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El material que les comparto, son recortes de las notas.

Recortes que
evalúe como interesantes para el trabajo nuestro. Copio los links
originales por si quieren darse una vuelta. Gracias!

La emergencia viral y el mundo de mañana // Byung-Chul Han


http://lobosuelto.com/sobre-el-coronavirus-y-el-capitalismo-debate-zizek-byung-chul-han/  

Las ventajas de Asia


En comparación con Europa, ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten
eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China,
Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su
tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes
que en Europa. También confían más en el Estado. Y no solo en China, sino también en
Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en
Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la
vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme
para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las
combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y
los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se
ha enterado. Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva
vidas humanas.
La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente.
Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y
Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto
China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que
permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano
debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún
momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic,
cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el
semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios
críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy
peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos
afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de
viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado
número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social
porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet y
de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En
el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.

Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz
para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado
automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura
es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una
notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado
dónde en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso se están usando drones para
controlar las cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se
dirige volando a él y le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una
multa y se la deje caer volando, quién sabe. Una situación que para los europeos sería
distópica, pero a la que, por lo visto, no se ofrece resistencia en China.
Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur,
Taiwán o Japón existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data. La
digitalización directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En
Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el
individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia.

Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se


caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación
acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales
inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad
generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la
negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan hoy desde la
negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como
exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad
del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión
a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la
autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno
guerrea sobre todo contra sí mismo.

“(…) La revolución viral no llegará a producirse. Ningún virus es capaz de hacer la


revolución. El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo
fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La
solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita
soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la
revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución
humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que
repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada
y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello
planeta.

Giorgio Agamben https://ficciondelarazon.org/2020/03/11/giorgio-agamben-contagio/ 11 de marzo


de 2020

¡El contagiado! ¡Dale! ¡Dale! ¡Dale al contagiado!, Alessandro Manzoni, El Novio

Una de las consecuencias más inhumanas del pánico que se busca por todos los medios difundir en Italia
durante la llamada epidemia del coronavirus es la idea misma del contagio, que está en la base de las
medidas excepcionales de emergencia adoptadas por el gobierno. La idea, ajena a la medicina hipocrática,
tuvo su primer precursor inconsciente durante las plagas que asolaron algunas ciudades italianas entre
1500 y 1600. Es la figura del contagiado, inmortalizada por Manzoni tanto en su novela como en el ensayo
sobre la Historia de la columna infame. Un «grito» milanés por la peste de 1576 los describe así, invitando
a los ciudadanos a denunciarlos:

(…) Dadas las diferencias necesarias, las recientes disposiciones (adoptadas por el gobierno con decretos
que quisiéramos esperar -pero es una ilusión- que no fueran confirmados por el parlamento en leyes
dentro de los plazos prescritos) transforman a cada individuo en un potencial contagiado, de la misma
manera que los que se ocupan del terrorismo consideran a cada ciudadano como un terrorista de hecho y
de derecho. La analogía es tan clara que el potencial contagiado que no cumple con las prescripciones es
castigado con la prisión. Particularmente invisible es la figura del portador sano o precoz, que infecta a
una multiplicidad de individuos sin éstos puedan defenderse de él, como se podría defender uno de los
contagiados.

Aún más triste que las limitaciones de las libertades implícitas en las prescripciones es, en mi opinión, la
degeneración de las relaciones entre los hombres que pueden producirse. El otro hombre, quienquiera
que sea, incluso un ser querido, no debe ser acercado o tocado, y de hecho hay que poner una distancia
entre nosotros y él que algunos dicen que es de un metro, pero según las últimas sugerencias de los
llamados expertos debería ser de 4,5 metros (¡esos cincuenta centímetros son interesantes!). Nuestro
vecino ha sido abolido. Es posible, dada la inconsistencia ética de nuestros gobernantes, que estas
disposiciones se dicten en quienes las han tomado por el mismo temor que pretenden provocar, pero es
difícil no pensar que la situación que crean es exactamente la que los que nos gobiernan han tratado de
alcanzar repetidamente: que las universidades y las escuelas se cierren de una vez por todas y que las
lecciones sólo se den en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo
intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto
– todo contagio – entre los seres humanos.

Omar Acha https://www.intersecciones.com.ar/2020/03/25/la-filosofia-en-tiempos-de-pandemia-a-


proposito-de-giorgio-agamben/

El propósito del filósofo italiano Giorgio Agamben en sus dos brevísimas notas sobre la
generalización global del “estado de excepción” consistió en advertir que la exasperada defensa
de la “vida desnuda” por los individuos atemorizados despolitiza la relación ante gobiernos
devenidos en apariencia todopoderosos.1 La amenaza habría sido sobredimensionada en
detrimento de las libertades públicas e individuales.

Se ha afirmado que Agamben impuso su filosofía intemporal a una coyuntura peligrosa. Con ese
gesto, el filósofo ajeno a las exigencias de la emergencia global, habría erigido una realidad
dogmática, arbitraria y orgullosamente teórica, en la cual la pandemia devino una inofensiva
“gripe común” sobredimensionada por la vocación estatal de regirlo todo.

Lo que Agamben señaló son las secuelas de conceder inmoderadamente el hacer común a un
estado-nación apto para imponer medidas de estado de excepción, suspender las garantías
individuales si lo considera necesario, reprimir la circulación y lo público.

(…) En ese temperamento, la filósofa Anastasia Berg reprochó a Agamben la carencia de


comprensión respecto de qué preside la voluntad colectiva de atenerse a la cuarentena: no es
solo un ánimo individualista de permanecer con vida. Revela también nuestra preocupación por
otras personas de la comunidad. No es entonces la vida desnuda que se entrega al poder
soberano omnipotente y garante de la supervivencia. Interpretar así la situación actual sería un
prototipo de cómo una jerga ideal se constituye en un dogma ajeno a la realidad.3 Pareciera ser
un fenómeno más amplio.

(…) Antonio Diéguez Lucena, de la Academia Malagueña de Ciencias, amonestó la ligereza de


ciertos filósofos –los tres mencionados más arriba– por anticiparse a los acontecimientos para
extraer consecuencias entonces prematuras
(… )Diéguez Lucena seleccionó para su breve texto el epígrafe de Thomas Jefferson, “El precio
de la libertad es la eterna vigilancia”. Ante eso cabe preguntar: ¿quién vigila? ¿Debemos
someternos pasivamente a toda vigilancia legal (es decir, regida por autoridades legítimas
dentro de nuestro marco normativo colectivo)? No es viable delegar en la razón política la
reflexión sobre su validez.

Pensamiento crítico y emergencia colectiva

(…)Agamben puede defenderse solo. Pero sí quiero acentuar la importancia político-intelectual


de su planteo: en situaciones difíciles como las que atraviesa la sociedad capitalista global es
más urgente que nunca desplegar el pensamiento crítico. Ante los estados que más o menos
torpemente ensayan medidas sobre las que poco saben, ante los amantes consuetudinarios del
Dirigente-Que-Sabe (y es obvio que solo atisba entre brumas la realidad e ignora qué puede
suceder en lo inmediato), y también ante los planteos individualistas de desoír las directivas
estatales –por caso, respetar la cuarentena– en razón de inmarcesibles derechos “naturales”,
es preciso recuperar la capacidad del pensar dialógico. En este texto pienso la actitud crítica
hacia las determinaciones estatales preferentemente en términos de opiniones forjadas
“públicamente”, no tanto como juicio individual.

Las decisiones estatales merecen siempre ser pensadas reflexivamente. El problema reside en
la implicación de una voluntad autónoma con la obediencia razonada a las normas
supraindividuales.

La filosofía suele problematizar la mera obediencia. Pensar con capacidad reflexiva no es


necesariamente un elogio del agrado individual, desligado de los marcos ético-políticos de una
comunidad o espacio social colectivo. ¿Se puede pensar críticamente todo lo que se quiera pero
a la vez se debería obedecer siempre las directivas estatales? ¿Cuál es el marco práctico en que,
incluso en situaciones de emergencia, es ético-políticamente sostenible la desobediencia?
Imaginemos el contexto de una guerra. ¿Se puede disentir durante una situación bélica?
¿Pueden ser defendidas racionalmente la resistencia ética a tomar las armas o el derrotismo en
una guerra considerada injusta?

Volvamos a la pandemia. ¿Todas las medidas adoptadas por el Estado ante ella merecen el
asentimiento de los individuos? ¿Deben ser obedecidas sin que sea relevante meditar su
contenido? ¿Incluso si las consideramos inadecuadas o inicuas?

Pensemos un caso: vendedoras y vendedores informales de golosinas que son el único ingreso
de sus respectivas familias luego de declarada la cuarentena. ¿Deberían salir a vender golosinas
para alimentar a su familia arriesgándose a ser un vector del contagio? Si hubiera una asistencia
monetaria estatal pero fuera insuficiente, ¿tendría que desobedecer y anteponer la “ley de la
familia” a la “ley del Estado”? No creo que esto deba conducirnos a una actitud “libertaria” en
la que se rechaza como lesiva toda acción estatal. Solo destaca que ella no es legítima per se.
(…)La interrogación “filosófica” es cómo se genera y legitima una opinión crítica en un contexto
de elevada incertidumbre y riesgo. Estas son cuestiones que poseen implicancias prácticas. No
son discusiones antojadizas estimuladas por las definiciones a priori de sistemas abstractos.

Es innecesario asumir la filosofía de Giorgio Agamben para retener lo válido de su planteo: es


un reclamo ético-político que requiere desarrollar el pensamiento crítico precisamente cuando
nos hallamos en una situación de emergencia. Las reprobaciones que ha recibido simplifican los
desafíos teóricos y políticos involucrados en la situación global de la pandemia. Supongamos
que fuera falsa la inflación del “estado de excepción como norma” teorizada por Agamben.
¿Podría ser una condición epocal asociada con la “lucha contra el terrorismo” y la pandemia?
(…)6

Una última observación, quizás contraria a Agamben. Es una ilusión atribuir al Estado una
validez facultad racional por defecto. Hegel fantaseaba en su tesis sobre la realidad estatal del
compromiso ético colectivo. Si observamos con cuidado las acciones estatales en el mundo,
vemos que ellas son distintas, desarticuladas, tentativas, contradictorias, inseguras. Es por eso
que debemos asumir una actitud crítica ante las reacciones estatales frente a la pandemia. Tal
vez el temor a una sumisión inmoderada al Estado soberano sea una ilusión. En numerosos
casos, el Estado no hace lo que quiere (suponiendo que poseyera una voluntad omnímoda),
sino lo que modestamente puede. También necesitamos el pensamiento crítico para meditar
eso. ¡Qué florezcan inquietas las preguntas a primera vista quiméricas de la filosofía!

1https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-l-invenzione-di-un-epidemia
2https://ficciondelarazon.org/2020/02/28/jean-luc-nancy-excepcion-viral/
3https://www.chronicle.com/article/Giorgio-Agamben-s/248306
4https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-
filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
5 https://academiamalaguenaciencias.wordpress.com/2020/03/23/pandemonium-pandemico/?
fbclid=IwAR0z6rkYoPija1CzlkiIX7nCqRCDBJysG0DsFmpZFmjpNjzIS2e4NNFGr-A
6 https://lastingfuture.blogspot.com/2020/03/against-agamben-is-democratic.html?
fbclid=IwAR2lhk3idm9L8Md0EIuKZV1WzX8euWGQguvt0AKlK-Yh4Tq_Co4YUX29rd8

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