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Berenstein Psicoanalisis de Familia - Perspectiva Vincular
Berenstein Psicoanalisis de Familia - Perspectiva Vincular
INTRODUCCIÓN
La familia es un conjunto de sujetos y muestra, en las relaciones entre ellos,
sentimientos, vivencias y conflictos que van desde sentirse uno parte de una
unidad llamada “familia” y cuyo sentimiento se vive como “familiaridad”, hasta
sentirse diferentes y ajenos unos de otros. Esas situaciones hacen a la
constitución de la subjetividad individual (el modo de hacer y que adquiere lo
humano) tanto como a la intersubjetividad familiar (el modo de hacer y que
adquiere la relación entre todos los del conjunto).
Entonces…
La familia despliega un proceso de relaciones que hemos llamado vincularidad.
¿Qué entendemos por “familiaridad” y por “ajenidad”?
La “familiaridad” es el sentimiento por el cual, por sentirse perteneciendo al parentesco,
al afectarse uno de ellos, todos los demás se sienten alterados por la fantasía de
sentirse uno (Identificación).
La “ajenidad” es el sentimiento por el cual los sentimientos y afectos del otro son
registrados como no teniendo lugar en el yo, así como los del yo no tienen lugar en el
otro. De ahí se desprende la imposición de (se está obligado a) hacerle un lugar, de
inscribirlo, como algo distinto a las propias representaciones. Subjetividad individual
Intersubjetividad familiar El modo de hacer lo humano El modo de hacer entre todos los
del conjunto
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Invisten y son investidos por ese conjunto de prescripciones que regulan lo permitido y
lo prohibido, lo cual asegura un orden contra el desorden, el caos y lo imprevisto, todo
aquello que no encuentra lugar en lo codificable.
Parentesco y subjetividad
LA PAREJA
¿A qué llamamos relación de pareja?
Se llama relación de pareja o de tipo matrimonial, en tanto se use una denominación
jurídica, a la que trata de establecerse entre dos sujetos de deseo, de obligación y de
deber, con aparato psíquico inicialmente constituido, con represión establecida,
pertenecientes a distintas familias que tratan de ligarse establemente.
En las últimas décadas, bajo otras condiciones epocales, se describe como vivir
juntos en tanto lenguaje descriptivo de un hacer que espera ser compartido.
Toda pareja parece necesitar darse un momento o período inicial en el que
pasaron por
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una experiencia llamada enamoramiento. Con ella creen haber inaugurado una
relación a partir de una atracción amorosa que se supone singular y específica.
En los últimos tiempos se estableció que es importante que la vida amorosa sea
vivida como espontánea, como no establecida de antemano o por mediación de
otros, como pudo haber sido en las épocas previas a la modernidad o como
sigue siéndolo en ciertas y determinadas comunidades religiosas, donde una de
sus autoridades sabe quién puede coincidir con quién.
El enamoramiento
Esa experiencia inicial les hará ubicarse y ser ubicados en una estructura
vincular llamada pareja, que se va realizando, en parte, bajo la presión de la
genitalidad, registrada como deseo de relaciones sexuales, permitidas por la ley
social ya que no infligen la prohibición del incesto.
También se da un compartir y tratar de contener aspectos del mundo interno
bajo el supuesto de intercambio enunciado como principio general de
reciprocidad. Este tipo de compartir puede estar basado en una obligación, la de
dar y recibir, que luego se pone bajo la égida de un contrato, implícito o
explícito que adquiere la forma de “hago esto por ti y adquiero el derecho de
pedirte y obligarte a que hagas algo por mí”, en una suerte de jurisprudencia
privada, derivada de un principio económico que contiene un desequilibrio
implícito por la creencia de que se da más de lo que se recibe y se recibe menos
de lo que se da.
La pareja del enamoramiento se continua con un proyecto que los imagina
juntos durante un largo período, sino todo el tiempo que tienen por delante, y
que se realiza con los hijos.
Este proyecto se fue modificando con las nuevas condiciones donde los hijos
representan un obstáculo al desarrollo personal o económico:
1 •
Las uniones cortas en el tiempo, las relaciones sexuales como centro de la
relación, no necesariamente hacen al deseo de continuidad. En algunos
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1
países europeos ha cambiado el índice de natalidad, disminuyendo
notablemente respecto de principios del siglo XX.
1 •
Los sujetos del vínculo duradero tienen una denominación social, jurídica,
retienen la denominación de “matrimonial” por la cual se los llama esposo o
marido y esposa o mujer, superponiendo en ésta última el nombre social con el
de género. Luego de tener un hijo se llaman madre y padre.
1 b.
del hijo como sujeto con otro sujeto al que se llama padre o madre o hermano, donde
se resumen la familiaridad y la ajenidad
1 c.
del sujeto (hijo, padre, madre) con un lugar ocupado generalmente por sí mismo en
relación con el lugar ocupado por ese otro que soporta otra denominación de lugar.
Como ejemplo: el lugar del Padre puede estar ocupado por el padre o por el hermano
de la mamá, o por el hijo o por un segundo marido de la madre.
Estar previstas
Ser
creativas
Ser acciones que se deben hacer de acuerdo con lo prescripto, o no se deben hacer de
acuerdo con lo prohibido.
Ser acciones que se realizan en cada momento, que no están previstas sino que
resultan de la situación actual.
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Pero lo que han de hacer también determina el vínculo de pareja o familiar.
Como vimos, dos pertenencias estables son su garante:
1 •
el sistema de parentesco
•
el de la lengua.
LA RELACIÓN AMOROSA
Volvamos al momento del enamoramiento.
Un hombre y una mujer se miran y sienten que se atraen. Dirán que “se
gustan”, posiblemente por las reminiscencias alejadas con ese sentido que toma
la boca y la lengua para otorgarle sensaciones referidas a los alimentos sólidos
o líquidos en base a su incorporación placentera. Hablan y coinciden en sus
comentarios valorativos: las mismas películas, los mismos conjuntos musicales,
las mismas opiniones políticas y sociales, repudian las mismas injusticias. En la
intimidad, las caricias tocan los lugares apropiados y del modo deseado y las
relaciones sexuales contribuyen a transmitir la idea de que son tal para cual.
Las coincidencias, así como la vivencia de “lo mismo”, colaboran a exacerbar la
idea de complementariedad, de que son uno para el otro, o sea que son uno.
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Se sorprenden de compartir traumas infantiles o adolescentes, una muerte del
padre para uno de ellos y de una hermano para el otro. La diferencia todavía no
cuenta, sólo la similitud. Uno ofrece una parte de su cuerpo que es tomada por
el otro y ese don es aceptado. Se tiene la vivencia de que las palabras están de
más, no agregan nada y romperían el hechizo. Aparente e ilusoriamente no se
requieren palabras para entenderse. No sólo los genitales intervienen, también
los ojos, oídos, el olfato y los brazos y las piernas que configuran un sostén que
contrarresta la vivencia de disolución de los límites o de fusión. En cada uno de
ellos figuran los modelos identificatorios parentales, los del padre y de la madre
y los de éstos como pareja, si aquellos se tocaban o se besaban cuando estaban
en público o delante de los hijos, si se divorciaron después de unas peleas, si
hubo separación o no la hubo para demostrar que siguieron supuestamente
unidos a pesar de los conflictos.
También están los modelos epocales, lo que hacen las parejas en cada tiempo,
la modalidad de acercamiento, el privilegio que se le asigna a la vida de dos o a
la actividad y el trabajo de cada uno predominando sobre la vida de pareja.
Podría haber diferencias sociales, religiosas como las de aquella pareja que
ahora recuerdo formada por una mujer musulmana y un hombre servio de la
misma comunidad, o el enamoramiento de una muchacha francesa con un
soldado alemán, o de un hombre que era represor con una joven militante
presa, secuestrada y luego liberada. Son muchos los recovecos emocionales
que aún no conocemos y, por lo mismo, estamos prontos a criticar o a
condenar.
Las diferencias no cuentan en ese momento y la unicidad los ilusiona acerca de
la posibilidad de borrar esos detalles de conjunto que fundan una singularidad.
En otro lugar (Berenstein, 2005, pág. 165) mencioné que el enamoramiento es
ese estado emocional, subjetivo cuya característica es la de anular la presencia
del otro, lo inaccesible, lo no posible de representar. La coincidencia es una
formación de compromiso. Probablemente no sea posible representar esa
ajenidad de los que forman las parejas recién mencionadas que reúnen esas
características como serbio-musulmán, francés-alemán en tiempos de guerra,
represor-militante. En general ocurre con cada una y todas las parejas. Esto nos
acerca al tema de la pulsión.
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Diremos que…
Es frente a lo ajeno del otro y su presencia que en el sujeto emerge la pulsión y, en ese
movimiento, tratará de investirlo como su objeto, haciendo una formación de
compromiso tratando de inscribirlo cómo perteneciendo al pasado infantil.
Al ubicar al objeto proyectado en el otro tiende a borrarlo en su especificidad,
pasando a ser ahora lo variable de la pulsión.
Cuando el trabajo del vínculo ocurre en sus distintas configuraciones, tiene las
más importantes consecuencias:
1 �
por un lado, la investidura de esa memoria de la relación y el recorrido por
otras representaciones del otro en el yo, conlleva la función de pensar hasta
reconocer el vínculo como algo más ligado al sentido (estar ligándose o formar
parte de un conjunto), que a un recuerdo inscripto como una huella perceptiva
de estar juntos. De allí que el intento de repetición conlleve una marca de
equívoco. Este consiste en encontrar al otro corrido de su lugar supuesto
original, lo que genera una vivencia paranoide de sinsentido. Y, no obstante, la
relación mantiene el sentido de pertenecer a un vínculo. Si se postula su
condición de inconsciente deberemos decir, lo decía en la década del 90, que
es la representación de algo originario perdido, que es considerado
retroactivamente como si hubiera existido. Y sin embargo, como
representación tiene eficacia inconsciente porque el vínculo que se produce es
asociado con otras producciones de vínculo y se siente como que “crece o se
fortalece”, o por el contrario “se deteriora o se rompe, o se desvitaliza, o ya no
sostiene, etc.”
EL VÍNCULO ES INCONSCIENTE
Como vimos, el vínculo no pasa por la percepción. Los sujetos se perciben
separados entre ellos y lo que producen es lo inconsciente. A veces susceptible
de ser puesto en palabras y otras veces no, queda fuera de campo de las
palabras. Pueden no saber cuál es la participación como sujetos en lo que
producen: afectos y efectos, modificaciones subjetivas y la forma de ser
generada por esa dada relación.
Dos serían los motivos:
1 1.
el vínculo es del orden del conjunto, si lo decimos en términos numéricos, el
Dos (escrito con mayúscula) es anterior al uno y uno. Digamos que Dos es el
número inicial y no sólo el resultado de la suma de 1 y 1. Es desde donde
cuenta la producción vincular. Es del orden de la presentación y de la acción
que se deriva del hacer. Este componente no está representado ni podría
estarlo, porque está por ser realizado. Lo que está en potencia aún no se ha
hecho, puede o no llevarse a cabo y lo que se lleva a cabo produce efectos
tanto como lo que se decide no llevar a cabo.
1 2.
el vínculo también es del orden de la representación. Lo que se vuelve a
representar son inscripciones ligadas, esto es, relacionadas firmemente como
aquella de la vivencia de satisfacción: placer unido a la imagen del objeto y a
la imagen motriz refleja. Algo se 'vuelve' a
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1
(re)presentar ante el psiquismo inconsciente y eso es, a su vez, representado
entre los yoes que a su vez lo representan para sí.
Ajenidad
Es aquello del otro que no acepta la identificación desde el yo. Es esa operación
consistente en hacer con la imposición entre los sujetos lo que hace una
singularidad que ubica a uno enfrente del otro, que da lugar a, y resulta de,
ubicarse en ese enfrente que da a conocer la ajenidad producida desde ese
vínculo.
Otra es la ajenidad aportada por cada cual, previa al encuentro de uno y otro.
Es la ajenidad de lo inconsciente.
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Otra es lo producido por las intervenciones en el vínculo que los ubica como
diferentes a lo que eran en otros vínculos anteriores con otros sujetos: como
hijo ante la madre o ante el padre, como ex – marido de la esposa anterior,
como amante de su amante, como jefe de su empleado/a, como analista actual
de su paciente, como otro paciente de ese analista, etc.
Esa ajenidad resulta de y a su vez produce vínculo. Los sujetos de ese vínculo
podrían alejarse tanto como den las circunstancias posibles, pero no podrían
dejar de estar relacionados al menos en algún punto. No es posible el vínculo
sin una relación de presencia, sin ella sería una relación de objeto que habita en
la interioridad del sujeto.
Imposición
CONCLUSIONES
En esta clase hemos diferenciado la noción de presencia de las más conocidas
como derivadas de la ausencia del otro y recreadas en la fantasía. Recordemos
que habitualmente pensamos la presencia como proyección del objeto y
tratamos de mostrar lo significativo de aquello que excede, de lo que ofrece un
plus, aquello que denominamos ajenidad. El mecanismo princeps en la
subjetivación es la imposición a la que diferenciamos de la identificación, la que
opera con el objeto ausente.
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