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Aquel día gris de invierno

(El cínico)
Sharon Kendrick

Aquel día gris de invierno (1994)


En Harmex: El cínico (Colección Bianca)
Título Original: No escaping love ()
Editorial: Harlequín Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 1011
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Max Ryder y Shauna Wilde

Argumento:
—Mi anterior asistente cometió el error de enamorarse de mí.
Shauna le informó al insufrible y arrogante Max Ryder que ella no tenía
intención de cometer el mismo error y se las arregló para mantenerse a
prudente distancia en la oficina. De pronto todo cambió. Max decidió
trabajar temporalmente en su mansión de Oxfordshire para estar con su
hija… Desde luego Shauna debía acompañarlo, justo cuando un Max
diferente derribaba sus defensas…
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Capítulo 1
Tenía… tenía… que lograrlo. Shauna entró en el compartimiento vacío y logró
acomodar su maleta justo cuando el tren empezó a moverse.
Después consultó su reloj e hizo un mohín al darse cuenta de que, aunque ese
tren fuera el expreso que iba de Dover a Londres, jamás llegaría a tiempo a su
entrevista.
Miró por la ventana y vio el cielo gris. El mal tiempo era el causante de que el
trayecto en el ferry hubiera sido tan turbulento. Rogó a quien estuviera en el cielo
que la ayudara a conseguir ese empleo. Shauna leyó el anuncio por enésima vez:

Se solicita secretaria para hombre de negocios en el centro de Londres. Horario


irregular. Excelente sueldo y vivienda disponible. Preferentemente con iniciativa y
entusiasmo. Indispensable que hable varios idiomas, sobre todo un fluido portugués. Enviar
solicitud al apartado postal número 4204.

Shauna había mandado la solicitud y le habían contestado una respuesta


mecanografiada donde le pedían que se presentara dentro de una semana en
Empresas Ryder para realizar una entrevista. La carta la firmaba Max Ryder con un
trazo firme y extravagante.
«¡Vaya suerte!», pensó Shauna. Era un trabajo excelente… y ella iba a llegar
tarde a la entrevista.

Shauna llegó a las Empresas Ryder justo tres horas después.


Casi arrastrando su equipaje, Shauna abrió la pesada puerta de cristal y al
hacerlo, percibió una oleada de empalagoso perfume. Pensó en marcharse al ver a las
mujeres que se encontraban ahí. ¡Debía haber llegado a un lugar equivocado! No
tenían nada que ver con ella.
Tres mujeres sentadas alrededor de una mesa de cristal hablaban lacónicamente
entre sí. Ellas se quedaron calladas cuando se volvieron a mirarla; su revisión duró
menos de cinco segundos antes de darle una demostración de desprecio y de
superioridad. Después reanudaron su charla, ignorándola por completo.
Shauna se quedó inmóvil, debatiéndose entre quedarse o salir corriendo. En ese
momento, oyó una tosecita y se volvió. Una mujer le sonreía detrás de un escritorio.
A Shauna le tomó dos segundos darse cuenta de que se dirigía hacia ella:
—Soy la señora Neilson —dijo —y tú debes ser…
—Shauna —contestó con claridad la chica—. Shauna Wilde. Estoy desolada —
se acercó al escritorio y puso la maleta en el suelo—… he llegado muy tarde.

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—Así es —contestó la señora Neilson, después de revisar una lista—, con casi
una hora de retraso —la miró como disculpándose—. Lo siento mucho, pero el señor
Ryder no tolera la impuntualidad.
—¡Oh, déjeme explicarle! —contestó rápido Shauna—. Por favor —le sonrió a la
recepcionista, con una mirada de súplica pues había viajado mucho para obtener ese
empleo—. Acabo de llegar del otro lado del continente… de Portugal y aunque salí
con tiempo, el ferry ha llegado con retraso. Puedo esperar hasta que entreviste a las
demás.
—Pues… —dijo dudosa la señora Neilson, después le sonrió—. Bueno, haz la
prueba. Toma asiento… aunque no te prometo nada.
—Gracias —Shauna se acercó a una silla y depositó desafiante sus pertenencias
a su alrededor antes de sentarse. Las demás mujeres se quedaron mirándola.
«Bueno», decidió, «este es un juego en el que puede participar más de una persona»,
así que devolvió cada mirada recibida.
Y cuanto más las miraba, más incómoda se iba sintiendo. Las tres mujeres
parecían mayores que ella, con más confianza y muy seguras de sí mismas. Una
elegante joven llevaba el cabello corto mientras que las otras dos tenían melenas muy
bien arregladas. Eran peinados perfectos, mientras que Shauna llevaba el pelo
recogido en la nuca, como el de una niña.
Sin duda alguna, su pelo era su rasgo más personal, aunque los negros rizos
que le llegaban hasta la cintura, eran poco prácticos en la vida diaria. Hacía mucho
tiempo que había renunciado a cortarlo porque todos los peluqueros a los que
acudía, insistían en que no debía hacerlo.
Shauna miró de nuevo a las mujeres y se preguntó por qué no se había
maquillado un poco. Porque durmiendo en el barco se le habría estropeado, le
contestó la voz de la razón.
Mientras esperaba, consideró la idea de ir a maquillarse un poco, pero una
mirada final a las otras mujeres la convenció de que no podía competir con ellas pues
iban perfectamente arregladas.
¿Acaso las cosas en Inglaterra habrían cambiado tanto que ahora debían vestir
así las secretarias?, se preguntó. Nerviosa, Shauna estiró la manga de su chaqueta.
La puerta se abrió a espaldas de la mujer del escritorio y una chica rubia salió
de ella sin mencionar una palabra.
—¿Quiere pasar, señorita Stevens? —anunció la señora Neilson.
La joven del cabello corto se encaminó hacia la puerta y Shauna escudriñó en su
bolso, ahora seriamente preocupada. ¿Sería ese trabajo lo que ella suponía? ¿No era
extraño? Tal vez ella era más inocente de lo normal. ¿No se había dicho ella misma
que era demasiado bueno como para ser verdad?
Shauna buscó la carta que le habían enviado y volvió a leerla dos veces.

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«No», pensó, no escondía ningún mensaje sutil. Luego se dijo: «si entro y me
ofrecen un trabajo en su salón de masaje, entonces sonrío cortés y salgo de
inmediato».
Cuando guardó el papel, sus dedos temblaban al recordar que en los periódicos
había leído acerca de esos lugares.
Entró la última mujer. En ese momento, sonó el teléfono de la señora Neilson.
Esta levantó el auricular, escuchó y respondió:
—Sí señor Ryder… es la última, pero ya ha llegado la señorita Wilde —una
pausa—. Sí, ha llegado tarde, pero parece ser que ha venido desde muy lejos.
Shauna escuchó una vez que parecía molesta.
—Lo sé —contestó la señora Neilson, hizo otra pausa y agregó—. En mi
opinión… sí —colgó y miró a Shauna—. Ha dicho que te entrevistará después de
hablar con la última solicitante —la señora se puso de pie y agregó—: Y ahora debo
irme… me está esperando mi marido —sonrió—. El señor Ryder te acompañará
hasta la puerta cuando termine la entrevista —su voz bajó de tono hasta ser sólo un
murmullo—: Buena suerte.
—Gracias —Shauna la siguió con la mirada y retorció un rizo detrás de su oreja,
era una manía que tenía desde la niñez.
¡Debía estar loca para permanecer sola en la oficina con ese hombre llamado
Max Ryder… a quien ni siquiera conocía! Una voz interna la urgió a salir de ahí…
cogió la maleta y sintió un vuelco en el corazón al ver que la pelirroja salía furiosa,
diciendo:
—Canalla —su tono de voz apenas era audible pues salía taconeando con
fuerza.
Seriamente alarmada, Shauna se puso de pie y caminó detrás de la pelirroja
hasta que la detuvo una profunda voz.
—¿Se marcha ya, señora Wilde?
De mala gana se volvió.
—No creo estar capacitada para el trabajo —dijo y se quedó boquiabierta. Se
había imaginado a un hombre de poca estatura, moreno, con los dedos llenos de
anillos ostentosos y de mal gusto. Pero el señor Ryder era muy diferente.
Llevaba un elegante traje y parecía respetable, pero una inspección más cercana
la convenció de que la palabra correcta no era respetable pues ¡los hombres respetables
no eran tan guapos!
Los ojos verdes entrecerrados que la miraban de cerca eran como dos témpanos
de hielo. Tenía la piel ligeramente bronceada y su boca formaba una línea. Ella trató
de imaginarlo riendo, pero no pudo.
Su cabello rozaba el cuello de una camisa de seda. También su corbata era de
seda, de un color gris que combinaba muy bien con un traje gris oscuro que le
quedaba perfecto.

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—¿Perdón? —preguntó él.


—He dicho que no creo estar capacitada para el empleo —repitió Shauna,
aterrorizada—. Siento que le haya hecho perder su tiempo —y procedió a observarlo
boquiabierta.
—Por favor, deje de mirarme como una tonta —contestó él, impaciente—.
Cómo puede afirmar que no está capacitada para este trabajo, si ni siquiera sabe de
qué se trata. ¿O es usted adivina?
Al detectar el tono sarcástico, Shauna cerró rápidamente la boca y le dedicó lo
que pensó que sería una dulce sonrisa.
—¿No irá a desmayarse, verdad señorita Wilde?
—Me siento bien—mintió—. ¡Qué encantador!
—Perfecto —dijo cortante—. Y ya que ha sido tan amable de proporcionarme
un poco de su tiempo, y que yo… —hizo una pausa para consultar su reloj de oro—
… he tenido que disponer del mío… ¿qué le parece si la entrevisto de manera más
formal?
—Claro —Shauna tragó en seco. Colgó su bolso en su hombro y recogió su
maleta.
—Después de usted —él señaló la puerta.
Shauna entró contra su voluntad. Pero al hacerlo su mirada se iluminó.
—¡Oh, pero… qué bonito! —exclamó al apreciar lentamente todo lo que la
rodeaba.
Ante ella había un enorme ventanal que llenaba de luz el despacho. Desde ahí,
Londres parecía una pintura. Después, Shauna registró otros detalles… el escritorio
de madera, el pequeño roble bonsai, unos papeles y la moqueta marrón claro. Como
nunca había visto un despacho tan lujoso, volvió a asaltarla su anterior sospecha.
—… me refiero a la vista —concluyó—. Es preciosa.
—Sí, me agrada —los ojos verdes se entrecerraron cuando contestó como en un
gruñido. Él señaló una silla esperando que ella tomara asiento, pero la chica
permaneció de pie.
—Permítame un momento —dijo la joven—. Quiero que sepa que jamás me
dedicaré a algo… ilegal.
—¿Ilegal? —él levantó las oscuras cejas—. ¿Quiere explicarse?
Shauna sintió un estremecimiento, pero ahora ya era demasiado tarde como
para retractarse. La voz interna la urgió a no dejarse intimidar por lo que la rodeaba.
—Me temo que no estoy interesada en el trabajo de acompañante… o de
masajista.
—¿Masajista? —preguntó él—. ¿Masajista? Dígame, señorita Wilde, ¿la fachada
de mi edificio ha cambiado en las últimas horas o soy víctima de una broma? ¿Acaso
afuera hay un letrero de luz neón que anuncia ¡Chicas! ¡Chicas! ¡Chicas!?

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—No, claro que no.


—Entonces, ¿por qué imagina que soy capaz de una treta como ésa? —los ojos
verdes le lanzaron ominosos destellos.
—Porque… por las otras mujeres —espetó—. Ellas no me han parecido el tipo
de mujeres que se entrevista para que trabajen como secretarias.
—¿Podrías ser un poco más explícita? ¿Qué es lo que había de malo en ellas?
Shauna se encogió de hombros pero contestó:
—Me han parecido demasiado sofisticadas para ésta clase de trabajo.
—No eran sofisticadas, señorita Wilde —contestó él—. Yo no considero como
sofisticación el hecho de ponerse tanto perfume o maquillarse de la manera menos
adecuada. Más bien diría que eran vulgares y cursis. Mientras que usted…
Shauna no supo cuál sería su descripción por que se interrumpió para
estudiarla más de cerca.
La chica se alegró de que el sol de Atlántico hubiera bronceado su piel… al
menos eso ocultaba un poco el rubor que teñía sus mejillas ante la revisión de que era
objeto. Los oscuros rizos que le llegaban hasta la cintura iban recogidos a su espalda,
pero algún que otro mechón había escapado y caía sobre su rostro, además no
llevaba maquillaje. Pero tenía unas pestañas oscuras, largas y rizadas que bordeaban
unos raros ojos grises.
Shauna llevaba puesto un sencillo traje de color azul marino. No era el color
que mejor le quedaba, pero sí el más práctico. Llevaba unos zapatos de piel azul con
tacón bajo… ¡Cuando se era tan alta como ella, no se debían utilizar tacones altos!
En silencio lo miró a los ojos y elevó el mentón ante esa inspección. Las
siguientes palabras de él fueron por completo inesperadas:
—¿Gostaría de se sentar, agora?
—Obrigada —contestó de manera automática y se sentó.
Las cejas del hombre se elevaron, mientras rodeaba el escritorio para sentarse
frente a él y exclamó:
—¡No puedo creerlo! ¿Habla portugués realmente?
—Por supuesto… era lo que se pedía en el anuncio.
—Se podía pedir eso, señorita Wilde… pero desde hace tres días llevo
entrevistando a muchas mujeres y usted es la segunda que me ha entendido y me ha
contestado en ese idioma.
—¿Quiere decir que ninguna de las mujeres que acaban de salir…? —Shauna
abrió los ojos de par en par.
—Hay una cosa —contestó él, sin ocultar su desprecio—, sólo una cosa tienen
en común las mujeres que acabo de entrevistar, y es su ávido interés por el ridículo
artículo… pero en realidad es tan diferente al trabajo que ofrezco…
—¿Qué artículo? —preguntó Shauna intrigada—. No comprendo.

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Los ojos verdes la observaron suspicaces antes de contestar: »


—Entonces usted debe de ser la única mujer en el país que no lo ha leído.
—Es que no he estado en el país —señaló ella y él mencionó entonces el nombre
de una publicación femenina muy conocida antes de agregar:
—Publicaron una lista de los cincuenta solteros más cotizados de Gran Bretaña
—gruñó—. Y desde entonces casi todas las mujeres del país, quieren venir a verme.
En ese momento, Shauna pensó que ya era demasiado. Aunque ninguna de las
otras entrevistadas le había dado una calurosa bienvenida, esa aseveración era un
escarnio para las mujeres en general. Se puso de pie diciendo:
—Es usted un arrogante…
—Siéntese, señorita Wilde… usted no anda a la caza de un hombre. ¿Acaso
pone objeción a la verdad… aunque ésta sea desagradable?
—A lo que pongo objeción es a su colosal vanidad —contestó.
Él sonrió. Esa era la primera vez que sonreía y Shauna quedó sorprendida. El
rostro masculino se suavizó un momento.
—Tal vez mi vanidad sea colosal —contestó él—. Pero los hechos son los
hechos. Soy rico y poderoso. Además he conocido a suficientes mujeres como para
reconocer cuando me hacen una invitación descarada —le informó arrogante.
Shauna agregó muy seria:
—Bueno, usted no va a recibir ninguna invitación descarada de mi parte.
Ryder se acomodó en su sillón y apoyó el rostro en una de sus manos con la
misma gracia despreocupada de un felino.
—En ese caso, señorita Wilde —señaló—, usted puede ser justo lo que necesito.
Shauna lo miró con inocencia antes de preguntar:
—¿Y qué es justo lo que necesita, señor Ryder? Su anuncio no lo especificaba.
—¿No? —los ojos verdes se entrecerraron de manera alarmante—. ¿Y cómo lo
interpretó usted?
—Además parece obvio… que si usted necesita una persona que hable bien
portugués, el anuncio debía haber estado escrito en portugués.
Se hizo una pausa. La mirada de él era calculadora.
—Tiene toda la razón, señorita Wilde, si la jovencita que me mandó la agencia
hubiera tenido su sentido común…
—¿Acaso no le dijo lo que necesitaba? —preguntó ella, ignorando su tono de
voz.
—¡Por supuesto que se lo dije! —exclamó—. Pero la chica ni siquiera me
escuchó. Se pasó todo el tiempo diciendo «qué hermosa es su casa, señor Ryder, sus
fotografías no le hacen justicia señor Ryder» —remedó.

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Shauna reprobó la actitud de la chica. Por mujeres como ellas, las demás
recibían calificativos poco agradables. Además, no se necesitaba ser maestra en
psicología para darse cuenta de que un hombre como Max Ryder quedaría
completamente apagado ante un acercamiento tan obvio. Él, que continuaba
observándola, le preguntó:
—¿Debo entender que usted no aprueba que las mujeres utilicen sus encantos
personales cuando trabajan?
—Claro que no —su mirada gris era fría—. Supongo que se habrá quejado en la
agencia.
—Simplemente no volveré a utilizar sus servicios —se encogió de hombros—.
Espero no volver a necesitarlos —la miró como considerando algo—. Parece muy
interesada en el asunto, señorita Wilde, ¿acaso tiene usted algún interés en la
agencia?
—He venido a una entrevista para obtener éste empleo, señor Ryder —contestó
con dulzura. Ella conocía muy bien ese viejo truco. Los jefes siempre querían un
compromiso al cien por ciento… Si se les comentaba que otro trabajo podría
ofrecerles algo mejor, no la volverían a tener en cuenta, además, ese empleo la
proveería de vivienda—. ¿Quisiera hablarme un poco más acerca de él?
—¿Qué le parece —sus ojos verdes brillaron divertidos—, «¿tirano necesita
secretaria?». Trabajo exhaustivo y paga miserable.
—¿Y es así en realidad? —preguntó.
Él extendió una bronceada mano y cogió un lápiz, antes de contestar.
—No, le he mentido en lo del sueldo… ¡pago muy bien! Pero acerca de lo de
tirano, esa imagen se la tendrá que hacer usted misma… pero no soporto a los tontos.
Por cierto, he recibido peores calificativos que ése —agregó con suavidad. Luego se
inclinó para acomodar el bonsai un milímetro hacia la derecha y ya satisfecho, volvió
a acomodarse en su sillón—. Compro y vendo —le explicó—. Sobre todo bienes
raíces. Como ese ramo ha decaído en este país, he tenido que diversificarme y estoy
haciendo negocios en Europa. En ese momento estoy en tratos para adquirir un
terreno en el Algarve, donde pretendo construir un complejo turístico. Se estima que
el proyecto durará dos años como mínimo antes de ponerlo en funcionamiento, de
ahí la necesidad de tener una secretaria que hable portugués.
—¡Pero si usted lo habla! —protestó la chica.
—Sólo lo indispensable como para manejarme en un restaurante —movió la
cabeza—, pero desconozco las sutilezas del idioma, además no entiendo los términos
legales. Lo que me lleva a preguntarle; ¿qué tal es su portugués?
La respuesta de Shauna no se hizo esperar. Le aclaró al menos que ella no
estaba allí con falsas pretensiones y que a diferencia de las otras —como lo había
especificado en su solicitud —hablaba perfectamente el portugués. Habló tan rápido
en portugués que era imposible de entender para alguien cuya lengua materna no
fuera ese idioma. Cuando terminó, notó que en el rostro de él había aparecido otra
torva sonrisa.

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—¿Cuánto ha comprendido de lo que le he dicho? —preguntó.


—Muy poco —admitió—. Lo habla muy rápido y su pronunciación es
excelente.
—Gracias —e hizo una leve inclinación de cabeza pensando que un cumplido
de él debía ser algo excepcional.
—¿Cómo fue? —preguntó curioso.
—¿Cómo fue, qué?
—¿Cómo lo habla tan bien?
—Bueno —dudó un poco—. Llevo dos años trabajando como secretaria de un
administrador público en Portugal.
—Eso ya lo sé —ondeó una mano—. Pero antes de eso ya debía haberlo
practicado. En sólo dos años no se aprende a hablar así.
Ryder indagaba y eso no le gustó. Shauna no deseaba contarle la historia de su
vida. Entonces señaló los papeles que había sobre el escritorio.
—Como puede comprobar en mi curriculum… estudié idiomas —su mirada
gris envió instintiva una advertencia.
—Para lo que se aplica la misma pregunta —también la mirada verde envió una
respuesta. Shauna decidió que a ese hombre no se le podía engañar. Pero trató de
decir lo menos posible.
—Mi madre era portuguesa.
—¿Y su padre?
—Irlandés —fue una respuesta llana, retándolo a no tratar de investigar más
allá.
—Rara combinación.
—Eso dicen —se aclaró la garganta—. Así que lo que usted necesita
básicamente, es una intérprete, ¿no es cierto, señor Ryder?
—Así es, pero también que sepa taquigrafía y mecanografía. Necesito a alguien
que sepa lo que yo sé y así pueda controlar cualquier argumento que yo no capte en
los negocios. Contrato mucho personal y no sólo en éste país, sino en todo el mundo.
Siempre puede surgir algún problema en otra parte y no deseo resolver todo yo solo
—la miró de lleno, sus ojos verdes eran magníficos—. Necesito que envíe telegramas
—continuó—. Que traduzca documentos, reserve billetes de avión, reciba a mis
socios en los aeropuertos, también necesitaré que viaje conmigo al extranjero.
—Parece bastante agitado —observó ella.
—Y así es. Pero en compensación, le pagaré muy bien. Tendrá vivienda de
primera clase aquí en Londres si lo desea, y vacaciones bastante generosas. ¿Qué
opina?
—¿Cuál será el sueldo? —al escucharlo, por poco se cae de la silla.

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—¿Necesita vivienda? —preguntó él.


—Sí, así es —asintió—. ¿Puede decirme en qué consiste eso?
—En el último piso de este edificio, hay un gran apartamento —contestó
después de dudar un momento—, parte de él está a su disposición.
Le tomó sólo diez segundos decidir.
El empleo… era lo que siempre había deseado. Una base segura para poder
ahorrar hasta decidir lo que en realidad quería hacer con su vida. Aunque aún no le
había dicho que la aceptaba… Seguramente ahora le diría: «claro, todavía debo
entrevistar a otras personas».
—Parece muy… adecuado —contestó cauta.
—¿Adecuado? —lo escuchó reír—. ¡Qué palabra tan horrible señorita Wilde! si
va a trabajar conmigo, debe prometerme que nunca volverá a utilizar la palabra
adecuado.
—¿Quiere decir… me está… ofreciendo…?
Él señaló los papales que tenía en el escritorio antes de decir:
—He revisado sus referencias y son excelentes… aunque usted, señorita Wilde,
diría adecuadas. Además, satisface mis otras consideraciones… su portugués es
fluido, parece lo suficientemente inteligente… ¡ah!, y no parece estar dentro del tipo
de mujeres devoradoras de hombres. Y otra cosa —agregó en voz baja—. Necesita el
trabajo, ¿verdad?
Sí lo necesitaba, pero no estaba desesperada. Además sabía que no había cosa
peor que la desesperación, así que contestó con frialdad:
—Hay otros empleos.
—El trabajo es suyo, si lo acepta —sonrió él.
De hecho, Shauna ya se había colgado el bolso del hombro para marcharse,
pero se volvió sin creer lo que había oído.
—¿Perdón?
—El trabajo es suyo —repitió él—… si lo acep…
—¿Así, sin más? —aún no lo creía cuando cautelosa, hizo esa pregunta.
—Sí, así sin más.
Shauna fingió dudar, aunque tuvo la impresión de que no lo engañaba.
—En ese caso —dijo reprimiendo el deseo de saltar de alegría—, estoy
encantada de aceptarlo.
—Perfecto.
—¿Cuándo desea que comience a trabajar?
—¿Mañana sería demasiado pronto? —preguntó con el ceño fruncido.
—Perfecto —quiso borrar la primera impresión que le había dado.

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—Hoy ha llegado tarde —la miró a los ojos.


—Hubo un… —empezó a explicarse pero él la interrumpió levantando una
mano.
—No me interesa. Puedo soportarlo una vez… si no vuelve a suceder.
—No —contestó con suavidad… ¡nunca se atrevería!
Ryder cerró momentáneamente los ojos y después disimuló un bostezo. Shauna
notó que estaba cansado y se preguntó si sería por trabajar o por divertirse. Cuando
él volvió a abrir los ojos, la descubrió mirándolo con interés y parpadeó antes de
preguntarle:
—¿Qué pasa?
—Su anterior secretaria —se aventuró a preguntar—. ¿Por qué se marchó?
—Por… —él se puso rígido, de nuevo su verde mirada se tornó fría—… razones
personales.
—Oh —reprimió sus pensamientos producto de la histeria e insistió—. ¿Cuáles
fueron esas razones?
—La misma historia de siempre —contestó después de una pausa—… se
enamoró del jefe. No me parece mal, pero permitió que eso afectara su trabajo.
No había equivocación en cuanto al tono de advertencia; pues parecía querer
decirle que no cometiera el mismo error. Shauna esbozó una sonrisa y contestó:
—No se preocupe, señor Ryder… le puedo asegurar que yo no caeré en el
mismo error.
—Perfecto —contestó—. Me alegra oírlo.
…aunque a Shauna no le pareció muy convencido.

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Capítulo 2
Sin embargo, las siguientes palabras de Max Ryder fueron en tono brusco e
impersonal:
—Supongo que tendrá que recoger su ropa y sus pertenencias —miró la
maltratada maleta de Shauna—. ¿O acaso eso es todo? —preguntó sarcástico.
—¡Claro que no! —contestó indignada apartando de la comisura de su boca un
mechón de cabello—. Tengo otras dos maletas.
—¿Y dónde están?
—En el apartamento de unos amigos.
—¿Aquí? —preguntó.
—Sí, aquí en Londres.
—A propósito es usted muy lenta, señorita Wilde —preguntó después de
suspirar pesadamente, consultando su reloj. Después agregó—: Espero una llamada
de París a las ocho… puedo llevarla a recoger sus maletas y luego enseñarle el
apartamento.
Por alguna razón no deseaba que la llevara. Él era su jefe, y además tenía que
admitirlo, peligrosamente atractivo. Shauna no quería que conociera ningún aspecto
de su vida privada, así que le contestó:
—Muchas gracias, pero yo puedo hacerlo sola.
—¡Oh, por Dios! —exclamó impaciente—. No trato de inmiscuirme en su vida.
Sólo me he ofrecido para llevarla a recoger sus cosas. ¿Por qué sufrir en el metro
cuando puede hacerlo con toda comodidad? Y si está preocupada de que algún
novio, ex o algo parecido, me golpee en la mandíbula, deje de hacerlo.
La sola idea era risible. ¡No podía imaginarse a ningún hombre teniendo la
osadía de golpearlo a él en la mandíbula!
—Lo comparto con dos abogados, no con cavernícolas —contestó—. Y viven en
Hampstead.
—Hampstead —repitió dejando de indagar—. Está muy lejos, tardaremos
mucho en llegar hasta allí—. Vamos al coche —y se dirigieron hacia allí.
Shauna lo siguió en silencio hasta el ascensor. En la planta baja la presentó a
Charlie, el portero y después salieron por la puerta giratoria.
La temperatura otoñal había descendido y Shauna se estremeció de manera
involuntaria, pues su traje de lino era inadecuado por completo. Pensó que él no lo
notaría, pero lo notó de inmediato.
—Espero que entre sus cosas tenga un buen abrigo.
—Sí, tengo un abrigo —Shauna no quiso comentar que seguramente toda su
ropa le parecería pasada de moda.

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Ambos caminaron hasta la parte posterior del edificio y él se detuvo delante de


un elegante Mercedes.
—Y ahora, dígame —le preguntó cuando se dirigían hacia el norte—. ¿Cómo se
las arregló para sobrevivir dos años en un país extraño?
—¿Qué quiere decir? —preguntó indignada. Él se encogió de hombros mientras
intentaba contener la risa. Le dijo:
—Si pensaba que yo tenía una agencia de masajistas, supongo que en el
extranjero debía ser mucho más desconfiada.
Shauna enrojeció. Sus ensoñaciones en más de una ocasión le habían provocado
problemas.
—Me sorprende que me haya dado el trabajo.
—Me ha gustado desde que la he visto y siempre confío en mis instintos… por
supuesto en lo relacionado con los negocios —concluyó.
La chica se preguntó cómo reaccionaría en lo relacionado a los sentimientos…
¡si es que los tenía! Recordó su comentario acerca de las chicas que acudían a verlo.
La joven deslizó una mirada de soslayo hacia él. ¿Qué edad tendría? ¿Treinta?
¿Estaría comprometido? Alguien tan cotizado como Max Ryder debía estarlo.
Excepto que en su enorme despacho no había visto ninguna fotografía. Ahora que lo
pensaba, era el despacho más impersonal que había visto en su vida. Un poco como
él.
—¿Así que se las arregló para vivir dos años en el extranjero sin meterse en
problemas? —preguntó.
—Estoy acostumbrada a trabajar en Portugal —contestó molesta pues la trataba
como si fuera una niña de diez años—. Después de ese tiempo, ya me sabía el trabajo
de memoria. Sin embargo en Inglaterra me siento como una extraña. Cuando entré
en su edificio me sentí totalmente fuera de lugar —apartó un mechón de cabello de
su rostro y lo miró un poco nerviosa—. ¿Comprende lo que quiero decir?
—Creo que sí —contestó él de manera inesperada.
El coche avanzaba por una avenida arbolada. A Shauna le pareció que había
pasado mucho tiempo desde que había vivido ahí. Nick y Harry siempre fueron
maravillosos compañeros de apartamento… amables y protectores como los
hermanos que no había tenido.
—Bonito lugar —comentó Ryder.
—Sí. ¿Puede parar ahí? Es la segunda casa.
—Aquí la espero —contestó él después de detenerse—. Avíseme si necesita
ayuda.
—Gracias —salió del coche, se dirigió a la casa y llamó a la puerta. Esperó unos
minutos. Luego pensó dejar una nota cuando un joven alto y moreno abrió la puerta.
Primero quedó inmóvil, pero después sonrió ampliamente.

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—¡Shauna! —exclamó sorprendido—. ¡Shauna! —estaba encantado—. ¡Vaya!,


¿por qué no me has avisado?
—Porque no lo he sabido hasta ahora —rió ella—. ¿Recuerdas el anuncio del
periódico que me enviaste? ¡He conseguido el trabajo!
—¡Lo has conseguido! —repitió él encantado y antes de decir más, la tomó en
brazos y giró contento.
—Bájame, Harry —rió—. ¡Me vas a tirar! —y conforme la dejaba en el suelo,
Shauna vio que Max Ryder había salido del coche y estaba observándolos. No había
duda alguna en cuanto a la tensión que lo embargaba. La chica se preguntó por qué
estaría preocupado. El joven la observó más de cerca y dijo:
—Te encuentro estupenda, Shauna, aunque algo pensativa. Entra. ¿Qué quieres
tomar?
La chicha negó con la cabeza, mirando con cariño la familiar y gastada sala.
—No puedo. Alguien me está esperando. Él me ha ofrecido trabajo y casa. Sólo
he venido a recoger mis cosas.
—¿Por qué no lo invitas a pasar?
Shauna observó los libros abiertos, la botella de vino medio vacía, los periódicos
por el suelo. ¡Entonces imaginó ahí al precioso bonsai de la oficina de Max Ryder!
—No, Harry —le sonrió cariñosa—. Ni siquiera me ha mostrado el apartamento
y además… está esperando una llamada de París. Pero vendré otra noche… y podrás
prepararme una de tus maravillosas salsas boloñesas.
—No debíamos haber ocupado tu habitación —dijo Harry, ceñudo.
—¡No esperaba que estuviera vacía después de dos años! —exclamó Shauna—.
¡Sería pediros demasiado!
—Bueno, supongo que sí.
—Ya es bastante que hayas guardado mis pertenencias —consultó su reloj—.
Escucha, será mejor que…
—Claro. Claro. Voy por tus cosas —el joven se dio la vuelta, cuando agregó—:
Nick sentirá no haberte visto. ¿Sabes que está enamorado?
—¡Sí, me escribió y me lo contó! —gritó—. ¿Cómo es la chica?
—Es guapa —reapareció Harry con las dos maletas.
—Tú sigues libre —bromeó Shauna.
—¿Me estás haciendo una proposición?
Antes de que ella pudiera contestar, ambos escucharon un bocinazo. De
inmediato, Shauna supo quién era.
—Debe ser mi nuevo jefe —explicó—. Será mejor que me apresure.
—¡Vaya coche! —observó Harry después de asomarse por la ventana—. ¿Cómo
es él?

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—De la clase de hombres que tu madre me aconsejaría no tratar jamás… bueno,


la mayoría de las madres —corrigió Shauna.
—Suertuda —contestó sombrío Harry—. Yo tengo el mismo problema, pero con
los padres… ¡qué aburrido! Gracias por mis vacaciones —le dijo después de una
pausa—. Lo pasé estupendamente.
Ella sonrió. Durante el verano, Harry había estado en Portugal.
—Yo también lo pasé muy bien. Y gracias de nuevo por enviarme ese periódico.
Durante un momento, permanecieron absortos por completo en su aventura
juvenil. Harry le dijo:
—Te llevo las maletas al coche.
—No es necesario —dijo Max, saliendo de entre las sombras y Shauna soltó de
manera automática la mano de Harry preguntándose qué lo habría molestado.
La chica hizo las presentaciones necesarias, pero notó que su nuevo jefe no
parecía sincero y que Harry se mostraba extrañamente taciturno.
Después de prometerle que pronto los llamaría, Shauna se marchó con Max.
Hubo unos minutos de silencio y después él dijo:
—Creí decirle que no tardara —aceleró—. Espero que todavía no me hayan
llamado.
—Lo siento —contestó de manera automática. Max la miró de reojo antes de
decirle:
—Después de tan tierno recibimiento, me sorprende que su amante no haya
querido que se quedara a su lado.
—No es mi amante —contestó molesta.
Ya no había duda, Max Ryder, los había visto abrazados.
Entre Harry y Shauna había habido un idilio años atrás. Pero acabó casi tan
pronto como había comenzado. Aunque eso no iba a decírselo a Ryder. Max era su
jefe y él no tenía por qué inmiscuirse en su vida privada.
—Y si lo fuera, no es asunto suyo —agregó.
La chica vio cómo las masculinas manos apretaban el volante, como si no
estuviera acostumbrado a que le hablaran así. Ella quiso suavizar su respuesta, pero
una mirada al recio perfil le aconsejó que permaneciera en silencio.
Él tampoco habló hasta que llegaron a Mayfair.
—Le mostraré el apartamento —frunció el ceño al consultar su reloj—. Debe de
tener hambre.
—Sí, estoy hambrienta —contestó ella.
Entraron en el ascensor y subieron hasta llegar a un enorme salón con moqueta
blanca y alfombras persas. Las paredes también blancas estaban adornadas con

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cuadros modernos que combinaban a la perfección con los sencillos muebles de


diseño.
Shauna reprimió un jadeo. Comparado con el agujero en que había vivido en
Lisboa, ese lugar era como un palacio.
—La cocina está por allí —dijo él señalando hacia el fondo—. Hay un cuarto de
baño al final de ese pasillo, aunque desde luego, su habitación tiene uno privado.
Éste es su dormitorio —abrió una puerta y le mostró un cuarto muy lujoso decorado
en tono verde. Como verá, después de trabajar juntos todo el día, aquí apenas nos
veremos.
—¿Nos qué? —Shauna quedó boquiabierta—. ¿Qué quiere decir con eso de aquí
apenas nos veremos?
—Este apartamento tiene tres habitaciones —contestó él, impaciente—. Además
es muy espacioso.
De pronto la figura de Ryder le pareció amenazante y de manera involuntaria
retrocedió un paso antes de decir:
—¡No sabía que tenía que compartirlo con usted!
—¡Oh, vamos! ¡Estamos en pleno siglo veinte! —contestó—. En ésta época,
hombres y mujeres comparten los apartamentos… como es obvio que usted ya lo ha
hecho. ¿O acaso se considera usted una tentación tal que cree que no podré
mantenerme alejado?
—¡Claro que no! —contestó ruborizándose al imaginar lo que esas palabras
querían decir.
—Bueno, eso ya es algo —dijo él con satisfacción—. ¡Porque le aseguro que mi
tipo de mujer no es tan alta ni delgada y usted más bien parece una niña que acaba
de salir de clase de gimnasia!
Shauna lo miró fijamente. Esas despectivas palabras la enfurecieron.
—Y… ¿la intimidad personal? —preguntó erguida.
—¿Intimidad? —se rió—. ¿No puede dejar de comportarse como una mojigata?
Shauna lo miró indignada.
—Tendrá toda la intimidad que desee —continuó él—. Para empezar, casi todos
los fines de semana salgo del país. En segundo lugar, su habitación está al otro
extremo de este enorme apartamento, además tiene su propio cuarto de baño igual
que el mío. Así que las posibilidades de que nos encontremos son bastante remotas
—entrecerró los ojos—. Además voy a dividir en dos el apartamento. Ya lo habría
hecho si hubiera tenido tiempo para hablar con el arquitecto, por desgracia, he estado
una temporada en el extranjero.
Shauna pensó que a eso se debía su bronceada piel. Ryder observó divertido
cómo lo miraba y agregó:
—Y ahora, ¿se siente ya tranquila o quiere que me ponga cinturón de castidad
cuando entre en el apartamento? —rió de manera inesperada al verla enrojecer de

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nuevo—. ¿Sabe? Si va a trabajar conmigo, tendrá que hacer algo para no ruborizarse.
¡Es una mujer de mundo!
—No soy una mujer de mundo, si se refiere a lo que estoy pensando —la broma
de Ryder de inmediato cambió la atmósfera. Él la miró con expresión de curiosidad y
preguntó:
—Dígame, no ha mentido respecto a su edad en la solicitud, ¿verdad?
—¡Por Dios! —contestó—. ¡Claro que no he mentido! ¿Siempre piensa mal de
los demás o está acostumbrado a que le mientan?
—Estoy muy acostumbrado —se burló él—. Sobre todo las mujeres y en
particular, las de su edad. Sólo que en general se quitan unos años, mientras que
usted…
Había algo molesto en la forma en que la miraba aunque Shauna no quiso
preocuparse más por eso, sino que también lo miró y le preguntó:
—¿Va a necesitarme esta noche? Porque quisiera deshacer las maletas y…
—Está libre hasta mañana a las diez. Ah, una cosa más… las reglas de la casa.
—Soy muy ordenada —lo interrumpió—. Y no dejo platos sucios en el
fregadero.
—De hecho tenemos lavavajillas… y una señora viene a hacer la limpieza dos
veces a la semana. No, sólo hay una regla… no se permiten invitados a dormir. No
me interesa con quién se acueste… pero no lo haga aquí. No me gusta que me
despierten.
Shauna palideció mientras se preguntaba si podría soportar a ese hombre tan
odioso. Se quedó mirándolo como si estuviera considerando otra alternativa… la de
marcharse de inmediato.
No quería irse, pues se trataba de un maravilloso trabajo… Nunca encontraría
otro igual y si el único problema era el detestable Max Ryder, bueno, podría
soportarlo. Al menos él le había dejado muy claro que no pretendía ninguna otra
cosa con ella, así que en ese sentido estaba segura a su lado.
—¿Ha cambiado de idea? —preguntó él observándola divertido, a lo que ella
contestó haciéndose la sorprendida.
—¿Cambiar de idea? ¿Sobre qué?
—Sobre quedarse.
—Claro que no, señor Ryder —su boca era una línea recta. ¡Rezaría porque
pronto vinieran a dividir el apartamento!—. Lo acepto como un reto.
—Sugiero que nos hablemos de tú —sonrió—. Llámame Max. Hay comida en la
cocina. Prepárate algo.
—Gracias —contestó cortés, pero en cuanto entró en su habitación y cerró la
puerta, se encontró con que el apetito que antes la devoraba, había desaparecido.

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Capítulo 3
Shauna colocó todas sus cosas en el enorme armario y se percató de que debía
comprarse ropa nueva. La que tenía estaba bien, pero era poca. En Portugal, llevaba
ropa ligera, totalmente inadecuada para el clima de Londres. Aunque tenía algo de
ropa de abrigo, estaba muy pasada de moda.
El cuarto de baño parecía sacado de alguna revista de decoración. Al entrar en
el baño, sintió un alivio celestial después del cansado viaje. Luego tardó casi media
hora en secarse el largo cabello rizado y cuando terminó, apenas tuvo fuerzas para
cepillarse los dientes y acostarse. Había tenido un día bastante agitado.
Shauna creyó que no tenía hambre, pero su estómago le indicó lo contrario pues
la despertó en medio de la noche. Se sentó en la cama y miró el reloj. Eran las cuatro
de la madrugada… la hora menos indicada para comer… pero su estómago gruñó en
señal de protesta. Decidió ir a la cocina… después de todo Max le había dicho que se
preparara algo.
Shauna se levantó, se puso una bata y caminó descalza. Al abrir la puerta de su
habitación se quedó quieta un momento. No se oían ruidos, excepto el tic tac de
algún reloj. Gracias a Dios la puerta de la habitación de Max estaba cerrada. Caminó
en silencio hasta la cocina y abrió la puerta.
La chica se dio cuenta de que Max Ryder comía bien pues el refrigerador estaba
lleno de ensalada, embutidos, fruta y una caja muy grande llena de bombones belgas.
Shauna encontró pan y se preparó un bocadillo.
La joven tenía en la mano un bote de zumo de naranja que iba a abrir, cuando
un ruido a sus espaldas la hizo volverse. Max Ryder estaba parado en la puerta
vestido tan sólo con unos pantalones vaqueros… a medio cerrar. Ella apartó la vista
tan deprisa que el bote de zumo, se le cayó.
En ese preciso momento ambos quisieron detenerlo, pero Shauna perdió el
equilibrio y se resbaló. Se habría caído al suelo si Max no la hubiera cogido a tiempo.
Shauna quedó maravillada por la fuerza con que la sujetó y por la calidez de la
mano que la retuvo por la espalda. Entonces, conforme sus sentidos empezaron a
reaccionar se dio cuenta de que estaba demasiado cerca de él, de que sus senos
estaban apretados contra el desnudo pecho de Max… y que se amoldaban a través de
la tela de su bata. La asaltó un mareo y se ruborizó al darse cuenta de que por la
rapidez de sus movimientos uno de sus senos había quedado fuera del escote del
camisón.
Entonces oyó una maldición y de inmediato se separó sin atreverse a mirarlo.
—¿A qué rayos estás jugando? —gruñó en voz alta y brusca. Ella notó que un
músculo se tensaba en su mejilla. Dejó el bote de zumo encima de la mesa y la miró
fijamente—_ ¿Esto forma parte de algún jueguecito? —preguntó—. ¿Venir a la cocina
a esta hora de la madrugada?

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—Ha sido un accidente… me he resbalado porque me has asustado —protestó


ella.
—¿Te he asustado? Has tenido suerte de que no te haya golpeado —estalló—.
He oído ruido y pensaba que era un ladrón.
—¡Por Dios! ¿Eso significa que cada vez que camine por el apartamento vas a
atacarme?
—Según recuerdo—su verde mirada era fría—, has sido tú quien se me ha
lanzado.
—¡Ya te he dicho que ha sido un accidente! Por si lo habías olvidado, ahora
comparto contigo este apartamento y eso significa que de cuando en cuando haré
algún ruido o movimiento —le dijo con dulce sarcasmo.
—Más bien parecías un elefante en una cristalería —contestó él—.
¿Acostumbras a cenar a las cuatro de la madrugada?
Podía ser su jefe… ¡pero no su guardián!
—¡Sólo cuando tengo hambre… como ahora! Así que si no te importa que
termine el bocadillo…
—Ya me voy —contestó de mal humor—. Pero intenta hacer menos ruido
cuando regreses a tu habitación, ¿de acuerdo? Y apaga la luz.
Shauna esperó a que la puerta se cerrara a sus espaldas antes de servirse un
vaso de zumo con manos temblorosas.
Él le había dicho que era un tirano. ¿Tirano? Era el hombre de peor carácter que
había conocido en su vida. Dio un mordisco al bocadillo. Y también tenía uno de los
mejores cuerpos que había visto. No tenía ni un solo gramo de grasa.
Dio otro mordisco al bocadillo deseando olvidar la oleada de desconcierto que
la invadió al recordar la forma en que sus senos habían rozado el pecho de Max y la
forma en que se le había abierto la bata… Apretó los puños a ambos lados de su
cabeza y hasta se olvidó del bocadillo. ¿Qué pasaría si él pensaba que lo había hecho
a propósito? Max tenía una vanidad tan inflada y una opinión sobre las mujeres tan
pobre, que quizá había creído que lo que deseaba era provocarlo.
La joven gimió y rogó porque él no imaginara eso. Después de todo, ¿acaso no
la había dado el empleo porque ella no parecía una devoradora de hombres?
Terminó el bocadillo y metió el plato y el vaso en el lavavajillas. De regreso a su
habitación se prometió a sí misma que aunque el apartamento se estuviera
incendiando, Max no la volvería a ver en camisón… ¡así no malinterpretaría sus
motivos!

Aunque ya casi había amanecido, Shauna decidió seguir durmiendo. Cuando


despertó eran las nueve y cuarto y el sol se filtraba a través de las cortinas.

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Max le había dicho a las diez en punto, así que tenía que apresurarse. Se duchó
rápidamente y pensó que no le sorprendería que después del incidente de la noche
anterior, él hubiera decidido no darle el empleo.
Se puso un sencillo vestido, pero agregó un toque de color a su atuendo con la
cinta roja que se puso en el pelo.
Ahora estaba lista para enfrentarse al mundo… a él… Abrió la puerta de su
habitación esperando encontrar vacío el apartamento, pero no tuvo tanta suerte
porque vio a Max sentado ante una mesa, frente a una ventana inmensa, leyendo el
periódico y tomando café.
El la miró y ella cruzó los brazos como si pusiera una barrera contra el abuso o
el desprecio, pero no encontró ninguna de las dos cosas en su mirada. Él volvió la
vista al periódico y sólo dijo:
—El café está recién hecho.
Shauna dudó un momento y finalmente él la miró, pero su expresión era
inescrutable.
—Acerca de lo de anoche… —empezó a decir ella.
—Olvídalo —interrumpió.
—Pero yo… —¿qué fue lo que la hizo insistir a pesar del tono de Max?
—¡He dicho que lo olvides! —su verde mirada era tan oscura como el jade.
—No quiero que pienses… —continuó testaruda.
—Escúchame —la interrumpió exasperado—. No pienso nada. ¿Entiendes?
Nada. Quizá tú imaginas que lo correcto es actuar como una damisela en desgracia…
pero personalmente creo que exageras… Te aseguro que lo que vi, que por cierto no
era muy excitante, fue menos de lo que he visto en las playas de cualquier parte del
mundo. Así que, ¿lo olvidamos? —tomó su periódico—. Ahora tómate el desayuno
como una niña buena —concluyó sarcástico.
Shauna se forzó para no temblar al coger la cafetera. Estaba demasiado
sorprendida por sus palabras como para pensar en una respuesta adecuada. No era
muy excitante; ¡Qué grosero! Era un canalla, el peor que había conocido, pensó
mientras terminaba su rebanada de pan tostado…
Con razón le pagaba tanto dinero… ¡maldito dinero! Y lo peor era que tenía que
vivir con él.
Cogió una sección del periódico, pero no pudo leerlo. Pensó que era una
situación muy extraña. Estaban desayunando juntos, pero en realidad eran dos
perfectos desconocidos. Aunque eso siempre sucedía cuando se compartía un
apartamento. Según se dice no se conoce bien a alguien hasta que no se vive bajo el
mismo techo. Lo que más le sorprendía era que Max Ryder no estuviera viviendo con
una mujer… en todo el sentido de la palabra.

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En realidad no sabía nada de él aparte de lo evidente… era alto, moreno y


guapísimo y… ¡según él!… irresistible para las mujeres. Cuando levantó la vista del
periódico, se encontró con que él la estaba observando con curiosidad.
—Una mujer que no habla por las mañanas… eso sí es algo a lo que podré
acostumbrarme.
¿Y ahora esperaba que le diera las gracias? Shauna le preguntó:
—¿No dijiste que querías empezar a trabajar en cuanto termináramos de
desayunar?
—Bueno, claro —Max elevó las cejas casi de manera imperceptible—. En cuanto
lleguemos a la oficina, te daré una lista.
Max cogió una corbata de seda verde que estaba en el respaldo de su silla.
Shauna lo siguió hacia la oficina que estaba sólo dos pisos más abajo del
apartamento.
La señora Neilson ya había llegado y saludó:
—Buenos días, Max.
—Hola, Rosie. Aunque ya os conocisteis ayer, quiero presentarte formalmente a
Shauna Wilde mi nueva secretaria.
—Encantada de verte de nuevo, Shauna —Rosie extendió una mano muy bien
cuidada—. En cuanto te vi entrar, supe que conseguirías el trabajo.
—Oh, ¿cómo lo supo? —preguntó Shauna con cortesía, un poco alarmada.
Esperaba no parecerse a la anterior secretaria de Ryder a quien tuvo que despedir.
—Estaremos toda la mañana en mi despacho —dijo Max—. ¿Puedes atender
durante una hora las llamadas que no sean urgentes?
—Por supuesto. Más tarde les llevaré café.
Shauna y Max entraron en el despacho. Desde ese momento él la mantuvo
ocupada… ¡y de qué forma! Durante la primera hora, escribió sin parar en su libreta
mientras él le explicaba su trabajo.
—Claro, no siempre es así —le dijo él. Después le dio el número de teléfono de
sus clientes y colegas, el de los hoteles en donde prefería hospedarse y los
restaurantes donde le gustaba comer. ¡A Shauna le faltaron manos para todo lo que
tuvo que hacer!
Más tarde, el teléfono de su escritorio empezó a sonar. La primera llamada que
recibió era de París y él la atendió hablando un aceptable francés. Después le dictó
muchas cartas y le pidió que enviara una a su abogado en Portugal.
—…y estos son los puntos que quiero exponerle —le informó—. Quiero que sea
una carta en tono formal pero agradable… ¿sabes cómo hacerlo?
—Claro que sí.
Max salió temprano a almorzar… y como no dijo con quién, ella asumió que se
trataría de algún socio. La dejó trabajando sola. Y de manera sorprendente se dio

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cuenta de que podía hacerlo todo, aún cuando la señora Neilson había salido a
almorzar. Al final, mecanografió las cartas que él le había dictado.
Max regresó antes de las cinco, justo a tiempo para expresarle su satisfacción.
Después de que ella le diera las gracias, él le dijo que pensaba salir esa noche y le
entregó un juego de llaves del apartamento.
En cuestión de días, Shauna se adaptó a la rutina. Trabajaba mucho… ¡era lo
que su jefe esperaba!… quizá mucho más de lo que había trabajado hasta entonces. Él
era puntilloso, exigente y crítico hasta el extremo de que ella sentía que no satisfacía
sus exigencias. Aunque también le gustaba el reto.
Una vez lo sorprendió escuchándola hablar en portugués con una expresión
entre divertida e irritada. Shauna sospechó que le molestaba que lo hablara bastante
mejor que él.
En el apartamento lo veía menos de lo que había imaginado. Algunas noches,
Max salía sin decir dónde y por supuesto, sin invitarla.
Una o dos veces le llamó una mujer de nombre Marta. Ardía de curiosidad por
saber de quién se trataba, pero él recibía las llamadas en su habitación.
Shauna por lo general se recluía en su dormitorio después de la cena. Si él no
estaba en el apartamento, veía la televisión.
Un día, Shauna decidió romper un poco el hielo. Como Max era su jefe y
además compartían el mismo apartamento, él no vería mal ese detalle.
Y una mañana, justo antes de que él saliera a almorzar, le preguntó, como si
nada, si esa noche iba a cenar fuera.
—Cielos, no… ya he tenido suficiente comida de restaurante durante toda ésta
semana.
¡Perfecto! Podría hacer unos spaghettis, tal y como lo hacía cuando vivía con
Harry y con Nick. De paso podría conocer un poco más a su jefe. Sólo que no todo
sucedió como ella lo había planeado.
Max salió de su habitación a las ocho y se encontró ante una mesa dispuesta
para dos personas mientras que Shauna, ruborizada por el calor de la cocina,
preparaba las verduras. El elevó una ceja de forma suspicaz, indicándole a la chica lo
que opinaba de su gran idea.
—¿Tienes invitados a cenar?
—No exactamente —contestó sonriendo—. Sólo que… ¿no quieres
acompañarme?
—¿Quée?
—Bueno, yo… —la sonrisa de Shauna desapareció poco a poco—, he preparado
la cena y como no ibas a salir ésta noche, he pensado… —dejó de hablar al ver la
expresión de Max, que estaba mirando fijamente la comida, y apenas pudo reprimir
un estremecimiento. Después la miró a ella, sus ojos no mostraban el menor signo de
simpatía.

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—Aclaremos dos cosas —le dijo en tono deliberadamente neutral—. El camino


más corto hacia mi corazón no es mi estómago… ¿entiendes?
—Yo… no… —Shauna frunció el ceño sin comprender lo que quería decir.
—Y tampoco —continuó él—, me vas a impresionar haciendo pasteles ni
llenando la casa de flores y aroma de café recién preparado.
—No comprendo de qué me hablas —Shauna apretó la boca, sus labios ahora
eran una línea recta. Como para remarcar más lo que decía. Max se inclinó hacia ella
y agregó:
—Entonces te lo diré más claro. Me refiero a esos trucos femeninos —su tono
era sarcástico—. ¿Por qué será que siempre que estoy con alguna mujer, muestra de
pronto un irresistible deseo de cocinar, de bordar, y de gemir encantada cuando ve
un niño? —se burló lleno de sarcasmo—. Quizá tú puedas explicármelo.
Los ojos grises de Shauna brillaron iracundos un instante, pero no iba a
demostrarle a Max el daño que le hacían sus palabras, sino que se forzó a contestarle
igual de burlona.
—Vaya, exageras un poquito, ¿no crees, Max? Ni siquiera he comprado
champiñones para los spaguettis. Se trata sólo de una sencilla cena que pensé te
gustaría compartir… si hubiera sabido que esto iba a causar tal agitación, ni lo
hubiera mencionado. No te volveré a preguntar.
—Perfecto —contestó cortante—. Estoy harto de las mujeres que deciden que yo
soy el candidato perfecto para convertirse en compañero permanente. No deseo
casarme. ¿Entiendes? Y ahora, me marcho.
Muda de indignación, Shauna lo siguió con la mirada, y cuando él cerró la
puerta a sus espaldas, se permitió el lujo de gritarle un epíteto bastante gráfico.
Dos semanas después, mientras Max le dictaba otra carta para mecanografiar
sonó el teléfono. Shauna contestó pues él se encontraba frente a la ventana.
—Oficina del señor Ryder.
—¿Quisiera hablar con el señor Ryder? —dijo una voz femenina.
—¿Quién lo llama?
—Llamo de la escuela Queen Mary.
Shauna le informó a Max ante su interrogante mirada:
—De la escuela Queen Mary —y le entregó el auricular.
—¿Diga? —Max lo tomó de inmediato mostrándose extrañado.
Shauna notó que su expresión de sorpresa cambiaba a una de furia y sus
monosílabos se tornaban tensos. Se despidió brevemente y colgó al mismo tiempo
que se ponía de pie.
—Debo salir ahora, Shauna. Voy a tardar.

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Shauna se moría de curiosidad por saber cuál era el nexo entre él y la escuela
Queen Mary, pero no se atrevió a preguntar, sobre todo porque nunca lo había visto
tan furioso como en ese momento.
Él estuvo fuera bastante tiempo, y ya no regresó a la oficina. Shauna
mecanografió las cartas que le había dictado, después un mensajero le llevó unos
documentos en portugués, por lo que ella se dedicó a traducirlos, disfrutando el reto
de hacerlo.
A las seis de la tarde aún no había señales de él. A las seis y media la chica
decidió dar por terminado el trabajo de ese día. Cogió unos documentos y subió el
apartamento. Justo cuando estaba poniendo los papeles sobre una mesa, escuchó que
Max entraba.
—Hola —lo saludó. Quiso esperar a que él dijera algo, pero en vez de eso
agregó—. He estado trabajando hasta las seis y media. He dejado las cartas en tu
escritorio… ah, y ha llegado esto… la joven se interrumpió al ver que los ojos verdes
lanzaban destellos de furia—. ¿Qué pasa? —gritó—. ¿Qué ha ocurrido? —pero él no
contestó. Permaneció inmóvil y mirándola fijamente—. Max —aún le sonaba extraño
ese nombre—. ¿Qué pasa?
—Se trata de mi hija —contestó después de una prolongada pausa—. La acaban
de expulsar del colegio.
¡Su hija! Shauna necesitó tiempo para imaginarlo como padre y sintió un vuelco
en el estómago. Si él tenía una hija, en algún lugar debía tener una mujer… o una ex
mujer. Max siguió hablando como si estuviera solo.
—¡Maldición de maldiciones! —explotó.
—¿Qué ha ocurrido? —se atrevió a preguntar después de aspirar
profundamente.
—Mi hija tiene lo que eufemísticamente llaman problemas de comportamiento. A la
directora del internado no le ha gustado encontrarla fumando otra vez.
—¿No van a reconsiderar la situación?
—No. Por eso me han llamado esta mañana. He estado allí todo el día.
¡Una hija! No podía imaginarlo.
—¿Qué edad tiene? —preguntó Shauna.
—Trece años —contestó de manera automática. Al mirarla alzó las cejas—. ¿Te
parece que no soy tan mayor como para tener una hija de trece años? Fui un novio
niño —concluyó sarcástico.
—Es sólo que… —Shauna se preguntó qué habría sido lo que había provocado
tanta amargura en él—… bueno, como no he visto ninguna fotografía suya, pues…
Max se dirigió a su habitación y regresó con una gran fotografía en un marco de
plata y se la entregó diciendo:
—Ésta es mi hija.

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Shauna observó a la niña y se dio cuenta de que su madre también debía ser
muy hermosa porque aunque la niña había heredado los ojos verdes de su padre, su
rostro tenía delicados contornos, diferentes a los de Max. Observó también cómo la
niña miraba desafiante a la cámara, como si la retara a hacerla reír.
—Es muy guapa —dijo.
—Sí —contestó él.
Por alguna razón que no pudo comprender, preguntó de mala gana:
—Y su madre, ¿qué opina de eso?
—Su madre murió —contestó después de una pausa—. ¿Quieres tomar algo? —
preguntó caminando hacia el bar.
—No.
Max se sirvió un whisky y agregó entrecerrando los ojos.
—Y no se te ocurra darme tus condolencias, pues sucedió hace muchos años.
Shauna estaba un poco sorprendida ante el gesto de confianza de su jefe.
—¿Qué piensas hacer?
—Van a mandarla a casa mañana —contestó él aflojándose la corbata—. Tengo
que buscarle otro colegio y eso va a ocasionar algunos trastornos. Además de que
aquí no hay espacio, éste no es el lugar adecuado para ella. Tengo una casa en las
afueras de Oxford y como no es posible estar yendo y viniendo… tendremos que
trasladar allí la oficina hasta que encuentre otro colegio.
Shauna notó que él ni siquiera le había preguntado si el cambio le importaba o
no, pero quizá intuyó algo por la expresión de la chica, por que en seguido le
preguntó:
—¿Te parece bien, Shauna?
—Claro —contestó ella, dándose cuenta que lo que menos necesitaba él en ese
momento era alguna objeción de su parte—. No hay problema, iré a donde tú vayas.
No tengo ataduras.
—Bien —contestó él, después de sorprenderse durante un instante—. Nos
iremos temprano —dudó un momento y después agregó: Siento que debo advertirte
que… ella no te facilitará las cosas. Puede llegar a ser… bastante difícil.
—No hay problema —contestó risueña, recordando el refrán que dice: de tal
padre, tal hijo.

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Capítulo 4
—¿Eres una de las amantes de papá? Shauna por poco se atraganta con la
manzana que estaba comiendo.
—¿Perdón?
—He dicho que si eres una de las amantes de papá —los ojos verdes de la niña
la observaron impasibles. Shauna decidió no mostrar sorpresa pues eso era lo que
deseaba la niña.
—Soy la nueva secretaria de tu padre. Me llamo Shauna Wilde.
—¡Secretaria! —contestó la niña con sorna—. ¡Eso es nuevo para mí! Y supongo
que te pasas todo el tiempo tratando de meterte con él en la…
—¡Bianca! —Max entró antes de que su hija terminara la frase aunque Shauna
sabía muy bien lo que iba a decir—. ¡Basta! —le advirtió a la niña—. Si no puedes
comportarte como debes, te enviaré a tu habitación. Y lo digo en serio.
—Sí, papá —de pronto la niña sonrió a su padre de un modo muy infantil.
Shauna pensó que se trataba de una volátil mezcla de mujer y niña, aguijoneada
por la adolescencia. La fotografía no le hacía justicia pues no mostraba su traslúcida
piel. La niña era de estructura delicada y sus ojos verdes delataban la turbulencia de
sus emociones de adolescente.
Shauna y Max habían salido esa misma mañana. Shauna se quedó en la casa
mientras Max iba al colegio a recoger a la niña. Shauna quedó sorprendida al ver la
mansión de Max, pues era enorme y muy acogedora. Entonces comprendió por qué
el apartamento de Londres era tan impersonal. Aquel no era su hogar… sino esta
casa.
La mansión estaba decorada con preciosas antigüedades y bellísimas alfombras
y las paredes mostraban impresionantes pinturas al óleo.
En cuanto entró en la casa, una robusta mujer regordeta se presentó ante ella:
—Soy la señora Roberts, el ama de llaves. Por lo general, trabajo los fines de
semana cuando el señor Ryder viene, o cuando la señorita Bianca se encuentra de
vacaciones, pero anoche me llamó el señor y me contó lo que había sucedido —le
explicó a Shauna mientras le mostraba su habitación—. Pobre señor, está
desesperado. Sé que me necesita aquí mucho más de lo que yo puedo estar… pero
tengo un marido a quien debo cuidar —su sonrisa se desvaneció un poco—. Está
inválido. Además la señorita Bianca necesita una mano firme. Hace de su padre lo
que quiere.
Shauna no pudo menos que estar de acuerdo con la señora Roberts cuando
conoció a la niña, cuya verde mirada mostraba una expresión calculadora. Shauna la
entendió pues había pasado por lo mismo. Alguna vez ella también fue una niña
solitaria y confundida.
—Yo subo las demás maletas —le dijo Max.

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Shauna y Bianca se miraron en silencio mientras él salía. Los ojos de la niña


relampaguearon de placer al preguntar:
—Bueno, ¿te acuestas o no con él?
—No —contestó Shauna con firmeza reprimiendo el deseo de contestarle como
se merecía. Sabía que la niña la estaba probando—. ¿Quién te ha enseñado a decir
esas cosas?
—Lo he aprendido en el colegio —contestó airosa la niña—. Allí lo sabemos
todo sobre el sexo.
—Entonces es mejor que ya no vuelvas a ese colegio, ¿no te parece?
—Sí, pero el que me hayan mandado aquí, lo ha puesto todo de cabeza, ¿no?
—Claro que no —contestó Shauna, amable—. Yo estoy aquí para
mecanografiar, contestar, hacer llamadas telefónicas y traducir, eso es todo… hasta
que tu padre te encuentre un nuevo colegio.
—Ah, ¿de verdad? —la verde mirada expresó crueldad.
En ese momento, Max regresó y la charla se interrumpió bruscamente.
—La señora Roberts va a servir el almuerzo —informó—. ¿Quieres refrescarte
antes, Bianca?
—Claro. Sé muy bien cuando estoy estorbando —y salió balanceando la cadera
como una mujer, lo que la hacia parecer más niña e indefensa.
Max miró a Shauna y ella notó cuánto había envejecido su jefe en las últimas
veinticuatro horas. Tenía líneas alrededor de los ojos y ella quiso acariciarlas para
hacerlas desaparecer.
—Estoy tratando de que no conteste de esa manera —le dijo Max—. Espero que
te des cuenta que bajo esa máscara se encuentra una niña.
De pronto ella quiso tranquilizarlo y decirle que no tenía intención de juzgar a
su hija, así que contestó con suavidad.
—¿Sabes? No tienes que darme explicaciones. Estoy aquí sólo para trabajar —
Max la observó con sus extraños ojos verdes como si pudiera leer su pensamiento.
Shauna se ruborizó al darse cuenta de cuan cerca estaba de lograrlo. Entonces
retrocedió un paso y preguntó—. ¿Has dicho que es hora de almorzar?
—Sí —replicó él sin dejar de mirarla—. Vamos al comedor.
El comedor parecía de película. En un extremo de la mesa se habían dispuesto
tres cubiertos. El centro se encontraba adornado con flores recién cortadas del jardín.
La cristalería era finísima y el mantel y las servilletas eran de lino. Hacía mucho
tiempo que Shauna no disfrutaba de tal formalidad por lo que sintió que iba vestida
de manera inadecuada. Ella pensó que Max encajaba en cualquier ambiente mientras
que Bianca no sólo se había refrescado, sino que había cambiado su uniforme por un
suéter de color violeta y verde y por la falta más corta que había visto nunca.
—¿No es un poco corta la falda? —le preguntó Max.

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—Eso díselo a tus amigas, papá —contestó triunfal la niña—. Creí que te
gustaban las mujeres que enseñaban las piernas.
—¡Basta, niña! —gruñó Max. Shauna luchó por contener la risa.
—¿Puedo tomar vino, papá?
—Claro que no… ahora, ¿quieres tomarte la sopa?
Después del almuerzo, Max y Bianca se encerraron en el estudio, según Shauna,
para hablar larga y seriamente. Ella se pasó la tarde llamando por teléfono a la gente
para avisarles del temporal cambio de dirección de Max. Las líneas telefónicas con
Portugal no andaban bien, así que tuvo que esperar media hora para poder hablar
con el abogado de Max en Lagos.
Y mientras esperaba pensó en la antipatía que sentía Max hacia las mujeres.
Bueno, eso no concordaba con los comentarios de Bianca sobre sus amantes. Pero para
ella, el tema de las conquistas de Max era tabú. No iba a cometer el mismo error que
su predecesora.
La cena, aunque perfecta, estuvo a punto de ser un desastre pues Bianca se las
arregló para hacer los peores comentarios cada vez que le fue posible.
Shauna notó que Max se reprimía para no contestarle furioso a su hija e intuyó
que necesitaban hablar en privado, así que se puso de pie.
—Si no os importa, no tomaré café. Prefiero retirarme.
—Por favor —el rostro de Max se ensombreció—, no sientas que tienes que irte
por el hecho de que Bianca haya olvidado los buenos modales.
Bianca frunció el ceño y Shauna sintió una oleada de empatia. Los dos eran tan
parecidos… ambos sentados frente a frente, con expresión iracunda… la niña rubia y
el padre moreno, pero ambos con esos maravillosos ojos verdes.
—Bianca no tiene nada que ver con esto —sonrió—. ¡Es que me estoy
durmiendo!
Max se puso de pie, su rostro mostraba una expresión extraña y sonrió.
—Gracias por tu ayuda —le dijo. Shauna se sintió como si le acabara de regalar
un ramo de flores.
—No hay problema —contestó—. Buenas noches, Bianca.
—Buenas noches —respondió mustia.
En la intimidad de su habitación, Shauna comenzó a cepillarse el cabello. Se
miró al espejo, sus grandes ojos grises reflejaban tristeza. Sin quererlo, la presencia
de Bianca le había traído recuerdos de su propia niñez.
Su tranquilidad se desvaneció cuando oyó que alguien llamaba con suavidad a
la puerta y fue a abrir.
—¡Max! —exclamó sorprendida. Él se notaba extrañamente titubeante.
—No sabía si ya estarías dormida. Quiero hablar contigo.

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Shauna agradeció al cielo el no haberse puesto todavía el camisón. Había


abierto la puerta de forma automática.
—Claro. Entra.
Después de una breve pausa, Max entró. Ella rogó porque él no interpretara
mal el hecho de dejarlo pasar. Su jefe le señaló un sillón.
—Siéntate. Y no te preocupes… que no voy a morderte —gruñó Max.
—No —lo que menos estaba era preocupada. Shauna se sentó en el borde del
sillón.
—No he querido hablar contigo abajo, pues podría haber escuchado.
—¿Bianca?
—Sí.
Shauna lo miró entrecerrando los ojos mientras que Max caminaba inquieto por
la habitación.
—Sé que puede parecer extraño, pero ha tenido una vida muy difícil.
—De eso estoy segura —concedió ella.
La miró suspicaz y se acercó a la ventana para mirar hacia la oscuridad. Cuando
al fin se volvió a mirarla, sus verdes ojos eran inexorables.
—Supongo que a ti, como a la mayoría de las mujeres, te encantaría saber la
historia con todo detalle.
Shauna aprovechó para preguntar algo que tenía en la cabeza desde el día
anterior.
—Su madre… ¿hace mucho que murió?
—Murió cuando Bianca era muy pequeña, en un accidente de coche.
—Las cosas han debido ser muy difíciles para vosotros —dijo cautelosa.
Max se volvió y cuando percibió atención en la mirada gris de Shauna, se sentó
frente a ella.
—Sí, ha sido todo muy difícil. La gente supuso que yo no quería conservar a mi
hija y la familia de mi esposa trató de quitármela. Pero yo deseaba tenerla a mi lado.
Pues ella era lo único bueno que… —hizo una pausa—. Decidí quedármela —
concluyó. La mirada que le dirigió no admitía preguntas de su parte y ella notó que
ese tema no le agradaba.
—Acababa de iniciar el negocio —continuó—. Y al principio, como trabajaba
fuera de casa, una niñera me pareció la solución ideal. Pero fue un error —su tono
era de amargura—. Eso se convirtió en un desfile de niñeras. Bianca era una niña
difícil y lloraba todo el tiempo. Tuve enfrentamientos con las niñeras maduras que
pensaban que yo era demasiado tolerante con ella. Y las jóvenes que protestaban por
la falta de vida social en el pueblo. Pensé que las cosas mejorarían cuando Bianca
fuera al colegio y pudiésemos prescindir de las niñeras. La señora Roberts accedió a
cuidarla desde que salía del colegio hasta que yo regresaba del trabajo —se encogió

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de hombros—. Pero ahí no terminó el problema. Yo debía viajar mucho a Londres y


con frecuencia al extranjero. La señora Roberts tenía compromisos familiares y no
podía cuidar a Bianca. No me fue fácil tomar la decisión de llevarla a un internado,
pero no tenía otra alternativa. Pero ella lo tomó como un rechazo —su rostro se
nubló—. Y desde ese momento, adquirió una especial habilidad para que la
expulsaran de los colegios.
—¿Qué clase de colegios?
—He probado de todo tipo —rió sin humor—, créeme. Progresistas, estrictos,
segregados, todos… Y mañana, seguiré intentándolo —se irguió un poco—. Es tarde
—dijo de pronto, se volvió y en un movimiento instintivo, le ofreció sus manos para
ayudarla a ponerse de pie—. Pareces cansada, vete a dormir ya.
Sin aliento Shauna notó cuan cerca estaban, tanto, que no se atrevió a mirarlo
por temor a que él notara el placer en sus ojos.
Al despedirse, Shauna pensó que él no se había mostrado incómodo por hablar
con ella en su habitación. Muchos hombres, dada la implicación del lugar ni siquiera
hubieran podido concentrarse en lo que decían.
Con Max no había sido así. ¿Por qué habría de pasar eso?
Porque no la consideraba una mujer, por eso. Ella era Shauna, su secretaria.
Que además le parecía una niña flacucha, según le había dicho en una ocasión.
«Rayos», pensó Shauna.

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Capítulo 5
Shauna tuvo un sueño muy real. Ella intentaba alcanzar a una figura entre
neblina, y en cuanto la iba a atrapar, la silueta retrocedía. Despertó con una sensación
de decepción y mientras se vestía con una blusa blanca y una falda negra, reflexionó
que casi toda su vida la había pasado sola.
Entonces se preguntó cómo sería el despertar con alguien al lado., reír juntos,
besarse, hacer el amor… «¿con alguien como Max Ryder?», una voz interna se burló
de ella.
Max y Bianca ya estaban desayunando. Ambos levantaron la mirada al verla
entrar en el soleado comedor.
—¡Vaya! —exclamó la niña—. Pareces una camarera.
Shauna se ruborizó. Su ropa era cómoda, pero ya tenía tres años. Ella abrió la
boca para defenderse, pero Max intervino diciendo:
—No seas grosera, Bianca —los verdes ojos entrecerrados la recorrieron como si
fuera la primera vez que la veía y agregó—: Te daré un adelanto de tu sueldo para
que compres ropa.
—No es necesario —agregó seria.
—Insisto —dijo él con firmeza mientras cogía una rebanada de pan tostado.
—Yo puedo acompañarte —dijo Bianca, mientras Shauna reía al imaginar lo
que la niña le aconsejaría comprar.
—Ya veremos —contestó sin comprometerse. Quizá si fueran juntas de
compras, Bianca se comportase menos hostil.
—Papá, ¿qué voy a hacer hoy?
—La tarea que tienes de lectura te mantendrá más que ocupada —gruñó Max.
—Papá… por favor, ¿puedo descansar hoy? ¿Podemos ir a montar a caballo?
¡Por favor!
—Lo que parece que se te olvida —contestó Max con el ceño fruncido—, es que
tu presencia aquí no se debe a un premio que te hayan dado en el colegio. Te
encuentras aquí porque te han expulsado. Y si piensas que voy a premiarte
llevándote a montar a caballo, te equivocas… Además, tengo que buscarte un
colegio.
La joven observó el rostro de la niña y notó que cuando le había pedido a su
padre que la llevara a montar a caballo, había desaparecido esa aburrida expresión.
En ese momento sólo era una niña ansiosa y emocionada. Shauna aspiró hondo y
dijo:
—Yo puedo llamar a los colegios.
Bianca la miró agradecida, pero Max gruñó al tiempo que le decía:

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—Esto no tiene que ver contigo.


—Ya lo sé y lo último que deseo es interferir. Pero creo que el aire fresco os
vendrá bien a los dos.
Se hizo un silencio momentáneo y después, de una manera inesperada, Max
echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Fue un movimiento tan desinhibido
que ella, que estaba comiendo un trozo de champiñón, sintió que perdía su sabor.
Max bajó la cabeza y la miró.
—Así me hablaba la vieja directora de mi colegio.
«¡Grandioso!», pensó Shauna. Si no le decía niña flacucha, entonces la
comparaba con una anciana gruñona.
—Bueno —suspiró—, ya que represento a la minoría, debo aceptar que he
perdido.
—¡Oh, papá! ¡Gracias! —exclamó Bianca, abrazándolo con fuerza.
Shauna sintió un nudo en la garganta y deprisa se puso de pie y recogió los
platos sucios.
—Voy a recoger esto antes de empezar a llamar.
—No tienes que hacerlo —le dijo Max, amable—. Lo hará la señora Roberts.
—No, prefiero ayudarla. De verdad —y salió apresurada del comedor, por
miedo de que ellos notaran su vulnerabilidad ante el cariño que ambos se
profesaban. Era evidente que bajo la fachada había auténtico amor y cariño… algo
que ella tristemente había perdido durante su niñez.
Con los platos en la mano, llegó a la cocina donde la recibió la sonriente señora
Roberts.
—¡No ha debido hacer esto! —exclamó—. Para eso estoy yo aquí.
—No se preocupe, me agrada hacerlo —contestó Shauna—. Ahora, dígame,
¿dónde está su lavavajillas?
—Nunca ha permitido que le compre uno —dijo una profunda voz a sus
espaldas, haciendo que ella casi dejara caer los platos de porcelana china. Max no
llevaba corbata y su camisa abierta le permitió ver un poco de su pecho y evocar la
primera noche en el apartamento, cuando lo vio con el dorso desnudo y sólo unos
pantalones a medio cerrar. Ese recuerdo le impidió pensar coherentemente, así que
como una tonta, le preguntó:
—¿Perdón? —¿por qué Max no se reiría más a menudo?
—No quiere… un lavavajillas —contestó él.
—Claro que no —confirmó la señora Roberts—. Máquinas que hacen esto,
máquinas que hacen aquello. Muy pronto la gente va a olvidar para qué tiene las
manos.
—Cómo puedes ver, aquí vivimos como en la edad de las cavernas —comentó
Max, observándola—. Gracias por ofrecerte a llamar a los colegios.

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—De nada —contestó Shauna, poniendo los platos en una mesa—. No tardaré
mucho en pedirles que nos envíen los folletos de que dispongan.
—Bien —hizo una pausa antes de salir y agregó—: ¿Sabes? En el desayuno he
tenido la impresión de que te estabas aprovechando de mí.
—¿Quién? ¿Yo? —fingió sorprenderse. Él volvió a reír y notó que esa mañana lo
hacía con frecuencia.
—Regresaremos a tiempo para almorzar —dudó un poco al mirar su falda
negra—. Tu sueldo está en el escritorio de mi estudio. Utilízalo.
—Sí —agregó apresurada, a lo que él señaló con expresión pensativa:
—Será mejor que vaya a cambiarme.
Shauna entró silenciosa en el estudio, pensando que trabajar para él quizá no
fuera tan fácil como había pensado en un principio. Sobre todo, si él se mostraba
tan… encantador. La joven se preguntó si todo habría empezado así con su anterior
secretaria. Tal vez él comenzó a confiar en ella, bajó la guardia, y al final se encontró
con que la lealtad de su empleada se había convertido en un amor inesperado. Por lo
que a ella concernía, no cometería el mismo error. Max no buscaba amor, ¿no se lo
había dicho él mismo?
Shauna trabajó toda la mañana, llamó a diferentes colegios y, de vez en cuando,
hizo pausas para comunicarse con los abogados de Max en Porto Mao, que se
estaban encargando de la compra de terrenos para el complejo turístico.
A las once de la mañana, la señora Roberts le llevó café y galletas. Shauna le
sonrió:
—Gracias, señora Roberts. Me mima demasiado.
—Cómase todas las galletas —contestó el ama de llaves—. Está muy delgada.
¡Si alguien más se lo decía, se pondría a gritar! No estaba tan delgada.
A las doce y media salió del estudio para lavarse las manos y esperar a que Max
y Bianca regresaran a almorzar. A juzgar por su apariencia tranquila y feliz, el paseo
había sido todo un éxito. Bianca llegó de buen humor.
—¡Oh, Shauna! —exclamó la niña—. ¡Ha sido fantástico! ¡Grandioso! Papá,
¿tengo tiempo de darme un baño antes de almorzar?
—Por supuesto que sí —replicó él, fingiendo que fruncía la nariz.
Bianca se alejó subiendo las escaleras de dos en dos y Shauna se quedó sola con
Max.
Era obvio que él había galopado mucho, pues estaba despeinado y tenía la
frente perlada de sudor.
Había algo casi primitivo y apabullantemente masculino en él. Shauna empezó
a temblar sin control.
—Tienes frío, ¿verdad? —inquirió él. La pregunta terminó de inmediato con su
reacción.

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—No, claro que no. Pero tú lo vas a tener… si no te quitas esa ropa —¿por qué
dijo eso? Se ruborizó con violencia antes de tartamudear—. Yo no… he querido
decir… sólo es una proposición.
La expresión de Max parecía seria, aunque en los ojos verdes se reflejaba
diversión lo mismo que en las comisuras de su boca. Casi reía.
—¿Sí? —dijo con suavidad—. ¿No te agrada mi apariencia, Shauna? —y acto
seguido se marchó dejándola con la boca seca, y además molesta. Bueno, ¿a qué
jugaba Max? Le había advertido que no hiciera avances con él y ahora él bromeaba y
coqueteaba con ella, jugando con sus emociones como un gato con un ratón. Max no
era tonto y debía saber perfectamente bien cuan letal era su encanto.
Conforme su pulso se fue normalizando sintió miedo y rogó con fervor no
enamorarse de Max. No quería convertirse en otra víctima de ese frío e insensible
corazón.
Esa noche, Bianca no bajó a cenar.
—Está cansada por la cabalgata de hoy —le explicó Max—. Ha cenado en la
cocina. Ahora está escuchando una horrible música en su habitación. Al menos
empieza a parecer más niña, no una caricatura de mujer, de esas que ve en las
revistas de modas.
Shauna se sintió de nuevo nerviosa. Ahora estaba sola ante él. Las velas
encendidas los rodeaban de extrañas sombras mientras que la señora Roberts los
atendía. La joven bebió más vino del aconsejable, lo que la ayudó a despojarse de sus
tensiones.
Ella habló en una forma casi incoherente y cuando terminaron el postre, él se
acomodó en su silla y la miró de manera especulativa.
—Ninguna atadura, ¿verdad?
—¿Perdón? —Shauna parpadeó extrañada.
—Tú. Antes me dijiste que no tienes ataduras y me interesa saber por qué.
—No hay gran cosa que contar —trató de encogerse de hombros con
indiferencia, pero no logró tener éxito.
—No puedo creer que no tengas a nadie —dijo él.
—Pues no, no tengo a nadie —a pesar de su valor, su voz tembló ligeramente—.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía nueve años. Mi padre se fue y nunca
volvimos a verlo, eso destruyó por completo a mi madre. Sobre todo porque me
parecía mucho a él… y mi madre no soportaba verme —apretó su copa de vino—.
Así que me envió a un internado.
—¿Te refieres a lo mismo que hice con Bianca? —preguntó con dureza.
—No, Max —lo miró tranquila—. Las circunstancias eran otras, tú te viste
forzado a separarte de ella. Ése no era el caso de mi madre… ella si pudo tenerme en
casa, sólo que no me quería a su lado —enfatizó y poniéndose de pie caminó hasta la
chimenea para calentar sus manos y no tener que mirarlo.

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—Continúa —le pidió él.


De pronto Shauna quiso contárselo, miró el fuego y continuó:
—Fui una niña solitaria incluso en el colegio. Soñaba mucho. Creo que viviendo
en un mundo de fantasía trataba de evadir la realidad. Las visitas de mi madre al
internado eran poco frecuentes y me daba vergüenza el poco interés que mostraba
por mí —se forzó a hablar como si eso no la afectara para no revelar el dolor que la
dominaba en aquellos días y se volvió a mirarlo—. No sabía qué quería hacer en la
vida, pero como me crié hablando portugués, español y francés, la elección más
obvia fue estudiar idiomas. Entonces mi madre volvió a casarse —hizo una pausa al
ver la interrogante mirada de Max—. Oh —se encogió de hombros—, él no fue un
mal padrastro. Más bien era inofensivo, pero no teníamos nada en común. Estaba en
mi primer año de universidad cuando me enteré de que el avión en que regresaban
de vacaciones había tenido un accidente. Es curioso… incluso cuando llevas una
mala relación con tu madre, te duele mucho cuando ésta se muere.
—Estoy seguro que sí —concedió tranquilo.
—Cuando se leyó el testamento me di cuenta de que a pesar de que vivían
como reyes debían mucho dinero. Tuve que vender la casa para saldar sus deudas —
él parecía querer seguirla escuchando, así que continuó—: Así que me quedé sin
dinero para seguir estudiando. Trabajé por las noches y los fines de semana… para
poder concluir mi carrera.
—Debió ser difícil.
—En realidad, no —le sonrió—. Tuve suerte. Cuando terminé la carrera, decidí
conocer un poco el mundo —Shauna deseó que dejara de mirarla como lo hacía.
¿Acaso no se daba cuenta de que esa media sonrisa y la suave mirada de sus ojos la
hacían desear apretar con fuerza sus fuertes manos? ¿Y que quería sentirlo tan cerca
como lo había estado la noche anterior?
—¿Por qué volviste? —preguntó.
—No se puede andar siempre a la deriva —contestó ella encogiéndose de
hombros—. Tarde o temprano hay que establecerse.
—¡Oh, Shauna! —dijo él de pronto con suavidad.
—¡No lo digas así! ¡No quiero que sientas lástima! —su repentino movimiento
tensó la blusa en sus senos y notó que la mirada de Max se clavaba ahí.
Algo cambió en el ambiente. Max dejó de mirar sus senos y la miró a los ojos.
Shauna humedeció con la punta de la lengua sus labios resecos por el miedo
mientras que su pulso aumentaba. La chica lo escuchó aspirar.
—No quiero que sientas lástimas —le repitió débilmente.
—Lo que siento por ti ahora no se parece a la lástima —se supuso de pie de
manera brusca. Shauna creyó que iba a marcharse, pero estaba muy equivocada
porque Max se le acercó despacio mirándola con ardor, mensaje que ella no pudo
descifrar… o quizá sí… pues fue hacia él en el momento en que Max la tomaba con
fuerza entre sus brazos. Shauna se encontró con el rostro hundido en el cálido y

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masculino aroma de su hombro. No sabía si él trataba de tranquilizarla o de excitarla,


pero de pronto estaba presionada contra su varonil cuerpo como si estuviera pegada
a él. Sus miradas se encontraron por breves instantes antes de que él se inclinara para
besarla.
Su beso sabía dulce, a vino… fue un contacto suave, firme, tentador y exigente.
Shauna abrió la boca dándole la bienvenida y Max la atrajo aún más hacia sí.
En un delicioso mareo, ella movió de forma instintiva sus manos a través de los
amplios hombros hasta acariciar su oscuro cabello. De pronto, él se apartó tan
bruscamente como se le había acercado. Su respiración estaba alterada y su mirada
oscura.
—¡Dios santo! —exclamó—. ¿En qué rayos estoy pensando? —al separarla de su
lado, los sentidos de Shauna gritaron rebeldes. Ella lo miró confundida ante su
reacción.
—¿Qué… qué pasa? —tartamudeó.
—No debía haber hecho esto —la miró. Su rostro reflejaba rabia. Max salió y
subió la escalera, furioso, mientras que ella se sentía incapaz de realizar cualquier
movimiento.

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Capítulo 6
Shauna se dirigió tambaleante hacia su habitación cuando estuvo segura de que
no se iba a encontrar con Max. Se desvistió automáticamente y se puso un camisón
blanco.
Luego se miró en el espejo y se notó ruborizada y con la mirada brillante. Con
dedos temblorosos tocó su boca, ahora henchida por el beso de Max.
¿Se encontraba así sólo porque… hacía demasiado tiempo? ¿Cuándo la habían
besado por última vez? Un año antes, quizá… Ramón, un médico portugués con el
que había salido. Pero no fue así. Nunca como éste.
El beso de Max la había encendido. Ella le había correspondido con ansia y
desinhibición, pero él después lo había estropeado todo con su expresión
horrorizada.
«Rayos», pensó al acostarse. ¿Qué le diría a Max a la mañana siguiente? Peor
aún, ¿qué le diría él?
Sin sorprenderse por no conciliar el sueño, el amanecer llegó. Shauna se levantó
con dolor de cabeza y mal humor.
Debía haberlo detenido. Pero también Max era culpable. Fue él quien dio el
primer paso, quien se le acercó y la abrazó… Cierto, ella no se había resistido, pero
fue él el instigador… no ella.
Su valor decayó conforme bajaba la elegante escalera curva. Tenía que
enfrentarse al hecho de que si Max decidía que ella era sólo otra molesta secretaria,
tendría que guardar sus cosas y marcharse. Estaba pensando en eso cuando escuchó
pasos y una voz:
—¡Así que por fin bajas! —el tono de Bianca era acusador cuando salió del
estudio—. ¡Hace años que te estoy esperando!
El saludo fue tan amistoso e inesperado que tuvo que agarrarse a la barandilla
para no caer ante la sorpresa.
—¡Ah, eres tú! Me has asustado.
—Tienes muy mal aspecto —Bianca ignoró sus palabras.
—Gracias —contestó Shauna con amargura.
—Bueno, quiero decir… tienes unas ojeras enormes. Papá y tu tuvisteis una
pelea, ¿verdad?
—¿Por qué lo dices? —Shauna sintió un vuelco en el corazón.
—Bueno, porque tienes muy mala cara y papá se ha marchado furioso de la
casa.
—¿Ha dicho a dónde iba? —Shauna ya sabía lo que lo había enfurecido.
—Sólo ha dicho que no iba a volver hasta la noche —Bianca la miró de reojo.

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—¿Hasta la noche? —¿por qué no se lo habría comentado? ¿Acaso estaría tan


avergonzado, que no se había atrevido a hablarle?
—Así que tendrás que cuidarme tú —el tono de Bianca era zalamero.
—No puedo —contestó Shauna—. Tengo que trabajar.
—¡Pero si es sábado! —exclamó Bianca triunfante—. Nadie trabaja los sábados.
Además… vamos a ir de compras.
—No —contestó Shauna, inclinando la cabeza hacia un lado.
—¡Pero tenemos que hacerlo! —con esa decisión que mostraba, Bianca se
parecía muchísimo a su padre—. Papa te ha adelantado el sueldo para que te
compres ropa…
—No estoy de humor para ir de compras —de lo único que tenía ganas era de
quedarse acostada todo el día.
—No me digas que no sabes conducir —la sonrisa de Bianca era victoriosa.
—¡Claro que sé conducir!
—Bueno, entonces podemos coger el coche del garaje… y yo te guío hasta el
pueblo. Además —los ojos verdes tan parecidos a los de su padre, se mostraron
cautos—. ¿Qué vas a hacer todo el día conmigo si no me llevas de compras?
Shauna dudó un momento. Visto de esa manera parecía la mejor opción.
Maldito Max, el hecho de que estuviera molesto con ella o con él mismo, no era
pretexto para que desapareciera y la dejara de niñera de su hija a quien apenas
conocía. Al menos ir de compras la distraería de los últimos acontecimientos. Asintió.
—Oh, está bien… ¡de acuerdo! Supongo que me darás tiempo para tomar
primero café, ¿no?
—Claro —rió Bianca—. Voy a cambiarme.
Shauna nunca había conducido un Ranger Rover, así que lo hizo con extremo
cuidado sintiéndose extrañamente contenta de llevar al lado a una adolescente
emocionada que hablaba feliz durante el trayecto al pueblo.
—Por aquí monté en mi primer caballo. Y aquí fue donde las vacas de Cheriton
saltaron la valla e interrumpieron el tráfico durante horas —después señaló una casa
grande color gris—. Y ahí vivía Rupert. Su madre sigue viviendo ahí.
—¿Quién es Rupert? —preguntó Shauna.
—Era amigo de papá y mamá. Es mi padrino. ¡Mira! Allí va uno de los gemelos
Denver en su bicicleta… me encanta. ¿Puedes ir más despacio por favor?
—¡No, no puedo! —rió Shauna de buena gana pensando que la hija de su jefe
parecía más de treinta años que de trece.
Aparcaron el coche en el centro comercial y Shauna quedó gratamente
sorprendida al conocerlo. Al entrar, Bianca de inmediato la llevó a una tienda a la
que ella sola nunca habría entrado y en cuestión de minutos le escogió varias
prendas.

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—Nunca debes llevar colores pardos —anunció Bianca—. Con el color de tu


piel y de tu cabello tienes que utilizar colores llamativos.
Shauna se avergonzó de que una niña de trece años supiera lo que le quedaba
mejor.
—¿Y cómo es que sabes tanto de moda? —gruñó Shauna mientras se ponía un
vestido de cashmere color rojo cereza.
—Papa dice que lo he heredado —anunció orgullosa la niña—. Porque mamá
era modelo antes de que yo naciera, claro.
Shauna no estaba preparada para recibir esa información. ¿Modelo? Se miró en
el espejo.
—No puedo comprar esto —dijo de pronto—. Es muy corto.
—Debes comprarlo —contestó Bianca decidida—. Tienes las piernas largas —la
observó de arriba abajo—. De hecho, no estás tan mal.
—¡Muchas gracias!
—¡De nada!
Su humor mejoró cuando se compró unas mallas gruesas y dos suéteres, un
vestido de color rojo cereza y otro de lana color negro del que no estaba muy segura,
pero que Bianca la animó a comprar.
Después de almorzar siguieron las compras, por la tarde fueron al cine. Para
cuando iban de regreso en su mutua y agradable compañía, ya era de noche.
—¿De verdad que no estás interesada en mi padre? —le preguntó de pronto
Bianca.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Bueno —Bianca se encogió de hombros—, el otro día me dijiste eso, pero…
—Es la verdad —la interrumpió presta—. Es mi jefe, Bianca. Nada más.
—Lástima —suspiró Bianca, poniendo un pie sobre el salpicadero del coche—.
Por lo general, no conoce a nadie como tú.
—¡No estoy segura de que me agrade lo que dices! —rió Shauna—. ¿Qué clase
de personas conoce?
—Oh, bueno, gente rica… guapa —dijo sombría.
—¡Vaya, es el piropo más feo que me han dicho!
—No he querido decir eso. Las mujeres que conoce… bueno, siempre están
sonriéndome, pero su sonrisa no es sincera. ¿Sabes? Me consideran un obstáculo.
Shauna sintió pena por la niña que de pronto le pareció muy joven e insegura.
—Estoy segura de que sólo son imaginaciones —le dijo cariñosa—. Estoy
segura de que te quieren de verdad.

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—Te aseguro que no —el tono de Bianca reflejó poco interés—. Sólo fingen
cuando están frente a papá, pero no me importa —se hizo una pausa—. ¿Puedo
decirte algo, Shauna?
En ese momento una liebre se atravesó en el camino y la joven tuvo que hacer
una maniobra con el coche para esquivarla. Cuando controló de nuevo el volante,
recordó que Bianca deseaba decirle algo.
—Lo siento, ¿qué ibas a decirme?
—No importa, ya hemos llegado a casa.
Shauna notó que conforme se acercaban a la mansión, Bianca se ponía tensa. Al
llegar vio el coche de Max y decidió que después bajaría por los paquetes. Bianca
estaba extrañamente silenciosa. Cuando Shauna metió la llave en la cerradura de la
puerta, está se abrió con violencia.
—¿Dónde rayos habéis estado? —preguntó Max enfurecido.
—Yo… —empezó a decir Bianca.
—Estoy hablándole a Shauna —interrumpió Max con tono helado—. Supongo
que ella ha conducido el coche. Será mejor que te vayas a tu habitación, Bianca,
después hablaré contigo.
Con un sonido parecido a un sollozo, la niña corrió escaleras arriba.
Shauna escuchó la respiración agitada de Max y trató de no recordar que era
igual que la noche anterior después de besarla. La joven palideció. ¿Por qué estaría
tan molesto?
—Será mejor que vayas al estudio —le ordenó Max y ella obedeció pues estaba
demasiado sorprendida como para hacerle preguntas.
Ya en el estudio se volvió para mirarla. El cuarto estaba en penumbra, sólo
había una pequeña luz que provenía de una lámpara. Ella sostuvo su mirada.
—¿Dónde habéis estado todo el día?
—He ido de compras —trató de no ponerse a la defensiva, pues no había hecho
nada malo—, con Bianca. Tú me dijiste que cuando quisiera podía coger el coche.
Hemos comido y hemos ido al cine, eso es todo.
—¿Eso es todo? —preguntó con la cara desencajada—. ¿No te parece
importante el hecho de que hayas desaparecido con mi hija durante casi todo el día?
¿Que por poco me da un ataque cuando he llegado esta mañana y me he encontrado
con que os habíais ido? ¿Y dices que eso ha sido todo?
Su confusión se aclaró al instante. Por alguna razón personal, Bianca le había
mentido. La había engañado para que cogieran el coche y desaparecieran todo el día.
Pero ella no se lo iba a decir, mucho menos con el humor que Max tenía en ese
momento.
—Siento mucho que te hayas preocupado —empezó a disculparse, pero él la
interrumpió.

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—¿Qué derecho tenías de contradecir mis órdenes? Quizá hayas imaginado que
porque intentaste seducirme anoche para que te hiciera el amor, tenías cierta
autoridad.
Shauna jadeó ante tales palabras, pero él continuó inflexible.
—O quizá se trata de un astuto jueguecito —su sonrisa era la más torva que ella
había visto nunca—. Si crees que hacerte amiga de mi hija es el camino más corto
hacia mi corazón no te molestes en seguir intentándolo. Ya lo han utilizado otras
mujeres como estratagema y no les ha dado resultado.
Le tomó un momento comprender lo que él le decía. Primero se desconcertó y
después se enfureció. Con voz temblorosa Shauna agregó:
—¿Cómo te atreves? ¡No puedo creer que pienses eso! ¡Que creas que me porto
bien con tu hija para atraparte! ¡Eso es horrible de tu parte! —lo miró molesta—. No
sé por qué eres tan cínico respecto a las mujeres, pero… ¿te has puesto a pensar que
ese punto de vista tan negativo que tienes de la humanidad está dañando a la niña?
Dime, Max Ryder… ¿quieres que tu hija no confíe en nadie… igual que tú? —él
palideció y abrió la boca para decir algo, pero ella se le adelantó—. No te preocupes,
no estaré aquí para verlo. Ya no deseo seguir trabajando para un hombre como tú.
Ahora mismo te presento mi renuncia. Me iré mañana temprano —acto seguido salió
corriendo del estudio.
Una vez en su habitación, Shauna apoyó la espalda contra la puerta cerrada
temblando como una hoja. Luego se acercó a la cama y se sentó en el borde.
Bueno, así estaban las cosas. La gran oportunidad que había tenido de lograr
algo era cosa del pasado. Nada justificaba las horribles cosas de las que él la había
acusado. Aunque el sueldo era muy generoso, no estaba dispuesta a tolerar que la
tratara así.
Había sido tonta por ni siquiera considerar la posibilidad de que Bianca le
estuviera mintiendo.
Había confiado en Bianca… Porque a pesar de los golpes que le había dado la
vida, ella era de naturaleza confiada.
Su rostro ardió de ira y de vergüenza al recordar cómo la miró cuando había
acusado de intentar seducirle. ¿Intentar? ¿Qué quería decir? ¿Que no lo había
conseguido? Shauna se permitió una sonrisa pues sabía que Max mentía. A ella le
había gustado, pero a él también.
Shauna había comenzado a guardar sus pertenencias cuando alguien llamó a la
puerta. No contestó pues debía ser él o su hija y no tenía ganas de ver a ninguno de
los dos.
Volvieron a llamar.
—¡Vete! —gritó.
—No —la profunda voz tenía un tono de resignación—. Tenemos que hablar.
Su resentimiento la hizo abrir la puerta y mirarlo en son de guerra.

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—¿Para qué, no has dicho ya lo suficiente?


—Por favor —pidió amable.
Esas dos palabras que Shauna intuyó no eran habituales en su vocabulario,
desvanecieron su ira.
—¿Qué quieres? —preguntó a la defensiva, mientras Max entraba en la
habitación.
—Acabo de hablar con Bianca —dijo permaneciendo inmóvil—. Me ha dicho la
verdad… ella te había dicho que yo no iba a estar en todo el día y que te había
encargado que la cuidaras. ¿Por qué demonios no me lo has dicho?
—Porque no me lo has preguntado.
—Pero has dejado que creyera que…
—No —lo contradijo elevando el mentón—. Tú has creído lo que has querido
creer pues ya te habías hecho una idea, ¿no? ¿Qué querías que hiciera? ¿Qué te dijera
que tu hija había mentido y que te enfurecieras con ella como conmigo? ¿Debía
haberlo hecho? Claro que no, Max. Yo soy lo suficientemente mayor como para
soportarlo pero ella no —al decir eso notó cómo se contraía un músculo en la mejilla
de Max y que su rostro adquiría un tono cenizo. Esta vez Shauna había ido
demasiado lejos—. Lo siento, no he debido decir eso.
—¿Por qué no? —la miró—. Después de todo es la verdad.
—Tengo una idea —contestó ella, después de una pausa.
—¿La solución mágica? —preguntó él, elevando las cejas.
—Puede ser —continuó ella, ignorando su tono de sorna—. Pienso que Bianca
se las arregló para que la expulsaran y que me mintió a sabiendas de que te
enfadarías… para atraer tu atención. Tú no estás mucho con ella así que se porta mal
a propósito… para que te fijes en ella.
—¿Y entonces que sugieres que haga? —preguntó impaciente—. ¿Que traslade
la compañía aquí y la envíe a la escuela del pueblo? Eso no funcionará ahora como no
funcionó hace cinco años.
—¿Puedo sugerir algo? —lo miró.
—Adelante —torció la boca—. Resuélveme el problema, Shauna, utiliza tu
varita mágica.
—¿Qué te parece un internado donde le permitan salir los fines de semana? —
su idea tenía la brillantez de las cosas sencillas.
—¿Qué? —Max frunció el ceño.
—Quiero decir —continuó ansiosa—, busca un internado donde pueda salir los
fines de semana. Eso os permitirá estar más tiempo juntos.
—Eres la primera mujer —la expresión de Max era de burla y sorpresa—, que
me sugiere que pase más tiempo con mi hija en lugar de lo contrario —Shauna no

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contestó, pero la firme línea de su boca denotó su disgusto—. ¿No crees que tal vez
Bianca pueda sentir que no pertenece a ninguna parte?
—Creo que es justo lo que necesita —contestó Shauna con calma—. En mi
colegio todas opinábamos que saliendo los fines de semana, obteníamos lo mejor de
dos mundos distintos.
Se hizo un prolongado silencio y de pronto, Shauna notó que la tensión
desaparecía del rostro de Max.
—Me haré cargo de eso mañana —lentamente se puso de pie y la miró—. ¿Vas a
quedarte? —le preguntó.
Shauna lo miró a sabiendas de que se quedaría. En un principio había pensado
que sería el trabajo perfecto… pero no había sido así… y la razón era Max Ryder.
Había comprobado cuan autoritario, difícil y malhumorado podía ser.
Miró su enigmático rostro y le fue fácil ignorar la voz interna que le preguntaba
si estaba siendo honesta en cuanto a los motivos que tenía para quedarse. Shauna
ignoró la molesta pregunta:
—Sí, Max —asintió sin querer complicarse—. Voy a quedarme.

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Capítulo 7
A la mañana siguiente, Shauna bajó muy contenta y vestida con colores muy
alegres. El suéter de angora color verde jade que llevaba con pantalones vaqueros,
hacía juego con el par de peinetas con que sujetaba su cabello a los lados de la
cabeza.
Al entrar en el comedor, Max levantó la vista y la observó con intensidad y
después frunció el ceño.
—¿Tan mal estoy? —preguntó ella.
—Estás… bien —comentó él—. Es todo.
El piropo era muy escueto y aunque ella se sintió complaciente, le quiso hacer
una broma.
—¿Bien? —rió—. ¿Bien? ¡Que esa palabra la utilice el hombre que una vez me
reprendió por usar la palabra adecuado!
—Está bien —los ojos verdes relampaguearon—. Entonces… estás mejor… que
de costumbre.
¿Y ahora por qué ese cumplido medio la incomodó tanto? Podía haber utilizado
otra palabra que no fuera un simple mejor.
Ahora era una chica radicalmente diferente de la que había llegado. ¡Qué gran
diferencia significaba llevar los labios pintados! Además de que gracias a Bianca, ella
había descubierto lo divertido que era vestirse bien. Su antigua ropa la había dado a
la iglesia local y estaba decidida a no volverse a poner atuendos como los que usaba
antes.
A Shauna le fue difícil creer todo lo que había ocurrido la noche anterior.
Cuando Max se marchó de su habitación, Bianca fue a verla.
—Por favor, no te vayas —sollozó—. Siento haberte mentido.
Shauna la escuchó y después le dijo, amable, que su comportamiento a quien
hacía daño era a ella misma, pues abría un abismo entre ella y su padre.
Al final encontraron el colegio adecuado y Bianca quedó encantada. Lo mejor
para la niña fue que no podría ir al colegio hasta después de Navidad, pues no era
aconsejable que ingresara en medio del curso escolar.
—Visitará a sus abuelos en Escocia al día siguiente de la Navidad, hasta que
comiencen las clases —le informó Max—, así que hasta entonces, nos quedaremos
aquí.
En lo concerniente a Shauna, eso le gustó. Le gustaba el trabajo y se sentía muy
a gusto allí. Le habría gustado que su relación con Max cambiara después de todo lo
ocurrido, pero no tuvo tanta suerte. Lo más que podía esperar de él era que le
demostrara cierto respeto por ayudarlo a vencer a un rival de negocios, pero por lo

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demás, Max no demostraba nada. Él seguía siendo el hombre más insondable que
ella hubiera conocido, se portaba cortés, pero distante.
Trabajaban juntos durante las mañanas y por las tardes la dejaba
mecanografiando mientras él salía a montar a caballo con Bianca.
Ella se acostumbró a convivir con él, pero sus propias reacciones hacia Max
eran impredecibles.
Una vez, al entrar en la cocina lo encontró de espaldas a ella, inclinado sobre la
mesa leyendo el periódico. Por fortuna durante unos instantes no la vio, así que ella
se quedó inmóvil con la boca seca.
¿Tendría el mismo efecto sobre todas las mujeres? Shauna nunca había
experimentado algo igual, y eso empezaba a preocuparla. Comenzó a tener dificultad
para conciliar el sueño, y las pesadillas la dejaban confundida cuando despertaba.
Y además, pasaban mucho tiempo juntos, desde el desayuno hasta la cena. Pero
no era suficiente para Shauna. Por las noches escuchaba sus pasos ir desde la escalera
hacia su habitación. Su corazón latía decepcionado cuando Max pasaba frente a su
dormitorio. Eso alteraba sus nervios.
Shauna pensó que quizá lo mejor fuera regresar a Londres. Así ella podría
visitar a sus antiguos compañeros y poco a poco ir haciendo una vida propia ya que
en el trabajo sólo veía a Max.
También observó con amarga diversión que la presencia de Max en ese lugar
parecía ser del dominio público a juzgar por la cantidad de invitaciones que empezó
a recibir. El único consuelo de Shauna era que, al parecer a él no le divertía esa
popularidad.
Una mañana, durante el desayuno, Max miró con disgusto las invitaciones.
—¡Malditas señoras de sociedad! —estalló mientras empezaba a abrir sobres—.
Me niego a que me presenten a sus hijas —su expresión se alteró ligeramente—. Aquí
hay una para ti, Bianca.
—Oh, papá —dijo ella después de leer ansiosa—. Es de Sally Bartlett…
dábamos juntas la clase de equitación, ¿te acuerdas? Me invita todo el día para que
vea su nuevo pony… ¿puedo ir, papá?
—Después llamaré a su madre —rió Max y agregó al ver la expresión de la
niña—. He dicho después. No te prometo nada.
A la mañana siguiente, Bianca fue a la casa de Sally y cuando Max regresó de
dejarla, entró en el estudio donde Shauna escribía a máquina.
—Coge tu abrigo —le ordenó—. Vamos a salir.
—¿Salir? —la mirada de Shauna se iluminó.
—Bianca no está… es la oportunidad ideal de ir a Bristol para hablar con mi
administrador. Anoche le confirmé la visita.
—Oh, claro —se molestó consigo misma por sentirse tan desanimada. ¿Qué
esperaba? ¿Un almuerzo romántico para dos?

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Durante el trayecto hacia Bristol, Max condujo en silencio escuchando una cinta
con música de Beethoven.
La oficina del administrador se ubicaba en una tranquila callecita. La discreta
placa de bronce decía T. W. Entwhistle. Max llamó al tiempo que le decía:
—Es conveniente que te enteres del aspecto financiero del negocio. Trata de
captar los puntos más importantes.
El discreto exterior de la casa era engañoso, pues dentro de él todo era lujo. Una
hermosa mujer morena sentada ante un escritorio, se puso de pie en cuanto vio a
Max.
—¡Hola, Max! He mandado que traigan tus galletas favoritas y mucho café —le
sonrió.
Shauna se preguntó si la chica daría el mismo trato a todos los clientes.
—Huele muy bien —murmuró agradecido Max—. Gracias, Katrina.
—Te acompaño.
—Bueno. Ella es Shauna Wilde, mi secretaria.
Las dos mujeres se saludaron con una inclinación de cabeza, después Shauna
los siguió a través de un pasillo hasta una puerta donde Katrina llamó con discreción
antes de abrir.
—El señor Ryder —anunció.
Shauna estaba detrás de Max. Una mujer sentada ante un escritorio se puso de
pie para recibir a Max con los brazos abiertos.
—Max —le sonrió.
—Hola, Trudy.
Shauna se sorprendió al ver que el administrador era una mujer. Pero después
de todo, había muchas mujeres de negocios, aunque dudó que todas tuvieran la
apariencia de Trudy Entwhistle. Ella era muy hermosa, con cabello rubio recogido en
la nuca y un vestido de corte perfecto que enfatizaba cada una de sus curvas. Sus ojos
castaños se fijaron en Shauna.
—Hola —le dijo con frialdad y Max la presentó:
—Ella es Shauna Wilde… mi nueva secretaria. Shauna, te presento a Trudy
Entwhistle, mi administrador.
—¿Cómo está? —agregó Shauna con cortesía.
—¿Secretaria? —preguntó Trudy, revisándola de pies a cabeza—. ¡Afortunada!
—sonrió mostrando unos blanquísimos dientes. Debe ser maravilloso tener un
trabajo sin mayor responsabilidad, lo que yo daría —suspiró—, por dar por
terminado mi trabajo todos los días a las cinco de la tarde.
—Shauna trabaja mucho —dijo Max, divertido.

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—Ya lo creo —Trudy se volvió hacia él—. Ven Max, siéntate. ¿Quieres servir el
café Shauna? —señaló hacia una mesa.
La chica sonrió con algo parecido a una mueca. «¡Sirve el café!» ¿Quién rayos se
creería que era esa señorita Trudy Entwhistle? ¡Le habría encantado derramar el café
en la alfombra del despacho!
Sin embargo, la joven adoptó una posición digna y les sirvió.
Mientras tomaban su café, Shauna quiso hacer lo que Max le había dicho…
escuchar y acumular información, pero le fue difícil. Trudy parecía decidida a dejarle
muy claro cuánto conocía a Max.
Shauna sentía ganas de gritar cada vez que Trudy decía: «¿te acuerdas, Max?
Fue el día que…», y continuaba la anécdota riendo con suavidad. Era tan evidente,
pensó Shauna con sorna… aunque tuvo que admitir que en cuanto empezaba a
hablar de negocios, Trudy era muy competente. Shauna escuchó lo que le dijo a Max
antes de apoyar la espalda en su sillón y sonreírle.
—Me ha llamado Harvey Tilton. ¿Sabías que ha venido con su familia a
Inglaterra? ¿Y que durante estos días visitará el área de Cotswold?
—Sí —asintió Max—, hablé con él ayer después de hablar contigo. Inicialmente,
pensé quedar con ellos en Londres, pero les expliqué las circunstancias actuales y
ahora vamos a vernos en Oxford. Vendrán a cenar a casa el próximo sábado.
Trudy sonrió y cruzó una pierna sobre la otra antes de decirle a Max, mirándolo
a los ojos, contenta:
—Supongo que querrás que desempeñe mi papel de costumbre… el de
anfitriona.
Shauna se sintió enferma, imaginando los deberes que Trudy tendría que
desempeñar como anfitriona, pero las siguientes palabras de Max la sorprendieron.
—No, gracias… lo hará Shauna.
¡Era la primera noticia que tenía al respecto!
—¿Ah, sí? —preguntó Trudy, mirando a Shauna. Max consultó su reloj.
—No te quitamos más tiempo, Trudy —le informó.
Los tres se pusieron de pie y la otra mujer se volvió hacia Shauna y le dijo con
una sonrisa que no llegó hasta sus ojos castaños:
—Supongo que deseas retocarte. Ven, te acompaño.
En el tocador, Trudy le dijo burlona:
—Querida, permíteme que te de un consejo. No esperes nada de Max si te
sigues comportando como lo haces.
—No sé de que me habla —contestó Shauna, humedeciendo sus labios.
—Su última secretaria se enamoró de él y pagó por ello —dijo Trudy,
encogiéndose de hombros—. ¿Cuándo comprenderéis las jovencitas que los jefes no
se casan con vosotras? A los hombres como Max les gustan las mujeres triunfadoras,

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no las que significan una carga para ellos —hizo el remedo de una sonrisa—, y con el
debido respeto… un hombre como Max no tiene mucho en común con una
secretaria, ¿verdad?
Shauna salpicó agua en el vestido de color blanco de Trudy fingiendo un
accidente, trató de secarlo con el papel color verde que había ahí para secarse las
manos.
—Oh, cuánto lo siento. Permíteme secarte.
—Aléjate de mí —contestó Trudy, rechinando los dientes.
Max no hizo comentario alguno cuando ambas regresaron a su lado, sólo elevó
las cejas al verlas.
Trudy lo besó tres veces en la mejilla y después de prometerle que lo llamaría,
se despidieron.
Ya en el coche, ambos iban en silencio. Shauna pensaba en Trudy Entwhistle.
¿Se habría dado cuenta de lo que sentía hacia Max? ¿O acaso Trudy sospechaba de
todas las mujeres que trabajaran con él?
Había algo en la familiaridad con que lo trataba, que hacía evidente el hecho de
que habían sido amantes. ¿O aún lo eran? La declinación de Max al ofrecimiento de
Trudy indicaba lo contrario.
—¿Sabes que Harvey Tilton es el norteamericano con quien he hecho varios
negocios? —le preguntó Max, rompiendo el silencio.
—Sí —asintió ella—. Tiene un veinticinco por ciento en las villas del complejo,
¿verdad?
—Sí —hizo una pausa—. ¿Quieres ser la anfitriona?
—Pero si Trudy acostumbraba a hacerlo… ¿no sería mejor que también lo
hiciera esta vez? —preguntó recordando las provocativas burlas de la
administradora.
—Trudy es una brillante administradora —la miró sin contestar la pregunta de
Shauna. Max puso otra cinta y evitó así cualquier intento de conversación.
Shauna estaba secretamente encantada de actuar como anfitriona.
La noche de la cena, Bianca se retiró temprano a su habitación.
Shauna se arregló con esmero y se puso un vestido corto de color azul eléctrico,
cruzado al frente. Estaba admirando la hermosa mesa que había dispuesto la señora
Roberts, cuando vio que Max bajaba vestido de etiqueta y sintió que su corazón daba
un alarmante vuelco. Nunca lo había visto vestido así. Entonces recordó los
comentarios de Trudy y apartó la mirada fingiendo que doblaba una servilleta.
Harvey Tilton y su esposa Connie, ambos aproximadamente de cuarenta años,
llegaron acompañados de su hijo Brett, y de su prometida Patti.
—Encantado de conocerte, Shauna —sonrió Harvey presentándole a Brett—, mi
hijo se está entrenando para suceder a su padre… ¡así que lo más probable es que nos
vuelva locos hablando de negocios durante toda la noche!

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—Por mí, está bien —sonrió Shauna, a quien le gustaron los invitados.
—¡Vaya! —fingió sorpresa—. Una hermosa mujer a quien le gustan los
negocios… ¡con razón Max te tiene tan escondida!
—¡Harvey! —dijo su esposa—. ¡Compórtate! Estás avergonzando a Shauna.
Y era cierto. La joven agradeció que en ese momento Patti preguntara quién
habría arreglado tan bien las flores que adornaban la mesa… pero notó que Max
sonreía con sarcasmo.
La otra pareja que los acompañaba era el administrador de Harvey, Buzz
Arnold, y su esposa. Él era un hombre de unos treinta años, simpático y casi tan alto
como Max. Su esposa, Wendy, le pareció a Shauna tan guapa como una modelo.
Max sirvió champán y cuando llegó al lado de Shauna, ésta tomó temblorosa su
copa.
—Estoy esperando verte ruborizada de nuevo —le murmuró.
—¡Pierdes el tiempo! —estalló furiosa.
La cena estaba a punto de servirse cuando sonó el teléfono. Shauna se volvió a
Max y le dijo:
—Voy a contestar, la señora Roberts está ocupada en la cocina.
—Contesta aquí —le dijo él.
Era una llamada de Portugal. El abogado de Max necesitaba que se le aclararan
unos puntos para poder redactar un contrato y Shauna lo contestó en portugués.
Cuando colgó, se encontró a todos los invitados observándola.
—¡Vaya! —dijo Connie—. ¡Qué maravilla! ¡Harvey y yo apenas somos capaces
de pedir un refresco en portugués!
—No tengo mucho mérito —sonrió la joven—, aprendí a hablarlo cuando era
niña.
—¿Y el portugués es el único idioma que hablas, Shauna? —preguntó Wendy.
Se hizo un silencio y Shauna, un poco desconcertada por la atención que todos
tenían en ella, abrió la boca para hablar, pero Max se le adelantó.
—Cielos, no —dijo él—, Shauna domina cuatro idiomas, ¿verdad?
La chica lo miró, pero no pudo adivinar lo que estaba pensando. La chica
escuchó que Harvey decía a su lado.
—Max, esta joven es una joya.
—¿Verdad que sí? —fue la respuesta de éste.
La sopa que sirvió la señora Roberts fue recibida con agrado.
—¿Las has elegido tú? —le preguntó Connie a Shauna.
—Desde luego —replicó Max.

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—Pero la ha hecho la señora Roberts —intervino la joven—. Es una excelente


cocinera.
La cena estaba resultando un éxito… Aunque Max estaba un poco nervioso.
Hablaba animado con sus invitados, pero ella tenía la sensación de que no se
encontraba ahí… sino que observaba cosas y la miraba con una sonrisa burlona.
Harvey y los demás no lo notaron o quizá estaban acostumbrados a su manera
de ser… reían y hablaban con suficiente entusiasmo como para compensar lo poco
que él participaba en la charla.
—Ésta sí es una auténtica comida inglesa —la alabó Wendy cuando sirvieron
las chuletas de cordero con verduras—. La señora Roberts debía ser la cocinera de
nuestro hotel.
—Allí tienen lo que llaman un cocinero internacional —explicó Connie—. ¡Pero
todo lo que hemos comido ha sido cocina francesa o italiana!
Max le había dicho a la señora Roberts que después de servir el plato principal
podía retirarse, así que Shauna fue a la cocina para traer el pastel de limón. Notó que
entraba alguien. Ella no se volvió pero sintió la presencia de Max antes de escuchar
su voz.
—Bueno, ¿y el espectáculo? —preguntó apoyándose en la pared con las manos
en los bolsillos y sin dejar de observarla.
—¿Perdón? —sirvió otro plato y se volvió hacia él. Como siempre, el masculino
rostro de Max era inescrutable. El sonrió y agregó:
—Bueno, estamos disfrutando del espectáculo de Shauna Wilde, ¿no? Estoy
intrigado por saber quién hará el próximo cumplido. Brett es tan sincero que ya me
ha dicho que como secretaria estás desperdiciando tu talento… su última sugerencia
ha sido que la ONU estaría feliz de contar con tus conocimientos y tu belleza. ¡Espero
que su prometida no se marche furiosa en cualquier momento!
—¡Esto no es justo! —protestó Shauna—. Brett lo hace por cortesía… así es él…
así son todos. Y yo no he percibido ninguna otra intención de su parte.
—¿No? —los ojos verdes centellearon—. Tú no buscas los cumplidos, ¿verdad?
Y ahí está lo malo, que los ignoras por completo.
Esas palabras la intrigaron pues estaba segura de que Brett sólo tenía ojos para
su prometida. Además había hablado con Patti durante el café y la había encontrado
encantadora.
—Acabo de ver en Oxford unos vestidos de novia preciosos —le confesó a
Shauna—. ¡Estoy tentada a comprar aquí mi vestido y enviarlo a casa!
—¡Oh, no! ¡No volvamos a la boda! —Harvey guiñó un ojo a Shauna—. ¡De lo
único que habla esta niña es de la boda!
—Ignóralo —le dijo Connie a Patti. —Bueno, quizá Shauna desee hablar de
boda —Patti se inclinó hacia Shauna—. ¿Cuánto hace que Max y tú vivís juntos,
Shauna?

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Se hizo un horrible momento de silencio. Shauna estaba más que sorprendida y


sintió que su rostro ardía. Buscó la mirada de Max, como esperando alguna respuesta
jocosa que borrara el comentario, pero no la hubo. Él continuó tomando su brandy
con notable compostura.
Le tocó a Harvey romper el silencio, pero no con la sugerencia que Shauna
esperaba.
—¡Hey! —exclamó—. ¿Qué os parece si bailamos?
Todos, menos Shauna y su jefe, estuvieron de acuerdo. Las parejas empezaron a
bailar y Shauna se las arregló para ir a la cocina a servir más café.
Al fin regresó y tuvo que bailar con Brett, con Harvey y con Buzz. Le fue
imposible no disfrutar. Riendo feliz fue a traer más leche cuando Harvey la cogió por
los hombros.
—¡Esto no puede ser! —exclamó—. Una chica tan guapa que no baila… ¡creo
que debemos darle una oportunidad al único soltero de esta fiesta!
—Oh… —Shauna miró el rostro de Max—, no, en realidad…
—Me parece que él no va a aceptar un no como respuesta —le sonrió Harvey.
Cierto. Max se le acercó con expresión resignada y la esperó listo para bailar.
Quizá verlo tan cerca y percibir su aliento con esencia de brandy fue lo que la hizo
murmurar como si se tratara de una niña igual a Bianca:
—Yo no… no importa… no tienes que hacerlo.
—Lo sé —rió él y la cogió de la cintura.
Shauna apenas podía respirar cuando él casi no la tocaba. Ella buscó un
pretexto que la salvara de quedar al descubierto ya que en cualquier momento, él
notaría cuánto le importaba.
—Será mejor que vaya por más café —dijo desesperada.
—Cállate y baila —le sonrió y la abrazó para bailar adecuadamente.
El cuerpo de Shauna se amoldó al de él. Puso las manos sobre los hombros de
Max y la cabeza inclinada sobre su pecho… entonces sintió el palpitar de su corazón.
La joven dejó que la guiara y sus reservas desaparecieron ante la felicidad de
estar tan cerca de él. Shauna se sintió aliviada por una pulsación de deseo y cuando
Max apretó el brazo y gimió de manera casi inaudible, ella no pudo resistir… aunque
lo hubiera querido. Lentamente él la fue sacando de la habitación… lejos de los
invitados y de la música… que no era necesaria pues ellos creaban su ritmo personal.
Shauna sintió que debía regresar al lado de los demás, pero no tuvo fuerzas para
hacerlo.
Ambos se encontraban ahora en el estudio donde la luz de la luna entraba a
través de la ventana e iluminaba el rostro de Shauna.
Entonces se detuvieron y ella continuó con la mirada baja hasta que él tomó su
barbilla y la miró a los ojos.

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—Quiero que me mires —le dijo Max con suavidad en el momento en que uno
de sus dedos acariciaba el labio inferior de Shauna. Y entonces, Max se inclinó para
besarla en la boca.
No se parecía al primer beso que le había dado. Aquel fue breve, casi brutal y
de alguna manera, desesperado. Ese era un beso implícitamente sensual, lento, y
durante todo el tiempo que duró… desde que él acarició con su lengua su labio
inferior, hasta que se hizo más profundo…. le indicó sin lugar a dudas que Max la
deseaba.
Shauna estaba en sus brazos, mientras él la besaba. Poco a poco la fue llevando
hasta el escritorio. Luego se inclinó sobre ella, y cuando Max adelantó un muslo
firme, ella separó las piernas para disfrutar de su contacto.
Shauna sintió que Max deslizaba una mano dentro de su vestido y comenzó a
temblar cuando tocó uno de sus senos y lo acarició sobre el encaje del sostén. Ella
sintió que sus pezones reaccionaban por el placer.
Ella estaba acariciando el pelo de Max, pero de manera inevitable encajó sus
uñas en la cabeza masculina cuando él acarició su vientre con la otra mano, después
más abajo hasta llegar a su muslo. Y cuando un dedo recorrió el contorno de sus
bragas, Shauna buscó ansiosa esa mano mientras gemía de placer.
La chica acariciaba el pecho de Max mientras lo oía jadear. Entonces él encontró
el broche de su sostén y lo soltó con facilidad dejando sus senos en libertad. Luego se
inclinó para capturar con su boca un henchido pezón, su lengua comenzó a
acariciarlo hasta hacerlo pulsar en espasmos de placer. Shauna buscó
automáticamente un apoyo y topó con el teléfono… que lo tiró al suelo.
Por el ruido producido, de inmediato Max interrumpió el beso. Cuando Shauna
lo escuchó maldecir, lo miró y notó furia en los ojos color verde.
—¿Qué me estás haciendo? ¡Por Dios, si eres mi secretaria! ¿Te das cuenta de
que tenemos invitados… en el salón de al lado? Debo estar loco —concluyó bajando
de tono.
Shauna estaba aún trémula y demasiado excitada como para hablar. Él debió
notarlo, porque la miró y vio sus mejillas enrojecidas y su cabello despeinado.
Con un suspiro volvió a cerrar el broche de su sostén y le alisó el vestido.
—No estás en condiciones de regresar con los demás —le dijo Max—. No
tardarían mucho tiempo en adivinar lo que hemos estado haciendo —volvió a mover
la cabeza—. Es increíble —se dijo, antes de recoger el teléfono para ponerlo de nuevo
en su lugar—. Será mejor que vayas a tu habitación —murmuró—. Yo te disculparé
con los invitados —antes de salir sin más, pasó una mano por su pelo para peinarlo
un poco.

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Capítulo 8
Shauna tardó un rato en controlar el temblor de su cuerpo. Su mente era un
caos ante la realidad de lo que acababa de sucederle. Ella y Max se habían besado
como adolescentes mientras unos clientes importantes bailaban a sólo unos metros
de ellos. ¡Qué hubieran pensado Harvey, su esposa, o cualquier de los demás si los
hubieran visto!
La joven gimió antes de correr hacia el cuarto de baño… y ahora ¿qué
sucedería? Se duchó como queriendo limpiar su cuerpo de los recuerdos que no la
abandonaban.
Pero mientras enjabonaba sus senos se sintió de nuevo invadida por los el
anhelo e inquietud al recordar las caricias de Max. Su piel ardía, como si la hubiera
marcado con un hierro candente.
Entonces escondió el rostro entre sus manos mientras la sospecha de días atrás
se tornaba ahora en una innegable realidad: estaba enamorada de él. Esa apabullante
sensación… era amor. A pesar de las advertencias de Trudy… y contraviniendo los
propios deseos de Max… ella había cometido el mismo error de la anterior secretaria.
De ella dependía que Max nunca se enterara… porque desde un principio le había
aclarado que no la quería… y si tenía que seguir conviviendo con él, debía estar
preparada para olvidar lo que había sucedido. La pregunta clave era si sería capaz de
hacerlo.
¿Y cómo reaccionaría Max cuando la volviera a ver? ¿La ignoraría
simplemente? ¿O encontraría intolerable para su relación futura esa intimidad?
El día siguiente fue domingo y ella se quedó acostada hasta tarde, sabiendo que
así retrasaba el momento de enfrentarse a Max.
Se puso unos pantalones vaqueros y un suéter de color rojo cereza, cepilló su
cabello y lo sujetó con peinetas rojas a ambos lados de la cabeza. Mientras bajaba las
escaleras, se preguntó qué sucedería ese día.
En cuanto entró en el comedor notó que Max no llevaba los acostumbrados
pantalones vaqueros desteñidos sino un traje muy elegante y Bianca estaba sentada
frente a él con expresión molesta.
—Buenos días —la saludó Max con normalidad—. ¿Qué quieres desayunar?
Shauna no tenía apetito.
—Sólo tomaré café, gracias —Max se lo sirvió—. Gracias. ¿No vas a montar a
caballo, Bianca? —preguntó al ver que la niña tenía una expresión triste.
—No —contestó sombría—. Papá va a salir.
—¿A salir? —lo miró interrogante y vio que él apartaba su plato con furia.
—Tengo que ir a Cheltenham todo el día. Como es domingo, quisiera que
cuidaras de Bianca. Desde luego, te podrás tomar otro día libre durante la semana.
Shauna trató de no alterarse.

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—Por supuesto —contestó tensa—. Cuidar a Bianca es un placer.


—Gracias —contestó él, entrecerrando los ojos.
—De nada —también lo miró.
—Papá va a Cheltenham sólo a una cosa —comentó Bianca—. Va a ver a Marta
—miró a su padre—. ¿Verdad, papá?
—Sí, es probable que vea a Marta. Pero eso no es asunto tuyo. Tú lo pasarás de
maravilla con Shauna —se puso de pie.
Shauna lo observó inclinarse para besar a su hija, que le ofreció la mejilla sin
alegría. Ella tomó un sorbo de café, intentando mostrarse indiferente. ¿Indiferente?
¿Quién rayos sería Marta?
Cuando su padre ya se había marchado, Shauna notó que la niña estaba triste.
—¿Qué quieres hacer? —le preguntó.
—No me apetece nada —Bianca se encogió de hombros.
—Oh, vamos —la abrazó—… tus deseos son órdenes para mí.
—No sabes montar a caballo —le sonrió Bianca—, ¿o sí?
—Caballos… ¡nunca! —Shauna se estremeció—. ¡Me dan horror!
—Entonces, ¿qué puedes hacer?
—¿Caminar?
—Bueno —rió Bianca—, ¡entonces tendremos que dar un paseo!
Se pusieron chaquetas, botas y sombreros, metieron en una bolsa miga de pan
para dar a los patos y caminaron hasta un hermoso paraje.
Cuando llevaban caminando unos quince minutos, Shauna preguntó
exactamente lo que se había jurado que nunca preguntaría.
—¿Quién es Marta?
—Es la amante principal de papá —contestó Bianca, lanzando una piedra.
—No debes utilizar esa palabra —Shauna frunció el ceño. Era justo lo que
esperaba escuchar, pero aún así su corazón dio un doloroso vuelco. Bianca la miró
con sus inocentes ojos verdes.
—Bueno, eso es. Una mujer que sale con un hombre por todas las cosas que éste
pueda darle, como dinero y joyas, ¿no?
—Bueno… sí.
—¡Ahí tienes! —exclamó Bianca, triunfante—. Sólo les interesa el dinero de
papá… no se le acercarían si no lo tuviera.
Shauna estuvo a punto de decir que no sólo lo buscaban por su dinero, pero se
contuvo a tiempo.
—Tu padre puede tener las amistades que quiera y tú las debes tratar bien —
señaló amable, deseando no haber iniciado ese tema.

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—Lo siento —suspiró Bianca—. Marta es la novia de papá. Bueno, así se


denomina ella misma. Él dice que es su amiga. Siempre que hay una fiesta o reunión
la invita, si es que ella no está en el extranjero porque viaja mucho. Es modelo.
—Oh —contestó Shauna, deseando no haber preguntado nada. Bianca dio un
puntapié a otra piedra—. La detesto. Cuando está con papá es encantadora, pero en
cuanto nos deja solas, empieza: «Bianca, quédate quieta». «Bianca, ¿no es hora de que
vayas a dormir?»
—Estoy segura de que es una buena persona —contestó Shauna, preguntándose
cuánto de la rebeldía de Bianca radicaba en el hecho de que no se llevaba bien con la
amiga de su padre.
—Yo no entiendo por qué papá dice que sólo es su amiga si yo sé que se
acuestan juntos.
—¡Bianca! —Shauna se molestó consigo misma por el giro que había tomado la
conversación—. No debes decir eso… si no tienes la seguridad de que es cierto.
—Oh, pero es verdad… ella misma me lo dijo.
—¿Te lo contó? —sorprendida al máximo, Shauna se quedó inmóvil y Bianca
asintió.
—Sí. Papá no estaba con nosotras. De otro modo se habría puesto furioso. Marta
bostezó y me dijo: «es culpa de tu padre… me tuvo despierta casi toda la noche», y
después rió. ¡Rayos! Creo que sólo lo dijo para ponerme celosa.
—Pero Bianca, ¿por qué habría de querer eso?
—Porque piensa que papá no se casará con ella si yo no la acepto como
madrastra.
—¿Y es eso cierto?
—¡Por supuesto! —rió Bianca—. ¡No soportaría que ella fuera mi madrastra…
me gustaría que se casara contigo!
Shauna cogió a Bianca por los hombros y la obligó a mirarla.
—Tú puedes desearlo, Bianca… pero eso no va a suceder. No basta querer las
cosas para que éstas se hagan realidad. Yo soy sólo su secretaria. Eso es todo.
Pasaron toda la mañana paseando. Shauna caminaba con fiera determinación,
como si manteniéndose ocupada pudiera dejar de pensar en lo que Bianca le había
dicho.
La aterraba regresar a la casa y tener que verlo. Saber… ¿saber qué? ¿Que había
pasado el día en brazos de otra mujer? Sus mejillas enrojecieron al pensar que quizá
como había dejado que la acariciara la noche anterior, había despertado en él su
apetito por la satisfacción sexual plena.
Al acercarse a la casa vio que había un coche aparcado que no era el Mercedes
de Max. Ella rogó porque él no hubiera llevado ahí a su amiga.
—¿Reconoces ese coche? —le preguntó a Bianca.

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—No. Y como casi no recibimos visitas…


Sacó la llave de su bolso, pero seguramente la señora Roberts las oyó llegar,
porque les abrió la puerta y las recibió con una extraña expresión.
—¿De quién es ese coche? —le preguntó Bianca de inmediato.
—Tenemos visita —dijo la señora Roberts de manera innecesaria mirando a
Shauna—. Es el señor Hamilton.
—¡Rupert! —gritó Bianca, emocionada.
Rupert. Shauna parpadeó confundida. ¿Dónde había escuchado ese nombre?
—¡Tío Ru! —chilló Bianca—. ¡Oh! ¿Dónde está?
—Aquí —contestó una voz en tono divertido—. Qué maravillosa bienvenida de
mi ahijada preferida.
—Soy tu única ahijada —protestó Bianca y corrió a los brazos de Rupert. Él la
abrazó y la balanceó en sus brazos hasta que vio a Shauna que permanecía inmóvil
en la penumbra… Él puso a Bianca de pie y murmuró sin dejar de observar a la chica.
—Bueno, bueno, bueno —murmuró lentamente.
Shauna también lo miró. Era un poco más alto que ella y muy delgado. Su
rostro estaba bronceado, y eso enfatizaba el color azul profundo de sus ojos. Llevaba
puesta una bonita chaqueta bajo la que se veía un suéter de suave cashmere que hacía
juego con sus ojos. Era muy, muy rubio y poseía esa clase de confianza y magnetismo
que parece natural en quien tiene dinero y alcurnia.
Sus azules ojos centellearon con interés, después extendió una mano y se
presentó.
—Rupert Hamilton —sonrió—, estoy encantado de conocerte.

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Capítulo 9
—Bueno, bueno, bueno —repitió Rupert—. ¿A quién tenemos aquí? A una bella
dama de cabello oscuro que no habla.
Shauna pensaba encontrarse con Marta, pero dijo:
—Hola.
—Ella es Shauna —anunció Bianca—. Es la nueva secretaria de papá… y
bastante agradable.
—¿Secretaria, dices? —Rupert elevó sus cejas—. Y además, se ha ganado el
cariño de la difícil Bianca. ¡Vaya, vaya!
Shauna decidió que era el momento de comportarse como una persona adulta y
extendió su mano.
—Soy Shauna Wilde. Tanto gusto en conocerte.
Rupert tomó su mano y con deliberada lentitud la llevó a sus labios
sosteniéndola contra su boca sin dejar de mirarla con un gesto tan teatral que en otras
circunstancias le hubiera dado risa.
—Encantado —murmuró Rupert—. Max siempre ha tenido un gusto impecable,
pero tú querida, eres un cambio muy refrescante con respecto a las extravagantes
mujeres con las que suele tratar.
Shauna notó que todas las personas a quienes conocía, gustaban de decirle cuan
diferente era de las bellezas con las que Max solía ir. Entonces se volvió hacia Bianca.
—¿Por qué no me has dicho que iba a venir tu padrino…? ¿por qué no me lo ha
dicho Max?
—Porque no lo sabía —Bianca frunció el ceño—. Además, nunca viene a
visitarnos.
Shauna elevó las cejas en forma interrogante.
—Bueno —Rupert alborotó la rubia melena de Bianca y dijo a Shauna—: Soy un
hombre muy ocupado.
—Ocupado en asistir a todas las fiestas —rió Bianca—. ¿Te conté que un día te
vi en una revista, tío Ru?
—Era una buena fotografía, ¿verdad? —le sonrió él.
—Me temo que Max no está en casa —intervino Shauna, recordando con dolor
dónde se encontraba—. Creemos que no regresará hasta tarde.
—¿Qué haces aquí, tío Ru? —Bianca tiró de la manga de su chaqueta.
—He venido a visitar a mi querida madre con motivo de la Navidad.
—¡Oh, entonces eso quiere decir que te vamos a ver con frecuencia! ¡Qué bien!
—exclamó feliz.

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—¿Sabía Max que ibas a venir? —preguntó Shauna y de pronto los ojos azules
de Rupert se tornaron helados.
—No creo. Max y yo no nos llevamos demasiado bien. Supongo que ya conoces
su carácter.
Claro, pero no iba a serle desleal a Max comentándoselo a Rupert. De pronto se
encontró en la difícil posición de anfitriona.
—¿Te vas a quedar un rato? ¿Tomas café…?
Rupert sonrió y se acercó a la señora Roberts, quien había escuchado toda la
conversación. Pasó un brazo por los hombros del ama de llaves y contestó:
—Me encantaría un trozo de pastel de frutas de la señora Roberts, aunque no
me lo ha ofrecido aún…
La señora Roberts, extrañamente huraña, se quitó el brazo de sus hombros.
—Vamos, no me salga con eso, señor Hamilton, ya basta. Le daré un poco de té
aunque es más de lo que debería… —y se marchó hacia la cocina.
—Bianca, ¿por qué no acompañas a tu padrino mientras yo ayudo a la señora
Roberts? —preguntó Shauna y notó que la niña quería mucho a Rupert, ¡aunque no
se pudiera decir lo mismo de Max, o de la señora Roberts! Rupert la observó antes de
decir:
—Oh, la señora Roberts puede hacerlo sola. ¿Por qué no nos acompañas a la
sala y me dejas que acaricie tus encantadores rizos oscuros?
Había algo tan atrozmente atrevido en él que Shauna rió de buena gana, movió
la cabeza y contestó:
—Mejor no… desde aquí puedo oír los gruñidos de la señora Roberts… será
mejor que vaya a ayudarla.
Shauna fue a la cocina, donde encontró a la señora Roberts furiosa, casi
lanzando tazas y platos a una bandeja de plata.
—Permítame —le dijo Shauna—. Si sigue así, va a romper todo.
—Esto no va a gustarle a él —gruñó el ama de llaves sacando el pastel de frutas.
—¿A quién?
—Al señor Max. Se pondrá furioso cuando llegue y lo encuentre aquí.
Shauna se preguntó si a Max en realidad le disgustaría tanto el padrino de
Bianca. De cualquier modo, eso no tenía nada que ver con ella y no iba a tomar
partido por ninguno de los dos. A ella, Rupert le parecía encantador.
Además, ¿acaso no era agradable recibir a alguien en la casa? Sobre todo si eso
hacía feliz a Bianca.
Tomaron el té mientras Rupert les contaba anécdotas y escándalos del mundo
aristócrata en el que él se desenvolvía. A las nueve de la noche, Bianca se fue a
dormir. Cuando Shauna bajó de dar las buenas noches a la niña, encontró a Rupert
calentándose las manos en el fuego de la chimenea. Se había quitado la chaqueta y

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sólo había dejado encendida una de las lámparas. A ella le agradaba tener cerca a un
hombre que la halagara, sobre todo cuando su vanidad había recibido un duro golpe.
Rupert se volvió al sentirla llegar y le dijo:
—Será mejor que me retire. A menos que me ofrezcas una copa. ¿O no le
agradaría al tío Max?
Shauna dudó. ¿Por qué no?, pensó desafiante. ¿Por qué no ofrecerle una copa a
este hombre tan agradable que la había hecho reír durante toda la tarde? Sabía muy
bien dónde había pasado el día Max.
—¿Qué quieres tomar?
—Un whisky con soda. ¿Debo hacer los honores? Creo recordar dónde está el
bar. ¿Te sirvo una copa a ti?
—Sí, pero ligera por favor —la joven no quiso que se abriera una botella de vino
para ella sola. Lo que él le sirvió estaba tan amargo que por poco se atraganta, pero
no se lo dijo porque en ese momento le estaba contando algo sobre Elizabeth Taylor.
Tomó con calma su copa y lo escuchó.
Para las diez de la noche, ella se sentía alegre y se dejó convencer por Rupert de
poner un poco de música.
—Es muy tarde —rió Shauna—. Bianca va a despertarse.
—No te preocupes… ponemos bajo el volumen. ¡Anda, baila conmigo! Hace
años que no lo hago y esta Navidad me han invitado a muchas fiestas. Ayúdame a
practicar.
Dicho así, a ella le pareció divertido, aunque notó que él había exagerado su
falta de práctica pues bailaba muy bien, aunque la apretaba más de lo que ella
hubiera querido.
—Cielos… eres una bailarina muy sensual bajo esa inocente apariencia —rió
Rupert.
—Sí, ¿verdad? —una profunda voz cortó la música y Shauna vio horrorizada
que Max estaba en la puerta observando con desprecio la escena. Miraba los vasos
vacíos y los cojines tirados en el suelo y ella recordó con horror cómo había
terminado su baile con Max, semidesnuda entre sus brazos. Iba a separarse de
Rupert cuando Max agregó—: Si te le acercas un poco más, corres el peligro de
asfixiarla —su tono era helado—. Creo que deberías soltarla —su tono no admitía
otra cosa que la obediencia, así que Rupert se separó de manera dramática, uniendo
sus manos en un gesto de súplica.
—Supongo que se trata de un duelo —exclamó mirando a Shauna en busca de
apoyo, pero ella bajó la mirada, avergonzada.
Por toda respuesta, Max avanzó furioso, lentamente. Shauna notó que el rostro
bronceado de Rupert palidecía y que retrocedía conforme Max se le acercaba hasta
que se topó con la pared.

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—¿Sabes, Max? Podrías enseñarle una o dos cosas al… —la voz de Rupert se
apagó al ver los ojos del otro hombre.
—¿Qué rayos haces en mi casa? —siseó Max en voz baja.
—He venido a ver a mi ahijada… me está permitido y lo sabes.
—¿Dónde está ella? —Max revisó burlón la habitación—. No la veo.
—Ella… se ha ido a dormir hace rato —intervino desesperada Shauna. Max ni
siquiera la escuchó, sino que dijo:
—Y, dime Rupert… ¿mientras mi hija dormía pensabas seducir a mi secretaria?
—¡No ha sido así! —gritó Shauna, pero Max la observó por primera vez,
recorriéndola con la mirada.
—¿No? —le preguntó con suavidad.
Shauna notó que una de sus peinetas se le había caído y que su cabello estaba
desordenado. Sus ojos grises brillaban y sus mejillas estaban enrojecidas… sin duda
por culpa del whisky. Parecía una mujer a la que hubieran interrumpido en la
primera fase de la seducción… cosa que no podía estar más lejos de la realidad.
Rupert los observaba con bastante interés y dijo:
—Cielos Max, me parece que estás celoso.
La mirada que Max le lanzó lo dejó petrificado.
—No me provoques, Rupert —le contestó—. Estoy a punto de darte un
puñetazo en tu lindo rostro.
—Pero —el rubio rió nervioso—, no puedes evitar que vea a Bianca. Soy su
padrino, ¿o ya se te ha olvidado?
De pronto Max parecía muy cansado. Se alejó de Rupert diciendo:
—No, no lo he olvidado y no tengo intención de impedir que la visites. Pero la
próxima vez asegúrate de llamar primero por teléfono. No quiero que vengas a mi
casa cuando yo no estoy. Además, ¿qué es esto? —preguntó extrañado—. ¿Una visita
relámpago entre tu agitado vaivén?
Shauna percibió el placer que apareció en el rostro de Rupert al contestar:
—Siento decepcionarte querido muchacho… pero he venido a casa de mi madre
a pasar las Navidades. Así que al menos por un breve tiempo seremos vecinos de
nuevo.
—¡Qué encantador! —contestó sarcástico—. Y ahora si no te importa… he
tenido un día muy agitado. Retírate. Ya conoces el camino.
Rupert tomó su chaqueta y se volvió para sonreírle a Shauna.
—Encantado de conocerte. Lástima que nos hayan interrumpido la fiesta, pero
no dudo que volveré a verte. Adiós, Max… ¡no te vendría mal un curso de buenos
modales! —gritó cuando salía de la sala.

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Shauna y Max permanecieron en silencio hasta que escucharon que se cerraba


la puerta del frente y que el coche se ponía en marcha y se alejaba.
Ella notó que Max relajaba sus músculos y se tranquilizaba. Shauna también vio
que su rostro perdía toda expresión, lo cual era mucho más peligroso que la furia.
Él apenas si la miró mientras se servía un gran trago de whisky.
—Parece que no te agrada mucho —comentó. Max la miró riendo antes de dar
otro sorbo a su whisky.
—No es una de mis personas favoritas.
Shauna creyó que enfurecería ante su evasiva, pero no fue así.
—¿Por qué te desagrada tanto? A mí me ha caído bien. Quizá un poco frívolo,
pero inofensivo —Shauna deseó no haberlo preguntado pues él le lanzó una mirada
congelante.
—Lo que sucede entre Rupert y yo no es asunto tuyo, Shauna.
E igual que a una niña a quien se le acusa de robar algo, ella sintió la necesidad
de explicarse.
—Lo han invitado a muchos bailes estas Navidades, y me ha dicho que
necesitaba practicar, eso es todo… —su voz se apagó con timidez. Max torció la boca.
—¿Sí? —se burló—. No sabía que para bailar fuera necesario que los bailarines
unieran sus pelvis… aunque quizá sea una nueva modalidad.
Shauna tuvo ganas de gritar. El insulto fue como un baño de agua fría.
—Pero no estábamos así —protestó. Ella notó que la expresión de disgusto de
Max se intensificaba y que la ira empezaba a invadirla.
¿Qué derecho tenía para hablarle así… cuando él regresaba de una cita con
Marta…? ¿Qué derecho tenía de tratar así sólo porque la había encontrado bailando
con un hombre?
—¿Y tú qué? —preguntó—. ¿Lo has pasado bien? —su tono era de dulce
sarcasmo—. ¿Cómo está tu querida Marta?
Los ojos de Max se entrecerraron.
—No digas tonterías —su tono era tranquilo y controlado, pero amenazante.
Tal parecía que trataba de prevenirla para que no hiciera más preguntas. Ella lo
ignoró.
—¿No? Bueno, no soy tonta. Sé muy bien cuál es tu relación con Marta y dudo
mucho que hayas pasado la tarde con ella jugando a las cartas —Shauna sabía que su
tono estaba cercano a la histeria, pero no pudo evitar lanzarle esa acusación.
Max estaba furioso. Por su expresión, Shauna percibió que se había excedido.
Esperaba que le ordenara que se fuera al día siguiente, pero no fue así, sólo la miró
fríamente.
Tal vez esperaba que ella misma renunciara a su trabajo.

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Así que Shauna esperó… igual que él. Y en ese momento se dio cuenta de
cuánto lo amaba. Aunque era evidente que Max quería que se fuera, le bastó mirarlo
para darse cuenta de que el deseo dominaba todo su ser.
Incluso con esa expresión de disgusto, si él se le hubiera acercado para besarla y
acariciarla… ella se lo habría permitido y le habría dejado que tomara lo que quisiera
y… le hiciera el amor.
Quizá eso fuera amor… deseo… ausencia completa de orgullo y amor propio.

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Capítulo 10
—Te he dictado lo suficiente como para que estés ocupada todo el día —le dijo
Max con frialdad—. Firmaré las cartas cuando regrese. Estaré fuera con Bianca todo
el día.
Desde el enfrentamiento que habían tenido el día que conoció a Rupert ella
sentía pánico cada vez que tenía que volver a verlo.
La cena de esa noche fue un momento difícil, la única que charlaba era Bianca y
lo hacía para compensar el silencio de los adultos.
Los siguientes días fueron horribles, Max se marchaba siempre que le era
posible y el trabajo que le encargaba era difícil. En cualquier otro momento, ella
hubiera estado feliz con esa responsabilidad, pero ahora… en lo único que podía
pensar, era en cuánto lo echaba de menos.
Un día mientras estaba sola en casa, el teléfono sonó.
—Hola —era una profunda voz, horriblemente familiar.
—Hola —contestó Shauna con una entereza que estaba muy lejos de sentir.
—¿Está Max?
—No, ha salido con Bianca.
—Oh.
—¿Puedo… quiere dejarle algún recado?
—Sí. Dígale que lo ha llamado Marta, por favor.
—Está bien, se lo diré —Shauna colgó y durante mucho rato se quedó mirando
el auricular. Cuando Max regresó le dijo—: Has tenido una llamada.
—¿Sí? —los ojos verdes la observaron sin emoción.
—Era Marta.
—Gracias —contestó él.
Shauna sintió ganas de golpearlo. Pero en vez de eso, continuó escribiendo
como una verdadera autómata.
Esa noche en la cena, Bianca le dijo:
—¿Vas a pasar aquí la Navidad, verdad, Shauna?
La Navidad era un tema del que prefería no hablar. Como no tenía familia
siempre las festejaba con sus amigos. Pero este año…
—En realidad, no lo había pensado —contestó esquiva.
—Oh, pero tiene que quedarse aquí, ¿verdad, papá?
—Shauna sabe que será bienvenida —Max levantó la mirada—. Todo depende
de ella. Quizá quiera visitar a sus amigos.

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Maldita indiferencia, ¿no podía decirle quédate o vete? Incluso podría darle
alguna idea de si quería o no verla ahí, en lugar de esa frialdad.
—Bueno —concluyó Bianca, triunfante—, entonces ya está todo arreglado. Se
queda.
Y desde luego, la niña le hacía un favor. ¿A dónde podía ir? Y más importante
todavía, ¿a dónde le habría gustado ir? Por más que se dijera lo contrario, deseaba
pasar la Navidad con Max. La indiferencia con que la trataba no alteraba ese hecho.
Dos días antes de Navidad, suspendieron por completo el trabajo. Ella esperaba
que al menos con tantos preparativos, Bianca no notara la tensión entre ella y su
padre.
Un día regresaba de un paseo por el jardín cuando vio que Rupert salía de la
casa.
El rostro de Rupert se iluminó al verla. Él se apoyó en el coche con una mano en
la cadera.
—Dime, belleza de mejillas rosadas —le dijo sin más preámbulo—, ¿vas a venir
a mi fiesta?
Ante su coqueteo le fue imposible no reír.
—¿Qué fiesta?
—La fiesta, querida —suspiró Rupert—. La fiesta del siglo. Toda la gente se
mata por poder asistir a ella y la joven dama me pregunta «¿qué fiesta?» En la
mansión Hamilton el día veintiséis.
Shauna hizo un cálculo mental. Bianca se iría con sus abuelos a Escocia
inmediatamente después de la Navidad. Ella y Max planeaban regresar a Londres.
—Ya no estaré aquí para ese día —le contestó a Rupert—. Pero gracias de todos
modos.
—¡Los dioses no me quieren! —contestó él fingiendo llorar—. Pero si cambias
de opinión… empieza a las ocho.
—Si estoy aquí, no me la perderé por nada del mundo —le sonrió Shauna.
Rupert le envió un beso y se metió en el coche. Él parecía tener prisa por
marcharse y ella no lo culpó. Luego siguió el coche con la mirada, perdida en sus
pensamientos. Al volverse para entrar en la casa se sorprendió de encontrar a Max en
la puerta. Su presencia era seductora y amenazante, llevaba puestos unos vaqueros
desteñidos y ajustados de manera casi indecente. Sus morenas facciones parecían
impasibles, pero Shauna notó ira en los verdes ojos de Max.
Ella lo miró desafiante.
—¿Pasa algo, Max? —le preguntó.
—¿Qué quería?
—¿Te refieres a Rupert? —preguntó con dulzura.
—Sabes que sí —gruñó.

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Shauna elevó el mentón y lo vio retroceder un paso. Sus duras facciones tenían
una expresión insondable.
—Me ha invitado a una fiesta que va a dar en su casa.
—¿Y vas a ir? —preguntó frunciendo el ceño, ese gesto lo hacía muy parecido a
su hija. Shauna lo miró. ¿A qué jugaba Max? Él no la quería, pero parecía decidido a
no dejar que nadie la quisiera.
—No puedo ir —le dijo—. Porque es el día veintiséis y para entonces, ya
estaremos de regreso en Londres —lo vio tranquilizarse—. De otro modo, me habría
encantado asistir —concluyó y notó que se tensaba de nuevo.
—Bianca está en el desván buscando los adornos para el árbol de Navidad… y
quiere saber si nos vas a ayudar a adornarlo.
Era obvio que había hecho un enorme esfuerzo para pedírselo pues no era algo
que Max deseara, lo mismo que ella. Había algo demasiado íntimo en el hecho de
decorar el árbol de Navidad, sobre todo si estaba presente el hombre de quien se
había enamorado sin ser correspondida. Shauna quiso declinar el ofrecimiento pero
no pudo porque Bianca llegó en ese momento con algunos adornos navideños y la
miró ansiosa, dando la espalda a su padre.
—¿Se lo has pedido ya, papá? ¿Vas a ayudarnos, Shauna? Di que sí, por favor.
La joven miró los brillantes ojos verdes de Bianca, tan parecidos a los de su
padre, y contestó:
—Claro que sí. ¿Dónde está el árbol de Navidad?
—Tenemos que escogerlo en el bosque —le dijo Bianca muy emocionada—.
¿Verdad, papá?
Los tres subieron al Ranger Rover y ya en el bosque, escogieron el árbol más
grande que encontraron. Se pasaron toda la tarde decorándolo.
Shauna estaba subida en una escalera, poniendo una bola en el árbol, cuando se
balanceó peligrosamente. Max la detuvo tocando apenas su pierna y ella sintió como
si la hubiera recorrido una corriente eléctrica.
—Ese lazo necesita ajustarse más —murmuró él.
—Sí, gracias —el tono de la chica era trémulo.
El día de Navidad fue mucho mejor de lo que Shauna esperaba, ¡quizá porque
la mayor parte del día se la pasó comiendo! Luego sonrió mientras Bianca abría sus
regalos. La niña le había regalado un juego completo de peinetas de colores y Max le
dio un perfume francés. Al darle las gracias, Shauna se preguntó qué le habría
regalado a Marta. «Qué relación tan extraña la suya. Si era su novia, ¿por qué no
pasaba la Navidad a su lado?», pensó ella.
Ya avanzada la tarde, Shauna estaba frente al espejo del comedor. Acababa de
ponerse una de las peinetas que le había regalado Bianca. Escuchó un sonido a sus
espaldas y al volverse, descubrió a Max en la puerta. Ella se preguntó cuánto tiempo
llevaría observándola.

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—Bianca está haciendo la maleta en su habitación —le dijo a Shauna—. Su


avión sale muy temprano. Será mejor que nos vayamos a Londres tan pronto como
regrese de dejarla en el aeropuerto.
—Claro —asintió Shauna.
Se hizo una larga pausa, después de la cual, él agregó:
—Sé que para ti ha sido muy difícil vivir aquí, pero quiero que sepas que te
agradezco todo lo que has hecho, sobre todo por Bianca —su boca perdió un poco de
tensión—. Está muy encariñada contigo, ¿sabes?
—Yo también la quiero mucho.
—Sí, lo sé —Max se aclaró la garganta—. ¿Estarás preparada para que salgamos
mañana a las once de la mañana? —se hizo otra pausa—. Me ausentaré unos días,
hasta el año nuevo. Estaré en Cotswolds. Todos los años visito a unos amigos que
viven allí, pero primero te dejaré en Londres. Así descansaremos el uno del otro… el
apartamento será para ti sola.
Shauna quiso decirle que ella no deseaba descansar de él, aún cuando su
estómago dio un vuelco al recordar a Marta… la hermosa Marta… Pero no alteró su
serena expresión.
—Y cuando regrese… bueno, todo volverá a la normalidad.
—Eso espero —contestó. ¿Acaso las cosas podían ser normales junto a él?
Al día siguiente, despidió a Bianca que estaba llorosa y emocionada. Ella sintió
dolor cuando vio desaparecer el coche.
Shauna se negó a ponerse nostálgica, así que preparó sus maletas y se sentó a
esperar a Max frente a la ventana de su habitación, disfrutando los últimos
momentos del precioso paisaje. Entonces éste empezó a cubrirse de diminutos copos
de nieve y después de una hora, quedó completamente blanco.
Apenas podía verse el césped mientras seguían cayendo copos de nieve. Para el
mediodía, el entorno total estaba cubierto por un grueso y silencioso manto.
Las doce del día. Volvió a consultar su reloj. ¿Dónde estaría Max? Shauna puso
atención esperando escuchar el sonido del coche, pero no lo oyó.
Luego encendió la radio para escuchar el pronóstico del tiempo. Aconsejaban
permanecer en casa a menos que fuera absolutamente necesario. Ella rogó porque
Max llegara pronto.
A las tres de la tarde, él aún no había regresado y la luz del día empezaba a
desaparecer. Ahora Shauna empezaba a estar seriamente preocupada pensando que
podía haberle ocurrido algo en el camino. Ella se debatía entre llamar o no a la policía
cuando oyó que llegaba.
Abrió la puerta del coche y el viento y la nieve lo envolvieron como una nube.
Ella corrió hacia la entrada sin pensar en nada más.
—¡Oh, Max! —gritó—. Gracias a Dios que has llegado… estaba tan preocupada.
Él retrocedió un paso como si temiera que ella se le lanzara a sus brazos.

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—He intentado llamar desde el aeropuerto, pero las líneas están interrumpidas.
—¿Bianca está bien?
—El vuelo se ha retrasado mientras limpiaban las pistas y me he esperado en el
aeropuerto hasta que han avisado que el avión había llegado bien a Escocia. Cuando
decidí regresar, las carreteras estaban poco menos que intransitables. He tenido
suerte de llegar bien, si hubiera ido en otro coche, no habría llegado —hizo una
pausa—. Lo que significa que no podemos marcharnos a Londres.
—Claro —contestó Shauna. De pronto la enorme casa le pareció vacía. Bianca se
había ido y la señora Roberts hacía mucho tiempo que también se había marchado.
Ellos estaban aislados en una casona que durante un tiempo le había parecido
pequeña.
—Bueno —dijo ella con frialdad—, me temo que tendrás que cenar solo. Estoy
invitada a una fiesta.
—¿La de Rupert? —preguntó lentamente.
—Exacto.
—No vas a ir.
Shauna no supo si eso era una orden, pero la forma de decírselo la enfureció.
—Voy a ir —corrigió.
—Con este tiempo es muy peligroso que salgas.
—Pero no es por eso por lo que no quieres que vaya a la fiesta, ¿verdad, Max?
Todo se debe a Rupert.
—Él no es tu tipo —contestó en tono helado. En ese momento, Shauna estalló.
—Otra vez lo mismo. Tú lo sabes todo, ¿verdad? Lo que quiero, lo que no
quiero… ¿Cómo sabes cuál es mi tipo de hombre? De cualquier modo ya lo he
decidido… voy a ir a la fiesta te guste o no.
—Entonces yo te llevaré.
—Claro que no —contestó con fría dignidad, pero él se le acercó y la cogió por
los brazos.
—Claro que sí —siseó Max—. No me importa si vas o no a esa fiesta, pero no
voy a dejar que te mates por ahí. ¿A qué hora quieres irte?
—A las ocho en punto —balbuceó antes de correr escaleras arriba. En cuanto
cerró la puerta de su habitación se lanzó a su cama y golpeó la almohada como si se
tratara del pecho de Max.
Se sentía confusa. No lo entendía. ¿Por qué no debía ir?
Como no tenía otra cosa que hacer, se pasó mucho tiempo arreglándose.
Sólo tenía un vestido apropiado para la fiesta de Rupert. Lo había comprado en
París, de paso a Portugal. Desde luego de rebajas… había sido una ganga… aunque
nunca se lo había puesto.

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Dudó un poco antes de ponérselo, pero sonrió satisfecha al mirarse en el espejo.


Era atrevido… pero perfecto.
El vestido era de encaje rojo y aparentemente recatado por su cuello alto y sus
mangas largas, pero tan ajustado que enfatizaba todas sus curvas.
Se recogió el pelo en lo alto de la cabeza y lo aseguró con un pasador dorado.
Puso rimel a sus pestañas, sombra oscura en los párpados y se pintó de rojo los
labios.
Estaba lista justo antes de las ocho. Cogió su abrigo, se lo puso y salió de la
habitación.
Puso los zapatos en su bolso y bajó descalza la escalera. Al llegar abajo, vio la
chimenea del estudio encendida y a Max dándole la espalda.
Él debió escucharla porque se volvió lentamente. Tenía un vaso de whisky en la
mano y sin decir nada bebió todo su contenido, sin dejar de mirarla con una
expresión indescifrable.
—Ya me voy —le dijo Shauna.
La mirada de Max la recorrió desde la cabeza hasta los pies.
—Ya veo —gruñó—. ¿La moda ahora es ir descalzo? —preguntó sarcástico.
—Voy a ponerme unas botas… está nevando —trató de sonreír. Eso fue como si
lo hiciera explotar.
—¡Maldición, Shauna! ¡No quiero que vayas!
—¡Ya me lo has dicho! —¿cómo se atrevía a hablarle así? Shauna movió la
cabeza con tal fuerza que el abrigo se abrió dejando al descubierto el vestido rojo.
Max la miró fijamente.
—No quiero que vayas —repitió. Ahora lo hizo en tono bajo y enronquecido.
—¡Ya lo sé! —contestó ella—. Me gustaría saber qué alternativa me ofreces.
¿Una sombría velada mientras haces todo lo posible por evitar mi presencia? Tú no
me quieres, Max. ¡Pero no puedes soportar la idea de que otro me quiera!
Él suspiró profundamente. El ambiente estaba tenso cuando la miró.
—¿No te quiero? —acortó la distancia que los separaba—, ¿no te quiero? —
repitió—, ¿de verdad lo crees? —los verdes ojos chispearon—. Ven aquí —
murmuró—. Ven y siente si no te quiero —con un movimiento rápido y decidido,
atrapó con su mano la muñeca de Shauna para atraerla hacia sí hasta moldearla
contra su cuerpo. Y como si eso no fuera suficiente, unió su cadera a la de ella hasta
quedar tan acoplados como dos piezas de un rompecabezas—. ¿Ves? —se inclinó
para murmurarle al oído—. ¿Sientes cuánto?
Esa fue la explicación más clara y deliberadamente lasciva que le habían hecho
nunca. Sintió un hormigueo por dentro. Sí, ella pudo sentir cuánto la deseaba. Cerró
los ojos. Era tan evidente… a pesar de los pantalones vaqueros.

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Max se inclinó para besarla en la boca y no encontró resistencia. Él le inclinó la


cabeza hacia atrás y ella abrió sus ojos mientras su lengua exploraba con intimidad.
Ella cerró de nuevo los ojos en deliran placer cuando Max acarició su espalda sobre el
encaje del vestido.
El corazón de Shauna latía con fuerza igual que un primitivo tambor. En ese
momento, la voz de la razón empezó a gritar.
Logró apartar su boca de la de Max y trató de separarse de ese pecho
musculoso. Lo golpeó con los puños.
Los ojos verdes estaban opacos por el deseo y las pupilas dilatadas.
—¿Qué haces? —gruñó él apretando de nuevo el brazo de Shauna—. ¿Qué
pasa?
—Sé muy bien que tú no quieres esto. ¿No fuiste tú quien me dijo que no
querías nada de mí?
—Ya no puedo seguir fingiendo. Te deseo, Shauna.
—¿Sólo así y ya? —la chica elevó las cejas ante la arrogancia de esa
contestación—. ¿Has cambiado de opinión? ¿Puedes tomarme o dejarse según tu
estado de ánimo? Bueno, pues lo siento, Max… No estoy preparada para servirte de
sustituta. A nadie le gusta que le hagan el amor a sabiendas de que sólo está
supliendo a otra persona.
—¿De qué estás hablando?
El dolor de separarse de él cuando su cuerpo sólo deseaba la satisfacción total,
hizo que contestara en tono estridente:
—¡Sabes muy bien de lo que estoy hablando! ¿Tengo que deletreártelo?
¡Necesitas una mujer y me utilizas porque estoy cerca… y porque Marta no está aquí!

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Capítulo 11
—¿Qué has dicho? —preguntó Max, tranquilo.
—Has oído muy bien lo que te he dicho.
—No sabes lo que dices —el rostro de Max estaba ensombrecido.
—¿Que no lo sé? ¿Entonces niegas, que Marta es tu amante?
—Tuvimos… —contestó él con suavidad—… una relación.
Shauna retrocedió. Max ni siquiera trataba de negarlo. Ella cerró los ojos como
si así pudiera borrar los pensamientos que la torturaban. Cuando volvió a abrirlos, lo
miró… la furia oscurecía sus ojos.
—Entonces, ¿por qué no estás con ella? ¿Por qué no vas a buscarla, le haces el
amor y dejas de utilizarme como sustituta?
—¡Deja de decir tonterías! —le gritó Max.
—¿Por qué? ¿Te molesta la verdad? —también le gritó—. ¿Marta está ocupada
esta noche? ¿O sólo es por la nevada? ¡Supongo que si no estuvieras confinado aquí
por culpa de la nieve, no tendrías por qué acostarte conmigo!
—Basta —le advirtió—. Tú nunca hablas así.
—Bueno, esta no es una situación normal, ¿no crees? —preguntó dulce y
sarcástica—. ¿Además no es cierto que nuestro… enredo de la otra noche te dejó
frustrado? ¿Y que a la primera oportunidad buscaste a Marta… para que te diera lo
que no pareces querer de mí?
Max volvió a abrazarla con fuerza y la vibrante conmoción de su reanudada
proximidad hizo que giraran sus sentidos y que no pudiera resistirse.
—Te diré lo que sucedió. Es verdad que pensé encontrarme con Marta. Pensé
que sería la única forma de olvidarte… —su mirada se tornó cauta—. Hace mucho
tiempo que nos conocemos. Nunca nos hemos comprometido ni nos hemos hecho
preguntas. Era un arreglo fácil que nos convenía a ambos. Hasta ahora. Es verdad
que me excitaste esa noche y no voy a negar que te deseé como nunca he deseado a
otra mujer, pero eres mi secretaria. Además, compartes conmigo el apartamento y
una aventura lo habría complicado todo… Por eso quise estar con Marta —su mirada
no le indicaba nada—. Pero… no resultó.
—No comprendo —dijo ella con frialdad. Max la hería horriblemente.
—¿Quieres que te lo deletree? —preguntó Max con amargura—. Ni siquiera
llegué a su lado… sólo conduje horas y horas, pues mi cabeza era un caos. Esa noche
no habría podido pasarla con Marta, ni con ninguna otra mujer, pues una hechicera
dama de cabello oscuro estaba dentro de mí. No deseaba a otra más que a ella.
—¿Qué estás diciendo? —lo miró como si fuera tonta.
—Que te quiero, Shauna —se lo decía como si aún siguiera luchando, aunque
su mirada la devoraba.

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De pronto, Shauna supo que no quería dar marcha atrás. Ya no podía, pues lo
amaba y lo deseaba tanto… si dejaba pasar ese momento ya no tendría otro igual. No
le importó si hacía bien o mal. Shauna deseaba a ese hombre, pero era algo mucho
más profundo… era necesidad de él. Había un hueco en su mente, en su cuerpo y en
su alma, que sólo podía llenar él. Ella lo quería… ¡y no pensaría en las
consecuencias!, de cualquier modo, nunca podría volver a trabajar para él.
La mirada estaba fija en sus senos. Ahora, pensó Shauna. Ahora.
Shauna levantó una mano para quitarse el pasador del pelo. Sus rizos cayeron
sobre sus hombros como un manto negro. Dejó caer su abrigo y escuchó decir a Max:
—Shauna… —su voz temblaba.
Pero ella no había terminado. Lentamente empezó a desabrocharse el vestido.
Max la miraba como hipnotizado.
Ella se tomó su tiempo mientras escuchaba la respiración alterada e
incontrolable de Max. Shauna fue desabrochando botón a botón. Al fin llegó al
último y sonrió, sus ojos grises brillaban de placer al ver el rostro de Max cuando
deslizó su vestido dejando al descubierto sus morenos senos de rosados pezones.
Fue como si él volviera a la vida.
—Ahora, ven aquí —murmuró.
Ella avanzó deseosa y lo abrazó por el cuello mientras que él la cogió de la
desnuda cintura.
Max gimió mientras acariciaba los senos de la chica y su boca marcaba una línea
húmeda y sensual del cuello hacia los labios de Shauna. Cuando al fin la besó, ella
correspondió con la misma intensidad.
El la despojó del vestido y la cogió en brazos.
La llevó hasta la suavidad de la alfombra persa, después le acarició los senos
hasta hacerla gemir. El la escuchó y le murmuró al oído:
—Eres muy hermosa.
—Oh, Max —gimió ella, abrazándolo con fuerza. Pero Max trató de liberarse y
ella lo miró temerosa de que se detuviera. Él debió leer su pensamiento porque le
murmuró:
—Oh, no. No voy a dejarte —y se puso de pie sin dejar de mirarla mientras se
quitaba la camisa. Él le mostró entonces su magnífico torso.
Ella yacía con los brazos sobre la cabeza observando cada movimiento de Max,
que recorrió con la mirada el cuerpo de Shauna deteniéndose en sus senos hasta que
ella los sintió palpitar. Sus pezones esperaban sus caricias. Max bajó la vista hasta las
brevísimas bragas y luego a las piernas envueltas en medias negras.
—¿Hasta dónde quieres que llegue? —le sonrió Max.

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—Hasta el final —su respuesta ronca apenas se escuchó, pues empezó a temblar
al verlo desabrochar su pantalón. Éste cayó lentamente hasta que Max quedó frente a
ella, orgulloso de su desnudez.
Las pupilas de Shauna se dilataron al ver cuan excitado estaba. Y sin darse
cuenta, humedeció con la punta de la lengua sus labios resecos. El juego terminó
cuando él se tumbó sobre ella. Sus ojos parecían oscurecidos por la pasión, y Shauna
sintió su dureza contra el vientre.
Max deslizó su dedo hasta llegar a sus bragas, haciéndola gemir.
—Ahora… —le murmuró deslizando la prenda a través de sus rodillas—.
Podemos prescindir de esto. Pero esto… —su mano rozó el liguero—, podemos
dejarlo.
A Shauna ya no le importaba nada… pues estaba en un estado tan febril de
deseo que pensaba que iba a explotar. Ella se movió extasiada cuando Max exploro
su suave y satinada femineidad que clamaba su posesión.
Max debió darse cuenta de que ella ya no podía esperar más porque la poseyó
con fuerza, sin advertencia alguna, llenándola totalmente. Shauna se sorprendió de
sus propios movimientos frenéticos y lo envolvió por la espalda con las piernas
cuando la embargó de placer, haciéndola gritar.
Shauna había perdido el control pero era consciente de los continuos espasmos
que invadían a Max. Cuando él gritó también, lo estrechó contra sus senos. Sus
cuerpos unidos recibieron oleadas de placer… dándoles satisfacción total… y paz.
Shauna despertó del placer y encontró a Max observándola antes de hacerle
lentamente el amor otra vez. Después, ya muy de noche, cuando el fuego de la
chimenea se había apagado, él la llevó en brazos hasta su habitación y la acostó en su
propia cama.
Max se arrodilló frente a ella y la recorrió con la mirada de pies a cabeza como
si quisiera memorizar cada parte de su cuerpo. Luego acarició los contornos del
cuerpo de Shauna, moldeó sus senos con las dos manos y después las llevó más
abajo, a su vientre, a sus muslos y al fin a sus tobillos, cubiertos aún por las medias.
—Creo que ahora podemos quitarte esto —le murmuró—. ¿Mmm?
—Lo que tú quieras —contestó ella.
—Oh, cariño… no sabes lo que acabas de aceptar —bromeó.
—Oh, sí lo sé… —sus soñolientas palabras se apagaron al sentirse invadida de
nuevo por el placer.
La mano de Max recorrió lentamente la pierna de Shauna en una especie de
tortura que ella sufrió sin aliento y gimiendo cuando él le deslizó las medias para
quitárselas.
Cuando sus piernas quedaron desnudas, él empezó a besarle los pies, los
tobillos, las rodillas y la parte interior de los muslos. Entonces su boca encontró la
aterciopelada femineidad y se movió con tanta intimidad contra ella, que Shauna se
conmocionó momentáneamente antes de sentir un ardor lento que apenas podía

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creer. Él continuaba ahí, haciéndola gritar delirante. Shauna aún temblaba cuando
sus delicadas manos se deslizaron para acariciarlo. Entonces él subió y quedó frente a
ella sonriéndole antes de inclinarse para besar su boca.
—Shauna… —gimió—. Oh, Dios. Date cuenta. Date cuenta de cómo me pones
—y se le acercó más aún.
Shauna percibió el palpitante poder de su excitación y se maravilló por la
intensa forma en que la deseaba.

A la mañana siguiente, Shauna despertó desnuda y radiante bajo las sábanas


revueltas. Tardó un momento en darse cuenta de que él no estaba a su lado.
Extendió los brazos sobre su cabeza en pose indolente. La sábana se deslizó
dejando al descubierto uno de sus morenos muslos y escondió el rostro en la
almohada de Max, como reviviendo los recuerdos de la noche anterior.
Max era perfecto como amante. En su vida sólo había habido otro hombre,
Harry. Ella creyó que su relación era seria, y pronto se convirtió en su mujer. Pero el
sexo, en lugar de fortalecer la relación, sólo sirvió para terminar con ella. Al poco
tiempo decidieron separarse y continuar siendo amigos.
Pero con Max… había habido algo más. Le había hecho el amor durante casi
toda la noche. Le había hecho cosas que la había ruborizado y ahora estaba
impaciente, anhelando que volviera a hacer lo mismo. Max había dormido poco,
abrazándola fuerte. Ella entraba y salía de su ensueño llena de felicidad cada vez que
despertaba y lo sentía desnudo muy cerca de sí. Ahora, sin él, sintió que una parte de
ella estaba perdida. ¿Dónde estaría Max?
Shauna se sentó en la cama para observar los detalles de la habitación. Ésa era
una habitación irresistiblemente masculina, de paredes color rojo oscuro, adornadas
con pinturas deportivas.
De pronto se sintió como una intrusa, así que apartó las sábanas y cogió una
bata de Max. Se la puso y la sujetó con firmeza en la cintura, luego alisó un poco sus
rizos oscuros con la mano y salió a buscarlo.
En el espejo del pasillo vio su reflejo: una joven de ojos brillantes y mejillas
sonrosadas. «¡Soy yo!», pensó feliz.
Oyó ruidos en la cocina, así que se dirigió hacia allí.
Él no la oyó llegar porque iba descalza. Max le daba la espalda mientras
preparaba café. Shauna miró con adoración los masculinos hombros amplios, sus
largas piernas y el oscuro cabello.
Llevaba puesto unos pantalones vaqueros y un suéter.
—Hola —le dijo suavemente y él se volvió, su expresión era inalterable. No se
parecía al Max de la noche anterior.

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—Buenos días —dijo. No quería café, ella deseaba que la besara y que le dijera
que era hermosa. En vez de eso, Max la miró como si fuera una extraña, con esa
detestable media sonrisa.
Él le entregó una taza con café, pero Shauna temblaba tanto que casi no la podía
sostener, así que la puso rápido en la mesa.
Se sentía muy insegura ya que la noche anterior había sido ella la seductora. Se
había desnudado frente a él y lo había excitado. Si él estaba arrepentido, ella era la
única culpable.
De pronto no pudo soportar más esa situación y le preguntó:
—Max, ¿te arrepientes de lo de anoche?
Se hizo una pausa prolongada y cuando él levantó la vista, su mirada era cauta.
—No creo que éste sea el mejor momento para hablar —dijo bruscamente—.
Toma el café… y después sube a vestirte. Te dejaré en Londres antes de irme a
Cotswolds.
—¿Cotswolds? —lo miró como si acabara de pronunciar la peor de las
obscenidades.
—Sí. Tengo un compromiso desde hace tiempo, lo sabes.
Sí, lo sabía. Pero pensó… ¿Lo sucedido la noche anterior no había cambiado las
cosas? ¿Por qué? Lo que le había dicho indicaba lo contrario. No, nada. La había
llevado a la cama pero ella sabía que una parte de él no quería hacerlo, sólo que, ¿qué
hombre podría resistir tal tentación?
Shauna sintió que sus mejillas ardían y temerosa de llorar en cualquier
momento, se volvió rápido, reprimiendo el llanto.
—Voy a vestirme —dijo en tono tranquilo.
—Aquí te espero —era evidente que no deseaba tenerla cerca.
Mientras se vestía, luchó por olvidar las imágenes que la invadían con horrible
claridad… Max… haciéndole a Marta todas las cosas que había hecho con ella la
noche anterior.
Cierto, él le había dicho que no habría podido pasar la noche con Marta, ni con
ninguna otra mujer. Pero eso fue antes de llevarla a la cama. Ahora ya la había
sacado de su mente, ahora tenía la libertad de regresar al lado de Marta.
Se sentó en la cama y puso la cabeza entre sus manos, mientras toda ella
temblaba. ¿Qué otra cosa esperaba?
El viaje a Londres fue terrible. La carretera estaba casi intransitable. Max
necesitó toda su concentración para no salirse de ella.
El silencio era tan denso que fue imposible de romper. ¿Qué habrían podido
decirse, dadas las circunstancias?
Ella se alegró cuando al fin llegaron a Londres, aunque sabía que cuando la
dejase en el apartamento, se marcharía de nuevo.

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Shauna llegó a su habitación del apartamento. Se detuvo ante la ventana,


mirando sin ver y escuchó pasos a su espalda, pero permaneció inmóvil.
—¿Shauna?
Incapaz de mirarlo, se volvió esperando algún cambio en él, pero la esperanza
murió en cuanto vio su expresión tan fría e indiferente como la de esa mañana.
—Debo irme.
—Sí —se sorprendió ante la normalidad de su propia respuesta.
—Nos vemos a mi regreso. Entonces, hablaremos.
—Sí, Max —fue la respuesta automática, pues apenas se daba cuenta de lo que
decía.
—Adiós —Max dudó como si quisiera decirle algo más, pero evidentemente
cambió de opinión porque salió sin decir nada.

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Capítulo 12
Una vez que Max se marchó, Shauna rompió a llorar. Cuando terminó, su
rostro estaba enrojecido, pero ella no se encontraba mejor.
Luego se dio un baño… pues no lo había hecho por la mañana; el aroma
masculino de Max la rodeaba y no quería quitárselo.
Su piel mostraba pequeños rasguños y moretones donde Max la había besado y
acariciado al calor de su pasión.
Con el cabello mojado fue hacia la cocina a prepararse café y lo tomó mientras
pensaba.
¿No sería mejor marcharse mientras él estaba fuera?
Pero huyendo no solucionaría las cosas. Si no iba a existir nada entre ellos, lo
mejor sería hacer frente a esa situación. Max le había dicho que hablarían a su
regreso. ¿De qué? ¿De los maravillosos días que había pasado en Cotswolds, con
Marta?
Shauna apretó los puños. ¿Qué esperaba? ¿Una propuesta de matrimonio? Max
había sido muy claro al hablar de Marta… «el único tipo de relación que me
conviene».
Ella se le había ofrecido y, aunque Max había luchado contra esa atracción, se le
había puesto enfrente y se había desnudado ante él en un intento por seducirlo.
Al día siguiente, Max había puesto tanta distancia entre ella y él mismo como le
fue posible.
Quizás en el mundo donde se movía esa clase de unión fuera normal. Quizá
Marta entendiese y perdonara las pequeñas indiscreciones de Max… Shauna apretó
más los puños tratando de contener las lágrimas.
Y a pesar de todo, ella tenía esperanzas pues no buscó a Harry ni a Nick sino
que se pasó la tarde vagando por el apartamento, esperando que Max la llamara,
pero no fue así. Ni la primera noche, ni la segunda…
Para la tercera noche, se sentía como una furia enjaulada. De pronto alguien
llamó a la puerta. Ella saltó del sillón y preguntó casi sin aliento.
—¿Sí? —era Charlie, el portero del edificio.
—Aquí hay un caballero que desea verla, señorita Wilde.
Shauna sabía que Max no se anunciaría, pero aún tenía la esperanza.
—¿Quién es, Charlie?
—El señor Hamilton.
¡Rupert! Si no se hubiera preparado para ir a su fiesta, nunca habría hecho el
amor con Max. De pronto sintió deseos de verlo en espera de que su sentido de
humor la animara un poco. Shauna aclaró su garganta y contestó:

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—Está bien, Charlie. Puede subir.


Segundos después Rupert se encontraba arriba.
—Hola, bella —saludó sin más preámbulos, pero al verla de cerca agrandó sus
ojos azules—. ¿O debo decir bestia? ¿Qué te ha pasado? ¡Te encuentro muy mal!
—Falta de sueño combinado con demasiado frío. ¿Qué haces aquí?
—¡Te sigo! —le sonrió—. No hay nada que encuentre más atractivo que una
mujer difícil de conquistar. Pensé que vendrías a mi fiesta… te lo juro. Pero como no
fuiste, he decidido venir.
—Ah —contestó desanimada. El coqueteo ocupaba el último lugar en la lista de
sus prioridades. Rupert frunció el ceño, después se sentó en uno de los sillones.
—¿Dónde está Max?
—En Cotswolds —contestó ella.
—Ah, sí… en su rito de cada año. He oído que la deliciosa Marta tiene una
buena racha pues ha conseguido trabajo en Vogue y Elle.
Su corazón latió. Rupert daba por hecho que estaba con Marta. Ella lo miró
indefensa.
—¿Así que tienes la noche libre? —le sonrió Rupert—. ¿No tienes jefe que te
vigile?
—No —se las arregló para dirigirle una mustia sonrisa.
—¡Perfecto! —le sonrió—. ¿Quieres acompañarme a una fiesta?
Dudó. «¿Por qué no?», pensó desafiante. ¿Por qué quedarse gimoteando
esperando una llamada que seguramente no llegaría, mientras Max cenaba con Marta
en Cotswolds? ¿Por qué iba a quedarse encerrada? En realidad, le vendría muy bien
darse un baño prolongado, tomar una copa de vino y después tal vez poder dormir
una noche entera.
—Gracias, Rupert… me encantará acompañarte —Rupert la miró de arriba a
abajo y le dijo:
—Necesitarás algo de tiempo para disimular esas ojeras… ¡así que date prisa!
Una hora después, Shauna salió de su habitación con su vestido rojo. Conforme
se lo abrochaba, evocó cuando Max se lo deslizó de la cadera y después la tomó en
sus brazos.
Shauna se dejó suelto el cabello y cuando la vio Rupert, silbó admirado.
—¡Increíble! —le dijo.
La fiesta era en Chelsea.
Había botellas de champán por todas partes, Shauna tomó una copa de una
bandeja de plata, mientras escuchaba la conversación de Rupert y otro hombre, que
aseguraba la pronta recuperación del mercado de bienes raíces.

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A las once de la noche todos convinieron continuar la fiesta en el centro


nocturno Lulú.
De cuando en cuando, Rupert la abrazaba y le preguntaba:
—¿Contenta?
—¡Mmm! —contestaba Shauna y daba otro sorbo a su bebida. ¿Contenta? En
realidad no, pero se lo estaba pasando mucho mejor que encerrada en el
apartamento.
La música se tornó romántica y Rupert la sacó a bailar. Rupert le murmuró al
oído:
—¿Te diviertes?
Dadas las circunstancias, sí… de manera sencilla, al lado de un hombre sin
complicaciones.
—Sí —asintió.
De inmediato, Rupert apretó el brazo y acarició la nuca de Shauna, que se puso
rígida. Él debió notarlo porque se apartó un poco y le preguntó:
—¿No?
—No. ¿Te importa?
—Claro que no —contestó Rupert.
Qué hombre tan maravillosamente poco complicado. ¿Por qué no se habría
enamorado de Rupert?
A las dos de la madrugada todos comenzaron a recoger sus cosas para salir.
Rupert tomó a Shauna por la cintura para ayudarla a pasar entre la multitud y
mientras salía, un reflector los cegó, haciendo que Shauna chocara contra Rupert. Ella
parpadeó confundida mientras él la ayudaba a entrar en un taxi.
—¿Qué ha sido eso?
—Los malditos reporteros —le informó Rupert—. Me rodean como verdaderos
buitres.
Shauna no lo había notado.
Quizá a causa del vino y por lo que había bailado, pudo dormir toda la noche
hasta casi las diez y media del día siguiente.
Shauna se puso unos pantalones vaqueros y un suéter viejo, cuando escuchó
que alguien llegaba. Era Max. Marta desapareció de los pensamientos de Shauna y lo
primero que quiso hacer fue correr a abrazarlo, pero algo en la expresión de él, la
contuvo.
—¿Max…?
—Cansada, ¿verdad? —le preguntó él, conteniendo el desprecio que se
apreciaba en su voz.

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La expresión ansiosa y feliz de Shauna cambió por una de extrañeza. Contra


toda lógica esperaba que él aún la quisiera, pero se había equivocado. Max quería
olvidarse de ella. Ella luchó por decirle algo que no destruyera por completo su
orgullo ante él.
—¿Lo… has pasado bien? —preguntó cercana a las lágrimas.
Algo dentro de él pareció estallar y la cogió por los hombros con tal fuerza que
la estremeció.
—¿Cómo has podido hacer eso? —le espetó—. ¿No has sido capaz de esperar ni
siquiera unos cuantos días?
—Me… me haces daño —contestó, pero él no la soltó.
—¿Te hago daño? Te aseguro, Shauna, que estoy tratando de no matarte —
siseó—. O quizá haya otra manera de tenerte. ¿Debo abandonarte y dejarte
deseándome? ¿Mmm? ¿Debo hacer eso? ¿Te gustaría, Shauna? —murmuró—.
¿Quieres que yo…? —sus palabras no eran amorosas. Él la abrazó con fuerza y
aunque retrocedió por la violencia de su voz, su cuerpo reaccionó de manera
involuntaria a ese movimiento. Él también debió sentirlo porque la miró con
desprecio y de inmediato la soltó.
Aunque él hubiera decidido que ya no la quería, no había motivos para que la
tratara como si la odiara.
—¿Qué pasa, Max?
—Como si no lo supieras. ¿A quién tienes programado para esta noche? ¿De
nuevo a Rupert o a otro? —la miró como considerando algo—. Debo decir que hasta
a mí me has tenido embobado… qué buena actriz eres.
Shauna murmuró en tono apenas audible.
—No sé de qué me hablas.
—Entonces quizá esto ayude —le dijo con helado desdén. Sacó un periódico
bastante popular del bolsillo de su chaqueta. Lo abrió en la sección de Indiscreciones
Sociales y ahí, saliendo del club nocturno, estaba la fotografía de ella y Rupert.
No se le había ocurrido pensar que los reporteros utilizaran esa fotografía…
cierto, Rupert pertenecía a la aristocracia, pero ella era por completo desconocida.
Luego miró más de cerca la fotografía, aunque servía como evidencia no
reflejaba la verdad. En la fotografía aparecía una pareja muy amantelada, como si
fueran amantes.
La mano de Rupert la sujetaba con fuerza. El rostro ruborizado de Shauna
mostraba una sonrisa mientras los largos mechones de su cabello se esparcían por la
camisa de Rupert.
Shauna levantó la vista y se encontró con los ojos verdes que la observaban con
frialdad.
—¡No fue así! —gritó a sabiendas de lo inútil de sus palabras.
—Por supuesto que sí —gruñó él.

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Shauna se dio cuenta de que no le daba oportunidad alguna y entonces lo miró


reconociendo la irrefutable verdad. Él le había dicho que no quería comprometerse y
ése era un pretexto perfecto para rechazarla.
Ya no intentó defenderse más. ¿Qué sentido tenía rogarle que la creyera? ¿Para
qué humillarse más? Max parecía tener una regla para su comportamiento y otra
para el de ella. Él podía ir detrás de Marta, pero le echaba en cara esa estúpida
fotografía sin molestarse en evaluarla correctamente.
Max no quería creerla. Deseaba encontrarla culpable.
Aunque lograra convencerlo de que no había nada entre ella y Rupert, jamás
confiaría en ella. En Max ya no había confianza… y sin ella, no se podía vivir.
—Quiero que te vayas de aquí —dijo él en tono controlado antes de volverse
para salir.
—Oh, no te preocupes, Max… ahora mismo me voy. ¡Por nada del mundo me
quedaría aquí! —le gritó deseando que escuchara que su tono también estaba
controlado.

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Capítulo 13
La vida en el apartamento era incómoda. Desde luego, Shauna estaba encantada
de tener un sitio donde dormir y agradecida con Harry y Nick por haberla aceptado
de improviso y sin hacerle preguntas.
Pero Shauna comprendía que en dos años y medio había cambiado su forma de
vivir. A los veintiún años todavía toleraba el desorden, pero ahora prefería una vida
más tranquila y ordenada.
Cuando se levantaba por las mañanas y veía todos los platos sucios, los
ceniceros desbordantes de colillas, y los zapatos abandonados por todos lados
suspiraba profundamente e intentaba no compararlo con la casa de Max en
Oxfordshire.
En realidad, tampoco podía ignorar el desorden pues tenía que dormir en la
sala. Sólo había dos habitaciones, Harry ocupaba una y Nick y su novia ocupaban la
otra. En consecuencia, Shauna tenía que esperar hasta que todos se acostaran para
poder hacerlo ella. Harry le sugería todas las noches que compartiera con él su
habitación y aunque lo decía en broma, ella sabía que estaría encantado si aceptara su
ofrecimiento. Por eso Shauna no se sentía muy tranquila en compañía de Harry, pues
temía que cualquier gesto amistoso fuera malinterpretado por él.
Pronto encontró un empleo de media jornada y aunque la oficina no era
cómoda, al menos el trabajo no requería gran esfuerzo. Con su sueldo compartía los
gastos de la casa.
En cuanto a Max, Shauna trataba de no pensar en él. Los recuerdos eran tabú y
por otro lado, las últimas dos mañanas, se había despertado con un verdadero
terror…
La tarde de un miércoles, casi tres semanas después de que dejara el
apartamento de Max, alguien llamó con fuerza a la puerta. Ella se levantó muy
despacio pues, al parecer, así no se mareaba tanto. Como estaba sola, tuvo que ir a
abrir, aunque estaba segura de que no era para ella porque nadie sabía que estaba
allí… excepto Max… y él nunca iría a buscarla.
Era Rupert. Cuando la vio frunció el ceño.
—¡Estás peor que la última vez que te vi! —exclamó.
—Cuánto te agradezco tu observación —pero no pudo molestarse con él, pues
su tono no era malicioso, sino de preocupación—. ¿Cómo te has enterado de que
estoy viviendo aquí?
—Por Max.
—¿Qué te dijo? —el corazón de Shauna empezó a palpitar y Rupert movió la
cabeza.
—No he hablado con él. Su nueva secretaria me ha dado tu dirección.

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—Entonces ya me ha reemplazado —contestó ella en tono suave y resignado.


Rupert la miraba atento.
—¿Te encuentras bien, Shauna? ¿Puedo pasar?
—Claro —asintió ella y vio que al entrar fruncía la nariz. Ya había arreglado la
salita, pero aun así no se podía comparar con las casas a las que él estaba
acostumbrado.
—Shauna, ¿qué rayos estás haciendo aquí? —le preguntó Rupert con tono serio.
—Vivo aquí.
—Pero, ¿por qué? Esto es pequeñísimo.
—¡Porque no tenía otro sitio donde ir! —le fue imposible contener su tono
trémulo.
—¿Eras feliz en el apartamento de Max, verdad?
Shauna se volvió a mirarlo, sabía que no era culpa de Rupert, pero no pudo
quedarse callada:
—Sí, allí era feliz, pero él piensa… piensa… —su voz se apagó.
—¿Piensa, qué?
—Piensa que tengo una aventura contigo —contestó con la mirada brillante por
las lágrimas. Rupert movió incrédulo la cabeza y contestó:
—No, no es posible. ¿Por qué lo iba a pensar?
—¡Por culpa de aquella foto! —gritó.
—¿Qué foto?
—¡La del periódico!
Rupert se puso bruscamente de pie y la miró.
—¿Estás segura? —preguntó y después asintió confirmando su propia
pregunta—. Sí, él lo pensaría —dijo casi como para sí—. Dime una cosa, Shauna,
¿qué sientes por Max?
—Eso ya no importa. Es demasiado tarde —contestó ella moviendo la cabeza.
—¡No! —exclamó con tono serio—. Nunca es demasiado tarde. Sólo la muerte
hace las cosas imposibles…
La chica frunció el ceño al ver la expresión de dolor en el rostro de Rupert.
Momentos después, Rupert caminó rápido hacia la puerta.
—¿No te quedas a tomar algo? ¿Té…? —preguntó.
—Tengo cosas que hacer —contestó brusco y cerró la puerta a sus espaldas.

Harry y Nick aún no habían vuelto y Shauna volvió a vomitar dos veces antes
de que alguien llamara a la puerta. Suspiró y fue a abrir, pero casi se cae al ver de

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quien se trataba. Él estaba mojado como si hubiera estado mucho tiempo bajo la
lluvia. Lo miró y le preguntó:
—Max, ¿qué haces aquí?
—¿Puedo pasar?
Shauna dudó. «¿Para qué?» Él entrecerró sus verdes ojos e insistió:
—Por favor.
Incapaz de pronunciar palabra, Shauna asintió y se hizo a un lado para dejarlo
entrar.
Ella esperaba sentir una infinidad de emociones, pero no pensó que volvería a
sentir exactamente lo mismo por él: anhelo y deseo de estar entre esos brazos fuertes
y protectores. Su cuerpo aún reaccionaba ante la proximidad de Max. Él le había
destrozado el corazón, y ella aún era tan veleidosa como para seguir amándolo.
Ambos se miraron de frente y Shauna notó que él había cambiado pues estaba
más delgado. La chica pensó que también ella había cambiado; estaba pálida y
ojerosa.
—Estás más delgada —le dijo él al fin.
—Sí —Shauna quiso gritar, llorar y correr a sus brazos, pero aún no sabía a qué
se debía esa visita. Con extrañeza, le preguntó—: ¿Por qué estás aquí, Max?
—Rupert ha venido a verme.
—Bueno, no ha debido hacerlo. No tenía derecho.
—No —contradijo él llanamente—. Era yo el que no tenía derecho. Ningún
derecho para acusarte de algo de lo que eras inocente.
Shauna sintió que las rodillas le temblaban y quizá él lo notó porque la sostuvo
con una mano.
—¿Quieres sentarte, Shauna? Hay algo que quiero decirte.
Ella obedeció de manera automática. Ambos se miraron a los ojos y ella se
estremeció bajo esa mirada, así que volvió la vista hacia otro lado. No quería que él
notara cuánto le afectaba su presencia.
—Nunca te hablé de mi esposa —empezó a decir él—. Pero supongo que te has
dado cuenta que no fuimos felices, ¿verdad?
Shauna asintió. Siempre que hablaba de Blanche su voz se tomaba fría y
distante, como quien describe a un extraño.
—Cuando conocí a Blanche, ambos éramos muy jóvenes. Era muy guapa… y
me quedé prendado —pasó una mano por su alborotado cabello—. Creo que
confundimos la lujuria con el amor —concluyó. Se hizo un breve silencio y Shauna
apenas podía respirar.
—Se quedó embarazada —su tono era brusco—. Y por el bien del niño… nos
casamos. Fue un error —la miró con sinceridad—. No quiero decir que no lo
intentáramos… pero éramos demasiado jóvenes y básicamente incompatibles…

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Fueron tiempos difíciles. Yo trabajaba mucho intentando sacar a flote mi negocio. En


consecuencia, casi nunca estaba a su lado. Teníamos una hermosa casa, pero no
mucho dinero —dudó—. Entonces Rupert regresó.
—¿Rupert? —preguntó, confundida. Él asintió.
—Crecimos juntos, fuimos al mismo colegio… éramos muy buenos amigos. Él
se marchó a conocer el mundo y cuando llegó a Australia, le gustó tanto que decidió
quedarse allí. Regresó cuando Bianca acababa de nacer y entonces vio a Blanche por
primera vez. Rupert tenía mucho dinero… era un hombre bastante atractivo, y… —
se encogió de hombros—, él y Blanche… se enamoraron. Yo no me di cuenta… ni
siquiera lo sospeché… tan ocupado estaba con el trabajo —otra pausa—, la noche en
la que ella murió, me estaba abandonando para irse con él.
De pronto, Shauna lo entendió todo. Al ver la fotografía del periódico, debió
parecerle que la historia se repetía.
—¡Oh, Max! —lloró—. Por Dios… ¿por qué no me dijiste lo de Rupert?
—¿Cuándo? ¿Mientras intentaba negarme lo que sentía por ti? ¿O cuando
trataba de alejarme de ti, luchando contra lo que me inspirabas? ¿Qué derecho tenía
yo para decirte a quien debías ver? Quise decírtelo cuando regresé de Cotswolds,
pero entonces…
—… te encontraste con la fotografía —completó ella—. Oh, Max… ni siquiera
me diste la oportunidad de explicarme. Pensé que buscabas una excusa para
terminar con todo.
—¿Una excusa? Ni siquiera podía hilar un pensamiento coherente. Estaba tan
celoso que no veía nada más. Nunca me he sentido tan furioso a causa de una mujer.
Después, cuando tuve tiempo de pensar, me di cuenta… que todo en ti era cariño.
Sólo que para entonces, pensaba que ya era demasiado tarde. Imaginé que me
despreciarías por mi falta de confianza. Rupert ha venido hoy a verme y me ha dicho
que era hora de olvidar el pasado por el bien de Bianca. Que debíamos dejar de
culparnos el uno al otro por la muerte de Blanche pues nada nos la devolvería.
También me comentó que entre tú y él no existía nada, aunque él lo había intentado.
Pero que le dolía ver lo triste que estabas, y…
—Sí —interrumpió ella con amargura—. «Pobre Shauna, gimoteando por ahí».
—… y lo triste que estaba yo también —concluyó él con calma. Shauna lo miró
incrédula.
—¿Y por qué estabas triste, Max?
—Porque te quiero.
Shauna parpadeó como si no hubiera oído bien.
—Te quiero —repitió Max muy serio.
Shauna tuvo que reprimir las lágrimas. Tenía que hacerle algunas preguntas.
—¿Y Marta? —murmuró—. ¿Has estado con ella en Cotswolds? ¿Fuiste para
tener el último encuentro con ella? —concluyó con amargura.

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—¿Qué? —preguntó incrédulo.


—Marta estaba allí, ¿verdad? ¿Por qué si no te marchaste tan deprisa a la
mañana siguiente como si no pudieras esperar para correr a su lado?
—Sí. Marta estaba allí —contestó con calma—. Tuve que marcharme esa
mañana porque me di cuenta de que estaba enamorado de ti, y eso me aterrorizó —le
sonrió—. Una vez me preguntaste por qué era tan cínico con respecto a las mujeres…
bueno, te lo diré. Después de la muerte de Blanche salí con muchas mujeres, pero por
el hecho de que todo mi dinero estaba invertido en mis negocios y no me quedaba
mucho para derrochar, nunca se me consideró el candidato ideal para marido —rió—
. Pero todo cambió cuando empecé a recoger el fruto de mi esfuerzo. De pronto, esas
mismas mujeres comenzaron a sentir una urgencia incontenible por sentar cabeza y
todas decían que lo que en realidad deseaban era hacer pasteles y esperarme ante el
fuego de la chimenea. Pero tú… eras diferente. Me di cuenta de que no te importaba
el dinero, y que de verdad te importaba… no sólo yo, sino también Bianca. La noche
que pasé contigo admití al fin lo que no quería reconocer… que ya no deseaba la
relación a la que estaba acostumbrado, contigo las cosas iban en serio —su voz bajó
de tono—. Era todo o nada. Pero debía decirle a Marta que por fin me había
enamorado.
Shauna contuvo su deseo de correr a abrazarlo, pues aún debía hacerle otra
pregunta.
—¿Y Trudy?
—Salí con Trudy hace años —rió Max—. La conservé como administradora
porque como te dije… es muy competente en su trabajo —vio el rostro de Shauna—.
Sin embargo —agregó apresurado—, he decidido que ahora otra empresa más
grande se haga cargo de la administración. Escucha, cariño… para mí no existe
ninguna otra mujer, desde el momento en que entraste en mi despacho tan fresca,
joven y vibrante… tan diferente a las demás mujeres. Mi hija te quiere, la señora
Roberts también y toda la gente que te conoce te quiere. La noche que pasé contigo
fue la mejor de mi vida, pero necesitaba tiempo… para pensar. La pregunta es… —
extendió su mano hacia ella—… si tú deseas compartir la vida con un hombre a
quien no le es fácil aceptar la confianza.
No había elección… Lo principal era que los dos se amaban y eso era la mejor
base para la confianza. Ella cogió la mano de Max y le sonrió.
—Claro que lo deseo —le dijo con suavidad—. Porque te quiero y quiero que
confíes en mí, pase lo que pase.
Max enmarcó entre sus manos el rostro de Shauna antes de inclinarse para
besar su boca con tanta dulzura que la dejó sin aliento. Ella lo interrumpió para
apoyarse en él.
—Y la verdad —bromeó él—, si no hubiera estado enamorado de ti, ¡te habría
despedido hace mucho tiempo!
—Oh, malvado… —su respuesta quedó interrumpida porque él volvió a
besarla.

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—¿Podemos irnos a casa? —murmuró Max—. ¡Porque si tus compañeros de


apartamento llegan ahora, podrían quedar conmocionados!
—¿Por qué? —preguntó con fingida inocencia. Él la hizo gemir de placer y de
sorpresa al tomar su delicada mano para que le tocara la entrepierna y se percatara
de cuánto la necesitaba.
—Vamos a casa, a la cama —gruñó él—, antes de que haga algo que hunda mi
reputación para siempre.
Shauna aspiró profundamente pues aún no estaba segura de cómo recibiría la
noticia.
—Antes, debo decirte algo…

Shauna rodó en la cama y cogió su reloj que estaba en la mesita de noche.


Max dio un gruñido de protesta y su mano se movió sensual por la cintura de
Shauna, y después hacia arriba hasta acariciar los senos. Ella suspiró de placer, pero
al recordar la hora que era, se alejó un poco de Max.
—Ven aquí —murmuró él, apretándose contra la espalda de Shauna para frotar
la evidente dureza de su excitación en el firme trasero de la chica.
—Max —protestó ella sin mucha convicción—. En serio, tienes que levantarte.
—Eso es justo lo que pensaba hacer —contestó con picardía antes de empezar a
besar la parte posterior de la oreja de Shauna.
—¡Max! —la mano que le acariciaba los senos ahora se deslizó a su vientre—.
¡Basta! Debo ir a darle el desayuno a David.
—Bianca lo hará —contestó él—. Mañana se va a la universidad y echará de
menos a su hermanito.
Shauna se desperezó entre los brazos de Max antes de decir:
—Casi no tengo la oportunidad de estar con David, cuando Bianca está aquí de
vacaciones.
—Eso es porque quiere a su hermano y porque le gusta dar un respiro a sus
padres —le sonrió Max.
—Debes estar orgulloso de ella, querido —murmuró Shauna, acariciándole el
pecho. Él se apoyó en un codo y la miró con ternura.
—Lo estoy —concedió—. Y apena puedo creer que nuestra niña haya
empezado a estudiar derecho… y que además haya conseguido plaza en Oxford.
Pero también es gracias a ti, cariño… cuando te casaste conmigo nos diste tanto amor
y cariño, que Bianca no pudo menos que florecer… lo mismo que yo —le sonrió con
ternura mientras ella evocaba su expresión, aquel día gris de invierno cuando
estaban en la salita del apartamento de Harry y Nick.
—¿Recuerdas el día que te dije que estaba embarazada? —preguntó risueña.
—¡Por supuesto! ¡Me diste una gran alegría!

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—Creí que te enfadarías —sintió placer al mirarlo a los ojos.


—¿Enfadarme? —rió y le acarició los senos—. ¿No crees que es hora de que
hagamos algo más?
—Sí, por favor —contestó con suavidad.
—Bueno, entonces no detengas a tu marido para que haga lo que es muy
natural. ¿Dónde me quedé? —y movió la mano hacia abajo, hasta su femineidad. Ella
jadeó de placer. Max dejó inmóviles sus dedos pero su mirada chispeaba—. ¿Quieres
que me detenga?
—No… oh —Shauna tembló.
—¿Estás segura?
—¡Sí!
—Entonces dime que me quieres.
—Oh, Max —jadeó—. Te quiero.
—Buena chica —contestó feliz y se inclinó para besarla.

Fin

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