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UNIVERSIDAD NACIONAL JORGE BASADRE GROHMANN – TACNA

COMUNICACIÓN Y REDACCIÓN
 

Vocabulario y lectura

Políticas de salud y salud pública


Hernández y Fernández (2007)

Tras constatar que, en teoría, la mayor parte de los problemas de salud se podrían evitar o relegar, Geoffrey Rose se
preguntaba si realmente seríamos capaces de modificar el destino de nuestras ininteligibles sociedades variando los
aspectos que están en el origen de esos problemas de salud. Rose apostaba por las posibilidades de la prevención,
pero su pregunta no sólo no era retórica, sino que incide en el mayor reto de la salud pública: cómo trasformar el
conocimiento generado en acciones públicas que mejoren sensiblemente la salud de las poblaciones. Los avances
científicos en el campo de la salud pública y de los servicios sanitarios proporcionan unas bases fundadas para la
implantación de políticas innovadoras de salud. Por una parte, el conocimiento de los determinantes poblacionales
de los grandes problemas de salud indica la necesidad de adoptar ciertas políticas sobre el entorno social y
medioambiental. Por otra, es cada vez más amplio el catálogo de intervenciones preventivas y de promoción de salud
disponibles en práctica de salud pública sobre las que hay pruebas de su efectividad. Sin embargo, el enlace entre la
ciencia y la política sigue siendo demasiado exigua, de forma que una parte relevante del conocimiento disponible
para mejorar la salud no llega a aplicarse o tarda mucho en hacerlo.
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1.1. ¿Qué implica leer?

La lectura implica procesos constructivo, interactivo, estratégico y metacognitivo. La lectura es


constructiva porque es un proceso activo de elaboración de interpretaciones del texto y sus partes. Es
interactiva porque la información previa del lector y la que ofrece complementan en la elaboración
de significados. Es estratégico según la meta, la naturaleza del material y la familiaridad del lector
con el tema. Es metacognitiva porque implica controlar los propios procesos de pensamiento para la
el texto se estratégica varía asegurarse que comprensión fluya sin problemas (Pinzás, 2012, p. 15).

La lectura además de ser una actividad cognitiva compleja es entendida como un proceso constructivo e
interpretativo implica una participación de encuentro y relación, para producir un significado particular en
base a esa combinación de las experiencias o información previa del lector y lo que ofrece el texto. En esta
perspectiva, la lectura constructiva alude a un proceso a través del cual el lector va construyendo
mentalmente un modelo del texto, dándole a este un significado o una interpretación personal. Para poder
hacerlo, el lector necesita entender la información literal (lo que dice realmente el texto) aprender a razonar
sobre este material escrito; es decir, el llevar a cabo inferencias, llegar a conclusiones, formular
evaluaciones o juicios y otros procesos de comprensión lectora. Se trata de entender y recordar bien lo
visible en el texto para poder deducir y pensar sobre lo invisible, aquello que no se ve, pero está entre líneas.

Ahora, ¿Qué entendemos por interacción e integración? Colomer y Camps sostienen que:

(…) a partir de su concepción de la lectura como proceso interactivo entre lector, texto y contexto, en
el que el lector es un sujeto activo, que utiliza conocimientos de tipo muy variado para obtener
información del escrito y reconstruye el significado del texto al interpretarlo, de acuerdo con sus
propios esquemas conceptuales, a partir de su conocimiento del mundo (1996).

El significado al que hace mención es construido por el lector cuando, conforme que va leyendo el
texto, lo va integrando con aquello que ya conoce, haciendo uso de sus otras fuentes mentales internas de
información (aprendizaje previo). En este punto se remite la postura de Smith cuando menciona que, los
buenos lectores o lectores expertos “tienen que leer como un emisor (como un escritor) para aprender a usar
el lenguaje escrito de la misma manera que lo hacen los buenos escritores. No hay otra manera de adquirir
el complejo y numeroso conjunto de conocimientos necesarios (…)” (como se citó en Cassany, 1988),
teniendo como característica fundamental de la lectura con comprensión: la integración de la información.
Este tipo de lector sabe elegir qué información de la que ya poseen es relevante y saben combinarla con lo
nuevo que trae el texto permitiendo y facilitando este proceso de interacción.

En ese sentido, la lectura es un instrumento para aprender, interactuar e integrar nueva información,
entonces, el texto ofrece solo parte de la información y es tarea del lector activo usar su nivel de información
anterior, así como sus destrezas cognitivas para interpretar, completar, determinar el significado del texto
para usar su propio conocimiento y su experiencia para determinar el significado por asociación. Se puede
decir que, en la mente del lector, sus diferentes fuentes de experiencia anterior e información interactúan
para ayudarlo a decodificar e interpretar el texto.

Se habla de una interacción compensatoria cuando el lector puede recurrir a cualquiera de estas
fuentes de información para que lo salven cuando una falle (Pinzás, 2012) y no entiende el texto; es decir,
cuando no tienen oportunidad de decodificar la información que la lectura de un texto demanda, otras
acuden en soporte del lector para ayudarlo a procesar el texto mediante la integración y/o asociación.

Además, evoluciona en un continuo devenir renovador, no es solo un objeto del conocimiento, sino
que es también un instrumento de aprendizaje, pues es el nivel más inestable y versátil del sistema
lingüístico y el que refleja con más exactitud los cambios sociales. Obviamente ningún hablante puede
llegar a conocer todo el léxico de una lengua, tan sólo una parte del mismo, que será más o menos amplia
en función de su nivel cultural. Esa parcela léxica que el hablante conoce y forma parte de su competencia
lingüística constituye su léxico individual, que potencialmente podría utilizar en situaciones comunicativas.
La actualización de quien lee de una parte de dicho léxico en actos de habla concretos constituye su
vocabulario.

La adquisición del vocabulario es un proceso continuo que exige al hablante de una lengua un
constante aprendizaje de nuevas palabras. Pero el aprendizaje del léxico supone solo aprender nuevas
palabras sino, y más importante, aprender a utilizar con propiedad las que ya se conocen en función de cada
situación comunicativa, pues conocer una palabra implica (Prado, 2004): no Saber expresarla
correctamente, cuando la pronunciamos o escribimos; y comprender con exactitud su significado, cuando
la leemos o escuchamos.

Percibir no sólo su valor denotativo y sus diferentes sentidos en función del contexto, sino los posibles
valores connotativos, así como sus usos expresivos y sentido figurado. Entender las relaciones de esa
palabra con otras de su misma familia léxica con las que tenga relaciones semánticas de sinonimia,
antonimia u homonimia; o bien con otras unidades léxicas del sistema, como afirma Cottez (1987, p. 276),
“la competencia léxica es infinitamente variable y ligada al nivel sociocultural del sujeto ". No obstante,
será en la escuela donde el que contemple sus verdaderas necesidades comunicativas y que le sirva para
incrementar progresivamente su vocabulario, y sobre todo su uso adecuado, a partir de lo que ya sabe.

Los vocabularios básicos, constituidos por aquellas palabras que, dentro del vocabulario más
frecuente, son más necesarias y tienen un uso más general en cualquier situación comunicativa; los
vocabularios disponibles, integrados por aquellas palabras que acuden antes a la mente del hablante cuando
trata de un tema determinado; y los vocabularios fundamentales, formados por aquellas palabras de alta
frecuencia que aparecen con la misma o similar frecuencia en cualquier ambiente (Soto, 2003, p. 60).

Además de las habilidades cognitivas, el estudiante necesita dominar los principales términos
específicamente relacionados con las asignaturas. En ese sentido, y en contra de lo que pudiera pensare de
términos esenciales por asignatura y concurso académico está, en torno a una veintena, por lo que se
necesita emplear esfuerzos en la elaboración de un fichero personal con los términos esenciales o términos
eje de cada asignatura y dedicar el tiempo necesario a dominarlos es una tarea que, sin duda alguna, siempre
resultará fecunda en la actividad estudiantil.

1.1. Decodificación primaria.

A la decodificación primaria “se circunscribe la significación de las palabras y su relación sintácticas, la


coherencia o interna de una proposición, los fenómenos de concordancia gramatical entre categorías y la
coherencia y cohesión” (Cisneros, Olave y Rojas, 2013, p. 54). Es decir, si un lector le asigna un significado
a las palabras u oraciones, no solo la extrae de su memoria (conocimiento léxico) sino a la vez de la
asociación específica y convencional, según la interpretación o decodificación.
El proceso de decodificación implica, de una forma elemental, una esencial comprensión de las
relaciones entre grafemas y fonemas y usar el contexto para identificar el significado de las palabras. Las
habilidades de comprensión capacitan al lector para proporcionar un significado al texto. No obstante, la
decodificación primaria es limitada por la ausencia del concepto en la memoria semántica, y por la función
gramatical que cumple el término desconocido en el texto, porque constituye parte esencial del significado.
Al respecto el cerebro de un lector activo trata de corregir la ausencia de conceptos a través de la
contextualización y radicación.

a. Contextualización.

Contextualizar una palabra significa descubrir el significado desconocido de un término no conocido


previamente tomando pistas del contexto del texto en el cual se encuentra. Además, corresponde a un
potente mecanismo auxiliar, que rastrea el posible significado de vocablos desconocidos, utilizando para
ello el contexto de las frases en las cuales aparecen dichos términos.

La contextualización se rige como el principal mecanismo auxiliar de decodificación y recuperación


léxica en tanto que, por un lado, permite deducir el significado de palabras desconocidas a partir del
contexto en el que se encuentran y, por el otro, diferenciar las acepciones de palabras con diversos
significados.

En definitiva, podemos concluir que los actuales y diversos modelos de comprensión lectora
confluyen en concebir la lectura como un proceso dialéctico durante el cual el lector interactúa con
el texto, actualizando sus conocimientos previos y poniendo en funcionamiento múltiples estrategias
con el fin último de interpretarlo, entenderlo, crear nuevos conocimientos a partir del significado
obtenido e integrar dichos conocimientos en sus esquemas mentales (Colomer y Camps, 1996: 36).

b. Radicación.

Cisneros, Olave y Rojas (2013) refiere que, para una estrategia de inferencia léxica a partir del contexto
tenga resultado efectivo, es necesario tener en cuenta no solo el contexto circundante a la palabra cuyo
significado queremos inferir, sino también el análisis formal de dicha palabra, esto es, el conocimiento
básico de los fenómenos de prefijados, sufijados y derivación como herramientas den la comprensión de
textos. El análisis del siguiente ejemplo permite dilucidar el proceso inferencial que se genera (p. 128):

La perspectiva epistemológica de los sujetos incide en el acto de investigar.

En el ejemplo, la palabra en negrita puede generar dificultades en la comprensión inmediata del


significado porque pertenecen a un uso especializado en la comprensión del significado porque pertenece
a un uso especializado, académico y formal; contar con el presaber del significado de episteme, raíz griega
que significa conocimiento, activa en el lector la significación del término desconocido por semejanza de
asociación (epistem-e: epistem -ológica). Así mismo, la familia de palabras (biología, psicología, etc.) que
el lector puede traer como mecanismo auxiliar ayudan a inferir el significado de la terminación logos
(estudio o ciencia).

La perspectiva [relativo al conocimiento] de los sujetos cognoscentes…

En esta “traducción mental”, el lector nota que aunque se trata de una palabra y etimológica distinta, el
significado redunda en la idea del conocimiento. Con ello, el lector puede inferir el contenido global de la
afirmación.

Identifiar el significado de palabras o expresiones a partir de las raíces de las palabras o del significado de
las palabras de expresión. Mendoza (1998: 128), el lector competente es "aquel que es capaz de establecer
la significación y la interpretación que el texto ofrece” (como se citó en Cisneros, Olave y Rojas, 2013).
Aquél que emite hipótesis sobre el tipo de texto, que identifica índices textuales y que emplea estrategias
que le han sido útiles en otras ocasiones.

El lector, sin recurrir a otras personas, sino a los simples mecanismos de asociación en presencia de términos
cuya presencia desconoce, queda habilitado para descifrar los posibles significados de los vocablos
desconocidos. Se deja de pronunciar solamente las palabras para avanzar al siguiente nivel, saber el
significado de las palabras en cuestión para su uso adecuado en el vocabulario (…) a mayor cantidad y
calidad de los conceptos almacenados, más fluida, rápida y llana resultará la lectura, de allí la importancia
crucial de ampliar al máximo el vocabulario o el léxico de los estudiantes.

Bibliografía

Cassany, D. (1997). Enseñar lengua. Barcelona: Graó.


Colomer, T. y Camps, A. (1996). Enseñar a leer, enseñar a comprender. Madrid: Celeste/Mec.
Cottez, H. (1987). Enseñanza y hechos léxicos. Madrid: Akal.
Estupiñán, M., Olave, G. y Rojas, L. (2013). Alfabetización académica y lectura inferencial. Bogotá:
ECOE.
Hernández, I. & Fernández, P. (2007). Políticas de salud y salud pública. Gaceta Sanitaria, 21(4), 280-281.
Recuperado en 28 de abril de 2020, de http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0213-
91112007000400003&lng=es&tlng=es.
Pinzás, J. (2012). Leer pensando: Introducción a la visión contemporánea de la lectura. 3a ed. Lima: Fondo
Editorial PUCP.
Prado, J. (2004). Didáctica de la lengua y la literatura para educar en el siglo XXI. Madrid: La Muralla.
Soto, B. (2003). Organizadores del conocimiento y su importancia en el aprendizaje. Huancayo:
Razuwillka editores.
UNIVERSIDAD NACIONAL JORGE BASADRE GROHMANN – TACNA
COMUNICACIÓN Y REDACCIÓN

LECTURA DE EXTENSIÓN

El libro como acceso al mundo

Stefan Zweig

Stefan Zweig fue un adicto a la lectura que dejó constancia de su erudición y su amor por la palabra escrita
en sus reseñas de prensa y en los prólogos que firmó para las obras de otros autores. Los textos recogidos
en ‘Encuentros con libros’, que ahora publica Acantilado, recuerdan su relación pasional con la literatura.
El movimiento que apreciamos en la tierra se apoya esencialmente en dos invenciones del espíritu humano:
el movimiento en el espacio se basa en la invención de la rueda, que gira vertiginosamente alrededor de su
eje, y el movimiento intelectual guarda una relación directa con el descubrimiento de la escritura. En cierto
momento, en algún lugar, un ser humano anónimo concibió la idea de doblar una madera dura, curvarla y
convertirla en una rueda. Gracias a este pionero, la humanidad aprendió a superar la distancia que separa
pueblos y países. De pronto era posible entrar en contacto con otras personas por medio de vehículos que
permitían transportar mercancías, viajar para adquirir nuevos conocimientos y acabar con las restricciones
impuestas por la naturaleza, que limitaba la obtención de frutos, de minerales, de piedras preciosas y de
otros productos a zonas donde las condiciones climáticas eran propicias.
Los países ya no vivían aislados, ahora establecían vínculos con el resto del mundo. Oriente y Occidente,
Norte y Sur, Este y Oeste fueron aproximándose poco a poco, a medida que concebíamos nuevos medios
de transporte. El desarrollo de la técnica ha dotado a la rueda de formas muy sofisticadas—la locomotora
que arrastra los vagones de un tren, los automóviles que circulan a toda velocidad o los barcos y los aviones
propulsados por el giro de sus hélices—con las que acortamos las distancias y vencemos la fuerza de la
gravedad; del mismo modo, la escritura, que ha evolucionado desde los pliegos más sencillos, pasando por
los rollos, hasta culminar en el libro, ha puesto fin al trágico confinamiento de las vivencias y de la
experiencia en el alma individual: desde que existe el libro nadie está ya completamente solo, sin otra
perspectiva que la que le ofrece su propio punto de vista, pues tiene al alcance de su mano el presente y el
pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad. En nuestro mundo de hoy, cualquier movimiento
intelectual viene respaldado por un libro; de hecho, esas convenciones que nos elevan por encima de lo
material, a las que llamamos cultura, serían impensables sin su presencia.
El poder del libro para expandir el alma, para construir el mundo y articular nuestra vida personal, nuestra
intimidad, suele pasarnos desapercibido salvo en raras ocasiones, y cuando cobramos conciencia de su
importancia, tampoco lo manifestamos. Hace mucho que el libro se ha convertido en algo natural, en un
objeto cotidiano cuyas maravillosas cualidades no despiertan ni nuestro asombro ni nuestra gratitud. Del
mismo modo que no somos conscientes del oxígeno que introducimos en nuestro organismo cada vez que
respiramos ni de los misteriosos procesos químicos con los que nuestra sangre aprovecha este invisible
alimento, tampoco advertimos la materia espiritual que absorben nuestros ojos y que nutre (o debilita)
nuestro intelecto continuamente.
Para nosotros, hijos y nietos de siglos de escritura, leer se ha convertido en otra función vital, una actividad
automática, casi física, y el libro, que ponen en nuestras manos el primer día de escuela, se percibe como
algo natural, algo que nos acompaña siempre, que forma parte de nuestro entorno, y por eso la mayoría de
las veces lo abrimos con la misma indiferencia, con la misma desgana con la que cogemos nuestra chaqueta,
nuestros guantes, un cigarrillo o cualquier otro objeto de consumo de los que se producen en serie para las
masas. Cualquier artículo, por valioso que sea, se trata con desdén cuando puede conseguirse con facilidad,
y sólo en los instantes más creativos de nuestra vida, cuando reflexionamos, cuando nos volcamos en la
contemplación interior, conseguimos que lo que ha llegado a ser común y corriente vuelva a resultar
asombroso. En esos raros momentos de reflexión lo miramos con respeto y somos conscientes de la magia
que insufla a nuestra alma, de la fuerza que proyecta sobre nuestra vida, de la importancia que hoy, en el
siglo XX, tiene el libro, hasta el punto de no poder imaginar nuestro mundo interior sin el milagro de su
existencia.
Aunque estos instantes son tan escasos, precisamente por ello suelen permanecer en nuestro recuerdo
durante mucho tiempo, a menudo durante años. Así, por ejemplo, sigo recordando con toda exactitud el
lugar, el día y la hora en que surgió dentro de mí esa sutil intuición que me llevó a comprender que nuestro
mundo interior se va tejiendo con ese otro mundo visible y, al mismo tiempo, invisible de los libros. No
creo que sea una falta de modestia contar cómo se produjo en mí esta revelación espiritual, pues, aunque se
trata de una experiencia personal, ese episodio memorable y revelador transciende con mucho al individuo
en sí. En aquel entonces, debía de tener unos veintiséis años, ya había escrito algunos libros, por lo que
conocía en cierta medida la misteriosa transformación que experimenta un sueño, una fantasía torpemente
concebida, y las diversas fases por las que atraviesa hasta que, tras curiosas destilaciones y decantaciones,
termina transformándose en ese objeto rectangular de papel y cartón al que llamamos libro, ese producto
venal, al que le asignamos un precio y que colocamos como una mercancía más tras el cristal de un
escaparate, como si no tuviera alma, cuando, en realidad, cada ejemplar, aunque se compre y se venda, es
un ser animado, dotado de voluntad, que sale al encuentro del que lo hojea por curiosidad, del que lo termina
leyendo y, sobre todo, del que no sólo lo lee, sino que también lo disfruta.
Así pues, ya había experimentado en primera persona, al menos en parte, ese proceso inefable semejante a
una transfusión con el que conseguimos que unas cuantas gotas de nuestro propio ser comiencen a circular
por las venas de otra persona, un trasvase de destino a destino, de sentimiento a sentimiento, de espíritu a
espíritu; sin embargo, la magia, la pasión y la trascendencia de la letra impresa, su verdadera esencia, no se
me habían revelado de forma abierta, me había limitado a reflexionar vagamente sobre ello, pero no lo
había pensado a fondo, no había sacado las debidas conclusiones. Eso fue lo que comprendí aquel día
gracias a la anécdota que voy a referir.
Viajaba entonces en un barco, un buque italiano con el que estaba recorriendo el mar Mediterráneo, de
Génova a Nápoles, de Nápoles a Túnez y de allí a Argel. La travesía iba a durar varios días y el barco estaba
prácticamente vacío. Así las cosas, solía conversar a menudo con un joven italiano que formaba parte de la
tripulación, un mozo que ni siquiera tenía el rango de camarero, pues se ocupaba de barrer los camarotes,
de fregar la cubierta y de realizar otras tareas menores, que la gente, por regla general, no valora. Daba
gusto ver trabajar a aquel muchacho, un chico espléndido, moreno, de ojos negros, con unos dientes
deslumbrantes que brillaban cada vez que se reía. ¡Y cuánto le gustaba reírse! Me encantaba escuchar su
italiano melodioso y grácil, una música que acompañaba siempre con vivos ademanes. Tenía un talento
natural para captar los gestos de la gente e imitarlos, realizando formidables caricaturas: el capitán,
balbuceando con su boca desdentada; el anciano caballero inglés que caminaba por cubierta tieso como un
garrote, adelantando un poco el hombro izquierdo; el cocinero, digno y orgulloso, que después de la cena
presumía delante de los pasajeros y tenía un ojo clínico para juzgar a las personas a las que había llenado
la panza. Me divertía charlar con aquel chaval moreno, asilvestrado, con la frente resplandeciente y los
brazos tatuados, que durante muchos años, según me contó, se había dedicado a cuidar ovejas en las islas
Eolias, su hogar, una persona bondadosa y confiada como un cachorrillo. No tardó en darse cuenta de que
yo le tenía cariño y de que no había nadie en todo el barco con el que me gustara hablar tanto como con él.
Así que me contó un montón de detalles de su vida, con franqueza, con total desenvoltura, de modo que al
cabo de un par de días nos tratábamos con la camaradería propia de dos amigos.
Entonces, de la noche a la mañana, un muro invisible se alzó entre él y yo. Habíamos recalado en Nápoles,
el barco se había llenado de carbón, de pasajeros, de hortalizas y de correo, su dieta habitual en cada puerto,
y luego se había hecho de nuevo a la mar. El elegante barrio de Posillipo había ido bajando la cabeza con
humildad hasta perderse en el horizonte, entre las colinas, y las nubes que rodeaban la cima del Vesubio
parecían las pálidas volutas del humo de un cigarrillo. Entonces se presentó de repente, con una sonrisa de
oreja a oreja, se plantó delante de mí y me mostró orgulloso una carta arrugada que acababa de recibir,
pidiéndome que la leyera.
Al principio me costó entender lo que quería de mí. Pensé que Giovanni había recibido una carta en un
idioma que no entendía, francés o alemán, seguramente de una muchacha—era obvio que debía de tener
mucho éxito entre las chicas—, y que había venido a buscarme para que se la tradujera. Pero no, la carta
estaba escrita en italiano. ¿Qué quería entonces? ¿Que me la leyera? Nada de eso. Lo que quería es que se
la leyera, tenía que saber qué decía aquella carta. Y, de pronto, comprendí lo que estaba pasando: aquel
muchacho inteligente, de una belleza escultural, dotado de gracia y de auténtico talento para el trato
humano, formaba parte de ese siete u ocho por ciento de italianos que, según las estadísticas, no saben leer:
era analfabeto. Me puse a pensar y fue entonces cuando me di cuenta de que nunca había conocido a nadie
como él, un ejemplar de una especie en vías de extinción en toda Europa. Hasta conocer a Giovanni no me
había encontrado con ningún europeo que no supiera leer. Supongo que me quedé mirándole con asombro.
Ya no le veía como a un amigo ni como a un camarada, sino como a una rareza. Luego, como es natural, le
leí la carta. Se la había escrito una modistilla, no recuerdo si se llamaba Maria o Carolina. Contaba lo que
las jóvenes cuentan a los jóvenes en todos los países y en todas las lenguas del mundo. Mientras se la leía,
no apartó la mirada de mis labios ni un solo instante. Era obvio que se esforzaba por retener cada palabra.
Arrugaba el entrecejo poniendo toda su atención en escuchar, su rostro se desencajaba tratando de recordar
cada frase. Le leí la carta dos veces, lenta, claramente, para que pudiera conservarla en la memoria. Cada
vez se le veía más contento: tenía los ojos radiantes y la boca florecía como una rosa roja al llegar el verano.
Entonces apareció uno de los oficiales del barco, se acercó a la borda y Giovanni no tuvo más remedio que
marcharse de allí.
Esto fue lo que pasó. Pero la auténtica vivencia, la que iba a transformarme por dentro, no había hecho más
que empezar. Me tendí sobre una tumbona y dejé que mi vista se perdiera en la oscuridad de aquella apacible
noche. No dejaba de darle vueltas a lo que acababa de ocurrir. Por primera vez me había encontrado cara a
cara con un analfabeto, con uno europeo además, una persona que me había parecido inteligente y con la
que había hablado como con un amigo. Esa idea me atormentaba. ¿Cómo se reflejaba el mundo en un
cerebro como el suyo, que desconocía la escritura? Traté de imaginarme la situación. ¿Cómo sería el no
saber leer? Por un momento me puse en el lugar de aquel muchacho. Coge un periódico y no lo entiende.
Coge un libro, lo sostiene en sus manos, nota que es algo más ligero que la madera o que el hierro, tiene
forma rectangular, toca sus cantos, sus esquinas, observa su color, pero nada de eso tiene que ver con su
propósito, así que vuelve a dejarlo, porque no sabe qué hacer con él. Se detiene ante el escaparate de una
librería y se queda mirando los hermosos ejemplares, amarillos, verdes, rojos, blancos, todos rectangulares,
todos con estampaciones de oro sobre el lomo, pero es como si se encontrara ante un bodegón cuyos frutos
no puede disfrutar, ante frascos de perfume bien cerrados cuyo aroma queda confinado dentro del cristal.
La gente menciona a Goethe, a Dante, a Shelley, nombres sagrados que a él no le dicen nada, son sílabas
muertas, voces vacías, carentes de sentido. El pobre ni siquiera se imagina el deslumbrante encanto que
puede esconder cualquiera de las líneas de un libro, cuyo fulgor sólo se puede comparar con el resplandor
de plata que refleja la luna cuando rompe un cúmulo de nubes mortecinas, no conoce la profunda conmoción
que se experimenta al comprobar que el destino del protagonista de un relato ha pasado a formar parte de
nuestra propia vida casi sin que nos demos cuenta. Como no conoce el libro, vive encerrado dentro de unos
muros infranqueables, sordo a cualquier reclamo, como un troglodita. ¿Cómo se puede soportar una vida
así, sabiendo que entre nosotros y el universo se abre una brecha insalvable, sin ahogarse, sin empobrecerse?
¿Cómo soporta uno quelo único que puede llegar a conocer sea lo que llega por casualidad a sus ojos, a sus
oídos? ¿Cómo se puede respirar sin el aire universal que brota de los libros? Éstas eran las preguntas que
yo me hacía. Puse todo mi empeño en imaginar la existencia de quien no sabe leer, de quien ha quedado
excluido del mundo intelectual, me esforcé por reconstruir artificialmente su forma de vida igual que un
erudito trata de reconstruir la forma de vida de un braquicéfalo o de un hombre de la Edad de Piedra a partir
de los restos de un yacimiento lacustre. Pero no conseguí meterme en la cabeza de un hombre, de un
europeo, que jamás ha leído un libro. Creo que es una empresa condenada al fracaso, tanto como lograr que
un sordo se haga una idea de lo maravillosa que es la música por mucho que le hablemos de ella.
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ZWEIG S. (22 de junio de 2020). El libro como acceso al mundo. Encontrado en:
https://elpais.com/cultura/2020/06/21/babelia/1592764033_120118.html

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