíóa debilitado
maó s de lo que creíóa.
-¿Puedes? La pregunta fue seca. -Quedate quieta y deja que por una vez sea yo el que te
cuide, Amanda. Despueó s de todo, tu has hecho lo mismo por mi
Los recuerdos que sus palabras evocaron, la hicieron sonreíór. Cuando eó l le habíóa ordenado
vendar su cadera, ella habíóa estado aterrorizada – parecíóa que hacia tanto tiempo de eso ahora-. -
¿Lo he hecho? preguntoó .
-Mmm. grunñ o continuando con su labor de quitar los alfileres su pelo, dejaó ndolos caer
sobre la mesita de noche uno por uno. Cuando finalmente se los hubo quistado todos, tiroó de sus
trenzas y comenzoó a aflojarlas, pasando sus dedos a traveó s de las hebras hasta que por fin su pelo
quedo suelto brillando en gruesas ondas.
-Tienes un bello pelo afirmo, cogiendo un mechoó n y estudiaó ndolo como si fuera un
espeó cimen raro y curioso. La luz de la luna que entraba a raudales a traveó s de la ventana reflejaba
su color de rubíó vibrante como si tuviera centenares de luces escondidas que brillaban como
diamantes. Matt movioó el mechoó n de pelo en todas direcciones, concentrado en como reflejaba la
luz. Amanda le observaba, sus ojos volvieó ndose calidos, resplandeciendo secretamente al percibir
los planos y aó ngulos de su cara. Ni la barba crecida de dos díóas podríóa desfigurar el esplendor
masculino de sus rasgos. No era bueno que un hombre fuera tan escandalosamente bien parecido,
pensoó , y se preguntoó coó mo no habíóa descubierto ella su belleza cuando puso sus ojos en el. Ni
siquiera la barba crecida escondíóa la fuerza de su mandíóbula y su barbilla cuadrada, o el corte
claó sico de sus labios duramente masculinos que ahora teníóan una expresioó n tierna al examinar su
pelo con atencioó n. Su nariz era recta, y arrogante, sus poó mulos y frente ancha podíóan haber sido
tallados por un escultor. Sus pestanñ as negras y gruesas se desplegaban como abanicos sobre sus
mejillas que habíóan recobrado su bronceado natural, eran un bello marco para sus ojos de plata
con anillos interiores brillando como el humo, que ella tan bien conocíóa. Infuso sus cejas eran
negras y bellas se alzaban dibujando un deó bil arco que daba expresioó n a su rostro y comunicaba
sus estados de animo sin palabras. Justamente ahora las teníóa alzadas como si sintiera curiosidad
acerca de algo. Su pelo era tan negro como sus cejas, con un negro que brillaba con tonos azules
bajo los rayos de la luz de la luna, cayeó ndole ondulado por su frente y rizaó ndosele alrededor de sus
orejas hasta caer por la nuca sobre un fuerte cuello de color cafeó .
-Tambien lo es el tuyo, tu pelo, digo. Es bello. Las palabras salieron a hurtadillas de su boca
antes de que Amanda fuese consciente de que estaban allíó. Las primeras palabras fueron dichas
sonñ adoramente, pero el resto salieron apresuradas al darse cuenta de lo que habíóa dicho. Si Matt
hubiera adivinado el tierno sentimiento que le provocaba el solo mirarle, no tenia la menor duda
de que se habríóa apartado inmediatamente y ella no queríóa que hiciera eso.
-Gracias. Increíóblemente, eó l le sonrioó . La curva divertida de sus labios y el brillo de sus
blancos dientes prestaban tal encanto a su rostro que dejaron a Amanda sin habla. Es bonito

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recibir un cumplido de vez en cuando. Normalmente tenemos que otorgarlos todos los díóas, sin
recibir ninguno a cambio
De nada. Repentinamente tíómida, maó s por sus pensamientos que por cualquier otra cosa
que eó l le hubiera dicho o hecho, bajo los ojos. EÉ l arregloó un mechoó n de pelo sobre su pecho y paso
cuidadosamente un dedo por el borde de sus pestanñ as.
-Suaves como la seda, negras como el pecado, y largas como la lengua del diablo dijo
carinñ osamente. Alarmadas por alguna nota indefinible en su voz, las pestanñ as que eó l habíóa descrito
revolotearon hacia arriba otra vez. Sus ojos parecíóan casi de color puó rpura cuando lo miroó
fijamente. Su mano bajoó de sus pestanñ as para acariciar su mejilla. Abruptamente su expresioó n
cambioó en un semblante cenñ udo. Amanda le miro, desconcertada.
-Tienes la piel fríóa como el hielo dijo, en un tono completamente diferente del murmullo
corteó s de unos segundos antes. Su mano dejo su mejilla para atrapar su mano. Parecíóa pequenñ a e
indefensa, contra su palma grande, sus dedos delgados en comparacioó n con los largos y fuertes de
el. Amanda miroó sus manos unidas, la de ella blanca y pequenñ a con dedos finos y unñ as pequenñ a y
la de eó l fuerte y dorada, una mano masculina con una palma llena de callos que conocíóa muy bien
el trabajo fíósico. Podíóa sentir su fuerte vitalidad fluyendo a traveó s de su palma.
-Tu mano tambieó n esta fríóa continuoó . -Has tenido una fuerte conmocioó n, necesitas acostarte.
Si me dices donde esta, buscare tu camisoó n y te lo pondraó s.
Mientras hablaba se levanto, depositando su mano sobre la cama. Amanda se sintioó
despojada, daó ndose cuenta repentinamente del frioó que en realidad tenia. Sin su presencia a su
lado para calentarla y confortarla, empezoó a temblar.
-En el armario, el segundo cajoó n. Fue todo lo que pudo decir mientras sus dientes
castanñ eaban. Matt se dirigioó hacia el armario buscando desordenadamente, de forma masculina
entre el contenido. Al cabo de un instante estaba a su lado sosteniendo en su mano uno de esos
serios camisones blancos que tenia. Lo dejoó sobre la cama a su lado, y antes de que se diese cuenta
de lo que estaba haciendo copio sus tobillos para quitarle los zapatos.
-Tienes unos pequenñ os y bellos pies Le sujetaba un pie con su mano mientras hablaba.
Amanda sintioó un hormigueo a traveó s de su cuerpo cuando con suaves dedos le acaricio el
empeine del pie cubierto por una media blanca. Se le enroscaron los dedos del pie
involuntariamente. Antes de que pudiera ver su reaccioó n, aparto el pie de sus manos y lo escondioó
bajo la manta.
-Date la vuelta y te desabrochare el vestido ordeno, ignorante del hormigueo que recorríóa
todo su cuerpo al notar su contacto. Al pensar en esas manos grandes y en las legiones de botones
diminutos de detraó s de su vestido, Amanda tembloó . Esperoó que atribuyera al frioó esos pequenñ os
escalofríóos que le provocaba por su cuerpo.

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Aparentemente asíó fue. Sin esperar su respuesta, la giro suavemente sobre su estomago y
despueó s de acariciar inconscientemente sus pelo, procedioó a desabotonar su vestido. Amanda
sintioó el calor de su mano contra la piel fríóa de su nuca, y no pudo evitar sentir un nuevo temblor
cuando sus manos rozaron su espalda apenas protegida con la fina enagua. Cuando hubo
desabrochado el uó ltimo botoó n al final de su espalda, estaba ríógida con los dientes apretados,
conteniendo las sensaciones que el roce de sus manos despertaba en ella.
-Ya esta dijo, enderezaó ndose. Despueó s sus manos se deslizaron bajo sus axilas, para
incorporarla de la cama y dejarla de pieó en el suelo. Amanda se apoyoó en sus brazos para no perder
el equilibrio mientras eó l se agachaba para sujetar el dobladillo de su vestido y deslizarlo arriba
hacia su cintura. Apenas tuvo tiempo de hacer otra cosa, antes de que eó l le ordenara que levantase
los brazos para pasarle el vestido por la cabeza. Permanecioó de pie con solo su ropa interior, una
figura toda de blanco excepto por el fuego oscuro de su pelo y la incandescencia amatista de sus
ojos. Mas por verguü enza que por frioó , cruzo los brazos a su alrededor, deseando desesperadamente
que no notara la reaccioó n humillante de su cuerpo al estar frente a eó l solo con su ropa interior. Sus
pechos se hincharon y sus pezones se endurecieron hasta sobresalir como guijarros diminutos en
contra de la fina enagua de muselina. Esta respuesta sin precedentes la avergonzoó tanto que podíóa
notar un fuerte rubor subiendo por su cuello hasta sus mejillas. Dio gracias a Dios por la oscuridad
reinante que ocultaba su verguü enza. No importaba lo que Matt le hubiera explicado acerca de las
virtudes de poseer una naturaleza caliente y carinñ osa, estaba convencida de que anhelar tan
desesperadamente que la mirara con esos ojos plateados, la tocara con sus manos y la besara en la
boca era una prueba irrefutable de la naturaleza libertina que ya habíóa sospechado teníóa cuando la
beso por primera vez.
-Puedo continuar con el resto yo sola Amanda dijo raó pidamente al volverse Matt hacia ella
despueó s de dejar caer su vestido negligentemente sobre la silla.
-Esta bien. Su respuesta fue agradable, pero Amanda supo que habíóa tenido una visioó n
global de su cuerpo antes de cruzar el cuarto para mirar por la ventana. Amanda apretoó los
dientes al pensar en lo que habíóa visto y si habíóa interpretado correctamente su respuesta a el.
Podíóa ser muy discreto y no mencionarlo, lo sabia, pero tambieó n sabia que lo ultimo que queríóa de
el en este momento era su bondad y tolerancia.
Sus dedos eran torpes al desabrochar los botones y corchetes, pero finalmente logro
conseguir sacarse toda su ropa interior y ponerse el camisoó n. Dejoó las medias para lo uó ltimo,
quitaó ndose el liguero y enrollando por sus piernas hacia abajo las fraó giles medias de algodoó n. Al
enderezarse despueó s de quitarse la segunda media, se quedoó estupefacta al ver que Matt se habíóa
girado y la estaba observando. Su cara estaba en las sombras; soó lo el brillo de sus ojos era visible
para ella.
-Metete en la cama. Estas helada. Las palabras fueron abruptas, dichas casi a gritos.
Amanda miro abajo, hacia si misma, y vio con aprensioó n que sus pechos bajo su serio camisoó n
blanco de cuello y mangas largas mostraban los pezones erguidos y eó stos eran completamente

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visibles a traveó s del camisoó n. Raó pidamente cruzoó los brazos a traveó s de su pecho, y se sonrojo de
nuevo, al notar que eso solo atraeríóa la atencioó n de Matt hacia sus dificultades, si es que aun no se
habíóa dado cuenta.
-Matt, yo. . . Demasiado tarde, pensoó que nunca debíóa tratar de explicar lo inexplicable,
compasivamente eó l la interrumpioó , salvaó ndola de profundizar todavíóa mas en su verguü enza.
-Metete en la cama, Amanda.
Agradecida, hizo lo que el le ordenaba, contenta de poder esconderse de sus ojos mientras
gateaba bajo las cubiertas, sin darse cuenta de que su tono era mas aó spero que antes. Cuaó ndo
estuvo recostada contra la almohada con las mantas alzadas hasta su barbilla, se atrevioó a mirarle.
Su mirada estaba fija en el contorno de su cuerpo debajo de las mantas. Al notar que ella lo estaba
mirando, desvioó sus ojos a traveó s del cuarto a la oscura chimenea.
-Necesitamos encender el fuego. Hace un frioó de mil demonios aquíó dentro.
-No tenemos permiso para encender el fuego en nuestros dormitorios durante la
primavera. Soó lo lo podemos hacerlo en invierno.
Amanda se percatoó de que ambos estaban hablando por hablar; Matt no parecíóa ser
consciente de lo que decíóa y ella tampoco. Estaba ocupada considerando la mirada hambrienta en
sus ojos al clavarlos en su cuerpo bajo la ropa de cama.
-Maldito sitio masculloó , y sus ojos se dirigieron hacia ella de nuevo. Sus manos se deslizaron
en sus bolsillos y sus pies se movieron desasosegadamente.- ¿Coó mo te sientes ahora?
-Mucho mejor Amanda contestoó , devolvieó ndole sin querer su mirada y siendo incapaz de
apartarla de sus ojos, que estaban ardiendo en la oscuridad con tal fuego que le provocaron un
calor que desdecíóa la frialdad del cuarto.
-Tendras un gran moratoó n. ¿Coó mo se lo vas a explicar a Lord Robert manñ ana? Amanda creyoó
detectar una huella de burla en su voz cuando el menciono el nombre.
-Yo. . . No lo se. Supongo que le direó que tropeceó con algo a oscuras.
Sus labios se apretaron fuertemente. -¿No le diraó s la verdad? ¿Que el bastardo de tu
hermano te golpeoó para persuadirte de que te casaras con eó l?
-No. Dijo con voz baja..
-Claro que no. Se dirijo hacia la puerta. Amanda se sentoó en la cama, con sus ojos
agrandados.
-¿A doó nde vas?
Su mano estaba en el picaporte cuando se volvioó a mirarla.
-Pienso que seria mejor que encontrara alguó n otro sitio para dormir esta noche.

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-¿Pero porqueó ? Su voz sonaba conmocionada.
-Porque si me quedo aquíó un minuto maó s, voy a tener que elegir entre estrangularle o
besarte, y estareó perdido si hago cualquiera de las dos cosas.
Su voz sonaba enojada, y su postura era ríógida mientras sus ojos la taladraban. Amanda
sintioó que su corazoó n se aceleraba ante la violencia reprimida de su voz. Queríóa que le pusiera las
manos encima, notaba como su estomago daba un vuelco, no importaba que fuera por enojo o por
pasioó n. Pero eó l estaba decidido a no tocarla.
-¿Puedes hacerme un favor antes de irte? La mansedumbre en su tono contrastaba
agudamente con el martilleo de su corazoó n.- Hay otra manta dentro del armario. ¿Me la podríóas
traer, por favor? Estoy helada.
Al mirarlo con esa inocencia seductora, a la cual tal como ella esperaba, no pudo resistirse
debido al proteccionismo que parecíóa sentir hacia ella. El crispamiento de un muó sculo en su
mandíóbula fue el uó nico signo de protesta que hizo cuando ella le hizo la peticioó n. Amanda se
recostoó suavemente contra la almohada mientras extendíóa la manta sobre su cama. Sus pestanñ as
ocultaban sus ojos mientras admiraba como se ondulaban los muó sculos en sus brazos y sus
hombros a traveó s de la fina camisa blanca mientras realizaba esa simple tarea; cuando se doblo
sobre ella para pasar la manta por sus hombros, ella levantoó sus pestanñ as para mirar directamente
esa cara rigurosamente bella tan proó xima a la suya. Sus ojos se encontraron. Las ascuas oscuras
que resplandecíóan en esos plateados ojos grises, parecieran chamuscarla. Una explosioó n repentina
de calor hizo su boca se secara de repente. Inconscientemente mojo su labio inferior con su lengua.
Los ojos de Matt se quedaron atrapados observando el diminuto movimiento.
-Por Dios, Amanda. . .
La ronquedad en su tono y la llama atormentada en sus ojos le dio el valor que necesitaba.
Tragando con fuerza, saco una mano de bajo de las mantas para atrapar la de eó l. Su piel ardíóa y no
era por la fiebre.
-Prometiste que no me dejaríóas le recordoó con voz enronquecida. Impulsivamente levantoó
su mano y la presionoó contra su fuerte mejilla. Su piel se notaba dura y rasposa en contra de la de
ella tan suave.
-He cambiado de idea. Pero no hizo ninguó n esfuerzo para apartar la mano de su mejilla. En
lugar de eso, sus dedos iniciaron un movimiento para acariciarla, pero se detuvieron
abruptamente.-No sabes lo que me estas pidiendo, Amanda. Estas uó ltimas palabras sonaban
desesperadas.
-¿No, lo se? Sus ojos buscaron los de eó l, bajando seductoramente las pestanñ as. -¿Puedes
ensenñ aó rmelo, Matt?.
Giroó la boca hacia su palma.

105
Capíótulo doce

El roce de su pequenñ a y suave boca contra su palma parecioó abrasar su carne. Matt podíóa
sentir el calor fluir por sus venas como un volcaó n de lava ardiente. El deseo contra el que habíóa
estado luchando todos estos díóas amenazaba con consumirle en sus llamas. Apretando los dientes,
se resistioó al impulso de arrancar con fuerza su mano de sus labios y reemplazarla con su boca,
tumbarse en la cama a su lado y rodearla entre sus brazos y nunca dejarla marchar. Ella le deseaba,
eó l lo sabia. Podíóa leer la apasionada invitacioó n de esos enormes ojos violeta. Pero no teníóa ni la
menor idea de a queó le estaba invitando; seríóa imperdonable aprovecharse de su inocencia y su
afecto por eó l. Era solo una ninñ a, a pesar de su belleza que enardecíóa su corazoó n y sus tentadoras
formas femeninas.
-Ensenñ ame, Matt repitioó con voz ronca. Su boca se deslizoó de su palma hacia el interior de
su munñ eca por encima de punñ o suelto de su camisa. Matt sintioó el calor huó medo de su boca al
pronunciar ella esas palabras contra su freneó tico pulso, y se alteroó de tal forma que pudo haber
gritado. EÉ l la deseaba, oh, eó l tambieó n la deseaba. . .
-Amanda dijo inestablemente, sabiendo que debíóa irse ahora, en este instante, pero incapaz
de forzarse a tomar la decisioó n, que su mente le indicaba era lo mas racional que podíóa hacer. Ella
le hizo callar, al colocar sus dedos contra su boca. Al hacer ese gesto, le habíóa soltado la mano; sin
quererlo eó sta quedoó depositaba sobre la manta encima de su pecho. En cada fibra de su ser, Matt
tuvo conciencia de esos dedos delgados contra de su boca y de la suave curva de su pecho bajo su
mano. El deseo se enrosco en el como un demonio enfurecido clamando por ser satisfecho. Pero
todavíóa se oponíóa a el.

106
-Hazme el amor, Matt susurro.- ¿Por favor porque no lo haces? le rogoó con ojos suplicantes.
Matt pensoó que su mirada era suplicante y desconcertada, como la de un ninñ o que ha sido
castigado para algo que no puede entender y le estaó siendo negado el perdoó n por una razoó n
igualmente incomprensible. Un amago de ternura emergioó en sus pensamientos; Matt le dio la
bienvenida, pensando que le serviríóa de escudo contra la pasioó n que amenazaba con aplastarle en
cualquier instante. Miroó su rostro, tan pequenñ o e indefenso sobre la almohada blanca, sus ojos
inconscientemente absorbiendo la perfeccioó n de cada rasgo y toda su belleza. Su pelo a la luz de la
luna era del color del vino viejo, que constituíóa un marco exquisito para la paó lida serenidad de su
frente, la curva suave de sus mejillas, la barbilla pequenñ a y elegante. Sus ojos bajo las cejas negras
sedosas brillaban al mirarlo con un fuego suave en sus profundidades, como amatistas atrapadas
por el sol. Su nariz era pequenñ a y delicada, como el resto de ella, y su boca exuberante de un fuerte
color rojo como una rosa. . .
Matt clavoó los ojos en esa boca, incapaz de evitar recordar coó mo se habíóa sentido al besar
dulcemente esos labios y tambieó n recordoó su respuesta. Habíóa estallado en llamas entre sus
brazos. . . Para su desilusioó n Matt sintioó que la ternura con la que eó l habíóa contado para su
salvacioó n cambio y aunoó sus fuerzas con el deseo que tan difíócil le resultaba controlar.
Conjuntamente, le torturaron con una necesidad caliente, palpitante que era casi imposible de
resistir.
Los dedos de Amanda se deslizaron desde su boca hasta acariciar su mejilla, su mano fríóa y
suave contra la dureza aó spera de su barba. Matt se quedo ríógido bajo su mano, oponieó ndose a una
pasioó n que era casi lisiante en su intensidad. Y hubiera ganado, si ella no hubiese elegido ese
momento para rozar suavemente con sus dedos la cicatriz que serpenteaba por su mejilla,
recuerdo de una paliza de su infancia, administrada con el laó tigo, por uno de amantes de su madre.
La ternura del toque de Amanda apaciguoó el dolor que todavíóa le producíóa el recuerdo en su
corazoó n y que ya creíóa olvidado desde hacia mucho tiempo. Repentinamente Matt se dio cuenta de
que eó l necesitaba la ternura de Amanda desesperadamente, la deseaba ardientemente, teníóa que
tener maó s de ella o perecer. . .
Con un gemido amortiguado dejoó de pelear, rodando en la cama a su lado y envolvieó ndola
en sus brazos. Buscoó sus labios y los encontroó faó cilmente al alzar ella su boca sin temor.
-Querida murmuro con voz ronca antes de comenzar a besarla con un salvajismo nacido de
la desesperacioó n. Ella deberíóa haberse encogido por la violencia apenas controlada de su abrazo,
pero, para su admiracioó n, sintioó que sus brazos se deslizaron alrededor de su cuello mientras le
devolvíóa el beso
Despueó s de eso, sus besos se calmaron. Amanda se maravillo de la sensacioó n de sus labios
sobre los suyos, labios duros, calientes, masculinos, que prometíóan, demandaban, acariciaban,
tomaban y cedíóan. Se abandonoó a su experta intrusioó n, devolvieó ndole beso por beso. Y no
retrocedioó cuando su lengua invadioó su boca, sino que busco la de el y descubrioó para su deleite
que explorar su boca era tan deliciosamente maravilloso, como que el explorara la suya. Despueó s

107
sus labios abandonaron su boca, par dejar un reguero de besos por su mejilla hasta su oreja, ella
tembloó ante la exquisita sensacioó n que sus dientes despertaron al mordisquear ligeramente el
loó bulo de su oreja. Sus labios dejaron su oreja para deslizarse por su delgado cuello. Amanda
arqueoó su garganta contra del calor huó medo de su boca, al llegar sus labios al pulso que palpitaba
en su base, sintioó como los dedos de sus pies se curvaron de puro placer. Sus manos acariciaban su
pelo, masajeando su cuero cabelludo, a traveó s de las finas hebras de su pelo negro. Descansoó
contra ella durante un momento, su aliento caliente contra de la piel de su garganta, y luego
levantoó su cabeza para mirarla.
-Amanda, vas a tener que detenerme las palabras sonaron tan borrosas que apenas pudo
entenderle.- Porque, por Dios, que yo no lo puedo hacer.
Ella sonrioó , haciendo mueca con sus labios apenas visible en la oscuridad, y acariciando
con sus manos su cabeza.
No quiero detenerte dijo suavemente. Sus ojos que ardíóan a fuego lento resplandecieron
ante su respuesta; inmediatamente su boca estaba de nuevo sobre la suya dura y caliente
devastando sus sentidos, mientras sus manos atraparon el cordoó n que aseguraba el camisoó n
alrededor de su garganta.
Amanda tembloó cuando notoó sus dedos rozar su piel. Esto era lo que deseaba, se dijo a síó
misma, a este hombre, este momento. Deseaba tan desesperadamente que la besara, que la
abrazara y la amara que moriríóa si se parara ahora. Pero no esperaba que lo hiciera. El ligero
temblor que sacudíóa sus manos, el oscuro rubor que tenñ íóa sus mejillas, los sonidos roncos,
disparejos de su respiracioó n, le decíóan que el estaba tan hechizado como ella.
Vio la intensa concentracioó n en su duro rostro mientras lenta y metoó dicamente fue
desabrochando cada uno de los diminutos botones de la parte delantera de su camisoó n. Con cada
botoó n que desabrochaba, daba un pequenñ o beso a la sensitiva carne que iba quedando expuesta.
Amanda notoó la dureza y el calor de su boca, la rasposidad de su barba sin afeitar, el toque de sus
manos en ella, y pensoó que sus huesos se derretiríóan de puro eó xtasis. Sus manos nunca soltaban su
la cabeza mientras eó l se abríóa camino hacia sus pechos desde su ombligo apartando poco a poco el
camisoó n. Cuando desabrocho el uó ltimo botoó n, hasta su cintura, sus manos se deslizaron dentro y
tocaron sus pechos.
Amanda sintioó el calor y la fuerza de esas manos ardiendo a traveó s de su piel, e
instintivamente se acerco maó s a ellas. Podíóa sentir los largos muó sculos de su cuerpo abrasaó ndola
mientras el permanecíóa tumbado a su lado; las mantas enrolladas alrededor de sus caderas le
impedíóan sentir plenamente la presioó n de sus muslos contra ella cuando el los movíóa. Solo el fino
camisoó n se interponíóa entre sus pechos y sus manos y entonces, con lentitud como si tuviera
miedo de asustarla, sus manos apartaron los bordes del camisoó n y apresaron sus pechos.
Cuando sintioó la frescura de la noche sobre su piel desnuda, Amanda se estremecioó y cerroó
los ojos. Nada ocurrioó , ni un movimiento, ni un sonido excepto el ronco silbido de su respiracioó n.

108
Cuando abrioó sus ojos para mirar a Matt vio que eó l estaba apoyado sobre su codo a su lado, con
una mano aguantando su cabeza mientras que la otra estaba pesadamente depositada en la piel
desnuda justo debajo de sus pechos. Sus ojos mirando encendidos a sus pechos, su fija mirada
oscurecida, casi echando humo por un hambre que ella, a pesar de su inocencia no tenia problema
en reconocer. Un fuerte rubor encendíóa sus poó mulos, y un nervio se movíóa en la esquina de esa
bella boca. Como si eó l notara que lo estaba mirando, Matt levanto la vista hacia ella; Amanda sintioó
su propia boca temblar cuando encontroó sus ojos...
-Tienes unos pechos muy hermosos, Amanda le dijo, con voz ronca. Levantoó la mano hacia
un pecho para tocar con dedos suaves la carne que estaba admirando. Amanda se quedo sin
aliento al percibir el toque de sus dedos. Sus ojos fueron de su rostro, a la mano que la acariciaba;
el contraste entre la piel blanca de sus pequenñ os y enhiestos pechos y el tono oscuro de su mano
grande hicieron saltar su corazoó n. Levantoó su de nuevo mano para tocar su pezoó n con un dedo
seductor. Amanda no pudo detener el pequenñ o gemido que se le escapo cuando su pezoó n se
estremecioó bajo su caricia. Observoó , medio avergonzada, medio fascinada, como sus pechos se
hinchaban bajo su caricia, pareciendo pedir maó s. En respuesta, su mano pasoó a su otro pecho, y su
palma acaricio raspando ligeramente su pezoó n. La sensacioó n de dolor mezclada con el placer
despertado hicieron temblar su estomago que se encogioó palpitante. Se quedoó sin aliento por su
intensidad.
-Son tan bellos murmuroó , sus ojos mirando sus pechos otra vez mientras sus manos
dibujaban cíórculos conceó ntricos desde el borde exterior hacia adentro y ahuecando despueó s toda
su palma sobre ellos. -Tu piel es tan suave, como de brillante sateó n blanco. La podríóa estar tocando
eternamente Emitioó un suspiro quejumbroso; su mano apretaba posesivamente el pecho que tenia
atrapado. Sus ojos se alzaron para encontrar los de ella. Amanda creyoó consumirse por las llamas
que vio en sus profundidades.
-Si tienes un poco de sensatez, me pediraó s que aparte mis manos de ti, salga de tu cama, y te
deje sola masculloó , el grunñ ido de su voz le decíóa lo difíócil que le era darle ese consejo. -ero si vas a
hacerlo, por el amor de Dios, hazlo ahora. Dentro de un minuto seraó demasiado tarde. No podreó
detenerme ni aunque me lo pidas de rodillas.
Amanda lo contemploó , sus ojos movieó ndose por su cara, fuerte, bien parecida tan cerca de
ella pensando de nuevo queó increíóblemente bello era, bello en un sentido puramente masculino
que la dejaba devasta. Los brumosos ojos plateados, los planos duros de su cara, su boca cincelada,
y la profusioó n de rizos negros gruesos la conmovíóan profundamente. Sus manos subieron para
acunar su cara. El gesto fue tíómido al principio, pero al sentir la aspereza de la lija de sus mejillas
bajo sus palmas perdioó cualquier atisbo de timidez en un apremio por expresar sus emociones.
-Te amo dijo, sorprendieó ndose a si misma, sabiendo al mismo tiempo que las palabras eran
verdad. EÉ l se tensoó , y sus ojos resplandecieron con un fuego tan intenso que casi licuoó sus huesos.

109
-Dios míóo, Amanda, has sellado tu destino gimioó , con voz estrangulada, y se inclinoó sobre
ella abrazaó ndola mientras su boca encontraba la suya de nuevo.
La besoó desesperadamente, devoraó ndola con su boca, como si nunca tuviera bastante de
ella, nunca la podríóa dejar ir.
Sus brazos a su alrededor la apretaban tan estrechamente que ella podíóa sentir cada duro
muó sculo de su cuerpo a traveó s de sus ropas y incluso con la ropa de cama enreda. EÉ l yacíóa
recostado sobre la parte superior de su cuerpo, envolvieó ndola completamente, su peso
aplastaó ndola en el colchoó n mientras sus caderas se movíóan entre los obstaó culos con unos pocos
empujes que parecíóan aumentar en fuerza y urgencia al acariciar ella con sus manos sus anchos
hombros. Aun a traveó s de su camisa, la percepcioó n de esos hombros musculosos la embriagaba. Se
preguntaba coó mo seria tocarle sin la barrera de su camisa. Queríóa tocar su piel desnuda, como eó l la
habíóa tocado, como la estaba tocando, ella. . . Sus manos se movieron por su propia voluntad
encontrando la V abierta de su camisa y se deslizaron dentro. La percepcioó n del pelo de su pecho
entre sus dedos la embriagoó . Paso sus unñ as sobre el vello suave, amando sus rizos contra sus
dedos, tambieó n y calor de la carne debajo. EÉ l se puso ríógido al tocarlo ella, su boca descansoó
apasionadamente contra su cuello, y despueó s la sujetoó con fuerza, sus manos en sus munñ ecas
atrapaó ndola cuando ella intento freneó ticamente soltarse.
Matt. . . Habíóa un nudo de angustia en el sonido. EÉ l se inclinoó para besarla raó pidamente, sus
labios duros reconfortaó ndola sin palabras, y luego impacientemente apartoó las mantas que
rodeaban sus caderas como si fuera una momia. Tiroó las mantas ofensivas al suelo, dejaó ndola yacer
indefensa sobre las sabanas blancas del colchoó n.
Quitemos tu camisoó n dijo, con voz ronca, y se lo quito pasaó ndolo por la cabeza. Fue a parar
junto a las mantas que estaban en el suelo. Amanda permanecioó desnuda en la cama con soó lo su
pelo cubrieó ndole el cuerpo. No habíóa esperado que el la quisiera ver desnuda, sus manos subieron
en un movimiento instintivo para cubrirse.
No seas tíómida conmigo. EÉ l se arrodillo a su lado, con ojos tiernos y apasionados a la vez,
apartando primero sus manos y luego las hebras de su pelo adheridas a su cuerpo afíón de que
quedara completamente al descubierto bajo su mirada. Amanda se ruborizo pero no hizo ninguó n
movimiento por cubríórsele cuando sus ojos la recorrieron desde los hombros, pasando por sus
pechos altos y firmes, cuyos pezones rosados se irguieron inmediatamente al ser acariciados, su
cintura estrecha, su estoó mago plano, bajando hasta sus piernas largas y el triaó ngulo oscuro de pelo
entre ellos. Podíóa percibir como su pecho subíóa y bajaba raó pidamente al mirar hacia abajo
fijamente, y despueó s salioó de la cama para quitarse raó pidamente sus propias ropas. Amanda lo
observaba, estremecieó ndose con miedo y anticipacioó n mientras pasoó su camisa por su cabeza y la
tiraba al suelo, luego se sentoó en la cama a su lado para quitarse los zapatos y los calcetines. Su
espalda ancha, desnuda estaba vuelta hacia ella, y el miedo que habíóa sentido brevemente fue
reemplazado por una dolorosa ternura cuando vio las cicatrices que la cruzaban. Se enderezo, con
sus brazos deslizaó ndose alrededor de su cintura y presiono suavemente sus labios contra la carne

110
lastimada. Matt contuvo el aliento con un gemido derrotado; Amanda sintioó su cuerpo firme
temblar bajo su tacto. Se dio la vuelta, echaó ndola sobre la cama, cubriendo su boca con un beso
arrasador. Los brazos de Amanda se deslizaron alrededor de su cuello. Le abrazoó sin ninguó n
pudor, temblando tan violentamente como eó l.
Podíóa sentirlo por todas partes, en cada pulgada de su carne. El pelo de su pecho raspando
suavemente contra sus blandos pezones, despertaó ndolos hasta que le ardieron con anhelo. La
dureza de su estoó mago y su abdomen presionando contra ella al mismo tiempo que el empuje de
sus muslos aplastaba sus caderas y piernas. Llevaba todavíóa puestos sus pantalones, pero Amanda
podíóa advertir contra ella la caliente presioó n protuberante de la parte de su cuerpo que hacia de eó l
un hombre. Solo habíóa visto esa parte en un ninñ o recieó n nacido cuando le habíóa puesto los panñ ales
que la Hermana Agnes le habíóa ordenado, y precipitadamente habíóa apartado sus ojos. El recuerdo
de esa pequenñ a parte de masculinidad inocente no tenia ninguó n parecido con la percepcioó n de
esta cosa enorme que insistentemente la estaba presionando. Temblaba al sentirlo atrevidamente
contra ella; sus manos se aferraban a sus hombros y luego se dirigieron con necesidad creciente a
su espalda. Sentíóa una intensa curiosidad por eó l, por coó mo era su cuerpo, por su apariencia; sus
dedos eran inseguros al explorar, primero la anchura de sus musculazos hombros, maravillaó ndose
de la dureza y suavidad de su piel, y luego al pasarlas suavemente por el contorno de las cicatrices
en su espalda.
EÉ ste era Matt, su Matt, que tenia imperfecciones fíósicas, y estas pequenñ as imperfecciones le
llegaron al corazoó n. Las palabras que habíóa dicho algunos momentos atraó s, las palabras que no
habíóa sabido que estuvieran en su mente, le volvieron a la memoria: le amaba. Nunca en su vida
habíóa sentido nada que le produjese la intensa emocioó n que la sacudíóa cuando acariciaba su ancha
espalda, en la que se dibujaban sus cicatrices.
EÉ l besaba su garganta, su boca suave contra su piel mientras sus manos ahuecaban sus
pechos. Amanda se quedoó ríógida, primero por la sacudida de la sorpresa y luego con algo
peligrosamente cercano al eó xtasis, cuando sintioó su boca bajar por su garganta para acariciar con
la nariz en su pecho. La percepcioó n de su mandíóbula no afeitada rozando la blandura de su piel
mientras el frotaba su cara contra sus pezones le hicieron brotar un gemido inesperado en su
garganta. Amanda oyoó un lujurioso gemido desde lejos, preguntaó ndose vagamente de donde habíóa
provenido hasta que se dio cuenta para su horror de que habíóa salido de su garganta. Y que de
nuevo volvíóa a salir. No podíóa detener los pequenñ os gemidos no importaba lo fieramente que lo
intentara. Despueó s sus labios se cerraron suavemente sobre su pezoó n izquierdo y ella dejo de
intentar reprimirlos, cuando su cuerpo quedo descontrolado.
Si no hubiera estado concentrada en otra cosa que no fuera su propio placer, Amanda se
hubiera muerto de verguü enza por la forma en que su cuerpo se retorcíóa y contorsionaba bajo las
manos y la boca de Matt. Primero acaricio su barriga y luego sus muslos, mientras su boca
continuaba atormentando sus pezones. Se movioó de un pecho hacia el otro, primero
succionaó ndolos y luego atrapaó ndolos entre sus dientes y mordiendo suavemente, hasta que

111
Amanda clavo las unñ as en sus hombros y grito su nombre. EÉ l se estremecioó cuando notoó su placer,
y su boca se deslizoó en un rastro de besos hacia su estomago plano, detenieó ndose
momentaó neamente para explorar su ombligo con la lengua, antes de seguir hacia abajo, donde se
juntaban sus muslos. Amanda se estremecioó con una sacudida cuando sintioó su boca acariciaó ndola
en ese lugar, sus ojos se abrieron repentinamente y tratoó de apartarse. Aun no era tan viciosa como
para no darse cuenta de que la forma en que eó l la estaba besando no era correcta; teníóa que
detenerse. . . Pero sus manos la sujetaban en su sitio, no dejando que se apartara de eó l, y la presioó n
de su boca contra ese lugar donde nadie en toda su vida la habíóa tocado antes estaba provocando
apasionados estremecimientos en sus entranñ as.
-Relajate, Amanda murmuro en una baja y ronca voz -Dejame besarte.
Ella todavíóa estaba ríógida bajo el, resistieó ndose al placer que le provocaban sus besos y
pequenñ os mordiscos en el interior de sus muslos. Sus manos sujetaban su pelo, pero poco a poco
dejaron de intentar alejarlo. En lugar de eso descansaron quedamente, los dedos tensamente
entrelazados entre las hebras gruesas. No iba a poder resistirse mucho maó s, pero tampoco iba a
responder tal como lo habíóa hecho hasta entonces, de ninguna manera. Las manos de Matt se
deslizaron a sus lados para abarcar sus caderas, sujetaó ndola flojamente, sin forzarla a hacer nada
que ella no quisiera.
-Amanda. Su voz sonaba ronca por la pasioó n. Amanda miroó hacia abajo y se quedo atrapada
en sus ojos cuando eó l levanto su cabeza para verla. Estaba medio tumbado, medio arrodillado
entre sus piernas, y el contraste entre su negro pelo y la paó lida piel de su estoó mago y sus muslos la
hicieron contener el aliento.- ¿Confíóas en mi?
Amanda lo pensoó durante instante, luego asintioó con vacilacioó n. Confiaba en eó l: Es mas, lo
amaba.
-Entonces abre tus piernas para míó, y deó jame amarte correctamente. A pesar de las
enronquecidas alusiones, su voz era embaucadora. Amanda tembloó ante la imagen que sus
palabras evocaron, pero cuando sus manos se deslizaron entre sus muslos las dejoó permanecer
allíó. Sus unñ as se clavaron en su cuero cabelludo cuando sintioó en primer lugar darle pequenñ os y
breves besos para luego pasar a unos profundamente huó medos contra su blandura temblorosa.
Cuando el golpeo con su lengua cada zona sensible, su corazoó n comenzoó latir tan raó pido que creyoó
que iba a morirse. Instintivamente tratoó de cerrar sus muslos, pero eó l era inamovible entre ellos y
solo consiguioó que sus mejillas presionaran maó s contra la piel sedosa de sus muslos. Tirando de su
pelo, contorsionaó ndose en una freneó tica protesta contra las sensaciones que despertaba en a ella,
hizo un intento de detenerlo, pero el no lo hizo. Y despueó s ya no quiso que parara. Su organismo
respondioó con voluntad propia, arqueaó ndose contra eó l, temblando, palpitando y agarraó ndole
firmemente con manos y piernas.
-Dulce Jesuó s. EÉ l se aparto, llevando sus manos hacia la hebilla de su cinturoó n. -Se que esto va
demasiado raó pido para ti, pero no puedo esperar maó s. Intentareó no lastimarle.

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Amanda estaba en tal estado de deslumbramiento que sus palabras apenas penetraron en
su conciencia. Yacíóa tal como eó l la habíóa dejado en la cama, sus piernas abiertas, y sus pechos
estremecieó ndose, mientras le observaba desabotonar nerviosamente sus pantalones y apartarlos
de una patada al caer por sus piernas. Vislumbro brevemente su desnudez, y el vendaje blanco
que cubríóa su cadera; vio lo suficiente de eó l para registrar vagamente que era tan peludo en la
parte de abajo como lo era arriba y que eso era tan enorme como lo habíóa notado. Acto seguido, eó l
estaba en la cama a su lado, sus brazos deslizaó ndose a su alrededor, su boca aplastando la suya
mientras sus rodillas se deslizaban entre sus muslos. No teníóa intencioó n de negarse. Estaba
borracha de pasioó n, apenas consciente de donde estaba, ni quien era o de cualquier otra cosa que
no fuera la sensacioó n de su cuerpo grande contra el de ella mucho maó s pequenñ o. Sintioó la
rasposidad de su vello contra sus pechos hinchados y contra sus muslos y tembloó de pura
necesidad; notoó la dureza de sus hombros bajo sus manos, la fuerza nervuda de sus muslos entre
los de ella, la pasioó n estremecedora de su boca en la suya, y quiso morir de placer. Nunca habíóa
experimentado una cosa como esa, ni habíóa sonñ ado que existiera. Nunca habíóa sentido nada tan
maravilloso.
Algo duro y caliente presionaba insistentemente entre la blandura entre sus muslos. Y se
las ingenioó para introducirse un poco hacia dentro, Amanda se retorcioó , tratando de escapar. Era
molesto que la distrajeran de tal forma cuando trataba de concentrarse en algo que la esquivaba,
algo placentero que sentíóa estaba casi a su alcance. La cosa se introdujo de nuevo un poco maó s
profundamente en ella, maó s duro esta vez, y Amanda tuvo que arquear su espalda para escapar de
ella. Sabia que Matt no la lastimaríóa deliberadamente, pero estaba arruinando la deslumbrante
ofuscacioó n que hacerle el amor habíóa provocado en ella. De hecho, con esa cosa aguijoneaó ndola,
apenas podíóa disfrutar del placer que le provocaban sus manos y su boca. . . Tenia que decíórselo, o
sus relaciones amorosas se arruinaríóan.
-Matt empezoó jadeante mientras su boca se deslizaba al lugar en la base de su garganta
donde latíóa su pulso, y sus manos se cerraban sobre sus pechos. No sabiendo expresar su
problema con palabras, movioó sus caderas a fin de que eó l se diera cuenta de lo que estaba
hacieó ndole. Para su asombro, sus movimientos rotatorios le hicieron contener el aliento, y apretar
dolorosamente sus pechos. Las manos de Amanda volaron hacia sus munñ ecas, tratando de aliviar
la aplastante presioó n; habíóa abierto su boca para protestar de nuevo cuando el se la aplasto con un
grunñ ido. La cosa que habíóa estado aguijoneando e hincaó ndose en ella se introdujo totalmente,
desgarrando su carne para incrustarse profundamente en su interior. El dolor fue tan inesperado
que Amanda gritoó . La boca de Matt en la de ella absorbioó el grito angustiado, pero eó l no pudo haber
confundido el freneó tico retorcimiento de su cuerpo bajo el suyo cuando peleoó para apartarse de eó l.
-Me estas lastimando lloraba en su boca mientras tiraba de su pelo. Pero si la habíóa oíódo, la
ignoro, aprisionaó ndola bajo eó l con el peso de su cuerpo y echaó ndole la cabeza hacia atraó s con su
mano en su pelo mientras la besaba profundamente, con besos que deberíóan haber mitigado su
dolor pero no lo hicieron. Cuando el terrible dolor comenzoó a amainar y pudo relajarse un poco, eó l
se movioó , empujando en ella de nuevo con una fuerza que hizo saltar las lagrimas en sus ojos.

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-Sueltame Matt. Golpeaba contra sus hombros con sus punñ os mientras eó l empujaba en ella
una y otra vez. No ceso sus movimientos, y sujeto sus manos a ambos lados de su cabeza sobre la
almohada. Cuando aparto su boca de sus besos, eó l enterroó su cara en su garganta sin alterar en
absoluto el ritmo freneó tico de sus movimientos.
Amanda dejoó de pelear, con la seguridad de que eó l no le haríóa caso y no la soltaríóa hasta que
hubiera alcanzado no importa queó meta era a la que queríóa llegar. Sintiendo sus gotas de sudor
resbalando de sus hombros y de su pecho encima de ella, oyendo su rasposa respiracioó n y viendo
el rubor oscuro que cubríóa su cara cuando en se derramo en ella, Amanda se estremecioó . Cuaó ndo
Susan le habíóa contado coó mo le habíóan robado su virginidad tuvo demasiada verguü enza para
entrar en muchos detalles. Amanda habíóa supuesto que el horror y el dolor que su amiga habíóa
descrito habíóan sido debidos al hecho de que habíóa sido sometida a la fuerza al acto por unos
desconocidos degradaó ndola y profanaó ndola. Pero ella habíóa sufrido mucho dolor y aunque el dolor
se estaba apaciguando, despueó s, cuando Matt se tendioó sobre su cuerpo jadeante, Amanda
tambieó n se sintioó degradada e impura. Si este acto repulsivo era lo que los hombres y las mujeres
hacíóan juntos, entonces no queríóa tomar parte en eso, pensoó , mordieó ndose los labios ahogando un
sollozo ignominioso.
-Oh, Dios Míóo, Amanda. EÉ l empujoó tan fuerte dentro de ella que creyoó que la partiríóa en dos,
luego permanecioó quieto mientras un largo estremecimiento lo recorríóa. Amanda gimioó de
verguü enza; a eó l parecíóa gustarle eso porque sus manos soltaron las suyas para cerrarse a su
alrededor, abrazaó ndola. Amanda yacioó quieta y ríógida bajo su peso con coó lera y repulsioó n. Al cabo
de un momento, finalmente, Matt se aparto de ella.

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Capíótulo trece

-Dios, lo siento. Matt estaba echado a su lado, sostenieó ndose la cabeza con su mano
mientras que con la otra hacíóa un gesto tentativo como si quisiera secar las lagrimas de sus
mejillas. Amanda aparto su cara, giraó ndola hacia la pared, deseando con todas la fuerzas que le
quedaban poder cubrirse con el camisoó n, con la manta, con cualquier cosa que protegiera su
cuerpo de sus ojos. Mientras que antes la idea de estar desnuda ante el habíóa sido excitante, ahora
la hacia encogerse de verguü enza.
-Amanda. Su voz era insistente; su mano fue insistente, tambieó n, al apresar su barbilla y
obligarla a mirarle. Sus ojos brillaron al fijarse en la boca hinchada por sus besos y en las manchas
de las laó grimas en sus mejillas.
-Me has lastimado. Las palabras eran amargas, acusadoras.
Matt hizo una mueca de dolor.- Lo se, lo siento. Le soltoó la barbilla amablemente para secar
las laó grimas que todavíóa colgaban de sus pestanñ as. Amanda aparto con fuerza su cara, y eó l dejoó
caer su mano. -Por nada del mundo hubiera querido lastimarte, Amanda. Pero, perdíó el control.
-Fue horrible.
EÉ l dio un respingo. -La primera vez siempre es doloroso para una mujer, Amanda. Pero la
proó xima vez, no habraó dolor, te lo prometo.
-La proó xima vez. Una risa casi histeó rica salíóa de su garganta. -Nunca habraó una proó xima vez,
lo odio.
-¿Y a mi? La pregunta fue hecha con voz queda.
-¿Queó ?
-Antes, me dijiste que me amabas, ¿has cambiado de opinioó n?
Amanda se quedoó miraó ndolo fijamente. Se veíóa tan grande y oscuro, encima de ella con la
luz de la luna iluminando su hombro, hacieó ndola estremecerse al ser consciente de su desnudez
,su fuerza, de los muó sculos ondulados en sus hombros y brazos, cubiertos del vello que tambieó n
cubríóa su pecho y otra cosa, la cosa que habíóa intentando rasgarla en dos. Antes de apartar su
mirada, se dio cuenta de que ahora no parecíóa tan duro ni temible
-No quiero hablar de eso. A decir verdad, no sabíóa lo que realmente sentíóa. Antes se habíóa
sentido maó s segura de su amor por eó l, que de cualquier otra cosa en su vida. Pero ahora, ahora no
lo sabíóa. Y por el momento, no se sentíóa capaz de analizar sus emociones.
-Ya veo. Salioó fuera de la cama, sin importarle su desnudez y recogioó sus pantalones.
-¿A donde vas?

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-A dormir en alguna otra parte, como habríóa debido hacer antes. Soó lo que, si mal no
recuerdo, tu no me dejaste. Habíóa un tono de amarga burla en su voz. Amanda se quedo ríógida,
cruzando sus brazos sobre sus pechos y doblando sus rodillas hacia su barbilla en un gesto de
instintiva modestia, y lo miro furiosamente. Su recompensa fue una mirada desdenñ osa mientras el
centraba su atencioó n en abotonarse sus pantalones.
-Esa es una sugerencia poco amable.
-No sugiero nada. Digo la verdad lisa y llanamente, y tuó lo sabes. Hace díóas que has estado
deseando que te hiciera el amor. ¿No has oíódo nunca el viejo dicho, de que se debe tener cuidado
con lo que uno desea, porque al final puede acabar consiguieó ndolo? Pues bien, tu lo deseabas y lo
has tenido. No soy un monstruo que te obligoó a hacer algo que tu no quisieras.
-No queríóa, sabes que no queríóa. Trateó de detenerte.
EÉ l se encogioó de hombros al ponerse su camisa, abrochando los botones con una mano
mientras su boca se curvaba burlonamente.
-Soó lo cuando ya era muy tarde, Amanda. No te enganñ es a ti misma. Fuiste delirantemente
feliz, casi hasta el final, hasta que decidiste que hacer el amor ya no te gustaba y quisiste detenerlo.
La proó xima vez sugiero que elijas un companñ ero tan inexperto como tu. Quizaó s eó l pueda lograr
complacerte.
-Vete de aquíó. El dolor y la desilusioó n combinada con la afrenta de sus comentarios la
pusieron furiosa. Su voz tembloó cuando le escupioó las palabras. Si hubiera tenido algo que
arrojarle, lo hubiera hecho. Pero al estar obstaculizada por la necesidad de cubrir sus pechos con
sus brazos, soó lo le pudo lanzar una mirada asesina.
-Me ireó inmediatamente. Se agacho a recoger sus zapatos y sus calcetines, y se encaminoó
descalzo hacia la puerta. Cuando llego, se volvioó para mirarla. Aun a esa distancia pudo ver el frioó
destello de sus ojos y el gesto duro en su boca. -¿No tienes curiosidad por saber a donde voy? Hay
un buen nuó mero de personas buscaó ndome, recuerda. -¿O es que ya no te importa, ahora que tu
juguete nuevo no te divierte tanto como pensabas?
-Coó mo te atreves a decirme eso. Tu. . . La indignacioó n la enmudecioó , la estaba hiriendo.
-Te lo direó , para que no te preocupes. La voz burlona hizo desear aranñ arle los ojos. Vuelvo a
la cueva. Oh, síó, allíó estareó seguro: vi. Las luces de los contrabandistas antes desde la ventana. A
estas horas ya deben de haber recuperado su cargamento y haberse marchado. No hay necesidad
de afligirse acerca de lo que me pueda ocurrir.
-Me importa un bledo lo que te ocurra. Las palabras mostraban una dimensioó n de la furia
que la invadíóa. ¿EÉ l no teníóa derecho a decirle esas cosas – y, de cualquier manera, por queó estaba
tan enojado? Era ella la que habíóa quedado lastimada y avergonzada; ella la que deberíóa estar
enojada y realmente lo estaba. -Te estaríóa bien empleado si te cogieran. Quizaó s me has estado

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mintiendo y realmente mataste a esas personas. La ejecucioó n en la horca es probablemente
demasiado buena para ti, tu… tu….
-¿No conoces una palabra lo suficientemente fuerte? Su voz era aó spera con burla. -Queó
laó stima. Tendreó que ensenñ arte unas cuantas.
-Oh… Esta vez ella le tiroó algo: su almohada. La copio y la arrojoó directamente hacia su
cabeza. EÉ l la atrapoó haó bilmente con una mano, se rioó y se la envioó de regreso. Amanda la apretoó
fuertemente con ambas manos mientras el salíóa del cuarto.
Miroó encolerizadamente hacia la puerta cerrada durante un instante, sintieó ndose casi tan
dolorida como enojada En el corto tiempo durante el que habíóa conocido a Matt eó ste se habíóa
convertido en su mejor amigo, su padre, su hermano, y su confidente. Ahora tambieó n era su
amante, y eso lo habíóa cambiado todo. Habíóa confiado en eó l, y la habíóa lastimado. Le habíóa amado,
y eó l habíóa respondido tomando su cuerpo con una pasioó n animal, de la que todavíóa se estremecíóa
al recordarla. Le habíóa dicho que habíóa perdido el control, pero no tenia ni idea de lo queó habíóa
querido decir. Tambieó n le habíóa dicho que seríóa mejor la proó xima vez. No es que ella pretendiera
que hubiera una proó xima vez, pero ¿podríóa estar eó l en lo correcto? Seguramente los hombres no
podíóan imponer un acto tan repugnante y degradante a la fuerza a sus esposas durante anñ os si
cada vez la desventurada mujer padecíóa los sufrimientos que ella habíóa soportado esta noche. O tal
vez síó. Seguó n su experiencia la mayoríóa de los hombres eran egoíóstas en el mejor de los casos, y
teníóan pocos remordimientos en lastimar a una mujer si durante el proceso obteníóan placer.
Sin embargo, uno de sus problemas estaba resuelto: ahora que sabíóa con toda certeza lo que
el acto del matrimonio conllevaba, nunca estaríóa de acuerdo en casarse con Lord Robert. Si habíóa
encontrado repulsivo a Matt, que era bien parecido y usualmente amable, aunque bestial en su
pasioó n, cuaó nto peor estaríóa con alguien como Lord Robert, cuyo cuerpo regordete y boca
descuidada le daban naó useas. Si tenia que ser honesta, debíóa admitir habíóa disfrutado el toque de
las manos de Matt, y el toque de su boca tambieó n. De hecho, habíóa disfrutado todo lo que le habíóa
hecho – maó s que disfrutarlo – hasta que esa posesioó n final, inesperada habíóa cambiado todo.
Nunca ni en sus suenñ os maó s descabellados se habíóa imaginado que eó l hiciera eso. . . ¿Era esa la
forma en que siempre se hacia? ¿Si es asíó, coó mo lo soportaban las mujeres?
Amanda miroó su desnudez, sus paó lidos pechos, su cintura y sus muslos, y se preguntoó que
habíóa en ellos que podíóa hacer que un hombre normalmente tan controlado como Matt, se
comportarse como un loco como lo habíóa hecho esta noche. Al final, cuando se habíóa zambullido
interminablemente en su blandura, sabíóa que no pensaba en ella. Su deseo era tomar lo que eó l
queríóa de su cuerpo indefenso. . .
Habíóa unas manchas oscuras entre sus muslos. Miraó ndolas mas atentamente, Amanda las
tocoó y descubrioó para su horror que era sangre. Durante un desconcertado momento pensoó que
la herida de Matt se habíóa debido abrir durante el acto y debíóa haber sangrado sin ser consciente
de ello, pero luego se dio cuenta de que la sangre era la suya. Estaba sangrando. Por el dolor que

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habíóa experimentado ya habíóa sospechado que la habíóa herido de alguó n modo, y ahora teníóa la
prueba de ello.
Aterrorizada y furiosa, se levantoó de la cama para limpiar su sangre con un trapo huó medo.
Deseaba que el estuviera presente para poder mostrarle lo que le habíóa hecho. Un nuevo
pensamiento le vino a la mente, el ya lo sabia. Por supuesto, eó sta era la sangre de su virginidad, su
prueba de pureza que tenia que ser orgullosamente ostentada despueó s de estar con su marido a la
manñ ana siguiente de su boda. Susan y las otras chicas le habíóan hablado de este síómbolo secreto de
inocencia, pero ella nunca habíóa entendido como se podíóa producir la sangre a voluntad, o coó mo
podríóa probar esa sangre una cosa asíó. Ahora sabíóa que el hombre hacia sangrar a su desposada
desgarrando ese tejido delicado. Queó cosa tan horrible, pensoó , estremecieó ndose. Le vino al
pensamiento que ya no era virgen y por lo tanto ya no era elegible para ser la esposa de un hombre
respetable. Si alguien se enterara, entonces seríóa una marginada igual que Susan. Amanda sintioó
un nudo en el estomago, al darse cuenta de lo que habíóa hecho.
Al menos ya no tendríóa que preocuparse por si era una libertina, pensoó con una sonrisa sin
humor. Si maó s no, esta noche se habíóan aclarado sus dudas al respecto. Odiaba esa cosa que hacíóan
juntos los hombres y las mujeres y teníóa pocas ganas de repetirlo. La sangre azul de su padre
deberíóa haberse impuesto.
Cuando estuvo limpia y respetablemente vestida de nuevo con un camisoó n y hubo pasado
una esponja por las manchas de sangre en las sabanas estaba tan exhausta como desconsolada. Al
menos parecíóa que no sangraba maó s, dio gracias a Dios por ello. Esperoó que eó l no la condenase
para siempre por lo que habíóa hecho. Por maó s que lo hubiera deseado, sabíóa que no podíóa echarle
toda la culpa a Matt por lo sucedido entre ellos esta noche. Susan se habíóa visto forzado a entregar
su virginidad y al menos a los ojos de Dios, era inocente. Ella habíóa estado deseaó ndolo, habíóa sido
una participante ansiosa, al menos casi hasta el mismo fin. Le habíóa dado permiso a Matt para
sacarle su ropas, para que la tocara y la besara –habíóa deseado que lo hiciera-. ¿Arderíóa en el
infierno para siempre por ello?
Sentíóa los ojos pesados, apenas los podíóa mantener abiertos. Murmurando una breve
suplica pidiendo perdoó n, recogioó las mantas, las tendioó en la cama y se acostoó . Quizaó las cosas se
veríóan mejor por la manñ ana; era imposible que fueran peores. . . Casi antes de que su cabeza tocase
la almohada, estaba dormida. La cara oscura de Matt fue la uó ltima imagen para paso por su mente.
A la siguiente manñ ana durmioó demasiado. Casi tan pronto como fue consciente de los rayos
de sol tocando su rostro, alguien la sacudioó por los hombros. Durante un breve y feliz momento
pensoó que era Matt. Luego recordoó lo sucedioó entre ellos la noche antes, y se dio cuenta de que no
era probable que fuera eó l: estaba enojado con ella por alguna razoó n que todavíóa no comprendíóa del
todo. Ademaó s, la pequenñ a y suave mano sacudieó ndola insistentemente en ninguó n momento podíóa
ser confundida por el fuerte apretoó n de Matt. . .

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-Amanda, despierta. Era Susan quien la sacudíóa, Amanda descubrioó al abrir sus ojos. La
Madre Superiora nos quiere a todas nosotras en el primer piso de inmediato. El alguacil estaó aquíó,
y ha traíódo una milicia local con eó l. Creen que ha habido un hombre viviendo aquíó en secreto, y van
a registrar el convento. Amanda, ellos dicen que el hombre es ese asesino, Matthew Grayson.
-Oh, no. Amanda se incorporoó de repente en la cama, sus ojos abiertos por la alarma al
clavarlos en la cara excitada de Susan. Justo a tiempo se contuvo de expresar impulsivamente
cualquier cosa que pudiera delatarlo. A cualquier costa, teníóa que conservar su lucidez para
proteger a Matt. Al pensar en que lo descubriríóan y se lo llevaríóan a la fuerza para ser colgado,
Amanda se sintioó palidecer. A pesar de todo – el dolor y la verguü enza que le habíóa causado la noche
anterior y las palabras enojadas que le habíóa arrojado mas tarde – ella tenia que salvarle si podíóa. .
.
-¿Puedes creerlo? La voz de Susan sonaba impresionada. -Creen que ha estado
escondieó ndose aquíó, en nuestro convento. ¿Por supuesto, eso debe de ser todo un error, pero no
seria excitante si fuera cierto? Simplemente piensa en eso, un asesino en masa andando a
escondidas a traveó s de los vestíóbulos en la noche, escondieó ndose entre las sombras. . . El habríóa
podido matar a cualquiera de nosotras. Dijo temblando.
Amanda examinoó a su amiga con amargados ojos mientras sacaba sus piernas fuera de las
mantas y salíóa de la cama. -Has leíódo demasiadas novelas, Susan le dijo agriamente.
-No es verdad. Sabes que no tenemos permiso para leer novelas. Susan dijo con afrenta.
Amanda cruzoó hacia el lavamanos y salpicoó su cara con agua. Mirando su reflejo, se dio cuenta de
que la magulladura debajo de su poó mulo no era tan visible como habíóa esperado. No era nada maó s
que un deó bil y oscuro borroó n. Susan aun no la habíóa notado.
-Solamente porque la hermana de Becky le envioó Glenarvon Susan continuo malhumorada.
Amanda no la estaba escuchando. ¿Coó mo podíóan las autoridades haber sabido algo de Matt? Se
preguntaba febrilmente mientras raó pidamente comenzaba a vestirse. Si las hermanas o las chicas
hubieran descubierto que ella le habíóa estado escondiendo, entonces estaba segura se lo hubieran
hecho saber de inmediato. Pero quizaó s no. EÉ ste era un asunto tan serio que la Madre Superiora
podíóa haber considerado que debíóa ser denunciado al alguacil y a sus hombres. Quizaó ellos lo
sabíóan todo, incluso ya habíóan cogido a Matt, y la estaban esperando abajo hasta que bajara a fin
de poder arrestarla, tambieó n.
Al pensar en ser arrestada, azotada y torturada, como Matt lo habíóa sido, a Amanda se le
retorcioó el estoó mago. Pero el destino de Matt seríóa aun maó s horrible: seríóa ahorcado. Al pensar en
ese cuerpo largo, y firme colgando al final de una cuerda, su cara bien parecida abotagada y
ennegrecida, sintioó miedo, un miedo horrible de vomitar. ¿Y entonces como explicaríóa eso?
-Te estas abotonando mal los botones del vestido: has dejado uno en medio Susan le dijo,
interrumpiendo sus pensamientos. Amanda dijo -maldita sea luego luchoó por deshacer lo que
habíóa hecho. Pero era difíócil abotonar los diminutos botones, cuando sus manos no eran

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demasiado firmes, y se sentíóa como si de un momento a otro su corazoó n estuviera a punto de
estallar en su pecho. Susan noto sus apuros y chasqueo los labios con desaprobacioó n, luego se
puso a abotonarle los recalcitrantes botones.
-¿Estaó s bien? Tus manos estaó n sudorosas y temblorosas Susan comentoó con preocupacioó n.
Amanda puso sus ojos en blanco mirando hacia el cielo – un gesto que Susan, que estaba detraó s de
ella, no pudo ver – e intentoó mantener el control de si misma. No debíóa despertar sospechas donde
no existíóa ninguna – si teníóa suerte.
-Creo que estoy incubando algo dijo Amanda improvisando, pensando torcidamente que su
asociacioó n con Matt ciertamente habíóa mejorado su habilidad para mentir convincentemente. -Por
eso creo es, que dormíó demasiado. Me duele la cabeza, y mi estoó mago me da nauseas. Lo cual era
cierto, lo peligroso de la situacioó n, era de hecho lo que le habíóa causado todos esos síóntomas.
-Oh, eso es una pena. Quizaó deberíóas acostarte de nuevo. Direó a la Madre que estaó s enferma.
Estoy segura que no tendraó nada que decir si no bajas.
-No. La vehemencia en su respuesta dejo desconcertada a Susan. Amanda con sus botones
al fin abrochados, se alejo de su amiga y comenzoó a cepillar su pelo con golpes apresurados. -No
me siento tan mal. Y no querríóa perderme la excitacioó n cambioó de direccioó n la conversacioó n,
esperando que la excusa le sonase mas razonable a Susan que a ella.
Aparentemente asíó fue. Susan no dijo nada mas cuando Amanda se trenzo el pelo, pensando
de nuevo en lo molesta que era esa gruesa mata de pelo. Y hoy era especialmente molesto. Teníóa
que bajar tan raó pido como le fuera posible, a fin de determinar exactamente que decisioó n tomar. Si
el alguacil y sus hombres realmente sabíóan algo o solo sospechaban, entonces podríóa escaparse y
avisar a Matt. Síó, ella le debíóa advertir; Si registraban el convento, entonces la cueva ya no seria
segura. Bajo la influencia de toda la excitacioó n, nadie repararíóa en su fuga. Tenia que haceó rselo
saber a Matt, darle una oportunidad para escapar. . .
-Apresuó rate, Amanda. Vamos a perdeó rnoslo todo Susan dijo impacientemente. Amanda
coloco los alfileres a la fuerza en su pelo, enroscaó ndolo precipitadamente, sobresaltaó ndose
brevemente cuando se pincho con uno de ellos en su cuero cabelludo. Tenia que ir a buscar a Matt.
..
-Estoy lista.
Susan no necesitoó que la apresuraran. Amanda tomoó un profundo, y estabilizador aliento y
siguioó a su amiga fuera de la habitacioó n.
El gran vestíóbulo estaba tan lleno de personas que parecíóa la plaza del pueblo cercano de
Penzance en un díóa de mercado. Los milicianos con abrigos de color escarlata circulaban en masa
bajo la aparente direccioó n del corpulento alguacil, cuyo abrigo de color cuero y calzones color cafeó
lo senñ alaban como el hombre al mando. Las monjas con sus haó bitos negros aguardaban como una
manada de cuervos cerca de la entrada de la sala comedor, vigilando a las muchachas nerviosas y

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sonrientes todas vestidas de gris como si todas fueran iguales Las chicas no teníóan permiso para
hablar con los hombres.
-Vengan aquíó abajo, chicas la Madre Superiora ordeno a Amanda y a Susan, que se habíóan
quedado con los ojos asombrados, en mitad de las escaleras mirando el inusual espectaó culo.
Cuando obedientemente se hubieron unido al grupo de senñ oritas, la Madre Superiora dijo al
alguacil,- Puede proceder, Mr. Ives. Pero permíótame decirle que creo que esto es ridíóculo. Su voz
era fríóa con una fuerte nota de desaprobacioó n.
-Lo Siento, Madre. Recibimos noticias de una fuente anoó nima de que ese Grayson se ha
estado escondiendo aquíó, y debemos verificarlo. Es nuestro deber, senñ ora. Sudando con
incomodidad, con su roja y redonda cara del color de la remolacha, el alguacil se volvioó hacia sus
hombres con alivio.
-Bien, sigamos con ello bramoó ; Luego, con una mirada de reojo hacia la Madre Superiora,
que mostraba en su cara normalmente serena, una inconfundible afrenta, masculloó , - No
desordenen mas de lo estrictamente necesario.
Mientras veíóa a los soldados dispersarse de forma fortuita, le parecíóa que iban a donde les
parecíóa, hacia cualquier direccioó n, los muó sculos de Amanda se relajaron ligeramente. Estaba claro
no teníóan ninguó n indicio de que hubiera ayudado a Matt, y no estaban en absoluto seguros de que
eó l estuviera o hubiese estado alguna vez en el convento.- Una fuente anoó nima les habíóa dicho que
registraran el convento, y hacia habíóan ido. Pero si no encontraban nada, lo cual con un poco de
intervencioó n divina seria posible, se iríóan otra vez, y Matt estaríóa a salvo y, si ellos no se iban, lo
haríóa ella. Pero tenia que lograr escabullirse para advertir a Matt. . .
Cuando Edward cruzo por la puerta, la primera cosa que Amanda sintioó fue molestia. No
podríóa hacer frente a Edward y sus amenazas – por no decir nada de Lord Robert – por el
momento. Despueó s se percatoó de que eó sa era una posible distraccioó n, si podíóa encontrar la forma
de usarla. Quizaó podíóa provocarle para que discutieran – desde luego esa no era una tarea
demasiado faó cil, sobre todo en publico, pues Edward tenia cuidado en mantener la apariencia de
ser un caballero y tambieó n un hermano carinñ oso. Entonces se le ocurrioó la solucioó n, y esa no
involucraba a Edward en lo maó s míónimo. De hecho, era simple.
Lanzando una fríóa mirada a Edward, quien le devolvioó una sonrisa maleó vola, Amanda se
acerco a la Hermana Mary Joseph y murmuroó a su oíódo. Tal como ella habíóa esperado, la monja
inclino amablemente la cabeza. Amanda estaba saliendo del vestíóbulo cuando su brazo fue
atrapado abruptamente por la mano de Edward.
-¿Vas a alguna parte, hermanita? Una leve sonrisa emergioó en su rostro para beneficio de
las hermanas, pero Amanda miro a sus ojos y en ellos vio el odio. Inclinoó su barbilla
provocadoramente, determinada demostrarle que la asustaba, el nunca lo sabríóa.

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-Como cualquiera de nosotros, algunas veces debo responder a la llamada de la naturaleza
dijo arrogantemente, y aparto su brazo de su garra. EÉ l no hizo ninguó n intento por sujetarla, lo cual
asombroó a Amanda. Supuso que debíóa agradecerlo a la presencia de las monjas.
-Ves, pero no tardes. Tenemos una discusioó n pendiente, tu y yo. Amanda no contestoó , salio
apresuradamente del cuarto. Por el rabillo del ojo vio a Edward girarse para hablar con Jamison,
su ayuda de caó mara, quien le acompanñ aba a todas partes. Su labio se curvo en una sonrisa al
recordar cuanto le gustaban a Edward las constantes atenciones de un criado personal. Pensoó en la
discusioó n que tendríóan dentro de poco tiempo y tembloó . Era capaz de golpearla de nuevo. . . Pero
por el momento aparto de su mente todos los pensamientos relacionados con Edward. Su primera
preocupacioó n era advertir a Matt.
La letrina estaba en la parte de atraó s del huerto, a una discreta distancia del convento,
ofrecíóa privacidad al estar oculta bajo el refugio de un gran pino. Amanda en principio se dirigioó
hacia allíó, pero cuando estuvo segura de no ser vista, cambioó de direccioó n, apresuraó ndose y
aseguraó ndose de no ser vista, recogioó sus faldas y corrioó a toda velocidad hacia las escaleras.
Tendríóa que darse prisa para poder llegar a la cueva y volver sin que nadie se preguntara donde
habíóa estado ni porqueó tardaba tanto. Sus pies praó cticamente volaron escaleras abajo hacia el
soó tano, agradeciendo que sus zapatos de piel suave no hicieran ruido.
El escotilloó n rechinoó . Nunca se habíóa dado cuenta antes hasta que Matt hizo la observacioó n,
pero ahora el sonido parecíóa tan fuerte como un disparo. Sobresaltaó ndose, Amanda la dejoó abierta,
para que no hiciera ruido de nuevo al volver. El aviso a Matt no deberíóa tomarle maó s de un
minuto. . .
No estaba en la cueva. Amanda se convencioó de ello despueó s de pasar por los oscuros
pasadizos, cuando lo llamo por su nombre con suavidad y urgencia. De todas formas, el habíóa
salido – quizaó se habíóa enterado del registro del convento – o estaba en la playa. Tenia que
asegurarse.
Estaba en la playa. Amanda le vio andando a lo lejos por la costa, su cabeza oscura inclinada
y las manos en los bolsillos. El reflejo de los rayos del sol a la luz del amanecer sobre su cabeza la
habríóa fascinado en cualquier otro momento pero no ahora. Estaba demasiado furiosa con eó l por
arriesgarse a pasear por la playa a plena luz del díóa. Porque, aunque normalmente estaba desierta,
siempre cabíóa la posibilidad de que alguien maó s tuviera el mismo impulso. ¿Por queó habíóa escogido
justo esta manñ ana para ser tan temerario? No se atrevioó a llamarlo, pero corrioó hacia eó l con pies
silenciosos mientras eó l continuaba andando por la playa de espaldas a ella. No la oyoó llegar hasta
que estuvo junto a el. Se giro con gesto cauteloso, como si estuviera preparaó ndose para luchar.
Cuando vio quieó n era se relajoó , y las manos salieron de sus bolsillos para agarrarla por los brazos.
-Matt. . . Jadeaba tan fuerte que tuvo que inspirar profundamente antes de poder continuar.
Sus ojos se veíóan calidos y divertidos al examinar sus mejillas sonrosadas y las guedejas de pelo

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que habíóan escapado de la pequenñ a corona sujetada ceremoniosamente para rizarse salvajes
alrededor de su cara.
-¿Has venido para disculparte por la forma en que me trataste anoche? EÉ l estaba
bromeando, y ella quiso gritar. ¿Coó mo podíóa reíórse cuando ella estaba mortalmente asustada? ¿No
podíóa ver la agitacioó n en sus ojos? No te preocupes, Amanda. Estoy en condiciones de perdonarse –
si tu tambieó n me puedes perdonar-.
Su tono se volvioó serio al pedirle que lo perdonara, y Amanda supo que aunque estaba
bromeando con el resto, realmente queríóa decir esto uó ltimo. Su voz sonaba verdaderamente
arrepentida. . . Pero ahora no habíóa tiempo de saborear el pensamiento o perdonarle dulcemente
aunque estuviera inclinada a hacerlo, y para su sorpresa sintioó que lo estaba. Tenia que advertirle. .
. Contuvo profunda y tremulante el aliento.
-Matt, hay algo que debo decirte. . . Pero eó l no la escuchaba. Estaba mirando fijamente por
encima de su hombro en la direccioó n que habíóa venido, y cuando la miro, su cara se endurecioó
hasta que su expresioó n parecioó tallada en piedra.
-¿Matt?
EÉ l miroó tras ella. Amanda estaba alarmada al ver el brillo de amargura que se reflejaba en
sus ojos.
-Eres una maldita perra apretoó los dientes, y sus manos alrededor de sus brazos hasta que
ella jadeo por el dolor. Despueó s, la aparto violentamente y huyo a toda velocidad hacia el agua,
corriendo entre las olas.
-En nombre de la Reina, deteó ngase. El disparo sonoó al mismo tiempo que el grito, y Amanda
se giroó raó pidamente para ver al alguacil resollando con furia corriendo por la playa con cuatro
soltados pisaó ndole los talones. Uno de los soldados apuntaba un rifle humeante mientras otro se
deteníóa para preparar su arma contra su hombro. Otro disparo se oyoó . Amanda oyoó un grito detraó s
de ella y se volvioó justo a tiempo para ver a Matt perder el equilibrio y caer entre las ondas.

Capíótulo catorce

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Amanda pasoó los siguientes tres díóas en un estado de aturdimiento. Se sentíóa como si
estuviera atrapada en una pesadilla viviente. Matt seguramente estaba muerto, aunque los
hombres del alguacil a pesar de sus esfuerzos al rastrear la bahíóa, no habíóan recobrado el cuerpo.
Pero ella, y ellos, habíóan oíódo el disparo y el grito angustiado de Matt, y le habíóan visto caer. Se
culpoó a las crueles corrientes de fondo que agitaban las profundidades de la bahíóa, el no poder
encontrar el cuerpo. El alguacil estaba bastante satisfecho con esa idea, ya que ellos habíóan barrido
el mar sin encontrar rastro. Para su mayor dolor y tormento, Amanda estaba empezando a admitir
que era cierto. ¿Porque, en caso de que no lo fuera, entonces, doó nde estaba Matt? Seguramente eó l
habríóa regresado a ella. . .
Pero quizaó no. Despueó s recordar sus uó ltimas y furiosas palabras, Amanda a habíóa llegado a
la conclusioó n que eó l la hacia responsable de la presencia de los soldados en la playa. Que creíóa que
le habíóa traicionado. El pensar que podríóa haber muerto pensando eso, le hacia enfermar el
corazoó n.
Sin importar si Matt estaba vivo o muerto, le amaba. Amanda sabíóa que era el amor lo uó nico
que podíóa causar la horrible desolacioó n que sentíóa. El mundo, que una vez le habíóa parecido un
lugar brillante y lleno de posibilidades interminables, se habíóa desvanecido para pasar a ser una
sombra uniforme de gris. No podíóa comer, sonñ ar, sonreíór, ni gritar. Todo lo que podíóa hacer era
levantarse, vestirse y seguir la rutina diaria. Estaba segura de que no se habríóa podido controlar si
no hubiera tenido la conciencia de que unos ojos observaban cada uno de sus movimientos,
valorando sus acciones y su conducta. ¿La pregunta que estaba en las mentes de todo el mundo,
del alguacil, de las muchachas y de las monjas, era, si ella habíóa sabido que Matt Grayson estaba en
la playa antes de ir hacia allíó ese díóa?
Solo Edward sabíóa la respuesta. En los primeros y horrorizados momentos despueó s de que
Matt hubiera recibido los disparos, cuaó ndo se habíóa unido a los soldados en su carrera entre las
olas, Edward habíóa aparecido en la boca de la cueva y la habíóa arrastrado hacia atraó s. Era Edward
el que habíóa insistido en su inocencia, Edward quien usoó de su autoridad para salvarla del arresto
inmediato. Si Amanda no hubiera estado tan apesadumbrada, entonces se habríóa sentido
asombrada e increó dula. Asíó que, notaba un suave reblandecimiento en sus sentimientos hacia eó l.
Debíóa de importarle de alguna manera despueó s de todo, ya que se habíóa molestado tanto en
salvarla de la caó rcel.
En menos de dos horas eó l la desenganñ o de esa idea. Cuando finalmente el alguacil la habíóa
dejado regresar, para continuar rastreando la bahíóa, Edward la habíóa conducido hacia el mismo
saloó n privado en el que habíóan mantenido la anterior conversacioó n. Una vez que cerroó la puerta
detraó s de ellos, descartoó toda simulacioó n de preocupacioó n fraternal. La obligoó a sentarse,
burlaó ndose mientras revelaba que lo sabia todo acerca de su comportamiento deshonroso, e
inmoral y lo que era peor, al menos a los ojos de la ley que ella habíóa amparado y protegido a un
infractor de la ley fugado. Podríóa pasar el resto de su vida en la prisioó n si decíóa lo que eó l sabia si es
que no la colgaban en lugar de su amante.

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Amanda estaba demasiado horrorizada para preguntarse coó mo habíóa obtenido Edward
toda la informacioó n. Pero aceptaba que lo sabíóa. Y tambieó n estaba segura en que no tendríóa ninguó n
reparo en traicionarla ante las autoridades. El odio de Edward hacia ella era demasiado profundo
para tener en cuenta el menor testigo de afecto o de responsabilidad hacia ella, cosa que ya
deberíóa haber supuesto, si su mente no hubiera estado tan ofuscada por la pena.
A cambio de su silencio, le exigíóa su inmediato matrimonio con Lord Robert. Si se oponíóa y
eso lo alejaba, o si le decíóa a su futuro prometido que se habíóa prostituido con un criminal,
entonces Edward la entregaríóa a las autoridades. Mientras se lo decíóa Edward saboreoó la
satisfaccioó n de ver el desamparo reflejado en su rostro.. Y ella le creyoó sin ninguna duda.
La boda se celebraríóa dentro de una semana el domingo, en la pequenñ a capilla del convento.
Desde que ella habíóa accedido, Lord Robert no podíóa esperar, y Edward la urgioó a realizar de
inmediato el matrimonio. Las amonestaciones ya estaban siendo leíódas; Amanda sabia que no
habíóa escapatoria, aunque tuviera ganas de intentarlo, lo cual no era el caso. Si protestase de
cualquier forma, entonces seria arrestada, y su destino seríóa aun maó s atroz que el matrimonio. Si
trataba de escaparse, entonces inevitablemente seria encontrada y traíóda de vuelta. Podíóa
considerarse afortunada de que le fuera permitido permanecer aquíó, entre sus amigas, hasta la
boda. Amanda supo que eso solo era porque Edward sabíóa que el alguacil estaba cerca, y ya
sospechaba de ella, y confiaba que ello la mantendríóa en vereda.
Pasaba mucho tiempo en su cuarto mientras el díóa de la boda cada vez estaba mas cerca. La
Madre Superiora la habíóa aliviado de sus tareas escolares y sus otros deberes, porque pronto
estaríóa casada y lejos de ellos. Las otras chicas tendíóan a mirarla como si repentinamente le
hubieran salido cuernos y una cola. Todas le sonreíóan tontamente y le preguntaban como habíóa
sido estar con un asesino, o permanecíóan en culpable silencio cuando entraba en un cuarto. Soó lo
Susan la trataba igual que antes, su afecto envuelto en una capa de simpatíóa silenciosa. Amanda
estaba agradecida por el apoyo de su amiga, pero preferíóa estar sola. Confiar en Susan era un lujo
que no se podíóa permitir tanto por el bien de Susan como por el propio.
Si no hubiera estado tan abatida por Matt, hubiera sido un consuelo la adquisicioó n de su
nuevo guardarropa. Para no sentirse avergonzado por su obvia falta de vestuario, Edward se habíóa
visto forzado a comprarle un sencillo traje de novia y unas cuantas prendas de vestir que
constituíóan su modesto ajuar. Cualquier otra cosa que necesitara podríóa ser comprada despueó s de
la boda. Lord Robert le aseguroó que seríóa un placer vestirla una vez que fuera su esposa y ellos
hubieran regresado a Londres. Cuando recordaba que pronto seríóa Lady Robert Turnbull, Amanda
se estremecíóa. El pensamiento echaba a perder el pequenñ o placer que sentíóa al comprarse las
ropas nuevas.
La primera parte de los trajes de noche para su ajuar le habíóan sido entregados ese mismo
díóa. Despueó s de que la cena Amanda se retiroó a su cuarto y, por hacer alguna cosa y ocupar sus
pensamientos, decidido probaó rselos. Era todavíóa lo suficiente joven y femenina, para apreciar la
finura y el brillo tenue de la seda amarillo claro. Se notaba fresca y serpenteante contra su piel. La

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falda descendíóa en pliegues destellantes hasta sus pies, Amanda fue repentinamente consciente de
lo andrajosa que era su ropa interior. Aunque sus calzones, su enagua y su camisoó n estaban
limpíósimos, el lino blanco era sin adornos, y con los zurcidos discretos en la tela, se veíóa en un
lastimoso en contraste con la elegancia del traje de noche. No era que eso tuviese demasiada
importancia. No habíóa nadie para poder ver su ropa interior – al menos, todavíóa no-. Cuando se
casaran, Amanda supuso que Lord Robert querríóa verla en diversos grados de desnudez. A
diferencia de Matt, podríóa sentirse ofendido por sus pobres ropas. Esperaba que asíó fuera. Tal vez
su falta de exquisitez le disgustaríóa lo suficiente como para mantenerlo apartado de su cama.
Matt. . . Amanda no podíóa tragar el nudo que se formaba en su garganta cuando pensaba en
eó l. Su cara oscura surgioó ante ella de forma tan detallada que tuvo que parpadear para asegurarse
de que no estaba allíó. No lo estaba – y nunca maó s lo estaríóa-. Tenia que aceptar que estaba muerto,
y seguir con su vida. Edward lo habíóa matado; lo sabia sin que nadie se lo dijera Edward era la
fuente anoó nima que habíóa alertado al alguacil, y quizaó habíóa enviado los soldados tras ella hacia la
playa. Coó mo supo acerca de Matt no tenia ni idea; solo sabia que odiaríóa a Edward por el resto de
sus díóas.
Amanda dejoó de intentar quitarse el vestido. Sus dedos temblaban tanto que le era
imposible desabrochar ninguno de esos diminutos botones. En lugar de eso, en un esfuerzo para
apaciguar sus dolorosos pensamientos, copio su cepillo y fue hacia la ventana. Observaríóa el mar
mientras se cepillaba el pelo, y quizaó s esta noche, seria la primera desde que Matt habíóa
desaparecido, en que podríóa dormir.
Esta noche no habíóa luna. Soó lo los rizos espumosos de las olas al chocar contra la costa
permitíóan distinguir el mar del cielo. Amanda lentamente deshizo su peinado y aflojoó sus trenzas,
despueó s comenzoó a pasar su cepillo a traveó s de su grueso pelo. La noche estaba solitaria, igual que
ella, pensoó , mirando fijamente hacia fuera a la oscuridad sin ver nada. Solo frioó y soledad. Tembloó .
Un deó bil destello plateado atrajo brevemente su atencioó n, despueó s desaparecioó .
Probablemente era un banco de peces, o de delfines que en ocasiones se acercaban a la bahíóa. Pero
aun era temprano para los delfines. . . Vio de nuevo el destello. Amanda se esforzoó por ver a traveó s
de la oscuridad. Cuando se repitioó una tercera vez, estuvo segura. Ese oscilante y tenue destello no
era un banco de peces o de delfines sino una luz, quizaó de una linterna de alguó n pequenñ o bote.
Seguramente debíóan ser los contrabandistas, que regresaban maó s temprano de lo normal al
escenario de su reciente expedicioó n. O quizaó fuera Zeke Grayson, que venia a por su hermano, ya
que Matt habíóa parecido estar tan seguro de que vendríóa. Tenia que saberlo. Si era Zeke, entonces
le debíóa a Matt el tratar de contactar con el y explicarle lo que habíóa sucedido. Y siempre habíóa la
diminuta posibilidad de que Matt pudiera estar vivo, y Zeke lo supiera y entonces ella se enteraríóa.
Aunque si ese fuera el caso se dio cuenta Amanda con un nudo en el estomago, Zeke jamaó s vendríóa
aquíó. O no sabíóa el destino de Matt o habíóa venido a buscar y a reclamar el cuerpo.
Amanda aparto ese horrible pensamiento cuando la luz brilloó tenuemente de nuevo, y luego
desaparecioó . El bote, no importaba que como era, o quien iba en el, ahora debíóa estar proó ximo a la

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costa, pues el sobresaliente acantilado lo escondíóa de su vista. Tenia que darse prisa si queríóa
alcanzarlo. . .
Amanda corrioó lejos de su cama, haciendo una pausa para ponerse sus zapatos negros
planos antes de salir del cuarto. Momentos antes, el sonido de la campana habíóa dado la senñ al a las
chicas para que apagaran sus velas, y ahora el convento estaba a oscuras. Lo maó s faó cil, la forma
maó s segura de llegar a la playa era a traveó s de la cueva, pero Amanda tembloó con aversioó n cuando
pensoó en atravesar caminando esa fríóa oscuridad. Para ella, siempre estaríóa llena de recuerdos de
Matt; ir por allíó seríóa aumentar su dolor diez veces maó s. Ademaó s, la parte praó ctica que habíóa en ella
le advirtioó , que el alguacil quizaó s habíóa dejado alguno de sus hombres allaó abajo, ante la
posibilidad de que Matt hubiera sobrevivido y regresara. . .
Iríóa por los acantilados y bajaríóa por el camino. Esa ruta seríóa maó s larga pero menos
angustiosa dado su estado de aó nimo. Hasta que supiera quien habíóa en el bote, permaneceríóa
oculta. De coó mo reconoceríóa a Zeke o a sus hombres, no tenia ni idea; pero, pensoó que, si no eran
los contrabandistas, seguro debíóa ser alguien que venia a recoger a Matt. Las visitas nocturnas
eran raras en las Tierras del End.
Era una noche fríóa. El viento fue lo primero que notoó Amanda mientras atravesaba el huerto
por la parte de atraó s. Temblaba, frotando sus brazos alrededor para darse calor, recordando la
primera noche en que encontroó a Matt. Entonces el viento soplaba como ahora. . . Pero llevaba
puesto un vestido de lana con mangas largas y en cambio ahora iba con un fríóvolo traje de seda
amarilla con mangas abolladas y escote pronunciado que mostraba sus hombros desnudos y la
parte superior de sus pechos. Soó lo su pelo largo y grueso le daba un poco de calor, pero una
repentina raó faga de viento lo aparto hacia atraó s a su espalda.
Tuvo que agachar su cabeza contra el viento mientras se apresuraba a lo largo del camino
por la parte superior de los acantilados. Soplaba con fuertes rachas que Amanda sospechaba
presagiaban una fuerte tormenta al amanecer. Quienquiera que estuviera fuera en la bahíóa en el
pequenñ o bote debíóa ser avisado para buscar refugio antes de que el viento aumentara.
Ya no podíóa ver la luz intermitente en la bahíóa. A lo mejor era porque el bote ya habíóa
llegado la costa o bien navegaba sin luz, cosa muy peligrosa en el mar en una noche como esta.
Pero quizaó s estaba imaginando cosas, y el destello plateado que habíóa visto soó lo habíóa sido un
banco de peces saltando.
Estaba tan oscuro que apenas podíóa ver a un metro maó s allaó . En lugar de mirar hacia la
bahíóa para ver si la luz reaparecíóa, que era lo que instintivamente le urgíóa hacer, se vio obligada a
mirar por donde pisaba. A esta altura, síó se cercaba demasiado al borde, un paso en falso podríóa
ser fatal. La hierba que crecíóa abundante, le indicaba el camino, pero sabia que habíóa unas rocas al
borde del precipicio cubiertas por ella y caminar por allíó era muy peligroso. Y si tropezaba….
No habíóa andado demasiado cuando lo oyoó por primera en vez: era un sonido chirriante
que no se mezclaba con los aullidos del viento. Su cabeza giro hacia arriba y miroó suspicazmente

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en la oscuridad a su alrededor, pero no pudo ver nada. Calma, se dijo, sin poder evitar sentir un
mal presentimiento: habíóa algo allíó fuera observaó ndola.
Estaba imaginando cosas, y lo sabia. El sonido que habíóa oíódo podíóa tener diversas
explicaciones: el crujir de una rama o quizaó s un grillo. No importaba lo que fuese se dijo a síó
misma, sin embargo, seguíóa teniendo la sensacioó n de no estar sola
Su velocidad al caminar por el sendero fue aumentando, hasta que al final echo a correr. Si
habíóa algo extranñ o en la noche, no la podríóa seguir pendiente abajo, a menos que fuera una cabra
montanñ esa, o un fantasma. Este uó ltimo pensamiento provoco escalofríóos en la base de su
columna. ¿Podíóa ser un fantasma, el fantasma de Matt, que se sentíóa traicionado y buscaba
venganza?
Un terror irracional hizo subir bilis por su garganta. No estaba sola, lo sabíóa. Alguien, o algo,
estaban detraó s de ella. Camino raó pidamente, tropezando con el borde de su falda por el paó nico, y
se sintioó caer solo para ser sujetada desde atraó s cuando el brazo duro de un hombre paso
alrededor de su cintura.
Gritoó . O, al menos, hizo un intento, pero una ancha y gruesa mano, con un leve olor a
trementina se cerroó sobre su boca, deteniendo el sonido. Tratoó de patearle, de agredirle, pero para
su horror le ataron los pies y las manos a la espalda. Las cuerdas estaban fuertemente apretadas,
como si a quienquiera que fuera no le importara lastimarla. Podíóa sentir los nudos, cortando la
circulacioó n en sus manos y pies. . . Le quitaron la mano de su boca. La abrioó de nuevo para gritar,
pero le introdujeron un harapo maloliente, aceitoso entre sus dientes, ahogaó ndola. La habíóan
amordazado y tratoó de escupir el trozo tela, pero estaba atando fuertemente.
Una luz hizo una senñ al frente a ella cuando alguien encendioó un foó sforo. Supo que habíóa
maó s de un hombre, quienquiera que fueran. Cuando el hombre uso el foó sforo para encender la
linterna y sujetarla a lo alto sobre su cabeza, Amanda vio a tres: tres hombres grandes, muy
corpulentos vestidos con ropas viejas y con caras sin afeitar. En un aspecto, sin embargo, eran
ideó nticos. Todos se quedaban miraó ndola fijamente con lo que reconocioó como una expresioó n de
odio en sus rostros.
Amanda todavíóa estaba tratando de asimilar la situacioó n cuando la linterna se apagoó
abruptamente. El hombre que la habíóa estado sujetando contra su pecho la levanto en sus brazos, y
se la echo al hombro, donde quedoó colgando boca a bajo, como si fuera un saco de arroz. Con uno
de sus companñ eros delante y otro detraó s, se alejaron, bajando con cuidado por el camino hacia la
playa.
La cabeza de Amanda latíóa dolorosamente al acumularse la sangre; notaba el estoó mago
como si tuviera un cuchillo incrustado donde presionaba el hombro del hombre del cual colgaba;
sus pies y sus manos habíóan perdido toda sensacioó n; temblaba por el fríóo. Pero apenas se daba
cuenta de estas incomodidades fíósicas. Un pensamiento ocupaba su mente con exclusioó n de todo lo
demaó s: ¿Quieó nes eran estos hombres, y queó queríóan hacer con ella?

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No podíóa hacer nada mientras descendíóan por el camino, no importaba cuaó n intenso fuera
su terror, pues soó lo precipitaríóa su fin. Si pateaba o luchaba, entonces podríóa tener eó xito y
despenñ ar a su captor, pero ella le seguiríóa hacia una muerte cierta. Atada de pies y manos como
estaba no tenia ninguna oportunidad de escapar. La parte sensata de su mente sabia eso. Pero a
pesar de ello, permanecioó alerta por si podíóa obtener alguna informacioó n que pudiera beneficiarla.
Si pudiera discernir quieó n eran estos hombres, entonces podríóa saber a lo que atenerse de ahíó en
adelante.
A fin de cuentas ya estaban en la playa. Amanda cerroó sus ojos con alivio.
-¿Estas seguro de que es ella? Amanda se desesperoó cuando sus captores se reunieron con
un nuevo grupo de tres hombres. Era uno de los recieó n llegados el que hablaba.
-Síó. Una mano aó spera le apartoó el pelo de su rostro. Un foó sforo se encendioó .- Mira este pelo.
Allaó arriba no pueden haber mas de dos chicas con un pelo como este.
Un grunñ ido confirmoó que el otro hombre estaba de acuerdo. El foó sforo se apago. Amanda se
quedoó mortalmente inmoó vil, esperando que creyesen que se habíóa desmayado y entonces quizaó la
dejaríóan sola. Aparentemente la habíóan estado buscando a ella. ¿Pero, por queó ? Su corazoó n latioó
acelerado cuando pensoó cuidadosamente esa pregunta.
-¿Hiciste senñ as al bote?
-Síó. Allaó arriba en el acantilado. Ya deberíóa estar aquíó.
Estaban de pie al borde del agua. Amanda podíóa sentir los movimientos nerviosos del
hombre sujetaó ndola cuando ocasionalmente miraba sobre su hombro. Por el deó bil crujido de sus
pies sobre los guijarros, Amanda dedujo que los otros hombres estaban tambieó n intranquilos.
-Aquíó viene.
El deó bil sonido de los remos sobre el agua le dijo a Amanda que un bote se estaba
acercando. Obviamente era el que estaban esperando y seguramente era el mismo cuya luz habíóa
visto desde su ventana cuando habíóa desembarcado para dejar al hombre. ¿Por queó no habíóa
permanecido quieta y segura en su habitacioó n en lugar de salir fuera como una ninñ a
irresponsable? ¿Y por queó siempre se hacia estas preguntas cuando era demasiado tarde?
El bote debíóa estar cerca de la orilla, porque los hombres caminaron trabajosamente a
traveó s del agua. Amanda dio un respingo cuando una fríóa ola rocioó su cabeza.
-Tranquila dijo el hombre creyendo que tenia miedo, colocando su mano sobre su trasero
para sujetarla. Ante la familiaridad de su toque, los instintos de Amanda surgieron. Se movioó
freneó ticamente intentando liberar la mano de esa parte tan personal de su anatomíóa. Al no
funcionar eso, levantoó sus pies atados y le pateoó el estoó mago. El hombre maldijo y se sobresaltoó .
Para su horror Amanda se fue deslizando de su hombro y cayoó al agua con una tremenda
salpicadura.

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Amanda luchoó freneó ticamente, pero el agua fríóo se cerro sobre su cabeza y, atada como
estaba no pudo salir a la superficie. Estaba hundieó ndosele, ahogaó ndose seguramente. . . Pero
entonces alguien la cogioó por el pelo, sacando bruscamente su cabeza del agua. El dolor fue
intenso, pero Amanda estaba tan contenta de poder respirar de nuevo que casi le estuvo
agradecida. Aspiro una profunda y treó mula bocanada de aire y fue sacada del agua por un par de
fuertes manos.
-Dios, se supone que no debemos ahogarla. ¿No puedes mantener sujeto a una cosa tan
pequenñ a como ella? La voz era mas joven que las demaó s, y la cara tambieó n, la cual Amanda pudo
ver a traveó s de la oscuridad y con el agua chorreaó ndole por su cara. Saboreoó la sal del mar en sus
labios, y el frioó viento golpeaba sobre su cuerpo mojado. . .
-La pequenñ a bruja me pateoó . El hombre que la habíóa estado llevando sobre su hombro,
hablo con una nota de angustia en la voz. El otro hombre se rioó a carcajadas; El sonido fue
raó pidamente amortiguado. Los movimientos se hicieron maó s raó pidos, como si estuvieran ansiosos
por irse.
Amanda fue depositada sin ninguó n miramiento dentro del pequenñ o bote. Los seis hombres
subieron con esfuerzo y empezaron a remar y despueó s de un momento consiguieron irse
apartando de la costa. Sentada, con sus brazos cruzados sobre si misma en un inuó til esfuerzo por
controlar sus temblores, Amanda vio por primera vez al los hombres que la habíóan secuestrado y
lo que vio lleno de miedo su corazoó n.
Parecíóan piratas. Todos parecíóan cortados por el mismo patroó n, hombres rudos tan capaces
de cortar faó cilmente la garganta de otro como de ayudar a remar. Y ella estaba a su merced. Sus
escalofríóos se intensificaron cuando se pregunto de nuevo lo que pensaban hacer con ella.
-Peake, paó same tu abrigo. Por mucho que me gustara que cogiera una pulmoníóa, no creo
que eso nos beneficie.
-Síó, senñ or.
Asíó que el hombre mas joven, el que la habíóa sacado fuera del agua, era tratado de senñ or.
Amanda consideroó cuidadosamente el significado de ello cuando eó l dejoó caer un grueso abrigo de
lana sobre sus hombros y descuidadamente le abrocho un par de botones para sujetarlo en su
lugar. No le dijo nada, de hecho ni siquiera la miroó . Amanda notoó que la aborrecíóa, el porqueó , ella
no sabíóa.
Nadie le dirigioó la palabra cuando los hombres se turnaban a los remos, paleando
fuertemente hacia alta mar. Remar en contra de la marea era un trabajo arduo en la mejor de las
condiciones, Amanda lo sabíóa. Esta noche, con las olas picadas, espumosas y un viento helado
entrando desde el mar, era doblemente difíócil.
Los hombres luchaban en silencio, mascullando alguó n comentario ocasional que pudo oíór
incluso a traveó s del rugido del viento y el chapoteo de las olas.

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Estaba sola e indefensa en la popa. Amanda se admiroó de ello, pero luego se percato de que
teníóan total seguridad de que ella no podríóa escapar. Y teníóan razoó n. Aunque podíóa nadar, seríóa
suicida echarse al agua en alta mar con una mar tan embravecida, atada de pies y manos como
estaba. No importaba el destino que tuvieran planeado para ella, sabia que no estaba preparada
para correr el riesgo de terminar con su vida. La muerte era el uó ltimo recurso; no podíóa pensar en
otra cosa que quisieran hacerle que fuera peor que eso.
El bote esta en la zona en que pasaba a mar abierto. Cuando el uó ltimo pedazo de tierra se
perdioó de vista, los miedos de Amanda aumentaron. El mar estaba embravecido, y cara vez se
poníóa peor. El pequenñ o bote se agitaba arriba y abajo como un ninñ o saltando sobre las rodillas de
su padre. Si hubiera comido algo durante las uó ltimas horas, seguramente lo habríóa devuelto. A
pesar de ello, su estoó mago se agitaba protestando, pero al tenerlo vacioó , no podíóa vomitar nada.
Ninguno de los hombres parecíóa afectado. Supuso que todos estaban acostumbrados a ese mar
embravecido. Pero peor que estar mareada y con una mordaza en la boca, que la podíóa sofocar
hasta morir, era el miedo de que el bote volcara de un momento a otro. Los botes de este tamanñ o
no eran adecuados para enfrentarse a la furia de un mar embravecido. Si no llegaban pronto a su
destino, fuera tierra firme o un barco anclado lejos de la bahíóa, no queríóa pensar en cual seria el
probable resultado. Los hombres podríóan nadar de regreso hasta alcanzar la playa, pero a menos
que fueran excepcionales nadadores, dudaba que la alcanzaran. Ella seguro se ahogaríóa, con sus
pies y sus manos atadas.
Cuando el oscuro perfil de un barco de tres velas aparecioó en el horizonte, Amanda suspiro
con alivio. Era capaz de enfrentar cualquier cosa, excepto lanzarse de cabeza al mar.
Los hombres situaron el bote al lado del gran barco, con una facilidad obtenida por la
praó ctica. Amanda se vio forzada a admirar su habilidad: no era una cosa faó cil de conseguir en una
noche como esta con el mar embravecido. Una oleada de actividad se produjo en la cubierta por
encima de ellos anunciando que habíóan sido divisados. Las cuerdas fueron lanzadas a su lado.
Peake, el hombre que le habíóa dado el abrigo, y otro hombre las aseguraron a la proa y la popa,
apartando a Amanda hacia un lado durante el proceso. Cuando acabaron, unas manos desde el
barco dejaron caer una escalera de cuerda. Antes de que Amanda tuviera siquiera tiempo de
parpadear, fue izada del bote y atrapada en los fuertes brazos del jefe.
-Deme otra patada, senñ orita y no me hago responsable de lo que pueda sucederle le advirtioó
desagradablemente, luego la alzo sobre su hombro y procedioó a subir por la escalera. Despueó s de
mirar horrorizada hacia las negras y alborotadas aguas de abajo, Amanda cerroó sus ojos. Teniendo
mucho cuidado en no darle ninguó n pretexto para dejarla caer.
En un breve instante, aunque a Amanda le parecioó una eternidad, llegaron a la cubierta. En
lugar de depositarla en el suelo, como Amanda habíóa esperado, y ayudar a subir a los otros
hombres y asegurar el pequenñ o bote, eó l hombre caminoó a grandes zancadas por la cubierta con
ella a cuestas en la misma ignominiosa posicioó n sobre sus hombros. Amanda se sentíóa demasiada
deó bil para preguntarse a donde la llevada, y con que propoó sito. Sus manos y sus pies estaban

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entumecidos, las cuerdas alrededor de sus munñ ecas y tobillos habíóan cortado dolorosamente la
circulacioó n de su sangre, estaba empapada y helada de fríóo, y su estoó mago, ademaó s de agitarse
salvajemente, lo sentíóa como hubiera sido golpeado. Soó lo esperaba que doquiera que eó l la llevara
fuera un sitio caliente y seco. Por todo lo demaó s se preocuparíóa mas tarde.
Estando cabeza hacia abajo no teníóa una buena visioó n del barco, aunque registroó que
parecíóa grande y que un nuó mero desmesurado de hombres trabajaban con prisas por la cubierta.
Amanda percibioó vislumbres de rollos de cuerda, escotillas abiertas, y pies calzados con botas.
Despueó s, su secuestrador hizo una pausa para empujar con el hombro a traveó s de una puerta;
estaban dentro de un pequenñ o camarote, Amanda dedujo, aunque solo podíóa ver el suelo y la
mitad inferior de la puerta.
-Bien, aquíó tienes a tu pequenñ o diablo pelirrojo anuncio el hombre alegremente. -¿Doó nde la
quieres?
Y esperando una respuesta, fue depositada en el suelo.

Capíótulo quince

Un hombre que estaba sentado frente a una pequenñ a mesa echo la silla hacia atraó s y se
levanto. Desde su posicioó n los ojos de Amanda divisaron primero un par de botas brillantes, luego
se deslizaron lentamente hacia arriba viendo unas piernas musculosas enfundadas en unos
excelentes pantalones de color ante, una cintura estrecha y un pecho ancho bajo una camisa del
mejor lino de un blanco inmaculado . Su mirada se desplazo hasta sus hombros anchos, luego sus
ojos se abrieron como platos con sorpresa al mirar la belleza de esa masculina cara. Matt. Habríóa
llorado gritando su nombre, pero la mordaza le impedíóa hacer otro sonido inteligible que no fuera
un gemido.
-¿Queó ha pasado? Increíóblemente, Matt no parecíóa preocupado al verla mojada, atada y
amordazada. No hizo ninguó n movimiento por acercarse a ella o quitarle las cuerdas que cortaban
su suave carne. Los ojos de Amanda estaban profundamente humedecidos al mirarlo fijamente sin

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poder creerlo. ¿Era Matt, no? La cara y cuerpo eran los mismos, pero nunca le habíóa visto tan bien
vestido antes y nunca creyoó que esos ojos de color plata la pudieran estar mirando tan fríóamente.
-Ella le pateo el estomago a Grumman contesto negligentemente el hombre que la habíóa
cargado. Amanda no le miroó ; sus ojos estaban fijos en la cara de Matt. Era Matt, sin duda. ¿Por queó
no hacia ninguó n movimiento por venir en su ayuda?
- EÉ l fue cogido por sorpresa y dejoó caer.
-Me parecioó verla caer en el mar. Supo sin duda que esa era la voz de Matt discutiendo su
apuro con tono fríóo y desapasionado. Amanda queríóa gritar. ¿Queó le pasaba? Parecíóa un extranñ o,
un desconocido fríóo y atemorizante.
-Síó. Respondioó el otro hombre lacoó nicamente. Los ojos de Amanda abandonaron a Matt un
instante para mirar superficialmente la cara del desconocido. Era maó s delgada que la de Matt, con
la nariz y la barbilla maó s largas, y los ojos eran color avellana en lugar de plateados y el color de su
pelo era castanñ o. Pero habíóa algo similar en ellos, maó s en la inflexioó n de la expresioó n facial y de la
voz que cualquier otro parecido fíósico. Este hombre tambieó n era alto, casi tan alto como Matt, y
aunque era delgado, sabíóa por experiencia que poseíóa la fuerza de un demonio. . .
-Gracias, Zeke. Matt confirmoó lo que habíóa comenzado a sospechar. Era su hermano, el
hermano menor del que habíóa estado tan seguro que vendríóa a por eó l. . .- Puedes ocuparte de tus
cosas. Quiero zarpar con la marea.
Zeke miroó a Amanda y luego a Matt. Con los labios apretados. -¿Estaó s seguro de que quieres
llevarla con nosotros? Si quieres saberlo, opino que nos va a traer mas problemas de los que ella
merece.
Matt sonrioó perversamente.- Oh, síó, estoy seguro de ello ¿Amanda se sentiríóa desconsolada
si la dejara atraó s, no es verdad? Era el primer comentario que Matt le dirigíóa directamente;
Amanda se sintioó enferma ante su rudo sarcasmo. Este hombre fríóo, duro, enojado no era su
Matt. . . Sus ojos debieron reflejar su desconcierto porque su sonrisa se amplioó y se tinñ o de una
odiosa mofa.
-Tu eres el capitaó n. Zeke tampoco estaba contento con la decisioó n de su hermano, pero
estaba claro por su tono que no iba a discutir con su hermano por ella. Se giro hacia la puerta. La
voz de Matt lo detuvo.
-Haz que un par de hombres traigan esa vieja banñ era y un poco de agua caliente. La
senñ orita esta llena de barro. Y eso no es bueno, no para lo que tengo planeado hacer con ella.
Zeke asintioó en respuesta, despueó s dejo la habitacioó n, cerrando la puerta. Amanda se quedoó
mirando a Matt fijamente con aprensioó n, un Matt que estaba tan diferente, que casi le era
imposible de reconocer.
-Bien, bien Amanda, encantado de verte de nuevo. Su voz estaba impregnada de una
horrible afabilidad mientras se acercaba a ella por detraó s, arrodillaó ndose para aflojar el nudo de su

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mordaza.- Que sorpresa maó s inesperada para ti. Por mi parte, debo admitir que desde hace
algunos díóas he estado esperando esta reunioó n con ansiedad desde que tuve que nadar durante
millas para poder escapar de la pequenñ a fiesta que tuó me habíóas organizado.
Cuando finalmente la mordaza se aflojo. Amanda escupioó hacia fuera el harapo arrugado,
luego paso su lengua por sus labios resecos.
-No puedes creer que yo lo planee grazno, girando su cabeza para poder verle. EÉ l estaba
arrodillado, su cabeza agachada tratando de desenredar el nudo que ataba sus munñ ecas. Al oíór sus
palabras sus ojos se alzaron raó pidamente para encontrar los suyos. Estaban tan fríóos como el mar
en invierno.
-¿Que no puedo creerlo? El tono era sedoso. -Oh, claro que puedo. Me dijiste que nadie maó s
conocíóa el pasadizo hacia la cueva a traveó s del convento. Y despueó s de esa rabieta temperamental
tuya. . . Síó, puedo creerlo, y lo hago.
-Fue Edward. Sus palabras eran desesperadas, pues eó l estaba convencido de su
culpabilidad. ¿Pero porque el siempre estaba dispuesto a creer lo peor de ella? -Matt, fue Edward.
De alguna manera eó l supo donde estabas y se lo dijo a las autoridades. Esa manñ ana estaban
registrando el convento. Es por eso que baje a la playa para avisarte, soó lo que nunca tuve la
oportunidad. No CREI que nadie me viera ir hacia la playa, pero seguramente me siguieron.
-Y un cuerno. Durante un instante sus ojos brillaron desagradablemente. Luego el fuego fue
cambiado por un frioó hielo. Sonrioó desagradablemente. -Permíóteme felicitarte, has mejorado en
habilidad para decir mentiras. Excepto que quizaó s has sobreactuado un poco – aunque apenas se
notoó , te lo aseguro – has sido bastante buena.
-Matt, te estoy diciendo la verdad, lo juro.
-No te creo. Sus manos fueron liberadas, y se las froto distraíódamente tratando de
restablecer la circulacioó n. Su voz habíóa sido brutal. Temíóa no poderle hacer cambiar de idea.
-Matt. . . Estaba decida a no rendirse. EÉ l teníóa que creerla. Le amaba, habíóa pensado que se
moriríóa cuando lo dio por muerto. Al menos, amaba al Matt que creíóa conocer. Este frioó
desconocido de ojos centelleantes la aterrorizaba.
Un breve golpe en la puerta la interrumpioó antes de que pudiera decir cualquier otra cosa.
Matt grito un breve asentimiento y la puerta se abrieron para dar paso a dos corpulentos
marineros que entraron en el cuarto. Uno transportaba una vieja banñ era de hojalata; el otro
sujetaba dos cubos de agua caliente. Huó meda y helada como estaba, Amanda habríóa dado la
bienvenida a un banñ o caliente en cualquier otro momento, pero ahora estaba demasiada
preocupada intentando convencer a Matt.
-Matt. . . Comenzoó . EÉ l estaba delante de ella ahora, quitaó ndole la falda empapada, pasaó ndola
por sus tobillos. Su mano toco su hombro en una suplica. EÉ l se aparto de ella, y Amanda al
quedarse sin el apoyo en su mano, se cayoó al suelo.

134
-Si sigues insistiendo en contarme mentiras, te sugiero que esperes a estar a solas. Mis
hombres te tienen en buena estima, no me costaríóa nada persuadirles de que te dieran unos
azotes sobre sus rodillas. A diferencia de ti, me son muy leales.
Dijo las palabras tan quedamente que Amanda no creyoó que los marinos, que estaban
ocupados llenando la tina de agua, le hubieran oíódo. El tono suave de su voz le hizo parecer aun
maó s amenazador. Hablaba como si la odiara y sondeando esos ojos brillantes, Amanda comenzoó a
temer que realmente lo hiciera.
Obedecioó , permanecioó en silencio mientras los marineros terminaban con su tarea. Matt
entretanto libero sus pies, y ella empezoó a frotarse las extremidades entumecidas mientras eó l se
levanto con sus manos en los bolsillos.
-¿Desea algo mas mi capitaó n? La tina ahora estaba llena, y los hombres estaban recogiendo
los cubos vacíóos y caminando hacia la puerta. Hicieron una pausa para mirar respetuosamente
hacia Matt.
-Eso es todo, gracias. Su tono fue abrupto, pero los marineros no parecieron ofenderse.
Tomando sus palabras como un despido, dejaron el camarote. Amanda estaba de nuevo a solas con
Matt y ese pensamiento la hizo temblar.
-Matt. . . Comenzoó de nuevo, dando la vuelta para poder contemplarle. EÉ l se erguíóa
amenazadoramente sobre ella como una montanñ a mientras ella se encogíóa temblando y goteando,
no estaba segura de si sus extremidades tendríóan la fuerza suficiente para sostenerla si tratara de
levantarse. Nunca tuvo la posibilidad de intentarlo, ignorando su intento de discusioó n, eó l se agacho
y la cogioó por las axilas, levantaó ndola. Amanda colgoó bamboleante entre sus brazos, amarraó ndose a
ellos para estabilizarse. Su boca estaba torcida con una emocioó n que Amanda realmente no podíóa
reconocer. Quizaó no era maó s que la aversioó n que le producíóa su ropa empapada. Ella dejoó un charco
en el piso pulido.
-¿Puedes levantarte tu sola?
Amanda inclinoó la cabeza.- Creo que síó.
Las manos que la sujetaban se apartaron. Amanda pudo levantarse, pero sus dientes
castanñ eaban por el frioó que sentíóa.
-Desnudate. Las palabras fueron rudas, el tono casi brutal. Amanda, apretoó los dientes
cuando notoó otro temblor, soó lo podíóa clavar los ojos en eó l con incredulidad. ¿Seguramente eó l no
habíóa querido ordenar eso? ¿Enojado como estaba, no podíóa esperar que ella se sometiera
doó cilmente a la humillacioó n de desvestirse delante de eó l?
-¿Oíóste lo que te dije? El descontento en su voz la sobresaltoó .
-No puedes estar hablando en serio se las ingenioó para adoptar un tono que esperaba
pareciera razonable. Con la boca torcida eó l saco las manos de sus bolsillos como si tuviera
problemas en mantenerlas quietas para no sacudirla.

135
-¿Por queó no? Si quieres manifestar la modestia propia de una joven, no lo hagas. He visto
cada pulgada de tu piel blanca y ya no eres una jovencita virginal.
-Es horrible que me digas eso. Clavo en eó l, los ojos agrandados por el danñ o le causoó .
-Es la verdad. Sonrioó . Amanda se asusto ante la cruel mirada de sus ojos. Parecíóan como de
rapinñ a, como la mirada de un lobo.- ¿Te quitas la ropa, o lo hago yo? Mis planes para ti no incluyen
el que mueras de neumoníóa, al menos no todavíóa.
Amanda se rindioó . Por la apariencia en su cara, realmente el queríóa decir lo que habíóa dicho.
O se quitaba las ropas, o lo haríóa el. Y no queríóa sentir sus manos sobre ella, no mientras estuviera
en ese estado de aó nimo. Le podríóa pasar por la cabeza exigir su venganza – de la forma maó s
primitiva – por su supuesta traicioó n.
-Lo hareó yo. Sus ojos brillaron, como si su capitulacioó n le complaciera y le molestara al
mismo tiempo. A mismo tiempo que Amanda extendioó sus brazos hacia atraó s para desabrocharse
su vestido, le vino al pensamiento que el habríóa disfrutado obligaó ndola a desvestirse.
La seda estaba fríóa, mojada, y resbaladiza. Amanda luchoó con los pocos ganchos que pudo
alcanzar, separando no maó s de dos. Despueó s de vigilar su falta de progreso durante un momento
con pensamientos ensimismados, Matt hizo un sonido inarticulado y la atrapoó por los brazos
giraó ndola a fin de que su espalda quedara frente a el. Ella se sobresaltoó al contacto de sus manos
sobre ella cuando comenzoó a manipular los ganchos. Su pelo chorreaba agua helada por la
espalda, y con un sonido impaciente lo paso sobre su hombro.
-Un vestido precioso dijo, burlaó ndose, como si el hubiera notado por primera vez su cambio
de apariencia. -¿Coó mo lo conseguiste, con tus encantos?
-No. Amanda se giro hacia eó l, para ser detenida cuando sus manos apretaron fuertemente
su vestido en su espalda. Hubo desagradable sonido cuando la tela se desgarro bajo sus dedos.
-Matt, no. Basta. EÉ l le estaba arrancando el traje de noche de su cuerpo, su cara ensombrecida, en
sus ojos de nuevo con el brillo feroz que antes teníóan. Ignorando sus protestas y sus intentos
freneó ticos de escaparse, desgarroó el vestido hasta que no fue maó s que un harapo yaciendo
alrededor de sus pies. Ella se alejoó raó pidamente de eó l, cubierta solo con su enagua y sus
pantalones, ambos empapados que cubríóan escasamente su cuerpo de la fija mirada de el.
Cruzando defensivamente sus brazos sobre sus pechos, clavoó los ojos en eó l. Su cara todavíóa
oscurecida por la furia; sus manos con los punñ os apretados fuertemente los costados como si
luchara por mantener el control.
Desvíóstete y meó tete en esa tina, ahora. Las palabras emergieron como un grunñ ido entre sus
dientes apretados con fuerza. Amanda vaciloó , tentada de hacer lo que el de decíóa y sumergir su
cuerpo congelado en el agua humeante, pero teníóa tanto miedo como verguü enza de quitarse el
resto de sus ropas delante suyo. En su estado de aó nimo actual, la violacioó n no le era ajena, e incluso
si no descendíóa a ese nivel de violencia, no queríóa que la mirara de esa forma. Antes, cuando la

136
habíóa desnudado, habíóa sido en un acto de pasioó n sino de amor. Ahora seríóa simplemente una
forma maó s de castigarla. Podíóa leer en sus ojos que queríóa humillarla.
-Amanda, si no sales de esas ropas en un minuto, te las arrancare.
No tuvo ninguna duda de que asíó lo haríóa. Amanda escudrinñ o el rostro duro e implacable,
vio el rudo gesto en su boca bellamente cortada y el duro brillo de sus ojos, y todavíóa se asustoó
maó s. Antes el siempre habíóa sido de risa faó cil, sonriendo con rapidez. Ella se dio cuenta de que
nunca lo habíóa visto realmente enojado hasta ahora. Ahora eó l estaba furioso; el saberlo hizo que su
corazoó n latiera acelerado.
Antes de que pudiera hacer efectiva su amenaza, empezoó a quitarse su ropa interior
mojada. Mejor no arriesgarse a un nuevo estallido de violencia. Pero sus manos temblaban, ya
fuera por el fríóo o por temor, y las cintas de su enagua estaban mojadas. Lo que una vez habíóa sido
un lazo ahora se habíóa convertido en un nudo, y no podíóa desatarlo ni aunque le fuera la vida en
ello. Luchoó contra los nudos, desesperaó ndose, mientras fríóos escalofríóos la atormentaban. Cuando
le oyoó soltar un juramento impaciente, dio un brinco. EÉ l se dirigioó hacia ella raó pido y amenazante
con un cuchillo en su mano.
Amanda lanzo un grito sofocado y se habríóa apartado con miedo, pero eó l la atrapoó por un
brazo y con su cuchillo rompioó el nudo empapado. Su enagua inmediatamente cayoó en un huó medo
cíórculo alrededor de sus pies. Apartaó ndola, plegoó el cuchillo y lo devolvioó a su bolsillo. Despueó s sus
manos estaban en su cintura, desabrochando sus pantalones chorreantes, dejaó ndola solo con su
enagua.
-Matt, puedo hacerlo. Amanda tratoó de hablar con calma, no queriendo provocarle. EÉ l la
ignoroó , atrapando el borde de su camisoó n y pasando la helada prenda mojada sobre su cabeza. Sus
palabras de protesta fueron amortiguadas por los pliegues de tela. Luego dejo a un lado el
camisoó n, y ella se quedo de pie ante el con solo su pelo mojado ocultando sus formas. Cruzo los
brazos sobre sus pechos desnudos, sonrojaó ndose furiosamente mientras trataba de mirar a
cualquier sitio que no fuera su cara. Suponíóa que el debíóa estar miraó ndola. Era demasiado
consciente del fríóo de esos ojos metaó licos al moverse sobre su cuerpo.
-Matt. . . Lo que fuera que ella quisiera decirle, murioó en su garganta cuando eó l dio un paso
hacia ella y la levantoó en sus brazos. Su cabeza cayoó hacia atraó s contra su ancho hombro mientras
el la sujetaba cerca de su pecho. Parecíóa que no le importara que su pelo mojara su camisa.
Amanda se estremecioó cuando sus ojos vagaron insolentes por su cuerpo, demoraó ndose en sus
pechos, con sus pezones ríógidos por el fríóo, y sus delgados muslos desnudos. Despueó s, eó l la arrojo
sin cumplidos en la tina. Un muó sculo saltoó convulsivamente a su mandíóbula al apartarse.
Amanda observoó que se volvíóa de espaldas alejaó ndose, para buscar en un bauó l de que
estaba contra la pared. El agua la calentoó inmediatamente, y una parte de su mente aprecioó su
comodidad, pero el resto se concentroó en Matt, y en lo despueó s eó l tenia la intencioó n de hacer.
-¿Te puedes banñ ar tu sola, o quieres que lo haga yo?

137
EÉ l se giro para mirarla, con una pastilla de jaboó n en una mano y una toalla en la otra.
-Puedo hacerlo yo sola. Su voz era baja, sus ojos suplicantes cuando le miroó . Su expresioó n
hizo que la de el se endureciera. Estaba determinado a creer lo peor de ella y mientras estuviera
sentada desnuda en la banñ era, vulnerable e indefensa, no era el momento ideal para intentar
persuadirle. Primero se calentaríóa, limpiaríóa y secaríóa, y luego intentaríóa convencerle de nuevo de
su inocencia. No podíóa ser tan difíócil. El Matt que ella habíóa conocido habíóa sido amable, justo, y
carinñ oso con ella. EÉ l la teníóa que escuchar, y creer. . .
-No tenemos toda la noche para hacer eso. Tu y yo tenemos algunos asuntos de los que
tratar, milady. Allíó estaba ese tono burloó n de nuevo. Los labios de Amanda se apretaron, le era
difíócil reprimir su temperamento. Nunca habíóa sido una tonta, y seríóa estuó pido perder ahora la
calma; en un enfrentamiento con Matt, ella seria la perdedora. Le dirigioó una raó pida y aprensiva
mirada. EÉ l caminaba hacia ella, con el jaboó n y la toalla en sus manos. Cuando estuvo cerca le lanzoó
el jaboó n. Tomada por sorpresa, se le resbalo, y tuvo que buscarlo a tientas en el fondo de la banñ era.
-¿Estaó s segura de que no quieres que te frote la espalda? Su pregunta burlona hizo sonrojar
a Amanda, y le miroó con atencioó n. EÉ l volvioó a sentarse en la silla de respaldo recto. Soó lo que esta
vez la inclinoó hacia la pared para quedarse apoyada en las dos patas. Una mano estaba en su
bolsillo y la otra tamborileaba ociosamente sobre la mesa mientras la observaba. Amanda se
sonrojoó bajo ese examen burloó n, consciente de que el agua poco honda dejaba visible su cuerpo
desde la cintura. Y por la expresioó n en su cara, eó l estaba disfrutando de la vista.
-Tu me haces sentir como una. . . libertina, dijo, con su voz temblando, luego pensoó que seria
haberse callado. No habíóa querido decir las palabras en voz alta. Tal como sospechaba, eó l se veíóa
contento con su turbacioó n. Su boca torcida en una sonrisa burlona.
-Si tu lo dices. . . Dijo suavemente. Amanda clavoó los ojos en eó l con incredulidad enojada, sus
labios suaves temblando de dolor, sus enormes ojos abiertos con reproche. Con su pelo largo, que
se oscurecíóa mas por el agua flotando a su alrededor, toda mojada, sin esconder sus encantos,
parecíóa una sirena.. Una de esas sirenas del mar mortíóferas que cantaban bellamente hasta que
atraíóan a los marineros con enganñ os hacia sus tumbas. . .
-Toma el banñ o. Y date prisa. No me siento muy. . . paciente por ahora. EÉ l la observoó por
debajo de sus pestanñ as mientras anñ adíóa esto uó ltimo. Amanda se sonrojoó , pues su significado era
inconfundible. Teníóa intencioó n de obligarla a resistir otra de esas horribles sesiones con eó l.
-¿Matt, por queó te comportas asíó? Debes saber que no te traicioneó . EÉ ramos amigos, Matt,
por lo menos yo creíóa que lo eó ramos.
-¿Asi describiríóas lo que eó ramos el uno para el otro, milady? Yo maó s bien, habríóa dicho que
fuimos amantes, y que a ti no te gustoó tener un amante. Oh, a ti te gustaron los besos y las caricias,
pero cuaó ndo logramos la consumacioó n, no fue muy buena. Asíó es que decidiste olvidarlo – y a mi –
de la forma maó s efectiva en que pudiste pensar. ¿Tienes sangre de los Borgia en tus venas? Asíó lo

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creo. Si mal no recuerdo, esa familia se jactaba de tener a una mujer que se deshacíóa de los
hombres no deseados mataó ndoles.
-Matt, eso no es cierto. le miro furiosa e implorante al mismo tiempo. Su boca se torcioó en
un gesto, y sus ojos brillaron intensamente cuando las piernas delanteras de la silla golpearon el
suelo con un ruido repentino. EÉ l permanecioó en pieó , miraó ndola como si la odiara. Amanda se
encogioó de miedo.
-Termina con tu banñ o dijo con los dientes apretados.- Y guarda silencio. Si dices una
palabra maó s, no sereó responsable de mis actos.
Amanda lo observo, mordiendo su labio inferior, mientras se paseaba de un lado a otro del
camarote. Su estado de animo enojado manaba de el a raudales. Comprendioó que Matt Grayson era
un hombre peligroso cuando estaba enojado – y ella le habíóa enojado mucho-. Prudentemente
decidioó callar por el momento, y empezoó a enjabonarse.
Pasoó el jaboó n por sus brazos, hombros, pechos y barriga, luego lo extendioó primero por una
pierna y luego por la otra. Notaba los ojos de Matt fijos en ella, su mirada tornaó ndose maó s caliente
y maó s enojada a cada nuevo movimiento. Pero rehusaba mirarle. Banñ arse con el presente ya era de
por si humillante en grado sumo, todavíóa lo seria mas si admitiese que eó l la estaba observando.
Pero no podíóa impedir el rubor propagaó ndose por su cara, cuello y tambieó n por sus pechos. Los
pezones, usualmente paó lidas estaban rosados y encendidos. . . Amanda notoó un chorro de agua
jabonosa bajar por la pendiente de su pecho para colgar del pezoó n, y distraíódamente lo enjugoó .
Luego, instintivamente, levantoó la vista hacia Matt que estaba miraó ndola con concentracioó n y una
expresioó n nerviosa. Su mandíóbula estaba fuertemente apretada mientras un nervio se movíóa en la
esquina de su boca. Sus manos estaban cerradas en punñ os a los lados, los nudillos blancos por la
fuerza de su apretoó n.
-Ya te has banñ ado suficiente. Sal ordenoó , en sus ojos, esa misma expresioó n atemorizante,
que nunca habíóa dejado.
-Matt. . . Ahora era el momento de intentar llegar a el, si nunca hubo un momento, era este.
Ahora, antes de que pusiera sus manos sobre su cuerpo, tal como leíóa en sus ojos que eó l tenia la
intencioó n de hacer. Pero no le dio ninguna oportunidad. Ante la expresioó n temerosa en sus ojos y
la suó plica suave en su voz, su boca se torcioó salvajemente. Cruzoó el camarote en dos raó pidas
zancadas, para cogerla por sus axilas y sacarla goteando, cubierta a medias con jaboó n y
depositarla frente a eó l. Sus ojos la recorríóan desdenñ osamente, su burla no ocultaba completamente
el deseo. Amanda se encogioó ante eó l, tapaó ndose tratando de conservar su modestia tanto como
pudo, pero eó l no la dejoó escapar. Una mano la cogioó por la parte superior del brazo y la otra le
alcanzoó la toalla pasaó ndola suavemente por su cuerpo. Para su verguü enza, la rasposidad de la toalla
aó spera hizo endurecer sus pezones. EÉ l se rioó cuando vio la respuesta involuntaria de su cuerpo, y
pellizco un pezoó n con insolencia. Amanda grito por el repentino y doloroso contacto, y sus ojos
volaron hacia eó l. Lo que leyoó en ellos hizo temblar sus rodillas.

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-Matt, por favor, no lo hagas respiroó , temblando al pensar en ser tomada por eó l con enojo.
Antes, cuando habíóa sido amable y corteó s con ella, habíóa sido una experiencia horrible, repugnante.
¿Como queó seríóa ahora, cuando eó l la odiaba, y parecíóa que queríóa demostraó rselo?
-Es verdad, tu eres la pequenñ a virgen que decidioó que no le gustaba hacer el amor dijo,
sonriendo desagradablemente cuando termino de secar su cuerpo enroscando la toalla alrededor
de su pelo. -¿No es eso terrible?
-Matt, por favor. le suplicoó , sin pudor, aterrorizada por lo que leíóa en sus ojos. EÉ l teníóa la
intencioó n de lastimarla y humillarla.
-No grunñ oó suavemente. -Esta vez vas a complacerme.
Y la alzo entre sus brazos.
Amanda yacíóa como si estuviera muerta mientras la transportoó hacia la cama, arrimada a la
pared. EÉ l queríóa que luchara, ella se dio cuenta, asíó tendríóa el placer de someterla. Si se oponíóa a eó l,
entonces soó lo lo encenderíóa maó s. Sabíóa eso instintivamente.
-¿Queó , ninguna protesta pudorosa? estaba burlaó ndose, sus ojos plateados brillaban
malvadamente, sus brazos como garras de hiero a su alrededor mientras la sujetaba junto a su
musculoso pecho. Podíóa sentir el calor y su fuerza a traveó s del fino lino de su camisa, sentir los
muó sculos que se movíóan en sus brazos cuando la deposito en la cama y se sentoó a su lado, sus
brazos aprisionaó ndola cada uno a un lado. Sus ojos eran enormes pozos de fuego cuando ella se lo
quedo mirando fijamente. EÉ l sonrioó insultantemente.
-¿Matt, por favor no puedes escucharme? Sus dientes castanñ eaban, de miedo esta vez en
lugar de fríóo. El destino que el le deparaba era demasiado horrible para pensar en el. Recordoó el
dolor lacerante que habíóa sentido, como si se desgarrara en dos, y se estremecioó . Si no le convencíóa
ahora de su inocencia despueó s seríóa muy tarde. . .- No te traicioneó , Matt. hablaba lentamente, como
si se dirigiera a un ninñ o. -Lo juro. Fue Edward.
-Di algo mas y podríóa estrangularte. Su voz era casi amable, pero desmentida por el brillo
ominoso de sus ojos y el gesto salvaje en su boca que revelaba la mayor parte de sus dientes
blancos. Aterrorizaó ndola por su lentitud, sus brazos desenroscaron la toalla alrededor de su
cabeza y la dejaron caer al suelo. Luego esparcioó su pelo huó medo sobre la almohada. . .
EÉ l no la escuchaba, no la iba a escuchar, Amanda se dio cuenta con el estomago
encogieó ndose. Su cara adoptaba esa apariencia tan concentrada, casi ciega de pasioó n que habíóa
visto en el solo una vez antes, cuando eó l se olvido de todo excepto su deseo y de satisfacerlo en ella.
. . Desesperaó ndose, lo intento por uó ltima vez.
-Matt, por favor escuó chame. Nunca te traicionaríóa, yo te amo.
EÉ l la miroó , sus ojos endurecieó ndose y ensombrecieó ndose hasta que parecieron carboó n
negro.

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-Estas mintiendo pequenñ a perra dijo con los dientes apretados. -¿Puedes intentar cualquier
truco? Este no te funcionara
Y despueó s se alzo sobre ella.

Capíótulo dieciseó is

Amanda se retorcioó impotente al sentir sus manos atrapando sus brazos pero fue inuó til. Su
boca cayo sobre ella, sus labios duros y calientes, tomando lo que queríóan de su boca estremecida,
su lengua empujaba insolente entre sus dientes, desafiaó ndola a oponerse. Cuando tratoó de apartar
su boca, su mano sujeto su barbilla. EÉ l la besoó , repetidas veces, con deseo, con besos hambrientos
que no le dejaban guardar ninguó n retazo de inocencia. Sus manos estaban en todos los sitios, no la
lastimaban pero la avergonzaban por su familiaridad, vagando por su cuerpo como si fuera suyo
para tocar y explorar. A pesar de su miedo, la percepcioó n de esos dedos largos, firmes llenos de
callos rozando posesivamente sus pezones causoó un escalofrioó en su barriga. Sus pezones se
hincharon cobrando vida temblorosos contra las manos que los acariciaban. Le sintioó sonreíór
contra su boca por la prueba renuente de excitacioó n, y luego apreso sus pechos mientras su boca
se movíóa sobre sus pezones atormentaó ndola. Amanda se quedoó sin aliento cuando sus dientes se
cerraron sobre el pezoó n rosado con una fuerza que estaba a un paso del dolor. Sus ojos se abrieron
repentinamente, y sus manos subieron instintivamente amarraó ndole por la nuca. Un par de
linternas iluminaban el camarote; por su tenue brillo , podíóa ver cada detalle: la negrura de su pelo
contra del brillo perlado de su pecho, la blancura de sus dientes cuando se metioó en la boca su
pezoó n tembloroso, el bronce de la mano grande ahuecando su blandura, agarraó ndolo con su boca.
La textura aó spera de su mandíóbula y su barbilla contra su carne sedosa le recordoó la primera vez
que eó l la hizo suya. La habíóa seducido como ahora, excitando su cuerpo inocente hechizaó ndolo
antes de destruir las ilusiones propias de una joven por siempre con un duro dolor. Recordando

141
ese dolor, Amanda se puso ríógida. Sus manos, que habíóa estado cerraó ndose alrededor de su cabeza,
ahora hicieron un intento de apartarlo a la fuerza.
-No gimioó . Al oíór su protesta, eó l se aparto del pezoó n que eó l habíóa estado alternativamente
atormentando y tentando. Sus ojos encolerizados se encontraron con los de ella, su color plateado
oscurecido que hacia que parecieran de hierro fundido.
-Síó dijo suavemente, ensenñ aó ndole dientes, en lo que era mas una mueca que una sonrisa.
Luego, para su sorpresa, sus manos se apartaron de ella y se puso de pie. Amanda parpadeo al
mirarle, atontada, y tambieó n asombrada de que la soltara con tan solo una mirada. Se olvido
completamente de su desnudez hasta que sus ojos inspeccionaron su cuerpo, entonces se acordoó .
Se sonrojoó y giro, buscando a tientas la colcha de textura aó spera bajo ella para cubrir con
estremecimiento su cuerpo.
-Estate quieta dijo, apartando el borde de la colcha de sus dedos que lo sujetaban. Luego
puso su mano en su hombro y el giro de nuevo sobre su espalda. Amanda tratoó de resistirse, pero
su fuerza era mucho mayor que la de ella, y a reganñ adientes tuvo que rendirse. Permanecioó boca
arriba, una pierna ligeramente doblada mientras instintivamente trataba de esconder el triaó ngulo
de sedoso de pelo negro. Sus brazos cruzados sobre sus pechos en ese gesto antiguo de proteccioó n
de uno mismo, pero eó l no se lo permitioó . Se agacho, atrapando sus munñ ecas, apartaó ndolas de sus
pechos y empujaó ndolas hacia abajo hasta que sus palmas quedaron aplastadas contra la cama.
Cuando la soltoó , ella habríóa vuelto sus brazos a su posicioó n original si un brillo de furia en sus ojos
no la hubiera detenido. La observoó impaciente durante unos pocos segundos; al no hacer ninguó n
movimiento para desafiarlo, sus muó sculos se relajaron ligeramente y su mano se dirigioó hacia los
botones de su camisa. Sus ojos nunca la abandonaban.
-Tienes un bello cuerpo, Amanda. Sus palabras fueron maó s una burla a su desamparo que
un cumplido.- Me gusta mirarlo. Eso aumenta . . . la anticipacioó n.
Incluso sin el eó nfasis que habíóa puesto a sus uó ltimas y lentas palabras, los movimientos sin
prisa de sus dedos desabrochando su camisa le decíóan a Amanda que no tenia ninguna intencioó n
de dejarla escapar. La queríóa, y la tendríóa, tanto si ella estaba dispuesta como si no. Pensaó ndolo,
Amanda se estremecioó . Los ojos de Matt se estrecharon ligeramente ante su pequenñ o temblor
convulsivo, y su boca se endurecioó y apretoó .
-Por favor no lo hagas, Matt. En cualquier otro momento el orgullo de Amanda no le habríóa
permitido implorar, pero el recuerdo del dolor lacerante y la subsiguiente degradacioó n no le
dejaban otra alternativa.
-Ruegas tan bien, Amanda. Hasta la burla de su sedosa voz la asustoó . Se quedoó mirando
fijamente la cara oscura, bien parecida, tan familiar y tan espantosamente extranñ a, con los ojos
abiertos como la misma fascinacioó n que un conejo por la serpiente que lo hipnotiza. -Te ensenñ areó a
suplicarme que te haga el amor. Me encantaríóa eso.

142
-Detente, Matt. Cuando desabrochoó el uó ltimo botoó n y saco los faldones de su camisa de la
cintura de sus pantalones, ella se estremecioó . Luego, a pesar de las posibles consecuencias, gateoó al
otro lado de la cama y se acuclilloó hasta que sus rodillas alcanzaron su barbilla y sus brazos se
envolvieron alrededor de sus piernas. Cada uno de sus instintos le decíóa a gritos que corriera, pero
no habíóa ninguó n lugar a donde ir. Matt se planto amenazadoramente entre ella y la puerta, y aun
que el miedo aumentara su velocidad y su fuerza, supo que nunca lograríóa pasar por encima de el.
EÉ l la atrapoó ; ella estaba completamente a su merced y por el brillo rudo en sus ojos, sospechaba
que no tendríóa ninguna clase de compasioó n.
-Haras que te odie le aviso, sus ojos se ensanchados por la sorpresa cuando el se encogioó de
hombros y se sentoó para quitarse las botas maó s faó cilmente.
-Prefiero vivir con tu odio que con tu amor dijo, con voz aó spera por la coó lera. -Al menos esa
es una emocioó n sincera. Tu llamado amor casi me mata.
-Yo no te traicioneó , Matt lloraba desesperadamente, y despueó s las palabras murieron en su
garganta cuando eó l se desabrochoó sus pantalones y los empujo por sus piernas, par luego
quitaó rselos. Al enderezarse para tirarlos sobre la silla, Amanda clavoó los ojos en su cuerpo. Antes
cuando habíóa estado desnudo, el cuarto habíóa estado oscuro y habíóa estado demasiada
deslumbrada por la pasioó n para observarle detenidamente. Pero ahora, la luz de laó mpara banñ aba
el cuarto en una incandescencia suave, dorada, iluminando cada pelo y cada tendoó n. Y con la
pasioó n totalmente alejada de su mente, sus ojos se agrandaron al recorrer su cuerpo.
Era magnifico y atemorizante. Habíóa tal fuerza en sus anchos hombros bronceados y sus
brazos musculosos, tal masculinidad en su pelo negro grueso cubriendo el pecho ancho y el
abdomen duro, plano. Sus caderas eran estrechas comparadas con la anchura de sus hombros, y se
habíóa quitado el vendaje de su herida que ahora podíóa ver. Habíóa una cicatriz en ella, ya no tierna
pero todavíóa bastante roja, contra su piel que estaba maó s paó lida que la de sus brazos y su pecho.
Sus piernas estaban paó lidas, tambieó n, testimonio silencioso del hecho de que estaban usualmente
cubiertas cuando trabajaba bajo el sol. Su gran musculatura no era suavizada por el deó bil
oscurecimiento de su vello. Sus ojos se deslizaron hacia arriba entre sus piernas, fijaó ndose
horrorizada en la cosa que habíóa entre ellas. Era enorme, la miro mientras una desagradable
sensacioó n le corríóa por el estoó mago. Emergíóa prominente del nido, tiesa daó ndole un aire de
agresioó n masculina patente. Se veíóa grueso y hambriento y ella era la comida que queríóa.
-Mira tanto como quieras dijo suavemente. -Tenemos toda la noche.
Sus ojos subieron hacia eó l. Avergonzada para haberla atrapado miraó ndole, se sonrojoó
fuertemente. EÉ l sonreíóa malvadamente. Ante la implacable decisioó n que podíóa leer en sus ojos,
sintioó secarse su garganta. Tragoó , y luego paso su lengua por sus labios resecos.
Sus ojos se estrecharon al observar ese diminuto movimiento.
-Quiza tengamos menos tiempo del que CREI. Y con esa advertencia, se movioó ,
acercaó ndosele con gracia salvaje mientras ella se apartaba acobardada, sin aliento, acuclillaó ndose

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en la esquina, negando con su cabeza para detenerle. Pero fue inuó til, tal como sabia desde el
comienzo. Nada iba a detenerlo de tomar lo que queríóa de ella. Una mano dura se cerroó sobre su
tobillo, arrastraó ndola a traveó s de la cama. Ella le dio una patada con el otro pie, retorcieó ndose,
freneó ticamente intentando librarse del destino que se acercaba. EÉ l la controloó capturando su otro
tobillo, usaó ndolos ambos para arrastrarla tumbada hacia el. Despueó s la sujeto con su cuerpo,
colocaó ndose encima de ella, sus muslos duros hundieó ndola suavemente sobre el colchoó n. De forma
impulsiva, por el miedo, tratoó de aranñ arle, solo para conseguir que sus manos la capturaran
fuertemente.
-Oh, no, mi pequenñ a gata de unñ as afiladas, nada de eso. Perdoneó ese truco una vez. Si lo
haces de nuevo, entonces atente a las consecuencias.
Habíóa un aumento de pasioó n asíó como tambieó n una advertencia en la pronunciacioó n lenta y
pesada de su voz. Repentinamente Amanda se dio cuenta de que sus movimientos por intentar
liberarse, lo excitaban cada vez maó s. Permanecioó quieta, su pelo parecíóa vino con las hebras de
seda brillante derramadas sobre la almohada blanca, sus ojos pozos de puó rpura humeante
mientras lo miraba fijamente.
-Por favor, sueó ltame, Matt. Su voz era jadeante, ronca por el miedo y las laó grimas que
amenazaban con derramarse. Se la quedoó mirando, sus ojos duros como diamantes mientras
miraban su rostro suplicante, el miedo reflejado en sus grandes ojos y un temblor en su boca
rosada. Su cara se oscurecioó , se cerroó .
-Jamas en la vida mascullo espesamente, y luego sujeto sus munñ ecas con una mano,
apartaó ndolas sobre su cabeza mientras su otra mano capturaba su barbilla. Ella cerroó sus ojos
impotentemente cuando su boca descendioó .
Mientras la besaba, situoó sus muslos entre sus rodillas. Amanda tratoó de mantener las
piernas juntas, tensando sus muó sculos y movieó ndose contra eó l, pero su fuerza la derrotoó . Al final,
con un sollozo amortiguado por su boca devoradora, se rindioó . EÉ l aparto sus piernas y se ubicoó
entre ellas. Ella se tensoó al sentir la dureza fogosa contra su blandura.
Oh, Dios míóo, por favor ayuó dame suplico, cada muó sculo tenso mientras recordaba el dolor
que habíóa sentido antes. Ahora eó l estaba empujando dentro de ella, exigiendo entrar.
Como si notase su resistencia, los movimientos de penetracioó n se detuvieron
repentinamente. La mano que sujetaba su barbilla la soltoó para deslizarse sobre su cuerpo,
detenieó ndose brevemente para acariciar primero un pecho, luego otro, para descender por su
vientre hasta su triangulo de pelo de abajo. Amanda se quedoó sin aliento y empezoó a luchar de
nuevo cuando sintioó su mano entre sus piernas, segura de que el estaba decidido a hacerle algo
indecente. Su mano se poso y acarito suavemente esas partes finas contra las que habíóa luchado
antes. Amanda notoó que sus muó sculos gradualmente comenzaban a relajarse. Tan pronto como lo
hizo, el aprovecho para introducir un dedo largo y delgado dentro de ella.

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Inmediatamente Amanda se puso ríógida de nuevo, horrorizada, gritando una protesta
contra su boca. EÉ l silencio su grito, besaó ndola profundamente negaó ndose a quitar ese vergonzoso
dedo invasor. Amanda tratoó de retorcerse, pero eó l la sujetaba demasiado fuerte. Arqueoó su espalda,
peleando y eó l empezoó a mover su mano.
Su dedo se deslizoó suavemente a dentro y afuera imitando gentilmente los movimientos
que su cuerpo habíóa hecho antes. A veces el lo sacaba del todo, acariciando la carne exterior, de
forma que ella comenzoó a sentirse caliente y huó meda, y luego regresaba a su interior que
reclamaba como suyo. Amanda dejoó de luchar con eó l. Lo que le estaba haciendo no era del todo
doloroso, a diferencia de lo otro. Era casi placentero. Gradualmente, al no mostrar eó l intencioó n de
detenerse, sus muó sculos se aflojaron enteramente. Ella anticipaba los movimientos de ese dedo.
Sus caderas se movieron una vez, dos veces, en respuesta involuntaria. Sacoó el dedo abruptamente.
Los ojos de Amanda se abrieron, y se retorcioó en protesta silenciosa al parar la invasioó n de ese
dedo suave. La boca de Matt, que se habíóa deslizado hasta sus pechos, regresoó arriba para cubrir la
de ella. Y mientras la besaba con urgencia, aquella cosa empezoó a sondear de nuevo entre sus
muslos.
Amanda lo sintioó y se puso ríógida de nuevo pero fue muy tarde. Ya se estaba deslizando
dentro de ella. Para su sorpresa no hubo dolor, soó lo una plenitud caliente, palpitante expandida
cuando se movioó maó s profundo y maó s profundo dentro de ella. Ella se quedoó sin aliento,
asombrada. No era igual que la vez anterior. . . Y luego eó l empezoó a moverse, deslizando aquello
hacia adentro y hacia fuera como habíóa hecho con su dedo. Soó lo que era infinitamente maó s
excitante.
A pesar de síó misma, Amanda comenzoó a quedar atrapada en la urgencia de sus
movimientos. Clavo las unñ as en sus hombro, y cuaó ndo su boca dejo la de ella para enterrarse en su
hombro y acariciarlo, su cabeza se inclinoó hacia atraó s sobre la almohada, con los ojos cerrados sin
protestar. Ella no queríóa que el se detuviera. . .
-Pasa tus piernas a mi alrededor murmuroó roncamente en su oreja. Amanda se estremecioó ,
obedientemente moviendo sus piernas. Tan pronto como lo hizo, el se puso mas ríógido, apretando
sus brazos fuertemente a su alrededor. Gimioó , empujando una vez, dos veces, tres veces con su
cuerpo, con movimientos duros y urgentes. Amanda grito ante este cambio brusco de la
mansedumbre al salvajismo. Al oíór su grito eó l empujoó de nuevo, maó s duro y maó s profundo, como si
quisiera enterrarse para siempre en su cuerpo. Despueó s se estremecioó y quedo quieto.
Los ojos de Amanda se abrieron lentamente bajo eó l, sintiendo el calor y su peso
aplastaó ndola sobre el colchoó n, oliendo su olor almizclenñ o a hombre y sintiendo su sudor goteando
sobre ella. Notaba su cuerpo tenso, como si estuviera esperando algo que solo el le podíóa dar. Pero
eó l no se movíóa. Ella se quedoó con la mirada fija en su cabeza negra sepultada contra su garganta, en
los hombros anchos, bronceados bloqueando de su vista el resto de sus formas entrelazadas. EÉ l
todavíóa estaba dentro de ella, pero la dura urgencia habíóa desaparecido. Se sentíóa maó s suave, maó s

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pequenñ o. . . Amanda quiso llorar con frustracioó n. Habíóa estado al borde de algo, algo trascendental.
Lo sabia, aunque no sabia como. Pero eó l se habíóa detenido. . .
EÉ l se movioó , sus abriendo sus ojos e investigando los de ella. Se miraron fijamente los dos
durante un largo momento, sin hablar. Despueó s salioó de la cama, tratando de alcanzar sus
pantalones. Amanda le observoó vestirse, incapaz de pensar en nada. Se sentíóa cansada, agotada, y
tambieó n curiosamente al borde de algo.
-Voy a fuera a la cubierta un rato dijo, con voz brusca, sus ojos lejanos cuando se deslizaron
sobre ella. -Duerme.
Amanda cerroó sus ojos, volvieó ndose de lado y tapaó ndose con las mantas. Rehusoó mirarlo
cuando se fue.

Era una fríóa y cristalina noche, el viento soplaba fuertemente senñ alando que una fuerte
tormenta se avecinaba. La Clorimunda era un buen barco, un clíóper construido en Nueva Inglaterra
como otros cuatro de los seis que poseíóa, pero estaba teniendo dificultades en avanzar contra el
viento y las fuertes olas del mar. Matt observoó como una vela era expertamente alzada para sacar
la maó xima ventaja al viento sin permitir que los venciera, y sonrioó , si bien agriamente, pensando
en lo buen marino que era Zeke. Habíóa ensenñ ado bien al ninñ o; aunque debíóa recordar que ese ninñ o
ya era un hombre de veintiseó is anñ os y tan capaz de capitanear un barco como eó l. Lo cual era una
gran ventaja para el, Matt reflexionoó mientras subíóa por las escaleras desde el camarote del
capitaó n. Si Zeke y la Clorimunda no hubiesen aparecido cuaó ndo lo habíóan hecho, muy
probablemente estaríóa ahogado.
Despueó s de bucear para escapar los disparos, habíóa quedado atrapado en una
contracorriente cruel, que le habíóa ido apartando de la orilla. Pelear con ella habríóa sido suicida.
Habíóa nadado a su favor, rezando para que sus fuerzas no se agotaran. Habíóa sido una larga
carrera. Habíóa estado nadando durante horas, y el sol habíóa comenzado a hundirse debajo del
horizonte, cuaó ndo divisoó una vela a lo lejos. Las probabilidades de que fuera amiga no eran
muchas; probablemente, habíóa sido enviado para buscarle. Pero eso no importaba; si tenia que
morir, la ejecucioó n en la horca no era peor que morir ahogado, asíó que hizo senñ as al barco – y si
este le veíóa y recogíóa –tendríóa una oportunidad. No podíóa aguantar toda la noche asíó. Ciertamente
ya no, no con sus muó sculos doliendo y agobiaó ndole cada vez mas, y el mar enfurecido. Una coó lera
amarga era lo uó nico que lo habíóa mantenido vivo durante tanto tiempo. No iba a morir si podíóa
evitarlo. No hasta haberse vengado de Amanda.
Zeke – y si en toda su vida habíóa esperado ver un milagro, ese fue que el barco resulto ser la
Clorimunda con Zeke a su timoó n – habíóa pensado, y dicho, que estaba corriendo demasiados
riesgos por una chica, no importaba lo que le hubiera hecho. ¿Queó otra cosa podíóa esperarse de
una mujer? Zeke habíóa preguntado. No eran maó s que una madeja de pelo largo y piel sedosa, y si
teníóan cerebro, era solo para pensar en su propia conveniencia. La traicioó n era tan natural para

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ellas como las pulgas para un perro, y no valíóa la pena recordarlo ni castigarlas. Esa tambieó n solíóa
ser su actitud usual Matt reconocioó . Y tercamente rehusoó a explicar por queó este incidente, y esta
chica en concreto, eran diferentes. No se habíóa sentido tan furioso con una mujer desde hacia
muchos anñ os, no tan enojado, ni con el estomago retorcieó ndose con un fuego interior. Como ahora
lo estaba; queríóa lastimar a Amanda tanto como ella le habíóa lastimado a eó l, ensenñ arle como era
sentirse sola y asustada y a merced de algo sobre lo cuaó l no tenia ninguó n control. Queríóa que ella le
suplicara misericordia. . . Habíóa ordenado que dieran media vuelta y la trajeran, y Zeke, a
reganñ adientes, le habíóa obedecido debido al haó bito de obedecerle tan arraigado en eó l. Pero, con la
condicioó n de que eó l y unos cuantos hombres, no Matt, iríóan a tierra. . .
-¿Terminaste con tu venganza tan pronto? La voz jovial de su hermano interrumpioó sus
pensamientos. Matt habíóa cruzado la cubierta y se habíóa quedado al lado del timoó n junto a Zeke.
-Mmm no queríóa hablar de Amanda, o de sus sentimientos hacia ella, con nadie, ni siquiera
con su hermano, con quien habíóa compartido casi todos sus secretos durante anñ os. A su vaga
respuesta, Zeke le lanzoó una mirada de soslayo, y se frotoó el puente de su nariz en un gesto de
reflexioó n caracteríóstico en eó l.
-Es una cosita bastante pequenñ a, nunca hubiera creíódo que fuera tu estilo. Demasiado joven,
en primer lugar. Zeke hizo esta observacioó n con voz desapasionada, mirando hacia la oscuridad
donde las olas cada vez se enroscaban con maó s altitud. Matt se apoyoó contra la rueda del timoó n,
cruzando los brazos sobre su pecho y mirando a su hermano con ojos amenazantes.
-Tiene casi dieciocho anñ os dijo. No habíóa ninguna necesidad de decir a Zeke que Amanda
era diferente, especial – o lo habíóa sido hasta que le habíóa traicionado-.
Zeke alzo sus cejas y miro escrutadoramente a su hermano. -¿Quieres hablar de eso?
Preguntoó suavemente. Matt negoó con la cabeza.
-No.
-Bien. Zeke sabia cuando dejar una conversacioó n. Durante un rato ambos hermanos
permanecieron silenciosos, atentos al mar, al cielo y a sus pensamientos. Zeke habloó de nuevo.
-Envieó a Van Horn a Londres para ver si puede resolver tus dificultades. Penseó que seríóa lo
mejor.
-Síó. Por el momento Matt no teníóa demasiado intereó s en si Van Horn podíóa encontrar al
testigo vital que le facilitaríóa la coartada para librarse de la horca. La imagen que continuaba
regresando a su mente era Amanda, desnuda y preciosa bajo eó l, Amanda asustada al principio y
luego respondiendo hasta que de nuevo habíóa perdido el control y se habíóa dejado llevar
demasiado raó pido para ella, Amanda sonrieó ndole, llorando, temblando entre sus brazos. . .
-¿Estaó s despierto? La voz medio humoríóstica, medio exasperada de Zeke finalmente penetroó
en la conciencia amortiguada de Matt.- Te pregunteó si queríóas llevar el timoó n.

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Durante un momento Matt vaciloó . Estaba tentado, muy tentado, de regresar a su camarote y
a Amanda, para unirse a ella en su litera y hacerle el amor hasta que descubriera el eó xtasis. Pero si
iba ahora, seríóa admitir, admitir que no importaba lo que le hubiera hecho, eó l no podíóa resistir
estar lejos de ella. . .
-Lo cocereó . Tomoó la decisioó n en ese instante.
-Me voy a dormir Zeke dijo, con una nota de humor su voz. -Me acostareó con Kidd.
Matt grunñ oó una respuesta cuando Zeke se retiro. Matt cogioó el timoó n entre sus manos
disfrutando distraíódamente de la percepcioó n de la madera suave, sus pies fuertemente anclados
en contra de la grandeza y decadencia de la cubierta y su cara al viento. Era bueno sentirse libre
otra vez, tener una cubierta bajo sus pies y saber que manñ ana seria mejor que hoy. Era bueno
contemplar el cielo negro aterciopelado y el espacio interminable de mar. . .
Amanda. No la podíóa sacar de su mente. Le hechizaba como un fantasma anclaó ndolo a la
tierra. No tenia que cerrar sus ojos para verla ante el, su pelo glorioso soplando al viento, su cara
preciosa, de exquisitos huesos. Pensoó en sus ojos, que pasaban del amatista al violeta humeante o
al puó rpura seguó n su estado de aó nimo, y recordoó que sus ojos habíóan sido tan puó rpuras como sus
pensamientos cuando habíóa hecho el amor con ella. De miedo al principio, luego de pasioó n. . . Tal
como habíóa pensado, era maravillosa en la cama. Le excitaba como ninguna otra mujer en toda la
vida lo habíóa hecho. Parecíóa que siempre estaba perdiendo control cuando estaba con ella, ambos
el de su temperamento y el de su pasioó n, y su control y habilidad para dar placer a una mujer eran
dos cosas de las cuales eó l siempre se habíóa jactado. Le remordíóa admitir que una jovencita podíóa
reducir su aguante hasta parecer un adolescente con su primera mujer, pero era cierto.
Simplemente pensar en su figura delgada, perfecta, en esos pechos paó lidos, pequenñ os, con sus
rosados pezones, la cintura estrecha y las caderas redondeadas, las piernas largas, deliciosas y el
triaó ngulo oscuro de pelo entre ellas era suficiente para hacerle aumentar su entrepierna. Ella le
excitaba, ahora, que era tan ignorante como un bebeó . ¿Queó le haríóa cuando le hubiera ensenñ ado un
poco mas, de como era eso realmente?
El conocimiento de su traicioó n se asentoó como una piedra en su estoó mago. Pensoó que sabia
por queó lo habíóa hecho; habíóa sido en un arranque de furia, por la forma en que eó l la habíóa tomado
y su coó lera posterior. Al menos, esperaba que asíó fuera. Podíóa entender, aunque no perdonar, un
ataque de coó lera. Se habíóa comportado mal esa noche. Pero sus emociones habíóan sido tan intensas
y confusas como las de ella. La habíóa deseado maó s que a cualquier mujer en toda su vida; no solo
su cuerpo sino a Amanda misma. Y ella le habíóa dicho que le amaba. No habíóa reconocido la
admisioó n en su interior, pero eso habíóa logrado penetrar en su corazoó n y se habíóa alojado allíó,
calentaó ndole. En el momento en que se lo habíóa dicho, habíóa estado demasiado atrapado en las
necesidades de su cuerpo para prestar la atencioó n que esas palabras merecíóan; maó s tarde, cuaó ndo
habíóa empezado a examinarlas, ella se habíóa mostrado fríóa y enojada, rehusando repetirlas o darle
cualquier indicio de que realmente las habíóa querido decir. Le habíóa dolido horriblemente, si

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queríóa ser honesto, y el danñ o tambieó n le habíóa enojado. Asíó es que se habíóa ido y ella se habíóa
desquitado entregaó ndole a las autoridades, para ser colgado, tal como habíóa supuesto.
A todo lo largo de esa larga travesíóa a nado, se habíóa prometido a síó mismo que le haríóa
pagar lo que le habíóa hecho. Esta noche, cuando Zeke la habíóa arrojado en el suelo a sus pies, habíóa
sentido una fríóa coó lera y una satisfaccioó n aun maó s fríóa. Habíóa tenido la intencioó n de violarla,
castigarla por lo que le habíóa hecho, en la forma maó s primitiva que conocíóa el hombre. Pero cuando
llego el momento, cuando habíóa sentido su cuerpo suave, sedoso ríógido con miedo bajo el de eó l,
habíóa oíódo su voz mencionando su nombre, implorando, habíóa visto el miedo en los enormes ojos
puó rpura, no habíóa podido hacerlo. Se habíóa percatado, con una enferma sensacioó n en lo profundo
de su estoó mago, que antes se cortaríóa un brazo que danñ ar un pelo de su cabeza.
Tambieó n se habíóa dado cuenta de otra cosa: EÉ l la amaba.
Y ese pensamiento le aterrorizaba.

Capíótulo diecisiete

La tormenta presagiada se cernioó por la manñ ana. Amanda fue sacudida y despertada
repentinamente por el movimiento violento del barco, lanzaó ndola fuera de la cama para aterrizar
con un golpe duro sobre el suelo. Permanecioó parpadeando durante un momento, tratando de
recuperar su aliento, despueó s gateoó hacia la cama. ¿Estaban hundieó ndose? Por la pronunciada
inclinacioó n del suelo bajo ella y el movimiento arrollador del barco, parecíóa muy posible. Amanda
tembloó cuando el barco se sumergioó de nuevo, y luego corneo como un caballo salvaje. Tenia que
saber lo que estaba pasando. Gateando, se dirijo hacia la puerta, recordando de repente su
desnudez. Eso lo remediaríóa enseguida, pensoó , retrocediendo. Luego, al ver los retazos andrajosos
de su precioso traje de noche amarillo en el suelo donde Matt los habíóa tirado, sus ojos se
agrandaron en suó bita desilusioó n. De ninguna manera podíóa aparecer sobre cubierta, delante de
todos esos hombres, vestida soó lo con su ropa interior.
Cuando el barco se precipito de nuevo, Amanda se tambaleoó , amarraó ndose a la mesa, que
habíóa sido clavada con pernos sobre el suelo para tal eventualidad. Amarraó ndose a ella con todas

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sus fuerzas mientras sus pies se deslizaban por la madera resbaladiza, vio el bauó l de marinero del
cual Matt habíóa extraíódo la toalla y el jaboó n anoche. Muy probablemente eó l debíóa tener ropas allíó,
tambieó n.
Conteniendo su aliento, cronometrando su accioó n a fin de que coincidiera con una
zambullida descendente del barco, Amanda se soltoó de la mesa, gateando por el suelo. Intentando
poder alcanzar el bauó l de marinero antes de que el barco se inclinara hacia el otro lado. Amanda
agarroó el bauó l de marinero para sujetarse, encontrado para su desilusioó n que este no estaba sujeto
con pernos o asegurado. Agarraó ndolo firmemente, comenzoó a reptar impotente a traveó s del suelo.
El bauó l de marinero se deslizoó con ella y aterrizaron con un golpe contra una pierna de la mesa.
Amanda se sujeto con un brazo alrededor ese poste dichosamente estable y logroó afianzarse
contra la mesa a fin de estar relativamente segura. Le costo aspirar varias bocanadas de aire antes
de estabilizarse a síó misma de nuevo, luego centro su atencioó n en abrir el bauó l. Si el barco se
hundiera – y parecíóa que eso pudiera pasar lo maó s urgente era que estuviera decentemente
vestida, asíó antes podríóa dejar el camarote. Sin embargo lo que haríóa una vez que estuviera en
cubierta no lo sabíóa.
Tal como habíóa adivinado, el bauó l conteníóa varias prendas de vestir. La camisa de Matt era
enorme para ella, se percatoó con una mueca de disgusto cuando copio una de lino blanco fino. Su
borde colgaba mas abajo de rodillas, y los punñ os sobresalíóan ridíóculamente sobre sus munñ ecas,
pero por el momento por todo lo que se preocupaba era por estar adecuadamente cubierta. Se
enrolloó las mangas y busco algo con que cubrirse su mitad de abajo. Encontroó un par de calzones
cortos de color gris; Aunque eran tan grandes que la cintura podríóa enrollarse alrededor de la de
ella dos veces, se percatoó cuando se deslizo en ellos. No habíóa ni cinturoó n ni cualquier tipo de
cuerda, asíó es que recogioó el material excedente en su cintura y lo atoó en un nudo torpe.
Espero que eso aguante pensoó , mirando dudosamente hacia abajo a la tela recogida. Luego,
con indiferencia, descartoó el problema. Ahora todo en lo que tenia que concentrarse era en
alcanzar la puerta. Ese no fue faó cil, pero se las ingenioó .
Una vez que estuvo en la cubierta, se quedo contra la puerta del camarote del capitaó n,
sujetada a un gancho por encima de su cabeza. Sus ojos se agrandaron cuando miro a su alrededor.
La cubierta estaba a ras del agua. Olas grises altas como montanñ as rugíóan por todos los lados; el
barco ascendíóa como por una cuesta empinada, corneando para luego inclinarse sobre si mismo,
mientras una tromba de agua fríóa invadíóa la cubierta. Habíóa hombres por todas partes, caminando
por la cubierta perpendicular, forcejeando con cuerdas y velas, y trepando en las jarcias. Los
hombres no hicieron ninguó n caso a su presencia, era como si no estuviera, Amanda contemploó el
cielo oscuro, oyendo el aullido ominoso del viento y los quejidos afilados de las jarcias, y lo
comprendioó perfectamente. Luchaban por salvar el barco; no les quedaba ninguó n pensamiento
para ella.
¿Doó nde estaba Matt? Por maó s que lo intentaba, no podíóa distinguir su forma entre las
bulliciosas figuras. Anoche no regreso al camarote, y se le ocurrioó que podíóa estar evitaó ndola.

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¿Pero seguramente, ahora cuaó ndo estaban enfrentados a tal peligro, eó l dejaríóa a un lado
consideraciones mezquinas como el orgullo y la coó lera?
EÉ l debíóa estar en el puesto de mando, por supuesto. Despueó s de todo, era su barco.
Seguramente estaríóa al timoó n. Tenia que acercarse a eó l. A pesar de todo, representaba la seguridad
para ella. EÉ l se encargaríóa de ella, lo sabia, si es que alguien podíóa.
Subir la pendiente, por las escaleras estrechas de la cubierta principal hacia el puesto de
mando fue una pesadilla. Dos veces creyoó ser arrojada hacia atraó s cuando el barco rodoó
salvajemente. Una vez, casi se soltoó de su sujecioó n en la barandilla cuando un diluvio de agua
helada cayoó sobre ella. Cuando al final llegoó , amarraó ndose la baranda que pasaba por todo el
alrededor del puesto de mando como si fuera un andarivel, estaba empapada y estremecida por el
miedo y el fríóo. Y todavíóa no podíóa ver a Matt.
Zeke estaba al timoó n, apenas reconocible bajo un abrigo de hule. Otros tres marineros
estaban trabajando febrilmente, tratando de sujetar una vela grande que se habíóa librado de sus
líóneas y estaba ahora enmaranñ ada en las jarcias. Otro marinero estaba al lado de Zeke, sujetaó ndose
fuertemente con una mano mientras luchaba para tomar una lectura de la bruó jula.
Zeke sabríóa doó nde estaba Matt. Podíóa no pensar muy bien de ella, pero desde queó Matt le
habíóa hablado de eó l, sintioó que podíóa confiar en eó l. Si Matt no le hubiera predispuesto en contra de
ella, como habíóa sido obvio que habíóa hecho, entonces podríóan haberse hecho amigos.
Aspirando profundamente, esperoó hasta que el barco estuvo descendiendo para soltarse de
la baranda. El movimiento del barco la propulsoó hacia donde Zeke estaba al timoó n. Chocoó
violentamente contra el alto refugio de madera construido alrededor del timoó n y esperoó rogando
hasta que el barco rodoó hacia el otro lado.
-¿Queó quieres? Si Zeke estaba sorprendido de verla, entonces no lo demostroó . La miraba con
el cenñ o fruncido, gritando para hacerse oíór por encima del viento. Su pelo castanñ o estaba
oscurecido por el agua, aplastado sobre su craó neo. Los ojos de color avellana reflejaban una fríóa
aversioó n cuando la miroó .
-¿Doó nde estaó Matt? tuvo que gritar la pregunta. Zeke la oyoó –porque apretoó su boca
fuertemente – aunque por un largo momento pensoó que no iba a contestar. Luego se encogioó de
hombros e hizo un brusco gesto senñ alando hacia arriba con su pulgar.
Durante un momento Amanda pensoó que era una cruel burla de marinero. Sus mejillas se
enrojecieron por la coó lera, aunque sus ojos instintivamente siguieron la direccioó n que su pulgar le
indicaba. Y se quedo petrificada, llena de espanto.
Matt estaba colgado de las jarcias, adherido con ambas piernas y con un cuchillo en una
mano estaba intentando soltar la vela rota. Soó lo llevaba una camisa y pantalones. Su cabeza negra
estaba desnuda y mojada, brillando, y sus pies estaban desnudos, tambieó n. La distancia entre ellos
imposibilitaba a Amanda ver su expresioó n, pero al observarle podíóa jurar que vio un destello de

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dientes blancos en esa cara oscura. Se quedoó miraó ndolo fijamente, sin poder ni tragar siquiera. No
habíóa estado equivocada: Estaba loco, ya que estaba sonriendo abiertamente.
-Buen Dios, respiroó . Zeke la miroó curiosamente, pero sus ojos estaban clavados en Matt y
ella apenas lo noto.
-Seria mejor que volvieras a bajo Zeke le ordeno concisamente, su grito casi perdido en el
viento. Amanda le ignoroó . No se iríóa hasta que Matt no bajara hasta la seguridad de la cubierta. Si
se caíóda desde esa altura. . . No podíóa soportar pensar en ello.
Justo entonces Matt gritoó de alegríóa, y Amanda observoó , que la vela enmaranñ ada cayo hacia
la cubierta como un cisne moribundo. Habíóa tenido eó xito en desenredarla. Los tres marineros de
abajo la estaban recogiendo, mientras Matt con el cuchillo entre sus dientes, comenzoó a
descolgarse hacia la cubierta. Y luego ocurrioó .
Una ola, mayor que las demaó s, los atrapo desprevenidos, inundaó ndolos de helada agua de
mar. En el mismo instante en que el barco casi se alzo sobre su proa, para luego hundirse
raó pidamente chocando contra las olas enormes. Amanda se agarroó al timoó n para conservar su
equilibrio, sintioó la mano de Zeke sobre su brazo como una garra de oso cuando tratoó de sujetarla
en el lugar, y pensoó por un momento que ella podíóa ser barrida por la ola. Luego Zeke, mirando
hacia arriba, dejoó escapar un grito ronco. Amanda miroó hacia arriba, tambieó n, al ver a Matt
cayendo, lanzando a traveó s de la jarcia hacia abajo a la cubierta.
Para la primera vez en su vida, se desmayo.
Cuando recobroó el conocimiento, sintioó como si un peso horrible, aplastante se hundiera
sobre su pecho. Matt habíóa caíódo. Si por alguó n milagro eó l no estaba muerto, entonces debíóa estar
gravemente herido. Zeke estaba arrodillado a su lado agachado sobre ella cuando lentamente abrioó
sus ojos. Con la parte pequenñ a de su mente que todavíóa funcionaba racionalmente, Amanda notoó
que el hombre que habíóa estado usando la bruó jula habíóa empunñ ado el timoó n.
-Matt. . . gimioó , luchando para levantarse, sin poder mirar todavíóa para no ver su cuerpo
destrozado. ¿Por queó no estaba Zeke con eó l?
-Estaó bien – eó l comprendioó sus pensamientos-no estaó muy herido Zeke gritoó sobre la
tormenta. Por primera vez eó l la miraba sin aversioó n.
-¿Queó diablos pasa hache? ¿Amanda? Era Matt, su voz con un tono de coó lera y
preocupacioó n. Amanda cerroó los ojos. EÉ l no estaba muerto ni herido, despueó s de todo. Creyoó que
podríóa desmayarse de nuevo de puro alivio.
-Se desmayo. Te vio caer Zeke dijo brevemente. EÉ l se puso de pie, mirando a su hermano
con un cenñ o fruncido mientras Matt, ignoraó ndole, se arrodillo al lado de Amanda.
-¿Amanda?

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Ella abrioó sus ojos, recorriendo cada plano y aó ngulo de esa cara bien parecida, amada. -
¿Estaó s bien?
EÉ l bufoó . -Yo síó, pero tu no lo pareces. ¿En queó estabas pensando, al subir a cubierta?
-Tenia miedo, queríóa verte.
-Nunca, jamaó s en la vida, vuelvas a hacer eso. Podríóas haber ser barrida por una ola. Venga,
te llevare de regreso al camarote y te quedaras allíó. Ireó a buscarte, si hay necesidad.
Con sus brazos alrededor la levantoó contra su pecho, mecieó ndose un poco cuando el barco
se inclino de nuevo. Amanda descansoó deó bilmente contra eó l por un momento, disfrutando la
sensacioó n de los fuertes brazos que la sosteníóan, notando los latidos de su corazoó n y tono rojizo
que subíóa por su rostro cuando lo contemplo. Luego ella negoó con la cabeza, recobrando el uso de
sus muó sculos y empujando en su pecho resueltamente.
-No puedes llevarme en brazos en esta tormenta, ella gritoó . -Poó nme en el suelo, Matt, puedo
caminar.
EÉ l la miroó por un momento en sus brazos como no quisiera soltarla, luego, cuando tuvo que
prepararse para resistir otra cordeada del barco, le parecioó encontrar sentido a lo que ella le habíóa
dicho. Seríóa difíócil llevar su peso por las estrechas escaleras hacia la cubierta principal bajo las
condiciones actuales. Lentamente la soltoó , y la deposito en el suelo. Su brazo permanecioó alrededor
de su cintura cuando ella se balanceo.
-¿Estas bien? preguntoó . Ella asintioó , no queriendo desaprovechar maó s aliento gritando en la
tormenta. Su brazo permanecioó a su alrededor mientras bajaba las escaleras, y luego insistioó en
precederla, hacieó ndola ir detraó s de el, y cocieó ndose a la barandilla con ambas manos para poderla
sujetarla si se resbalaba. Lograron bajar sin contratiempos. Amanda habíóa cogido la mano de Matt
cuando alcanzaron el camarote, temerosa de no poder verlo, pero eó l la empujoó hacia el interior sin
cumplidos, para quedarse miraó ndola fijamente durante un momento desde el portal abierto. Con
su brazo sujeto sobre su cabeza sujetaó ndose en el marco de la puerta llenaba completamente la
abertura.
-Quedate aquíó,… fue todo lo que dijo, pero la miro como si quisiera decir algo mas y
despueó s hubiese cambiado de opinioó n al respecto. Cerroó la puerta detraó s de eó l. Las rodillas de
Amanda empezaron a temblar cuando se acerco a la litera y se sentoó . Al menos ya no parecíóa
enojado. . .
La tormenta duroó tres díóas. Durante ese periodo de tiempo Amanda y tambieó n todos los
demaó s de a bordo, perdieron una cantidad apreciable de peso. Con el movimiento violento del
barco encender un fuego en la cocina era muy peligroso, y todo lo que teníóan para comer era fruta
seca y pedazos de galletas banñ ados por el agua – todo ello afectado por el agua salada que
continuamente los rociaba-. No es que Amanda estuviera hambrienta. Si su estoó mago no hubiera
estado tan vacíóo, seguro que se habríóa humillado al caer horrendamente enferma. De todas formas,

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estaba maó s asustada que cualquier otra cosa. Por los horribles gemidos y chirridos de la madera, y
el sonido de la lona siendo desgarrada sobre su cabeza, temíóa lo peor. Y llego a aceptarlo. Tanto si
se hundíóan como si no, solo estaba en las manos de Dios.
No obedecioó del todo las oó rdenes de Matt de que permaneciera en el camarote. Durante el
segundo díóa, cuando se le ocurrioó que podíóa ser uó til para luchar contra la tormenta, logroó llegar
por medio de habilidad especial a la cocina y dijo al exhausto cocinero que tendríóa el gusto de
ayudar a la distribucioó n de alimentos. Ignorante de las oó rdenes de Matt eó l se lo permitioó
gustosamente.
Los marineros aceptaban la comida y el agua que ella les traíóa con un seco gracias, algunos
de ellos demasiado abstraíódos en sus trabajos, mientras el barco oscilaba de un lugar a otro. No
eran excesivamente amigables, pero despueó s de la tercera vez que les trajo comida, se mostraron
maó s amables. Quizaó se empezaban a cuestionar su anterior juicio sobre ella. Al menos ella
esperaba que asíó fuera.
Era inevitable que Matt la viera. Habíóa evitado cuidadosamente el puesto de mando,
sabiendo que en cuanto la viera le ordenaríóa regresar de inmediato al camarote. Pero hacia la
mitad del tercer díóa, la observoó mientras se abríóa paso a traveó s de la cubierta, agarrada
fuertemente a las líóneas de seguridad que pasaban de una punta a otra del barco. Se abalanzoó
sobre ella como un halcoó n hambriento.
-Maldita sea, te dije que permanecieras en el camarote rugioó . Amanda no le habíóa oíódo subir
detraó s de ella, y su bramido enojado la hizo saltar de sorpresa. Tambieó n la hizo perder el agarre a
la líónea de seguridad. Se tambaleoó , luego cayoó sobre sus rodillas. Los suministros de fruta seca que
llevada se esparcieron alrededor de ella en la cubierta, barridos por el agua de una ola furiosa.
-Buen Dios. Amanda probablemente habríóa sido barrida fuera de la cubierta como la fruta
si Matt no la hubiese sujetado por la trenza gruesa con la que llevaba sujeto su pelo.
Sobresaltaó ndose por el dolor, agradecioó ser atrapada. Caer desde la borda no era el destino que
deseaba para síó misma. Pensoó que no habríóa estado en ninguó n peligro si Matt no la hubiese
asustado, hacieó ndola perder el agarre de la líónea de seguridad. Lo miraba con el cenñ o fruncido
cuando el la levanto.
-¿Maldita sea, es que no tienes sentido comuó n? Aun sobre el aullido del viento, su bramido
enojado fue audible. Y no soó lo para Amanda. Mirando a su alrededor, vio que eran objeto de la
fascinada atencioó n de casi todos los hombres de abordo.
-No me grites dijo llorando, indignada y avergonzada de ser puó blicamente reprendida.
-Estaba perfectamente hasta que viniste y me asustaste.
-Si te asusteó esta vez, espera a ver lo que te hareó si te pillo de nuevo sobre la cubierta. Sus
mejillas enrojecidas por la coó lera, explicaban mejor que las palabras lo enojado que estaba. Sus
ojos plateados como el brillo amenazante de un cuchillo afilado, relampagueaban sobre ella. Con
su pelo negro mojado y rizado salvajemente alrededor de su cabeza, sus ropas mojadas y con el

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agua de mar chorreando por todo su cuerpo, mostrando cada muó sculo nervudo, y su boca sellada
en una líónea sombríóa, se veíóa temible. Amanda levantoó su barbilla y devolvioó su mirada con furia
semejante, sus ojos echando chispas puó rpuras y el color de su pelo no maó s rojo que la neblina de
sus ojos. No estaba dispuesta a permitirle que la intimidarla.
-No me amenaces, matoó n. Ella ahora estaba furiosa. Matt miroó hacia abajo a su forma
delgada, ridíóculamente vestida con sus ropas demasiados grandes, y notoó sus brazos en jarras con
una postura amenazadora que podíóa tumbarla con el siguiente recoveco del barco. Luego sus
labios empezaron a temblar. Hasta que l noto coó mo las ropas empapadas se pegaban a su piel,
revelando cado valle y colina deliciosa. Sus pezones, ríógidos por el fríóo, se insinuaban contra la
camisa que llevaba. La risa desaparecioó de sus ojos, para ser reemplazada por otra llamarada de
coó lera.
-Hareó maó s amenazarte la proó xima vez. Y esto es una promesa dijo desagradablemente,
levantaó ndola y arrojaó ndola sobre su hombro mientras hablaba. Amanda pateoó y se retorcioó
furiosamente, sus mejillas tenñ idas de escarlata por la humillacioó n, mientras eó l caminaba a grandes
zancadas hacia el camarote con una mano sujetaó ndola sobre su hombro y la otra mano agarrando
fuertemente la líónea de seguridad. Cuando al final se abrioó paso a trompicones por la puerta, la
lanzoó a la cama y se dirigioó de nuevo hacia la puerta. Amanda balbuceaba, demasiado enojada para
ser coherente acerca de las maldiciones que le hubiera gustado arrojarle. Se detuvo en la puerta
giraó ndose con un frioó resplandor en sus ojos.
-Si dejas de nuevo este camarote antes de que cese la tormenta, te atare a la cama. Antes de
que pudiera contestarle, salioó , cerrando la puerta.
A la manñ ana siguiente la tormenta habíóa desaparecido como si nunca hubiese existido. El
mar era tan suave como seda verde y azul, y el cielo era igualmente pacíófico. El sol brillaba
intensamente recordando al mundo, que era primavera, y una brisa suave movíóa unas mullidas
nubes blancas a traveó s del cielo. Amanda, se despertoó , notando que el balanceo y los movimientos
habíóan cesado milagrosamente, asomo su cabeza cautelosamente fuera del camarote y sonrioó con
puro placer. Era un bello díóa y lo mejor de todo, era que ya no teníóa que preocuparse por las
posibles repercusiones de desafiar a Matt. Porque, claro estaó , no teníóa ninguna intencioó n de
permanecer en el camarote.
Raó pidamente retrocedioó al interior del camarote y se arreglo lo mejor que pudo. Ademaó s de
lavar su cara y sus manos y ponerse encima su enagua bajo la camisa y los calzones, no habíóa otra
cosa que pudiera hacer. El trozo de cuerda con la que habíóa atado el final de su trenza el DIA
anterior, habíóa caíódo cuando Matt la habíóa agarrado por el pelo; encontroó un peine en el bauó l de
marinero de Matt, y lo paso por su melena, luego aparto las mechas de su cara sujetaó ndolas detraó s
de sus orejas.
Dejo el camarote, caminando descalza hacia el puesto de mando y hacia Matt. Ahora que la
tormenta habíóa pasado, era el momento de que le contestara algunas preguntas, sobre hacia

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adonde iban, aunque ya lo suponíóa. ¿No le habíóa dicho eó l alguna vez que la primera cosa que haríóa
despueó s de escaparse de Inglaterra seríóa dirigirse hacia Nueva Orleans, a su casa?
Los hombres estaban tirados desgarbadamente por toda la cubierta principal, la mayoríóa
boca abajo con gestos de cansancio. Amanda habríóa creíódo que alguna plaga atroz habíóa arrasado
el barco esta noche, exterminando la tripulacioó n, a no ser por los ronquidos que se oíóan a su
alrededor. Por lo que parecíóa, soó lo una míónima y cansada tripulacioó n se ocupaba de manejar el
barco.
Zeke estaba en el timoó n de nuevo, vio Amanda tan pronto como llego al puesto de mando.
No habíóa nadie maó s alrededor. Con un poco de aprensioó n, miro hacia arriba a la jarcia pero Matt
tampoco estaba allíó. Tras un momento de vacilacioó n se dirigioó a Zeke, que estaba silbando mientras
miraba mar adentro. Puede ser que no le gustara, pero no le haríóa danñ o.
-Buenos díóas dijo, esperando que la educacioó n le proporcionara una respuesta anaó loga. Y
para su sorpresa asíó fue. EÉ l no le sonrioó al devolverle el saludo, pero en sus ojos ya no brillaba la
aversioó n.
-Matt estaó abajo, comiendo algo agregoó secamente, anticipando su pregunta antes de que se
la hiciera.- ¿No ibas a preguntarme eso?
-Síó. Amanda le sonrioó , queriendo entablar amistad. No teníóa ni idea de coó mo esa sonrisa
dulce y deó bilmente traviesa le afectoó . Fue la primera vez que la vio sonreíór, y la hacia parecer muy
joven, y muy bonita. De ninguó n modo el monstruo con ropas de mujerzuela que habíóa traicionado a
su hermano.
-¿Por queó lo hiciste? Se le escapo la pregunta, despueó s de hacerla se sintioó furioso consigo
mismo. Matt le estrangularíóa por meterse en su vida privada; Ademaó s, no teníóa ninguna
importancia el por queó . Lo uó nico importante era que esta jovenzuela deslumbrantemente bella y
de aspecto enganñ osamente inocente casi habíóa conseguido que mataran a su hermano.
-¿Hacer queó ? Por un momento Amanda se mostroó confundida. Su sonrisa se desvanecioó
cuando se quedo miraó ndolo fijamente. EÉ l no era tan guapo como Matt, notoó distraíódamente, pero
tambieó n tenia mucho encanto. Un encanto arrollador, que no se extendíóa a ella. EÉ l se encogioó de
hombros de manera concisa en respuesta a su pregunta, su boca cerrada hermeó ticamente mientras
siguioó mirando hacia el mar.
-¿Traicionar a Matt? Amanda dijo con suave tono de duda, y la expresioó n su rostro le dio la
respuesta. -Yo no lo hice, Zeke, te lo juro. Fui a la playa aquella manñ ana para advertirle. Mi medio
hermano, Edward, le habíóa dicho a nuestro alguacil local que Matt se escondíóa en el convento.
Edward me odia. No seó coó mo se enteroó de la existencia de Matt, De cualquier manera, intente
avisarle de que escapara. Los soldados me debieron seguir. Supongo que al final síó fui responsable
de ello, pero deliberadamente no traicioneó a Matt.

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Zeke guardoó silencio durante un momento despueó s del pequenñ o y fervoroso discurso de
Amanda, y sospechoó que eó l tambieó n creíóa que mentíóa. Luego la miro largamente, con una
expresioó n escrutadora en sus ojos color avellana.
-¿Le contaste todo esto a Matt?
Amanda asintioó tristemente. -EÉ l no me cree.
-¿Por queó no?
Ella negoó con la cabeza, sus ojos nublaó ndose cuando pensoó cuidadosamente en la pregunta
que la habíóa atormentado tantas veces.- No lo seó . No lo seó .
Zeke fruncioó sus labios, tambieó n pensando. Luego la miro cenñ udamente, sus manos
pasando ociosamente sobre la superficie de madera de la rueda del timoó n.
-Yo creo en ti dijo Zeke repentinamente. Sus ojos alerta mientras miraban su rostro. -Y creo
que puedo explicarte porque Matt no te cree, aunque eó l probablemente me cortaríóa la garganta a
tiras si supiera lo que estoy a punto de contarte. vaciloó .- Antes que nada, necesito hacerte una
pregunta personal. ¿Amanda – eó sta era la primera vez usaba su nombre – estaó s enamorada de mi
hermano?
Amanda sintioó el calor subir por sus mejillas. Era embarazoso para admitir tal cosa delante
de un desconocido, pero. . .
-Síó dijo suavemente.
Zeke clavoó fuertemente los ojos en ella por un momento, luego asintioó .
-Bien, entonces te lo direó . Pero por el amor de Dios, no digas Matt que lo hice.

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Capíótulo dieciocho

-¿Te ha hablado Matt alguna vez de nuestra madre?


Amanda negoó con la cabeza. -No. Soó lo se que ella estaó muerta.
EÉ l le dirigioó una especulativa mirada. -¿Te ha dicho Matt eso?
Amanda asintioó , luego fruncioó el cenñ o. -No, no lo ha hecho. Lo que me dijo fue que tuó eres la
uó nica familia que tiene. Asíó que deduje que su madre estaba muerta.
-No lo esta Zeke dijo rotundamente. Cristabel, nuestra madre, estaó muy viva. Al menos hasta
hace seis meses cuando Matt oyoó acerca de ella por ultima vez.
-Matt nunca la mencionoó . Amanda fruncioó el cenñ o otra vez. -¿Eso quiere decir que estaó n
distanciados?
-En cierto modo. Supongo que mejor te contare la historia completa. Es la uó nica forma en
que entenderaó s por queó Matt algunas veces se comporta como lo hace.
-Te escucho.
Zeke mordioó su labio inferior por un momento, todavíóa indeciso acerca de cuanto revelarle
de lo que su hermano prefirioó mantener en secreto. Amanda lo miro alentadoramente. Estaba
ansiosa por oíór la historia del pasado de Matt, y sospechaba que Matt nunca se la contaríóa.
-Cristabel – siempre la llamamos Cristabel, nunca Madre, seguó n sus ordenes – era, seguó n su
versioó n de los acontecimientos, la hija de una familia surenñ a aristocraó tica, los Grayson Zeke
comenzoó lentamente, mirando alternativamente hacia Amanda y hacia el mar. -Sin embargo hay
algunos Graysons viviendo en Charlestoó n, donde ella dice que nacioó , y tengo mis dudas de que este
relacionada con ellos. Algunas veces incluso dudo que su nombre sea Grayson. Pero eso es lo que
ella dice, y ese es el nombre con que Matt y yo crecimos. recorrioó con la mirada a Amanda otra vez,
notando su cenñ o fruncido por el desconcierto mientras asimilaba la informacioó n que Matt y su
hermano llevaban el nombre de soltera de su madre.
-Oh, síó Zeke continuoó , la liviandad de su tono no disfrazaba la amargura subyacente.
-Cristabel nunca se casoó . Matt y yo somos ambos – implorando tu perdoó n, Amanda – bastardos.
-Matt nunca me lo dijo Amanda respiroó , sus ojos escrutaron la cara de Zeke.
-No hacemos alarde de ello Zeke contesto secamente. -¿Establece eso alguna diferencia en
la forma en como sientes con respecto a Matt?
-Claro que no. Amanda estaba claramente indignada. Zeke asintioó , con movimiento brusco.

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-Bien. Porque este es solo el comienzo de la historia. Seguó n Cristabel, despueó s de un debut
en sociedad que habríóa hecho palidecer hasta el de la mismíósima Reina Victoria, se fugoó como
novia de un guapo hombre de Nueva Orleaó ns. Creíóa que proveníóa de una rica familia criolla
aristoó crata. Maó s tarde, cuaó ndo llegaron a Nueva Orleaó ns, descubrioó que eó l no era nada maó s que un
jugador de apuestas profesional. Otra vez seguó n Cristabel, cuando eó l se entero de que ella no tenia
dinero, la abandonoó . La dejo en un hotel sucio y barato una noche, y nunca volvioó . La siguiente
noche, cuando eó l todavíóa no habíóa aparecido, fue al hotel donde jugaba e investigo acerca de eó l.
Una senñ ora – y uso el teó rmino prudentemente – salioó afuera para preguntar a quien buscaba
Cristabel. La senñ ora era tambieó n la esposa de Paul Mareschel – ese era su nombre, Paul Mareschel-.
Y su matrimonio se efectuoó algunos anñ os antes del de Cristabel obviamente por lo tanto aquel era
el legal. Y obviamente Cristabel no era Mrs. Mareschel solo Miss Grayson. Y Miss Grayson estaba
sola, asustada, y con un hijo.
-Matt.
-Si, el mismo. Zeke asintioó . Bien la esposa de Mareschel – si es que lo era aunque ella asíó lo
afirmaba, -cosa que era discutible. Aunque aparentemente si era el amante de la senñ ora. Zeke
sonrioó abiertamente e hizo un inciso, Matt debe de parecerse a eó l. Cristabel siempre dijo que el
padre de Matt era tan bien parecido como el diablo mismo y muy popular entre las senñ oras.
Luego, recordando, siguioó precipitadamente. -La senñ ora Mareschel sintioó laó stima por Cristabel y la
acogioó . Oh, no en el hotel, sino para un pequenñ o negocio que poseíóa junto con un caballero
aristocraó tico de Nueva Orleaó ns. Le dieron un lugar donde poder quedarse hasta que Matt naciese,
y luego tuvo que empezar a ganarse su sustento. Lo cual hizo, que yo sepa, sin ninguó n escruó pulo.
Los ojos de Amanda se abrieron de par en par cuando encontraron los de Zeke. Las
implicaciones eran claras.
-Quieres decir. . . vaciloó .
EÉ l asintioó .- Quiero decir que se convirtioó en un practicante de la profesioó n maó s vieja del
mundo: una prostituta, si me perdonas el atrevimiento. Y ejecuto su trabajo con talento y
entusiasmo, a decir de todos. Nacíó siete anñ os despueó s de Matt, cuaó ndo Cristabel, seguó n sus
caó lculos, tenia veintiseó is anñ os; aunque creo que debíóa estar maó s cercana a la treintena. No tengo ni
idea de quieó n fue mi padre. Alguó n tipo anoó nimo que comproó a mi madre por una noche. Como no
me parezco a Cristabel – que es rubia y pequenñ a, aunque ahora compensa a lo ancho lo que le falta
de altura – deduzco que me parezco a mi padre. ¿Un tipo afortunado, no? Esto uó ltimo fue
acompanñ ado de una sonrisa abierta relampagueante que le recordoó a Amanda de nuevo que este
hombre era el hermano de Matt.
-Asi es que Matt estaó avergonzado porque su madre es una. . . ¿prostituta? Amanda se
sofoco al decir la uó ltima palabra, pero continuoó . Esta conversacioó n era demasiado importante para
dejar cosas tan vitales sin aclarar por falta de un lenguaje claro. -Realmente no veo queó tiene eso
que ver, en que no crea en mi cuando le digo que no le traicione.

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Zeke negoó con la cabeza. -No creo que Matt esteó avergonzado por eso. Uno se acostumbra a
eso con los anñ os. Lo que esta es, herido y enojado – y desenganñ ado de las mujeres-. Veras, a pesar
de lo que ella era, Matt pensaba que el sol nacíóa y se poníóa alrededor de nuestra madre. Cuando
era un ninñ o, entraba en el cuarto que compartíóa con ella en el aó tico del lugar de empleo de
Cristabel, con su cara magullada y ensangrentada por las peleas con otros ninñ os que habíóan
llamado a su madre una puta. Durante mucho tiempo Matt no admitioó lo queó era Cristabel. Se
enojo conmigo cuando trateó de decíórselo. Zeke hizo una pausa para aspirar profundamente.
-Cuando yo tenia siete anñ os y Matt catorce, Cristabel estaba en su mejor momento. Habíóa un
hombre que queríóa sacarla de esa soó rdida vida que llevaba hasta entonces, y darle todo lo que no
se merecíóa. Entonces nos abandono. Con solo un beso en la frente se despidioó de nosotros y nos
dejoó . Ese fue la primera y la uó nica vez que he visto a mi hermano llorar: el díóa en que nuestra
madre nos abandono. EÉ l ya era mayor, alto pero maó s bien delgado y larguirucho, y se sentoó allíó en
nuestra cama mientras las laó grimas bajaban por sus mejillas. Eso me asustoó maó s que la partida de
Cristabel. Nunca habíóa dependido de Cristabel, pero si que dependíóa de Matt. Y Matt estaba
llorando.
Los ojos de Zeke se nublaron al recordar. A Amanda le dolioó el corazoó n ante la imagen de un
ninñ o alto, delgado con la cara de Matt, llorando porque la madre a quien adoraba, le habíóa
abandonado.
-Pero Matt dejoó de llorar y acudioó al trabajo Zeke continuoó suavemente. -Me crioó desde que
tenia catorce anñ os hasta que pude ocuparme de mi mismo. Es un gran hombre, mi hermano.
-Síó Amanda estuvo de acuerdo, con los ojos empanñ ados. Pensoó en lo que Zeke le habíóa
contado. La madre de Matt, a quieó n habíóa adorado, le habíóa traicionado, y eso le habíóa
predispuesto a esperar solo traicioó n de todas las mujeres. Abrigaba un profundo miedo. Tendríóa
que ser amable y paciente y, sobre todo, amarlo. . .
-¿Has tenido alguó n contacto con Cristabel desde entonces? Preguntoó , repentinamente
recordando que Zeke habíóa dicho que habíóan sabido de ella, hacia solo seis meses. La boca de Zeke
se torcioó .
-Oh, síó, cada vez que ella necesita dinero. Cuando Matt tuvo aproximadamente veintidoó s
anñ os, ella regresoó a Nueva Orleaó ns y se enteroó de que era en parte duenñ o del Lucie Belle, su primer
barco. Pensoó que era encantador que el hijo que habíóa abandonado hubiera llegado a conseguir
eso. Intento reconciliarse, pero enseguida la delato su codicia. Matt le dio a alguó n dinero – eó l tiene
un corazoó n suave bajo ese exterior duro-. Al final de su uó ltima entrevista, cuando vio que no lo
podíóa enganñ ar, dejoó de actuar como la madre amante y le gritoó quejaó ndose de estar en la miseria –
Matt no deja que le falte nada no importa lo que ella le haya hecho. Ahora sabemos de ella un par
de veces al anñ o, cada vez que estaó sin un ceó ntimo. Y Matt siempre le envíóa dinero. Pero ella nunca
ha intentado verlo de nuevo y eó l nunca habla de ella. Creo que ella, incluso se ha olvidado de que
yo haya existido nunca.

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-Lo siento tanto, Zeke Amanda le dijo impulsivamente, sentíóa el dolor tan real en el, como el
que le habíóa dicho tenia Matt. Colocoó una mano suave sobre su brazo en un gesto instintivo de
familiaridad. EÉ l la miroó con la sonrisa de Matt, y palmeoó su mano. Y luego los dos se dieron cuenta
de que una alta y amenazante figura se erguíóa detraó s de ellos.
-¿Haciendole insinuaciones a mi chica, hermanito? Matt preguntoó . Su tono era ligero, pero
cuando Amanda y Zeke se volvieron con expresioó n culpable, entonces el fruncioó el cenñ o. Esos ojos
plateados eran afilados cuando los examino de nuevo.
-Te perdono del intento de robarme a mi chica Matt dijo lentamente, sus ojos fijos en Zeke.
-Pero esta claro que ambos estaó n tramando algo. Vamos hermano, cueó ntamelo. Si tuó no lo haces, lo
haraó Amanda. Es la peor mentirosa que he visto en toda mi vida. Es incluso peor que tu.
Hubo una burla en su voz cuando dijo esto ultimo. Zeke se veíóa incoó modo, y Amanda, sintioó
simpatíóa por su companñ ero de conspiracioó n que estaba en el ojo del huracaó n
-Nos estaó bamos haciendo amigos dijo, bajando su barbilla provocadoramente cuando vio
los ojos de Matt fijos en ella.- Solamente porque tu eres testarudo y terco como una mula no
quiere eso decir que Zeke tambieó n lo sea.
Matt miro a ambos con los ojos abiertos por la sorpresa. -¿Es eso verdad? EÉ l habloó
arrastradamente mientras Zeke se reíóa ahogadamente.
-Ella te ha calado, hermano. Zeke sonreíóa abiertamente, obviamente sin una pizca de temor
ante el cenñ o fruncido de Matt -Eres testarudo. Y terco como una mula. Soó lo, que nunca creíó que
oiríóa a una jovencita decíórtelo.
Matt miroó hacia abajo a Amanda. Se veíóa muy pequenñ a y fraó gil mientras permanecíóa
miraó ndolo desafiante, su cabeza apenas alcanzando su hombro. Durante lo que parecioó solo una
mileó sima de tiempo, pensoó lo preciosa que era, con sus ojos violetas y su delicado rostro ovalado,
ruborizado ahora por la brisa, y el sol dejando senderos dorados en su cascada de rizos de color de
rubíó. Su estoó mago dio un vuelco mientras la mirada, y apretoó su boca fuertemente.
-Puedes volver abajo dijo raó pidamente a Zeke, cogiendo el mando del timoó n --Necesitas
dormir.
-Estoy bien Zeke protestoó . Matt le silencioó con una mirada. Zeke fruncioó sus labios, se
encogioó de hombros, y obedientemente fue hacia abajo.
-¿De que estabais hablando tu y Zeke? Matt preguntoó de repente cuando eó l y Amanda se
quedaron solos.
-Oh, de nada. Simplemente. . . de cualquier cosa de todo y nada Amanda tartamudeoó ,
cogida por sorpresa. Un rubor deó bil subioó por sus mejillas. Sabíóa que debíóa verse culpable, y
tambieó n supo que no podíóa revelarle lo que Zeke le habíóa confiado. Decidioó tomar la ofensiva,
esperando cambiar de tema.

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-¿De que crees que hemos hablado, de organizar un motíón? agregoó agriamente. Matt la
miroó , con una esquina de su boca ladeada.
-No pondríóa la mano en el fuego por ti replicoó . -Pero confíóo en Zeke.
Ella se refreno ante la provocacioó n. No habíóa nada sorprendente en ello. Despueó s de todo,
creíóa que lo habíóa traicionado, por lo tanto no era extranñ o que no confiara en ella. Era tan
desconfiado. . . Abrioó la boca que para decirle lo que era, pero recordoó por queó era el asíó. La imagen
de ese ninñ o de catorce anñ os, larguirucho llorando por su madre se superpuso a la realidad del
hombre alto, tosco que la miraba como si nunca hubiera necesitado a nadie en toda su vida. Se
trago sus palabras de replica antes de decirlas. Le conquistaríóa con su bondad, lograríóa que
confiara en ella con amor. . .
-¿Hacia donde vamos? preguntoó , cambiando de tema, aunque ya tenia una clara idea de su
destino.
-A casa dijo, confirmando lo que ella ya habíóa pensado. -Nueva Orleaó ns.
Durante un momento no dijo nada, preguntaó ndose si podríóa penetrar en las defensas que
este hombre desconfiado habíóa erigido a su alrededor. Finalmente se decidioó a hacer la pregunta
que le habíóa estado rondando durante todos estos díóas.
-¿Por queó volviste a buscarme, Matt? ¿Por queó me llevas contigo? Su voz era suave,
buscando sus ojos mientras exploraba su rostro. Su boca se cerroó hermeó ticamente, pero los ojos
plateados se burlaban cuando bajaron la mirada hacia ella.
-¿Tu que crees? preguntoó contemplaó ndola. -¿Por tu belleza irresistible, quizaó s? ¿Porque
tenia miedo de no poder vivir sin ti? EÉ l se burlaba. La barbilla de Amanda arremetioó contra eó l, pero
no dijo nada. Iba a ser amable y carinñ osa con eó l aunque eso la matara. -No fue ninguna de esas
cosas, Amanda eó l continuoó suavemente. -Regreseó a por ti porque tenemos – todavíóa tengo – un
asunto pendiente. Asunto que tengo intencioó n de terminar en breve.
-Quieres decir que viniste a por mi porque queríóas venganza.
Sus ojos se estrecharon ligeramente. -Eso, entre otras cosas. Tienes un cuerpo precioso,
Amanda. Habíóa acabado de empezar a ensenñ arte lo que es el placer. Queríóa sentirlo bajo el míóo,
retorcieó ndote, rogaó ndome que te poseyera.
Intentaba avergonzarla, Amanda lo sabia, pero eso no detuvo el rubor que inundo sus
mejillas. Sus ojos centellearon indignados cuando le miro. Que hubiera llorado a los catorce anñ os o
no, la empujaba al líómite de su tolerancia.
-Pues bien, en ese caso, creo que te vas a llevar una gran decepcioó n. Nunca te rogareó para
hacer . . . tu sabes. No me gusta eso particularmente.
Sus ojos se estrecharon, luego sonrioó . -¿No te apetece? ¿Pues bien, entonces tendreó que ver
queó puedo hacer por que asíó sea?

162
Amanda se estremecioó con furia. -La oportunidad es una difíócil cosa replicoó , y le volvioó la
espalda, marchaó ndose antes de que eó l pudiera contestarle. Por desde luego, eó l sabia, tan bien como
ella que tendríóa la oportunidad, y no habíóa nada que ella pudiera hacer al respecto. Pero al menos
no era un secreto que no disfrutaba con ello. Y cuando sus risas ahogadas la acompanñ aron al bajar
por las escaleras, toda su buena voluntad de conquistarle con bondad fue olvidada.
Durante el resto del díóa Amanda tuvo el cuidado de mantenerse bien alejada del puesto de
mando y de Matt. El clima era perfecto, lucia y brillaba el sol con una pequenñ a brisa. Ni siquiera
por evitar a Matt rehusaba tener que permanecer en el camarote. Ademaó s, razonoó , eó l seguramente
regresaríóa para dormir, el suenñ o que necesitaba de veras, y no queríóa estar allíó cuando viniera a
descansar. Tenia la incomoda sospecha de que eó l no se lo pensaríóa dos veces en hacerle compartir
la cama.
Paso la tarde en la toldilla, encima de la cubierta de popa principal. La mayor parte de los
hombres estaban durmiendo, y la minoríóa que se movíóa a su alrededor la ignoraban. Pudo gozar
del díóa, al menos, mientras alejo firmemente los pensamientos de Matt. Solo con imaginar el
cuerpo alto, firme y la cara bien parecida, sin mencionar la sonrisa sarcaó stica que era su adorno
habitual uó ltimamente, la hacia sentirse enojada. Y triste al mismo tiempo.
Sin la belleza de Matt ocupando sus pensamientos pensoó en esos que habíóa dejado atraó s en
el convento. Pensoó que debíóa haber un gran alboroto debido a su desaparicioó n. ¿Doó nde creíóan que
habríóa ido? se preguntaba. ¿Pensaban que se habíóa escapado o se habíóa rebelado a realizar el
matrimonio de conveniencia con Lord Robert? Amanda negoó con la cabeza. La Madre Superiora y
las otras monjas, con la excepcioó n posible de la Hermana Boniface, quien siempre estaba pensando
lo peor de ella, nunca creeríóan que podíóa ser culpable de tal pecado mortal. Pero Edward y Lord
Robert no la conocíóan tan bien. Amanda sonrioó abiertamente cuando imagino la verguü enza de Lord
Robert si se corríóa la voz de que habíóa preferido ahogarse antes que convertirse en su prometida.
Estaríóa furioso al hacerlo quedar como un tonto. Entonces allíó estaba Edward. Amanda tembloó
cuando pensoó en su cara inundada por la coó lera. Fervientemente esperoó que la creyese muerta. Si
no lo hacia, la podríóa tratar de encontrar. Y pensar en lo que podríóa hacerle si caíóa bajo su poder de
nuevo, la hizo temblar a pesar del calor del díóa. Coó mo disfrutaríóa hacieó ndole pagar el haber
arruinado todos sus planes. Pero, luego, se dijo que aunque no creyera que hubiera muerto, era
difíócil que pensase en buscarla en Nueva Orleaó ns. No podíóa sospechar que hubiera ido hacia allaó
con Matt. . .
Susan estaríóa apesadumbrada. Su amiga la conocíóa demasiado bien para creer que fuera
capaz de quitarse la vida, pero para una joven del linaje y la crianza de Amanda, salir adelante sin
dinero y nadie quien la ayudara podríóa ser un destino casi peor que la muerte. Pero no podíóa
apaciguar los miedos de Susan, no ahora. Maó s tarde, cuaó ndo llegaran a Nueva Orleaó ns, escribiríóa y
diríóa a Susan, y a traveó s de ella a las monjas, que estaba sana y salva. Aunque no especificaríóa nada
maó s que eso. Por nada del mundo, atraeríóa a las autoridades hacia Matt.

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El sol se habíóa hundido debajo del horizonte con llamas de gloria acarminada, y unas
cuantas estrellas habíóan comenzado a brillar intermitentemente en el cielo que al fin se oscurecíóa,
a reganñ adientes, decidioó regresar abajo. Tenia fríóo y estaba hambrienta. De repente recordoó que no
habíóa comido nada en todo el díóa. Y asíó lo confirmo su estoó mago al grunñ ir ruidosamente.
Lo primero que vio al atravesar la puerta del camarote fue a Matt. Estaba desnudo de
cintura para arriba, de espaldas, de modo que sus cicatrices estaban a la vista. Amanda clavoó los
ojos en esas marcas y sintioó crecer un dolor en lo profundo de su estomago que no tenia nada que
ver con el hambre. Eso le recordoó , que a pesar de todo lo amaba. ¿Coó mo habíóa podido olvidarlo,
aunque fuera durante unas pocas horas?
Estaba a punto de ir a buscarte dijo, miraó ndola mientras ella se apoyaba contra la puerta
cerrada. Con el jaboó n cubriendo la mitad de su cara, y la hoja de afeitar destellante en su mano,
Amanda vio que se estaba afeitando. Y si la energíóa que eó l exudaba era algo que podíóa pasar por
alto, no lo era la ropa de cama arrugada y la banñ era medio llena.
-Estaba en la…cubierta de popa .Contesto Amanda, contenta de haber aprendido el nombre
de uno de los marineros. La visioó n de ese pecho ancho, cubierto de vello, le despertaba
sensaciones que rehusaba analizar. Mejor no hacer hincapieó en ellas
EÉ l le sonrioó . Amanda se quedoó mirando fijamente esa sonrisa. Era completamente
encantadora, de la forma en que eó l no le habíóa otorgado desde su supuesta traicioó n. ¿Claramente
estaba tramando algo, pero queó ?
-Lo seó . Te vi. ¿No supondraó s que puedes desaparecer durante casi todo el DIA, sin que yo
vaya a ver en donde estas? Cuando subíó a la cubierta de popa estabas hablando amigablemente con
Foster. Regreseó al trabajo, pero nunca pienses que no se donde estas.
-Estoy sorprendida de que te hayas tomado tantas molestias por saber donde estoy.
Amanda no podíóa controlar el tono caó ustico de su voz. EÉ l le volvioó la espalda, aparentemente ya no
le importaba que viera sus cicatrices, y continuoó afeitaó ndose.
-En ese caso has debido olvidarte de lo que dije acerca de nuestro asunto pendiente le
contestoó suavemente. Amanda se quedoó ríógida. No lo habíóa olvidado, pero habíóa esperado que eó l si,
o al menos que solo la hubiera estado atormentando. Pero cuando miroó sus ojos de plata reflejados
en el pequenñ o espejo que habíóa colgado en la pared, se dio cuenta de que hablaba en serio. EÉ l le
recordaba a un gran perro atisbando un hueso particularmente jugoso, uno que habíóa
seleccionado para su cena.
-Si es esto lo que tu tienes en mente, entonces me ireó dijo fríóamente, y empezoó a unir la
accioó n a las palabras. Pero se habíóa olvidado de lo raó pido que era. Antes de que ella pudiera abrir la
puerta, estaba al su lado, su mano sujetando su brazo y hacieó ndola girar. Luego, sonriendo con
malicia, saco una llave grande de latoó n de su bolsillo y la insertoó en el cerrojo. Amanda oyoó el deó bil
chasquido del cerrojo y sintioó al mismo tiempo excitacioó n y enojo cuando la dejo caer en su
bolsillo con una sonrisa burlona.

164
-No, no lo haraó s. Ahora que la tenia atrapada regreso al lavamanos y reanudoó su afeitado.
-Te daraó s un banñ o y cenaremos. Luego. . . Sus ojos encontraron los de ella en el espejo. Le miraba
furiosamente; sus ojos burlones y ardientes al mismo tiempo. No tuvo que terminar su frase. Su
significado no pudo haber sido maó s obvio.
-No voy a. . . acostarme contigo anuncioó , con un destello desafiante en sus ojos que habíóan
comenzado a apagarse ante el.
-De cualquier modo, no hasta mas tarde estuvo de acuerdo, pasando una toalla sobre los
retazos de espuma en su rostro y miraó ndola. Sus labios torcidos cuando agregoó - Lo que tengo en
mente tiene poco que ver con dormir.
-Tu sabes lo que quiero decir.
-Lo se, pero no he pedido tu permiso. Haraó s lo que yo te diga.
-No lo hareó . Tu no me puedes obligar.
La miro perezosamente.- Ambos sabemos que puedo, pero no lo hareó . Cuando haga el amor
contigo, tuó me lo rogaras. Y esa es una promesa.
-Primero ardereó en el infierno.
-Oh, lo haraó s y no jures, Amanda. Te lo he dicho antes, no me gusta que lo hagas.
-¿No esta esto tambieó n malditamente mal? EÉ l la enfurecíóa. Su aire y sonrisa burlona de
confianza le hacíóan querer golpearle la cabeza con el objeto duro maó s cercano.
Desafortunadamente, si cedíóa a ese indigno impulso, teníóa pocas dudas de que eó l se vengaríóa, y no
le gustaríóa no importaba la forma que su contragolpe pudiese tomar. En lugar de ello, prefiero
arrojar palabras sobre el, las palabras que sabia bien que a el le desagradaban. Esperaba que su
lenguaje le enojara tanto como su arrogancia la enojaba a ella.
-¿Alguna vez alguien te ha lavado la boca con jaboó n, Amanda? pronunciaba las palabras de
forma lenta y pesada, un signo seguro que ella le enojaba. Sus ojos se agrandaron cuando vio la
barra de jaboó n que eó l recogioó del lavamanos y alzo ociosamente en una mano. ¿No se atreveríóa, o si
lo haríóa? -Sugiero que dejes de hablar y te metas en la banñ era, Amanda. De otra manera podríóa
estar tentado a ensenñ arte quieó n manda, en maó s de una forma.
Habíóa varios puntos en ese discurso que Amanda desaprobaba, pero decidioó a enfocar la
atencioó n en el maó s urgente.
-No estoy dispuesta a efectuar un espectaó culo eroó tico para ti. Si quieres que yo tome un
banñ o, sal del cuarto.
Sus ojos se estrecharon.- Ambos sabemos que te podríóa desnudar en un instante y meterte
en la tina, te guste o no. Amanda alzo su barbilla desafiante. -Pero como tengo que ir la tomar la
lectura de la bruó jula. Si te das prisa, puedes banñ arte sin testigos.

165
Sus muó sculos se relajaron ligeramente. Habíóa esperado que la forzara a obedecerle. Su
inesperada concesioó n desarmoó su beligerancia, aunque todavíóa estaba recelosa. EÉ l habíóa dicho que
teníóa la intencioó n de hacer el amor con ella.
-Gracias. Sus palabras eran ríógidas y los ojos con que le miro eran desconfiados. EÉ l se
encogioó de hombros. Quizaó ya tenia la intencioó n de dejarla sola para banñ arse.
Se fue, con una inclinacioó n brusca de su cabeza en respuesta a su agradecimiento. Amanda
oyoó el chasquido del cerrojo cuando cerroó la puerta.
Una vez sola, Amanda miro el banñ o con ojos anhelantes. Se sentíóa muy sucia y, haciendo
una mueca, se dio cuenta de que se habíóa banñ ado decentemente desde la primera noche que habíóa
llegado a bordo. Y eso habíóa sido casi una semana atraó s. Maó s que nada en el mundo, deseaba
despojarse de sus ropas y deslizarse en el agua caliente.
Matt podíóa estar esperando fuera de la puerta, esperar hasta que un sonido le indicara que
ella se habíóa metido en el banñ o, pero ese era un riesgo que tendríóa que correr. Ademaó s, fuera lo que
fuera que Matt pudiese hacer, pensoó que eó l no se rebajaríóa una maniobra tan deshonrosa. Si
hubiera querido observarla tomando un banñ o, entonces la habríóa desnudado y la habríóa metido en
la tina. Ese era mas su estilo.
No importaba, de todos modos, Amanda se dijo a síó misma mientras se quito sus ropas.
Matt la habíóa visto – y maó s que visto – cada centíómetro de su piel. Era el orgullo maó s que la
modestia lo que le prohibíóa desvestirse delante de eó l. Si la hubiera amado, entonces habríóa sido
diferente. Pero obviamente no lo hacia, y ella se rehusaba a servir de objeto de distraccioó n
pasajera.
Llevaba todavíóa puestos la camisa y los calzones de Matt, y tuvo que luchar con el nudo de
los calzones antes de poder quitaó rselos. Pero al final tuvo eó xito y los pudo soltar; los calzones, con
su cintura demasiado grande, cayeron alrededor de sus pies. Amanda dio un paso para salir de
ellos y se quito la enagua por su cabeza. Luego entroó en la tina.
El agua teníóa restos de jaboó n del banñ o anterior de Matt, y se habíóa enfriado aunque todavíóa
estaba tibia. Pero se sintioó maravillosamente bien. A Amanda le habríóa gustado haberse demorado,
pero no teníóa tiempo. Raó pidamente se limpio la cara, cuerpo, y el pelo, y enjuago el jaboó n. Acababa
de salir de la banñ era cuando el cerrojo hizo un deó bil clic, y Matt entroó en el cuarto.
Se detuvo por un momento en el umbral, sus ojos ensombrecieó ndose de un modo que
hicieron acelerar su corazoó n. Luego dio un paso dentro del camarote, cerrando la puerta detraó s de
eó l. Su pelo caíóa en desorden como una cortina acarminada, oscuro por el agua enfatizando la
palidez cremosa de su piel. Sus ojos eran de un puó rpura víóvido cuando los clavo en eó l, y sus mejillas
se inundaron de color rosado cuando sus ojos la recorrieron. Desnuda, ella era maó s que bella: era
delgada, atrayente, graciosa como una flor en la brisa. Sus hombros eran estrechos y sus pechos
alzados fraó giles con la tensioó n propia de una joven. Un retrato en fresa y crema. . . Su cintura era
diminuta, y debajo de ella sus caderas se curvaban de una forma, que era mas la de una muchacha

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que la de una mujer, pero que el encontraba completamente irresistible. Vio el triaó ngulo oscuro
sedoso de pelo que escondíóa la esencia de su ser, un segundo antes de que ella agarrase
raó pidamente una toalla y se cubriese. Pero esa tela fina no le impidioó admirar las líóneas de sus
muslos bien proporcionados, delgados, sus rodillas y sus pantorrillas perfectamente contorneadas.
Amanda vio la llama que encendíóa sus ojos cuando la miro, y trago con angustia, segura que
eó l tenia la intencioó n de atraparla entre sus brazos y arrastrarla hacia la cama amenazante. En lugar
de eso, despueó s de una ardiente mirada a sus piernas, se volvioó hacia el bauó l de marinero, donde,
se arrodillo para registrar su contenido. Mirando con prevencioó n su espalda, se secoó e intento
alcanzar la camisa mientras sujetaba la toalla cuando eó l cerroó la tapa del bauó l, enderezaó ndose, y se
giro avanzando hacia ella, con zancadas raó pidas.
-No necesitaras eso dijo intempestivamente, senñ alando la camisa con una mano. Amanda le
miroó sospechosamente, agarrando firmemente la camisa en una mano y sujetando la toalla delante
de ella como un escudo con la otra. Recelaba de la mirada en sus ojos. Eran de un color de bronce
oscuro, y parecíóan arder a fuego lento. . .
-Si tu crees. . . comenzoó , retrocediendo. EÉ l negoó con la cabeza, el gesto impaciente, luego le
ensenñ o su mano a fin de que pudiera ver lo que sujetaba. Era una bata de seda azul oscuro. Por su
tamanñ o, estaba claro que era de el. Pero tenia problemas para imaginarse a Matt llevaó ndola puesta,
ya que era una prenda lujosa pero poco funcional.
-No creo nada dijo. Al menos, ninguno de los vividos pensamientos que tengo ahora creo
que pasen por tu cabeza. Ponte esto. Estoy seguro que lo encontraraó s maó s confortable – y
ciertamente limpia – que esas ropas ridíóculas que has estado llevando puestas durante los uó ltimos
tres díóas.
Miraó ndole con dudas, sabiendo que eó l podíóa leer cada uno de sus pensamientos, se
preguntoó si teníóa alguó n motivo oculto para ofrecerle su bata. Pero por mas que lo pensaba no podíóa
imaginar cual – a menos que fuese que le costaba esfuerzo hacer el amor con una mujer vestida
con la ropa demasiado holgada y no muy limpia-. Miroó la seda azul destellante de la bata, que eó l le
tendíóa y luego a la camisa de lino arrugada y sucia que todavíóa sosteníóa firmemente en su mano, y
la limpieza gano. Dejoó caer la camisa y agarro la bata.
Daó ndole la espalda, se puso la bata, no dejando caer la toalla hasta no estar segura de estar
tapada del todo. La seda se notaba fresca y serpenteante contra su piel desnuda. No se dio cuenta
de que la humedad de su piel hacia que la tela se le adhiriera en determinados lugares, pero Matt
si lo hizo. Sus ojos estaban aun maó s oscuros cuando se giro.
-Te ves toda de azul le dijo bruscamente, miraó ndola. Se volvioó hacia eó l, con expresioó n
incierta mientras eó l se agachaba para recuperar la toalla del suelo. Estaba muy cerca, a unos pocos
centíómetros de distancia, y como siempre cuando eó l estaba tan cerca su gran tamanñ o la Coria por
sorpresa. La parte superior de su cabeza apenas alcanzaba su hombro. La anchura de sus
musculosos hombros y de su pecho la hacia parecer diminuta. Se enderezoó , con la toalla en la

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mano, y ella se echo hacia atraó s instintivamente. Su otra mano la agarrazo por el antebrazo, no con
fuerza, pero si lo suficiente para que no se alejara.
-Es usual para dar las gracias a un cumplido, Amanda. Su voz era grave. Sus ojos estaban
serios tambieó n, mientras la miraba. Estaba intrigada por su estado de aó nimo. Ya no estaba enojado,
ni hostil, pero no era el amigo encantador que conocíóa y al que amaba. Este hombre parecíóa
repentinamente mas viejo, distante, excepto por el diminuto brillo en sus ojos.
-Gracias Amanda murmuroó . Le contemploó sus ojos registrando cada plano y aó ngulo de esa
cara bien parecida. El le devolvioó la mirada y durante un largo momento se quedaron miraó ndose
mutuamente en silencio. EÉ l abrioó la boca para hablar, pero fue interrumpido por un raó pido golpe
en la puerta.
-Nuestra cena dijo, lanzaó ndole la toalla, mientras se dirigioó a abrir la puerta. Amanda atrapoó
la toalla, sus ojos sin dejar de mirarlo. Sentíóa decepcionada, como si eó l hubiera estado a punto de
decir algo importante. Con su mano en el picaporte, se volvioó a mirarla. Aunque ella no lo sabia, sus
ojos brillaban con esperanza y anticipo cuando le devolvioó la mirada.
-Secate el pelo fue todo lo que dijo, y Amanda pudo haber llorado por la decepcioó n. Sabíóa
que no era eso lo que habíóa estado a punto de decir antes de la interrupcioó n. Pero ya era tarde.
Estaba abriendo la puerta, permitiendo que Timmy, el joven que hacia las funciones de camarero
de a bordo, entrara en el cuarto con su bandeja. Amanda clavoó los ojos en Matt impotente mientras
intercambiaba unas palabras corteses con el joven. Despueó s dobloó la cabeza y comenzoó
obedientemente a secarse el pelo.
Parecíóa que no habíóa nada maó s que decir.

Capíótulo diecinueve

Habíóa bebido demasiado. Amanda no estaba segura de donde vino ese pensamiento pero se
filtroó a traveó s de la neblina dorada inducida por el brebaje aparentemente inocuo que habíóa estado
bebiendo. El darse cuenta de ello deberíóa haberla avergonzado: una senñ ora nunca se permitíóa
embriagarse. Aunque, se consoloó , no estaba totalmente borracha. Soó lo un poco achispada – ¿como
era la palabra que su padre solíóa usar?–Alegre.

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Era por culpa de Matt, por supuesto. EÉ l estaba sentado en la mesa frente a ella, sorbiendo
ociosamente un vaso de oporto, sus ojos brillaban deó bilmente mientras la observaba. Habíóa hecho
la mezcla de bebida con sabor a fruta que ella estaba saboreando, y no habíóa dicho una sola
palabra para detenerla mientras se bebíóa varios vasos. Punch, lo habíóa llamado. Tratoó de mirar a
Matt severamente, pero sus ojos lo veíóan doblado. Dos Matts. El pensamiento era abrumador y, al
mismo tiempo, tan atractivo que rioó nerviosamente.
-Estaó s borracha dijo indulgentemente, sus labios doblaó ndose en una sonrisa divertida
cuando la observoó .
-No lo estoy. Amanda teníóa la intencioó n de sonar indignada y creyoó conseguirlo, a no ser
por el hipo caprichoso. La sonrisa de Matt se ensancho mientras Amanda lo miraba cenñ udamente.
Se estaba riendo de ella. Siempre se reíóa de ella. Por un momento su cerebro aturdido hizo un
intento de recordar algo, recordar que uó ltimamente el no se habíóa reíódo en absoluto, pero no pudo
pensar con claridad. De todas formas no teníóa ninguna importancia. EÉ ste era Matt, su Matt. Si ella
se habíóa emborrachado – la palabra odiosa –, entonces no pudo haber escogido mejor companñ ero.
EÉ l cuidaríóa de ella.
-¿Quieres un poco maó s de pudíón?
Amanda miroó hacia abajo a los restos del puding y apenas reprimioó un estremecimiento. La
mera visioó n la dejo intranquila. Negoó con la cabeza y se puso de pie. . . El cuarto parecioó oscilar a su
alrededor, y tuvo que agarrarse firmemente el borde de la mesa para sujetarse. Matt la atrapo por
el brazo, estabilizaó ndola. Amanda negoó con la cabeza para tratar de aclararse, y soó lo consiguioó que
el cuarto girara maó s fuerte.
-Me siento mareada dijo, asombrada. Matt deslizoó su brazo alrededor de su cintura.
Amanda se apoyoó agradecida contra ese brazo que la sosteníóa. EÉ l todavíóa estaba sentado,
recostado negligentemente en la silla que habíóa apartado a la fuerza de la mesa. Amanda sintioó su
muslo duro contra el suyo, y luego tiro de ella hacia su regazo. Ella se acomodoó doó cilmente contra
eó l, disfrutando de la caliente comodidad de su cuerpo. Lo sentíóa tan duro, fuerte y masculino. . .
Voluptuosamente dejo deslizar su cabeza para descansarla sobre su hombro. Suspirando, alzo la
cabeza para mirarlo.
EÉ l la estaba mirando con una expresioó n, en la que ya no habíóa ninguna sonrisa. Amanda le
estudio, con el deó bil cenñ o fruncido en su frente. Sus ojos eran maó s grises que plateados al
devolverle la mirada, y una ceja negra y gruesa estaba arqueada con expresioó n interrogativa. Se
habíóa afeitado, dejando sus mejillas y mandíóbula suaves y con olor a limpio, aunque con una deó bil
sombra en su piel que indicaba que su cara estaríóa de nuevo aó spera antes de la manñ ana. Despueó s
de su banñ o, no se habíóa molestado en peinarse. El pelo le caíóa desordenadamente en rizos por su
frente y orejas. La cicatriz brillaba deó bilmente contra su piel bronceada. Amanda la recorrioó con la
mirada desde su sien hasta la comisura de su boca donde finalizaba. Esa boca tan firme, decidida

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con su labio inferior ligeramente mas grueso que ahora estaba entreabierto revelando unos
dientes blancos que le sonreíóan.
-Eres bello dijo gravemente, miraó ndole. Sus ojos brillaban.
-Tu tambieó n. Si su voz era un poco maó s gruesa que antes, ella no lo notoó . Estaba demasiada
ocupada mirando esa boca perfectamente moldeada. Alzo su mano hacia ella. Bajo sus dedos era
calientes y sorprendentemente suaves. Besoó sus dedos, con un tierno gesto. Amanda suspiroó con
satisfaccioó n, pasando sus brazos alrededor de su cuello.
-Te amo dijo, y su cabeza descanso confiadamente contra su pecho. Bajo su oreja podíóa oíór
el ruido sordo pesado de su corazoó n. Podríóa haber estado escuchando ese sonido durante toda la
noche.
-No deberíóas decir lo que no sientes, Amanda. A pesar de la calidez de sus brazos a su
alrededor, habíóa un tono de dureza en su voz. Amanda fruncioó el cenñ o. ¿Queó habíóa dicho? Oh, síó,
que le amaba. Pero eó l ya lo sabia, se lo habíóa dicho antes. Otra vez un recuerdo molesto llego casi al
borde de su conciencia, y otra vez se esfumoó .
-Te amo repitioó con eó nfasis, echando su cabeza hacia atraó s en su pecho para poder verlo
mejor. Sus ojos eran enormes amatistas, cuando encontraron los suyos. Su pelo, ahora seco,
enmarcaba su pequenñ o rostro en gruesos remolinos de seda. En contraste con el azul oscuro de la
bata, brillaban como fuego oscuro. Mirando abajo hacia ella, Matt pensoó que nunca habíóa visto una
mujer maó s preciosa, o maó s dulcemente inocente. Mi aó ngel pelirrojo, pensoó con ansia. Luego,
recordando su perfidia, endurecioó su corazoó n. Podríóa haber sido lo suficientemente estuó pido
como para enamorarse de ella, pero no era lo suficientemente tonto para permitir que lo
traicionara de nuevo.
-Vamos, te llevare a la cama. Se puso de pie, levantaó ndola con facilidad en sus brazos. Sus
planes para el anochecer se habíóan torcido, pero no estaba apenado por ello. La clase de refinada
tortura sexual que esta noche habíóa tenido en mente para ella iba en contra de todo lo que le
dictaba su corazoó n. Lo que deseaba maó s que nada era besarla incansablemente, y hacerle el amor
hasta no poder maó s. Pero con su corazoó n en su incierto estado, era mejor cancelarlo. No estaba
seguro de lo que podríóa revelar bajo la influencia del vino y la pasioó n.
-Crei que ibas a hacer el amor conmigo. EÉ l la habíóa depositado en la cama, pero ella
continuaba colgada de su cuello, rehusando soltarle. Hacíóa pucheros, su boca apretada en un
precioso gesto que dolíóa con solo mirarla. Gritando ser besada. . .
-Esta noche no, Amanda. Debíóa estar loco, para rehusar a hacer la uó nica cosa por la que
habríóa vendido su alma. Pero sus emociones estaban tan agitadas que no quiso correr el riesgo. Si
hacia el amor con ella ahora, tan caliente, dulce y flexible, y sintieó ndose de la forma en que se
sentíóa, estaríóa perdido para toda la eternidad. Ella se aduenñ aríóa de el, en cuerpo y alma. Aunque
pudiera soportar no volver a verla de nuevo, ella se quedaríóa grabada a fuego para siempre en su
corazoó n.

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-Por favor, Matt. Quiero que lo hagas. Si su sangre no estuviera corriendo por sus venas
como lava ardiente, se habríóa reíódo de la situacioó n. Las mismas palabras que con sus labios y sus
manos eó l habíóa tenido la intencioó n de forzarla decir, las habíóa pronunciado sin coercioó n alguna.
Ella le deseaba. Y eó l la deseaba. Dios míóo, eó l tambieó n la deseaba.
-Dejame ir, Amanda. Lamentaras esto por la manñ ana. Pero su voz era gruesa, y sus intentos
de apartarse eran sin ganas en el mejor de los casos. Ella se veíóa deliciosa, recostada contra la
gruesa manta que cubríóa su cama, su brillante pelo, contra la tela de color cafeó , su piel blanca
contra el azul destellante de la bata de seda. A traveó s de sus pliegues podíóa apreciar el contorno de
su cuerpo. Sus pechos pujantes contra la fina tela, parecíóan pedir que los tocara, sus pezones
enhiestos y claramente visibles. . .
-Hazme el amor, Matt. Estaba seducieó ndolo, esta joven, con su voz ronca y cuerpo delicioso,
le estaba seduciendo con cada mirada de sus ojos violetas, y cada movimiento de sus labios, y eó l
estaba indefenso. No pudo evitar sentarse al borde de la cama, y bajar sus labios hacia ella, y
tampoco podíóa detener el martilleo de su corazoó n.
Cuando ella sintioó sus labios contra los suyos suspiro con satisfaccioó n. Matt bebioó de la
dulzura con sabor a brandy de su aliento y sintioó derretirse el uó ltimo vestigio de su resistencia.
AÉ ngel o diablo, o lo que fuera que fuese, era suya, y eó l la tomaríóa. Y la conservaríóa con el.
Amanda aceptoó su beso, con sonñ adora satisfaccioó n cuando su boca se inclino hambrienta
hacia ella. EÉ l ya no se le resistíóa, cediendo al deseo que les consumíóa a ambos. Cuando sus manos
abrieron la bata y se deslizaron bajo ella, se arqueoó contra ellas. Amaba sentirlas sobre sus pechos,
amaba el deó bil temblor que la sacudíóa cuando eó l le tocaba los pezones con dedos suaves y luego
bajaba su boca hacia ellos. Al sentir el contacto de esa boca caliente, gimioó , y sus brazos rodearon
sus hombros. EÉ l se estremecioó ante su respuesta, y Amanda gozoó por su habilidad para hacerle
reaccionar de tal manera. Matt era tan alto, tan fuerte, tan invencible. Ni las privaciones, ni la
tortura, ni la amenaza de muerte habíóan doblegado su orgullo. Pero ahora, bajo sus manos, eó l
temblaba suplicante. El darse cuenta de ello, la hizo sentir humilde y al mismo tiempo
curiosamente orgullosa.
La bata estaba totalmente abierta ahora, exponiendo su cuerpo a sus ojos y a sus caricias.
Amanda no semita verguü enza, soó lo una aguda necesidad de que la hiciera totalmente suya. Le
amaba, le pertenecíóa. Era correcto que la reclamase como tal.
EÉ l besoó cada pulgada de su piel, desde el hueco detraó s de sus orejas hasta el empeine de sus
suaves pies. Cuando volvioó a sus labios, ella se quedo sin aliento. Su boca cerrada sobre la suya,
saboreaó ndola con un hambre salvaje. Sus brazos se cerraron alrededor de su cuello, y se pegoó a eó l,
ciega y sorda a todo excepto la vertiginosa espiral ascendiente de deseo que la inundaba.
La bata azul fue apartada y tirada al suelo. Estaba desnuda, pero eó l todavíóa estaba vestido.
Amanda noto la barrera aó spera de sus ropas entre ellos y se retorcioó contra eó l en silenciosa
protesta. Le queríóa desnudo, tambieó n. EÉ l desabotono su camisa, con dedos torpes, sus ojos

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apasionados recorriendo su cuerpo desnudo. Amanda mirando fijamente sus ojos, le ayudo a
desabotonarse. Juntos quitaron su camisa. Mientras eó l la tiraba al suelo, sus ojos se pasearon por
su cuerpo, deleitaó ndose en sus anchos y musculosos hombros y su fuerte pecho. Su cuerpo era tan
bello como su cara. El vello grueso, negro bajaba por su pecho en una V, invitaó ndola a pasar sus
dedos por el. Y asíó lo hizo. EÉ l retuvo su aliento cuando sus unñ as rasparon suavemente su piel,
haciendo una breve pausa para tocar los pezones masculinos, que se irguieron inmediatamente
con placer. Fascinada por esta respuesta que era igual que la suya, cuando recordoó coó mo el habíóa
besado sus pechos, levantoó su cabeza para presionar sus labios contra uno de los planos pezones
color cafeó en su nido de pelo oscuro.
-Dios míóo, Amanda. Las palabras eran un gemido. Su mano se enrosco en su pelo, y aparto
con fuerza su cabeza de para atraparla en un beso sofocante. Amanda tambieó n le beso
salvajemente, sintieó ndose como si estuviera en llamas ardientes Le deseaba tanto que creyoó que se
volveríóa loca.
EÉ l la empujoó hacia atraó s contra la cama, sus manos buscando a tientas la hebilla de su
cinturoó n mientras continuaba besaó ndola. Los dedos de Amanda se agarraron a su pelo, acariciaron
las cicatrices en su espalda, y se clavaron en los anchos hombros. EÉ l apartoó su boca de la de ella
para quitarse de un tiroó n sus botas y luego sus pantalones. Amanda le observoó con clara
admiracioó n. Sus nalgas eran firmes y redondas, completamente diferentes de su suave trasero. La
parte de atraó s de sus muslos y las pantorrillas eran fuertes y musculosas. . . Despueó s eó l se dio la
vuelta. Sus ojos se fijaron en la cosa enorme que se destacaba entre sus piernas. Era igual de
temible en apariencia como antes, pero en lugar de tener miedo estaba intrigada. Queríóa tocarlo. . .
Tumbaó ndose a su lado en la cama, el se inclino sobre ella. Amanda cerroó sus ojos y levantoó
una mano tentativa para tocar la parte de eó l que era todavíóa extranñ a para ella. EÉ l se sobresaltoó
como si su toque le quemara. Su mano se alejoó raó pidamente, y sus ojos se abrieron para clavarlos
en los de eó l. ¿Le habíóa lastimado? Pero el gemido que surgioó de entre sus labios era maó s de placer
que de dolor. Antes de que pudiera preguntarse que era, eó l estaba sobre ella en la cama, su mano
atrapando la suya y guiaó ndola de regreso. Mas envalentonada, cerroó su mano a su alrededor,
encantada cuando lo sintioó latir y aumentar bajo su toque.
La percepcioó n de su mano pequenñ a suave sujetaó ndolo con vacilacioó n, aprendiendo a
acariciarlo, era al mismo tiempo un eó xtasis y un tormento. Apretando sus dientes, Matt tratoó de
mantenerse firme, tratoó de conservar el control, que siempre acababa perdiendo cada vez que
hacíóa el amor con ella. Esta vez queríóa que estuviera bien, tanto para ella como para eó l. Queríóa que
ella experimentara la dicha del placer completa y gloriosamente tal como eó l lo hacia. Pero no
podríóa esperar. Ella estaba besando su hombro, sus dientes mordiendo su carne, sus manos
aprendiendo excesivamente raó pido a darle gozo con el movimiento que le habíóa ensenñ ado. Si no se
deteníóa, explotaríóa en su mano. Gimioó , atrapando su munñ eca y apartaó ndola con fuerza de eó l. Sus
dientes se hundieron en su hombro en senñ al de protesta. Repentinamente Matt sabia que ya no

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podíóa aguantar maó s. Teníóa que hacerla suya en este instante, o derramar su semilla
ignominiosamente en la manta.
Se situoó encima de ella, sus rodillas apartando sus muslos, su boca besaó ndola con un ardor
que sacudioó a ambos por su intensidad. Sus piernas se abrieron automaó ticamente, y eó l ya estaba
penetraó ndola, introducieó ndose en su blandura.
Era glorioso. Ese fue el uó ltimo pensamiento consciente de Amanda mientras eó l la poseíóa, su
cuerpo duro tejiendo un hechizo de eó xtasis inimaginable. Por propia voluntad sus piernas se
enroscaron alrededor de su cintura y sus brazos se enroscaron en su cuello. Contra su pecho podíóa
sentir su corazoó n latir fuertemente como si eó l se estuviera muriendo. Instintivamente arqueoó su
cuerpo para amoldarse mejor a sus empujes, y sus caderas comenzaron a moverse al mismo ritmo
que el. Una pequenñ a y apretada espiral de placer comenzoó a crecer dentro de ella y expandirse por
sus venas y luego explotoó , inundaó ndola con deleite. Se estremecioó con alegríóa una inesperada, se
sintioó atrapada en un cicloó n de eó xtasis tan fuerte que barrioó todo. Gritoó su nombre una vez, dos
veces y el mundo se volvioó oscuro.
-Te amo. Oh, Dios míóo, te amo Matt gimioó contra su garganta en ese impactante momento
final. Luego estremecieó ndose, se aflojo.
Se dio cuenta de lo que habíóa dicho y se quedoó tenso, sintieó ndola relajarse suavemente bajo
el, sabiendo se habíóa traicionado a síó mismo. Ella sabríóa que le tenia donde queríóa a fin de cuentas.
Odiaba moverse, confrontarla, pero tuvo que hacerlo. Finalmente levantoó su cabeza para mirarla
con aprensioó n. Sus ojos estaban cerrados; su gruesas pestanñ as sombreando sus mejillas. EÉ l tuvo
que resistir el cobarde impulso de escabullirse en la noche. Teníóa que enfrentar las repercusiones
de su peó rdida de control.
-¿Amanda? murmuroó , temiendo ver una sonrisa triunfante. Ella no se movioó , fruncioó el cenñ o
y repitioó su nombre. Un ronquido corteó s fue su respuesta. Se habíóa quedado dormida. Se sintioó
instintivamente agraviado. Despueó s dio las gracias a Dios que no le hubiera oíódo. . .
Matt se fue cuando Amanda se despertoó . La luz del sol entrando a raudales a traveó s de la
puerta. Con un gemido Amanda cerroó sus ojos de nuevo, apartaó ndose de la luz y arrastrando la
manta sobre su cabeza como protesta. Se sentíóa terriblemente mal, le dolíóa la cabeza y su boca
estaba seca como si fuera de algodoó n. De repente la mayor parte de sus recuerdos volvieron a ella.
¿Realmente habíóa hecho todas esas cosas? ¿Decirle a Matt que le amaba – no una vez sino varias
veces – sentada en su regazo, besaó ndole, rogaó ndole que le hiciera el amor? Gimioó al recordarlo. EÉ l
le habíóa prometido que ella le rogaríóa, y habíóa tenido razoó n. Pero nunca habríóa sospechado que
teníóa intencioó n de emborracharla. Eso era despreciable.
Su recuerdo de la uó ltima parte de la tarde era nebuloso a lo cual probablemente deberíóa
estar agradecida, Amanda pensoó con un estremecimiento. La impresioó n que habíóa quedado
grabada en su cerebro era de un placer que nunca hubiera sonñ ado que existiera, pero coó mo lo
habíóa alcanzado, era mejor no examinarlo demasiado. Le parecíóa que Matt tambieó n habíóa estado

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atrapado en la voraó gine de pasioó n al igual que ella, pero, claro que lo habíóa estado. Los hombres
eran asíó. Podíóa obtener placer en cualquier cosa igual que un. . . un animal.
Amanda yacioó acostada durante un largo rato, deseando morirse y terminar con su mareo.
Como eso no ocurrioó , y cuando el zumbido en su cabeza se apaciguoó un poco, decidioó a levantarse.
Si permanecer en la cama hubiera curado su enfermedad, entonces ella ya deberíóa haber estado
respuesta. Se lavaríóa y vestiríóa y saldríóa a la cubierta a tomar el aire. Quizaó eso le haríóa sentirse
mejor.
Estaba sentada sobre la cama, totalmente desnuda, sus manos a los lados y sus pies en el
suelo, cuando la puerta se abrioó y Matt entroó andando. Amanda saltoó automaó ticamente, pero
cuando vio quieó n era, se llevo las manos a la cabeza y gimioó . Ese repentino movimiento la habíóa
hecho sentir como si le estuvieran clavando un clavo en su cabeza.
-¿Coó mo te sientes? Matt la miraba con prevencioó n, pensoó , pero se sentíóa demasiado
miserable para preguntarse sobre la prevencioó n en sus ojos. Le miro con ojos relampagueantes.
-Horrible. Y es todo por tu culpa. Eres una bestia.
Una parte de la cautela abandono sus ojos, y sonrioó abiertamente sin compasioó n.
-Ahora, no me insultes. Lo que tuó tienes es el resultado de beber demasiado, mi amor. Por
supuesto, si hubiera sabido, que no eras una experimentada bebedora, no habríóa mezclado esa
bebida, pero ¿como podíóa saberlo? Por lo que parece, nunca en tu vida has tomado una gota de
licor.
-Tu ya sabes que no Amanda masculloó con resentimiento. Luego, miraó ndole con enfado
agregoó , -Si viniste para vanagloriarte de mi estado, puedes marcharte por donde has venido. Me
siento suficientemente mal, como para encima soportar que te esteó s riendo abiertamente de mi.
-¿Es eso lo que estoy haciendo?
-Síó Dijo Amanda y en ese momento otro dolor atacoó su cabeza y gimioó .
Matt, reprimioó una sonrisa, se dirigioó hacia la mesa y, cogiendo una de las botellas, vertioó su
contenido en un vaso. Despueó s de un momento se lo paso, le entregoó con firmeza el vaso llenoó de
un líóquido dorado que parecíóa nocivo. Amanda lo miroó , luego a eó l, con una intensa aversioó n.
-¿Es esta es la copa de gracia? lo miroó con el cenñ o fruncido, hecho que soó lo provoco mas risa
en el fondo de sus ojos. EÉ l negoó con la cabeza, ofrecieó ndole el vaso.
-Bebe esto, Amanda, y te prometo que pronto te sentiraó s mejor. Hablo por experiencia.
-Me lo imagino Amanda dijo agriamente, mirando el vaso. Luego, con un resignado
encogimiento de hombros lo tomoó a sorbos raó pidos. Peor de lo que estaba ya no podríóa sentirse, y
si beberse eso le hacia sentirse mejor, asíó lo haríóa. Pero sabia horriblemente mal, y durante un
momento creyoó que se avergonzaríóa a si misma vomitando. Despueó s estuvo segura de que asíó lo

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haríóa. Su estoó mago grunñ o revuelto como advertencia y con una mirada furibunda a Matt – eó l se
reíóa, el maldito diablo – se dirigioó al orinal de la esquina para vomitar violentamente.
-Eres un cerdo, dijo enfadada cuando termino. EÉ l estaba arrodillado a su lado, limpiaó ndole
el rostro con una tela huó meda.
-Enjuagate la boca ordeno, tendieó ndole un vaso de agua. Amanda enjuagoó la boca, escupioó , y
bebioó el resto con mucha sed. Tuvo que admitir que despueó s de eso se sintioó mejor.
-Vamos vistote. Lo que ahora necesitas es tomar un poco de aire fresco. Y, mas tarde
desayunar.
Amanda se estremecioó .
-Dentro de un momento estaraó s hambrienta Matt le prometioó , y la arrastro hacia la cama,
donde se sentoó y procedioó a vestirla como si fuera una ninñ a.
Extranñ amente, Amanda no se sintioó avergonzada de que eó l hiciera eso. Supuso que tenia
algo que ver, con alguó n vestigio que le quedaba de lo que habíóa bebido, pero le parecioó
perfectamente natural que la viera desnuda, que pasara su camisoó n por su cabeza, para ayudarla a
ponerse unos calzones limpios , eó stos eran maó s pequenñ os y se sujetaban mejor; Amanda supuso
que debíóan pertenecer a Timmy, el camarero de a bordo. Cuando le hubo puesto una camisa limpia,
la peino, y antes de que pudiera darle las gracias, la empuja hacia fuera del camarote.
-No creo que esto compense lo que hiciste Amanda le dijo con resentimiento mientras
caminaba con ella hacia la barandilla y la sentaba sobre un rollo de cuerda para que pudiera
contemplar los rayos del sol reflejaó ndose en la superficie del mar.
-¿Queó es lo que te hice? EÉ l se apoyoó en la barandilla mirando primero con ojos semicerrados
hacia el sol y despueó s hacia ella. Vestido con pantalones negros y botas, su camisa blanca
desabrochada hasta la cintura, se veíóa exasperantemente guapo. Amanda le miro furiosa.
-Tu sabes lo que me hiciste. Me emborrachaste deliberadamente para que te…. rogara eso.
Las uó ltimas dos palabras fueron un balbuceo furioso, y sus mejillas de color escarlata
resplandecíóan por la verguü enza y la furia. No habríóa querido mencionar lo que habíóa pasado entre
ellos la noche anterior, pero la verguü enza la roíóa por dentro, y tenia que hacerle entender que soó lo
la bebida – y sus artimanñ as – la habíóan hecho comportarse de esa forma.
-No te emborracheó deliberadamente. la miro seriamente a los ojos. -Eso no era lo que yo
tenia en mente cuando te dije que te haríóa suplicar. Por lo que respecta a anoche, no tienes nada de
lo que avergonzarte, Amanda. Esa es la manera en que se siente – quiero decir – es lo que ocurre
naturalmente entre un hombre y una mujer.
Por un momento se parecíóa tanto al antiguo Matt, de la cueva, que le miro
especulativamente. Estaba siendo amable para tratar de calmarla, y eso no concordaba con el
caraó cter del hombre que habíóa conocido a bordo del barco. EÉ ste era el Matt que habíóa llegado a

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amar. . . Estaba abrumada por el deseo de cerrar la brecha entre ellos, por hacer un nuevo intento
de explicarle la verdad. . .
-Matt, yo no te entregueó a las autoridades.¿ No me crees? dijo suavemente, levantaó ndose y
situaó ndose a su lado en la barandilla. La brisa le alborotaba el pelo hacia atraó s en una masa de
rizos sueltos, y el sol los reflejaba, produciendo destellos de color rojo oscuro. Matt se quedo
mirando su pelo, su rostro pequenñ o levantado hacia eó l, los poó mulos perfectamente modelados y la
nariz pequenñ a, recta, la barbilla bien definida y la boca de un rosado profundo, los ojos de color
amatista que le contemplaban suplicantes. Su boca se endurecioó , y volvioó a mirar hacia el mar.
-Seó coó mo ocurrioó , dijo ríógidamente, mientras Amanda observaba su perfil silueteado contra
el cielo pacíófico y el azul oscuro del mar. Experimentoó un atisbo de esperanza. --Te dije cosas
crueles esa noche, y tu todavíóa estabas conmocionada al encontrar que hacer el amor no era
exactamente lo que habíóas estado esperando. Seó por queó te enojaste, y, despueó s de haberte
observado en algunas de tus rabietas, entiendo lo que sucedioó : fuiste al alguacil y le dijiste donde
estaba, pero maó s tarde te diste cuenta de lo que habíóas hecho y viniste a advertirme. ¿No era eso lo
que tu ibas a decirme esa manñ ana en la playa?
Amanda sintioó que la esperanza que habíóa estado creciendo en su interior, vacilaba y se
perdíóa. No iba a creer en ella, ni ahora, ni nunca.
-Yo vine a la playa para advertirte, pero no le habíóa dicho a nadie que estabas allíó. Matt,
dejas que tu juicio sea parcial por cosas que no tienen nada que ver con nosotros. No soy tu madre,
y no te traicioneó . Este uó ltimo fue dicho de forma calculada, en un uó ltimo y desesperado intento por
romper la concha que eó l habíóa erigido alrededor de su corazoó n. Amanda le sintioó ponerse ríógido a
su lado , vio sus poó mulos oscurecieó ndose por la furia. Sus nudillos se volvieron blancos al apretar
con fuerza el pasamano de madera; La miro, con una fríóa y remota calma en sus ojos.
-¿Zeke te ha estado contando secretos? Su tono era sombríóo. -Debo alabarte, Amanda: eres
asombrosa. Te las has ingeniado para conseguir una confesioó n de Zeke – quien de paso, te odiaba
antes de siquiera conocerte – en menos de una semana. ¿Y ahora? ¿Te lo llevaras a la cama, para
poder regodearte en observar mientras nos matamos el uno al otro?
La inesperada ferocidad de su ataque conmociono a Amanda. Palidecioó miraó ndolo sin poder
creer lo que le estaba diciendo, sus ojos ensombrecidos. Cuando penetro en ella el total sentido de
lo que habíóa dicho sus ojos le miraron echando chispas. Sin decir nadar, lentamente alzo su mano y
le abofeteoó fuertemente.
-Siento laó stima por ti dijo desdenñ osamente cuando el la miro, una mano tocaó ndose
automaó ticamente la mejilla enrojecida por el golpe. Luego, volvieó ndole la espalda, se alejo con
dignidad por la cubierta hacia su camarote. Estaba tan enojada que no noto las horrorizadas
miradas de Zeke y de la tripulacioó n que miraban alternativamente hacia el silencioso Matt y a ella
alejaó ndose.

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Capíótulo veinte

Seis semanas maó s tarde la Clorimunda llego al puerto del ríóo Mississippi en Nueva Orleans.
Amanda permanecioó en el puesto de mando, con los calzones de Timmy y la camisa de lino, sus
mejillas ruborizadas y su pelo suelto como un estandarte acarminado. Sus ojos centellearon como
las joyas mientras miraba hacia el abarrotado puerto y luego hacia Zeke, quien estaba a su lado en
la barandilla con una sonrisa en su cara delgada contestando a las ansiosas preguntas que le hacia.
Era Zeke el que le habíóa hablado sobre Belle Terre, la plantacioó n de Matt a orillas del lago
Pontchartrain, hacia donde iríóan tras pasar algunos díóas en Nueva Orleans. Era Zeke quien se reíóa
de su excitacioó n cuando ella mirada hacia todas partes para asimilar el puerto cosmopolita
mientras la Clorimunda atracaba en el muelle entre otros dos altos barcos. Matt estaba en el timoó n,
dirigiendo la tripulacioó n, y aunque no hubiera sido necesario en el timoó n, Amanda preferíóa la
companñ íóa de Zeke. Zeke se habíóa convertido en un hermano para ella durante las pocas semanas

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que habíóan pasado juntos, y ella estaba a gusto con eó l de la misma forma en que ya no lo estaba con
Matt, quien se habíóa convertido en un distante y frioó desconocido.
No la habíóa tocado desde que le abofeteo aquel díóa sobre cubierta. De hecho, apenas le
habíóa dirigido la palabra . Ocupaba sola el camarote del capitaó n, y Matt se acostaba con Zeke en el
camarote del segundo oficial. Donde ahora dormíóa el segundo oficial, Amanda no tenia ni idea y
nunca lo habíóa preguntado.
Zeke, quien habíóa presenciado el enfrentamiento, intento hacer de mediador entre ellos y se
habíóa ganado el laó tigo de la lengua de su hermano como recompensa. Amanda, aunque agradecida
para la preocupacioó n de Zeke, era igualmente insensible a sus esfuerzos. Si la fríóa actitud de Matt le
dolíóa, juroó que eó l nunca lo sabríóa. Y no creíóa que fuera capaz de notarlo siquiera.
Las velas del Clorimunda fueron bajadas y amarradas a los maó stiles, los botes pequenñ os
que la habíóan remolcado adentro habíóan soltado sus cuerdas cuando Matt finalmente dio la orden
para dejar caer ancla y bajar la escalera.
-¿Podemos bajar a tierra ahora? Amanda pregunto excitada a Zeke. EÉ l le sonrioó con
expresioó n indulgente. Se habíóa encarinñ ado tanto con Amanda como ella con eó l, y desaprobaba
fuertemente como la trataba su hermano.
-No veo… – comenzoó , para ser interrumpido cuando Matt aparecioó a su lado.
-Hoy no dijo en respuesta a la pregunta de Amanda, y ella le miro decepcionada, y de mal
humor, cuando agregoó , -Zeke y yo tenemos negocios que atender hoy. Manñ ana te llevaremos a
tierra. Sola no estaríóas a salvo y no confíóo en ninguó n hombre lo suficiente como para enviarlo
contigo. Los haríóas bailar sobre tu dedo menñ ique en un instante.
Amanda le miroó furiosa. Le estaba simplemente llevando la contraria, lo sabia. Si eó l hubiera
creíódo que no queríóa ir a tierra, la habríóa obligado a ir si hubiera sido necesario. Pero ahora que
sabíóa que le proporcionaríóa placer hacer tal excursioó n, eó l se lo habíóa negado.
-¿No puedes esperar hasta manñ ana? Zeke preguntoó a su hermano ansiosamente. Desde que
eó l y Amanda habíóan renñ ido, Matt cada díóa se habíóa vuelto maó s difíócil. Su hermano una vez justo, y
jovial estaba ahora dispuesto a arrancarle la cabeza de un mordisco a la míónima palabra que dijera
equivocada. Ciertamente, la tripulacioó n entera de la Clorimunda habíóa sufrido su intratable
temperamento.
-No, no puede, Matt contestoó intempestivamente, y se marchoó dando media vuelta. Zeke le
siguioó con la mirada, frunciendo el cenñ o. Luego miroó hacia Amanda.
-Lo siento dijo con una mueca de disgusto. -Pero prometo que te llevare a tierra manñ ana
mismo, sin falta. No seó que es lo que le pasa a, pero estaó de un humor de perros. Hablareó con eó l.
-Por favor no lo hagas, Amanda dijo velozmente, y la boca de Zeke se torcido cuando la
miroó .

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-Es probable que tengas razoó n. se encogioó de hombros, mirando con prevencioó n a Matt
mientras desaparecíóa escaleras abajo hacia la cubierta principal. -Lo he intentado varias veces, y la
uó ltima vez estuve apunto de estrangulado ¿Por queó no lo intentas tu, Amanda? Quizaó si trataras de
hacerle entrar en razoó n, quizaó s te escucharíóa.
-¿Como lo hizo la uó ltima vez? La voz de Amanda era amarga.- No tengo fuerzas para
intentarlo de nuevo. Ademaó s, ya no me importa lo que eó l piense. Ges terco y no doy un penique por
la opinioó n que tiene de mi.
-Realmente tienes razoó n, Zeke dijo secamente. Amanda lo miroó con el cenñ o fruncido
sabedora de que eó l teníóa una clara idea de cuales eran sus sentimientos hacia Matt. Pues bien, que
la condenen si iba de nuevo con el corazoó n en la mano hacia Matt, el no queríóa saber nada de ella,
y ella no queríóa decirle nada mas.
-Si, verdad le dijo, desafiaó ndole a decir nada maó s. Zeke la miro, pensando en llamarla
fanfarrona y Amanda se volvioó para mirarle.
-Oh, ve con Matt, Zeke, antes de que yo tambieó n me enfade contigo. Seria realmente
miserable.
-¿Lo haríóas? le sonrioó . -Tambien lo haríóa yo. Pero de todas formas seraó mejor que vaya. A los
hermanos mayores no les gusta esperar.
Amanda encorvoó sus hombros cuando el se fue, miserablemente consciente de la excitacioó n
en el aire. Nueva Orleans parecíóa un lugar emocionante, y no iba a poder verlo – al menos no hoy-
y, considerando la mala intencioó n de Matt, quizaó nunca. Malhumoradamente olioó el aire,
disfrutando del perfume picante de frutas cíótricas y las especeríóas que se entremezclaba con la sal
del mar. Coó mo deseaba estar en el muelle para descubrir la fuente de esos tentadores aromas por
síó misma. Por el rabillo del ojo vio durante un instante el destello de sol sobre una negra cabeza
familiar, y observo malhumorada como Matt y Zeke pasaban por la pasarela y desaparecíóan entre
el remolino de gente en el muelle. Miroó encolerizada hacia sus espaldas que iban desapareciendo y
se sintioó un poco mejor.
Durante un momento considero la idea de bajar a tierra sola. No deberíóa ser difíócil
escaparse, y regresaríóa pronto. Estaríóa de regreso antes que Matt, y eó l nunca sabríóa que le habíóa
desobedecido. Pero entonces miro algunos de los hombres que habíóa en el muelle y cambioó de
opinioó n. Los hombres iban con panñ uelos brillantes alrededor de sus cuellos y anillas de oro
destellando en sus orejas, empujando carretas llenas de naranjas y otras cosas, frutas menos
identificables a traveó s de la multitud, gritando en un lenguaje desconocido para ella al anunciar
sus mercancíóas; Los ninñ os harapientos entraban y salíóan del mar; Los marineros, alguno solo, otros
en grupo y una cierta cantidad con mujeres en sus brazos que no parecíóan demasiado decentes se
dirigíóan hacia los cercanos salones a beber whisky . Aunque a ella le repugnaba admitirlo, Matt
habíóa tenido razoó n cuando dijo que seríóa peligroso que bajara sola a tierra. Aunque la idea de
desafiarle la tentaba, no era tan tonta como para ponerse a síó misma en peligro al hacerlo.

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Algunas horas maó s tarde, despueó s de que Amanda se hubiera retirado a su camarote, oyoó
una conmocioó n sobre cubierta. Matt habíóa dejado a una tripulacioó n míónima a bordo, con oó rdenes
de vigilarlo todo, incluyendo a ella misma, Amanda sospechaba. Antes de que pudiera salir del
camarote a preguntarle a alguien que pasaba le sorprendioó oíór unos eneó rgicos golpes en la puerta.
Al abrirla, Amanda retrocedioó asombrada al ver la figura que clavaba airadamente sus ojos en ella.
Era una dama, una dama muy elegante. De la parte superior de su sombrero sobresalíóa una
pluma y sus zapatos eran de altos tacones, el uó ltimo grito en la moda de esos díóas. Durante un
momento Amanda se quedoó mirando fijamente sin hablar, tan asombrada que no pudo maó s que
parpadear y preguntarse cual era el asunto que traíóa a esta mujer al Clorimunda. Luego
comprendioó que la mujer habíóa golpeado la puerta del camarote de Matt, lo cual queríóa decir que
era amiga de Matt. Los ojos de Amanda se estrecharon y recorrieron críóticamente a la mujer. Era
muy atractiva pensoó , si uno no le daba importancia al hecho de que estuviera bien entrada en
carnes cosa, que aparentemente no le importaba a Matt.
-Lo siento, pero el capitaó n Grayson no estaó aquíó en este momento Amanda dijo fríóamente, e
hizo ademaó n de cerrar la puerta.
-¿Bah, a quien le importa eso? La mujer negoó con la cabeza, claramente desdenñ oso por tal
estupidez. -¿Tu eres Lady Amanda? Miroó a Amanda con cierta suspicacia, como si una dama no
pudiera llevar unos calzones mal ajustados de hombre y una camisa, y su pelo suelto sobre los
hombros.
-Síó Amanda admitioó , mirando con curiosidad a la mujer. ¿Quieó n diablos era, y coó mo sabia su
nombre?
-Entonces es a ti a quien deseo ver anuncio la mujer, y se dirigioó hacia Amanda con una
gracia arrogante que no habríóa estado fuera de lugar en una duquesa. Amanda asombrada, se
quedo miraó ndola, para asombrarse todavíóa maó s cuando otras dos mujeres vestidas de negro,
llevando grandes maletas siguieron a esa mujer hacia dentro. Habíóa estado tan aturdida por la
exquisitez de su visita que no habíóa visto a su seó quito.
-No entendiendo nada, Amanda enfrento a sus visitantes nos invitadas, cautelosamente sin
apartarse del vano de la puerta. -¿En que puedo ayudarlas?
-Soy yo quien va a ayudarte suspiroó su visita, , sacando un largo alfiler de su sombrero
antes de quitaó rselo y colocaó ndolo sobre la mesa. Mirando críóticamente a Amanda mientras se
quitaba los guantes. -Soy Madame Duvalier, la modista maó s de moda de toda Nueva Orleans. Fui
informada de que necesitas inmediatamente un guardarropa completo. Miro desdenñ osamente los
calzones de Amanda. -Y puedo comprobar que eso es cierto. Empecemos.
Amanda abrioó la boca sorprendida cuando las mujeres le empezaron a quitar la ropa,
haciendo todo el tiempo gestos desdenñ osos sobre su atavioó poco convencional.

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-Estas son mis ayudantes, Rose – la chica de pelo castanñ o, que ayudaba a Amanda a
quitarse sus calzones, sonrioó tíómidamente hacia ella – y Marie. Marie le habíóa quitado la camisa a
Amanda y ahora abríóa una de las maletas. No era tan bonita como Rose, Amanda noto, pero su
coloracioó n – lustroso pelo negro y ojos negros, y labios rojos – era maó s notable. La senñ ora Duvalier
era pelirroja, pero Amanda sospechaba que el tinte de color influya maó s en ello, que la naturaleza
misma.
-¿Quien la ha enviado? La voz de Amanda era deó bil. Estaba de pie en el centro del cuarto,
cubierta solo con su vieja enagua, mientras Marie pasaba una cinta de medir alrededor de
diferentes partes de su anatomíóa, dictando las medidas a Rose, quien las apuntaba en un pequenñ o
cuaderno. La senñ ora Duvalier se habíóa sentado y las estaba supervisando.
-El capitaó n Grayson Madame contestoó pacientemente, como si hablara con una ninñ a un poco
retardada. Amanda habríóa desaprobado su tono si hubiese estado pensando en esa informacioó n.
Matt. . . ¿Matt habíóa hecho venir a una costurera para ella? EÉ l no debíóa ser tan indiferente a ella
como habíóa supuesto. Al menos se preocupaba por sus necesidades. Luego el repentino
entusiasmo, se desvanecioó cuando considero la posibilidad de que fuera Zeke el responsable de la
presencia de la modista. Eso parecíóa lo maó s probable. Zeke sabia que necesitaba ropas si debíóa
bajar a tierra. Matt no habíóa perdido un solo instante en pensarlo siquiera. Tranquilizaó ndose,
pensoó que lo podíóa averiguar.
-¿Queó capitaó n Grayson? Preguntoó cuidadosamente. Marie enrollaba la cinta de medir
mientras Rose extraíóa un libro de modas de la maleta y se lo daba a Madame Duvalier. La mujer lo
acepto sin darle las gracias y lo ojeoó , mientras miraba críóticamente a Amanda.
-Ya estaó . El tres, en muselina blanca. Rose iba apuntando. Y el siete, en seda azul –
-Madame, Amanda interrumpioó impacientemente. Mientras tanto, Marie pasaba una
prenda sobre su cabeza, por lo que sus palabras sonaron amortiguadas.
-¿No lo sabes? La senñ ora parecioó asombrada. -Habíóa pensado que soó lo un amigo muy
particular. . . Pero quizaó ambos lo sean, como lo son míóos. Los he conocido desde que eran ninñ os.
¿Matt es muy guapo verdad? Y Zeke a su manera es muy atractivo tambieó n,.
-¿Pero cual de los dos la ha enviado? Amanda teníóa que saberlo.
-No lo seó Madame contesto haciendo que sus esperanzas cayeran en picado. -Recibíó una
nota que decíóa: 'La senñ ora Amanda en el Clorimunda necesita un guardarropa nuevo. Facturarlo al
capitaó n Grayson.'a Matt o a Zeke, no importa. Uno u otro pagaraó .
-Ya veo. Marie la empujaba en todas direcciones mientras Rose prendíóa con alfileres la
prenda. Mirando distraíódamente, Amanda vio que era un vestido precioso de muselina color
crema, con diminutas flores verdes. El escote, que dejaba al descubierto sus hombros y la parte
superior de su pecho, estaba ribeteado con un cordoó n hecho a mano exquisito en el mismo tono
crema profundo del vestido. El dobladillo de la falda hasta cubrir sus tobillos, a la moda estaba

181
ribeteado con el mismo cordoó n. La cintura estrecha estaba atada con una banda verde ancha de
raso sujeta por detraó s en un encantador lazo. Miraó ndose, Amanda no podíóa evitar sentir una
profunda y placentera emocioó n. Excepto por el vestido de seda amarilla que Matt habíóa hecho
trizas, nunca habíóa poseíódo una prenda tan bella. No seria humana si no estuviera encantada de
llevarla puesta en presencia de Matt.
-Un poco mas apretado de la cintura, Rose Madame daba instrucciones mientras miraba a
Amanda, su cabeza de un lado al otro. -Y un poco mas corta la falda. Perfecto. ¿No es una
afortunada casualidad, Lady Amanda, que la familia de uno de mis mejores clientes de repente
tuviera una traó gica peó rdida? Habíóan ordenado este vestido para su hija, pero como llevaran luto
durante seis meses, tuvieron que cancelar la orden. Y lo comprendíó perfectamente. Asíó es la vida.
Ademaó s agregoó con una sonrisa repentina y sin su acento franceó s - no dejaran que nadie mas que
yo suministre las ropas de luto a su hija. Su devolucioó n ha sido demasiado importante.
Amanda sonrioó , gustaó ndole de repente esa mujer. Cuando sacaba su verdadera
personalidad era mucho maó s agradable que cuando asumíóa el papel del Madame Duvalier .
-Manñ ana por la manñ ana tendraó s listo este vestido, Madame decretoó , volviendo a su tono
original cuando Marie paso el vestido por la cabeza de Amanda, cuidando de no pincharla con los
alfileres.- Y los accesorios, tambieó n. Los otros, uno o dos al díóa siguiente, y el resto en una semana.
-Gracias por venir, Madame, Amanda dio un paso hacia atraó s vestida con sus calzones y su
camisa, los cuales las mujeres miraban con severa desaprobacioó n. Rose habíóa empacado las
maletas y estaban listas para irse.
-Ha sido un placer Madame dijo formalmente. -Para cualquiera de los dos Matt o Zeke, no
importa cual, siempre estoy disponible. Tendraó s el vestido manñ ana repitioó al preceder a sus
asistentes hacia la puerta. Amanda mirando fijamente la puerta cerrada hasta un rato despueó s de
que se hubieran marchado.
La perspectiva de tener ropas nuevas, quito otras fastidiosas preocupaciones de su mente.
Se habíóa estado preguntando como podríóa pasearse por Nueva Orleans vestida con ropas de
hombre. En Inglaterra habríóa sido considerado escandaloso para una para dama vestir de tal forma
y dudaba que en el Nuevo Mundo fuera muy diferente. Pero sin una falda que ponerse, no habíóa
tenido otra alternativa. Habíóa sido juicioso por parte de Zeke – o Matt – pensar en sus dificultades
e intentar remediarlas. Lo que le trajo a la mente otro problema: todavíóa era menos respetable ya
fuera Matt o Zeke quien pagara sus ropas, pero como no teníóa dinero, no sabíóa que otra cosa podíóa
hacer. Ademaó s, todo lo que le habíóa ocurrido desde que habíóa conocido a Matt habíóa sido poco
convencional, por no decir otra cosa, por lo que ahora estaba muy alejada de las convenciones
sociales. Perder su virginidad habíóa sido un horror, pero nadie excepto ella y Matt sabíóan eso. Pero
llevaba desparecida casi dos meses, y tenia la seguridad de que la mayor parte de la gente a la que
le importaba ya debíóan saber que la hermanastra del Duque de Brookshire habíóa desaparecido.
Aunque nadie hubiera asociado su desaparicioó n con la de Matt – quieó n, despueó s de todo, estaba

182
presumiblemente muerto – una ausencia tan larga e inexplicable, inevitablemente le provocaríóa la
ruina social. Y si se divulgaba que habíóa pasado este tiempo sola con un montoó n de hombres, y que
incluso habíóa compartido su cama con uno de ellos. . . se estremecioó ; tendríóa suerte si encontraba
alguó n convento que la acogiera.
Amanda fruncioó el cenñ o. Estaba en un paíós extranñ o, sin amigos ni dinero, y sin lugar a donde
ir. Dudaba que Matt la dejara en la miseria – ciertamente, parecíóa dar por supuesto que viviríóa en
su casa con eó l y con Zeke – pero no podíóa permitir que la mantuviera por el resto de su vida. El
saber que estaba en deuda con eó l por cada bocado de pan que tomaba, la heríóa en su orgullo.
¿Como seríóa su futuro, cuando tuviera otra mujer y ella fuera solo un objeto de caridad viviendo
en su casa? Insoportable, pensoó con una mueca de disgusto. Era verdad, que eó l era el responsable
de que estuviera aquíó –la habíóa secuestrado de su escuela; ella no le habíóa rogado que la llevara
con eó l – pero eso no alteraba en lo mas míónimo la situacioó n en la cual se encontraba.
Doloroso como era, era hora de enfrentarse a las circunstancias: socialmente estaba tan
profundamente arruinada como lo habíóa estado Susan. Ninguó n caballero se casaríóa con ella ahora.
Seguó n lo veíóa, tenia tres elecciones: podíóa continuar viviendo con Matt, apareciendo como su
amante a los ojos de todo el mundo y por consiguiente aislada para siempre de la sociedad
respetable de esposas e hijas de caballeros; podíóa dejar la proteccioó n de Matt (si se lo permitíóa, lo
cuaó l era improbable) y llevar una vida independiente, que indudablemente la llevaríóa a la
inanicioó n; o podíóa regresar a Inglaterra, y eventualmente a Edward, quieó n al menos por orgullo
familiar se aseguraríóa de que no muriera de hambre, si es que no planeaba un destino peor para
ella.
Era maó s feliz ahora de lo que habíóa sido nunca desde que su padre murioó , se dio cuenta.
Por primera vez en anñ os, se sentíóa viva, libre; todos los díóas eran una aventura. La fríóa actitud de
Matt era la uó nica nube que oscurecíóa su cielo. Pero con una claridad repentina, Amanda sabia que
estaríóa mejor con un Matt, fríóo y enojado, que sin eó l. EÉ l se habíóa convertido en el foco de su vida y
eso era algo que le repugnaba admitir. Condenado hombre, Amanda pensoó desesperadamente, y
condenada sea yo por ser lo suficientemente estuó pida como para enamorarme de eó l. Pero al menos
eso solucionaba su dilema: sintiendo lo que sentíóa por eó l no podíóa resignarse a dejarle. Seríóa maó s
faó cil vivir sin su orgullo que sin su corazoó n.
Fue mucho despueó s del anochecer cuando Matt y Zeke regresaron. Amanda estaba echada
sobre la cama con un libro cuando oyoó la voz risuenñ a de Zeke y la muda replica de Matt.
Indudablemente teníóan la intencioó n de ir a su camarote sin molestarla, pero Amanda - se
determinoó – debíóa resolver el asunto de las ropas tan pronto fuera posible. Seríóa incapaz de pegar
el ojo si no lo hacia.
Corrioó hacia la cubierta, una figura pequenñ a, delgada, con pelo rojo y suelto y vestida en
ropa de hombre demasiado grande. El muelle todavíóa estaba abarrotado alumbrado por antorchas,
que lanzaban sombras oscilantes sobre la cubierta del Clorimunda; el barco estaba iluminado por
unas cuantas linternas colocadas estrateó gicamente. Los dos marineros asignados para permanecer

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como oficiales de guardia no estaban a la vista. Probablemente estaban en la popa del barco para
advertir si alguien no autorizado intentaba bordarla. Matt y Zeke subíóan a bordo, con Zeke delante
y Matt un paso atraó s. Cuando aparecieron bajo la luz de las linternas Amanda vio que ambos
parecíóan raramente desarreglados, Zeke maó s que Matt. Su pelo castanñ o estaba despeinado y el
cuello de su camisa abierto de forma disoluta. Los rizos negros de Matt estaban desarreglados,
tambieó n, pero sus ropas parecíóan estar en orden. Lo que impresiono a Amanda ge el brillo
peligroso de sus ojos.
Zeke la vio primero. Ella se habíóa detenido, miraó ndolos con suspicacia. Pensando que
habíóan estado bebiendo. Zeke habloó , y la mala articulacioó n de sus palabras le dijeron todo lo que
necesitaba saber.
-Buenas noches, Amanda, grito, inclinaó ndose de modo respetuoso tan hacia abajo que
habríóa dado con la cara en el suelo si Matt no lo hubiese agarrado por la camisa. Zeke se enderezoó ,
con la ayuda de la balanceante mano de Matt, miroó a Amanda, frunciendo el cenñ o.- ¿Queó , no llevas
ropas nuevas? ¿Vino despueó s de todo esa dichosa mujer?
Su pregunta habíóa sido contestada sin que haber efectuado. Amanda se tragoó dolorida por
la decepcioó n de que no hubiera sido Matt, y dirigioó una sonrisa a Zeke.
-Gracias, Zeke. Tan pronto como Madame Duvalier me dijo por queó habíóa venido, supuse
que tuó eras el uó nico que tenias cerebro suficiente para pensar en enviarla. Fue muy amable de tu
parte. Si esas palabras habíóan sido escogidas para pinchar a Matt, Amanda no iba a reconocerlo. No
le miroó mientras permanecíóa medio paso detraó s de Zeke, sujetando a su hermano discretamente
en posicioó n vertical. Pero ella sintioó sus ojos taladraó ndola.
-¿Fue un bonito gesto de mi parte, verdad? Zeke inclinoó la cabeza, complacido consigo
mismo. Luego tendioó sus brazos hacia Amanda, sonrieó ndole malvadamente. -¿No me lo
agradeceraó s correctamente?
Normalmente Amanda se habríóa reíódo de tal sugerencia por parte de Zeke. Sabíóa que era
una broma, como la de un pequenñ o muchacho deseando molestar a su hermano mayor e
impresionar la sensibilidad propia de una joven al mismo tiempo. Pero tambieó n, teníóa conciencia
de Matt justo detraó s de Zeke, observaó ndola con una mueca en su boca y sus ojos sardoó nicos. Con
un pequenñ o gesto de asentimiento y una mirada hacia Matt, se precipito a los brazos de Zeke, que
se cerraron a su alrededor con entusiasmo, y si parecioó sorprendido, fue solo por un instante.
Raó pidamente bajoó su cabeza y la besoó con apetito. Amanda esperaba que Matt, que estaba detraó s
suyo, no pudiera ver claramente si el beso era el que un hermano podíóa otorgar a una hermana o
un beso entre amantes. Cuando Zeke la soltoó , apartaó ndose con una sonrisa abierta, Amanda le
sonrioó , infundiendo maó s calor en esa sonrisa del que sentíóa.
-Amanda, eso fue. . . muy agradable la voz de Zeke sonaba deó bilmente arrepentida. La frente
de Amanda empezoó a fruncirse. -Pero si esa fue una muestra de agradecimiento, entonces
agradeciste al hombre equivocado. Fue mi hermano mayor el que envioó a Madame Duvalier.

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Los ojos de Amanda se agrandaron y pasaron de la sonriente cara de Zeke al oscuro
semblante de Matt. Se veíóa sombríóo mientras le devolvíóa su mirada, sus ojos brillando con burla y
alguna otra cosa que temíóa tratar de definir.
-¿No vas a agradeceó rmelo tambieó n con un beso, Amanda? Su voz era muy suave cuando
salioó de detraó s de Zeke y miroó hacia ella. Vestido con un fino abrigo azul oscuro, pantalones
negros, camisa blanca y una corbata descuidadamente atada, se veíóa muy grande e intimidante.
Los ojos plateados brillando intensamente y la luz de laó mpara reflejaba un halo dorado alrededor
los rizos negros gruesos. No se habíóa afeitado desde de esa manñ ana, y una deó bil sombra negra
oscurecíóa las líóneas de su mandíóbula y de la barbilla. A pesar de todo, se veíóa tan guapo que
quitaba el aliento de Amanda. Extendioó los brazos hacia ella tal como Zeke lo habíóa hecho. Amanda
apenas pudo pensar mientras se precipitaba en ellos que se cerraron a su alrededor con tanta
fuerza que temioó que le rompiera las costillas. Su boca descendioó sobre la suya, sabiendo
deó bilmente whisky, y ya no pudo pensar claramente en nada. La besoó fuertemente, aó vidamente,
como si estuviera sediento del el sabor de su boca. Se encorvoó sobre su brazo, sus labios y su
lengua demandando y obteniendo la rendicioó n total. Ella se pegoó a eó l impotentemente, luego, por
propia voluntad, sus brazos se cerraron alrededor de su cuello, atrayendo su cabeza maó s cerca,
sus unñ as clavaó ndose en su nuca. Un estremecimiento dulce, loco comenzoó en lo profundo de su
estomago y le recorrioó sus extremidades. Sabia que el debíóa notarlo, sujetaó ndola tan
estrechamente como lo estaba haciendo, tanto que tenia conciencia de cada muó sculo y cada
tendoó n del cuerpo masculino envolvieó ndola y de la creciente excitacioó n que el no intentaba para
esconder. Amanda olvidoó todo, que estaban en la cubierta, donde eran claramente visibles para
cualquiera a quien se le ocurriera alzar la mirada, bajo la mirada fija e interesada de Zeke, incluso
las diferencias entre ella y Matt. Todo de lo que se daba cuenta era que eó ste era su hombre, y
estaba de nuevo entre sus brazos. Su uó nico deseo era que nunca la soltara.
EÉ l lo hizo, por supuesto. Sus brazos se apartaron de ella sin previo aviso. Amanda, perdida
en un mundo de ensuenñ o inducido por su beso, tuvo que aferrarse a eó l. EÉ l separoó sus brazos de
alrededor de su cuello con una eficiencia brutal, al alzarlos durante un momento se quedoó
miraó ndola con un brillo de descontento en sus ojos que se habíóan convertido en color humo.
Luego, sin una palabra la soltoó , giroó sobre sus tacones y caminoó a grandes zancadas por el lugar
por donde habíóa venido y hacia fuera del barco. Amanda se quedoó miraó ndolo con impotencia, con
los ojos llenos de laó grimas. Se sentíóa como si le hubiera dado una patada el estoó mago.

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Capíótulo veintiuno

Tres díóas maó s tarde, Amanda vivíóa en la lujosa casa de ciudad de Matt en un distrito
exclusivo en el Vieux Carreó de Nueva Orleans. Matt y Zeke estaban tanto tiempo fuera que Amanda
apenas se cruzaba con ellos. Matt le habíóa dicho a Zeke que estuviera preparado para llevar otro
barco a Inglaterra a finales de semana. El capitaó n estaba enfermo, y el cargamento –algodoó n
destinado para los ingleses – no podíóa esperar hasta su recuperacioó n. Amanda sospechaba que
Matt exageraba la urgencia del viaje para quitar a Zeke de en medio, pero si Zeke tambieó n lo
sospechaba, no parecíóa molestarle. Parecíóa estar casi contento de regresar al mar.
Amanda, por otra parte, se sentíóa deprimida cada vez que pensaba que se iba a quedar a
solas con Matt. Desde la noche en que eó l la habíóa besado, su actitud hacia ella se habíóa limitado a
una fríóa cortesíóa y matizada de una burla odiosa, mordaz. A eó l le parecíóa gustar lastimarla ella. ¿Y si
ella estaba descontenta ahora en Nueva Orleans, con tantas tiendas y mercadillos para
entretenerlos, como queó seríóa cuando ella y Matt estuvieran solos en Belle Terre? Porque tan
pronto como Zeke se fuera, era allíó donde el tenia intencioó n de llevarla.
Los sirvientes eran otra fuente de incomodidad para ella. La esclavitud era una praó ctica
aceptada en Nueva Orleans, pero a Amanda la hacia sentir incoó moda el ser atendida por seres
humanos que Matt poseíóa, como si fuesen un caballo o un perro o un barco. Y, lo que era peor, que
parecíóan desaprobarla. Lalanni, la criada de color cafeó que Matt le habíóa adjudicado para
acompanñ arla cada vez que salíóa y para trabajar como su criada personal en la casa, dejaba deslizar
en su tono suave criollo que tal escaó ndalo moral era la razoó n de la rigidez de los sirvientes. En
Nueva Orleans, un caballero no teníóa a su amante viviendo con eó l. EÉ l le compraba a su enamorada
su propia casa, en una parte discreta de pueblo, y la visitaba de noche. Esa era la forma en que
siempre se habíóa hecho la forma correcta. Que Matt hubiera alojado a su amante en su casa era una
incorreccioó n escandalosa.

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El saber que todos los sirvientes la consideraban la amante de Matt humillaba Amanda.
Nunca habíóa imaginado que acabaríóa reducida a tal condicioó n. Incluso el hecho de que no fuera
cierto, no era un consuelo. Matt le habíóa adjudicado tres estancias y nunca entro en ellas ni le puso
la mano encima. Pero su mera presencia – una chica joven, soltera, sin proteccioó n en la casa de un
hombre soltero – era causa de escaó ndalo. Amanda ardíóa de verguü enza por el conocimiento de que
no era mejor que una mujer caíóda, y algunas veces, cuando algunas personas la miraban por la
calle se preguntaba si su verguü enza era tan intensa que era visible en su cara.
Estaba, completamente aislada de cualquier contacto social en Nueva Orleans. Su posicioó n
en la casa de Matt hacia de eso algo inevitable. El mundo de barbacoas por la tarde y los bailes de
la noche, las manñ anas pasadas recibiendo y devolviendo visitas, teó s elegantes y demaó s pequenñ as
actividades agradables tan normales en la vida de cualquier dama estaban vedadas para ella y
temíóa que para siempre. A parte de Matt, Zeke, y los sirvientes apenas amistosos, y alguna palabra
ocasional cruzada con una dependienta o un comerciante, no hablaba con nadie, y nadie le
hablaba a ella. Algunas veces cuando paseaba por el mercado con Lalanni detraó s, las senñ oras que,
en otras condiciones, habríóan sido inferiores socialmente a ella actuaban como si no existiera.
Despueó s de que sus primeros intentos de sonrisas tentativas fueron deliberadamente – y
groseramente – ignorados, Amanda aprendioó a tratarlos como la trataban a ella, como si fueran
invisibles. Por lo que, en parte avergonzada y en parte debido al danñ o que tales encuentros le
producíóan, preferíóa quedarse en casa para evitarlos. Acostumbrada a la amistad faó cil de Susan y a
la camaraderíóa de las otras chicas del convento, a Amanda le costaba un gran esfuerzo estar sin
ninguna companñ íóa femenina. No se habíóa dado cuenta hasta ahora( que la habíóa perdido), del
verdadero valor de la amistad.
Una tarde, que se sentíóa sola cedioó a su deseo de escribir a Susan. Pensoó que seríóa lo
suficientemente seguro, la misiva estaba cuidadosamente redactada para no revelar ninguó n indicio
de su paradero o con quieó n podíóa estar. Solo explicaba que estaba sana y feliz. Al cerrar el sobre,
las laó grimas corríóan por sus mejillas. Extranñ aba a Susan terriblemente y sabíóa que a Susan la debíóa
pasar lo mismo. Le dolíóa darse cuenta de que, dadas las circunstancias, era improbable que viera a
su querida amiga de nuevo en toda su vida. Pero se daba cuenta de que, si pudiera elegir volver al
convento, a los díóas anteriores de que Matt hubiera puesto al reveó s su vida, no lo haríóa. El amor
que sentíóa por Susan era de lejos inferior al que sentíóa por, Matt. En pocas semanas eó l se habíóa
convertido en la persona maó s importante del mundo. Pero cada vez estaba mas claro que no podíóa
soportar el continuar con esa posicioó n ignominiosa. Su autorrespeto no se lo permitíóa.
Limpiaó ndose mejillas, inhaloó por la nariz y comenzoó a considerar las alternativas.
Al pasar los díóas y el momento de la partida de Zeke se aproximaba, Amanda se dio cuenta
que tendríóa que enfrentar a Matt. Las cosas no podíóan seguir asíó. Le estaba agradecida por sus
cuidados, por la comida, el refugio y las ropas verdaderamente preciosas que le habíóa regalado,
pero no podíóa continuar viviendo a expensas de su generosidad. Si queríóa de nuevo poder llevar la
cabeza en alto tenia que vivir dentro de las buenas costumbres que gobernaban el

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comportamiento de una senñ ora. Y eso queríóa decir, como míónimo, dejar la proteccioó n de Matt y
mantenerse por su cuenta.
¿Podríóa trabajar, pero de que? Sus nociones con la aguja apenas la capacitaban para ser
costurera, pero habíóa otros empleos decentes para una dama. Un puesto como institutriz
probablemente seríóa maó s conveniente, pues teníóa una educacioó n excelente gracias a las monjas,
pero para obtener tal puesto alguien tendríóa que recomendarla, y las uó nicas personas que conocíóa
en toda Ameó rica eran Matt y Zeke. Y no creíóa que una recomendacioó n de cualquiera de los dos, la
ayudara a obtener un empleo.
De todos modos, algo habríóa que pudiera hacer. Hablaríóa con Matt acerca de eso.
Amanda tuvo la oportunidad a la manñ ana siguiente. En lugar de tomar una taza de
chocolate y mordisquear un cruasaó n en la cama, como Lalanni parecíóa esperar que hiciera, se
levantoó temprano con la intencioó n de encontrarse con Matt en el desayuno. Apenas lo consiguioó .
EÉ l estaba terminando una taza de cafeó cuando entroó en el cuarto. Por el aspecto de los platos,
habíóa comido jamoó n y huevos, servidos con panes de maíóz. Amanda miro a su plato vacíóo con
aversioó n, su estoó mago agitaó ndose en rebeldíóa en la idea de comer tanto tan temprano por la
manñ ana. Ya que el sol apenas habíóa salido.
Matt alzo las cejas sorprendido al entrar ella en el cuarto, sus ojos inspeccionaó ndola.
Amanda se habíóa vestido precipitadamente, por lo que no se sintioó muy coó moda bajo ese insolente
escrutinio. No sabia que su vestido de manñ ana con su falda vaporosa y la cintura apretada de
cambray de color melocotoó n paó lido hacíóan que su piel resplandeciera como una perla, o que la
simplicidad del peinado de su pelo hacia atraó s la hacia parecer joven e inocente y todo eso
golpeaba duramente la conciencia de Matt. Y esa fue la razoó n que hizo que sus labios se curvaran
en una mueca sardoó nica.
-Eres la personificacioó n de un aó ngel la saludo; termino su taza y se levantoó .- ¿Maó s bien
desperdiciado, dadas las circunstancias, no es eso?
Amanda sintioó que el color de mejillas aumentaba con la burla de su tono, pero estaba
decidida a hablar de lo que habíóa venido a decir y no permitiríóa que la distrajera de su primera
intencioó n. Se planto al final de la mesa, sujetaó ndose fuertemente al respaldo de una de las
hermosas sillas de palo rosa.
-Quiero hablar contigo Matt.
-¿Si ? Estaba seguro de que toda esta exquisitez tan temprano en la manñ ana estaba
preparada para deslumbrar a mi impresionable hermano pequenñ o . Me siento honrado que hayas
echo todo ese esfuerzo por míó.
-¿Me puedes escuchar, por favor? Pidioó ferozmente.
Sus cejas se levantaron de nuevo, y la sometioó a otra de sus inquietantes miradas. Amanda
se mordioó los labios. No dejaríóa que esta conversacioó n se convirtiera en una discusioó n antes de que

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le hubiera dicho lo tenia que decirle. Por ello su tono fue maó s suave cuando continuoó .- No puedo
quedarme aquíó, Matt.
-No entiendo porque. La miro, suspirando deó bilmente, y cogioó de nuevo su silla de debajo
de la mesa para sentarse. -Si vamos a discutir este tema, y veo que lo vamos a hacer preferiríóa
hacerlo sentado. Y no puedo hacer eso a menos que tu lo hagas, ya sabes.
Amanda impaciente por esa tonteríóa se sentoó . Y tambieó n lo hizo Matt.
-¿Por queó no puedes quedarte aquíó? Presumo que quieres decir en esta casa y no en Nueva
Orleans en general.
-Síó. Ahora que habíóa llegado el momento, Amanda no sabia muy bien coó mo expresar lo que
pasaba por su mente.- Esto. . . No es correcto, Matt.
-¿Oh?
EÉ l parecíóa tan indiferente que Amanda tuvo resistir el deseo a lanzarle algo. Por supuesto
que las buenas maneras no teníóan importancia para eó l, era un hombre. Los hombres estaban
exentos de la condenacioó n social.
-Todo el mundo piensa que soy tu. . . amante. Piensan que soy una mujer caíóda.
Matt se recostoó en la silla, metiendo una mano dentro del bolsillo de sus pantalones gris
paó lidos mientras la miraba.
-Con la pequenñ a excepcioó n de que ambos sabemos que no es asíó al menos, ya no maó s
–¿Quieó n es todo el mundo?
Amanda se encogioó de hombros. Su indiferencia le molestaba.- Los sirvientes. . . Lalanni
-¿Lalanni se ha atrevido a decirte eso? EÉ l se veíóa disgustado. Amanda se retrajo
precipitadamente, no queriendo causar ninguó n problema a la joven. Lalanni solamente habíóa
estado contestando, a reganñ adientes, sus preguntas.
-No. No, claro que no. Pero puedo asegurarlo
-Si los sirvientes no han sido respetuosos contigo, hablareó con ellos. Eso deberíóa arreglar el
asunto.
-Matt, no es solo eso. Amanda estaba indignada por su negativa a reconocer su punto de
vista.- No puedo continuar viviendo contigo, y tuó no puedes seguir mantenieó ndome. Sabes que no
puedes.
-¿Por queó no? Estoy en buena posicioó n econoó mica y aunque tus ropas me costaron una
pequenñ a fortuna, tu no comes nada.
-¿Quieres ser serio? Amanda le miro, exasperada. EÉ l quitaba importancia a sus dificultades.-
Tu sabes lo que quiero decir.

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EÉ l fruncioó el cenñ o deó bilmente, cogiendo un cuchillo de la mesa y jugueteando con el. -Síó,
creo que lo se. Te molesta que las personas piensen que somos amantes. Puedo comprender eso,
pero no puedo entender que es lo que esperas que yo haga al respecto. A menos que esteó s
sugiriendo que te eche a la calle.
-Si me ayudaras a encontrar empleo, podríóa independizarme de ti. Ella le miroó con
esperanza. EÉ l le devolvioó la mirada con expresioó n pensativa.
-¿Y que tipo de trabajo se supone que podríóas hacer?
-Podríóa ser institutriz.
EÉ l bufoó con sarcasmo. -¿A tu edad, y con tu belleza? El padre de los pequenñ os a tu cargo en
cuanto te viera seríóa incapaz de pensar en otra cosa que no fuera meterse debajo de tus faldas, y su
esposa – si es que te llega a contratar, cosa que dudo – te despediríóa sin dudar tan pronto como
percibiese el brillo en los ojos de su marido.
Las mejillas de Amanda ardieron, y sus ojos brillaron con indignacioó n. -No hay necesidad de
ser obsceno.
Su labio se curvo . -¿No es la pura verdad Amanda?, como puedes ver esta discusioó n es
ridíócula. Empujoó hacia atraó s su silla y se puso en pie.- Debo ir a los muelles. Zeke ya debe estar allíó
y se preguntaraó que ha sido de míó.
Amanda se puso de pie, tambieó n, acercaó ndose a eó l, intentando cogerlo del brazo. Pudo
sentir la dureza de sus muó sculos a traveó s del abrigo de azul oscuro.
-Debe haber algo que pueda hacer.
Sus labios se apretaron, y sus ojos destellaron con diversioó n cuando miroó hacia su mano
que sujetaba firmemente su abrigo y luego a su rostro.
-¿Estas absolutamente estaó decidida a ganarte la vida?
-Síó.
EÉ l sonrioó .- Creo que tengo el trabajo perfecto para ti. Aunque estas un poco escasa de
experiencia, te sobra talento.
Habíóa algo en esa sonrisa que le desagradoó .
-¿Cual es? Sus palabras eran cautelosas, y su expresioó n todavíóa mas. Su sonrisa se ensancho,
y la copio por la barbilla.
-Podríóas ser mi amante de nuevo, Amanda. Hasta ahora no te ha resultado lucrativo, que yo
sepa, pero estaríóa encantado de remediar eso en el futuro.
Aparto con fuerza la barbilla de su mano, y clavo sus ojos violetas como dagas en eó l.

190
-Como te atreves, susurro. EÉ l se rioó , la toco de nuevo en la barbilla , y se encamino hacia la
puerta. Amanda se quedo mirando encolerizada su espalda. En la puerta, mirando hacia atraó s por
encima del hombro le dijo:
-Piensa en ello y con otra de esas sonrisas burlonas, salioó del cuarto.
Amanda pensoó en ello durante todo el díóa. Matt podíóa haber estado bromeando, claro estaó ,
pero sentíóa que, bajo esa diversioó n burlona, eó l lo habíóa dicho en serio. Sabia que el la deseaba, y
tambieó n sabia si queríóa ser honesta consigo misma, que no le desagradaríóa ser su amante. Al
menos, por el lado fíósico. Le amaba, y si debíóa decir la verdad, primero se habíóa sentido picada, y
luego molesta, las pasadas semanas, cuaó ndo eó l no habíóa hecho ninguó n intento de visitar su cama.
Aunque le producíóa verguü enza, esa era la forma en que se sentíóa. Lo que empeoraba y hacia que
apartara la idea de ser la amante de Matt, era la certeza de que eó l no la amaba. Oh, la deseaba;
Habíóa dejado eso claro. Pero no la amaba, aun no confiaba en ella, y si accedíóa a ser su amante,
solo duraríóa hasta que eó l encontrara a otra con que divertirse. Amanda no se enganñ aba a síó misma
sabiendo que solo estaríóa allíó para eso.
Con una sonrisa sardoó nica, Amanda consideroó lo que las monjas, Susan y todos los demaó s
de su cíórculo social pensaríóan si supiesen que estaba considerando aceptar ser la amante de un
hombre. Antes de haber estado enamorada de Matt, se habríóa escandalizado y se habríóa sentido
abrumada de solo pensarlo. Era de conocimiento general para todo su circulo que soó lo un cierto
tipo de mujer recibíóa tales ofertas y, mucho menos las aceptaba. Ciertamente nunca se habríóa
imaginado que ella, Lady Amanda Rose Culver, hija de un duque, alguna vez recibiríóa tal
proposicioó n. O que ni por un instante consideraríóa vivir con un hombre fuera de los víónculos
matrimoniales sagrados.
Pero le amaba, y ahíó estaba el problema. Simplemente el pensar en esa cara seria, bien
parecida, de ojos plateados y boca cincelada, le enviaba un estremecimiento de placer a trabes de
su columna vertebral. Lo amaba todo en el, desde la textura de su mandíóbula cuando iba sin
afeitar hasta la percepcioó n de su pelo negro brillante bajo sus dedos. Con Matt, no importa lo
enojado que pudiera estar, ella siempre se sentíóa segura y, protegida. La hacia sentir como si
estuviera de nuevo en su casa.
Obviamente eó l no sentíóa lo mismo por ella. Su madre le habíóa hecho desconfiar de todas las
mujeres, y ella no habíóa podido eliminar la actitud de toda una vida. EÉ l la deseaba, y se hubiera
podido enamorar de ella. Pero decidioó que le habíóa traicionado, aunque las pruebas fueran
insignificantes. Pensando en eso, Amanda se pregunto si el no se habíóa aferrado a la supuesta
traicioó n como una excusa. Se habíóa encarinñ ado demasiado con ella, y se habíóa asustado. Lo que
sucedioó aquella manñ ana en la playa fue un escudo que eó l uso para protegerse contra sentir
emociones vulnerables hacia una mujer de nuevo.
Lo que queríóa, Amanda pensoó con una mueca de disgusto, era que la amara y le pidiera que
se casara con eó l. No habríóa en el mundo felicidad mayor para ella. No tenia importancia que, como

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hijo ilegíótimo de una prostituta, estuviera por debajo de ella en la jerarquíóa social, que en teoríóa
una alianza entre ellos era ridíócula. No teníóa importancia que fuera un asesino convicto que
ciertamente perderíóa la vida si alguna vez pisaba Inglaterra. Lo uó nico que importaba era que le
amaba. Asíó de simple.
EÉ l nunca le pediríóa que se casara con eó l. El conocimiento de eso la amargaba pero nunca
servia de nada ocultarse a uno mismo la verdad. Podríóa ser su amante, de hecho, asíó como tambieó n
de nombre, o le podíóa dejar. Esas eran sus opciones, y ambas eran dolorosas.
Al atardecer, Amanda todavíóa estaba pensando en ello. Habíóa regresado junto con Lalanni,
de comprar verduras frescas en el comercio de la esquina, para la cena, en Nueva Orleaó ns, en julio
hacia un calor sofocante, tan huó medo que rizaba mechones de su pelo que se le soltaban del
simple nudo en que los habíóa sujetado, perlando su frente de sudor que hacia brillar sus sienes. Se
habíóa cambiado a un vestido de muselina sin mangas, escotado y blanco con soó lo una cinta de raso
de color lavanda de adorno. Bajo el cual solo llevaba puesta su enagua. Hacia demasiado calor para
llevar las dos enaguas adicionales que las convenciones sociales requeríóan. En un esfuerzo para
refrescarse, sorbíóa un vaso grande de teó helado y estaba sentada sobre una tumbona enfrente de
las puertaventanas abiertas que daban al huerto tapiado. Un libro abierto, yacíóa olvidado en su
regazo. Era maó s interesada en observar las travesuras de un par de colibríóes mientras se movíóan
raó pidamente entre las flores de brillantes colores.
Habíóa recostado su cabeza contra de la tapiceríóa suave de la silla, disfrutando del perfume
exuberante de las flores y sonriendo deó bilmente al ver el vuelo de las aves, cuaó ndo Lalanni golpeoó
ligeramente en la puerta. Amanda miroó alrededor, asombraba. Mirando raramente estremecida
hacia el saloncito de atraó s en este momento.
-Tiene una visita, senñ ora dijo Lalanni despueó s de abrir la puerta en respuesta al
asentimiento de Amanda.
-¿Quieó n es? Amanda se enderezo, sacando sus piernas por un lado de la tumbona y
frunciendo el cenñ o ligeramente. Nunca teníóa visitas. Puesto que las damas de Nueva Orleaó ns
difíócilmente la visitaban, dadas sus circunstancias, tenia que ser algo referente a negocios.- ¿La
visita preguntoó por míó, Lalanni? ¿O por el capitaó n Grayson?
-Síó, senñ ora preguntoó por usted. Es un caballero. No me ha dado su nombre, pero por su
apariencia es un caballero muy elegante.
-Hazlo pasar, Lalanni ordeno Amanda amablemente, arreglaó ndose distraíódamente su pelo,
mientras se levantaba. No podíóa imaginar a un caballero visitaó ndola. Probablemente, Lalanni
estaba equivocada.
-Buenas tardes, Amanda. A oíór las vocales recortadas en un inconfundibles acento ingleó s
aristocraó tico Amanda alzo los ojos raó pidamente al rostro del hombre. Palidecioó de tal forma que
Lalanni la miro con rostro preocupado. Amanda la envioó fuera, luego se recuperoó lo suficiente
como para decir,- Gracias, Lalanni. Eso es todo. Pero queó date cerca por si te necesito, por favor.

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-Síó, madam. Despueó s que la criada hiciera una reverencia y dejase el cuarto Amanda ya
habíóa recobrado su serenidad. Todavíóa estaba conmocionada, pero estaba determinada a no
demostrarlo ¿De todas formas, ahora queó le podíóa hacer eó l?
-¿Por queó estas aquíó, Edward? No hizo ninguó n esfuerzo para ocultar la hostilidad en su voz.
Su hermanastro sonrioó ligeramente, sus fríóos ojos brillando divertidos mientras la miraba.
-Este no es un saludo fraternal, Amanda, especialmente considerando el problema en el
que me has metido.
-Ya debes saber que no albergo ninguó n sentimiento fraternal hacia ti, no mas del que tu
sientes hacia mi. Repito, ¿porqueó estas aquíó?
-Por queó , he venido a llevarte de regreso a casa, por supuesto. ¿Creíóste que podríóas echar a
perder mis planes tan faó cilmente?
EÉ l le sonreíóa con ojos maleó volos. Amanda casi se estremecioó de miedo antes recordar que ya
no teníóa que temerle nunca maó s. Ya no estaba sujeta a la autoridad de Edward. Estaban en
Ameó rica, no en Inglaterra. Y allíó estaba Matt.
-Debes saber que no regresareó contigo. Si es por eso es que viniste, entonces has
desaprovecho el viaje.
-Oh, no lo creo EÉ l se acercoó hacia ella, y ella dio un instintivo paso hacia atraó s. Su sonrisa se
amplioó .
-¿Coó mo me encontraste? Le preguntoó maó s por ganar tiempo que por curiosidad real. Sin
Matt para protegerla, no habíóa nadie que pudiera detener Edward de obligarla a ir con el. Dudaba
que los sirvientes vinieran en su ayuda.
-Fue faó cil. Tenia a Jamison vigilaó ndote, ya sabes, desde que tuvimos nuestro pequenñ o. . .
desacuerdo. Tuve miedo de que hicieras alguna locura, como escaparte. Imagíónate mi sorpresa
cuaó ndo Jamison oyoó a ti y a un hombre en tu dormitorio, eso no esta bien, Amanda, especialmente
en un convento. Un hombre al que tuó llamabas Matt. Con la descripcioó n que Jamison me dio
despueó s de ver a tu companñ ero salir de tu habitacioó n realmente enojado, a propoó sito, Jamison dijo
que debíóas carecer de artes femeninas, Amanda llegue a la horrible conclusioó n de que auxiliabas,
ocultabas y tambieó n metíóas en tu cama al asesino buscado por toda Inglaterra. A la siguiente
manñ ana, fue faó cil avisar al alguacil, luego espere hasta que fuiste a advertirle. Envieó a los soldados
tras de ti, Amanda. Tu pequenñ o embuste fue faó cil de descubrir. Y despueó s de que Grayson estuviera
supuestamente muerto, todavíóa dejeó a Jamison vigilaó ndote. No me quedeó muy convencido de que
estuviera realmente muerto, para que veas. Los soldados no son tiradores particularmente buenos.
EÉ l podríóa haber intentado contactar contigo o tuó habríóas podido intentar escaparte. No queríóa
correr ninguó n riesgo. Jamison te siguioó la noche en que saliste corriendo por el borde del
acantilado y vio todo lo que ocurrido. Fue incluso capaz para obtener el nombre del barco de tus
secuestradores. Estaba pintado en el bote en el que desembarcaron, muy descuidados de su parte,

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pero supongo que no esperaban que nadie los viera. Con esa informacioó n fue soó lo cuestioó n de
tiempo el ir a comprobar a la oficina de registros de barcos, y allíó encontreó , no sin gran sorpresa
que pertenecíóa a un tal Matthew Grayson de Nueva Orleaó ns. Y aquíó me tienes
-No ireó contigo, Edward. La voz de Amanda era firme, y sus ojos eran tranquilos y seguros
cuando encontraron los suyos. En su interior, no estaba tan tranquila. Edward, como sabia por
experiencia, no tendríóa ninguó n inconveniente en utilizar la fuerza con ella. De hecho, lo disfrutaríóa:
A eó l le gustaba causar dolor.
-Oh, ya lo creo que lo haraó s.
-No puedes llevarme gritando por las calles de Nueva Orleaó ns. Y puedes estar seguro de
que gritare.
-Si que podríóa si fuera necesario. Despueó s de todo, soy tu tutor legal, Amanda. Pero no creo
que sea necesario una vez que pienses bien en el asunto. Porque hay un aspecto en el que no has
pensado.
Amanda permanecíóa en silencio, desafiante mientras sus pensamientos se agitaban. ¿Queó
queríóa decir?
-No has pensado en tu amante. Si no vienes conmigo voluntariamente, ireó al coó nsul
britaó nico y le direó que un asesino fugado esta aquíó en Nueva Orleaó ns, viviendo con mi hermana, a
quieó n ha secuestrado. Tuó , por supuesto, me seraó s inmediatamente devuelta y tu amante entregado
a las autoridades para su extradicioó n. ¿Has oíódo hablar a cerca de la extradicioó n, Amanda? Al
continuar ella miraó ndolo fríóamente, el se lo explico con amoroso detalle.
- Por queó estaó s haciendo esto, Edward? Lord Robert seguramente no puede querer casarse
conmigo ahora. Luchaba para no dejar traslucir el tono desesperado en su voz. Pero Edward habíóa
ganado, y ambos lo sabíóan: ella no seríóa la causa de la muerte de Matt.
-Tienes razoó n, el no quiere. Pero estaó dispuesto a pagar un buen precio por tenerte como
amante, para lo cual ahora síó eres adecuada. Deberíóas haberlo pensado, antes de haberte dejado
caer en puó blica deshonra, Amanda. Ninguó n caballero se casara contigo ahora. Acabaraó s como una
puta, igual que tu madre, pero sin un marido que te haga respetable. EÉ l sonrioó , disfrutando del
hecho. -He tenido que vender la Mansioó n Brook – por tu culpa, perra – pero todavíóa necesito el
dinero. Y tu necesitas una leccioó n.
Amanda clavoó los ojos en eó l, con el miedo, la coó lera y la desesperacioó n escrita en su rostro.
La sonrisa de Edward se amplioó cuando lo observo.- ¿Entonces, vendraó s conmigo? Exigioó
suavemente. Amanda tragoó , sabiendo que solo habíóa una respuesta que pudiera dar, pero incapaz
de pronunciar las palabras. Tenia que ir con eó l, por supuesto. Abrioó su boca para decíórselo.
Entonces, para su alivio y suó bita desilusioó n, hubo un movimiento en el portal. Matt estaba allíó, con
los brazos cruzados sobre su pecho, sus anchos hombros apoyaó ndose negligentemente contra el
marco de la puerta mientras examinaba la escena delante de eó l. Vestido con los mismos pantalones

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grises paó lidos y el abrigo azul oscuro que llevaba durante el desayuno, su camisa blanca y su
corbata elegantemente atada hacíóan que su rostro pareciera aun maó s oscuro en contraste, se veíóa
muy grande y muy peligroso. Edward le miroó y dio un paso hacia atraó s. Amanda tuvo que aguantar
el deseo de correr a su lado. Su presencia no la ayudaríóa, por supuesto; maó s que nada, solo
complicaríóa las cosas, porque dudaba que Matt estuviera de acuerdo en dejarla marchar,
especialmente con Edward. Y si no se iba con Edward, no teníóa ninguna duda de que su
hermanastro cumpliríóa con su amenaza. Pero una sola mirada hacia Matt la hizo sentir
infinitamente mejor.
-¿Tu hermanastro, me imagino? Matt preguntoó a Amanda suavemente. La luz del sol
destellaba sobre su pelo negro cuando volvioó la cabeza en su direccioó n. Amanda asintioó , con
movimientos ríógidos. Matt se giroó mirando hacia Edward de una forma que envioó escalofríóos a su
columna vertebral; la sonrisa que curvaba esos labios era maligna.

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Capíótulo veintidoó s

-Es un inesperado placer. La voz de Matt era tan suave que parecíóa casi un ronroneo.
Amanda le miro con ojos asustados. Nunca habíóa oíódo ese tono de mortíófera amenaza en la voz de
Matt, y la asustaba. El de ninguó n modo, podíóa permitirse el causarle danñ o a Edward. Si lo hacia,
entonces Edward seguramente informaríóa las autoridades, volviera o no Amanda a Inglaterra con
eó l.
Tragando con fuerza cruzoó el cuarto para intentar cogerlo del brazo.- Por favor, Matt, te
metas en problemas murmuroó . EÉ l apenas la miro; toda su atencioó n estaba enfocada en Edward,
quien lo estaba tambieó n mirando fijamente.
-Tu debes ser el asesino. Edward, evidentemente recordaba la sentencia que pendíóa sobre
Matt y recobraba su aplomo. Habíóa una burla apenas disfrazada en su voz. Amanda sintioó que los
muó sculos de Matt se tensaban bajo sus manos, y le apretoó con maó s fuerza del brazo.
-Síó. Matt todavíóa sonreíóa, pero era la sonrisa maó s feroz que Amanda habíóa visto en toda su
vida. Lanzo una mirada de advertencia hacia Edward, quien parecioó ignorar el peligro. Con abrigo
verde botella y unos pantalones amarillo paó lido que destacaban su figura alta y delgada que le
daba ventaja, Edward parecíóa el epíótome del noble ingleó s elegante.
-Estabas hablando con tu hermana cuando entreó , creo. ¿Te importaríóa repetirme las
palabras?
Matt iba a matarlo. Amanda podíóa leer su intencioó n en sus ojos, en su voz, en su postura,
que le recordaba a un tigre listo para saltar. Y por mucho que a ella le gustaríóa que Edward
obtuviera su merecioó , no podíóa permitir a Matt que lo hiciera. Por su propio bien.
-Edward me estaba diciendo que ha venido para llevarme de regreso a casa dijo
raó pidamente, antes de que Edward pudiera contestar provocativamente. -Yo. . . creo que seria lo
mas conveniente, Matt.
EÉ l la miroó , con ojos suaves durante un momento. Amanda se quedo deslumbrada al mirar
ese amable rostro oscuro. Hacíóa mucho tiempo que eó l no la miraba de esa forma.
-No temas, Amanda. Oíó lo que tu medio hermano te estaba diciendo casi cada palabra,
supongo. Y tu no vas a ir con el.
-Si tu crees eso, debes haberte perdido un punto muy importante Grayson Edward dijo, con
su insolemente y delgado rostro.-Ireó a las autoridades y les direó donde te pueden encontrar si
Amanda no hace lo que yo le he ordenado.
Matt sonrioó con una sonrisa feroz de nuevo.- No, si que lo oíó. Y quise decir lo que dije:
Amanda no va a ninguó n sitio.

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-Matt, eó l lo haraó Amanda dijo urgentemente. Sus unñ as clavadas en su brazo con la fuerza por
su agitacioó n.
-No tengo ninguna duda de que eó l lo haraó . Matt la miro con esa misma expresioó n suave en
sus ojos.- Pero realmente no importa. Esta manñ ana recibíó un mensaje interesante. El senñ or Horn, el
hombre que envieó a Inglaterra, encontroó a la testigo que necesitaba. Y ha sido persuadida para que
cuente su historia a las autoridades. Los cargos contra mi, seraó n por supuesto, retirados.
-Oh, Matt, eso es maravilloso.
Matt le sonrioó , luego su atencioó n regresoó a Edward. -Le debes a tu hermana una disculpa.
Habíóa un duro tono en su voz, pero Amanda ya no se preocupoó maó s. Matt realmente no mataríóa a
Edward, y Edward merecíóa una paliza.
-¿Disculparme, con Amanda? Edward, daó ndose cuenta de que su amenaza a Matt, y a traveó s
de eó l a Amanda, estaba ahora sustancialmente debilitada, comenzoó a fanfarronear.- ¿Por queó ?
-Por amenazarla. La voz de Matt era suave. -Y por llamarla una puta. Y tambieó n por todos
los otros insultos.
-¿Tambien oíóste eso? Amanda no podíóa creer en su suerte. Si Matt habíóa oíódo los insultos de
Edward, entonces tambieó n habíóa oíódo a Edward alardeando de ser responsable de enviar a los
soldados a la playa esa manñ ana. Entonces eso queríóa decir que Matt ya sabíóa que no le habíóa
traicionado. . .
-Lo oíó. Matt micro a Edward.- ¿Y bien, Culver?
-¿Y si prefiero no disculparme?
-Creo que eres demasiado inteligente para hacer eso. Cada palabra que Matt pronunciaba
era perfectamente civilizada, pero Amanda podíóa ver que Edward habíóa empezado a sudar. El
sudor prelava su frente alta, paó lida y humedecíóa los bordes de su pelo.
-Muy bien. Edward se rindioó con gracia escasa.- Amanda, me disculpo. Ahora, si me excusas.
..
Efectuoó unos pasos tentativos hacia la puerta, luego se detuvo cuando se hizo evidente que
Matt no tenia intencioó n de dejarlo salir asíó.
-Solo hay una cosa mas. La voz de Matt era todavíóa suave, pero el brillo de sus ojos era
mortíófero cuando se enderezoó balanceaó ndose sobre sus pies.- Amanda, deó janos solos, por favor.
Ella le miro, con los ojos muy abiertos. -¿Por queó ?
-Porque te lo pido yo. Ahora, vete.
Amanda se mordioó los labios. No queríóa dejar solos a los dos hombres, pero no queríóa
discutir con Matt delante de Edward. Esos ojos plateados le lanzaron una mirada de advertencia. A

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reganñ adientes se fue. Pero demasiado lejos, se quedoó detraó s de la puerta donde podíóa oíór todo lo
que ocurríóa en el saloncito.
Hubo un breve silencio, como si Matt estuviera esperando para que no pudiera oíórlos.
-¿Queó quieres? Edward , sonaba inquieto.
-Como dije, tenemos una cosa maó s que discutir: la dolorosa magulladura que le infligiste no
hace mucho tiempo a tu hermana en la mejilla.
-Yo nunca…
-Oh, síó, lo hiciste. Lo vi. Y tengo la intencioó n de devolveó rtelo con intereses.
Hubo un pequenñ o remolino de movimiento, un grito, y luego el sonido repugnante de un
punñ o aplastando pesadamente la carne. Amanda entroó corriendo en el cuarto a tiempo de ver a
Matt golpear contundentemente el abdomen de Edward. Edward se dobloó sobre si mismo,
quedaó ndose sin aliento. Matt lo copio por el cuello, para alzarlo y repetir la accioó n de nuevo.
Edward gemíóa, su rostro paó lido, enrojecido por el primer golpe de Matt. Matt sonreíóa
abiertamente, con un destello salvaje de sus dientes blancos en su cara oscura. Luego estrello de
nuevo su punñ o contra Edward.
-Matt, no. No lo golpees maó s. A pesar de sus sentimientos hacia Edward, Amanda sentíóa
aversioó n por la violencia, y el ver la sangre goteando por la nariz de Edward hacia el suelo hizo que
se sintiera enferma. Matt la miroó , luchando consigo mismo, pero cuando vio su paó lido rostro, hizo
un sonido de repulsa y soltoó el cuello de Edward. Edward cayo sobre el suelo, sus rodillas curvadas
sobre su pecho mientras recobraba el aliento y gemíóa.
-Crei que te habíóa dicho que te fueras. La voz de Matt sonaba enojada.
-Lo hice, pero. . . ¿Oh Dios míóo, le has matado? Dijo esto uó ltimo mientras Edward gemíóa
ruidosamente y trataba sin eó xito de levantar su cara ensangrentada del suelo. Habíóa tanta sangre
que era casi irreconocible.
-No, no le he matado.
EÉ l miroó hacia arriba, y vio el pequenñ o ejeó rcito de sirvientes que se habíóan congregado en la
puerta detraó s de ella, y fruncíóan el cenñ o.
- George, Malcolm, - dijo al mayordomo y jardinero- sacad a este hombre de aquíó y llevaó oslo
a su hotel.
-Síó, senñ or. Los dos respondieron al uníósono, y se adelantaron para coger a Edward bajo sus
brazos y alzarlo.
-En cuanto a ti dijo Matt a Edward, con un filo mortíófero en su voz, -si vuelvo en toda la vida
a verte de nuevo, o si Amanda lo hace, terminareó este trabajo. ¿Entiendes?

198
Edward logroó inclinar la cabeza. Matt les hizo un gesto a sus hombres, que transportaron
hacia afuera a Edward que gemíóa deó bilmente.
-El resto de ustedes, vuelvan al trabajo. Lalanni, traó igame una botella de brandy y dos copas.
Los sirvientes se dispersaron raó pidamente. Lalanni trajo el brandy y las copas, y abandono
el cuarto.
-Bebe esto. Matt derramoó un buen chorro de brandy en un vaso y se lo ofrecioó a Amanda.
Ya la habíóa hecho sentar en la tumbona. Luego se sentoó a su lado, miraó ndola con una expresioó n
pensativa en su cara oscura, parecíóa estar muy lejos.
-No me gusta el brandy.
-Bebe. Dejo a la fuerza el vaso en su mano y observo como se lo bebíóa. Recogioó su vaso
vacíóo, y lo dejo en una mesa cercana, vertioó una buena racioó n de brandy para si mismo, y se lo
bebioó de un trago. Con el vaso de nuevo lleno se volvioó hacia ella.
-¿Te sientes mejor?
-Síó. Le sonrioó . EÉ l no le devolvioó la sonrisa. Sus ojos se veíóan pensativos mientras miraba
hacia fuera por la ventana al huerto.
-Matt. . .
-Amanda dijo eó l al mismo tiempo, e hizo una pausa, frunciendo el cenñ o miraó ndola. No podíóa
saber lo bella se veíóa, con sus cascada de pelo confinado en un nudo elegantemente simple en lo
alto de su cabeza y rizos sueltos enmarcando su pequenñ o rostro como su fuera una nube de seda
color rubíó. Estaba muy paó lida por la impresioó n, y sus ojos eran enormes y puó rpuras bajo sus
pestanñ as negras y gruesas mientras lo miraba. Su boca era suave e inocente, del color de las rosas
del jardíón y mucho maó s encantadora. Su piel estaba cubierta de sudor, que la hacia resplandecer
como si fuera una fina perla. El escote de su vestido era muy bajo, y le permitíóa, por su posicioó n
ventajosa por encima de ella, ver el valle oscuro entre los montíóculos de sus pechos. El vestido
blanco sin adornos que llevaba, la hacia parecer muy joven y muy bonita. La magnitud de lo que le
habíóa hecho, golpeo a Matt de repente, y se sobresaltoó .
-¿Estaó s muy lastimado?
EÉ l negoó con la cabeza, serio. Parecíóa querer decir algo, pero no lograba hacer salir las
palabras de su boca.
-¿Edward te golpeoó ? Ella le miraba ansiosamente. EÉ l teníóa una apariencia tan extranñ a en su
cara.
-Para nada. Con lado de su boca torcida sarcaó sticamente dijo:- crecíó en los callejones de del
puerto de Nueva Orleaó ns uno de los puertos mas duros del mundo. Tu presumido hermano ni
siquiera pudo tocarme.

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-Tu mano esta sangrando, Amanda dijo repentinamente, observando la mano que llevaba el
vaso de brandy a sus labios. EÉ l tragoó el líóquido raó pidamente, como si lo necesitara.
-¿Esto? Sonoó despreocupado mientras sus ojos miraban indiferentes la mancha de sangre
en sus nudillos. Depositando el vaso en una mesa cercana, extrajo un panñ uelo de su bolsillo y lo
envolvioó alrededor del corte. -He debido de haber golpeado sus dientes.
Amanda le miro con perplejidad. Estaba raro, sonaba extranñ o, como si tuviera un deber
desagradable que realizar y necesitara tomar valor para llevarlo a cabo. Matt no habloó hasta
despueó s de unos minutos, permanecioó al lado de su silla con la mano vendada descansando sobre
la tapiceríóa verde cerca de su cabeza mirando de nuevo fijamente hacia el huerto.
-Hice que tu hermano te pediera perdoó n dijo finalmente, mirando hacia ella con una
expresioó n sardoó nica en sus labios. -Pero yo te debo una disculpa mayor que eó l. Lo siento, Amanda.
Deberíóa ser fusilado a la salida del sol por lo que te he hecho
Ella lo miro a los ojos con una deó bil sonrisa en los de ella. Se veíóa tan guapo, con su pelo
negro despeinado como resultado de su encuentro con Edward y sus ojos plateados casi del color
del humo. Su boca estaba cerrada en una líónea tensa, apretada, como si temiera que ella rechazase
su disculpa. Disculparse era algo nuevo para eó l, Amanda pensoó .
-Nunca te traicioneó dijo, miraó ndole firmemente. Quiso asegurarse de que eso quedara bien
claro.
-Lo se. . . Ahora. EÉ l apartoó la vista, manchas de color aparecieron en su altos poó mulos.- Me
ha comportado como un sinverguü enza. Tu me lo dijiste y Zeke tambieó n. Casi le golpee en la nariz
por eso, me faltoó un tanto asíó. Penseó que estaba deslumbrado contigo, eres muy bonita Amanda
agregoó con una sonrisa sardoó nica, mirar ando hacia abajo brevemente antes de apartar la mirada
otra vez. -Pero yo estaba ciego. No CREI que fuera posible que nadie fuera tan preciosa, simpaó tica e
inocente como tuó parecíóas. Estaba equivocado. Y lo siento.
-Lo se, Matt. Ella habloó con voz baja; con un repentino nudo en su garganta.
-Siempre supe que eras un aó ngel dijo eó l con una risa estrangulada. Amanda le sonrioó y tocoó
la mano herida que descansaba al lado de su cabeza. EÉ l atrapoó su mano y la acerco a su boca,
dejando un beso en sus dedos delgados. -Dime que me perdonas masculloó contra sus dedos, las
palabras sonaron casi como una orden. Estaba recobrando su arrogancia habitual, Amanda, notaba
su sonrisa y el aflojamiento de su postura tensa.
-Eres un cochino cerdo arrogante ella comenzoó gravemente, luego sonrioó cuando sus ojos se
estrecharon.- Pero te perdono.
Amanda aparto a un lado sus piernas y palmeoó el fin de la tumbona en una invitacioó n
silenciosa. Matt paso alrededor de la silla y se sentoó , depositando sus pies confortablemente en su
regazo.- No te merezco, Amanda dijo, su tono lleno de remordimiento cuando soltoó su mano.

200
-No no lo haces estuvo de acuerdo con una sonrisa. EÉ l le devolvioó la mirada con ojos
sonrientes.
-No tienes por que estar de acuerdo conmigo se quejoó .
-Soy una atroz mentirosa Amanda puntualizoó tíómidamente, y eó l se rioó .
-Deó jame resarcirte, Amanda dijo, atrapando su mano y cocieó ndola fuertemente. -Caó sate
conmigo.
Los ojos de Amanda se agrandaron como platos mientras escudrinñ aba su rostro. EÉ l le
sonreíóa, pero sus ojos estaban serios. Se veíóa tan bien parecido, tan amado, que atrapaba
totalmente su corazoó n. Lo que mas habíóa deseado en este mundo, finalmente habíóa ocurrido: eó l le
estaba pidiendo que fuera su esposa. Y ella queríóa serlo. Queríóa amarle y hacer que la amara por el
resto de sus vidas. Pero un diminuto cenñ o fruncioó su frente. EÉ l no le habíóa hablado de amor, quizaó
tenia verguü enza. Al pensar en Matt estando avergonzado el cenñ o fruncido desaparecioó y sonrioó
deliciosamente. Ella le alentaríóa. . .
-Me miras como un gato hambriento mira a un canario. Su sonrisa se amplioó . -¿No me
respondes, Amanda?
La ternura de su voz fue casi su perdicioó n. Luchoó en contra el deseo de pasarle los brazos
alrededor de su cuello y aceptarlo. Pero habíóa algo que queríóa oíór primero.
-¿Por queó , Matt? Le observoó a traveó s de sus pestanñ as.
-¿Por queó ?
-¿Por queó quieres casarte conmigo?
Sus labios se torcieron, y su corazoó n comenzoó a golpear con esperanza. Ahora se lo diríóa. . .
-Es lo míónimo puedo hacer, bajo las presentes condiciones y como un honorable caballero
que soy, y si tu lo quieres. Lo que tu hermano ha dicho – aunque me enfurecioó – es cierto. He
acabado con tu reputacioó n, y con ella tus oportunidades para llevar el tipo de vida que mereces.
No te la puedo devolver, pero puedo darte la proteccioó n de mi nombre. Y cuidare bien de ti
Amanda. Nunca desearas otra cosa que ser mi esposa.
Amanda se sintioó profundamente decepcionada. Se casaba con ella soó lo por acallar su
conciencia. Habíóa sabido casi desde el principio, que eó l era un caballero. ¿Por queó , ahora la
lastimaba tanto? Deberíóa haber sabido que esta seria la razoó n de su propuesta. Quizaó si no se
hubiese ilusionado esperando otra cosa, no se sentiríóa ahora, apunto de echarse a llorar y no
detenerse jamaó s.
-¿Y bien? Pregunto de nuevo, impaciente. Por la apariencia de su rostro, eó l no dudada en
absoluto de cual seria su respuesta. Y ella sabíóa que teníóa todo el derecho a pensar asíó. Dadas las
circunstancias, ella estaríóa loca de no apresurarse a aceptar esa oportunidad.

201
-No dijo, sacando las piernas de su regazo y ponieó ndose en pie. EÉ l se levanto tambieó n, con
contradictorias emociones cruzando por su rostro, y la copio por el brazo.
-¿Coó mo que, no? Parecíóa atoó nito.
-No, no me casareó contigo. Trato de soltar su brazo de su agarre, pero eó l rehusoó a soltarla,
sus dedos clavados fuertemente en su brazo.
-¿Demonios, porque no? Estaba afrentado y enojado. Amanda reflexionoó amargamente en
que debíóa causar verdadero sobresalto el ser rechazado despueó s de haber encontrado el valor para
hacer una propuesta de matrimonio, una que en realidad uno no queríóa hacer. El sentimiento de
alivio, sospechaba que le llegaríóa mas tarde.
-Porque, para serte sincera, no suena como una buena proposicioó n. Repentinamente sintioó
la necesidad de lastimarlo tanto como el lo habíóa hecho. No es que pudiera, desde luego. Su
ridíóculo amor por eó l le daba una ventaja desleal. Pero podíóa picarlo en su vanidad. Compuso una
leve sonrisa y dijo. -Eres muy atractivo, claro estaó , pero. . .casarnos. Cuando me case, tendraó que ser
con alguien de mi cíórculo social. Si no lo hago y me caso con alguien como tu, mi padre y todos mis
antepasados se revolveríóan en sus tumbas.
Su cara palidecioó . -Pero mira que eres esnob. . .
Amanda sonrioó burlonamente al verle sufrir. Aunque nada podríóa compensar el dolor de su
corazoó n.
-Lo siento, Mattdijo muy amablemente.- Pero considero que es mejor ser honesta. EÉ l clavoó
sus ojos en ella mientras amablemente se escurríóa del apretoó n en su brazo. Luego echo a andar y
salioó del cuarto.
-¿A doó nde crees que vas? Estaba detraó s de ella, y sonaba enfadado. Amanda sonrioó .
Esperaba que su orgullo danñ ado le atormentara tanto como su corazoó n herido lo hacia con ella. Le
lanzo una mirada sobre su hombro, asombrada de encontrarlo tan cerca.
-A mi cuarto. A hacer el equipaje. Me voy, Matt. Estaban en el vestíóbulo, y Amanda se dirigioó
hacia la bella escalera de caoba que ascendíóa en cíórculo hacia las habitaciones superiores de la
casa.
-Que arda en el infierno, si te dejo hacerlo. Atrapoó su brazo de nuevo, acercaó ndola. Amanda
le lanzo una mirada relampagueante, sintieó ndose furiosa al mirar su rostro. EÉ l parecíóa fuera de si.
Su boca se retorcida con ferocidad, y sus ojos brillaban salvajemente al mirarla.
-No puedes detenerme, Matt dijo casi amablemente. EÉ l dejo escapar un grunñ ido.
-¿Que no puedo, senñ ora MIA? La miraba como si la odiase. -Ya lo veremos.
Amanda se giro sin contestar, apartando con fuerza su brazo de su agarre. Detraó s de ella le
oyoó jurar violentamente. Mirando sobre su hombro, sus ojos se agrandaron cuando vio que el
subíóa las escaleras detraó s de ella, con la venganza impresa cada líónea de su oscuro rostro.

202
Capíótulo veintitreó s

La atrapoó en el segundo piso. Amanda jadeante, habíóa recogido sus faldas y echado a correr
esperando alcanzar su dormitorio para poder encerrarse dentro. No creíóa que el se atreveríóa a
forzar la puerta cerrada, no con los sirvientes en la casa. Pero Matt era demasiado raó pido para ella.
En el mismo instante en que recogíóa las faldas su mano se cerroó sobre su brazo, hacieó ndola girarse
para enfrentarlo. Amanda le miro, y su corazoó n se desboco al ver lo que reflejaba su rostro.
Despueó s se agacho y el alzo en sus brazos, sujetaó ndola fuertemente contra su duro pecho, y caminoó
a grandes zancadas de vuelta hacia el vestíóbulo.
-Sueltame, Matt. Estaba repentinamente asustada de este hombre alto y oscuro que era a la
vez su amante y un desconocido. Parecíóa un hombre al limite; sus ojos plateados brillando con un
fuego maleó volo, la boca cerrada en una cruel líónea.
-Y un cuerno. Dijo miraó ndola. Su boca torcida en una parodia de sonrisa, asustando a
Amanda casi maó s que el brillo de sus ojos. Matt se habíóa despojado del barniz de civilizacioó n que
poseíóa y parecíóa un ser primitivo, indomable.
-Matt. . . Hizo un nuevo intento de hacerlo entrar en razoó n, solo consiguiendo un silencioso
grunñ ido.
-Siempre pronuncias mi nombre de una forma tan dulce. Su tono era salvaje. -¿Lo haces a
propoó sito, lo dudo, me pregunto si es el camuflaje femenino el que le da a tu voz un tono sedoso,
cuando en realidad eres dura y fríóa como un cuchillo?
-Matt, esto no evitara que me vaya. Esperaba penetrar en el amargo enojo que enfurecíóa
sus ojos. Tan pronto como habloó , supo que recordarle sus planes era un error. Su mandíóbula se
apretoó con maó s fuerza, y sus brazos la apretaron aplastaó ndola contra su pecho.
-¿No lo haraó ? EÉ l le sonrioó . Amanda se encogioó ante la violencia que vio en esa sonrisa. -Yo
creo que si. Eres MIA, Amanda, y esta vez no te dejareó salir de mi cama hasta que tu tambieó n lo
sepas. Me perteneces, nunca te dejareó ir.
-Estas loco.
-Si lo estoy, entonces tuó eres la causa.
EÉ l habíóa atravesado el vestíóbulo girando hacia el corredor que llevaba hacia sus
habitaciones. Lalanni salioó de uno de los dormitorios, con un panñ o para quitar el polvo en su mano.
Sus ojos se agrandaron cuando vio a su amo caminar a grandes pasos por el vestíóbulo con un
rostro diaboó lico y Amanda forcejeando en sus brazos. La criada tuvo el buen criterio de no decir
nada; La cara de Matt al pasar por su lado se lo dijo todo. Se echoó hacia atraó s dentro del
dormitorio, como para hacerse invisible. Amanda sintioó arder su rostro al ser vista por su criada
en una posicioó n tan humillante.

203
-Maldito seas, deó jame en el suelo. La verguü enza anñ adioó íómpetu a sus forcejeos. Matt no hizo
ninguó n caso a sus esfuerzos; Llego a la puerta a su dormitorio y empujaó ndola con el hombro entro
con ella. -Matt, no lo hareó . . .
Su voz se desvanecioó y su cara se volvioó de un brillante color escarlata cuando vio a Lamb,
el ayuda de caó mara de Matt, que estaba dejando una muda sobre la cama. Los miro con
incredulidad.
-Sal fuera. La voz de Matt era un grunñ ido. El criado, sonrojaó ndose, se apresuroó a obedecer.
Cuando la puerta se cerroó detraó s de eó l, Matt caminoó a grandes pasos hacia la cama, tiroó al suelo con
una mano las ropas cuidadosamente arregladas, antes de dejar caer a Amanda encima del
cubrecama de seda.
Amanda raó pidamente comenzoó a rodar hacia el borde de la cama y para su sorpresa, no fue
detenida. Despueó s vio por queó , Matt estaba entre ella y la puerta, con una maliciosa mirada
burlona en su cara. Luego observoó como se giraba hacia la puerta y daba dos vueltas a la llave en
su cerrojo. Luego se volvioó para quedar en el centro del cuarto. Sus ojos nunca abandonaban los
suyos mientras se quitaba el abrigo y la corbata.
-Esto no cambiaraó nada, Matt aviso, tragando al observar la corbata caer al suelo y sus
dedos desabrochando los botones de la camisa.
-¿No lo haraó ? El uó ltimo botoó n salioó de su ojal; Matt saco los faldones de su camisa de sus
pantalones y se la quito. La boca de Amanda se seco al clavar los ojos en los hombros anchos,
bronceados y el pecho lleno de vello negro. Si tenia que ser honesta, teníóa que admitir que habíóa
deseado ardientemente hacer el amor con eó l desde hacia semanas. La uó ltima vez que la habíóa
tomado, le habíóa mostrado un mundo de placeres que nunca hubiera imaginado existíóan. Sus
mejillas se arrebolaron al recordar lo que eó l le habíóa hecho con su boca y manos, y su corazoó n
empezoó a latir acelerado. Le deseaba, pero le deseaba con amor. No asíó, con coó lera y forzando su
sumisioó n y aumentando asíó su pasioó n.
-Si haces esto, te pesaraó , Matt dijo suavemente. Al estar delante de dos ventanales de
grandes cristales que dejaban entrar una gran cantidad de luz, podíóa ver cada pelo y poro de su
piel bronceada mientras su rostro quedaba en sombras. Sin camisa, el estaba magnifico: todo duro
muó sculo, con un pecho ancho y fuerte un abdomen plano, liso lleno tambieó n de muó sculos que sabia
por experiencia era inquebrantable como una tabla.
-Lo uó nico que lamento es no haber hecho esto hace semanas. EÉ l se doblo para sacarse las
botas, luego comenzoó a desabrochar sus pantalones. -Dios sabe por queó no lo he hecho pero ahora
no tiene importancia. De ahora en adelante hareó el amor contigo cuando, donde, y coó mo me plazca.
Y no mientas ni finjas que lo encuentras repulsivo. Ambos sabemos que disfrutas la forma en que
te hago sentir y eso que apenas hemos comenzado.
-No sereó tu amante, Matt. EÉ l deslizoó los pantalones por sus piernas, sacaó ndoselos y
dejaó ndolos descuidadamente en el suelo.

204
-Te pedíó que te casaras conmigo. Se enderezoó , miraó ndola con ojos repentinamente agudos.
Amanda se quedoó miraó ndolo fijamente, serenamente, determinada a no dejarle saber coó mo la
alteraba la visioó n de su cuerpo desnudo.
-Tampoco hareó eso.
-Entonces, al demonio con todo dijo, con voz ruda. En dos raó pidas zancadas estaba a su
lado. Amanda no tratoó de correr. No habíóa forma de que pudiera escapar, y ella lo sabíóa. Cuando sus
brazos la rodearon, acercaó ndola a eó l, supo que tampoco queríóa. Le deseaba ardientemente, tan
ferozmente como eó l a ella.
Cuando su boca cayoó sobre la de ella, le devolvioó su beso con una pasioó n amarga que la dejoó
sin aliento. EÉ l no teníóa que obligarla o forzar una respuesta. Sus brazos rodearon su cuello,
atrayeó ndolo mientras sus manos acariciaban su oscura cabeza. Podíóa sentir el pequenñ o temblor de
las manos que la recorríóan luchando con los ganchos diminutos e innumerables que cerraban su
vestido. No se dio cuenta cuando por fin el vestido se abrioó desgarrado; todo su ser estaba
centrado en el beso que le robaba el alma.
Al principio eó l habíóa tenido la intencioó n de lastimarla. Su boca habíóa sido aó spera, ofensiva,
cuando se cerroó sobre la de ella. Pero cuando ella abrioó su boca sin oponer resistencia,
encontrando su lengua en apasionada respuesta, el beso se altero dramaó ticamente. Todavíóa latíóa
con pasioó n, pero habíóa una ternura en la boca cincelada que acariciaba sus labios que la excito
haciendo que su estomago cosquilleara. Ella le deseaba oh, Dios míóo, coó mo le deseaba. Maó s que a
cualquier otra cosa que hubiera deseado en su vida Apenas se dio cuenta de que sus manos la
habíóan desvestido. Finalmente estuvo desnuda en sus brazos, temblando cuando sus manos
tocaron sus pechos, y el sol calentaba su espalda y sus nalgas. Entonces sus manos se deslizaron de
sus pechos hacia la parte trasera de su cuerpo para cerrarse sobre la carne curvada que el sol
calentaba. Con sus manos grandes ahuecando su trasero, la levantoó , apretaó ndola contra eó l a fin de
que no tuviese ninguna duda de cuanto la deseaba. Pegaó ndose a su cuello, ahogaó ndose en su beso,
sintioó coó mo la Coria en sus brazos y con una raó pida zancada se dirigíóa con ella hacia la cama.
Era una cama con columnas enorme, con una colcha de seda color oro. La luz del sol
entraba a raudales por las ventanas en las que se habíóan apartado las cortinas calentando la
colcha de seda, la cual no se molestoó en apartar. Con los nervios a flor de piel, Amanda notoó la seda
calentada por el sol contra su espalda desnuda al mismo tiempo en que Matt se tendíóa a su lado.
Sus manos se movieron nerviosamente sobre sus hombros, implorantes, mientras eó l la besaba
profundamente. Sintioó sus manos en su pelo mientras le quitaba los alfileres que aseguraban su
peinado. Luego extendioó su pelo sobre la colcha de seda, esparciendo los gruesos rizos. Despueó s de
un momento su boca dejoó la de ella y enterroó su cara en el fuego suave de su pelo.
-Matt. . . Murmuroó con voz baja, dolorida mientras sus manos recorríóan sus hombros y su
espalda. El contraste entre la piel satinada de sus hombros y la masa aó spera de cicatrices maó s
abajo se introdujo como un cuchillo en su corazoó n. Paso sus dedos delicadamente sobre la

205
superficie marcada. EÉ l tembloó contra ella. Amanda sintioó el movimiento de su gran cuerpo en cada
centíómetro de su piel. Luego se movioó encima de ella, su boca buscando y encontrando la de ella
con un erotismo hambriento que la sacudioó hasta las profundidades de su ser.
No hubo vacilacioó n se deseaban con exceso. Amanda enrosco sus piernas alrededor de su
cintura al mismo tiempo que el se ubicaba entre ellas, ardiendo por el, arqueando su cuerpo en
desvergonzada necesidad. EÉ l la tomoó , ferozmente, empujando dentro de ella con una pasioó n
desbordante. Amanda gimioó , y gimioó de nuevo mientras el repetíóa el movimiento. Luego se derritioó
en una oleada de dicha diferente a cualquier otra cosa que hubiera conocido antes.
EÉ l era incansable. Despueó s de esa primera vez la tomoó una y otra vez, en formas que nunca
sonñ oó que un hombre podríóa tomar a una mujer mientras el sol se ocultaba fuera de las ventanas y
la oscuridad se cerníóa sobre ellos como una manto de terciopelo. Si hubiera sido capaz de tener
alguó n pensamiento racional, se habríóa escandalizado por algunos aspectos en su forma de hacer el
amor. Pero solo era consciente del calor volcaó nico de su pasioó n, y de lo salvajemente que el la
deseaba.
La luna habíóa salido y los miraba fijamente a traveó s de la ventana cuando ambos
sucumbieron a un suenñ o agotado.

* *

Amanda se despertoó lentamente, consciente de un calor penetrante en sus pechos , su


estomago y sus muslos y alrededor de una porcioó n de su cintura; Sus posaderas estaban fríóas.
Frunciendo el cenñ o, abrioó los ojos. ¿Habíóa apartado las mantas, de la mitad de su cuerpo? Se
encontroó mirando directamente al moreno cuello de Matt, y luego entendioó la razoó n por la
disparidad misteriosa de temperaturas en su cuerpo. EÉ l la estaba sujetando cerca contra su pecho,
su brazo alrededor de su cintura y un muslo sobre ambas piernas. En todas los lugares en que el la
tocaba su cuerpo estaba caliente. Pero ambos estaban desnudos, encima del cubrecama arrugado,
y sus muslos estaban al descubierto al aire de la noche.
El recuerdo de lo que habíóa hecho, de su respuesta apasionada, calentoó sus mejillas. La
habíóa tratado como algo que poseíóa, como si hubiera sido comprada y ella se lo habíóa permitido.
¿Coó mo le enfrentaríóa de nuevo sin sonrojarse? Pensoó , que no podríóa hacerlo. Por haber rechazado
su propuesta de matrimonio, eó l en venganza la habíóa hecho su amante. Pero Amanda sabia que no
podíóa vivir sin su amor, fuera cual fuera la alternativa.
Le habíóa dicho muchas cosas en el calor de pasioó n, pero la palabra amor nunca habíóa salido
de sus labios. Y con razoó n: EÉ l no la amaba. Dudaba de que fuera capaz de amar a una mujer. Oh, la
deseaba; Lo habíóa demostrado plenamente. Pero necesitaba mas, mucho mas. Necesitaba poseerlo,
igual que el la poseíóa, totalmente, en cuerpo alma y corazoó n.

206
Habíóa otra eleccioó n. Podíóa, tal como le habíóa dicho antes, dejarle. Antes habíóa estando
hablando enfadada, y dudaba que si el hubiera persistido en sus argumentos, hubiera llevado a
cabo su amenaza. Pero ahora habíóa implicado en ello mucho maó s que el enfado. Fríóamente recordoó
esa noche en la caverna, la primera noche que eó l la habíóa besado, cuando le habíóa advertido que no
se enamorara, le habíóa avisado que le romperíóa el corazoó n. Pues bien, no le habíóa escuchado y eó l no
habíóa mentido. Se habíóa enamorado apasionadamente, tanto como una mujer podíóa amar a un
hombre, y sentíóa su corazoó n hecho pedazos dentro de su pecho. Le amaba pero eó l solo queríóa su
cuerpo. Esa era la verdad, por muy dolorosa que fuera. Tenia que apartarse si esperaba que alguna
vez pudiera llegar a sanar su corazoó n roto
¿Pero, a donde podíóa ir? Si se quedaba en Nueva Orleaó ns, eó l la buscaríóa, al menos mientras
su pasioó n fuera tan intensa como lo era ahora. Síó, tendríóa que dejar Nueva Orleaó ns, pero no tenia
dinero ni amigos. Repentinamente la cara bondadosa de la vieja Madre Superiora aparecioó en su
imaginacioó n. Si regresaba al convento, las hermanas la acogeríóan, suponíóa. La serenidad y la calma
de sus díóas pasados allíó la atraíóan fuertemente. Ahora necesitaba paz , mientras que antes deseaba
ardientemente correr aventuras. Pues bien, ya habíóa tenido su aventura, y le habíóa causado mas
dolor que placer. Repentinamente se dio cuenta de que esa era la respuesta a todos sus problemas:
regresaríóa al convento y, con el tiempo, quizaó tomaríóa los haó bitos. Una vida sin dolor ni
preocupaciones le parecioó infinitamente atractiva.
¿Coó mo podríóa llegar allíó? Amanda pensoó por un momento, y luego le llegoó la solucioó n. Zeke
salíóa esta manñ ana con destino a Inglaterra. Si la llevaba con eó l y la dejaba en Lands End. . .
Pero primero tenia que apartarse de Matt. Su cabeza estaba doblada sobre su barbilla por lo
que no podíóa ver su cara, pero su respiracioó n profunda y constante le indicaba que estaba
dormido. Mientras escuchaba le llego un deó bil ronquido que confirmoó su suposicioó n. Todo lo que
tenia que hacer era salir de la cama sin despertarle, guardar algunas ropas en un bolso, y salir. Pero
tenia que apresurarse. Sabíóa que el barco de Zeke zarpaba al amanecer.

207
Capíótulo veinticuatro

Era un díóa bello, brillante y soleado, la antíótesis del estado de aó nimo de Amanda. Hacia diez
díóas que el Eloise se habíóa echo a la mar; Amanda estaba en el punte de mando mirando las olas
azules brillantes rodar y enroscarse hasta donde alcanzaba la vista. Habíóa logrado su meta: habíóa
dejado a Matt y regresaba al convento. Pero se sentíóa desgraciada. Y comenzaba a preguntarse si
dejar a Matt no habíóa sido un error atroz.
Zeke habíóa tratado de hacerla cambiar de opinioó n. Casi habíóa rechazado llevarla con eó l, pero
al final la desesperacioó n habíóa hecho aparecer grandes laó grimas en sus mejillas y al igual que su
hermano, Zeke no podíóa resistirse a las laó grimas femeninas. Asíó es que le habíóa permitido subir a
bordo, y el Eloise habíóa zarpado con ella al amanecer. Desde entonces, Zeke se habíóa sentido cada
vez mas afligido. Presentíóa, al igual que Amanda, que habíóa cometido un gran error.
Para empeorar las cosas, Amanda habíóa estado padeciendo mareos durante casi toda la
semana. Y eso era ridíóculo, pues el mar estaba calmo como si fuera un lago. Pero estaba mareada
continuamente, incapaz de comer la comida del barco. Zeke, notando su desasosiego, ordeno
platos especiales hechos expresamente para ella para tentar su apetito, pero sufrieron el mismo
destino deprimente que todo lo demaó s que comíóa. Amanda supuso que su estoó mago estaba
reaccionando a su desasosiego interior. Parecioó que su organismo entero se rebelara del
alejamiento de Matt.
-Amanda. Zeke bajada por las escaleras del puente de mando. Amanda le sonrioó , ignorando
lo paó lida que se veíóa, y sus ojos que parecíóan aun maó s grandes por los cercos oscuros debajo de
ellos. Con el vestido de DIA de color de lavanda de muselina que llevaba, se veíóa casi fraó gil, su
cintura minuó scula envuelta por la banda de color de lavanda, el escote amplio revelando los huesos
delicados de sus hombros.
-Te ves espantosa dijo con sequedad, quedaó ndose a su lado y recorrieó ndola con la mirada
con preocupacioó n. Amanda le hizo una mueca.
-Gracias. Sabes como encandilar a una dama.
EÉ l respondioó con una sonrisa sardoó nica, recordaó ndole tanto a Matt que sintioó una punzada
de dolor. Evitoó su mirada volviendo su rostro hacia el mar.
-Benson, el cocinero, me ha dicho que esta manñ ana tampoco has comido nada.
-¿Para que? Sabes tan bien como yo que, sea lo que sea que coma, lo devuelvo
inmediatamente. Ademaó s, no tenia hambre.

208
-Si no comes, te pondraó s enferma.
-Ya estoy enferma ahora. Esa verdad irrefutable lo silencioó momentaó neamente. Amanda
sabia que estaba verdaderamente preocupado por ella, y lo apreciaba, pero se sentíóa tan mal que
no queríóa hablar de ello. El estado de su estoó mago era una molestia, pero no era el peor de sus
desasosiegos. Era su corazoó n danñ ado.
-Amanda. La voz normalmente confiada de Zeke era raramente indecisa. Capto la atencioó n
de Amanda, y lo miro con las cejas levantadas inquisitivamente. No se habíóa molestado en arreglar
su pelo esta manñ ana, soó lo habíóa pasado el cepillo a traveó s de las gruesas ondas y lo habíóa atado en
una cola con una cinta de color lavanda. El estilo la hacia aparentar mas joven de lo que era, y el
cenñ o fruncido de Zeke se hizo mas profundo.
-¿Síó? Dijo al ver que no iba a decir ninguna otra cosa. Sus ojos se apartaron de su rostro,
para mirar hacia el mar, y se le notaba claramente incoó modo. La perplejidad de Amanda aumentoó .
-Amanda, perdoó name para preguntarte esto, pero. . . ¿Cuaó nto tiempo ha pasado desde que
tuviste tu periodo? Su cara era de color escarlata mientras se lo preguntaba, y sus ojos
permanecíóan fijos en el mar. Amanda tambieó n se sonrojoó . Un caballero no preguntaba tales cosas.
Ciertamente, a Amanda, como a la mayoríóa de las de su sexo le gustaba pensar que los hombres no
sabíóan nada acerca de las funciones corporales de una mujer.
-No creo que eso sea de tu incumbenciacomenzoó ríógidamente. EÉ l siguioó miraó ndola con
expresioó n absorta, aunque el color no abandono su rostro.
-Piensa en ello, Amanda dijo suavemente, con seriedad. Habíóa pasado bastante tiempo.
Desde antes de que Matt la hubiera llevado a bordo de la Clorimunda. . .
-Oh, no murmuroó , consternada.
-Dios míóo Zeke gimioó , el color desvanecieó ndose en su cara. Aparentemente su voz
aterrorizada era toda la respuesta que necesitaba. -Sabia que nunca deberíóa haberte traíódo
conmigo. Matt querraó mi la cabeza en bandeja de plata cuando se entere de esto. Llevas a su hijo, y
te llevo alrededor del mundo.
-Nada de esto le incumbe. Amanda levantoó su barbilla provocadoramente. Ahora no era el
momento de hacer hincapieó en lo que habíóa descubierto, en pensar queó era lo que haríóa ahora que
sabia estaba esperando un hijo. Dadas las circunstancias, no podíóa tener la seguridad de que la
acogieran en el convento. Una chica soltera que iba a tener un hijo era la mayor de las desgracias.
-No le conoces bien si crees eso. La voz de Zeke fue seca. Amanda le miro sonrojada, y luego
se quedo mirando mar adentro. -Pues bien, ya no hay remedio. No desembarcaraó s, mi ninñ a.
Regresaras a Nueva Orleaó ns conmigo.
-No lo hareó .

209
-Oh, síó, lo haraó s. Por las buenas o por las malas, llevas al hijo de mi hermano. Eso me hace
responsable hasta que esteó s segura de vuelta con Matt.
-No quiero volver con Matt.
-Síó lo haraó s. Se miraron furiosamente. Entonces los ojos de Zeke ablandados.- EÉ l se casaraó
contigo, Amanda, veras. Matt no seríóa Matt si no hiciera lo correcto.
Eso hizo saltar a Amanda . No queríóa que hiciera lo correcto. Queríóa que el la amara, maldita
sea.
-¡No quiero que haga lo correcto! EÉ l ya me lo ofrecido, y rehuseó .
-¿Te pidioó que te casaras con eó l? Si era posible, Zeke todavíóa sonaba maó s abrumado cuando
sus pensamientos se le clarificaron. -No me contaste eso.
-No me lo preguntaste.
Zeke parecíóa acosado. -Conociendo a Matt, nunca se me ocurrioó que te lo hubiera
propuesto, no sin una razoó n apremiante. Cree que el matrimonio es una trampa para tontos me
ha dicho muchas veces que esto nunca pasaríóa por su mente.
-Entonces todavíóa estoy mas maó s contenta de haber rehusado Amanda contestoó
seriamente.
Zeke gimioó , poniendo los ojos en blanco en una suó plica silenciosa antes de mirar de nuevo a
Amanda.
-Sabia que debíóa alejarme de todo esto. Maldita sea, Matt me matara, y no le culpareó . ¿Por
queó demonios no me dijiste que queríóa casarse contigo? Nunca te habríóa dejado subir a bordo si lo
hubiera sabido. En lugar de eso lloraste hasta salirte con la tuya. Parecíóa muy indignado.
-¿Surtioó efecto? Amanda le miro furiosa. Su actitud la enfurecíóa. Porque llevaba al hijo de
Matt, Zeke queríóa devolverla a Matt. Pero ya habíóa tenido suficiente de eso, muchas gracias. Matt
podíóa ser difíócil de desafiar, pero no estaba dispuesta a claudicar ante Zeke.
-Dios míóo, ahora veo porque mi hermano estaba de mal humor. Estoy sorprendido de que
no te hay estrangulado. Hasta yo me siento tentado.
-Pruebalo, Zeke Grayson. Amanda inclinoó su barbilla hacia eó l belicosamente.
Zeke se quedoó mirando fijamente su pequenñ a y delgada figura y se rioó . -Matt me dijo que
eras una marimandona, pero no le creíó. Parece que le he ofendido de todas las maneras posibles.
-No volvereó con eó l, Zeke. La coó lera de Amanda se habíóa desvanecido, y hablaba con fríóa
determinacioó n. Los ojos de Zeke se volvieron serios, tambieó n, cuando encontraron los suyos.
-Crei que le amabas. Habloó tan suavemente que Amanda no estaba preparada para la forma
en que las palabras atravesaron su corazoó n. Se giro mirando hacia el mar, no queriendo enfrentar
su mirada.

210
-¿Amanda?
Amanda tragoó , luego hizo un gesto impaciente. -Ese es el problema, lo amo.
-Dios me proteja de las mujeres Zeke masculloó , cocieó ndola por los hombros y daó ndole la
vuelta, para enfrentarla. -Entonces, a ver si lo entiendo: ¿Tu le amas, eó l quiere casarse contigo, y
ese es el problema?
Amanda le devolvioó la mirada serenamente, aunque su labio inferior temblaba.- EÉ l no me
ama explicoó suavemente.
Las manos de Zeke apretaron sus hombros, confortaó ndola sin palabras.- ¿Estaó s segura?
Amanda asintioó miserablemente. Zeke comenzando a decir algo, interrumpieó ndose al oíór un
grito:
-¡Nave a la vista!
Inmediatamente Zeke miroó alrededor, con su expresioó n alterada dramaó ticamente.
-¿Doó nde esta? Pregunto al marinero que permanecíóa en la torre vigíóa.
-A popa le respondioó , e inexplicablemente Zeke comenzoó a sonreíór abiertamente.
-Viene dijo a Amanda, envolviendo un brazo alrededor de su cintura y conducieó ndola hacia
el puente de mando. Una vez que estaban de pie en la plataforma, Zeke soltoó a Amanda y agarroó un
catalejo. Caminando a grandes pasos hacia la barandilla miroó con atencioó n rumbo a la popa.
-Demasiado lejos, para estar seguro dijo con fastidio, bajando el catalejo.
-¡¿Estar seguro de queó ? Amanda preguntoó , desconcertada. Zeke ondeoó una mano
impaciente hacia ella.
-Te lo direó cuando este seguro, lo cual no seraó hasta dentro de un par de horas.
Y a pesar de su curiosidad, eso era todo lo que le dijo. Pasaron mas de dos horas antes de
que el barco fuera lo suficientemente visible, para que Amanda tuviera alguó n un indicio acerca de
lo que queríóa decir. Permanecioó en el puente de mando la mayor parte de ese tiempo, mirando de
vez en cuando a Zeke con el cenñ o fruncido, quien parecíóa extranñ amente alegre. Primero el barco
que seguíóa su estela, no era mas que un punto diminuto en el horizonte, pero gradualmente fue
creciendo hasta que Amanda pudo ver que era tan grande como el Eloise y la Clorimunda, un
barco de tres velas, de proa alta, elegante y gracioso. Zeke se veíóa muy contento, tanto que Amanda
dedujo que debíóa ser alguó n amigo suyo. Pero se negoó a contestar a sus preguntas; En lugar de eso
sonreíóa abierta y enloquecedoramente.
El sol comenzaba a ocultarse debajo del horizonte, banñ ando el cielo, el mar y a ambos
barcos con una incandescente luz anaranjada, cuando el otro barco llego a su lado. Vigilando
atentamente Amanda vio a un marinero en lo alto de la torre vigíóa del otro barco haciendo senñ as
con una bandera en un complicado coó digo.

211
-Capitan, quiere subir a bordo le dijo a Zeke el marinero de la torre vigíóa del Eloise.
-¿De verdad? Zeke sonrioó abiertamente. -Hagamonos de rogar. Dile que no, Darcy.
-Síó, senñ or. Pero el hombre sonaba indeciso. Amanda miro a Zeke, todavíóa desconcertada.
Luego oyoó un fuerte zumbido y se volvioó justo a tiempo para poder observar la trazada de una bala
de canon sobre la proa del Eloise. En la cubierta del otro barco, el humo salíóa ondulante desde la
cubierta.
-Zeke, nos disparan Amanda exclamo horrorizada.
Zeke sonrioó abiertamente. -Es solo un disparo de advertencia explicoó , con voz tranquila.
Entonces sonrioó abiertamente otra vez. -Debe estar enojado como un demonio.
-¿Quieó n? Amanda todavíóa estaba desconcertada. Zeke, gritoó una orden y no le contesto.
Miro hacia el barco de nuevo. Rosimond era el nombre que llevaba en la proa. Pensando en la
extranñ a reaccioó n de Zeke, empezoó a emerger una deó bil y alarmante sospecha . . .
Zeke la habíóa dejado para ocuparse de bajar las velas y arrojar el ancla. Amanda miro de
nuevo como un pequenñ o bote era bajado desde la cubierta del Rosimond. Tres hombres bajaron
por una escalera de cuerda al bote. Dos hombres comenzaron a remar hacia el Eloise mientras el
otro permanecíóa en pie en la proa con los brazos cruzados sobre su pecho. Aun a esa distancia se
veíóa furioso y familiar.
-Zeke, es Matt. Zeke estaba de nuevo junto a ella. Sonreíóa abiertamente, y al oíór el horror en
su voz su sonrisa abierta se ensanchoó .
-Si lo es dijo, divertido. -Venga, vamos a buscarlo. Amanda, queó date cerca de míó, y
permíótame llevar a mi la conversacioó n. ¿De acuerdo?
Amanda le miroó . En ese instante todas sus sospechas se cristalizaron en el conocimiento. -
¿Sabias que veníóa, no es verdad? Le pregunto acusadoramente.
-Digamos que lo estaba esperando. Zeke paso el brazo alrededor de su cintura y la empujo
hacia abajo en direccioó n a los marineros que estaban subiendo por el lado del barco.
Matt fue el primero en llegar arriba. Cuando aparecioó por encima de la cubierta, Amanda
clavoó los ojos en su rostro. Estaba rojo por la furia. Instintivamente se encogioó contra Zeke, quien
todavíóa pasaba su brazo confortantemente alrededor de su cintura. Matt miroó hacia arriba, y los
vio, y se dirigioó a grandes zancadas hacia ellos.
-Eres un hijo de puta rugioó a Zeke todavíóa a unos pasos de distancia.- ¿Queó diablos queríóas
decir, enviaó ndome un mensaje en el que decíóas que te llevabas a Amanda?

212
Capíótulo veinticinco

-Te tomo bastante tiempo responder Zeke contestoó suavemente. La sonrisa abierta todavíóa
jugando alrededor de las esquinas de su boca. Matt le miro furioso, a traveó s de la cubierta hasta
que los dos hombres quedaron cara a cara. Matt era algunas pulgadas maó s alto que Zeke, y mucho
maó s ancho y musculoso. Vestido con una camisa de blanca y coó modos calzones y botas negras, con
su mirada plateada presagiando intenciones homicidas y su boca apretada en una dura líónea, Matt
se veíóa capaz de cometer cualquier acto violento. Detraó s de Zeke, ignorada por Matt excepto por
una sola mirada, abrasadora, Amanda temblaba. Contenta de que todo ese enojo no fuera dirigido
directamente hacia ella.
-El uó nico maldito barco que habíóa en el puerto, estaba siendo reparado Matt grunñ oó . -Si no
hubiera sido por ello, te aseguro que habríóa estado aquíó mucho maó s pronto. Maldita sea, Zeke,
deberíóa hacer que te azotaran por el problema en el que me has metido.
-No tenias porque venir Matt Zeke senñ alado.
Matt le grunñ oó .- Sabias condenadamente bien que lo haríóa. Amanda es míóa, y no la comparto
con nadie. Ni siquiera contigo, hermano.
Uno de las cejas de Zeke se levanto en un gesto interrogativo tan parecido al de Matt que
Amanda se sintioó conmocionada de nuevo por ello.- Quizaó deberíóas preguntar a Amanda lo que
piensa al respecto.
- No me importa nada lo que piense Amanda. He venido para llevaó rmela y se vuelve
conmigo. Eso es todo.

213
Ante ese despliegue de arrogancia masculina, Amanda se quedoó sin aliento indignada.
Dando un paso delante de Zeke a pesar de que su brazo la sujetaba hacia atraó s miroó encolerizada a
Matt. Sus ojos disparaban chispas de color puó rpura mientras cada pulgada de su pequenñ o cuerpo
parecíóa gritar un desafíóo.
-Tu no eres mi amo, Matt. Me quedareó con Zeke si quiero.
-Y un cuerno, lo haraó s. Los ojos de Matt resplandecíóan nuevamente llenos de furia.
Cocieó ndola por el brazo se giro y arrastro a Amanda que intentaba resistirse. Luchaba, pero su
fuerza no era nada comparada con la de Matt. EÉ L la habríóa arrastrado con eó l raó pidamente si Zeke
no le hubiese detenido con una mano dura en su hombro.
-Espera, hermano. Amanda no va a ninguó n lado si no quiere. La voz de Zeke era tranquila,
pero algo en su tono lacoó nico, decíóa que hablaba en serio. Matt se giro lentamente para mirarle, sin
soltar el brazo de Amanda. Ella dejoó de luchar, mirar ando hacia uno y otro hombre con los ojos
alarmados abiertos como platos. No se veíóa ninguna amistad entre hermanos ahora; eran dos
hombres de ojos duros al borde de una lucha.
-Quita tu mano de mi hombro hermano y apartotel Matt hablaba con una amenaza apenas
controlada.
-¿Y si no hago? Para su horror a Amanda le parecíóa que Zeke trataba deliberadamente de
irritar a Matt. Se miraban con furia uno al otro como si estuvieran dispuestos a enfrentarse a
golpes en cualquier momento. Amanda se mordioó los labios. Zeke era casi tan alto como Matt, con
una fuerza inherente, pero carecíóa del poder de Matt. En una pelea entre ellos, Amanda teníóa pocas
dudas acerca de quien saldríóa victorioso. Y sabia que no podríóa soportar ser la causante de una
disputa entre esos dos hombres que se amaban tanto y a quieó nes habíóa llegado a amar, a cada uno
de un modo diferente.
-Zeke deó jalo, ireó con eó l dijo suavemente antes de que Matt pudiera contestar. Ambos
hombres miraron hacia ella, los ojos de Matt tan duros como la mano que en silencio atrapaba su
brazo; Zeke fruncíóa el cenñ o.
-No tienes porque ir, Amanda. No puede obligarte.
-¿Que no puedo? El tono sedoso de Matt conteníóa una amenaza. La mirada de Zeke iba
desde el rostro de Amanda hacia el de Matt, sus ojos color avellana adquiriendo un brillo duro
parecido al de su hermano.
-No Zeke dijo con seguridad suave. -Yo soy aquíó el capitaó n y estoy al mando. Mira a tu
alrededor.
Matt raó pidamente echoó un vistazo alrededor, y tambieó n lo hizo Amanda. Le sorprendioó ver
a los dos hombres que habíóan llegado con Matt en el bote del Rosimond erguidos en aó ngulo recto
detraó s de eó l mientras la tripulacioó n de treinta hombres del Eloise se reuníóa alrededor de ellos en
un cíórculo. Si los hombres de Eloise se poníóan de parte de Zeke como asíó parecíóa, Matt y sus

214
hombres seríóan vencidos con holgura. Pero no podíóa permitir que esto ocurriese. Zeke dependíóa de
su hermano para su sustento, y, ademaó s, el afecto que siempre habíóa fluido entre ellos habíóa sido
notorio. No podíóa destruir eso, aunque quisiera quedarse con Zeke. Lo cual tampoco queríóa.
Enojada o no, deseaba volver al refugio de los brazos de Matt. Si no otra cosa, su fuga le habíóa
ensenñ ado una dura leccioó n: aunque el no la amara, ella si le amaba. Si su pasioó n y su nombre eran
lo uó nico que podíóa tener de el, lo tomaríóa y estaríóa agradecida por ello.
-Zeke, me ireó con eó l. Por favor no causes mas problemas.
Zeke miroó hacia ella. Su boca todavíóa dura, pero habíóa un brillo de humor en los ojos color
avellana. Se quedoó miraó ndolo cenñ uda. Y luego se le ocurrioó que la discusioó n entre Zeke y Matt
habíóa sido falsa desde el principio, al menos por parte Zeke. Por queó , hacia solo unas pocas horas
habíóa estado decidido a llevarla de regreso con Matt quisiera o no. ¿Queó habíóa causado el repentino
cambio de parecer? Sus ojos se estrecharon suspicazmente.
-Si verdaderamente quieres Ir, entonces no te detendreó Zeke le dijo miraó ndola con fríóa
especulacioó n.- Aunque si yo fuera tu, Amanda, no lo haríóa. Al menos no hasta que obtuviera
respuestas a unas pocas preguntas. ¿Por queó tiene que venir hasta tan lejos detraó s de ti y porque
esta tan enojado porque tu le dejaste? A eó l nunca le habíóa importado antes que una mujer le dejara.
De hecho, eó l era el que normalmente las dejaba.
-Callate, Zeke Matt grunñ oó como advertencia. Los ojos de Amanda escudrinñ aron su bien
parecido rostro, asombraó ndose por el rubor que subíóa por sus altos poó mulos. EÉ l todavíóa se veíóa
furioso aunque tambieó n extranñ amente intranquilo. La miro brevemente, y luego con su mano
apretando alrededor de su brazo dijo- Vamos, Amanda. Vayaó monos.
Ella se resistioó , apartaó ndose de la mano que la empujaba hacia adelante. -No dijo
claramente.- Zeke tiene razoó n. No me ireó hasta que no contestes a esta pregunta. ¿Por queó viniste a
buscarme, Matt? Le contemplaba firmemente, su cabeza ligeramente inclinada, haciendo que su
pelo se derramara alrededor produciendo destellos rojizos. El sol poniente atrapaba las hebras
sedosas, que rodeaban su pequenñ o rostro como un halo de fuego. Sus grandes ojos violetas eran
inquisitivos cuando su mirada encontroó los de eó l que la miraban de mala gana. Se veíóa muy
pequenñ a y fraó gil con el vestido a rayas del mismo color de sus ojos– y tan bella que le quitaba el
aliento.
-Te lo dije, eres MIA. Las palabras fueron bruscas. -Sabes que nunca te dejare marchar. Te lo
habíóa dejado bien claro antes de que te fueras. Por eso es porque te escabulliste como un ladroó n
durante la noche.
-¿Pero porque no la dejas marchar, hermano? Zeke aguijoneoó burlonamente. -Muchas otras
veces compartimos una misma mujer. Si mal no recuerdo, fueron exactamente tres los que tu me
pasaste.

215
Matt le miro furiosamente. -Si no cierras la boca, entonces te la cerrare yo con sumo placer.
Especialmente si averiguo que le has puesto la mano encima a Amanda. No he olvidado la noche en
que la besaste, y esto nunca volveraó a ocurrir.
-¿Pero porque con Amanda hay tanta diferencia? Zeke persistioó . -Antes nunca te importo
compartirlas
-Maldita sea, yo la amo Matt grunñ oó , un color rojo oscuro subiendo por sus mejillas y
clavando furiosamente los ojos en su hermano. Amanda alzo sus ojos asombrada. No podíóa creer lo
que acababa de oíór. . .
-Matt dijo suavemente. Su mano soltoó el brazo de Amanda y se giro, mirando furioso al
cíórculo de hombres que sonreíóan abiertamente mientras se dirigioó raó pidamente hacia las
escaleras. Al salir corriendo Amanda detraó s de eó l, Zeke la atrapoó por su brazo.
-Sera mejor que recojas tus cosas aconsejoó suavemente. -Hay un largo camino de regreso a
Nueva Orleaó ns. Luego eó l le guinñ oó un ojo y sonrioó abiertamente.
-Gracias, Zeke. La sonrisa de Amanda le broto del corazoó n. Luego se apresuroó hacia su
camarote, doó nde raó pidamente recogioó sus ropas y las puso en una maleta. Algunas enaguas y
retazos de colores de los vestidos sobresalíóan de su maleta cuando ella la llevo a la cubierta, pero a
Amanda no le importaba en absoluto. Teníóa un miedo horrible que, despueó s de lo que habíóa dicho,
Matt realmente se fuera sin ella. Y al principio creyoó que asíó lo habíóa hecho. Ni eó l ni sus dos
hombres estaban en cubierta.
-Zeke. Miro hacia el con ojos alarmados mientras el venia a su encuentro.
-Te esta esperando en el bote Zeke la reconfortoó , tomando la maleta de su mano y
conducieó ndola a la escalera. Mirando sobre la baranda, Amanda vio el pequenñ o bote oscilando, con
Matt en la proa y los dos marineros preparados en los remos. Matt miroó hacia arriba, con el cenñ o
fruncido.
-Aquíó, hermano Zeke grito despreocupadamente, y lanzo la maleta de Amanda por el lado
de la cubierta. Matt la atrapoó haó bilmente y la dejo a un lado. Luego Zeke murmuroó al oíódo de
Amanda, -Se suave con eó l. Creo, que es la primera vez en su vida, que se siente tíómido. Y eó l sonreíóa
ampliamente.
-Lo sereó Amanda prometioó , sonrieó ndole abiertamente. Luego, impulsivamente, le dio un
suave beso en su mejilla. Para su diversioó n Zeke se sonrojoó .
-Me alegro de que esteó allaó abajodijo, senñ alando a Matt, quien los miraba encolerizado, los
punñ os cerrados fuertemente con enfado.- Cuíódate mucho, Amanda, y tambieó n a mi sobrino o
sobrina. Y dile a mi obstinado hermano que le vereó cuaó ndo regrese.
-Cuidate mucho tu, tambieó n, Zeke Amanda dijo suavemente, y luego la ayudoó bajar por el
lado del barco.

216
Matt la atrapoó cuando llego al final de la escalera, sus manos grandes la cogieron
fuertemente de la cintura mientras el bote se mecíóa. Amanda se agarroó a sus antebrazos para
evitar caer por el balanceo, contemplaó ndole mientras la acomodaba en el banco buscando
vanamente alguó n signo de dulzura en su rostro. Sus ojos eran fríóos como el hielo, y su cara podíóa
haber sido esculpida en piedra. Cuando le sonrioó , su respuesta fue un frioó resplandor. En silencio,
Amanda se sintioó feliz. Habíóa dicho que la amaba, y no lo habríóa dicho a menos que fuera verdad.
Podríóan aclarar lo que fuera que lo molestaba cuando estuvieran solos.
Al alcanzar la cubierta del Rosimond, sin embargo, estuvo claro que Matt no tenia intencioó n
de darle ninguna oportunidad para dirigirle la palabra. Se alejo de ella a grandes zancadas,
ordenando a sus hombres que la llevaran hasta el camarote del capitaó n. Amanda se quedo mirando
desilusionada su espalda mientras se alejaba. Luego, de repente pensoó que ya habíóa tenido
bastante de eso.
-Matthew Grayson, vuelve hache gritoó . EÉ l se giro lentamente, como si no pudiera creer lo
que habíóa oíódo, para encontrarla miraó ndolo furiosa con sus brazos en jarras con el temperamento
que indicaba su pelo rojo a flor de piel.
-¿Queó has dicho? El tono era amenazador
-Ya me has oíódo. Olvidaó ndose de las miradas sorprendidas que iban desde su pequenñ a
figura hacia la gran forma de su capitaó n, bajo su barbilla belicosamente. Su boca apretada cuando
el llego a su lado a grandes zancadas.
-Ten cuidado mi ninñ a grunñ oó , asieó ndola por sus antebrazos y miraó ndola furiosamente. -Tengo
demasiados puntos que aclarar contigo.
-Quiero hablar contigo dijo resueltamente, ignorando su amenaza implíócita y
correspondieó ndole con la misma mirada furiosa. Sus ojos brillaron intensamente cuando
encontraron los de ella, y un nervio diminuto comenzoó a temblar en la esquina de su boca.
-No veo acerca de que tenemos que hablar.
Los ojos de Amanda llameaban. -¿Oh? se estremecioó con enojo.- Delante de tu hermano y de
toda su tripulacioó n me dijiste que me amabas. ¿Y tu crees que no tenemos nada de que hablar?
Pues bien, yo creo que si.
Las puntas de sus orejas se volvieron rojas. Sus manos apretando sus brazos, con una
repentina vulnerabilidad en sus ojos que trataba de camuflar con un frioó resplandor. Juroó por lo
bajo, luego la soltoó y la arrastro tras de síó hacia su camarote, bajo el puente de mando.
Cuando estuvieron solos, la soltoó , cruzando la estancia y extrayendo una botella de whisky
del aparador y un vaso. Amanda se apoyoó contra la puerta cerrada, mirando como llenaba el vaso y
se lo bebíóa de un solo trago.
-Matt dijo suavemente. Su espalda estaba ríógida mientras se agarraba a los bordes de la
mesa con ambas manos. Luego eó l se giro lentamente para enfrentarla.

217
-¿Queó tan encarinñ ada estas con mi hermano, Amanda? Le espeto, con el nervio delator
temblando en su mandíóbula.
Amanda le sonrioó .- Muy encarinñ ada. Tal como lo estaríóa si fuera mi hermano. Y muy
agradecida, tambieó n. EÉ l arregloó todo esto, lo sabes, Matt.
-Se escapo contigo quieres decir. la miro con desagrado.
-No. Amanda negoó con la cabeza. – yo le rogueó que me llevara. EÉ l no queríóa pero lloreó .
Ninguno de vosotros parece poder resistirse a las laó grimas. Y te envioó una nota para que vinieras
detraó s de nosotros. Me habríóa llevado de vuelta, si tu no hubieras venido.
El semblante cenñ udo de Matt vacilaba. -Debo admitir, que me pregunteó porque diablos me
envioó ese mensaje. Sabia que vendríóa y ha tenido suerte de que no lo haya estrangulado. Me volvíó
loco buscaó ndote esa manñ ana. Solo sabe Dios lo que podríóa haberte ocurrido si te hubieras
marchado tu sola. No recibíó el mensaje de Zeke hasta por la noche y para entonces ya habíóa
registrado la ciudad entera. Ha tenido suerte de que me costara tanto tiempo alcanzar su barco he
tenido tiempo para poder recordar que es mi hermano. EÉ l vaciloó , luego la miro inseguro.- ¿Por queó
me dejaste, Amanda?Le pregunto con suavidad.
Ella le devolvioó una tierna mirada. -Ya no podíóa soportarlo mas. Era una tortura estar
contigo, creyendo que no me amabas cuando yo te amaba tanto.
-¿Es eso verdad? Su tono era inseguro.
-Con todo mi corazoó n. Lo dijo con voz risuenñ a, pero con los ojos repentinamente huó medos.
EÉ l hizo un sonido apagado profundo en su garganta, luego le tendioó sus brazos. Ella se arrojo en
ellos con un gemido sofocado.
Sus brazos se cerraron a su alrededor, apretaó ndola tan fuerte que apenas podíóa respirar. Su
cara reposaba sobre su pelo suave besando sus finas hebras. Los brazos de Amanda rodeaban su
cintura, abrazaó ndolo estrechamente. Lo notaba tan duro y fuerte contra ella. , con su corazoó n
latiendo tan fuerte como el suyo, y se sintioó como si hubiera vuelto a casa.
-Te ame desde el primer momento en que te vi en la playa- Matt murmuroó sobre su pelo,
con voz grave. -Eras tan pequenñ a, y tan exquisita. Entonces tambieó n supe que tu corazoó n era tan
bello como tu rostro y me perdíó. Te ameó , Amanda, cuaó ndo gritaste al ver las cicatrices en mi
espalda, aunque no quise ni admitíórmelo a mi mismo. Y te ameó todavíóa mas la primera noche que
hicimos el amor. Cuando me dijiste que me amabas. . . No sabes lo que me hiciste entonces,
Amanda. Fui tuyo a partir de esa noche. No iba a abandonarte a las maquinaciones de ese cerdo de
hermano que tienes. Cuando salíó, ya habíóa decidido que vendríóas conmigo. Queríóa cuidarte, echarte
a perder un poco, darte todo lo que no habíóas tenido.
- Oh, Matt. . . Eso era todo lo que pudo decir, su garganta de repente reseca. Nunca habíóa
sonñ ado que eó l la amara de esta forma; eso era todo lo que queríóa en la vida y mucho maó s.

218
-Me he comportado como un cerdo contigo- masculloó .- Lo seó . ¿Coó mo pude pensar que me
habíóas traicionado?
Ella se aparto de el, sonrieó ndole suavemente y cruzando los dedos sobre su boca para
silenciarle.
-Silencio- dijo suavemente. -No hablemos maó s de eso. Lo comprendo.
EÉ l le sonrioó torcidamente, con un suave brillo en sus ojos. -Eres un aó ngel dijo, atrapando su
mano y presionando sus labios en la palma.- Mi aó ngel pelirrojo. Caó sate conmigo, Amanda.
Sus ojos resplandecieron. -Síó, mi amor contestoó , amaó ndole con su voz y con sus ojos. Sus
ojos brillaron al mirarla y el alzo llevaó ndola hacia la cama mientras encontraba su boca en un
apasionado beso.
Fue tiempo maó s tarde cuando se acordoó de contarle sobre el bebeó .

Epíólogo

Zachary Peter Grayson hizo su entrada al mundo el 3 de febrero, 1843, a las cinco y media
de la manñ ana. Su padre y su tíóo habíóan estado aguardando escaleras abajo en la biblioteca de Belle
Terre desde la una en punto la tarde previa. Nerviosos como ninñ os, sobresaltaó ndose a cada grito
que salíóa del dormitorio de arriba, bebiendo bastante los dos para encontrar el apoyo moral.
Cuando el senñ oríóto Zack se digno en nacer, los dos hombres ya estaban en la etapa comuó nmente
descrita como la de borrachos como una cuba. Amanda, arriba en el dormitorio principal con dos
criadas, una comadrona, y un doctor asistieó ndola, apenas miro a su hijo antes de caer en un suenñ o
agotado. Matt cuando fue invitado por el doctor a subir al piso de arriba a conocer al recieó n
llegado, apenas mostroó su intereó s por el. Ignoroó a su hijo completamente, y fue directamente hacia
la cama hacia su esposa para depositar un beso en su frente y asegurarse de que estaba solo
dormida y no muerta antes de desmayarse y caer al suelo a su lado.
Dos meses maó s tarde, sin embargo, la posicioó n del pequenñ o Zack en la familia era muy
diferente. Su madre excesivamente carinñ osa y su orgulloso padre estaban ansiosos por llevar a
cabo el maó s leve de sus deseos (los cuales adivinaban por sus sonrisas, arrullos y gorgoteos
diversos), y su tíóo carinñ oso le traíóa ridíóculos regalos cada vez que regresaba de un viaje. Debido a
la existencia de Zack, Matt praó cticamente habíóa dejado el mar, preferíóa quedarse en casa hasta que
Zack y Amanda le pudieran acompanñ ar. EÉ l dividíóa su tiempo entre supervisar la cosecha de canñ a de
azuó car de Belle Terre y su negocio naviero de Nueva Orleans. Amanda estaba rara vez muy lejos de
su lado.

219
* *

-¿Verdad que parece un aó ngel? Amanda preguntoó carinñ osamente una manñ ana de abril
mientras dejaba a su hijo dormido en la cuna de madera hecha a mano que estaba al pie de la cama
del dormitorio principal. Matt, la habíóa estado observando mientras amamantaba al ninñ o el apetito
de Zack era una fuente interminable de asombro para eó l en la comodidad caliente de la gran cama,
sonreíóa y estiraba sus piernecitas contra las almohadas.
-Mas bien parece un diablillo dijo, con voz brusca aunque sus ojos eran tan carinñ osos como
los de Amanda cuando miraba como su hijo que se estaba chupando el diminuto pulgar.
-No lo es. Amanda se volvioó hacia su marido, quien le sonrioó abierta y perezosamente. El sol
justamente estaba comenzando a salir por el horizonte, surcando de rayos dorados el cuarto a
traveó s de las ventanas abiertas. Uno se reflejo en el pelo suelto de Amanda, daó ndole vida propia
con su reflejo rojizo. Recieó n despierta, su cara todavíóa sonñ olienta, por el suenñ o del que Zack la
habíóa arrancado, cubierta con su blanco camisoó n, ella tambieó n parecíóa una ninñ a, seguramente no
lo suficiente mayor como para ser la madre de un hijo.
-Si es un aó ngel, debe parecerse a su madre. La voz de Matt era indulgente. -Que es dulce
como un beso, y de corazoó n bondadoso. ¿No regresas a la cama?
Amanda lo miro, sonriente. No habíóa confusioó n en la nota amorosa de su voz. Los meses
pasados de su embarazo y luego su recuperacioó n de un parto difíócil habíóan impuesto una larga
temporada de abstinencia. Desde que el doctor la habíóa autorizado de nuevo a tener relaciones,
Matt habíóa sido insaciable. No era que eso le molestara, pensoó con una sonrisa. Ella tambieó n habíóa
sido insaciable.
-¿No tienes que ir al campo? Le miroó inocentemente a traveó s de sus pestanñ as. Acostado
contra las almohadas, su pelo negro desgrenñ ado y sus hombros anchos en contra del lino blanco, eó l
era el epíótome del varoó n viril. La sabana colocada a traveó s de la mitad inferior de su cuerpo,
dejando al descubierto, el pecho lleno de negro vello que hacia despertar su imaginacioó n. Por lo
que respecta a su rostro eó l era el hombre mas impresionantemente bien parecido que habíóa visto
en toda su vida.
-Maó s tarde dijo, con voz espesa.- Regresa a la cama, Amanda.
Ella le sonrioó calurosamente. Y regresoó a la cama.

FIN

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