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Existen faltas ligeras a los ojos del amor, existen errores ligeros para los
dictámenes de la ciencia; pero la verdad no perdona ninguna falta ni soporta
ninguna mancha. Tenemos el hábito de contemplar la falsedad en sus más
negras consecuencias con las intenciones más nefastas. Esta indignación que
pretendemos experimentar por la mentira, no la experimentamos
verdaderamente más que por la mentira perniciosa. Nos irritamos contra la
calumnia, la hipocresía y la perfidia, porque nos hacen daño, pero no porque
sean contrarias a la verdad. Quitamos a la falsedad la difamación y el perjuicio, y
no queda apenas una leve sombra. Si la transformamos en alabanza, nos causa
placer. No son por tanto, la calumnia ni la perfidia las que producen en este
mundo la mayor parte de los males; es la mentira brillante y dulce a un tiempo, la
falsedad amable, la mentira patriótica del historiador, la mentira calculada del
hombre de Estado, la mentira del sectario celoso, la mentira piadosa del amigo,
la mentira indiferente de cada uno de nosotros para consigo mismo… Esto es lo
que arroja este negro misterio de la humanidad.
Los moralistas no deberían de confundir tan frecuentemente la importancia del
pecado con su falta de merecimiento de perdón. No quiero disminuir la
vituperación del pecado, perjudicial y malo, de la falsedad egoísta y reflexiva,
para lo cual me parece el medio más rápido el evitar las formas más sombrías de
la mentira y velar sobre las que mezclan impunes en nuestra vida ordinaria. No
mintamos jamás. No consideréis la mentira como inofensiva, descartémosla
todas; fútiles o fortuitas, no dejan de ser el hollín del negro humo del abismo. La
verdad, como una bella letra, no se adquiere más que con la práctica. Hablar y
obrar con toda la verdad constante y exactamente, es cosa casi tan difícil y
meritoria como hacerlo bajo, la amenaza del castigo. Es maravilloso observar
cuánta fuerza y universalidad encierra este solo principio de la decadencia de
todo arte y de todo acto del hombre.
La arquitectura será más noble cuanto más evite todos esto procedimientos
falsos.
Quiero hablar del uso del hierro. La definición del arte de la arquitectura es
independiente de los materiales empleados, practicado este arte hasta
comienzos del siglo XlX en arcilla, piedra y en madera, resulta que el sentido de
la proporción y las leyes de la construcción están basados sobre las necesidades
nacidas para el empleo de estos materiales.
Si la arquitectura es a primera de las artes que se perfecciona, precederá
siempre, como precedió en sus comienzos, a la posesión de la ciencia necesaria
para obtener el hierro. Su primera aparición debe depender del empleo de
materiales como la arcilla, la madera y la piedra. No se puede menos de admitir
que una de las principales dignidades de la arquitectura se deriva de su
naturaleza histórica. Toda idea relacionada con las proporciones, las
dimensiones, la decoración o la construcción depende de la presuposición de
materiales idénticos.
3.- La última forma de la falsedad que nos proponíamos censurar era, como se
recordará, la sustitución del trabajo manual por el de molde o de máquina, Dos
razone de igual importancia militan contra esta práctica; la primera, que todo
trabajo o molde o a máquina es malo como trabajo; la segunda, que es innoble.
Aún suponiendo que el adorno debido al trabajo manual no se distinguiera del
debido al mecánica lo que un diamante auténtico de otro strass, y que el uno
pudiera por el momento burlar la mirada del constructor, como el otro el examen
de un joyero, y que sólo un estudio atento pudiera diferenciarles, a pesar de todo,
y así como una mujer elegante desdeñaría llevar alhajas falsas, un arquitecto que
se respete desdeñaría estos falsos adornos.
Una de ellas está en el empleo del ladrillo. Puesto que se sabe desde el principio
que ha sido moldeado, no hay razón para que se moldee de diferentes formas.
Nadie habrá de suponer que hubieron de ser tallados y no engañará por
consecuencia para que no se le conceda el crédito que se merece.
Tales son los tres principales géneros de mentiras que pueden corromper la
arquitectura. Cuando la construcción se convirtió en una ordenada multitud de
línea airosas y paralelas, su forma inesperada y accidentalmente desenvuelta
atrae aún de modo inevitable las miradas. Surge de pronto una forma
independiente y nace un nuevo elemento característico de la obra. El arquitecto
le dedica a su atención y estudia y distribuye sus partes como se ha dicho.
El fenómeno de que hablamos, el rosetón fue, con una alegría pueril, conducidas
a ser una nueva fuente de belleza y los macizos intermediarios se abandonaron
para siempre como elementos de decoración.
El arquitecto se muestra complacido de este nuevo capricho e investiga el modo
de realizarle. Al cabo de algún tiempo, las barras de rosetón resultan a la vista
como si estuvieran entrelazadas igual que las mallas de una red. Era este un
cambio que sacrificaba una gran parte de la verdad; sacrificaba la expresión de
las cualidades de la materia.