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(El cínico)
Sharon Kendrick
Argumento:
—Mi anterior asistente cometió el error de enamorarse de mí.
Shauna le informó al insufrible y arrogante Max Ryder que ella no tenía
intención de cometer el mismo error y se las arregló para mantenerse a
prudente distancia en la oficina. De pronto todo cambió. Max decidió
trabajar temporalmente en su mansión de Oxfordshire para estar con su
hija… Desde luego Shauna debía acompañarlo, justo cuando un Max
diferente derribaba sus defensas…
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Capítulo 1
Tenía… tenía… que lograrlo. Shauna entró en el compartimiento vacío y logró
acomodar su maleta justo cuando el tren empezó a moverse.
Después consultó su reloj e hizo un mohín al darse cuenta de que, aunque ese
tren fuera el expreso que iba de Dover a Londres, jamás llegaría a tiempo a su
entrevista.
Miró por la ventana y vio el cielo gris. El mal tiempo era el causante de que el
trayecto en el ferry hubiera sido tan turbulento. Rogó a quien estuviera en el cielo
que la ayudara a conseguir ese empleo. Shauna leyó el anuncio por enésima vez:
—Así es —contestó la señora Neilson, después de revisar una lista—, con casi
una hora de retraso —la miró como disculpándose—. Lo siento mucho, pero el señor
Ryder no tolera la impuntualidad.
—¡Oh, déjeme explicarle! —contestó rápido Shauna—. Por favor —le sonrió a la
recepcionista, con una mirada de súplica pues había viajado mucho para obtener ese
empleo—. Acabo de llegar del otro lado del continente… de Portugal y aunque salí
con tiempo, el ferry ha llegado con retraso. Puedo esperar hasta que entreviste a las
demás.
—Pues… —dijo dudosa la señora Neilson, después le sonrió—. Bueno, haz la
prueba. Toma asiento… aunque no te prometo nada.
—Gracias —Shauna se acercó a una silla y depositó desafiante sus pertenencias
a su alrededor antes de sentarse. Las demás mujeres se quedaron mirándola.
«Bueno», decidió, «este es un juego en el que puede participar más de una persona»,
así que devolvió cada mirada recibida.
Y cuanto más las miraba, más incómoda se iba sintiendo. Las tres mujeres
parecían mayores que ella, con más confianza y muy seguras de sí mismas. Una
elegante joven llevaba el cabello corto mientras que las otras dos tenían melenas muy
bien arregladas. Eran peinados perfectos, mientras que Shauna llevaba el pelo
recogido en la nuca, como el de una niña.
Sin duda alguna, su pelo era su rasgo más personal, aunque los negros rizos
que le llegaban hasta la cintura, eran poco prácticos en la vida diaria. Hacía mucho
tiempo que había renunciado a cortarlo porque todos los peluqueros a los que
acudía, insistían en que no debía hacerlo.
Shauna miró de nuevo a las mujeres y se preguntó por qué no se había
maquillado un poco. Porque durmiendo en el barco se le habría estropeado, le
contestó la voz de la razón.
Mientras esperaba, consideró la idea de ir a maquillarse un poco, pero una
mirada final a las otras mujeres la convenció de que no podía competir con ellas pues
iban perfectamente arregladas.
¿Acaso las cosas en Inglaterra habrían cambiado tanto que ahora debían vestir
así las secretarias?, se preguntó. Nerviosa, Shauna estiró la manga de su chaqueta.
La puerta se abrió a espaldas de la mujer del escritorio y una chica rubia salió
de ella sin mencionar una palabra.
—¿Quiere pasar, señorita Stevens? —anunció la señora Neilson.
La joven del cabello corto se encaminó hacia la puerta y Shauna escudriñó en su
bolso, ahora seriamente preocupada. ¿Sería ese trabajo lo que ella suponía? ¿No era
extraño? Tal vez ella era más inocente de lo normal. ¿No se había dicho ella misma
que era demasiado bueno como para ser verdad?
Shauna buscó la carta que le habían enviado y volvió a leerla dos veces.
«No», pensó, no escondía ningún mensaje sutil. Luego se dijo: «si entro y me
ofrecen un trabajo en su salón de masaje, entonces sonrío cortés y salgo de
inmediato».
Cuando guardó el papel, sus dedos temblaban al recordar que en los periódicos
había leído acerca de esos lugares.
Entró la última mujer. En ese momento, sonó el teléfono de la señora Neilson.
Esta levantó el auricular, escuchó y respondió:
—Sí señor Ryder… es la última, pero ya ha llegado la señorita Wilde —una
pausa—. Sí, ha llegado tarde, pero parece ser que ha venido desde muy lejos.
Shauna escuchó una vez que parecía molesta.
—Lo sé —contestó la señora Neilson, hizo otra pausa y agregó—. En mi
opinión… sí —colgó y miró a Shauna—. Ha dicho que te entrevistará después de
hablar con la última solicitante —la señora se puso de pie y agregó—: Y ahora debo
irme… me está esperando mi marido —sonrió—. El señor Ryder te acompañará
hasta la puerta cuando termine la entrevista —su voz bajó de tono hasta ser sólo un
murmullo—: Buena suerte.
—Gracias —Shauna la siguió con la mirada y retorció un rizo detrás de su oreja,
era una manía que tenía desde la niñez.
¡Debía estar loca para permanecer sola en la oficina con ese hombre llamado
Max Ryder… a quien ni siquiera conocía! Una voz interna la urgió a salir de ahí…
cogió la maleta y sintió un vuelco en el corazón al ver que la pelirroja salía furiosa,
diciendo:
—Canalla —su tono de voz apenas era audible pues salía taconeando con
fuerza.
Seriamente alarmada, Shauna se puso de pie y caminó detrás de la pelirroja
hasta que la detuvo una profunda voz.
—¿Se marcha ya, señora Wilde?
De mala gana se volvió.
—No creo estar capacitada para el trabajo —dijo y se quedó boquiabierta. Se
había imaginado a un hombre de poca estatura, moreno, con los dedos llenos de
anillos ostentosos y de mal gusto. Pero el señor Ryder era muy diferente.
Llevaba un elegante traje y parecía respetable, pero una inspección más cercana
la convenció de que la palabra correcta no era respetable pues ¡los hombres respetables
no eran tan guapos!
Los ojos verdes entrecerrados que la miraban de cerca eran como dos témpanos
de hielo. Tenía la piel ligeramente bronceada y su boca formaba una línea. Ella trató
de imaginarlo riendo, pero no pudo.
Su cabello rozaba el cuello de una camisa de seda. También su corbata era de
seda, de un color gris que combinaba muy bien con un traje gris oscuro que le
quedaba perfecto.
Shauna reprobó la actitud de la chica. Por mujeres como ellas, las demás
recibían calificativos poco agradables. Además, no se necesitaba ser maestra en
psicología para darse cuenta de que un hombre como Max Ryder quedaría
completamente apagado ante un acercamiento tan obvio. Él, que continuaba
observándola, le preguntó:
—¿Debo entender que usted no aprueba que las mujeres utilicen sus encantos
personales cuando trabajan?
—Claro que no —su mirada gris era fría—. Supongo que se habrá quejado en la
agencia.
—Simplemente no volveré a utilizar sus servicios —se encogió de hombros—.
Espero no volver a necesitarlos —la miró como considerando algo—. Parece muy
interesada en el asunto, señorita Wilde, ¿acaso tiene usted algún interés en la
agencia?
—He venido a una entrevista para obtener éste empleo, señor Ryder —contestó
con dulzura. Ella conocía muy bien ese viejo truco. Los jefes siempre querían un
compromiso al cien por ciento… Si se les comentaba que otro trabajo podría
ofrecerles algo mejor, no la volverían a tener en cuenta, además, ese empleo la
proveería de vivienda—. ¿Quisiera hablarme un poco más acerca de él?
—¿Qué le parece —sus ojos verdes brillaron divertidos—, «¿tirano necesita
secretaria?». Trabajo exhaustivo y paga miserable.
—¿Y es así en realidad? —preguntó.
Él extendió una bronceada mano y cogió un lápiz, antes de contestar.
—No, le he mentido en lo del sueldo… ¡pago muy bien! Pero acerca de lo de
tirano, esa imagen se la tendrá que hacer usted misma… pero no soporto a los tontos.
Por cierto, he recibido peores calificativos que ése —agregó con suavidad. Luego se
inclinó para acomodar el bonsai un milímetro hacia la derecha y ya satisfecho, volvió
a acomodarse en su sillón—. Compro y vendo —le explicó—. Sobre todo bienes
raíces. Como ese ramo ha decaído en este país, he tenido que diversificarme y estoy
haciendo negocios en Europa. En ese momento estoy en tratos para adquirir un
terreno en el Algarve, donde pretendo construir un complejo turístico. Se estima que
el proyecto durará dos años como mínimo antes de ponerlo en funcionamiento, de
ahí la necesidad de tener una secretaria que hable portugués.
—¡Pero si usted lo habla! —protestó la chica.
—Sólo lo indispensable como para manejarme en un restaurante —movió la
cabeza—, pero desconozco las sutilezas del idioma, además no entiendo los términos
legales. Lo que me lleva a preguntarle; ¿qué tal es su portugués?
La respuesta de Shauna no se hizo esperar. Le aclaró al menos que ella no
estaba allí con falsas pretensiones y que a diferencia de las otras —como lo había
especificado en su solicitud —hablaba perfectamente el portugués. Habló tan rápido
en portugués que era imposible de entender para alguien cuya lengua materna no
fuera ese idioma. Cuando terminó, notó que en el rostro de él había aparecido otra
torva sonrisa.
Capítulo 2
Sin embargo, las siguientes palabras de Max Ryder fueron en tono brusco e
impersonal:
—Supongo que tendrá que recoger su ropa y sus pertenencias —miró la
maltratada maleta de Shauna—. ¿O acaso eso es todo? —preguntó sarcástico.
—¡Claro que no! —contestó indignada apartando de la comisura de su boca un
mechón de cabello—. Tengo otras dos maletas.
—¿Y dónde están?
—En el apartamento de unos amigos.
—¿Aquí? —preguntó.
—Sí, aquí en Londres.
—A propósito es usted muy lenta, señorita Wilde —preguntó después de
suspirar pesadamente, consultando su reloj. Después agregó—: Espero una llamada
de París a las ocho… puedo llevarla a recoger sus maletas y luego enseñarle el
apartamento.
Por alguna razón no deseaba que la llevara. Él era su jefe, y además tenía que
admitirlo, peligrosamente atractivo. Shauna no quería que conociera ningún aspecto
de su vida privada, así que le contestó:
—Muchas gracias, pero yo puedo hacerlo sola.
—¡Oh, por Dios! —exclamó impaciente—. No trato de inmiscuirme en su vida.
Sólo me he ofrecido para llevarla a recoger sus cosas. ¿Por qué sufrir en el metro
cuando puede hacerlo con toda comodidad? Y si está preocupada de que algún
novio, ex o algo parecido, me golpee en la mandíbula, deje de hacerlo.
La sola idea era risible. ¡No podía imaginarse a ningún hombre teniendo la
osadía de golpearlo a él en la mandíbula!
—Lo comparto con dos abogados, no con cavernícolas —contestó—. Y viven en
Hampstead.
—Hampstead —repitió dejando de indagar—. Está muy lejos, tardaremos
mucho en llegar hasta allí—. Vamos al coche —y se dirigieron hacia allí.
Shauna lo siguió en silencio hasta el ascensor. En la planta baja la presentó a
Charlie, el portero y después salieron por la puerta giratoria.
La temperatura otoñal había descendido y Shauna se estremeció de manera
involuntaria, pues su traje de lino era inadecuado por completo. Pensó que él no lo
notaría, pero lo notó de inmediato.
—Espero que entre sus cosas tenga un buen abrigo.
—Sí, tengo un abrigo —Shauna no quiso comentar que seguramente toda su
ropa le parecería pasada de moda.
nuevo—. ¿Sabe? Si va a trabajar conmigo, tendrá que hacer algo para no ruborizarse.
¡Es una mujer de mundo!
—No soy una mujer de mundo, si se refiere a lo que estoy pensando —la broma
de Ryder de inmediato cambió la atmósfera. Él la miró con expresión de curiosidad y
preguntó:
—Dígame, no ha mentido respecto a su edad en la solicitud, ¿verdad?
—¡Por Dios! —contestó—. ¡Claro que no he mentido! ¿Siempre piensa mal de
los demás o está acostumbrado a que le mientan?
—Estoy muy acostumbrado —se burló él—. Sobre todo las mujeres y en
particular, las de su edad. Sólo que en general se quitan unos años, mientras que
usted…
Había algo molesto en la forma en que la miraba aunque Shauna no quiso
preocuparse más por eso, sino que también lo miró y le preguntó:
—¿Va a necesitarme esta noche? Porque quisiera deshacer las maletas y…
—Está libre hasta mañana a las diez. Ah, una cosa más… las reglas de la casa.
—Soy muy ordenada —lo interrumpió—. Y no dejo platos sucios en el
fregadero.
—De hecho tenemos lavavajillas… y una señora viene a hacer la limpieza dos
veces a la semana. No, sólo hay una regla… no se permiten invitados a dormir. No
me interesa con quién se acueste… pero no lo haga aquí. No me gusta que me
despierten.
Shauna palideció mientras se preguntaba si podría soportar a ese hombre tan
odioso. Se quedó mirándolo como si estuviera considerando otra alternativa… la de
marcharse de inmediato.
No quería irse, pues se trataba de un maravilloso trabajo… Nunca encontraría
otro igual y si el único problema era el detestable Max Ryder, bueno, podría
soportarlo. Al menos él le había dejado muy claro que no pretendía ninguna otra
cosa con ella, así que en ese sentido estaba segura a su lado.
—¿Ha cambiado de idea? —preguntó él observándola divertido, a lo que ella
contestó haciéndose la sorprendida.
—¿Cambiar de idea? ¿Sobre qué?
—Sobre quedarse.
—Claro que no, señor Ryder —su boca era una línea recta. ¡Rezaría porque
pronto vinieran a dividir el apartamento!—. Lo acepto como un reto.
—Sugiero que nos hablemos de tú —sonrió—. Llámame Max. Hay comida en la
cocina. Prepárate algo.
—Gracias —contestó cortés, pero en cuanto entró en su habitación y cerró la
puerta, se encontró con que el apetito que antes la devoraba, había desaparecido.
Capítulo 3
Shauna colocó todas sus cosas en el enorme armario y se percató de que debía
comprarse ropa nueva. La que tenía estaba bien, pero era poca. En Portugal, llevaba
ropa ligera, totalmente inadecuada para el clima de Londres. Aunque tenía algo de
ropa de abrigo, estaba muy pasada de moda.
El cuarto de baño parecía sacado de alguna revista de decoración. Al entrar en
el baño, sintió un alivio celestial después del cansado viaje. Luego tardó casi media
hora en secarse el largo cabello rizado y cuando terminó, apenas tuvo fuerzas para
cepillarse los dientes y acostarse. Había tenido un día bastante agitado.
Shauna creyó que no tenía hambre, pero su estómago le indicó lo contrario pues
la despertó en medio de la noche. Se sentó en la cama y miró el reloj. Eran las cuatro
de la madrugada… la hora menos indicada para comer… pero su estómago gruñó en
señal de protesta. Decidió ir a la cocina… después de todo Max le había dicho que se
preparara algo.
Shauna se levantó, se puso una bata y caminó descalza. Al abrir la puerta de su
habitación se quedó quieta un momento. No se oían ruidos, excepto el tic tac de
algún reloj. Gracias a Dios la puerta de la habitación de Max estaba cerrada. Caminó
en silencio hasta la cocina y abrió la puerta.
La chica se dio cuenta de que Max Ryder comía bien pues el refrigerador estaba
lleno de ensalada, embutidos, fruta y una caja muy grande llena de bombones belgas.
Shauna encontró pan y se preparó un bocadillo.
La joven tenía en la mano un bote de zumo de naranja que iba a abrir, cuando
un ruido a sus espaldas la hizo volverse. Max Ryder estaba parado en la puerta
vestido tan sólo con unos pantalones vaqueros… a medio cerrar. Ella apartó la vista
tan deprisa que el bote de zumo, se le cayó.
En ese preciso momento ambos quisieron detenerlo, pero Shauna perdió el
equilibrio y se resbaló. Se habría caído al suelo si Max no la hubiera cogido a tiempo.
Shauna quedó maravillada por la fuerza con que la sujetó y por la calidez de la
mano que la retuvo por la espalda. Entonces, conforme sus sentidos empezaron a
reaccionar se dio cuenta de que estaba demasiado cerca de él, de que sus senos
estaban apretados contra el desnudo pecho de Max… y que se amoldaban a través de
la tela de su bata. La asaltó un mareo y se ruborizó al darse cuenta de que por la
rapidez de sus movimientos uno de sus senos había quedado fuera del escote del
camisón.
Entonces oyó una maldición y de inmediato se separó sin atreverse a mirarlo.
—¿A qué rayos estás jugando? —gruñó en voz alta y brusca. Ella notó que un
músculo se tensaba en su mejilla. Dejó el bote de zumo encima de la mesa y la miró
fijamente—_ ¿Esto forma parte de algún jueguecito? —preguntó—. ¿Venir a la cocina
a esta hora de la madrugada?
Max le había dicho a las diez en punto, así que tenía que apresurarse. Se duchó
rápidamente y pensó que no le sorprendería que después del incidente de la noche
anterior, él hubiera decidido no darle el empleo.
Se puso un sencillo vestido, pero agregó un toque de color a su atuendo con la
cinta roja que se puso en el pelo.
Ahora estaba lista para enfrentarse al mundo… a él… Abrió la puerta de su
habitación esperando encontrar vacío el apartamento, pero no tuvo tanta suerte
porque vio a Max sentado ante una mesa, frente a una ventana inmensa, leyendo el
periódico y tomando café.
El la miró y ella cruzó los brazos como si pusiera una barrera contra el abuso o
el desprecio, pero no encontró ninguna de las dos cosas en su mirada. Él volvió la
vista al periódico y sólo dijo:
—El café está recién hecho.
Shauna dudó un momento y finalmente él la miró, pero su expresión era
inescrutable.
—Acerca de lo de anoche… —empezó a decir ella.
—Olvídalo —interrumpió.
—Pero yo… —¿qué fue lo que la hizo insistir a pesar del tono de Max?
—¡He dicho que lo olvides! —su verde mirada era tan oscura como el jade.
—No quiero que pienses… —continuó testaruda.
—Escúchame —la interrumpió exasperado—. No pienso nada. ¿Entiendes?
Nada. Quizá tú imaginas que lo correcto es actuar como una damisela en desgracia…
pero personalmente creo que exageras… Te aseguro que lo que vi, que por cierto no
era muy excitante, fue menos de lo que he visto en las playas de cualquier parte del
mundo. Así que, ¿lo olvidamos? —tomó su periódico—. Ahora tómate el desayuno
como una niña buena —concluyó sarcástico.
Shauna se forzó para no temblar al coger la cafetera. Estaba demasiado
sorprendida por sus palabras como para pensar en una respuesta adecuada. No era
muy excitante; ¡Qué grosero! Era un canalla, el peor que había conocido, pensó
mientras terminaba su rebanada de pan tostado…
Con razón le pagaba tanto dinero… ¡maldito dinero! Y lo peor era que tenía que
vivir con él.
Cogió una sección del periódico, pero no pudo leerlo. Pensó que era una
situación muy extraña. Estaban desayunando juntos, pero en realidad eran dos
perfectos desconocidos. Aunque eso siempre sucedía cuando se compartía un
apartamento. Según se dice no se conoce bien a alguien hasta que no se vive bajo el
mismo techo. Lo que más le sorprendía era que Max Ryder no estuviera viviendo con
una mujer… en todo el sentido de la palabra.
cuenta de que podía hacerlo todo, aún cuando la señora Neilson había salido a
almorzar. Al final, mecanografió las cartas que él le había dictado.
Max regresó antes de las cinco, justo a tiempo para expresarle su satisfacción.
Después de que ella le diera las gracias, él le dijo que pensaba salir esa noche y le
entregó un juego de llaves del apartamento.
En cuestión de días, Shauna se adaptó a la rutina. Trabajaba mucho… ¡era lo
que su jefe esperaba!… quizá mucho más de lo que había trabajado hasta entonces. Él
era puntilloso, exigente y crítico hasta el extremo de que ella sentía que no satisfacía
sus exigencias. Aunque también le gustaba el reto.
Una vez lo sorprendió escuchándola hablar en portugués con una expresión
entre divertida e irritada. Shauna sospechó que le molestaba que lo hablara bastante
mejor que él.
En el apartamento lo veía menos de lo que había imaginado. Algunas noches,
Max salía sin decir dónde y por supuesto, sin invitarla.
Una o dos veces le llamó una mujer de nombre Marta. Ardía de curiosidad por
saber de quién se trataba, pero él recibía las llamadas en su habitación.
Shauna por lo general se recluía en su dormitorio después de la cena. Si él no
estaba en el apartamento, veía la televisión.
Un día, Shauna decidió romper un poco el hielo. Como Max era su jefe y
además compartían el mismo apartamento, él no vería mal ese detalle.
Y una mañana, justo antes de que él saliera a almorzar, le preguntó, como si
nada, si esa noche iba a cenar fuera.
—Cielos, no… ya he tenido suficiente comida de restaurante durante toda ésta
semana.
¡Perfecto! Podría hacer unos spaghettis, tal y como lo hacía cuando vivía con
Harry y con Nick. De paso podría conocer un poco más a su jefe. Sólo que no todo
sucedió como ella lo había planeado.
Max salió de su habitación a las ocho y se encontró ante una mesa dispuesta
para dos personas mientras que Shauna, ruborizada por el calor de la cocina,
preparaba las verduras. El elevó una ceja de forma suspicaz, indicándole a la chica lo
que opinaba de su gran idea.
—¿Tienes invitados a cenar?
—No exactamente —contestó sonriendo—. Sólo que… ¿no quieres
acompañarme?
—¿Quée?
—Bueno, yo… —la sonrisa de Shauna desapareció poco a poco—, he preparado
la cena y como no ibas a salir ésta noche, he pensado… —dejó de hablar al ver la
expresión de Max, que estaba mirando fijamente la comida, y apenas pudo reprimir
un estremecimiento. Después la miró a ella, sus ojos no mostraban el menor signo de
simpatía.
Shauna se moría de curiosidad por saber cuál era el nexo entre él y la escuela
Queen Mary, pero no se atrevió a preguntar, sobre todo porque nunca lo había visto
tan furioso como en ese momento.
Él estuvo fuera bastante tiempo, y ya no regresó a la oficina. Shauna
mecanografió las cartas que le había dictado, después un mensajero le llevó unos
documentos en portugués, por lo que ella se dedicó a traducirlos, disfrutando el reto
de hacerlo.
A las seis de la tarde aún no había señales de él. A las seis y media la chica
decidió dar por terminado el trabajo de ese día. Cogió unos documentos y subió el
apartamento. Justo cuando estaba poniendo los papeles sobre una mesa, escuchó que
Max entraba.
—Hola —lo saludó. Quiso esperar a que él dijera algo, pero en vez de eso
agregó—. He estado trabajando hasta las seis y media. He dejado las cartas en tu
escritorio… ah, y ha llegado esto… la joven se interrumpió al ver que los ojos verdes
lanzaban destellos de furia—. ¿Qué pasa? —gritó—. ¿Qué ha ocurrido? —pero él no
contestó. Permaneció inmóvil y mirándola fijamente—. Max —aún le sonaba extraño
ese nombre—. ¿Qué pasa?
—Se trata de mi hija —contestó después de una prolongada pausa—. La acaban
de expulsar del colegio.
¡Su hija! Shauna necesitó tiempo para imaginarlo como padre y sintió un vuelco
en el estómago. Si él tenía una hija, en algún lugar debía tener una mujer… o una ex
mujer. Max siguió hablando como si estuviera solo.
—¡Maldición de maldiciones! —explotó.
—¿Qué ha ocurrido? —se atrevió a preguntar después de aspirar
profundamente.
—Mi hija tiene lo que eufemísticamente llaman problemas de comportamiento. A la
directora del internado no le ha gustado encontrarla fumando otra vez.
—¿No van a reconsiderar la situación?
—No. Por eso me han llamado esta mañana. He estado allí todo el día.
¡Una hija! No podía imaginarlo.
—¿Qué edad tiene? —preguntó Shauna.
—Trece años —contestó de manera automática. Al mirarla alzó las cejas—. ¿Te
parece que no soy tan mayor como para tener una hija de trece años? Fui un novio
niño —concluyó sarcástico.
—Es sólo que… —Shauna se preguntó qué habría sido lo que había provocado
tanta amargura en él—… bueno, como no he visto ninguna fotografía suya, pues…
Max se dirigió a su habitación y regresó con una gran fotografía en un marco de
plata y se la entregó diciendo:
—Ésta es mi hija.
Shauna observó a la niña y se dio cuenta de que su madre también debía ser
muy hermosa porque aunque la niña había heredado los ojos verdes de su padre, su
rostro tenía delicados contornos, diferentes a los de Max. Observó también cómo la
niña miraba desafiante a la cámara, como si la retara a hacerla reír.
—Es muy guapa —dijo.
—Sí —contestó él.
Por alguna razón que no pudo comprender, preguntó de mala gana:
—Y su madre, ¿qué opina de eso?
—Su madre murió —contestó después de una pausa—. ¿Quieres tomar algo? —
preguntó caminando hacia el bar.
—No.
Max se sirvió un whisky y agregó entrecerrando los ojos.
—Y no se te ocurra darme tus condolencias, pues sucedió hace muchos años.
Shauna estaba un poco sorprendida ante el gesto de confianza de su jefe.
—¿Qué piensas hacer?
—Van a mandarla a casa mañana —contestó él aflojándose la corbata—. Tengo
que buscarle otro colegio y eso va a ocasionar algunos trastornos. Además de que
aquí no hay espacio, éste no es el lugar adecuado para ella. Tengo una casa en las
afueras de Oxford y como no es posible estar yendo y viniendo… tendremos que
trasladar allí la oficina hasta que encuentre otro colegio.
Shauna notó que él ni siquiera le había preguntado si el cambio le importaba o
no, pero quizá intuyó algo por la expresión de la chica, por que en seguido le
preguntó:
—¿Te parece bien, Shauna?
—Claro —contestó ella, dándose cuenta que lo que menos necesitaba él en ese
momento era alguna objeción de su parte—. No hay problema, iré a donde tú vayas.
No tengo ataduras.
—Bien —contestó él, después de sorprenderse durante un instante—. Nos
iremos temprano —dudó un momento y después agregó: Siento que debo advertirte
que… ella no te facilitará las cosas. Puede llegar a ser… bastante difícil.
—No hay problema —contestó risueña, recordando el refrán que dice: de tal
padre, tal hijo.
Capítulo 4
—¿Eres una de las amantes de papá? Shauna por poco se atraganta con la
manzana que estaba comiendo.
—¿Perdón?
—He dicho que si eres una de las amantes de papá —los ojos verdes de la niña
la observaron impasibles. Shauna decidió no mostrar sorpresa pues eso era lo que
deseaba la niña.
—Soy la nueva secretaria de tu padre. Me llamo Shauna Wilde.
—¡Secretaria! —contestó la niña con sorna—. ¡Eso es nuevo para mí! Y supongo
que te pasas todo el tiempo tratando de meterte con él en la…
—¡Bianca! —Max entró antes de que su hija terminara la frase aunque Shauna
sabía muy bien lo que iba a decir—. ¡Basta! —le advirtió a la niña—. Si no puedes
comportarte como debes, te enviaré a tu habitación. Y lo digo en serio.
—Sí, papá —de pronto la niña sonrió a su padre de un modo muy infantil.
Shauna pensó que se trataba de una volátil mezcla de mujer y niña, aguijoneada
por la adolescencia. La fotografía no le hacía justicia pues no mostraba su traslúcida
piel. La niña era de estructura delicada y sus ojos verdes delataban la turbulencia de
sus emociones de adolescente.
Shauna y Max habían salido esa misma mañana. Shauna se quedó en la casa
mientras Max iba al colegio a recoger a la niña. Shauna quedó sorprendida al ver la
mansión de Max, pues era enorme y muy acogedora. Entonces comprendió por qué
el apartamento de Londres era tan impersonal. Aquel no era su hogar… sino esta
casa.
La mansión estaba decorada con preciosas antigüedades y bellísimas alfombras
y las paredes mostraban impresionantes pinturas al óleo.
En cuanto entró en la casa, una robusta mujer regordeta se presentó ante ella:
—Soy la señora Roberts, el ama de llaves. Por lo general, trabajo los fines de
semana cuando el señor Ryder viene, o cuando la señorita Bianca se encuentra de
vacaciones, pero anoche me llamó el señor y me contó lo que había sucedido —le
explicó a Shauna mientras le mostraba su habitación—. Pobre señor, está
desesperado. Sé que me necesita aquí mucho más de lo que yo puedo estar… pero
tengo un marido a quien debo cuidar —su sonrisa se desvaneció un poco—. Está
inválido. Además la señorita Bianca necesita una mano firme. Hace de su padre lo
que quiere.
Shauna no pudo menos que estar de acuerdo con la señora Roberts cuando
conoció a la niña, cuya verde mirada mostraba una expresión calculadora. Shauna la
entendió pues había pasado por lo mismo. Alguna vez ella también fue una niña
solitaria y confundida.
—Yo subo las demás maletas —le dijo Max.
—Eso díselo a tus amigas, papá —contestó triunfal la niña—. Creí que te
gustaban las mujeres que enseñaban las piernas.
—¡Basta, niña! —gruñó Max. Shauna luchó por contener la risa.
—¿Puedo tomar vino, papá?
—Claro que no… ahora, ¿quieres tomarte la sopa?
Después del almuerzo, Max y Bianca se encerraron en el estudio, según Shauna,
para hablar larga y seriamente. Ella se pasó la tarde llamando por teléfono a la gente
para avisarles del temporal cambio de dirección de Max. Las líneas telefónicas con
Portugal no andaban bien, así que tuvo que esperar media hora para poder hablar
con el abogado de Max en Lagos.
Y mientras esperaba pensó en la antipatía que sentía Max hacia las mujeres.
Bueno, eso no concordaba con los comentarios de Bianca sobre sus amantes. Pero para
ella, el tema de las conquistas de Max era tabú. No iba a cometer el mismo error que
su predecesora.
La cena, aunque perfecta, estuvo a punto de ser un desastre pues Bianca se las
arregló para hacer los peores comentarios cada vez que le fue posible.
Shauna notó que Max se reprimía para no contestarle furioso a su hija e intuyó
que necesitaban hablar en privado, así que se puso de pie.
—Si no os importa, no tomaré café. Prefiero retirarme.
—Por favor —el rostro de Max se ensombreció—, no sientas que tienes que irte
por el hecho de que Bianca haya olvidado los buenos modales.
Bianca frunció el ceño y Shauna sintió una oleada de empatia. Los dos eran tan
parecidos… ambos sentados frente a frente, con expresión iracunda… la niña rubia y
el padre moreno, pero ambos con esos maravillosos ojos verdes.
—Bianca no tiene nada que ver con esto —sonrió—. ¡Es que me estoy
durmiendo!
Max se puso de pie, su rostro mostraba una expresión extraña y sonrió.
—Gracias por tu ayuda —le dijo. Shauna se sintió como si le acabara de regalar
un ramo de flores.
—No hay problema —contestó—. Buenas noches, Bianca.
—Buenas noches —respondió mustia.
En la intimidad de su habitación, Shauna comenzó a cepillarse el cabello. Se
miró al espejo, sus grandes ojos grises reflejaban tristeza. Sin quererlo, la presencia
de Bianca le había traído recuerdos de su propia niñez.
Su tranquilidad se desvaneció cuando oyó que alguien llamaba con suavidad a
la puerta y fue a abrir.
—¡Max! —exclamó sorprendida. Él se notaba extrañamente titubeante.
—No sabía si ya estarías dormida. Quiero hablar contigo.
Capítulo 5
Shauna tuvo un sueño muy real. Ella intentaba alcanzar a una figura entre
neblina, y en cuanto la iba a atrapar, la silueta retrocedía. Despertó con una sensación
de decepción y mientras se vestía con una blusa blanca y una falda negra, reflexionó
que casi toda su vida la había pasado sola.
Entonces se preguntó cómo sería el despertar con alguien al lado., reír juntos,
besarse, hacer el amor… «¿con alguien como Max Ryder?», una voz interna se burló
de ella.
Max y Bianca ya estaban desayunando. Ambos levantaron la mirada al verla
entrar en el soleado comedor.
—¡Vaya! —exclamó la niña—. Pareces una camarera.
Shauna se ruborizó. Su ropa era cómoda, pero ya tenía tres años. Ella abrió la
boca para defenderse, pero Max intervino diciendo:
—No seas grosera, Bianca —los verdes ojos entrecerrados la recorrieron como si
fuera la primera vez que la veía y agregó—: Te daré un adelanto de tu sueldo para
que compres ropa.
—No es necesario —agregó seria.
—Insisto —dijo él con firmeza mientras cogía una rebanada de pan tostado.
—Yo puedo acompañarte —dijo Bianca, mientras Shauna reía al imaginar lo
que la niña le aconsejaría comprar.
—Ya veremos —contestó sin comprometerse. Quizá si fueran juntas de
compras, Bianca se comportase menos hostil.
—Papá, ¿qué voy a hacer hoy?
—La tarea que tienes de lectura te mantendrá más que ocupada —gruñó Max.
—Papá… por favor, ¿puedo descansar hoy? ¿Podemos ir a montar a caballo?
¡Por favor!
—Lo que parece que se te olvida —contestó Max con el ceño fruncido—, es que
tu presencia aquí no se debe a un premio que te hayan dado en el colegio. Te
encuentras aquí porque te han expulsado. Y si piensas que voy a premiarte
llevándote a montar a caballo, te equivocas… Además, tengo que buscarte un
colegio.
La joven observó el rostro de la niña y notó que cuando le había pedido a su
padre que la llevara a montar a caballo, había desaparecido esa aburrida expresión.
En ese momento sólo era una niña ansiosa y emocionada. Shauna aspiró hondo y
dijo:
—Yo puedo llamar a los colegios.
Bianca la miró agradecida, pero Max gruñó al tiempo que le decía:
—De nada —contestó Shauna, poniendo los platos en una mesa—. No tardaré
mucho en pedirles que nos envíen los folletos de que dispongan.
—Bien —hizo una pausa antes de salir y agregó—: ¿Sabes? En el desayuno he
tenido la impresión de que te estabas aprovechando de mí.
—¿Quién? ¿Yo? —fingió sorprenderse. Él volvió a reír y notó que esa mañana lo
hacía con frecuencia.
—Regresaremos a tiempo para almorzar —dudó un poco al mirar su falda
negra—. Tu sueldo está en el escritorio de mi estudio. Utilízalo.
—Sí —agregó apresurada, a lo que él señaló con expresión pensativa:
—Será mejor que vaya a cambiarme.
Shauna entró silenciosa en el estudio, pensando que trabajar para él quizá no
fuera tan fácil como había pensado en un principio. Sobre todo, si él se mostraba
tan… encantador. La joven se preguntó si todo habría empezado así con su anterior
secretaria. Tal vez él comenzó a confiar en ella, bajó la guardia, y al final se encontró
con que la lealtad de su empleada se había convertido en un amor inesperado. Por lo
que a ella concernía, no cometería el mismo error. Max no buscaba amor, ¿no se lo
había dicho él mismo?
Shauna trabajó toda la mañana, llamó a diferentes colegios y, de vez en cuando,
hizo pausas para comunicarse con los abogados de Max en Porto Mao, que se
estaban encargando de la compra de terrenos para el complejo turístico.
A las once de la mañana, la señora Roberts le llevó café y galletas. Shauna le
sonrió:
—Gracias, señora Roberts. Me mima demasiado.
—Cómase todas las galletas —contestó el ama de llaves—. Está muy delgada.
¡Si alguien más se lo decía, se pondría a gritar! No estaba tan delgada.
A las doce y media salió del estudio para lavarse las manos y esperar a que Max
y Bianca regresaran a almorzar. A juzgar por su apariencia tranquila y feliz, el paseo
había sido todo un éxito. Bianca llegó de buen humor.
—¡Oh, Shauna! —exclamó la niña—. ¡Ha sido fantástico! ¡Grandioso! Papá,
¿tengo tiempo de darme un baño antes de almorzar?
—Por supuesto que sí —replicó él, fingiendo que fruncía la nariz.
Bianca se alejó subiendo las escaleras de dos en dos y Shauna se quedó sola con
Max.
Era obvio que él había galopado mucho, pues estaba despeinado y tenía la
frente perlada de sudor.
Había algo casi primitivo y apabullantemente masculino en él. Shauna empezó
a temblar sin control.
—Tienes frío, ¿verdad? —inquirió él. La pregunta terminó de inmediato con su
reacción.
—No, claro que no. Pero tú lo vas a tener… si no te quitas esa ropa —¿por qué
dijo eso? Se ruborizó con violencia antes de tartamudear—. Yo no… he querido
decir… sólo es una proposición.
La expresión de Max parecía seria, aunque en los ojos verdes se reflejaba
diversión lo mismo que en las comisuras de su boca. Casi reía.
—¿Sí? —dijo con suavidad—. ¿No te agrada mi apariencia, Shauna? —y acto
seguido se marchó dejándola con la boca seca, y además molesta. Bueno, ¿a qué
jugaba Max? Le había advertido que no hiciera avances con él y ahora él bromeaba y
coqueteaba con ella, jugando con sus emociones como un gato con un ratón. Max no
era tonto y debía saber perfectamente bien cuan letal era su encanto.
Conforme su pulso se fue normalizando sintió miedo y rogó con fervor no
enamorarse de Max. No quería convertirse en otra víctima de ese frío e insensible
corazón.
Esa noche, Bianca no bajó a cenar.
—Está cansada por la cabalgata de hoy —le explicó Max—. Ha cenado en la
cocina. Ahora está escuchando una horrible música en su habitación. Al menos
empieza a parecer más niña, no una caricatura de mujer, de esas que ve en las
revistas de modas.
Shauna se sintió de nuevo nerviosa. Ahora estaba sola ante él. Las velas
encendidas los rodeaban de extrañas sombras mientras que la señora Roberts los
atendía. La joven bebió más vino del aconsejable, lo que la ayudó a despojarse de sus
tensiones.
Ella habló en una forma casi incoherente y cuando terminaron el postre, él se
acomodó en su silla y la miró de manera especulativa.
—Ninguna atadura, ¿verdad?
—¿Perdón? —Shauna parpadeó extrañada.
—Tú. Antes me dijiste que no tienes ataduras y me interesa saber por qué.
—No hay gran cosa que contar —trató de encogerse de hombros con
indiferencia, pero no logró tener éxito.
—No puedo creer que no tengas a nadie —dijo él.
—Pues no, no tengo a nadie —a pesar de su valor, su voz tembló ligeramente—.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía nueve años. Mi padre se fue y nunca
volvimos a verlo, eso destruyó por completo a mi madre. Sobre todo porque me
parecía mucho a él… y mi madre no soportaba verme —apretó su copa de vino—.
Así que me envió a un internado.
—¿Te refieres a lo mismo que hice con Bianca? —preguntó con dureza.
—No, Max —lo miró tranquila—. Las circunstancias eran otras, tú te viste
forzado a separarte de ella. Ése no era el caso de mi madre… ella si pudo tenerme en
casa, sólo que no me quería a su lado —enfatizó y poniéndose de pie caminó hasta la
chimenea para calentar sus manos y no tener que mirarlo.
Capítulo 6
Shauna se dirigió tambaleante hacia su habitación cuando estuvo segura de que
no se iba a encontrar con Max. Se desvistió automáticamente y se puso un camisón
blanco.
Luego se miró en el espejo y se notó ruborizada y con la mirada brillante. Con
dedos temblorosos tocó su boca, ahora henchida por el beso de Max.
¿Se encontraba así sólo porque… hacía demasiado tiempo? ¿Cuándo la habían
besado por última vez? Un año antes, quizá… Ramón, un médico portugués con el
que había salido. Pero no fue así. Nunca como éste.
El beso de Max la había encendido. Ella le había correspondido con ansia y
desinhibición, pero él después lo había estropeado todo con su expresión
horrorizada.
«Rayos», pensó al acostarse. ¿Qué le diría a Max a la mañana siguiente? Peor
aún, ¿qué le diría él?
Sin sorprenderse por no conciliar el sueño, el amanecer llegó. Shauna se levantó
con dolor de cabeza y mal humor.
Debía haberlo detenido. Pero también Max era culpable. Fue él quien dio el
primer paso, quien se le acercó y la abrazó… Cierto, ella no se había resistido, pero
fue él el instigador… no ella.
Su valor decayó conforme bajaba la elegante escalera curva. Tenía que
enfrentarse al hecho de que si Max decidía que ella era sólo otra molesta secretaria,
tendría que guardar sus cosas y marcharse. Estaba pensando en eso cuando escuchó
pasos y una voz:
—¡Así que por fin bajas! —el tono de Bianca era acusador cuando salió del
estudio—. ¡Hace años que te estoy esperando!
El saludo fue tan amistoso e inesperado que tuvo que agarrarse a la barandilla
para no caer ante la sorpresa.
—¡Ah, eres tú! Me has asustado.
—Tienes muy mal aspecto —Bianca ignoró sus palabras.
—Gracias —contestó Shauna con amargura.
—Bueno, quiero decir… tienes unas ojeras enormes. Papá y tu tuvisteis una
pelea, ¿verdad?
—¿Por qué lo dices? —Shauna sintió un vuelco en el corazón.
—Bueno, porque tienes muy mala cara y papá se ha marchado furioso de la
casa.
—¿Ha dicho a dónde iba? —Shauna ya sabía lo que lo había enfurecido.
—Sólo ha dicho que no iba a volver hasta la noche —Bianca la miró de reojo.
—Te aseguro que no —el tono de Bianca reflejó poco interés—. Sólo fingen
cuando están frente a papá, pero no me importa —se hizo una pausa—. ¿Puedo
decirte algo, Shauna?
En ese momento una liebre se atravesó en el camino y la joven tuvo que hacer
una maniobra con el coche para esquivarla. Cuando controló de nuevo el volante,
recordó que Bianca deseaba decirle algo.
—Lo siento, ¿qué ibas a decirme?
—No importa, ya hemos llegado a casa.
Shauna notó que conforme se acercaban a la mansión, Bianca se ponía tensa. Al
llegar vio el coche de Max y decidió que después bajaría por los paquetes. Bianca
estaba extrañamente silenciosa. Cuando Shauna metió la llave en la cerradura de la
puerta, está se abrió con violencia.
—¿Dónde rayos habéis estado? —preguntó Max enfurecido.
—Yo… —empezó a decir Bianca.
—Estoy hablándole a Shauna —interrumpió Max con tono helado—. Supongo
que ella ha conducido el coche. Será mejor que te vayas a tu habitación, Bianca,
después hablaré contigo.
Con un sonido parecido a un sollozo, la niña corrió escaleras arriba.
Shauna escuchó la respiración agitada de Max y trató de no recordar que era
igual que la noche anterior después de besarla. La joven palideció. ¿Por qué estaría
tan molesto?
—Será mejor que vayas al estudio —le ordenó Max y ella obedeció pues estaba
demasiado sorprendida como para hacerle preguntas.
Ya en el estudio se volvió para mirarla. El cuarto estaba en penumbra, sólo
había una pequeña luz que provenía de una lámpara. Ella sostuvo su mirada.
—¿Dónde habéis estado todo el día?
—He ido de compras —trató de no ponerse a la defensiva, pues no había hecho
nada malo—, con Bianca. Tú me dijiste que cuando quisiera podía coger el coche.
Hemos comido y hemos ido al cine, eso es todo.
—¿Eso es todo? —preguntó con la cara desencajada—. ¿No te parece
importante el hecho de que hayas desaparecido con mi hija durante casi todo el día?
¿Que por poco me da un ataque cuando he llegado esta mañana y me he encontrado
con que os habíais ido? ¿Y dices que eso ha sido todo?
Su confusión se aclaró al instante. Por alguna razón personal, Bianca le había
mentido. La había engañado para que cogieran el coche y desaparecieran todo el día.
Pero ella no se lo iba a decir, mucho menos con el humor que Max tenía en ese
momento.
—Siento mucho que te hayas preocupado —empezó a disculparse, pero él la
interrumpió.
—¿Qué derecho tenías de contradecir mis órdenes? Quizá hayas imaginado que
porque intentaste seducirme anoche para que te hiciera el amor, tenías cierta
autoridad.
Shauna jadeó ante tales palabras, pero él continuó inflexible.
—O quizá se trata de un astuto jueguecito —su sonrisa era la más torva que ella
había visto nunca—. Si crees que hacerte amiga de mi hija es el camino más corto
hacia mi corazón no te molestes en seguir intentándolo. Ya lo han utilizado otras
mujeres como estratagema y no les ha dado resultado.
Le tomó un momento comprender lo que él le decía. Primero se desconcertó y
después se enfureció. Con voz temblorosa Shauna agregó:
—¿Cómo te atreves? ¡No puedo creer que pienses eso! ¡Que creas que me porto
bien con tu hija para atraparte! ¡Eso es horrible de tu parte! —lo miró molesta—. No
sé por qué eres tan cínico respecto a las mujeres, pero… ¿te has puesto a pensar que
ese punto de vista tan negativo que tienes de la humanidad está dañando a la niña?
Dime, Max Ryder… ¿quieres que tu hija no confíe en nadie… igual que tú? —él
palideció y abrió la boca para decir algo, pero ella se le adelantó—. No te preocupes,
no estaré aquí para verlo. Ya no deseo seguir trabajando para un hombre como tú.
Ahora mismo te presento mi renuncia. Me iré mañana temprano —acto seguido salió
corriendo del estudio.
Una vez en su habitación, Shauna apoyó la espalda contra la puerta cerrada
temblando como una hoja. Luego se acercó a la cama y se sentó en el borde.
Bueno, así estaban las cosas. La gran oportunidad que había tenido de lograr
algo era cosa del pasado. Nada justificaba las horribles cosas de las que él la había
acusado. Aunque el sueldo era muy generoso, no estaba dispuesta a tolerar que la
tratara así.
Había sido tonta por ni siquiera considerar la posibilidad de que Bianca le
estuviera mintiendo.
Había confiado en Bianca… Porque a pesar de los golpes que le había dado la
vida, ella era de naturaleza confiada.
Su rostro ardió de ira y de vergüenza al recordar cómo la miró cuando había
acusado de intentar seducirle. ¿Intentar? ¿Qué quería decir? ¿Que no lo había
conseguido? Shauna se permitió una sonrisa pues sabía que Max mentía. A ella le
había gustado, pero a él también.
Shauna había comenzado a guardar sus pertenencias cuando alguien llamó a la
puerta. No contestó pues debía ser él o su hija y no tenía ganas de ver a ninguno de
los dos.
Volvieron a llamar.
—¡Vete! —gritó.
—No —la profunda voz tenía un tono de resignación—. Tenemos que hablar.
Su resentimiento la hizo abrir la puerta y mirarlo en son de guerra.
contestó, pero la firme línea de su boca denotó su disgusto—. ¿No crees que tal vez
Bianca pueda sentir que no pertenece a ninguna parte?
—Creo que es justo lo que necesita —contestó Shauna con calma—. En mi
colegio todas opinábamos que saliendo los fines de semana, obteníamos lo mejor de
dos mundos distintos.
Se hizo un prolongado silencio y de pronto, Shauna notó que la tensión
desaparecía del rostro de Max.
—Me haré cargo de eso mañana —lentamente se puso de pie y la miró—. ¿Vas a
quedarte? —le preguntó.
Shauna lo miró a sabiendas de que se quedaría. En un principio había pensado
que sería el trabajo perfecto… pero no había sido así… y la razón era Max Ryder.
Había comprobado cuan autoritario, difícil y malhumorado podía ser.
Miró su enigmático rostro y le fue fácil ignorar la voz interna que le preguntaba
si estaba siendo honesta en cuanto a los motivos que tenía para quedarse. Shauna
ignoró la molesta pregunta:
—Sí, Max —asintió sin querer complicarse—. Voy a quedarme.
Capítulo 7
A la mañana siguiente, Shauna bajó muy contenta y vestida con colores muy
alegres. El suéter de angora color verde jade que llevaba con pantalones vaqueros,
hacía juego con el par de peinetas con que sujetaba su cabello a los lados de la
cabeza.
Al entrar en el comedor, Max levantó la vista y la observó con intensidad y
después frunció el ceño.
—¿Tan mal estoy? —preguntó ella.
—Estás… bien —comentó él—. Es todo.
El piropo era muy escueto y aunque ella se sintió complaciente, le quiso hacer
una broma.
—¿Bien? —rió—. ¿Bien? ¡Que esa palabra la utilice el hombre que una vez me
reprendió por usar la palabra adecuado!
—Está bien —los ojos verdes relampaguearon—. Entonces… estás mejor… que
de costumbre.
¿Y ahora por qué ese cumplido medio la incomodó tanto? Podía haber utilizado
otra palabra que no fuera un simple mejor.
Ahora era una chica radicalmente diferente de la que había llegado. ¡Qué gran
diferencia significaba llevar los labios pintados! Además de que gracias a Bianca, ella
había descubierto lo divertido que era vestirse bien. Su antigua ropa la había dado a
la iglesia local y estaba decidida a no volverse a poner atuendos como los que usaba
antes.
A Shauna le fue difícil creer todo lo que había ocurrido la noche anterior.
Cuando Max se marchó de su habitación, Bianca fue a verla.
—Por favor, no te vayas —sollozó—. Siento haberte mentido.
Shauna la escuchó y después le dijo, amable, que su comportamiento a quien
hacía daño era a ella misma, pues abría un abismo entre ella y su padre.
Al final encontraron el colegio adecuado y Bianca quedó encantada. Lo mejor
para la niña fue que no podría ir al colegio hasta después de Navidad, pues no era
aconsejable que ingresara en medio del curso escolar.
—Visitará a sus abuelos en Escocia al día siguiente de la Navidad, hasta que
comiencen las clases —le informó Max—, así que hasta entonces, nos quedaremos
aquí.
En lo concerniente a Shauna, eso le gustó. Le gustaba el trabajo y se sentía muy
a gusto allí. Le habría gustado que su relación con Max cambiara después de todo lo
ocurrido, pero no tuvo tanta suerte. Lo más que podía esperar de él era que le
demostrara cierto respeto por ayudarlo a vencer a un rival de negocios, pero por lo
demás, Max no demostraba nada. Él seguía siendo el hombre más insondable que
ella hubiera conocido, se portaba cortés, pero distante.
Trabajaban juntos durante las mañanas y por las tardes la dejaba
mecanografiando mientras él salía a montar a caballo con Bianca.
Ella se acostumbró a convivir con él, pero sus propias reacciones hacia Max
eran impredecibles.
Una vez, al entrar en la cocina lo encontró de espaldas a ella, inclinado sobre la
mesa leyendo el periódico. Por fortuna durante unos instantes no la vio, así que ella
se quedó inmóvil con la boca seca.
¿Tendría el mismo efecto sobre todas las mujeres? Shauna nunca había
experimentado algo igual, y eso empezaba a preocuparla. Comenzó a tener dificultad
para conciliar el sueño, y las pesadillas la dejaban confundida cuando despertaba.
Y además, pasaban mucho tiempo juntos, desde el desayuno hasta la cena. Pero
no era suficiente para Shauna. Por las noches escuchaba sus pasos ir desde la escalera
hacia su habitación. Su corazón latía decepcionado cuando Max pasaba frente a su
dormitorio. Eso alteraba sus nervios.
Shauna pensó que quizá lo mejor fuera regresar a Londres. Así ella podría
visitar a sus antiguos compañeros y poco a poco ir haciendo una vida propia ya que
en el trabajo sólo veía a Max.
También observó con amarga diversión que la presencia de Max en ese lugar
parecía ser del dominio público a juzgar por la cantidad de invitaciones que empezó
a recibir. El único consuelo de Shauna era que, al parecer a él no le divertía esa
popularidad.
Una mañana, durante el desayuno, Max miró con disgusto las invitaciones.
—¡Malditas señoras de sociedad! —estalló mientras empezaba a abrir sobres—.
Me niego a que me presenten a sus hijas —su expresión se alteró ligeramente—. Aquí
hay una para ti, Bianca.
—Oh, papá —dijo ella después de leer ansiosa—. Es de Sally Bartlett…
dábamos juntas la clase de equitación, ¿te acuerdas? Me invita todo el día para que
vea su nuevo pony… ¿puedo ir, papá?
—Después llamaré a su madre —rió Max y agregó al ver la expresión de la
niña—. He dicho después. No te prometo nada.
A la mañana siguiente, Bianca fue a la casa de Sally y cuando Max regresó de
dejarla, entró en el estudio donde Shauna escribía a máquina.
—Coge tu abrigo —le ordenó—. Vamos a salir.
—¿Salir? —la mirada de Shauna se iluminó.
—Bianca no está… es la oportunidad ideal de ir a Bristol para hablar con mi
administrador. Anoche le confirmé la visita.
—Oh, claro —se molestó consigo misma por sentirse tan desanimada. ¿Qué
esperaba? ¿Un almuerzo romántico para dos?
Durante el trayecto hacia Bristol, Max condujo en silencio escuchando una cinta
con música de Beethoven.
La oficina del administrador se ubicaba en una tranquila callecita. La discreta
placa de bronce decía T. W. Entwhistle. Max llamó al tiempo que le decía:
—Es conveniente que te enteres del aspecto financiero del negocio. Trata de
captar los puntos más importantes.
El discreto exterior de la casa era engañoso, pues dentro de él todo era lujo. Una
hermosa mujer morena sentada ante un escritorio, se puso de pie en cuanto vio a
Max.
—¡Hola, Max! He mandado que traigan tus galletas favoritas y mucho café —le
sonrió.
Shauna se preguntó si la chica daría el mismo trato a todos los clientes.
—Huele muy bien —murmuró agradecido Max—. Gracias, Katrina.
—Te acompaño.
—Bueno. Ella es Shauna Wilde, mi secretaria.
Las dos mujeres se saludaron con una inclinación de cabeza, después Shauna
los siguió a través de un pasillo hasta una puerta donde Katrina llamó con discreción
antes de abrir.
—El señor Ryder —anunció.
Shauna estaba detrás de Max. Una mujer sentada ante un escritorio se puso de
pie para recibir a Max con los brazos abiertos.
—Max —le sonrió.
—Hola, Trudy.
Shauna se sorprendió al ver que el administrador era una mujer. Pero después
de todo, había muchas mujeres de negocios, aunque dudó que todas tuvieran la
apariencia de Trudy Entwhistle. Ella era muy hermosa, con cabello rubio recogido en
la nuca y un vestido de corte perfecto que enfatizaba cada una de sus curvas. Sus ojos
castaños se fijaron en Shauna.
—Hola —le dijo con frialdad y Max la presentó:
—Ella es Shauna Wilde… mi nueva secretaria. Shauna, te presento a Trudy
Entwhistle, mi administrador.
—¿Cómo está? —agregó Shauna con cortesía.
—¿Secretaria? —preguntó Trudy, revisándola de pies a cabeza—. ¡Afortunada!
—sonrió mostrando unos blanquísimos dientes. Debe ser maravilloso tener un
trabajo sin mayor responsabilidad, lo que yo daría —suspiró—, por dar por
terminado mi trabajo todos los días a las cinco de la tarde.
—Shauna trabaja mucho —dijo Max, divertido.
—Ya lo creo —Trudy se volvió hacia él—. Ven Max, siéntate. ¿Quieres servir el
café Shauna? —señaló hacia una mesa.
La chica sonrió con algo parecido a una mueca. «¡Sirve el café!» ¿Quién rayos se
creería que era esa señorita Trudy Entwhistle? ¡Le habría encantado derramar el café
en la alfombra del despacho!
Sin embargo, la joven adoptó una posición digna y les sirvió.
Mientras tomaban su café, Shauna quiso hacer lo que Max le había dicho…
escuchar y acumular información, pero le fue difícil. Trudy parecía decidida a dejarle
muy claro cuánto conocía a Max.
Shauna sentía ganas de gritar cada vez que Trudy decía: «¿te acuerdas, Max?
Fue el día que…», y continuaba la anécdota riendo con suavidad. Era tan evidente,
pensó Shauna con sorna… aunque tuvo que admitir que en cuanto empezaba a
hablar de negocios, Trudy era muy competente. Shauna escuchó lo que le dijo a Max
antes de apoyar la espalda en su sillón y sonreírle.
—Me ha llamado Harvey Tilton. ¿Sabías que ha venido con su familia a
Inglaterra? ¿Y que durante estos días visitará el área de Cotswold?
—Sí —asintió Max—, hablé con él ayer después de hablar contigo. Inicialmente,
pensé quedar con ellos en Londres, pero les expliqué las circunstancias actuales y
ahora vamos a vernos en Oxford. Vendrán a cenar a casa el próximo sábado.
Trudy sonrió y cruzó una pierna sobre la otra antes de decirle a Max, mirándolo
a los ojos, contenta:
—Supongo que querrás que desempeñe mi papel de costumbre… el de
anfitriona.
Shauna se sintió enferma, imaginando los deberes que Trudy tendría que
desempeñar como anfitriona, pero las siguientes palabras de Max la sorprendieron.
—No, gracias… lo hará Shauna.
¡Era la primera noticia que tenía al respecto!
—¿Ah, sí? —preguntó Trudy, mirando a Shauna. Max consultó su reloj.
—No te quitamos más tiempo, Trudy —le informó.
Los tres se pusieron de pie y la otra mujer se volvió hacia Shauna y le dijo con
una sonrisa que no llegó hasta sus ojos castaños:
—Supongo que deseas retocarte. Ven, te acompaño.
En el tocador, Trudy le dijo burlona:
—Querida, permíteme que te de un consejo. No esperes nada de Max si te
sigues comportando como lo haces.
—No sé de que me habla —contestó Shauna, humedeciendo sus labios.
—Su última secretaria se enamoró de él y pagó por ello —dijo Trudy,
encogiéndose de hombros—. ¿Cuándo comprenderéis las jovencitas que los jefes no
se casan con vosotras? A los hombres como Max les gustan las mujeres triunfadoras,
no las que significan una carga para ellos —hizo el remedo de una sonrisa—, y con el
debido respeto… un hombre como Max no tiene mucho en común con una
secretaria, ¿verdad?
Shauna salpicó agua en el vestido de color blanco de Trudy fingiendo un
accidente, trató de secarlo con el papel color verde que había ahí para secarse las
manos.
—Oh, cuánto lo siento. Permíteme secarte.
—Aléjate de mí —contestó Trudy, rechinando los dientes.
Max no hizo comentario alguno cuando ambas regresaron a su lado, sólo elevó
las cejas al verlas.
Trudy lo besó tres veces en la mejilla y después de prometerle que lo llamaría,
se despidieron.
Ya en el coche, ambos iban en silencio. Shauna pensaba en Trudy Entwhistle.
¿Se habría dado cuenta de lo que sentía hacia Max? ¿O acaso Trudy sospechaba de
todas las mujeres que trabajaran con él?
Había algo en la familiaridad con que lo trataba, que hacía evidente el hecho de
que habían sido amantes. ¿O aún lo eran? La declinación de Max al ofrecimiento de
Trudy indicaba lo contrario.
—¿Sabes que Harvey Tilton es el norteamericano con quien he hecho varios
negocios? —le preguntó Max, rompiendo el silencio.
—Sí —asintió ella—. Tiene un veinticinco por ciento en las villas del complejo,
¿verdad?
—Sí —hizo una pausa—. ¿Quieres ser la anfitriona?
—Pero si Trudy acostumbraba a hacerlo… ¿no sería mejor que también lo
hiciera esta vez? —preguntó recordando las provocativas burlas de la
administradora.
—Trudy es una brillante administradora —la miró sin contestar la pregunta de
Shauna. Max puso otra cinta y evitó así cualquier intento de conversación.
Shauna estaba secretamente encantada de actuar como anfitriona.
La noche de la cena, Bianca se retiró temprano a su habitación.
Shauna se arregló con esmero y se puso un vestido corto de color azul eléctrico,
cruzado al frente. Estaba admirando la hermosa mesa que había dispuesto la señora
Roberts, cuando vio que Max bajaba vestido de etiqueta y sintió que su corazón daba
un alarmante vuelco. Nunca lo había visto vestido así. Entonces recordó los
comentarios de Trudy y apartó la mirada fingiendo que doblaba una servilleta.
Harvey Tilton y su esposa Connie, ambos aproximadamente de cuarenta años,
llegaron acompañados de su hijo Brett, y de su prometida Patti.
—Encantado de conocerte, Shauna —sonrió Harvey presentándole a Brett—, mi
hijo se está entrenando para suceder a su padre… ¡así que lo más probable es que nos
vuelva locos hablando de negocios durante toda la noche!
—Por mí, está bien —sonrió Shauna, a quien le gustaron los invitados.
—¡Vaya! —fingió sorpresa—. Una hermosa mujer a quien le gustan los
negocios… ¡con razón Max te tiene tan escondida!
—¡Harvey! —dijo su esposa—. ¡Compórtate! Estás avergonzando a Shauna.
Y era cierto. La joven agradeció que en ese momento Patti preguntara quién
habría arreglado tan bien las flores que adornaban la mesa… pero notó que Max
sonreía con sarcasmo.
La otra pareja que los acompañaba era el administrador de Harvey, Buzz
Arnold, y su esposa. Él era un hombre de unos treinta años, simpático y casi tan alto
como Max. Su esposa, Wendy, le pareció a Shauna tan guapa como una modelo.
Max sirvió champán y cuando llegó al lado de Shauna, ésta tomó temblorosa su
copa.
—Estoy esperando verte ruborizada de nuevo —le murmuró.
—¡Pierdes el tiempo! —estalló furiosa.
La cena estaba a punto de servirse cuando sonó el teléfono. Shauna se volvió a
Max y le dijo:
—Voy a contestar, la señora Roberts está ocupada en la cocina.
—Contesta aquí —le dijo él.
Era una llamada de Portugal. El abogado de Max necesitaba que se le aclararan
unos puntos para poder redactar un contrato y Shauna lo contestó en portugués.
Cuando colgó, se encontró a todos los invitados observándola.
—¡Vaya! —dijo Connie—. ¡Qué maravilla! ¡Harvey y yo apenas somos capaces
de pedir un refresco en portugués!
—No tengo mucho mérito —sonrió la joven—, aprendí a hablarlo cuando era
niña.
—¿Y el portugués es el único idioma que hablas, Shauna? —preguntó Wendy.
Se hizo un silencio y Shauna, un poco desconcertada por la atención que todos
tenían en ella, abrió la boca para hablar, pero Max se le adelantó.
—Cielos, no —dijo él—, Shauna domina cuatro idiomas, ¿verdad?
La chica lo miró, pero no pudo adivinar lo que estaba pensando. La chica
escuchó que Harvey decía a su lado.
—Max, esta joven es una joya.
—¿Verdad que sí? —fue la respuesta de éste.
La sopa que sirvió la señora Roberts fue recibida con agrado.
—¿Las has elegido tú? —le preguntó Connie a Shauna.
—Desde luego —replicó Max.
—Quiero que me mires —le dijo Max con suavidad en el momento en que uno
de sus dedos acariciaba el labio inferior de Shauna. Y entonces, Max se inclinó para
besarla en la boca.
No se parecía al primer beso que le había dado. Aquel fue breve, casi brutal y
de alguna manera, desesperado. Ese era un beso implícitamente sensual, lento, y
durante todo el tiempo que duró… desde que él acarició con su lengua su labio
inferior, hasta que se hizo más profundo…. le indicó sin lugar a dudas que Max la
deseaba.
Shauna estaba en sus brazos, mientras él la besaba. Poco a poco la fue llevando
hasta el escritorio. Luego se inclinó sobre ella, y cuando Max adelantó un muslo
firme, ella separó las piernas para disfrutar de su contacto.
Shauna sintió que Max deslizaba una mano dentro de su vestido y comenzó a
temblar cuando tocó uno de sus senos y lo acarició sobre el encaje del sostén. Ella
sintió que sus pezones reaccionaban por el placer.
Ella estaba acariciando el pelo de Max, pero de manera inevitable encajó sus
uñas en la cabeza masculina cuando él acarició su vientre con la otra mano, después
más abajo hasta llegar a su muslo. Y cuando un dedo recorrió el contorno de sus
bragas, Shauna buscó ansiosa esa mano mientras gemía de placer.
La chica acariciaba el pecho de Max mientras lo oía jadear. Entonces él encontró
el broche de su sostén y lo soltó con facilidad dejando sus senos en libertad. Luego se
inclinó para capturar con su boca un henchido pezón, su lengua comenzó a
acariciarlo hasta hacerlo pulsar en espasmos de placer. Shauna buscó
automáticamente un apoyo y topó con el teléfono… que lo tiró al suelo.
Por el ruido producido, de inmediato Max interrumpió el beso. Cuando Shauna
lo escuchó maldecir, lo miró y notó furia en los ojos color verde.
—¿Qué me estás haciendo? ¡Por Dios, si eres mi secretaria! ¿Te das cuenta de
que tenemos invitados… en el salón de al lado? Debo estar loco —concluyó bajando
de tono.
Shauna estaba aún trémula y demasiado excitada como para hablar. Él debió
notarlo, porque la miró y vio sus mejillas enrojecidas y su cabello despeinado.
Con un suspiro volvió a cerrar el broche de su sostén y le alisó el vestido.
—No estás en condiciones de regresar con los demás —le dijo Max—. No
tardarían mucho tiempo en adivinar lo que hemos estado haciendo —volvió a mover
la cabeza—. Es increíble —se dijo, antes de recoger el teléfono para ponerlo de nuevo
en su lugar—. Será mejor que vayas a tu habitación —murmuró—. Yo te disculparé
con los invitados —antes de salir sin más, pasó una mano por su pelo para peinarlo
un poco.
Capítulo 8
Shauna tardó un rato en controlar el temblor de su cuerpo. Su mente era un
caos ante la realidad de lo que acababa de sucederle. Ella y Max se habían besado
como adolescentes mientras unos clientes importantes bailaban a sólo unos metros
de ellos. ¡Qué hubieran pensado Harvey, su esposa, o cualquier de los demás si los
hubieran visto!
La joven gimió antes de correr hacia el cuarto de baño… y ahora ¿qué
sucedería? Se duchó como queriendo limpiar su cuerpo de los recuerdos que no la
abandonaban.
Pero mientras enjabonaba sus senos se sintió de nuevo invadida por los el
anhelo e inquietud al recordar las caricias de Max. Su piel ardía, como si la hubiera
marcado con un hierro candente.
Entonces escondió el rostro entre sus manos mientras la sospecha de días atrás
se tornaba ahora en una innegable realidad: estaba enamorada de él. Esa apabullante
sensación… era amor. A pesar de las advertencias de Trudy… y contraviniendo los
propios deseos de Max… ella había cometido el mismo error de la anterior secretaria.
De ella dependía que Max nunca se enterara… porque desde un principio le había
aclarado que no la quería… y si tenía que seguir conviviendo con él, debía estar
preparada para olvidar lo que había sucedido. La pregunta clave era si sería capaz de
hacerlo.
¿Y cómo reaccionaría Max cuando la volviera a ver? ¿La ignoraría
simplemente? ¿O encontraría intolerable para su relación futura esa intimidad?
El día siguiente fue domingo y ella se quedó acostada hasta tarde, sabiendo que
así retrasaba el momento de enfrentarse a Max.
Se puso unos pantalones vaqueros y un suéter de color rojo cereza, cepilló su
cabello y lo sujetó con peinetas rojas a ambos lados de la cabeza. Mientras bajaba las
escaleras, se preguntó qué sucedería ese día.
En cuanto entró en el comedor notó que Max no llevaba los acostumbrados
pantalones vaqueros desteñidos sino un traje muy elegante y Bianca estaba sentada
frente a él con expresión molesta.
—Buenos días —la saludó Max con normalidad—. ¿Qué quieres desayunar?
Shauna no tenía apetito.
—Sólo tomaré café, gracias —Max se lo sirvió—. Gracias. ¿No vas a montar a
caballo, Bianca? —preguntó al ver que la niña tenía una expresión triste.
—No —contestó sombría—. Papá va a salir.
—¿A salir? —lo miró interrogante y vio que él apartaba su plato con furia.
—Tengo que ir a Cheltenham todo el día. Como es domingo, quisiera que
cuidaras de Bianca. Desde luego, te podrás tomar otro día libre durante la semana.
Shauna trató de no alterarse.
Capítulo 9
—Bueno, bueno, bueno —repitió Rupert—. ¿A quién tenemos aquí? A una bella
dama de cabello oscuro que no habla.
Shauna pensaba encontrarse con Marta, pero dijo:
—Hola.
—Ella es Shauna —anunció Bianca—. Es la nueva secretaria de papá… y
bastante agradable.
—¿Secretaria, dices? —Rupert elevó sus cejas—. Y además, se ha ganado el
cariño de la difícil Bianca. ¡Vaya, vaya!
Shauna decidió que era el momento de comportarse como una persona adulta y
extendió su mano.
—Soy Shauna Wilde. Tanto gusto en conocerte.
Rupert tomó su mano y con deliberada lentitud la llevó a sus labios
sosteniéndola contra su boca sin dejar de mirarla con un gesto tan teatral que en otras
circunstancias le hubiera dado risa.
—Encantado —murmuró Rupert—. Max siempre ha tenido un gusto impecable,
pero tú querida, eres un cambio muy refrescante con respecto a las extravagantes
mujeres con las que suele tratar.
Shauna notó que todas las personas a quienes conocía, gustaban de decirle cuan
diferente era de las bellezas con las que Max solía ir. Entonces se volvió hacia Bianca.
—¿Por qué no me has dicho que iba a venir tu padrino…? ¿por qué no me lo ha
dicho Max?
—Porque no lo sabía —Bianca frunció el ceño—. Además, nunca viene a
visitarnos.
Shauna elevó las cejas en forma interrogante.
—Bueno —Rupert alborotó la rubia melena de Bianca y dijo a Shauna—: Soy un
hombre muy ocupado.
—Ocupado en asistir a todas las fiestas —rió Bianca—. ¿Te conté que un día te
vi en una revista, tío Ru?
—Era una buena fotografía, ¿verdad? —le sonrió él.
—Me temo que Max no está en casa —intervino Shauna, recordando con dolor
dónde se encontraba—. Creemos que no regresará hasta tarde.
—¿Qué haces aquí, tío Ru? —Bianca tiró de la manga de su chaqueta.
—He venido a visitar a mi querida madre con motivo de la Navidad.
—¡Oh, entonces eso quiere decir que te vamos a ver con frecuencia! ¡Qué bien!
—exclamó feliz.
—¿Sabía Max que ibas a venir? —preguntó Shauna y de pronto los ojos azules
de Rupert se tornaron helados.
—No creo. Max y yo no nos llevamos demasiado bien. Supongo que ya conoces
su carácter.
Claro, pero no iba a serle desleal a Max comentándoselo a Rupert. De pronto se
encontró en la difícil posición de anfitriona.
—¿Te vas a quedar un rato? ¿Tomas café…?
Rupert sonrió y se acercó a la señora Roberts, quien había escuchado toda la
conversación. Pasó un brazo por los hombros del ama de llaves y contestó:
—Me encantaría un trozo de pastel de frutas de la señora Roberts, aunque no
me lo ha ofrecido aún…
La señora Roberts, extrañamente huraña, se quitó el brazo de sus hombros.
—Vamos, no me salga con eso, señor Hamilton, ya basta. Le daré un poco de té
aunque es más de lo que debería… —y se marchó hacia la cocina.
—Bianca, ¿por qué no acompañas a tu padrino mientras yo ayudo a la señora
Roberts? —preguntó Shauna y notó que la niña quería mucho a Rupert, ¡aunque no
se pudiera decir lo mismo de Max, o de la señora Roberts! Rupert la observó antes de
decir:
—Oh, la señora Roberts puede hacerlo sola. ¿Por qué no nos acompañas a la
sala y me dejas que acaricie tus encantadores rizos oscuros?
Había algo tan atrozmente atrevido en él que Shauna rió de buena gana, movió
la cabeza y contestó:
—Mejor no… desde aquí puedo oír los gruñidos de la señora Roberts… será
mejor que vaya a ayudarla.
Shauna fue a la cocina, donde encontró a la señora Roberts furiosa, casi
lanzando tazas y platos a una bandeja de plata.
—Permítame —le dijo Shauna—. Si sigue así, va a romper todo.
—Esto no va a gustarle a él —gruñó el ama de llaves sacando el pastel de frutas.
—¿A quién?
—Al señor Max. Se pondrá furioso cuando llegue y lo encuentre aquí.
Shauna se preguntó si a Max en realidad le disgustaría tanto el padrino de
Bianca. De cualquier modo, eso no tenía nada que ver con ella y no iba a tomar
partido por ninguno de los dos. A ella, Rupert le parecía encantador.
Además, ¿acaso no era agradable recibir a alguien en la casa? Sobre todo si eso
hacía feliz a Bianca.
Tomaron el té mientras Rupert les contaba anécdotas y escándalos del mundo
aristócrata en el que él se desenvolvía. A las nueve de la noche, Bianca se fue a
dormir. Cuando Shauna bajó de dar las buenas noches a la niña, encontró a Rupert
calentándose las manos en el fuego de la chimenea. Se había quitado la chaqueta y
sólo había dejado encendida una de las lámparas. A ella le agradaba tener cerca a un
hombre que la halagara, sobre todo cuando su vanidad había recibido un duro golpe.
Rupert se volvió al sentirla llegar y le dijo:
—Será mejor que me retire. A menos que me ofrezcas una copa. ¿O no le
agradaría al tío Max?
Shauna dudó. ¿Por qué no?, pensó desafiante. ¿Por qué no ofrecerle una copa a
este hombre tan agradable que la había hecho reír durante toda la tarde? Sabía muy
bien dónde había pasado el día Max.
—¿Qué quieres tomar?
—Un whisky con soda. ¿Debo hacer los honores? Creo recordar dónde está el
bar. ¿Te sirvo una copa a ti?
—Sí, pero ligera por favor —la joven no quiso que se abriera una botella de vino
para ella sola. Lo que él le sirvió estaba tan amargo que por poco se atraganta, pero
no se lo dijo porque en ese momento le estaba contando algo sobre Elizabeth Taylor.
Tomó con calma su copa y lo escuchó.
Para las diez de la noche, ella se sentía alegre y se dejó convencer por Rupert de
poner un poco de música.
—Es muy tarde —rió Shauna—. Bianca va a despertarse.
—No te preocupes… ponemos bajo el volumen. ¡Anda, baila conmigo! Hace
años que no lo hago y esta Navidad me han invitado a muchas fiestas. Ayúdame a
practicar.
Dicho así, a ella le pareció divertido, aunque notó que él había exagerado su
falta de práctica pues bailaba muy bien, aunque la apretaba más de lo que ella
hubiera querido.
—Cielos… eres una bailarina muy sensual bajo esa inocente apariencia —rió
Rupert.
—Sí, ¿verdad? —una profunda voz cortó la música y Shauna vio horrorizada
que Max estaba en la puerta observando con desprecio la escena. Miraba los vasos
vacíos y los cojines tirados en el suelo y ella recordó con horror cómo había
terminado su baile con Max, semidesnuda entre sus brazos. Iba a separarse de
Rupert cuando Max agregó—: Si te le acercas un poco más, corres el peligro de
asfixiarla —su tono era helado—. Creo que deberías soltarla —su tono no admitía
otra cosa que la obediencia, así que Rupert se separó de manera dramática, uniendo
sus manos en un gesto de súplica.
—Supongo que se trata de un duelo —exclamó mirando a Shauna en busca de
apoyo, pero ella bajó la mirada, avergonzada.
Por toda respuesta, Max avanzó furioso, lentamente. Shauna notó que el rostro
bronceado de Rupert palidecía y que retrocedía conforme Max se le acercaba hasta
que se topó con la pared.
—¿Sabes, Max? Podrías enseñarle una o dos cosas al… —la voz de Rupert se
apagó al ver los ojos del otro hombre.
—¿Qué rayos haces en mi casa? —siseó Max en voz baja.
—He venido a ver a mi ahijada… me está permitido y lo sabes.
—¿Dónde está ella? —Max revisó burlón la habitación—. No la veo.
—Ella… se ha ido a dormir hace rato —intervino desesperada Shauna. Max ni
siquiera la escuchó, sino que dijo:
—Y, dime Rupert… ¿mientras mi hija dormía pensabas seducir a mi secretaria?
—¡No ha sido así! —gritó Shauna, pero Max la observó por primera vez,
recorriéndola con la mirada.
—¿No? —le preguntó con suavidad.
Shauna notó que una de sus peinetas se le había caído y que su cabello estaba
desordenado. Sus ojos grises brillaban y sus mejillas estaban enrojecidas… sin duda
por culpa del whisky. Parecía una mujer a la que hubieran interrumpido en la
primera fase de la seducción… cosa que no podía estar más lejos de la realidad.
Rupert los observaba con bastante interés y dijo:
—Cielos Max, me parece que estás celoso.
La mirada que Max le lanzó lo dejó petrificado.
—No me provoques, Rupert —le contestó—. Estoy a punto de darte un
puñetazo en tu lindo rostro.
—Pero —el rubio rió nervioso—, no puedes evitar que vea a Bianca. Soy su
padrino, ¿o ya se te ha olvidado?
De pronto Max parecía muy cansado. Se alejó de Rupert diciendo:
—No, no lo he olvidado y no tengo intención de impedir que la visites. Pero la
próxima vez asegúrate de llamar primero por teléfono. No quiero que vengas a mi
casa cuando yo no estoy. Además, ¿qué es esto? —preguntó extrañado—. ¿Una visita
relámpago entre tu agitado vaivén?
Shauna percibió el placer que apareció en el rostro de Rupert al contestar:
—Siento decepcionarte querido muchacho… pero he venido a casa de mi madre
a pasar las Navidades. Así que al menos por un breve tiempo seremos vecinos de
nuevo.
—¡Qué encantador! —contestó sarcástico—. Y ahora si no te importa… he
tenido un día muy agitado. Retírate. Ya conoces el camino.
Rupert tomó su chaqueta y se volvió para sonreírle a Shauna.
—Encantado de conocerte. Lástima que nos hayan interrumpido la fiesta, pero
no dudo que volveré a verte. Adiós, Max… ¡no te vendría mal un curso de buenos
modales! —gritó cuando salía de la sala.
Así que Shauna esperó… igual que él. Y en ese momento se dio cuenta de
cuánto lo amaba. Aunque era evidente que Max quería que se fuera, le bastó mirarlo
para darse cuenta de que el deseo dominaba todo su ser.
Incluso con esa expresión de disgusto, si él se le hubiera acercado para besarla y
acariciarla… ella se lo habría permitido y le habría dejado que tomara lo que quisiera
y… le hiciera el amor.
Quizá eso fuera amor… deseo… ausencia completa de orgullo y amor propio.
Capítulo 10
—Te he dictado lo suficiente como para que estés ocupada todo el día —le dijo
Max con frialdad—. Firmaré las cartas cuando regrese. Estaré fuera con Bianca todo
el día.
Desde el enfrentamiento que habían tenido el día que conoció a Rupert ella
sentía pánico cada vez que tenía que volver a verlo.
La cena de esa noche fue un momento difícil, la única que charlaba era Bianca y
lo hacía para compensar el silencio de los adultos.
Los siguientes días fueron horribles, Max se marchaba siempre que le era
posible y el trabajo que le encargaba era difícil. En cualquier otro momento, ella
hubiera estado feliz con esa responsabilidad, pero ahora… en lo único que podía
pensar, era en cuánto lo echaba de menos.
Un día mientras estaba sola en casa, el teléfono sonó.
—Hola —era una profunda voz, horriblemente familiar.
—Hola —contestó Shauna con una entereza que estaba muy lejos de sentir.
—¿Está Max?
—No, ha salido con Bianca.
—Oh.
—¿Puedo… quiere dejarle algún recado?
—Sí. Dígale que lo ha llamado Marta, por favor.
—Está bien, se lo diré —Shauna colgó y durante mucho rato se quedó mirando
el auricular. Cuando Max regresó le dijo—: Has tenido una llamada.
—¿Sí? —los ojos verdes la observaron sin emoción.
—Era Marta.
—Gracias —contestó él.
Shauna sintió ganas de golpearlo. Pero en vez de eso, continuó escribiendo
como una verdadera autómata.
Esa noche en la cena, Bianca le dijo:
—¿Vas a pasar aquí la Navidad, verdad, Shauna?
La Navidad era un tema del que prefería no hablar. Como no tenía familia
siempre las festejaba con sus amigos. Pero este año…
—En realidad, no lo había pensado —contestó esquiva.
—Oh, pero tiene que quedarse aquí, ¿verdad, papá?
—Shauna sabe que será bienvenida —Max levantó la mirada—. Todo depende
de ella. Quizá quiera visitar a sus amigos.
Maldita indiferencia, ¿no podía decirle quédate o vete? Incluso podría darle
alguna idea de si quería o no verla ahí, en lugar de esa frialdad.
—Bueno —concluyó Bianca, triunfante—, entonces ya está todo arreglado. Se
queda.
Y desde luego, la niña le hacía un favor. ¿A dónde podía ir? Y más importante
todavía, ¿a dónde le habría gustado ir? Por más que se dijera lo contrario, deseaba
pasar la Navidad con Max. La indiferencia con que la trataba no alteraba ese hecho.
Dos días antes de Navidad, suspendieron por completo el trabajo. Ella esperaba
que al menos con tantos preparativos, Bianca no notara la tensión entre ella y su
padre.
Un día regresaba de un paseo por el jardín cuando vio que Rupert salía de la
casa.
El rostro de Rupert se iluminó al verla. Él se apoyó en el coche con una mano en
la cadera.
—Dime, belleza de mejillas rosadas —le dijo sin más preámbulo—, ¿vas a venir
a mi fiesta?
Ante su coqueteo le fue imposible no reír.
—¿Qué fiesta?
—La fiesta, querida —suspiró Rupert—. La fiesta del siglo. Toda la gente se
mata por poder asistir a ella y la joven dama me pregunta «¿qué fiesta?» En la
mansión Hamilton el día veintiséis.
Shauna hizo un cálculo mental. Bianca se iría con sus abuelos a Escocia
inmediatamente después de la Navidad. Ella y Max planeaban regresar a Londres.
—Ya no estaré aquí para ese día —le contestó a Rupert—. Pero gracias de todos
modos.
—¡Los dioses no me quieren! —contestó él fingiendo llorar—. Pero si cambias
de opinión… empieza a las ocho.
—Si estoy aquí, no me la perderé por nada del mundo —le sonrió Shauna.
Rupert le envió un beso y se metió en el coche. Él parecía tener prisa por
marcharse y ella no lo culpó. Luego siguió el coche con la mirada, perdida en sus
pensamientos. Al volverse para entrar en la casa se sorprendió de encontrar a Max en
la puerta. Su presencia era seductora y amenazante, llevaba puestos unos vaqueros
desteñidos y ajustados de manera casi indecente. Sus morenas facciones parecían
impasibles, pero Shauna notó ira en los verdes ojos de Max.
Ella lo miró desafiante.
—¿Pasa algo, Max? —le preguntó.
—¿Qué quería?
—¿Te refieres a Rupert? —preguntó con dulzura.
—Sabes que sí —gruñó.
Shauna elevó el mentón y lo vio retroceder un paso. Sus duras facciones tenían
una expresión insondable.
—Me ha invitado a una fiesta que va a dar en su casa.
—¿Y vas a ir? —preguntó frunciendo el ceño, ese gesto lo hacía muy parecido a
su hija. Shauna lo miró. ¿A qué jugaba Max? Él no la quería, pero parecía decidido a
no dejar que nadie la quisiera.
—No puedo ir —le dijo—. Porque es el día veintiséis y para entonces, ya
estaremos de regreso en Londres —lo vio tranquilizarse—. De otro modo, me habría
encantado asistir —concluyó y notó que se tensaba de nuevo.
—Bianca está en el desván buscando los adornos para el árbol de Navidad… y
quiere saber si nos vas a ayudar a adornarlo.
Era obvio que había hecho un enorme esfuerzo para pedírselo pues no era algo
que Max deseara, lo mismo que ella. Había algo demasiado íntimo en el hecho de
decorar el árbol de Navidad, sobre todo si estaba presente el hombre de quien se
había enamorado sin ser correspondida. Shauna quiso declinar el ofrecimiento pero
no pudo porque Bianca llegó en ese momento con algunos adornos navideños y la
miró ansiosa, dando la espalda a su padre.
—¿Se lo has pedido ya, papá? ¿Vas a ayudarnos, Shauna? Di que sí, por favor.
La joven miró los brillantes ojos verdes de Bianca, tan parecidos a los de su
padre, y contestó:
—Claro que sí. ¿Dónde está el árbol de Navidad?
—Tenemos que escogerlo en el bosque —le dijo Bianca muy emocionada—.
¿Verdad, papá?
Los tres subieron al Ranger Rover y ya en el bosque, escogieron el árbol más
grande que encontraron. Se pasaron toda la tarde decorándolo.
Shauna estaba subida en una escalera, poniendo una bola en el árbol, cuando se
balanceó peligrosamente. Max la detuvo tocando apenas su pierna y ella sintió como
si la hubiera recorrido una corriente eléctrica.
—Ese lazo necesita ajustarse más —murmuró él.
—Sí, gracias —el tono de la chica era trémulo.
El día de Navidad fue mucho mejor de lo que Shauna esperaba, ¡quizá porque
la mayor parte del día se la pasó comiendo! Luego sonrió mientras Bianca abría sus
regalos. La niña le había regalado un juego completo de peinetas de colores y Max le
dio un perfume francés. Al darle las gracias, Shauna se preguntó qué le habría
regalado a Marta. «Qué relación tan extraña la suya. Si era su novia, ¿por qué no
pasaba la Navidad a su lado?», pensó ella.
Ya avanzada la tarde, Shauna estaba frente al espejo del comedor. Acababa de
ponerse una de las peinetas que le había regalado Bianca. Escuchó un sonido a sus
espaldas y al volverse, descubrió a Max en la puerta. Ella se preguntó cuánto tiempo
llevaría observándola.
—He intentado llamar desde el aeropuerto, pero las líneas están interrumpidas.
—¿Bianca está bien?
—El vuelo se ha retrasado mientras limpiaban las pistas y me he esperado en el
aeropuerto hasta que han avisado que el avión había llegado bien a Escocia. Cuando
decidí regresar, las carreteras estaban poco menos que intransitables. He tenido
suerte de llegar bien, si hubiera ido en otro coche, no habría llegado —hizo una
pausa—. Lo que significa que no podemos marcharnos a Londres.
—Claro —contestó Shauna. De pronto la enorme casa le pareció vacía. Bianca se
había ido y la señora Roberts hacía mucho tiempo que también se había marchado.
Ellos estaban aislados en una casona que durante un tiempo le había parecido
pequeña.
—Bueno —dijo ella con frialdad—, me temo que tendrás que cenar solo. Estoy
invitada a una fiesta.
—¿La de Rupert? —preguntó lentamente.
—Exacto.
—No vas a ir.
Shauna no supo si eso era una orden, pero la forma de decírselo la enfureció.
—Voy a ir —corrigió.
—Con este tiempo es muy peligroso que salgas.
—Pero no es por eso por lo que no quieres que vaya a la fiesta, ¿verdad, Max?
Todo se debe a Rupert.
—Él no es tu tipo —contestó en tono helado. En ese momento, Shauna estalló.
—Otra vez lo mismo. Tú lo sabes todo, ¿verdad? Lo que quiero, lo que no
quiero… ¿Cómo sabes cuál es mi tipo de hombre? De cualquier modo ya lo he
decidido… voy a ir a la fiesta te guste o no.
—Entonces yo te llevaré.
—Claro que no —contestó con fría dignidad, pero él se le acercó y la cogió por
los brazos.
—Claro que sí —siseó Max—. No me importa si vas o no a esa fiesta, pero no
voy a dejar que te mates por ahí. ¿A qué hora quieres irte?
—A las ocho en punto —balbuceó antes de correr escaleras arriba. En cuanto
cerró la puerta de su habitación se lanzó a su cama y golpeó la almohada como si se
tratara del pecho de Max.
Se sentía confusa. No lo entendía. ¿Por qué no debía ir?
Como no tenía otra cosa que hacer, se pasó mucho tiempo arreglándose.
Sólo tenía un vestido apropiado para la fiesta de Rupert. Lo había comprado en
París, de paso a Portugal. Desde luego de rebajas… había sido una ganga… aunque
nunca se lo había puesto.
Capítulo 11
—¿Qué has dicho? —preguntó Max, tranquilo.
—Has oído muy bien lo que te he dicho.
—No sabes lo que dices —el rostro de Max estaba ensombrecido.
—¿Que no lo sé? ¿Entonces niegas, que Marta es tu amante?
—Tuvimos… —contestó él con suavidad—… una relación.
Shauna retrocedió. Max ni siquiera trataba de negarlo. Ella cerró los ojos como
si así pudiera borrar los pensamientos que la torturaban. Cuando volvió a abrirlos, lo
miró… la furia oscurecía sus ojos.
—Entonces, ¿por qué no estás con ella? ¿Por qué no vas a buscarla, le haces el
amor y dejas de utilizarme como sustituta?
—¡Deja de decir tonterías! —le gritó Max.
—¿Por qué? ¿Te molesta la verdad? —también le gritó—. ¿Marta está ocupada
esta noche? ¿O sólo es por la nevada? ¡Supongo que si no estuvieras confinado aquí
por culpa de la nieve, no tendrías por qué acostarte conmigo!
—Basta —le advirtió—. Tú nunca hablas así.
—Bueno, esta no es una situación normal, ¿no crees? —preguntó dulce y
sarcástica—. ¿Además no es cierto que nuestro… enredo de la otra noche te dejó
frustrado? ¿Y que a la primera oportunidad buscaste a Marta… para que te diera lo
que no pareces querer de mí?
Max volvió a abrazarla con fuerza y la vibrante conmoción de su reanudada
proximidad hizo que giraran sus sentidos y que no pudiera resistirse.
—Te diré lo que sucedió. Es verdad que pensé encontrarme con Marta. Pensé
que sería la única forma de olvidarte… —su mirada se tornó cauta—. Hace mucho
tiempo que nos conocemos. Nunca nos hemos comprometido ni nos hemos hecho
preguntas. Era un arreglo fácil que nos convenía a ambos. Hasta ahora. Es verdad
que me excitaste esa noche y no voy a negar que te deseé como nunca he deseado a
otra mujer, pero eres mi secretaria. Además, compartes conmigo el apartamento y
una aventura lo habría complicado todo… Por eso quise estar con Marta —su mirada
no le indicaba nada—. Pero… no resultó.
—No comprendo —dijo ella con frialdad. Max la hería horriblemente.
—¿Quieres que te lo deletree? —preguntó Max con amargura—. Ni siquiera
llegué a su lado… sólo conduje horas y horas, pues mi cabeza era un caos. Esa noche
no habría podido pasarla con Marta, ni con ninguna otra mujer, pues una hechicera
dama de cabello oscuro estaba dentro de mí. No deseaba a otra más que a ella.
—¿Qué estás diciendo? —lo miró como si fuera tonta.
—Que te quiero, Shauna —se lo decía como si aún siguiera luchando, aunque
su mirada la devoraba.
De pronto, Shauna supo que no quería dar marcha atrás. Ya no podía, pues lo
amaba y lo deseaba tanto… si dejaba pasar ese momento ya no tendría otro igual. No
le importó si hacía bien o mal. Shauna deseaba a ese hombre, pero era algo mucho
más profundo… era necesidad de él. Había un hueco en su mente, en su cuerpo y en
su alma, que sólo podía llenar él. Ella lo quería… ¡y no pensaría en las
consecuencias!, de cualquier modo, nunca podría volver a trabajar para él.
La mirada estaba fija en sus senos. Ahora, pensó Shauna. Ahora.
Shauna levantó una mano para quitarse el pasador del pelo. Sus rizos cayeron
sobre sus hombros como un manto negro. Dejó caer su abrigo y escuchó decir a Max:
—Shauna… —su voz temblaba.
Pero ella no había terminado. Lentamente empezó a desabrocharse el vestido.
Max la miraba como hipnotizado.
Ella se tomó su tiempo mientras escuchaba la respiración alterada e
incontrolable de Max. Shauna fue desabrochando botón a botón. Al fin llegó al
último y sonrió, sus ojos grises brillaban de placer al ver el rostro de Max cuando
deslizó su vestido dejando al descubierto sus morenos senos de rosados pezones.
Fue como si él volviera a la vida.
—Ahora, ven aquí —murmuró.
Ella avanzó deseosa y lo abrazó por el cuello mientras que él la cogió de la
desnuda cintura.
Max gimió mientras acariciaba los senos de la chica y su boca marcaba una línea
húmeda y sensual del cuello hacia los labios de Shauna. Cuando al fin la besó, ella
correspondió con la misma intensidad.
El la despojó del vestido y la cogió en brazos.
La llevó hasta la suavidad de la alfombra persa, después le acarició los senos
hasta hacerla gemir. El la escuchó y le murmuró al oído:
—Eres muy hermosa.
—Oh, Max —gimió ella, abrazándolo con fuerza. Pero Max trató de liberarse y
ella lo miró temerosa de que se detuviera. Él debió leer su pensamiento porque le
murmuró:
—Oh, no. No voy a dejarte —y se puso de pie sin dejar de mirarla mientras se
quitaba la camisa. Él le mostró entonces su magnífico torso.
Ella yacía con los brazos sobre la cabeza observando cada movimiento de Max,
que recorrió con la mirada el cuerpo de Shauna deteniéndose en sus senos hasta que
ella los sintió palpitar. Sus pezones esperaban sus caricias. Max bajó la vista hasta las
brevísimas bragas y luego a las piernas envueltas en medias negras.
—¿Hasta dónde quieres que llegue? —le sonrió Max.
—Hasta el final —su respuesta ronca apenas se escuchó, pues empezó a temblar
al verlo desabrochar su pantalón. Éste cayó lentamente hasta que Max quedó frente a
ella, orgulloso de su desnudez.
Las pupilas de Shauna se dilataron al ver cuan excitado estaba. Y sin darse
cuenta, humedeció con la punta de la lengua sus labios resecos. El juego terminó
cuando él se tumbó sobre ella. Sus ojos parecían oscurecidos por la pasión, y Shauna
sintió su dureza contra el vientre.
Max deslizó su dedo hasta llegar a sus bragas, haciéndola gemir.
—Ahora… —le murmuró deslizando la prenda a través de sus rodillas—.
Podemos prescindir de esto. Pero esto… —su mano rozó el liguero—, podemos
dejarlo.
A Shauna ya no le importaba nada… pues estaba en un estado tan febril de
deseo que pensaba que iba a explotar. Ella se movió extasiada cuando Max exploro
su suave y satinada femineidad que clamaba su posesión.
Max debió darse cuenta de que ella ya no podía esperar más porque la poseyó
con fuerza, sin advertencia alguna, llenándola totalmente. Shauna se sorprendió de
sus propios movimientos frenéticos y lo envolvió por la espalda con las piernas
cuando la embargó de placer, haciéndola gritar.
Shauna había perdido el control pero era consciente de los continuos espasmos
que invadían a Max. Cuando él gritó también, lo estrechó contra sus senos. Sus
cuerpos unidos recibieron oleadas de placer… dándoles satisfacción total… y paz.
Shauna despertó del placer y encontró a Max observándola antes de hacerle
lentamente el amor otra vez. Después, ya muy de noche, cuando el fuego de la
chimenea se había apagado, él la llevó en brazos hasta su habitación y la acostó en su
propia cama.
Max se arrodilló frente a ella y la recorrió con la mirada de pies a cabeza como
si quisiera memorizar cada parte de su cuerpo. Luego acarició los contornos del
cuerpo de Shauna, moldeó sus senos con las dos manos y después las llevó más
abajo, a su vientre, a sus muslos y al fin a sus tobillos, cubiertos aún por las medias.
—Creo que ahora podemos quitarte esto —le murmuró—. ¿Mmm?
—Lo que tú quieras —contestó ella.
—Oh, cariño… no sabes lo que acabas de aceptar —bromeó.
—Oh, sí lo sé… —sus soñolientas palabras se apagaron al sentirse invadida de
nuevo por el placer.
La mano de Max recorrió lentamente la pierna de Shauna en una especie de
tortura que ella sufrió sin aliento y gimiendo cuando él le deslizó las medias para
quitárselas.
Cuando sus piernas quedaron desnudas, él empezó a besarle los pies, los
tobillos, las rodillas y la parte interior de los muslos. Entonces su boca encontró la
aterciopelada femineidad y se movió con tanta intimidad contra ella, que Shauna se
conmocionó momentáneamente antes de sentir un ardor lento que apenas podía
creer. Él continuaba ahí, haciéndola gritar delirante. Shauna aún temblaba cuando
sus delicadas manos se deslizaron para acariciarlo. Entonces él subió y quedó frente a
ella sonriéndole antes de inclinarse para besar su boca.
—Shauna… —gimió—. Oh, Dios. Date cuenta. Date cuenta de cómo me pones
—y se le acercó más aún.
Shauna percibió el palpitante poder de su excitación y se maravilló por la
intensa forma en que la deseaba.
—Buenos días —dijo. No quería café, ella deseaba que la besara y que le dijera
que era hermosa. En vez de eso, Max la miró como si fuera una extraña, con esa
detestable media sonrisa.
Él le entregó una taza con café, pero Shauna temblaba tanto que casi no la podía
sostener, así que la puso rápido en la mesa.
Se sentía muy insegura ya que la noche anterior había sido ella la seductora. Se
había desnudado frente a él y lo había excitado. Si él estaba arrepentido, ella era la
única culpable.
De pronto no pudo soportar más esa situación y le preguntó:
—Max, ¿te arrepientes de lo de anoche?
Se hizo una pausa prolongada y cuando él levantó la vista, su mirada era cauta.
—No creo que éste sea el mejor momento para hablar —dijo bruscamente—.
Toma el café… y después sube a vestirte. Te dejaré en Londres antes de irme a
Cotswolds.
—¿Cotswolds? —lo miró como si acabara de pronunciar la peor de las
obscenidades.
—Sí. Tengo un compromiso desde hace tiempo, lo sabes.
Sí, lo sabía. Pero pensó… ¿Lo sucedido la noche anterior no había cambiado las
cosas? ¿Por qué? Lo que le había dicho indicaba lo contrario. No, nada. La había
llevado a la cama pero ella sabía que una parte de él no quería hacerlo, sólo que, ¿qué
hombre podría resistir tal tentación?
Shauna sintió que sus mejillas ardían y temerosa de llorar en cualquier
momento, se volvió rápido, reprimiendo el llanto.
—Voy a vestirme —dijo en tono tranquilo.
—Aquí te espero —era evidente que no deseaba tenerla cerca.
Mientras se vestía, luchó por olvidar las imágenes que la invadían con horrible
claridad… Max… haciéndole a Marta todas las cosas que había hecho con ella la
noche anterior.
Cierto, él le había dicho que no habría podido pasar la noche con Marta, ni con
ninguna otra mujer. Pero eso fue antes de llevarla a la cama. Ahora ya la había
sacado de su mente, ahora tenía la libertad de regresar al lado de Marta.
Se sentó en la cama y puso la cabeza entre sus manos, mientras toda ella
temblaba. ¿Qué otra cosa esperaba?
El viaje a Londres fue terrible. La carretera estaba casi intransitable. Max
necesitó toda su concentración para no salirse de ella.
El silencio era tan denso que fue imposible de romper. ¿Qué habrían podido
decirse, dadas las circunstancias?
Ella se alegró cuando al fin llegaron a Londres, aunque sabía que cuando la
dejase en el apartamento, se marcharía de nuevo.
Capítulo 12
Una vez que Max se marchó, Shauna rompió a llorar. Cuando terminó, su
rostro estaba enrojecido, pero ella no se encontraba mejor.
Luego se dio un baño… pues no lo había hecho por la mañana; el aroma
masculino de Max la rodeaba y no quería quitárselo.
Su piel mostraba pequeños rasguños y moretones donde Max la había besado y
acariciado al calor de su pasión.
Con el cabello mojado fue hacia la cocina a prepararse café y lo tomó mientras
pensaba.
¿No sería mejor marcharse mientras él estaba fuera?
Pero huyendo no solucionaría las cosas. Si no iba a existir nada entre ellos, lo
mejor sería hacer frente a esa situación. Max le había dicho que hablarían a su
regreso. ¿De qué? ¿De los maravillosos días que había pasado en Cotswolds, con
Marta?
Shauna apretó los puños. ¿Qué esperaba? ¿Una propuesta de matrimonio? Max
había sido muy claro al hablar de Marta… «el único tipo de relación que me
conviene».
Ella se le había ofrecido y, aunque Max había luchado contra esa atracción, se le
había puesto enfrente y se había desnudado ante él en un intento por seducirlo.
Al día siguiente, Max había puesto tanta distancia entre ella y él mismo como le
fue posible.
Quizás en el mundo donde se movía esa clase de unión fuera normal. Quizá
Marta entendiese y perdonara las pequeñas indiscreciones de Max… Shauna apretó
más los puños tratando de contener las lágrimas.
Y a pesar de todo, ella tenía esperanzas pues no buscó a Harry ni a Nick sino
que se pasó la tarde vagando por el apartamento, esperando que Max la llamara,
pero no fue así. Ni la primera noche, ni la segunda…
Para la tercera noche, se sentía como una furia enjaulada. De pronto alguien
llamó a la puerta. Ella saltó del sillón y preguntó casi sin aliento.
—¿Sí? —era Charlie, el portero del edificio.
—Aquí hay un caballero que desea verla, señorita Wilde.
Shauna sabía que Max no se anunciaría, pero aún tenía la esperanza.
—¿Quién es, Charlie?
—El señor Hamilton.
¡Rupert! Si no se hubiera preparado para ir a su fiesta, nunca habría hecho el
amor con Max. De pronto sintió deseos de verlo en espera de que su sentido de
humor la animara un poco. Shauna aclaró su garganta y contestó:
Capítulo 13
La vida en el apartamento era incómoda. Desde luego, Shauna estaba encantada
de tener un sitio donde dormir y agradecida con Harry y Nick por haberla aceptado
de improviso y sin hacerle preguntas.
Pero Shauna comprendía que en dos años y medio había cambiado su forma de
vivir. A los veintiún años todavía toleraba el desorden, pero ahora prefería una vida
más tranquila y ordenada.
Cuando se levantaba por las mañanas y veía todos los platos sucios, los
ceniceros desbordantes de colillas, y los zapatos abandonados por todos lados
suspiraba profundamente e intentaba no compararlo con la casa de Max en
Oxfordshire.
En realidad, tampoco podía ignorar el desorden pues tenía que dormir en la
sala. Sólo había dos habitaciones, Harry ocupaba una y Nick y su novia ocupaban la
otra. En consecuencia, Shauna tenía que esperar hasta que todos se acostaran para
poder hacerlo ella. Harry le sugería todas las noches que compartiera con él su
habitación y aunque lo decía en broma, ella sabía que estaría encantado si aceptara su
ofrecimiento. Por eso Shauna no se sentía muy tranquila en compañía de Harry, pues
temía que cualquier gesto amistoso fuera malinterpretado por él.
Pronto encontró un empleo de media jornada y aunque la oficina no era
cómoda, al menos el trabajo no requería gran esfuerzo. Con su sueldo compartía los
gastos de la casa.
En cuanto a Max, Shauna trataba de no pensar en él. Los recuerdos eran tabú y
por otro lado, las últimas dos mañanas, se había despertado con un verdadero
terror…
La tarde de un miércoles, casi tres semanas después de que dejara el
apartamento de Max, alguien llamó con fuerza a la puerta. Ella se levantó muy
despacio pues, al parecer, así no se mareaba tanto. Como estaba sola, tuvo que ir a
abrir, aunque estaba segura de que no era para ella porque nadie sabía que estaba
allí… excepto Max… y él nunca iría a buscarla.
Era Rupert. Cuando la vio frunció el ceño.
—¡Estás peor que la última vez que te vi! —exclamó.
—Cuánto te agradezco tu observación —pero no pudo molestarse con él, pues
su tono no era malicioso, sino de preocupación—. ¿Cómo te has enterado de que
estoy viviendo aquí?
—Por Max.
—¿Qué te dijo? —el corazón de Shauna empezó a palpitar y Rupert movió la
cabeza.
—No he hablado con él. Su nueva secretaria me ha dado tu dirección.
Harry y Nick aún no habían vuelto y Shauna volvió a vomitar dos veces antes
de que alguien llamara a la puerta. Suspiró y fue a abrir, pero casi se cae al ver de
quien se trataba. Él estaba mojado como si hubiera estado mucho tiempo bajo la
lluvia. Lo miró y le preguntó:
—Max, ¿qué haces aquí?
—¿Puedo pasar?
Shauna dudó. «¿Para qué?» Él entrecerró sus verdes ojos e insistió:
—Por favor.
Incapaz de pronunciar palabra, Shauna asintió y se hizo a un lado para dejarlo
entrar.
Ella esperaba sentir una infinidad de emociones, pero no pensó que volvería a
sentir exactamente lo mismo por él: anhelo y deseo de estar entre esos brazos fuertes
y protectores. Su cuerpo aún reaccionaba ante la proximidad de Max. Él le había
destrozado el corazón, y ella aún era tan veleidosa como para seguir amándolo.
Ambos se miraron de frente y Shauna notó que él había cambiado pues estaba
más delgado. La chica pensó que también ella había cambiado; estaba pálida y
ojerosa.
—Estás más delgada —le dijo él al fin.
—Sí —Shauna quiso gritar, llorar y correr a sus brazos, pero aún no sabía a qué
se debía esa visita. Con extrañeza, le preguntó—: ¿Por qué estás aquí, Max?
—Rupert ha venido a verme.
—Bueno, no ha debido hacerlo. No tenía derecho.
—No —contradijo él llanamente—. Era yo el que no tenía derecho. Ningún
derecho para acusarte de algo de lo que eras inocente.
Shauna sintió que las rodillas le temblaban y quizá él lo notó porque la sostuvo
con una mano.
—¿Quieres sentarte, Shauna? Hay algo que quiero decirte.
Ella obedeció de manera automática. Ambos se miraron a los ojos y ella se
estremeció bajo esa mirada, así que volvió la vista hacia otro lado. No quería que él
notara cuánto le afectaba su presencia.
—Nunca te hablé de mi esposa —empezó a decir él—. Pero supongo que te has
dado cuenta que no fuimos felices, ¿verdad?
Shauna asintió. Siempre que hablaba de Blanche su voz se tomaba fría y
distante, como quien describe a un extraño.
—Cuando conocí a Blanche, ambos éramos muy jóvenes. Era muy guapa… y
me quedé prendado —pasó una mano por su alborotado cabello—. Creo que
confundimos la lujuria con el amor —concluyó. Se hizo un breve silencio y Shauna
apenas podía respirar.
—Se quedó embarazada —su tono era brusco—. Y por el bien del niño… nos
casamos. Fue un error —la miró con sinceridad—. No quiero decir que no lo
intentáramos… pero éramos demasiado jóvenes y básicamente incompatibles…
Fin