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Contexto político y oportunidad

Hanspeter Kriesi

Introducción

En su estudio de la contienda popular en Gran Bretaña durante finales del siglo XVIII y principios
del XIX, Charles Tilly (1995) observó un cambio básico en los medios de protesta o reclamos
populares: un cambio de formas de contienda a largo plazo, locales y muy variables hacia un
nuevo repertorio de formas a largo plazo, nacionales y de aplicación general. Estos cambios
masivos en la contienda involucraron una parlamentarización y nacionalización de la presentación
de reclamos. Por lo tanto, el momento de la presentación de reclamaciones pasó a depender más
de los ritmos de la discusión parlamentaria y la acción gubernamental. Gran Bretaña fue el
primero, pero de ninguna manera el único país, donde tuvo lugar un cambio a tan gran escala.
Como explica Tilly (1995: 364-77), estos cambios se produjeron porque “cambió toda la estructura
de las oportunidades políticas". Más específicamente, fueron el resultado de cuatro procesos
relacionados que convergieron para cambiar profundamente las oportunidades de la protesta
popular: El cambio económico y demográfico, y la historia acumulativa de la contienda se
entretejieron para crear las condiciones para un nuevo repertorio de protesta popular de gran
escala y alcance nacional. Además, mejoraron la ventaja estratégica y el margen de maniobra de
las asociaciones constituidas formalmente, especialmente aquellas con distritos electorales
nacionales, como base para la contienda popular. En primer lugar, la expansión, el fortalecimiento
y la centralización del estado británico impulsados por la guerra dieron una ventaja política cada
vez mayor a los grupos que podían transmitir sus demandas directamente al Parlamento, cuyos
poderes fiscales y regulatorios aumentaron de década en década. En segundo lugar, la
capitalización, la comercialización y la proletarización de la vida económica crearon la base para la
división de clases y brindó a los trabajadores y empleadores mayores incentivos y oportunidades
para unirse a escala regional o nacional. En tercer lugar, el crecimiento de la población, la
migración, la urbanización y la creación de organizaciones productoras más grandes dieron una
ventaja adicional a las organizaciones y los empresarios políticos capaces de conectar y coordinar
las acciones de grupos dispersos de personas. Finalmente, las creencias, memorias, modelos y
precedentes compartidos de episodios anteriores de contienda popular contribuyeron a dar forma
a los episodios venideros.

Este relato del cambio trascendental en la contienda popular en el pasado británico


proporciona una excelente ilustración del enfoque del proceso político de los movimientos sociales
y su concepto clave: la estructura de oportunidades políticas. Normalmente, los autores que
trabajan con este enfoque explican un aspecto específico de la contienda popular (aquí el cambio
en el repertorio de acciones de la contienda popular) mediante un cambio en la estructura de
oportunidades políticas. La noción de "oportunidad política" de Tilly puede ser más amplia que la
aplicada por otros autores que comparten el mismo enfoque y, en el ejemplo presente, puede ser
más "estructural" que algunos otros ejemplos de su propio trabajo. Pero ilustra muy bien la
estrategia general adoptada por los practicantes del enfoque de proceso político.
Jon Elster (1989: 13) reduce esta estrategia general a sus elementos básicos: sus "tuercas
y tornillos" más elementales. Argumenta que podemos ver la acción humana individual (como la
participación individual en la protesta popular) como el resultado de dos operaciones de filtrado
sucesivas. El primer filtro se compone de todas las restricciones a las que se enfrenta un
individuo. Las acciones consistentes con estas restricciones forman el "conjunto de
oportunidades" de un actor. El segundo filtro es un mecanismo que determina qué acción dentro
del conjunto de oportunidades se llevará a cabo realmente. La elección entre las opciones que
hayan pasado el primer filtro estará determinada por los "deseos" del actor: sus intereses,
preferencias, valores, intenciones de acción o metas.

Elster agrega (1989: 20) que incluso si las oportunidades son objetivas, externas al actor,
lo que explica la acción es el deseo del actor junto con "sus creencias sobre las oportunidades".
Este énfasis es crucial, porque un actor puede no ser consciente de ciertas oportunidades o puede
sobreestimar algunos aspectos de las oportunidades disponibles. Por lo tanto, los activistas del
movimiento suelen sobrestimar el grado de oportunidad política y, como observan Gamson y
Meyer (1996: 285), "si no lo hicieran, no estarían haciendo su trabajo sabiamente". Sin embargo,
la información sobre las creencias de los actores involucrados en episodios de contiendas
políticas tiende a ser difícil de conseguir, lo que induce a los practicantes del enfoque de proceso
político a hacer algunas suposiciones heurísticas simplificadoras sobre el comportamiento de los
actores involucrados. Por lo tanto, a menudo asumen el principio de racionalidad: que los actores
políticos hacen lo que creen que les permitirá alcanzar sus objetivos en el conjunto de
oportunidades dado. Haciendo esta suposición y teniendo una buena idea de los objetivos de los
actores y su conjunto de oportunidades, los observadores científicos proceden a predecir lo que
harán los actores mediante la "resolución vicaría de problemas", es decir, poniéndose a sí mismos
"indirectamente" en la misma situación y pensando qué harían si estuvieran allí (Schelling 1984;
Aya 1990: 9).¹

El enfoque de proceso político se ha vuelto muy popular en la investigación de


movimientos sociales. Algunos observadores incluso creen que se ha convertido en "el paradigma
hegemónico entre los analistas de movimientos sociales" (Goodwin y Jasper 1999: 28). Sin duda,
proporciona una herramienta muy poderosa para el estudio de la contienda popular. Sin embargo,
la popularidad del enfoque del proceso político también ha tenido sus inconvenientes: ha dado
lugar a todo tipo de interpretaciones de sus términos clave, se han utilizado de muchas formas
diferentes y el “consenso respecto al término ‘oportunidad política’ ha resultado difícil de alcanzar”
(McAdam 1996: 24). De hecho, como tantos otros conceptos populares, el término “oportunidad
política” adolece de un descuido en la definición y de “estiramiento conceptual” (ver Sartori 1968,
1991), lo que tiende a reducir su valor heurístico y teórico. Gamson y Meyer (1996: 275) incluso
sostienen que el concepto de “estructura de oportunidad política” está “en peligro de convertirse
en una esponja que absorba virtualmente todos los aspectos del entorno de los movimientos
sociales: instituciones políticas y cultura, crisis de diversas géneros, alianzas políticas y cambios
de política.... Amenaza con convertirse en un factor de manipulación que lo abarca todo para
todas las condiciones y circunstancias que forman el contexto de la acción colectiva”. En este
artículo, intentaré poner algo de orden en la conceptualización del contexto político y la
oportunidad, y subrayar la continua utilidad de este enfoque al proporcionar algunas ilustraciones
de su poder explicativo.
El marco general del enfoque del proceso político

Es útil comenzar por distinguir diferentes modos de análisis: marcos, teorías y modelos (Ostrom
1999: 39 y sigs.). El enfoque de proceso político, en primer lugar, proporciona un marco para el
estudio de los movimientos sociales, es decir, un conjunto de herramientas conceptuales
generales que ayudan a los analistas a generar las preguntas que deben abordarse en el estudio
de los movimientos sociales y delimitar el campo de investigación. Los marcos tienen una función
heurística, pero aún no proporcionan explicaciones o predicciones (Schlager 1999: 234). El
desarrollo de teorías permite al analista especificar qué elementos del marco son particularmente
relevantes para ciertos tipos de preguntas y formular hipótesis específicas sobre la relación entre
estos elementos. El enfoque del proceso político se ha elaborado en teorías específicas para
cuestiones específicas. Los modelos, a su vez, hacen suposiciones precisas sobre un conjunto
limitado de parámetros y variables. Los modelos permiten probar partes específicas de la teoría.

La Figura 4.1 proporciona un marco para el estudio del contexto político. Este marco es
una versión actualizada de un intento anterior de aceptar la complejidad conceptual característica
del campo (Kriesi y Giugni 1995: xvi). El contexto político es un concepto más general que el de
oportunidad política. Dependiendo de las preguntas específicas formuladas por diferentes autores,
se han seleccionado y combinado diferentes elementos del contexto político para estudiar el
“conjunto de oportunidades políticas” relevante de los actores involucrados. El presente marco
distingue entre tres conjuntos de variables: estructuras, configuraciones de poder y contextos de
interacción (ver también della Porta 1996: 80). Veamos los diferentes elementos de cada conjunto.
Estructuras

La “estructura de oportunidad política” constituye lo que podríamos llamar el núcleo duro del
marco del proceso político. La idea básica del marco es que “las estructuras de oportunidad
política influyen en la elección de las estrategias de protesta y el impacto de los movimientos
sociales en su entorno” (Kitschelt 1986: 58). Desde que Eisinger (1973) introdujo por primera vez
la noción de “estructuras de oportunidad política”, los estudiosos de los movimientos sociales han
distinguido entre estructuras “abiertas” y “cerradas”, es decir, estructuras que permiten un fácil
acceso a la política o que dificultan el acceso. Kitschelt (1986) introdujo la distinción adicional
entre estructuras de “entrada” y “salida”, es decir, estructuras que se refieren específicamente a la
apertura del sistema político en la fase de entrada del ciclo de políticas o a su capacidad para
imponerse a sí mismas en la fase de salida. En la práctica, resultó difícil separar claramente estos
dos tipos de estructuras: los sistemas abiertos tienden a tener solo una capacidad limitada para
actuar, mientras que los sistemas cerrados tienden a tener una capacidad algo mayor para actuar.

El núcleo de las estructuras, a su vez, está compuesto por las instituciones políticas
formales. El grado de apertura del sistema político es una función de su centralización (territorial) y
el grado de su separación (funcional) de poder. Cuanto mayor es el grado de descentralización,
más amplio es el acceso formal y menor es la capacidad de acción de cualquier parte del sistema.
La descentralización implica una multiplicación de actores estatales y, por tanto, de puntos de
acceso y toma de decisiones. En los estados federales, como los de Alemania, Suiza o los
Estados Unidos, existen múltiples puntos de acceso relevantes a nivel nacional, regional y local.
En estados centralizados, como los de Francia, los Países Bajos o Suecia, los puntos de acceso
regionales y locales son bastante insignificantes. Además, la apertura del sistema está
estrechamente relacionada con la separación (funcional) de poderes. Cuanto mayor es la
separación de poderes entre el legislativo (ámbito parlamentario), el ejecutivo (gobierno y
administración pública) y el judicial, así como dentro de cada uno de estos poderes, mayor es el
grado de acceso formal y más limitada la capacidad del estado para actuar.

Los parámetros que caracterizan la arena parlamentaria conciernen más específicamente


al sistema electoral y al sistema de partidos. Los sistemas electorales brindan más o menos
acceso dependiendo de su grado de proporcionalidad: los sistemas proporcionales son más
fácilmente accesibles para los actores políticos emergentes que los sistemas mayoritarios o
pluralistas. Cuanto más proporcional es un sistema electoral, mayor suele ser el número de
partidos, lo que nuevamente aumenta las posibilidades de acceso. El número de partidos, a su
vez, determina, junto con la composición interna de los partidos, es decir, el número de facciones
y grupos que existen dentro de los partidos, el proceso de formación de coaliciones.

A grandes rasgos, podemos distinguir los sistemas de partidos con partidos disciplinados
que pueden considerarse actores unitarios de los sistemas de partidos con partidos heterogéneos
e indisciplinados. Un gobierno unipartidista altamente disciplinado, como el gabinete británico,
proporciona acceso limitado y tiene una gran capacidad para actuar, mientras que las coaliciones
multipartidistas formadas por partidos indisciplinarios, como las grandes coaliciones que
encontramos en Suiza, probablemente brinden múltiples puntos de acceso y tienen una capacidad
limitada para actuar. En cuanto a la administración pública, los parámetros que especifican el
grado de apertura se refieren a la cantidad de recursos, la coordinación interna, la
profesionalización y la disponibilidad de aliados del movimiento en el servicio público. Cuanto
mayor sea la cantidad de recursos a su disposición y mayor sea su coordinación interna y
profesionalización, más fuerte y menos accesible será el servicio público. Por el contrario, cuanto
mayor sea el número y el poder de los aliados del movimiento dentro del servicio público, más
accesible será y es más probable que los actores del movimiento tengan la posibilidad de influir en
las políticas públicas.

Hay dos distinciones conceptuales útiles para resumir el grado de accesibilidad


institucional de los sistemas políticos. Primero, podemos distinguir entre estados fuertes y débiles
(ver Krasner 1978; Badie y Birnbaum 1979; Birnbaum 1985; Koopmans y Kriesi 1995: 27): los
estados fuertes se caracterizan por estructuras institucionales que limitan su accesibilidad con
respecto a su entorno y los hacen capaces de hacer las cosas, mientras que los estados débiles
tienen instituciones que las abren, pero también limitan su capacidad de acción. Francia constituye
el caso paradigmático de un estado fuerte, Estados Unidos el ejemplo típico de un estado débil.
Otra forma de resumir el grado de accesibilidad institucional del sistema político es adoptar la
distinción de Lijphart (1999) entre democracias mayoritarias y de consenso: las democracias
mayoritarias concentran el poder político dentro y entre las instituciones, lo que limita su
accesibilidad y mejora su capacidad de actuar, mientras que las democracias de consenso dividen
el poder político y, por lo tanto, aumentan la accesibilidad institucional y limitan la capacidad de
acción. Gran Bretaña es el caso paradigmático de una democracia mayoritaria y Francia también
es bastante mayoritaria, mientras que los pequeños estados de Europa occidental son ejemplos
típicos de una democracia de consenso. Los Estados Unidos comparten la herencia anglosajona
mayoritaria, pero al contrario que el estado unitario británico, tienen un estado federalista
caracterizado por una separación de poder de gran alcance, lo que contribuye a su alta
accesibilidad.

En nuestro estudio comparativo de los nuevos movimientos sociales en Europa Occidental,


además de las estructuras institucionales, introdujimos la noción de “estrategias predominantes”,
que se refiere a los procedimientos que suelen emplear los miembros del sistema político cuando
tratan con adversarios (Koopmans y Kriesi 1995: 34 y sigs.). Distinguimos entre estrategias
exclusivas (represivas, confrontativas, polarizadoras) e integradoras (facilitadoras, cooperativas,
asimilativas). Estas estrategias imperantes tienen una larga tradición en un país determinado y
están relacionadas con su estructura institucional. Por lo tanto, es más probable que las
autoridades políticas en las democracias de consenso se basen en estrategias integradoras que
sus colegas en las democracias mayoritarias. En estos países, la tendencia a apoyarse en
estrategias integradoras es el resultado de una experiencia de aprendizaje colectivo que se
remonta a la resolución de los conflictos religiosos, que han desgarrado a estos países durante
siglos. La resolución de estos conflictos proporcionó los modelos para abordar los desafíos
políticos durante los siglos venideros (Lehmbruch 1996, 1998; Christin 1997). De manera similar,
la tendencia a apoyarse en estrategias represivas es el resultado de experiencias históricas, como
lo argumenta Gallie (1983), quien rastrea las reacciones represivas de las élites gobernantes
francesas al desafío de la protesta del movimiento obrero después de la Primera Guerra Mundial
hasta experiencia anterior de represión de la Comuna de París en 1871.

Las estrategias predominantes de cómo lidiar con los adversarios constituyen un primer
ejemplo de modelos culturales que tienen un efecto generalmente facilitador o restrictivo sobre la
movilización de los movimientos sociales y su posible éxito. Una segunda categoría importante de
modelos culturales se refiere a las oportunidades político-culturales o simbólicas que determinan
qué tipo de ideas se vuelven visibles para el público, resuenan en la opinión pública y son
consideradas “legítimas” por la población. Koopmans y Statham (1999: 228) propusieron el
término “estructura de oportunidad discursiva” para denotar este segundo tipo de modelos
culturales. Aplican el concepto a la movilización de la extrema derecha, un movimiento social que
moviliza un encuadre étnico-cultural de la identidad nacional contra la idea de la nación como
comunidad política o cívica. Ponen a prueba y confirman la siguiente hipótesis: “la resonancia del
marco de extrema derecha y, en consecuencia, sus posibilidades de movilización y éxito, serán
mayores (1) cuanto más corresponda y legitime el discurso dominante sobre identidad nacional y
ciudadanía a la etnia. -tipo ideal cultural de identidad nacional, y (2) menos la concepción
dominante de la nación esté fundamentada y legitimada por elementos cívico-políticos” (229).

Los modelos culturales se pueden combinar con las estructuras políticas institucionales
para llegar a conjuntos de oportunidades más complejos y enfocados. Kriesi (1995b: 177) combina
las estructuras institucionales y las estrategias predominantes para llegar a cuatro escenarios
generales para el enfoque de los miembros de la política hacia los adversarios. Koopmans y
Statham (1999: 247-8) combinan oportunidades discursivas e institucionales para llegar a una
tipología cuádruple de resultados predichos del movimiento: donde no hay oportunidades
discursivas ni institucionales disponibles, el adversario no encontrará apoyo para sus ideas y
demandas, ni lo hará poder acceder a la política. Cuando hay oportunidades discursivas
disponibles pero el sistema político está cerrado, es probable que la élite política se apropie del
adversario: asumirá aquellas demandas y marcos de los adversarios que no entran en conflicto
con sus ideas dominantes, mientras que simultáneamente los excluye o incluso los reprime como
actor colectivo. En la situación opuesta - acceso abierto, pero oportunidades discursivas
desfavorables - es probable que el adversario sea cooptado sin obtener concesiones sustantivas
reales. La respuesta completa finalmente es el resultado, donde el adversario obtiene tanto
acceso como éxito sustancial, un resultado que se espera sólo cuando hay oportunidades
disponibles tanto en el ámbito institucional como en el discursivo.

El concepto de “modelos culturales” que he introducido aquí es más estrecho que la


distinción más general entre las dimensiones cultural e institucional de la oportunidad de Gamson
y Meyer (1996: 279 y sigs.). Solo se refiere a los elementos estables del repertorio cultural en un
sistema político dado que influyen en la reacción de la élite y del público ante los adversarios.

Tanto las estructuras institucionales como los modelos culturales están influenciados por
estructuras aún más fundamentales, que deberíamos incluir en nuestra conceptualización del
contexto político estructural en el sentido amplio del término. Las instituciones políticas y los
modelos culturales están influenciados por las estructuras de división política específicas del país
y por el contexto internacional del país. La estructura de división política específica de un país, a
su vez, tiene sus raíces en la estructura de conflicto social y cultural de su sociedad. Los conflictos
sociales y culturales no se convierten automáticamente en divisiones políticas, por supuesto, pero
solo si se organizan como tales (Bartolini y Mair 1990: 216). Si bien la base social-estructural de
un conflicto político surge del cambio social, el conflicto en sí es el resultado del acoplamiento de
los procesos de cambio social - urbanización, crecimiento demográfico, industrialización,
globalización y similares - con los procesos de democratización, politización y movilización. El
cambio social determina potenciales estructurales y culturales de movilización política que
permanecen latentes mientras no sean politizados por un actor político colectivo como un
movimiento social.

Las divisiones sociales y culturales tradicionales constituyen la base de la estructura de la


división política incluso hoy. En el caso de las sociedades de Europa occidental, el impacto de
tales divisiones tradicionales en la estructura de división política ha demostrado ser muy resistente
al cambio (Lipset y Rokkan 1967; Bartolini y Mair 1990; Bartolini 2000). Así, todavía hoy, los
sistemas de partidos de Europa occidental reflejan la estructura de los conflictos religiosos y de
clase de los siglos pasados. La capacidad de movilización de nuevos adversarios, como los
nuevos movimientos sociales que se han movilizado en Europa Occidental desde finales de los
sesenta, depende fundamentalmente del potencial de movilización restante de los conflictos
políticos tradicionales (Brand 1985: 322-3). En la medida en que los conflictos tradicionales aún
son importantes y segmentan a la población en grupos adversarios mutuamente conscientes, hay
poco espacio de maniobra para nuevos tipos de adversarios que intenten articular un nuevo tipo
de conflicto social o cultural. Al comparar la movilización de nuevos movimientos sociales en
cuatro países de Europa occidental en los años setenta y ochenta, Kriesi y Duyvendak (1995) han
encontrado evidencia de la existencia de tal relación de “suma cero” entre las escisiones políticas
tradicionales y las nuevas.

Hasta ahora, mi análisis de las estructuras se ha centrado en el contexto político nacional.


Sin embargo en los sistemas de gobernanza multinivel contemporáneos, el Estado-nación
constituye sólo un nivel entre varios. Si bien creo que el nivel nacional sigue siendo el más
significativo en cuanto al contexto político para la movilización de los movimientos sociales (ver
della Porta y Kriesi 1999), es importante que no perdamos de vista los otros niveles involucrados.
Por un lado, los estados-nación se subdividen en niveles de gobernanza regional y local. La
variación de la estructura de oportunidades entre regiones o estados miembros es de gran
importancia sobre todo en los estados federales, pero la importancia de las variaciones en los
contextos locales para la movilización del movimiento social es muy relevante en todas partes. Por
otro lado, los Estados-nación se insertan cada vez más en sistemas de gobernanza
supranacionales o internacionales que imponen restricciones y abren oportunidades para los
actores de los movimientos sociales. Por lo tanto, Imig y Tarrow (2001: 7-8) plantean la hipótesis
de que, si Europa se está convirtiendo en un sistema de gobierno, “tarde o temprano los
ciudadanos comunes llevarán sus reclamos y sus formas de contienda política más allá de sus
fronteras y hacia este nuevo nivel de gobernanza”. Piensan que “la contienda política es una
forma de hacer esto, con profundas consecuencias para la Europa de las élites”. En segundo
lugar, también sugieren que “las autoridades europeas no sólo toleran sino que fomentan la
expresión de reclamos a través del cabildeo y otras formas rutinarias y que esto tiene un efecto de
confinación en formas más radicales de acción colectiva y contienda política”.

Configuraciones de actores

El siguiente conjunto de variables se refiere a las configuraciones de actores. Desde el punto de


vista de un movimiento social movilizador, esta configuración tiene tres componentes principales
(Hunt et al. 1994): los protagonistas, antagonistas y espectadores, es decir, la configuración de
aliados (legisladores, autoridades públicas, partidos políticos, interesados), organizaciones,
medios de comunicación, movimientos afines), la oposición (autoridades públicas, agentes
represivos, contraataques) y la audiencia no directamente implicada, pero atenta,
respectivamente. La distinción analítica entre la configuración de los actores políticos y el tercer
nivel de análisis, el contexto de interacción, asume implícitamente un ordenamiento de los
episodios de contienda política en el tiempo. Las configuraciones de los actores representan lo
que sabemos del conjunto de actores en un momento dado: sus capacidades, percepciones y
evaluaciones de los resultados que pueden obtenerse (sus “recompensas” en términos de teoría
de juegos) y el grado en que sus intereses son compatibles o incompatibles entre sí. La
configuración describe el nivel de conflicto potencial, la “lógica situacional” en ese momento, pero
no especifica cómo va a evolucionar la situación, ni dice cómo se ha creado (ver también Scharpf
1997: 72). Por un lado, cualquier configuración dada de actores políticos es el resultado de
procesos de formación de actores y coaliciones - la formación/destrucción de grupos (identidades
y categorías), alianzas y sus infraestructuras (organizaciones y redes), en resumen, CATNETs
(CATegorical NETworks, Tilly 1978) que han tenido lugar anteriormente. Por otro lado, la
configuración de los actores políticos en un contexto dado constituye el punto de partida para el
análisis de un episodio dado de interacción estratégica entre un movimiento social, sus aliados y
la oposición: el contexto de interacción.

La configuración de los actores políticos en un momento dado está determinada en parte


por las estructuras del contexto político. Así, los nuevos movimientos sociales que hemos
analizado en Europa Occidental se enfrentaron a una estructura de alianzas muy diferente según
la configuración de la izquierda, su “aliado natural”, que a su vez fue moldeada decisivamente por
la herencia de las estrategias imperantes para enfrentar con adversarios en un país determinado.
Así, la herencia de estrategias separatistas en un país como Francia había provocado la
radicalización y eventual separación del movimiento obrero en una izquierda socialdemócrata
moderada y una izquierda comunista radical. Esta separación en el movimiento obrero, a su vez,
contribuyó a la continua relevancia de la lucha de clases, que, en el momento del surgimiento de
los nuevos movimientos sociales franceses a fines de la década de los setenta, limitó la
disponibilidad de la izquierda para la movilización de los nuevos movimientos sociales. En la
situación francesa, donde la izquierda estuvo dominada por el Partido Comunista hasta finales de
la década de 1970, los socialistas no podían convertirse en aliados incondicionales de los nuevos
movimientos sociales. Tenían que seguir apelando a la clase trabajadora en términos tradicionales
de clase para evitar la competencia comunista, y tanto los socialistas como los comunistas tendían
a instrumentalizar los nuevos movimientos sociales, especialmente el movimiento por la paz y el
movimiento de solidaridad, para sus propios fines electorales (Kriesi 1995a).

Sin embargo, la configuración de los actores políticos es menos estable que el


componente estructural del contexto político. Así, la estructura de la alianza de un movimiento
dado puede cambiar decisivamente en cualquier elección, dependiendo de si el partido político
que constituye un “aliado natural” para el movimiento social en cuestión es elegido para el
gobierno o pierde su puesto de gobierno. Así, los socialdemócratas tendían a apoyar a los nuevos
movimientos sociales de Europa occidental cuando estaban en la oposición, mientras que eran
aliados mucho menos fiables cuando estaban en el gobierno (Kriesi 1989, 1995a). Además,
también es mucho más fácil para los movimientos sociales modificar la configuración de los
actores políticos que modificar el contexto estructural. Como señala Tarrow (1994: 98), los
movimientos sociales pueden crear oportunidades políticas para las élites: “Tanto en un sentido
negativo, cuando sus acciones propician motivos para la represión; y, en uno positivo, cuando los
políticos oportunistas aprovechan la oportunidad creada por los adversarios para proclamarse
tribunos del pueblo”. Los manifestantes por sí mismos, explica, rara vez tienen el poder de afectar
las prioridades políticas de las élites.

El objetivo de los adversarios es, como señala Wolfsfeld (1997: 29), “generar discrepancias
entre los poderosos. Los adversarios intentan hacer incursiones entre las élites, que pueden
representar fuentes para proporcionar y legitimar marcos alternativos”. Según Tarrow (1994: 98),
la reforma es más probable “cuando los desafíos externos a la política proporcionan un incentivo
político para que las élites dentro de ella promuevan sus propias políticas y carreras”.
Mientras que los autores que analizan la movilización de los movimientos sociales en una
perspectiva comparativa (transnacional, transregional o translocal) se basan en gran medida en
explicaciones que involucran elementos estructurales, los autores que hacen estudios de caso
dentro de Los contextos nacionales tienden a poner el énfasis en las configuraciones de los
actores políticos. Más importante aún, tienden a adoptar una perspectiva longitudinal que implica
comparaciones a lo largo del tiempo y cambios importantes en las configuraciones de los actores
políticos. En su opinión, son los cambios en las configuraciones de los actores políticos, la
inestabilidad de los alineamientos políticos, los que crean la oportunidad para una movilización
exitosa (Tarrow 1994: 87-8). Tal inestabilidad puede estar relacionada con la cambiante suerte
electoral de los partidos principales. Según el “modelo de división social” de realineamientos
políticos (Flanagan y Dalton 1984)², la brecha cada vez mayor entre el funcionamiento del sistema
político y las aspiraciones de la gente contribuye a un sentimiento cada vez más intenso de
frustración o insatisfacción por parte de la población. Esta creciente insatisfacción, a su vez,
conduce a un desalineamiento en el sistema de partidos: debilita las identificaciones partidistas
existentes entre el electorado, aumenta la volatilidad de los votantes, crea tensiones y conflictos
en el sistema de partidos, socava a los líderes establecidos y contribuye a las divisiones internas
en los partidos principales. Eventualmente, a medida que los partidos y sus electorados ajusten
sus posiciones a la nueva división, se producirá un realineamiento en el sistema de partidos, un
cambio duradero en los alineamientos electorales que se produce con motivo de una o varias
“elecciones críticas”. Como Martin (2000), debemos distinguir entre una “elección de ruptura”, que
marca la ruptura de los antiguos alineamientos, y una “elección de realineamiento”, que marca el
comienzo de una nueva era electoral duradera. Si bien las dos elecciones críticas pueden
coincidir, no es necesario que lo hagan. El período de transición entre los dos puede durar muchos
años e incluir varias elecciones adicionales. La incertidumbre creada por tal proceso de
realineación puede inducir a las élites a competir por el apoyo de fuera de la política. El
movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos proporciona un ejemplo bien conocido de la
influencia creada por los reajustes electorales: tanto el declive del voto blanco del sur como el
movimiento de votantes afroamericanos a las ciudades del norte aumentaron el incentivo para que
los demócratas buscaran soporte negro. Con su “margen electoral estrecho como una navaja, la
administración Kennedy se vio obligada a pasar de arrastrar los pies cautelosamente a tomar la
iniciativa de los derechos civiles, una estrategia que fue extendida por la administración Johnson a
la histórica Ley de Derechos Electorales de 1965” (Tarrow 1994: 87).

La inestabilidad de los alineamientos políticos también puede referirse a una situación


política específica. En otras palabras, las oportunidades cambiantes para la movilización y el éxito
pueden ser específicas del dominio de las políticas (Gamson y Meyer 1996: 280, 285; Rucht 1998:
119). Siguiendo a Sabatier y Jenkins-Smith (1999), podemos asumir que la configuración de
actores en un dominio de políticas dado está estructurada en varias coaliciones de defensa.

No todas estas coaliciones tienen la misma cantidad de influencia en el dominio de las


políticas en cuestión, pero la legislación de políticas en un dominio dado está típicamente
dominada por una de las coaliciones que ejerce lo que Baumgartner y Jones (1993) han
denominado un “monopolio de políticas”. Un “monopolio de políticas” tiene dos características
importantes que son muy paralelas a las dos características básicas de una coalición de
incidencia: una estructura institucional definible responsable de la legislación de políticas que
limita el acceso al proceso de políticas; y una poderosa idea de apoyo relacionada con los valores
políticos fundamentales asociados con la estructura en cuestión. La estructura institucional en
cuestión puede ser simplemente la estructura de interacciones cooperativas entre los miembros
de la coalición de incidencia, todos los cuales comparten las mismas ideas de apoyo. Ahora bien,
algún choque externo, como cambios en las condiciones socioeconómicas, catástrofes,
coaliciones de gobierno en todo el sistema o resultados de políticas de otros subsistemas, pueden
desestabilizar el equilibrio específico del dominio. Los cambios sociales y culturales, y los eventos
catastróficos impredecibles pueden causar fallas de las políticas en el dominio en cuestión, los
cambios de poder en todo el sistema pueden causar los correspondientes cambios específicos del
dominio, y los resultados de las políticas de otros subsistemas pueden causar desorden en las
rutinas tradicionales de resolución de problemas en el dominio. Siguiendo el modelo de
Baumgartner y Jones, el proceso de políticas en un dominio de políticas dado puede
conceptualizarse como un “equilibrio puntuado”: largos períodos de estabilidad y legislación de
políticas incrementales bajo los auspicios de una coalición dominante son interrumpidos por
intervalos más cortos de cambio de política. A medida que se desestabiliza el monopolio político
de la coalición dominante, los paradigmas políticos establecidos debilitan su control sobre las
mentes de los responsables políticos y se introduce la controversia. Esto proporciona una
“ventana de oportunidad” (Kingdon 1984: 173-204) para el cambio de políticas en general y para la
intervención de los actores de los movimientos sociales en particular.

La política de energía nuclear estadounidense es un ejemplo de la construcción y el


colapso de un monopolio político. A mediados de la década de 1950, los entusiastas de la
tecnología en Estados Unidos habían construido un estricto monopolio de políticas centrado en los
usos civiles de la energía nuclear. En 1974, no sólo se había derrumbado el subsistema específico
del dominio, sino que la opción nuclear civil estaba, a todos los efectos prácticos, muerta. No se
han encargado nuevas plantas de energía nuclear en los Estados Unidos desde 1977, y más de
un centenar de plantas previamente ordenadas han sido abandonadas o canceladas. El
monopolio de las políticas de los partidarios de la energía nuclear fue cuestionado por primera vez
por personas de adentro, personal técnico de la Comisión de Energía Atómica (AEC) que
comenzó a cuestionar las decisiones de seguridad de la agencia. El conflicto dentro de la
comunidad política comenzó a extenderse hacia afuera cuando los científicos de la agencia
filtraron información a la Unión de Científicos Preocupados y otros grupos antinucleares. Esta
conexión les dio a los oponentes externos la credibilidad que necesitaban para atacar el sistema.
Una crisis de legitimidad externa se desarrolló en 1972, cuando la oposición y los aliados del
emergente movimiento antinuclear impugnaron todas las audiencias de licencia. La crisis del
petróleo y el creciente movimiento antinuclear (con el último reforzado por el primero) sacaron la
energía nuclear del reino de los “triángulos de hierro” y cerraron las puertas al espectáculo de los
medios y los debates partidistas. Baumgartner y Jones (1993: 70) sostienen que la oposición ganó
principalmente al lograr que se aceptara su visión del tema y al alterar la naturaleza del proceso
de toma de decisiones al expandir la gama de participantes involucrados. Cuando la industria
perdió el control del problema, cuando la oposición extendió el lugar para incluir la concesión de
licencias, la supervisión y la fijación de tarifas, se determinó el futuro. Cualquiera que sea la razón
última del colapso de la coalición de energía nuclear en los EE. UU. (Ver más abajo), el caso de la
energía nuclear de EE. UU. Ilustra las oportunidades que se abren para los movimientos sociales
a medida que se afloja el control de las coaliciones dominantes en un ámbito político.

Los cambios específicos en el ámbito de las políticas pueden crear nuevas oportunidades
para los movimientos que operan en el ámbito de las políticas en cuestión. Pero algunos dominios
de políticas también son más o menos accesibles que otros por razones estructurales. Así,
Duyvendak y Giugni (1995: 96-8) distinguen entre lo que ellos llaman dominios de políticas de
“alto perfil” y “bajo perfil”. Los dominios de “alto perfil” se caracterizan por su importancia crítica
para el mantenimiento de las relaciones de poder establecidas en una política determinada.
Ejemplos de dominios de “alto perfil” incluyen seguridad nacional, energía o inmigración, mientras
que la política cultural sería un ejemplo de un dominio de “bajo perfil”. Es probable que el acceso
para los adversarios en dominios de “perfil alto” sea más difícil que para aquellos en dominios de
“perfil bajo”.

Finalmente, como han señalado los críticos (Goodwin y Jasper 1999: 34), no todos los
movimientos sociales están igualmente enfocados en el proceso político y, por lo tanto, dependen
en el mismo grado de las oportunidades políticas para su movilización y éxito. Para algunos
movimientos, que han sido llamados “orientados hacia la identidad” (Cohen 1985; Raschke 1985;
Rucht 1988), “subculturales” o “contraculturales” (Kriesi et al. 1995), la expresión de identidades
colectivas a través de la acción colectiva o la implementación de cambios sociales y culturales son
una preocupación primordial. Dichos movimientos tendrán un mayor grado de autonomía del
contexto político y, por lo tanto, serán explicados de manera menos adecuada por el enfoque
actual. El movimiento de mujeres, o al menos parte de él, es un ejemplo obvio e importante, y
probablemente no sea una coincidencia que este movimiento haya recibido menos atención del
enfoque de proceso político de la que merece (ver Koopmans 1999: 98), aunque esta situación
está cambiando (ver Minkoff 1995, 1997; Banaszak 1996; Soule et al. 1999; McCammon et al.
2002).

Contexto de interacción

El tercer nivel de análisis se refiere al contexto de interacción. Este es el nivel de los mecanismos
que vinculan las estructuras y configuraciones con la agencia y la acción, y es en este nivel donde
se vislumbran las estrategias de los movimientos sociales y sus oponentes. Varios autores que
simpatizan con el marco general del enfoque del proceso político han criticado el “sesgo
estructural” y el determinismo implicados en gran parte del trabajo reciente en esta área (ver
Joppke 1993; Midttun y Rucht 1994; Goodwin y Jasper 1999; McAdam et al. 2001). Tales críticos
desean poner más énfasis en los elementos procesuales. Insisten en las especificidades de los
contextos específicos del movimiento, en la dinámica de la interacción entre los actores en un
mismo contexto y en las interpretaciones subjetivas de los actores involucrados.

En principio, nada en el enfoque general impide tal énfasis. Por tanto, la versión más
temprana del modelo de proceso político —la descripción de McAdam (1982: 48-51) del
movimiento por los derechos civiles— ya era muy consciente de los elementos subjetivos que
median entre la oportunidad y la acción. Él insistió en que “la mediación entre la oportunidad y la
acción son las personas y los significados subjetivos que atribuyen a sus situaciones”, y en ese
momento criticó a los defensores de la perspectiva clásica y de la movilización de recursos por
ignorar este proceso crucial de atribución. Más recientemente, McAdam et al. (2001: 46) insisten
en el mismo punto:

“Amenazas” y “oportunidades” no se pueden leer automáticamente a partir de los tipos de


cambios objetivos en los que los analistas se han basado típicamente. Volvamos a Rosa
Parks. Esta no era una dama sureña recatada que automáticamente aprovechó una
estructura objetiva de oportunidades. Tenía una historia de activismo por los derechos
civiles que la llevó a ella y a sus seguidores de Montgomery a atribuir una oportunidad, no
solo a la injusticia de la segregación en los autobuses, sino también a la influencia
económica potencial de la población negra de la ciudad.
El marco general es lo suficientemente abierto para dar cabida a tal perspectiva, incluso si
sus proponentes no están de acuerdo en dónde poner el énfasis.

Las oportunidades específicas del contexto pueden tomar formas muy diferentes,
dependiendo de las estructuras del sistema político, que constituye el contexto general, las
configuraciones de actores en todo el sistema y en el dominio específico, y los eventos
precipitantes (ver más abajo). No obstante, podemos sistematizarlos de forma sencilla, asumiendo
un comportamiento estratégico por parte de los actores del movimiento (Tilly 1978: 100-15, 133-8;
Koopmans y Kriesi 1995: 38 ss .; Koopmans 1999: 102-3): distinguiendo entre los factores que
influyen en los costos y beneficios de la acción colectiva en sí (el lado de los “medios”) y los
factores relacionados con los objetivos de dicha acción (el lado de los “fines”). Con respecto a
ambos, los actores del movimiento pueden anticipar reacciones positivas y negativas del entorno
político a una opción estratégica particular de acción, es decir, las oportunidades y los riesgos de
esa opción. Con respecto a los objetivos, se puede esperar que las autoridades respondan
favorablemente, es decir, que cambien sus políticas en la dirección de los objetivos del
movimiento (podemos llamar a esto reforma); o desfavorablemente, es decir, para cambiar las
políticas en la dirección opuesta (podemos llamar a esto amenaza). También existe la posibilidad
de una combinación de reforma y amenaza o de ninguna respuesta. Con respecto a la acción
colectiva, se puede esperar que las autoridades apliquen sanciones que aumenten los costos de
la acción colectiva (represión) o recompensen la acción colectiva, por ejemplo, proporcionando
recursos o apoyo moral (facilitación). Una vez más, la respuesta anticipada también puede ser una
combinación de represión y facilitación, o ninguna respuesta en absoluto.

Los actores del movimiento tomarán sus decisiones estratégicas sobre la base de su
apreciación de las oportunidades específicas de reforma y amenaza, y los riesgos específicos de
represión y facilitación que enfrentan. Como sugieren Gamson y Meyer (1996: 283), la definición
de oportunidad, es decir, la apreciación de la situación concreta, es típicamente muy polémica
dentro de un movimiento social y sugieren que “nos enfocamos en el proceso de definir la
oportunidad y cómo funciona ”. Los debates dentro de los movimientos generalmente giran en
torno a cuestiones de “oportunidad relativa” para diferentes cursos de acción. Este debate se pasa
por alto, señalan Gamson y Meyer (1996: 284), cuando hablamos de oportunidad para el
movimiento en su conjunto. La oportunidad puede cambiar a favor de alguna parte específica del
movimiento, los radicales por ejemplo, y puede resultar en una radicalización del movimiento en
su conjunto. Sin embargo, según el enfoque del proceso político, las “oportunidades relativas”
están determinadas en gran medida por la configuración de los actores y el contexto estructural. El
resultado de los debates internos de los movimientos, en otras palabras, está limitado por el
contexto político más amplio, que los actores del movimiento orientados estratégicamente no
dejarán de tener en cuenta en sus deliberaciones.

Una vez que la interacción entre el movimiento y sus antagonistas se ponga en marcha,
contribuirá a la modificación de su contexto político más amplio: sobre todo, los episodios de
interacción contenciosa probablemente modificarán la configuración relevante de los actores y, por
lo tanto, cambiarán la situación específica de oportunidades para opciones futuras de acción
colectiva. McAdam y col. (2001) introducen una serie de mecanismos que se centran en la
modificación de la configuración de los actores en el transcurso de la secuencia de interacción.
Dichos mecanismos pueden servir para facilitar más acciones de movimiento: así, la
“intermediación” contribuye a la vinculación de diferentes actores o sitios, es decir, al
fortalecimiento de alianzas de apoyo; La “apropiación social” es un proceso mediante el cual los
activistas del movimiento se apropian de las organizaciones existentes para sus propios fines; Los
“cambios de objeto” pueden unir a los actores del movimiento que antes no estaban relacionados
en torno a un adversario común; los "cambios de identidad" pueden traer nuevos grupos al
movimiento; La “certificación” por parte de los actores de apoyo puede servir para mejorar la
prominencia y legitimidad de los actores del movimiento. Procesos análogos pueden contribuir al
fortalecimiento de la oposición del movimiento y, por lo tanto, aumentar los riesgos de una mayor
acción del movimiento. Además, la alianza del movimiento puede verse debilitada por un “objeto” y
“cambios de identidad” desfavorables entre sus propias filas, por intentos centrados en la
“descertificación”, por intentos fallidos de “intermediación” y, de por supuesto, medidas represivas
de manera más general.

Resultados seleccionados

Hasta ahora, he expuesto los elementos del marco general del enfoque de proceso político.
Construir teorías y modelos a partir de estos elementos implica especificar las variables a explicar.
Qué aspectos del contexto político son teóricamente importantes dependerán del aspecto de la
contienda popular que deseamos explicar (McAdam 1996: 29-31): el surgimiento, el momento y el
ritmo de las acciones contenciosas, los niveles y formas que adoptan, o el niveles y formas de su
éxito. Además, debemos distinguir las teorías de acuerdo con el nivel de análisis que abordan: las
teorías pueden centrarse en el micronivel de episodios contenciosos individuales (como la
campaña del movimiento por la paz contra los misiles de crucero), el nivel meso de movimientos
específicos o partes de la situación social del sector del movimiento (como los nuevos
movimientos sociales), o en el nivel macro de todo el sector del movimiento social o fenómenos
que todo lo abarcan como los ciclos de protesta o las revoluciones. Combinando los dos criterios,
llegamos a una clasificación sencilla de fenómenos que se explicarán en el marco del enfoque de
proceso político.

Básicamente, existen dos diseños para probar la teoría: estudios de casos longitudinales y
comparaciones transversales en diferentes niveles (local, regional, nacional o internacional) de la
estructura de gobernanza política (McAdam et al. 1996: 17). Los diseños longitudinales son
particularmente adecuados para el estudio de las oportunidades concretas dentro de un contexto
de interacción, mientras que los diseños transversales son particularmente efectivos para el
análisis del impacto del contexto estructural.

El surgimiento de la contienda popular

Los aspectos del contexto político se han utilizado sobre todo para explicar el surgimiento de la
contienda popular. Un ejemplo famoso del tipo de razonamiento involucrado aquí es el libro de
Skocpol (1979) sobre Estados y Revoluciones Sociales. En el origen de las tres revoluciones
sociales que estudió, Skocpol encuentra una conjunción de dos factores clave: una crisis política y
estructuras sociopolíticas (es decir, una forma determinada de estructuras de división nacional)
que dieron lugar a un descontento generalizado y facilitaron insurrecciones. La crisis política es
provocada por la intensificación de la presión nacional (cambios en la estructura del contexto
político) que conduce a una crisis fiscal del estado (tensión institucional e incluso colapso), lo que
a su vez da lugar a profundas divisiones en el gobierno y las élites sobre cómo responder a la
disminución de la eficacia del estado y los problemas fiscales (realineamientos en la configuración
de los actores). Las revueltas se vuelven incontrolables en este momento, donde las deserciones
del régimen se generalizan, donde la élite pierde su cohesión y ya no es capaz de ejercer su
control social (mediante medidas represivas). Goldstone (1998) ofrece un relato análogo del
colapso del régimen comunista en la ex Unión Soviética. Según este relato, la Unión Soviética en
la década de 1980 reveló todas las principales tendencias típicas de una sociedad que se
encamina hacia la revolución: un estado debilitado paralizado por fracasos económicos y políticos;
una élite fuertemente dividida sobre cómo responder a los problemas del estado y con un gran
número de aspirantes a puestos de élite educados y talentosos pero frustrados que habían llegado
a rechazar la legitimidad del liderazgo y el sistema que lo sustentaba; y una población que sufre
una marcada disminución en los niveles de vida y que se moviliza rápidamente para apoyar a las
élites que buscan un cambio radical.

Skocpol (1979: 154) afirma haber identificado las causas suficientes de las situaciones
social revolucionarias. Pero insistiría en que los diversos elementos del contexto político definen
sólo un conjunto de condiciones necesarias para el surgimiento de la contienda: su “conjunto de
oportunidades”. La transformación de una situación potencialmente explosiva en el desarrollo de
los eventos dentro del contexto de interacción. es históricamente contingente y, por tanto, bastante
impredecible. Los “factores precipitantes”, los eventos “confinatorios” o “catalizadores” y los
“agravios impuestos repentinamente” juegan un papel crucial en tal transformación (Rucht 1998:
126). Además del “conjunto de oportunidades”, el desarrollo de los acontecimientos depende
fundamentalmente del segundo filtro mencionado por Elster: las elecciones que hacen los actores
sobre la base de sus preferencias (véase también Dunn 1985: 86).

Así, los acontecimientos que condujeron a la Revolución Francesa se pusieron en marcha


por la decisión del rey de invitar a la población a presentar sus quejas a las autoridades (cahiers
de doléances), una “ventana de oportunidad” con consecuencias bastante inesperadas. La muerte
de Franco desencadenó la transición a la democracia en España, un resultado algo más
predecible. El incidente con Rosa Parks lanzó el boicot de autobuses de Montgomery, que se situó
al comienzo del movimiento de derechos civiles. La declaración del estado de emergencia en
Kenia en 1952 resultó en el arresto del líder nacionalista Jomo Kenyata y otras 145 figuras
políticas de Kenia, lo que desató la revuelta de Mau Mau. El asesinato del líder de la oposición
Benigno Aquino fue el origen de la “Revolución Amarilla” de Filipinas. Los accidentes en Three
Mile Island y Chernobyl fueron cruciales para la movilización del movimiento antinuclear. La
contingencia del evento precipitante puede variar de una ocasión a otra. Como McAdam et al.
(2001: 147) observan, “el evento catalítico a menudo no es accidental, ni el punto de partida
primordial del episodio”, sino la culminación de un largo conflicto. En la medida en que la
acumulación de un conflicto político aumente sistemáticamente las oportunidades de movilización,
es más probable que podamos dar cuenta del desarrollo de los episodios contenciosos
posteriores.

El nivel y la forma de movilización.

Las estructuras de oportunidad política se adaptan idealmente a la explicación del volumen y la


forma de la contienda popular. Varios estudios longitudinales y transversales ilustran su utilidad
para la explicación de estos aspectos de la acción colectiva. El estudio longitudinal de Tilly (1995)
sobre el cambio en el repertorio de acción de la protesta británica, que introdujo este artículo,
proporciona un ejemplo de cómo un cambio en la estructura institucional de oportunidades puede
provocar un cambio en el repertorio de la protesta popular. El estudio de los orígenes
institucionales del voluntariado cívico en Estados Unidos por Skocpol et al. (2000) es otro ejemplo
con un diseño longitudinal. Este ejemplo muestra el fuerte impacto del modelo ampliamente
comprendido y prestigioso de la Constitución de los Estados Unidos en la construcción de
organizaciones locales en una era en la que la movilización popular tenía sentido para todo tipo de
propósitos: las organizaciones cívicas que llegaron a dominar la vida cívica estadounidense eran
vastas y asociaciones de miembros entrelazadas, organizadas según las líneas del sistema
político federal, con unidades locales débilmente vinculadas entre sí en las ramas estatales, y
estas a su vez envían representantes a los organismos nacionales.

Un tercer ejemplo del tipo longitudinal lo proporciona el estudio de Koopmans (1993, 1995)
sobre la dinámica de las olas de protesta en Alemania. Muestra cómo el repertorio de acciones de
la contienda popular generalmente cambia a lo largo de las olas de protesta, como resultado de
las oportunidades cambiantes que enfrentan los actores del movimiento en el contexto de
interacción. Como explica Koopmans, inicialmente, los nuevos movimientos de movilización
dependen de la novedad. Las protestas confrontativas, como ocupaciones, sentadas y bloqueos
están atrayendo la atención de los medios, aunque el movimiento aún no tiene una gran
capacidad de movilización. Sin embargo, este modelo estratégico inicial es inherentemente
inestable. Las innovaciones tácticas pierden su capacidad de sorprender y atraer la atención de
los medios, y las autoridades aprenden a lidiar con tales acciones de manera más efectiva. Los
movimientos sociales deben compensar la pérdida de novedad aumentando el número o la
militancia, las dos opciones estratégicas alternativas básicas. Se favorece la elección de una
estrategia para aumentar el número si se dispone de aliados fuertes. El apoyo de los aliados, sin
embargo, tiene su precio: es probable que induzca al movimiento a moderar sus estrategias y
objetivos, lo que puede generar fricciones con sus activistas más radicales, que recurrirán a una
mayor militancia para hacerse oír. Es probable que las reacciones bifurcadas de las autoridades
(represión de los radicales y concesiones a los moderados) profundicen la división entre
moderados y radicales. Al menos parcialmente satisfechos por las concesiones que obtuvieron,
los moderados tienden a desmovilizarse, mientras que los radicales cada vez más aislados
encuentran difícil obtener alguna medida adicional de éxito. Con el declive del nivel general de
movilización del movimiento, el repertorio de acción, por lo tanto, tiende a radicalizarse y el
conflicto interno tiende a aumentar. Mientras las perspectivas de éxito sean favorables, diferentes
facciones pueden encontrar un terreno común, o al menos acordar una “coexistencia pacífica”. Sin
embargo, una vez que las cosas van mal, el conflicto interno debilita sustancialmente un
movimiento. Esto sucedió, como sostiene Koopmans (1992: 201-6), con el movimiento pacifista
alemán después de que el gobierno decidiera desplegar misiles de crucero y Pershing en 1983. El
artículo original de Eisinger (1973) proporciona un primer ejemplo de un diseño comparativo.
Comparó la protesta en las ciudades estadounidenses y pudo demostrar que la protesta ocurre
con mayor frecuencia en ciudades cuya estructura de oportunidades políticas refleja una
combinación de características abiertas y cerradas. Su hallazgo de una relación curvilínea entre
oportunidades y niveles de protesta ha sido replicado por varios estudios posteriores. No es
probable que la protesta ocurra en sistemas extremadamente cerrados (represivos) o
extremadamente abiertos (facilitadores).

La explicación de Eisinger (1973: 15) de la relación curvilínea todavía se expresa en el


lenguaje de la teoría clásica: “La protesta ocurre en un sistema mixto porque el ritmo del cambio
no sigue el ritmo de las expectativas, aunque el cambio está ocurriendo”. Este es el lenguaje de
las “expectativas crecientes” típico de la teoría de privación clásica. Más en línea con el enfoque
del proceso político, prefiero argumentar con consideraciones estratégicas: en un sistema
extremadamente abierto, la reforma se avecina de todos modos, es decir, los actores del
movimiento social no necesitan movilizarse; mientras que en un sistema extremadamente cerrado,
la reforma nunca llega y la represión es tan grande que los actores del movimiento no tienen
ninguna oportunidad de movilizarse o formarse en primer lugar.

Amenta y Zylan (1991) analizan el movimiento Townsend comparando su nivel de


movilización en los estados de Estados Unidos. El movimiento Townsend estaba promoviendo un
Plan de Pensión para la Vejez para todos los estadounidenses de 60 años o más. Comenzó en la
gran depresión y declinó en la Segunda Guerra Mundial. El análisis transversal de los dos autores
confirma que el movimiento floreció, donde podía contar con fuertes aliados del movimiento (el
movimiento obrero) y fuertes aliados partidistas (los demócratas), que habían ganado su poder en
sistemas de partidos competitivos y no tradicionales (los partidos demócratas tradicionales,
basados en el clientelismo, no los apoyaron). También muestran con cierto detalle cómo las
instituciones estatales y las fuerzas burocráticas promovieron selectivamente el movimiento: la
extensión de los derechos de voto influyó donde el movimiento planteó un desafío, y una
burocracia estatal con una fuerte capacidad en el ámbito de la política social contribuyó a la
promoción del movimiento.

En un estudio transnacional de cuatro países de Europa occidental, Koopmans y Kriesi


(1995: 46) muestran que el nivel y la forma de acción colectiva varían bastante en función de la
apertura del sistema político de los respectivos países. Descubrieron que la apertura del sistema
suizo facilita la movilización para la acción colectiva. La existencia de instituciones de democracia
directa en particular invita a los ciudadanos a movilizarse colectivamente. Al mismo tiempo, la
apertura del sistema y la disponibilidad de canales de protesta convencionales, como los canales
democráticos directos, tiene un fuerte efecto moderador sobre la elección estratégica de los
actores del movimiento suizo. Han aprendido a utilizar los instrumentos de democracia directa
disponibles y continúan utilizándolos aunque no tengan mucho éxito al hacerlo (Epple 1988). Por
el contrario, el cierre relativo del sistema francés proporciona poca facilitación para la movilización
de los actores colectivos, lo que no sólo amortigua el nivel de movilización, sino que también
contribuye a la radicalización de los repertorios de acción de los movimientos.

Resultados

Los resultados se estudian todavía con menos frecuencia que el surgimiento y la movilización de
movimientos sociales. Sin embargo, existe un movimiento cuyo éxito ha sido frecuentemente
objeto de estudios con una perspectiva de proceso político: el movimiento antinuclear. Proporciona
una excelente ilustración de cómo se han utilizado los diferentes aspectos del contexto político
para explicar los resultados de un movimiento. El influyente artículo de Kitschelt (1986) ha sentado
las bases. Puso el acento en el elemento estructural y comparó los impactos del movimiento en
cuatro países con estructuras de oportunidades políticas bastante distintas: Alemania, Francia,
Suecia y Estados Unidos. Kitschelt (1986: 72) señaló en general que “una gran movilización no
necesariamente conduce a impactos profundos si las estructuras de oportunidad política no son
propicias para el cambio. Por el contrario, una menor movilización puede tener un impacto
desproporcionado debido a las propiedades de la estructura de oportunidades políticas”. Más
específicamente, argumentó que en Alemania, Suecia y los EE. UU. la oposición conducía
invariablemente a normas de seguridad extremadamente estrictas y, a menudo, cambiantes
(1986: 79). Una vez formuladas, estas nuevas normas de seguridad permitieron a los oponentes
intervenir para insistir en su cumplimiento. El resultado fueron retrasos en la construcción,
especialmente en los EE. UU. Y Alemania, los dos países con estructuras de implementación
fragmentadas. Las demoras mucho más breves eran típicas de Francia y Suecia, donde los
estrictos procedimientos de implementación ofrecían pocas oportunidades para la intervención
externa. En Suecia, admitió, la política nuclear finalmente se cambió, no interrumpiendo el proceso
de implementación de la política, sino por las cambiantes fortunas electorales de los principales
partidos y cambios en el gobierno.

Otros autores se han sumado a este relato y lo han modificado, sin embargo, sin cambiar
fundamentalmente su mensaje básico. Joppke (1993: 199), que compara el caso alemán y el
estadounidense, sigue de cerca el ejemplo de Kitschelt, pero discrepa de su “visión demasiado
rígida y estática de las estructuras de oportunidad política” y pone más peso en los cambios a
corto plazo. Si bien acepta, por ejemplo, la evaluación general de Kitschelt del Estado alemán,
insiste en que el desarrollo del conflicto antinuclear en Alemania, es decir, la polarización entre el
movimiento antinuclear emergente y el Estado, no puede separarse del hecho de que el partido
socialdemocrático era el partido gobernante en ese momento.

Rucht (1994) también está de acuerdo con la evaluación general de Kitschelt sobre el
impacto político del movimiento en Francia, Alemania y Estados Unidos. En su intento de explicar
estas diferencias, agrega otros elementos para llegar a un marco explicativo más complejo. Así,
con respecto a la falta de éxito sustantivo del movimiento francés, se basa en los mismos factores
que Kitschelt (estructuras de oportunidad desfavorables) pero agrega la falta de aliados y la
ausencia de resonancia de eventos contingentes importantes), lo que, por cierto, también puede
ser como resultado de la estructura cerrada de oportunidades políticas francesas (ver Duyvendak
y Koopmans 1995), así como de los efectos negativos que se refuerzan a sí mismos de los
eventos contingentes durante los episodios de movilización (Rucht 1994: 497-9). Con respecto a
los dos casos restantes, atribuye la diferencia en el momento del éxito del movimiento respectivo,
antes en los EE. UU. Que en Alemania, hasta cierto punto a la configuración del poder: el apoyo
temprano de los poderosos aliados fue crucial para el éxito temprano en los Estados Unidos.
Además, introduce un factor más estrechamente vinculado a una perspectiva de economía política
(ver también Midttun y Rucht 1994: 389-96): la orientación de mercado más fuerte de la industria
energética estadounidense rápidamente dio mayor peso a las consideraciones de costo-beneficio
que en Alemania, donde la industria energética permaneció fuertemente vinculada al interés
estatal, consideraciones que socavaron la posición de la industria nuclear. También agrega una
serie de otros factores políticos: el cambio en la opinión pública, el creciente apoyo dentro de la
administración pública y, por último, pero no menos importante, la resistencia cada vez más bien
organizada del movimiento (Rucht 1994: 493-7).

Jasper (1990), para mencionar otro colaborador más de este debate, también compara la
política nuclear en tres de los cuatro países de Kitschelt: Francia, Suecia y Estados Unidos. Pero
claramente no está de acuerdo con su evaluación general del impacto del movimiento (269):
según Jasper, ninguno de los movimientos tuvo un efecto fuerte sobre la energía nuclear en su
país. Admite que los movimientos, junto con la crisis del petróleo, pusieron la política energética
en la agenda de los políticos y los medios de comunicación. Pero los resultados de la política
fueron, según su interpretación, principalmente influenciados por luchas políticas dentro del estado
y dentro de cada organización estatal. Por un lado, concede gran importancia a la discreción
individual, las habilidades personales, las creencias individuales y colectivas y los modelos
culturales de políticos y burócratas, así como a la flexibilidad de estructuras aparentemente
estables. Por otro lado, insiste en las consecuencias a largo plazo de las decisiones políticas una
vez que se han tomado. Según su relato, la crisis del petróleo constituyó una especie de
coyuntura crítica en el ámbito de la política energética. Los políticos y burócratas de los tres
países tuvieron que tomar decisiones decisivas en los tres años posteriores a esta crisis. En
función de las luchas políticas, las decisiones tomadas difieren considerablemente de un país a
otro, con importantes consecuencias para la industria nucleoeléctrica en los años venideros.

La interpretación de Jasper es particularmente interesante: si bien minimiza el papel del


movimiento en estas luchas políticas, los detalles que proporciona sobre ellas en realidad indican
su importancia y, lo que es más, muestran que el impacto sustantivo del movimiento fue una
función de la relativa apertura institucional y de la configuración de los actores en un contexto
dado. Considere su presentación del caso sueco. Lo que hizo que la situación sueca fuera
diferente de la de otros países a mediados de los setenta fue su sistema de partidos, resultado de
la estructura particular de división sueca y el sistema electoral proporcional. El Partido del Centro
Sueco, uno de los tres principales partidos burgueses, proporcionó un hogar para la protesta
antinuclear de una manera que no estaba disponible en los otros países. Su composición,
ideología e historia lo predispusieron al ecologismo moral y a líderes como Fälldin, quien, después
de las elecciones de 1976, se convirtió en el primer primer ministro no socialdemócrata en muchos
años. Como señala Jasper, fue la posición ecológica y antinuclear lo que convirtió al Partido del
Centro en el más grande de los tres socios de la coalición de centro derecha y en el primer
ministro de Fälldin. Jasper también señala (1990: 226) que los socialdemócratas, el partido
hegemónico de Suecia, veían la energía nuclear como la principal razón por la que estaban fuera
de sus funciones. Su líder luego anunció que apoyaba la celebración de un referéndum nacional
sobre la cuestión de la energía nuclear, otro indicio de la notable apertura del sistema político
sueco. Jasper ve la forma en que se construyó el referéndum como “una pequeña victoria para los
mismos burócratas que habían transformado el ataque político y moral de Fälldin a la energía
nuclear en una estrecha cuestión técnica sobre formaciones rocosas” (229). Pero también observa
que las posiciones pro-nucleares en el referéndum (celebrado en 1980) no difieren mucho en el
fondo de las antinucleares: todas preveían una eliminación gradual de las centrales nucleares,
aunque a diferentes velocidades. Jasper concluye (228) que “en un sistema que insiste en el
compromiso (en oposición al estancamiento, como lo tolera Estados Unidos), los moralistas
suelen ganar”. En otras palabras, los moralistas antinucleares ganaron, porque fueron apoyados
en gran medida por la estructura de institucionalidad, los modelos culturales imperantes y la
configuración del poder en el sistema sueco. Sin embargo, el hecho de que la lucha sobre la
energía nuclear en Suecia tuviera lugar principalmente dentro del marco institucional y no en las
calles no implica, como parece sugerir Jasper, que el movimiento haya contribuido poco a la
eventual eliminación de la energía nuclear. Muy por el contrario, esta es otra ilustración del
poderoso efecto que el contexto político puede tener no solo en el impacto político sustantivo de
un desafío popular, sino también en las formas en que el desafío es articulado y procesado por el
sistema político en cuestión.

Conclusión

Permítanme concluir con tres comentarios sobre las perspectivas futuras del enfoque de proceso
político. En primer lugar, hasta ahora este enfoque se ha aplicado principalmente a los contextos
políticos nacionales de las democracias liberales occidentales y a las revoluciones sociales del
pasado. Sin embargo, su marco general no se limita en modo alguno al análisis de estos
contextos. Es muy prometedor para el análisis de la formulación de reclamos en contextos
políticos no democráticos y para el análisis de la cada vez más importante contienda popular a
nivel inter, supra o transnacional (McAdam 1998). Las contribuciones a della Porta et al. (1999)
proporcionan una introducción general a una extensión del enfoque a nivel global. Las
contribuciones unidas por Imig y Tarrow (2001) muestran para Europa en particular que la
existencia de una estructura supranacional de oportunidades está comenzando a tener un impacto
en la formulación de reclamos europeos. Tarrow (2001: 237) resume el hallazgo central de estas
contribuciones: “Los europeos están comenzando a reconocer cada vez más que las fuentes de
muchas de sus reclamaciones, especialmente las ocupacionales, se encuentran cada vez más en
el mercado y las instituciones integradas de Europa. Y, en algunos casos, están comenzando a
organizarse transnacionalmente. El desarrollo de la Unión Europea como una institución política
transterritorial, intergubernamental y multinivel abre oportunidades para que las coaliciones de
actores y estados formulen posiciones comunes y superar su diversidad y dispersión para
aprovechar sus oportunidades políticas” (243–4).

En segundo lugar, el enfoque del proceso político es de particular interés para la


integración de campos de estudio que han tenido vidas académicas separadas. Esto queda
ilustrado por el reciente esfuerzo conjunto de McAdam et al. (2001) quien elaboró el marco
general de este enfoque para aplicarlo a fenómenos tan diversos como la revolución, la
democratización, el nacionalismo o los movimientos sociales. Creo que el enfoque es
especialmente adecuado para la integración del estudio de los movimientos sociales y el análisis
de las políticas públicas. Meyer y Tarrow (1998: 23–4) han observado algunos mecanismos que
contribuyen a la institucionalización de la política de protesta contemporánea en las democracias
liberales: los activistas de los movimientos sociales han aprendido a emplear acciones colectivas
convencionales y no convencionales; las prácticas policiales fomentan cada vez más la
rutinización de la contienda; las tácticas utilizadas por las organizaciones del movimiento y las
utilizadas por grupos más institucionalizados se superponen cada vez más. Dichos mecanismos
contribuyen al mismo tiempo a la creciente integración de los actores de los movimientos sociales
en el proceso de legislación de políticas y a la adopción de estrategias de movimientos sociales
por parte de los participantes habituales en el proceso de legislación de políticas. Además, la
atención que los estudiosos de los movimientos sociales prestan cada vez más a los resultados
producidos por la formulación de reclamos y la contienda popular (Giugni 1998; Giugni et al. 1998,
1999) también los acerca al análisis de la legislación de políticas públicas, que a su vez, mejora la
utilidad del enfoque de proceso político.

Mi observación final se refiere al papel de los medios de comunicación, el espacio público


y la opinión pública para el enfoque del proceso político. Como señalan Gamson y Meyer (1996:
287), los medios de comunicación son otro componente de la estructura de oportunidades
políticas, un componente que tiene elementos tanto estructurales como dinámicos. La estructura
de los medios y la forma en que operan (sus normas y prácticas) afectan las oportunidades y
limitaciones bajo las cuales operan los movimientos. Los actores del movimiento típicamente
intentan atraer la atención de los medios de comunicación por sus preocupaciones organizando
“eventos de protesta”. Se espera que los informes de los medios sobre estos eventos creen
controversia pública y refuercen la posición de los patrocinadores de las preocupaciones del
movimiento dentro del ámbito de la legislación de políticas (Gamson 1988: 228; Gamson y col.
1992: 383; Hamdan 2000: 72). Indirectamente, el objetivo de la acción del movimiento es dividir a
la comunidad política y reforzar la oposición dentro de la élite. Este mecanismo crucial que vincula
la contienda popular y la legislación de políticas no se ha integrado de manera efectiva en el
marco general presentado en este artículo. Ampliar este marco de tal manera que se adapte al
papel de los medios de comunicación y el espacio público será crucial para su relevancia continua
en una sociedad, donde la política se centra cada vez más en el espacio público.
Notas

1 Schelling (1984:206) llama a esto “teoría barata”, porque uno solo hace suposiciones mínimas
sobre la conducta de elección del actor.
2 También existe un “modelo funcional” de realineamiento, que sugiere que las tendencias
socioeconómicas están disminuyendo la relevancia de los partidos para el proceso político y los
ciudadanos individuales, lo que lleva a un patrón continuo de desalineamiento partidista.

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