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Acuerdo en que este, como otros en otras circunstancias, es un

asunto delicado sobre todo porque ante la complejidad y la poca


claridad que plantea supone, sobre todo, ser “portador” de una
serie de supuestos que cuesta considerar por (im)presentarse de
manera implícita.
Acuerdo con que hay que tomar recaudos, como ocurre cada vez
que hay un peligro dando vueltas, y que esos recaudos tienen
responsabilidades distintas según competa al Estado o a nosotros,
los ciudadanos de a pie.
No acuerdo con lo que pretende establecerse como “opinión
pública”, pues nos priva de tomar decisiones que vayan en otra vía
que la del paradigma inmunitario, que parece funcional al olvido de
que somos humanos, y no rocas, plantas o animales, porque nos
constituimos en “otredad”.
Esta “viralización” del “auto-acuartelamiento”, de la “auto-defensa”
de la “auto-cuarentena”, parece emerger como un síntoma para
recordarnos que nos hemos creído demasiado el cuento del
individuo, de los derechos de cada uno, de hacer lo que me haga
bien y cuidar mi propiedad.
No acuerdo con la idea de que la “separación” es emancipadora
respecto de la “alienación” (si pensamos que “alio” significa
otredad), si bien nuestro sentido común podría quedar
incomodado, el último tramo de la modernidad, al menos
occidental, da cuenta, que la separación junto al fanatismo
identitario han contribuido a des-hacer el lazo social, el lazo al y
con el otro, con lo cual se nos termina ofertando un mundo con un
horizonte tan estrecho como finito. Un mundo individual y
presente. Un mundo sin por-venir.
¿Qué sentido tiene “cuidar-nos” en una contexto como este?
Quizá sea lo opuesto a la lógica del “auto-encierro” y del
“ensimismamiento virtual”, quizá sea una buena ocasión para una
salida hacia el otro.
Sade, quien posiblemente recoja pocas simpatías entre nosotros,
sostenía que como nacemos separados somos enemigos los unos
de los otros, en un estado de guerra perpetua y recíproca. Hoy se
ha viralizado una ideología de “auto-defensa” y “atrincheramiento”
en el individualismo. Para Sade, lo importante como regla de vida,
era la “auto-suficiencia” y el preservarse a “uno-mismo”, claro que
para esto hay que tener en cuenta a los otros de un modo muy
particular y paradójico “al otro no hay que tenerlo en cuenta
excepto para salvarme de sus intrusiones”. Así, nuestro sentido
común al que consideramos democrático y defensor de las minorías
y los derechos humanos, parece ser “portador” de cierto sadismo.
Nunca estaré de acuerdo con el “auto-atrincheramiento” porque
es una vía que viraliza la idea de que la salvación es individual
(basta ver la voracidad con que la gente fue a “auto-abastecerse” a
los supermercados, junto con la voracidad de los formadores de
precios y comerciantes que a gusto y piacere duplicaron el precio
de productos de consumo básico y masivo)
Nunca estaré de acuerdo con la poco confortable idea de que
llegado el caso (que siempre estará justificado) para cuidar-se
“Uno mismo” hay que mantener lejos al otro, cuando no des-
hacerse de él.
Nunca estaré de acuerdo con eso, porque como un círculo vicioso,
resultaría, vaya paradoja “auto-destructivo”.
Celebro la salida de esas personas en los balcones que salen a
cantar convocando a sus vecinos, en barrios populares de Italia.
Celebro que en estas circunstancias el encuentro sea con otra
pasión que el miedo, que sea una ocasión para la alegría y la
música.
Acuerdo con que pensemos que la salida no será por el
autoacuartelamiento (con las redes sociales de por medio) sino con
solidaridad, con cuidado y organización e inventiva colectiva.
Otras de las ideas de Sade ha sido que preocuparse por los demás
es producto de la cobardía y del miedo, para no asumirse como
“Uno-mismo”.
Se ha viralizado la idea de la “autonomía” y en lo que va del siglo,
esa idea muchas veces es la contraria a la de solidaridad, porque
confunde el “cuidado” con la desconfianza y la no dependencia del
otro.
Es notable que las propuestas de cuidado sean todas de
“autonomía individual” no de autonomía colectiva.
Ironías, un tanto sádicas, de la globalización económica, los Estados
pueden llegar a defenderse con armas para sostener sus fronteras,
pero lo que no han podido es detener la viralización del capital (lo
llaman “circulación”, aquí no habría patología, como podría ser que
2% de la población del mundo sea dueña del 85% de la riqueza del
planeta)
El protocolo dice que, puertas adentro, podemos y debemos seguir
usando el homebanking, para pagar, comprar, transferir dinero,
estando preservados de cualquier contagio. El individuo, el
individualismo, al perecer tan circunscripto y delimitado por su
indivisibilidad, paradójicamente no tiene territorio. Se ha viralizado.
El covid-19 se trata como al terrorismo, como una fuerza oscura
que genera desconfianza, quizá sea entonces una manera
oscurantista de abordar un problema, con la omnipresencia de la
noticias generadas por los medios de difusión, incluiría ahora las
redes sociales, los comunicados oficiales, científicos o de
divulgación, creeríamos que es información necearia para tomar
decisiones pero el problema es que no podemos establecer la
dimensión de la falsedad, no sólo respecto de la mentira, sino de la
elección, la selección, el agrupamiento de datos que están
direccionados a determinadas conclusiones en detrimento de otras.
La circulación de la información no expresaría la voluntad colectiva,
por momentos parece que sólo fuéramos Consumidores, de
noticias y opiniones, sin poder discernir lo que es verdad de lo que
no lo es, por un momento leemos o escuchamos que el virus es una
gripe más y luego que no es cierto pues incrementa veinte veces el
porcentaje de mortalidad. Y lo cierto es que hemos creído las dos
cosas.

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