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INTRODUCCIÓN

“Sepa lo que tiene que hacer y hágalo”, frase dicha por un

pintor, que en pocas palabras resume todo el contenido de este libro, - ¿Por qué? -, porque el
principio básico de cualquier quehacer humano es ese, este libro nos muestra a manera de
lámparas las características que debe de poseer una obra arquitectónica para considerarse esta
arquitectura real, son una serie de principios estudiados para lograr que como dice la frase el
hacer de la arquitectura se dignó de llamarse obra de arte.

CAPÍTULO 1: LA LÁMPARA DEL SACRIFICIO

Esta lámpara, he dicho que nos mueve al ofrecimiento de

cosas preciosas meramente porque son preciosas, no porque sean útiles o necesarias. Es el
espíritu que, por ejemplo, de dos mármoles bellos, aplicables y duraderos por igual, nos hace
escoger el más costoso por serlo. Por consiguiente, es muy irracional y entusiasta, y acaso mejor
negativamente definido; todo lo contrario del sentimiento dominante de los tiempos actuales, que
busca producir los mayores resultados al mínimo coste.

Pues no es cuestión ahora de si la hermosura y majestad de una construcción pueden o no


responder a un fin moral; no es el resultado de ningún tipo de trabajo de lo que estamos
hablando, sino, lisa y llanamente, de la suntuosidad.

Tallen una o dos columnas en un pórfido cuyo precio solo conozca quien desee usarlo de este
modo; añadan otro mes de trabajo para esculpir unos cuantos capiteles cuya exquisitez no sea
vista ni apreciada por un observador de diez mil; procuren que la más simple albañilería del
edificio sea perfecta y duradera; para quienes estiman estas cosas su testimonio será claro y
solemne; para quienes no las estiman, todo será cuanto menos inocuo. P ero si piensan en la
sensibilidad en sí como un disparate, el acto será inútil.

L a obra puede ser un derroche por demasiado buena para el

material que la sustenta, o demasiado primorosa para aguantar la exposición; y esto por lo general
característico de las obras tardías, es acaso el peor defecto de todos. Que las construcciones se
lleven consigo a la tumba sus poderes, sus honores; pero que dejen sobre todo su adoración.

CAPÍTULO II: LA LAMPARA DE LA VERDAD

Hay defectos pequeños en el espectáculo del amor, errores pequeños en la estimación de la


sabiduría; pero la verdad no olvida una ofensa ni soporta una mancha. Si esto es justo y prudente
en atención a la verdad, mucho más necesario lo es con respecto de los placeres sobre los que
tiene influencia, es maravillosos ver que poder y universalidad reside en este sencillo principio, y
como en el aconsejarse de él u olvidarlo radica la mitad de la dignidad o del declive de todo arte y
acto humano.

En términos generales, las mentiras arquitectónicas se pueden distribuir en tres categorías:

1.- L a insinuación de un tipo de estructura o soporte que no es el verdadero.

2.- Pintar superficies para representar un material que no es el que en realidad hay.
3.- El empleo de ornamentos de cualquier tipo, hecho a máquina o moldeados.

En consecuencia, se puede afirmar que la arquitectura será noble exactamente en la medida que
se eviten estos recursos falsos.

El edificio será mucho más noble cuando descubre a la mirada inteligente dos grandes secretos de
su estructura, como lo hace una forma animal. La introducción de miembros que tendrían, o
profesan tener, una función, sin tener ninguna es una falta a la verdad en un edificio.

Quizá la fuente más fructífera de toda esta clase de corrupciones, de la que tenemos que
protegernos en los íntimos tiempos sea una que, sin embargo, representa una forma “indirecta”, y
de la que no es fácil determinar los límites y las leyes que le son propias; me refiero al empleo del
hierro. “EL ORDEN Y EL SISTEMA SON COSAS MAS NOBLES QUE LE PODER”

L a arquitectura guarda tan estrecha asociación con las figuras y mantiene tan magnífica
confraternidad con ellas que se sienten a un mismo tiempo como una sola obra; y dado que las
figuras han de estar por fuerza pintadas, se sabe que la arquitectura también lo estas. No existe
pues, engaño.

Se puede definir entonces el engaño como la inducción de la creencia en alguna forma o material
que en realidad no existe. En lo tocante a la representación falsa del material, la cuestión es
muchísimo más sencilla y la ley, más radical: toda imitación de este tipo es absolutamente infame
e inadmisible. La última forma de falsedad que, se recordará, teníamos que lamentar era la
situación de la obra manual por la máquina o el molde, expresable como engaño de fabricación.

No fue el ladrón, ni el fanático, ni el blasfemo quien sello la destrucción de lo que habían labrado;
la guerra, la ira, el terror podrán haber causado todo el mal posible, pero lo recios muros se
habrían levantado. Lo que no pudieron es alzarse de las ruinas de su propia violada realidad.

CAPITULO III: LA LÁMPARA DEL PODER

Existe la diferencia entre lo que hay de original y lo derivado en la obra humana; pues cuanto hay
en la arquitectura de justo y hermoso es imitación de formas naturales; y lo que no lo es, si no que
su dignidad depende de la disposición y porte que recibe de la mente humana, se convierte en
expresión del poder de esa mente y cobra sublimidad en proporción al poder expresado.

Así pues, todo edificio muestra al ser humano ya copiando, ya mandando, y el secreto de su existo
consiste en que saber acopiar y cómo mandar.

Así pues, aunque no se ha de dar por sentado que el mero tamaño ennoblecerá un diseño
humilde, sí que cualquier incremento de magnitud le otorgará cierto grado de nobleza: de modo
que conviene definir de buen principio si el edificio ha de ser acusadamente hermoso o sublime.

CAPITULO IV: LA LÁMPARA DE LA BELLEZA

Todas las líneas bellas son adaptación de las más comunes en la creación externa; que, en
proporción a la magnificencia de su asociación, la similitud con el mundo natural, como símbolo y
apoyo, ha de ser perseguida de más cerca y percibida con mayor claridad.
La decoración idónea se buscaba en las formas naturales de la vida orgánica, y principalmente en
las humanas. Además, por frecuencia entiendo esa repetición aislada y limitada que es
característica de toda perfección; no mera multitud.

La arquitectura que por fuerza ha de tratar con líneas rectas, esenciales para sus fines en unos
casos y para la expresión de su poder en otros ha de contentarse muchas veces con el grado de
belleza inherente a tales formas primitivas; y cabe suponer que el máximo grado de belleza se
habrá alcanzado cuando las ordenaciones de esas líneas sean congruentes con los agrupamientos
naturales más frecuentes.

Estrechamente conectado con el abuso de rollos de pergamino y cintas está el de coronas y


festones de flores como decoración arquitectónica, pues las composiciones antinaturales son tan
feas como las formas antinaturales; y la arquitectura al adoptar objetos de la naturaleza, está
obligada a colocarlos, en la medida de su poder, en combinaciones tales que puedan corresponder
y reflejar su origen.

He aquí entonces una ley general, de singular importancia en la actualidad, una ley de simple
sentido común: no decore los objetos que pertenecen al ámbito de la vida activa y ocupada;
donde quiera que pueda reposar, allí sí, decore; donde reposar está prohibido eso es belleza. La
proximidad al ojo no es la única circunstancia que influye en la abstracción arquitectónica, la
imitación más fiel será del objeto más noble.

L as relaciones de todo el sistema de decoración arquitectónica se pueden expresar como sigue:

1.-Forma orgánica dominante.

2.-forma orgánica subdominante. 3.-Forma orgánica abstracta.

4.-Forma orgánica pérdida por completo.

Y si ocurre, como creo es el caso, que es modelo y espejo de la arquitectura perfecta, ¿no hay
nada qué aprender contemplando retrospectivamente la vida de quien lo construyó?, decía yo que
el poder de la mente humana se desarrolló en la soledad.

CAPÍTULO V: LA LÁMPARA DE LA VIDA

En realidad, la sensibilidad vital- se animal o vegetal- puede adquirir la tenuidad que su existencia
deviene asunto problemático; pero cuando es absolutamente manifiesta, lo es sin más: no cabe
confundir imitación o pretensión de tal índole por la vida misma.

Todos los pasos aparecen claramente marcados en las artes, y en la arquitectura más que en
cualquier otra; pues está por depender muy de cerca, del calor de la vida verdadera, es también
particularmente sensible al frío cicuteño de la falsa; no conozco nada más opresivo, cuando la
mente toma de golpe conciencia de sus características, que el aspecto de una arquitectura
muerta.

No hay síntoma alguno de falta de vida en todo arte actual que tome prestado o imite, a no ser
que tome sin pagar interés, o imite sin escoger. Se preguntará, ¿cómo hacer que la imitación de
sea saludable y vital? Lamentablemente, aunque es fácil enumerar los síntomas de la vida, resulta
imposible definirla o comunicarla.
Hay que buscar síntomas nobles y seguros de vitalidad: síntomas independientes, por igual de
carácter decorativo u original de estilo y constantes para todo aquel que sea decididamente
progresivo.

A esto llamo yo arquitectura viva: hay emoción en cada pulgada, un acomodo a cada necesidad
arquitectónica, con un decidido trastrueque de la ordenación, exactamente igual a los ajustes y
proporciones afines en la estructura de la forma orgánica. Hay bastante desvarío, bastante
grosería, bastante sensualidad en la existencia humana sin que convirtamos los pocos momentos
brillantes que tiene en puro mecanismo.

CAPITULO VI: LA LÁMPARA DE LA MEMORIA

Solo hay dos vencedores firmes del olvido de los seres humanos: la poesía y la arquitectura; y esta
última que, de una forma u otra, engloba a la primera, detenta más poder en su realidad; es bueno
tener no solo lo que las personas han pensado y sentido, si no lo que sus manos han manipulado,
su fuerza forjada y sus ojos contemplando todos los días de su vida.

Al convertirse en conmemorativa o monumental, los edificios civiles y domésticos alcanzan una


verdadera perfección, esto en parte porque con tales miras se construye de una manera más
estable, y en parte, porque, por consiguiente, se da vida a la decoración con un propósito histórico
o metafórico.

Así pues, quisiera tener las casas corrientes construidas para durar; construidas para ser
agradables, tan excelentes y plenas de amenidad como se pueda, igual por dentro que por fuera;
con que grado de parecido en estilo y clase con cualquier otra; pero en todo caso con las
diferencias que pudieran convertir y expresar tanto el carácter como la ocupación de cada
persona, y en parte su historia.

En los edificios públicos, el designio histórico debería de ser más preciso. Mejor la obra tosquísima
que narra una historia o registra un hecho, que la más exquisita sin ningún significado. No debería
de haber un solo ornamento en los grandes edificios que no tuviera un propósito intelectual.

Rara vez cabe imaginar las benévolas consideraciones y propósitos de los seres humanos en
conjunto, prolongándose más allá de su propia generación. Cuanto más lejos coloquemos nuestra
meta, cuanto menos deseemos ser nosotros mismos testigos de aquello por lo que hemos
trabajado, más amplia y pingüe sea la medida del éxito.

En la arquitectura, la belleza occidental y super inducida es, con mucha frecuencia, incompatible
con la conservación del carácter original; por lo tanto, lo pintoresco se busca en la ruina y se
supone que consiste en la decadencia. Sin embargo, aun cuando se busque de este modo, consiste
en la mera sublimidad de las grietas, fracturas, o manchas o vegetación que la arquitectura asimila
con el quehacer de la naturaleza y le confieren esas condiciones de forma y color que la mirada
humana aprecia de manera universal.

CAPÍTULO VII: LA LÁMPARA DE LA OBEDIENCIA

A decir verdad, la obediencia se fundamenta en una especie de libertad, de lo contrario de


convertiría en mero sometimiento, pero esa libertad solo admite que la obediencia pueda ser más
perfecta y así, mientras se precisa cierta medida de atrevimiento para paternizar la energía de las
cosas, la belleza, el placer y la perfección de todas ellas radica en la perfección. No es todo;
podemos observar que la integridad de la obediencia de las cosas a las leyes que sobre ellas actúa
es proporcional a su majestad en la escala del ser.

Por lo tanto, podríamos concluir sin la luz de la experiencia que la arquitectura no podría florecer
más que en los momentos que estuviera sujeta a una ley nacional tas estricta y de tan meticulosa
autoridad. Si existe alguna condición que, a la vista del progreso de la arquitectura, juzguemos
clara y general; si entre los testimonios en contra del éxito que acompaña a los accidentes
adversos de carácter y circunstancia, se puede trazar alguna conclusión firme e indiscutible, es
esta: que la arquitectura de un país es magnífica solo cuando es tan universal y esta tan
consolidada como su idioma y, cuando las diferencias provinciales de estilo no son más que otros
tantos dialectos.

Cuan firmemente delimitados han de estar los principios en un primer momento, lo podemos
establecer sin dificultad con una reflexión en torno a los imprescindibles métodos de enseñanza
de cualquier otra rama del saber en general.

He titubeado uno o dos veces mientras escribía, y a menudo e refrenado el curso de lo que, de
otra forma, podría haber sido insistente persuasión, pues la idea se me ha atravesado: que pronto
puede resultar vana toda la arquitectura que no está hecha con las manos.

CONCLUSIÓN ANALÍSIS PERSONAL

Todas las opiniones vertidas en este libro demostradas en forma de lámparas llevan a una simple
conclusión, la arquitectura es más que solo edificar algo, construir y definir superficies; hay toda
una metodología y principios a seguir para que una construcción sea considerada arquitectura. No
solo son características físicas de la obra, si no más importante, son factores espirituales del ser
humano.

Se debe de imprimir en ellas espíritu y principio como la verdad, la obediencia, el poder, la belleza
e incluso la vida misma que se presume que un objeto inanimado no puede tener; esto se logra
imprimiendo cada uno de los sentires que se expresan en las lámparas, uno de los más
importantes en mi opinión es la lámpara del tiempo, porque es la única manera en que la
arquitectura puede hablar por sí misma, rebasando las barreras del tiempo y logrando ser
apreciada por su belleza y espíritu en cualquier contexto histórico en el que se encuentre.

En conclusión, la arquitectura como una de las bellas artes, debe poseer la capacidad de provocar
sentimientos al receptor de la obra no solo por su magnífica edificación si no por el significado
cultural y espiritual que esta conlleva.

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