Está en la página 1de 1

CONTACTO CON DIOS

Dice San Juan de la Cruz que la persona recibe de Dios tanto cuanto espera de Él.

Alguien ha dicho, con mucha razón, que el pecado contra el Espíritu Santo consiste en no creer
que es capaz de transformar el mundo ni a uno mismo. Esta es una clase de ateísmo mucho más
peligrosa que la del hombre que dice: «Dios no existe»; porque, aun cuando se diga a sí mismo
que cree en Dios, el que no cree en esa capacidad del Espíritu Santo se ha segado y ha incurrido en
un ateísmo práctico del que difícilmente es consciente. Lo que en realidad dice es: «Dios ya no
puede cambiarme». Ya no tiene ni la voluntad ni el poder de transformarme, de resucitarme de
entre los muertos.

Esperad hasta que sintáis la suficiente fe en Jesús como para pedirle realmente, con absoluta
confianza, el Espíritu Santo. Y entonces... ¡pedid! Pedid una y otra vez, pedid de todo corazón,
pedid cada vez más, pedid incluso descaradamente, como el individuo aquel del Evangelio que
insistía en llamar a medianoche a la puerta de su amigo, resistiéndose a aceptar un «no» por
respuesta. Hay cosas que sólo podemos pedir a Dios con la condición «si es tu voluntad...» Pero en
este punto no existe tal condición. El darnos el Espíritu es voluntad clarísima de Dios, su promesa
inequívoca. No es su deseo de darnos el Espíritu lo que puede fallar, sino:

a) nuestra fe en que quiere de veras darnos el Espíritu; y

b) nuestra insistencia en pedirlo.

Tal vez eso no sea «meditación». Tal vez no os proporcione grandes intuiciones ni grandes
«iluminaciones». Pero sí es oración. Y el Espíritu Santo se nos da en respuesta a una oración hecha
con seriedad, no en respuesta a una meditación diestramente elaborada. Orad, y orad no sólo por
vosotros mismos, sino por todos nosotros, por todo el grupo. No digáis únicamente: «dame»;
decid también: «danos».

Y si deseáis que vuestra oración obtenga el máximo de poder y de intensidad, haced lo que
hicieron los apóstoles mientras esperaban al Espíritu antes de Pentecostés: orar con María. Los
santos nos aseguran que no se sabe de nadie que, habiendo implorado su intercesión o acudido a
su protección, haya visto desoídos sus ruegos. Podéis hacer vuestra esta experiencia de los santos
recurriendo a María en todas vuestras necesidades; entonces lo sabréis, no porque lo digan los
santos, sino por haberlo sentido y experimentado vosotros personalmente. Consagrad estos
Ejercicios a María, la Madre de Jesús. Solicitad su bendición al comenzarlos... ¡y veréis qué
diferencia!

También podría gustarte