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Es un hecho, al menos desde una perspectiva humana, que Dios no utiliza a todos sus hijos
de la misma manera ni con iguales resultados. ¿Dónde está la diferencia? La diferencia está en
la unción del Espíritu Santo. Sin embargo, cada creyente puede ser un instrumento sumamente
útil en las manos del Señor en la medida en que permita que el Espíritu Santo controle su vida
de manera total. El problema de Dios no es que él quiera limitar a su Espíritu, sino que
nosotros le ponemos límites a él apagándolo, contristándolo o resistiéndolo. El Señor está
buscando a personas que estén dispuestas a pagar el precio de una vida sometida en
obediencia incondicional a él, bajo la guía de su Espíritu. Y no son muchos los hombres y
mujeres que estén dispuestos a ello.
La vida y el ministerio de aquellos que han sido ungidos especialmente por el Espíritu Santo
y cuyo servicio se parece en mucho a lo que podemos leer de grandes hombres en Dios, no
tropezaron con la unción ni dieron con ella por casualidad. En todos los casos se trató de
hombres y mujeres que buscaron y encontraron al Señor, fueron ungidos, y recibieron el
poder y la autoridad de Dios para cumplir con su tarea. Por cierto, fueron siervos que vivieron
en santidad y obediencia. Y cuando nosotros también, después de calcular el costo, estamos
dispuestos a pagar el precio y nos rendimos a su señorío, recibimos el mismo poder de lo alto
para cumplir con la misión que nos ha sido confiada. Por supuesto, estoy dando por sentado
que todos nosotros estamos en armonía con Dios y viviendo en obediencia a él. Es decir, no
estamos viviendo en pecado. Pretender ser ungido por el Espíritu Santo con una vida llena de
pecados no confesados es lo mismo que querer derribar una pared con el puño. Dios no va a
oír ni contestar en un caso así.
El líder cristiano efectivo necesita de la unción del Espíritu Santo para cumplir con el servicio
al que es llamado. En Números 11:16–29 se nos relata la experiencia de Moisés y de los setenta
y dos ancianos del pueblo de Israel en relación con la unción de Dios. Indudablemente Moisés
estaba lleno del Espíritu y el Señor lo utilizó para impartir esa unción a los líderes del pueblo,
que comenzaron a profetizar, es decir, a ministrar en el poder sobrenatural de Dios. No hay otra
manera de estar equipados con el poder y la autoridad necesarios para cumplir con el
ministerio cristiano.
La seguridad de la unción
El salmista expresaba su seguridad de una unción fresca de parte de Dios al decir: “Seré
ungido con aceite fresco” (Sal. 92:10, RVR). Esta seguridad descansa en dos elementos que
debemos tener presentes.
La seguridad de la unción fresca descansa en lo que nosotros aportamos
¿Qué es lo que nosotros aportamos como líderes? Por un lado, es nuestra responsabilidad
aportar una rendición completa. Recuerda a las diez vírgenes de la parábola que contó Jesús.
Todas esperaban al Esposo, pero sólo algunas guardaron aceite fresco para mantener sus
lámparas encendidas. Un cristiano puede estar con otros cristianos y puede “salir a recibir al
Esposo con su lámpara,” pero sin la unción fresca no va a poder entrar en el gozo del Señor. Por
otro lado, es necesaria una fe plena. “Seré ungido” es la expresión confiada de quien tiene la
convicción firme de que el deseo de Dios para sus hijos es que sean ungidos conforme a su
promesa. Cuántos creyentes llegan hasta el borde mismo de la bendición, pero nunca la
reciben. ¿Por qué? Porque no confían plenamente en el Señor. Tienen temores o no están
dispuestos a abandonarse en sus brazos de amor.
La seguridad de la unción fresca descansa en lo que el Señor aporta. ¿Qué es lo que él
aporta? Antes que nada, él aporta su fidelidad. La iglesia de Dios la conoce en su experiencia
pasada. Lo que Dios comienza, él lo termina; lo que él promete, lo cumple (2 Co. 1:20–22). Pero
él también aporta su provisión. Un automóvil no puede funcionar si no tiene combustible en el
tanque, por eso, cada tanto hay que parar en una estación de servicio. Un creyente puede tener
todo lo necesario para andar en Cristo, pero si no está lleno del Espíritu Santo no va a ir a
ninguna parte. Además, el Señor aporta su comunión. Una cosa es estar con Cristo y otra es
estar unido a él en estrecha comunión con él, y aún más, vivir íntimamente con él en esa
comunión. ¿Qué es lo que nos impide vivir esta comunión? El pecado, el orgullo, a
mundanalidad, la incredulidad y el temor, entre otras cuestiones. Pero cuando quitamos de
nuestra vida todas estas cosas, el Espíritu Santo tiene oportunidad de colocarnos en una
comunión perfecta con Aquel que nos ama.
¿Deseas con todo tu corazón ser ungido por el Señor con unción fresca, para servirlo con
fuerzas renovadas? ¿Quieres que él aumente tus fuerzas como las del búfalo, a fin de que
puedas bendecir la vida de otros?