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Recortes que
evalúe como interesantes para el trabajo nuestro. Copio los links
originales por si quieren darse una vuelta. Gracias!
Toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz
para contener la epidemia. Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado
automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura
es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una
notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado
dónde en el tren. Las redes sociales cuentan que incluso se están usando drones para
controlar las cuarentenas. Si uno rompe clandestinamente la cuarentena un dron se
dirige volando a él y le ordena regresar a su vivienda. Quizá incluso le imprima una
multa y se la deje caer volando, quién sabe. Una situación que para los europeos sería
distópica, pero a la que, por lo visto, no se ofrece resistencia en China.
Ni en China ni en otros Estados asiáticos como Corea del Sur, Hong Kong, Singapur,
Taiwán o Japón existe una conciencia crítica ante la vigilancia digital o el big data. La
digitalización directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En
Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado. No es lo mismo el
individualismo que el egoísmo, que por supuesto también está muy propagado en Asia.
Una de las consecuencias más inhumanas del pánico que se busca por todos los medios difundir en Italia
durante la llamada epidemia del coronavirus es la idea misma del contagio, que está en la base de las
medidas excepcionales de emergencia adoptadas por el gobierno. La idea, ajena a la medicina hipocrática,
tuvo su primer precursor inconsciente durante las plagas que asolaron algunas ciudades italianas entre
1500 y 1600. Es la figura del contagiado, inmortalizada por Manzoni tanto en su novela como en el ensayo
sobre la Historia de la columna infame. Un «grito» milanés por la peste de 1576 los describe así, invitando
a los ciudadanos a denunciarlos:
(…) Dadas las diferencias necesarias, las recientes disposiciones (adoptadas por el gobierno con decretos
que quisiéramos esperar -pero es una ilusión- que no fueran confirmados por el parlamento en leyes
dentro de los plazos prescritos) transforman a cada individuo en un potencial contagiado, de la misma
manera que los que se ocupan del terrorismo consideran a cada ciudadano como un terrorista de hecho y
de derecho. La analogía es tan clara que el potencial contagiado que no cumple con las prescripciones es
castigado con la prisión. Particularmente invisible es la figura del portador sano o precoz, que infecta a
una multiplicidad de individuos sin éstos puedan defenderse de él, como se podría defender uno de los
contagiados.
Aún más triste que las limitaciones de las libertades implícitas en las prescripciones es, en mi opinión, la
degeneración de las relaciones entre los hombres que pueden producirse. El otro hombre, quienquiera
que sea, incluso un ser querido, no debe ser acercado o tocado, y de hecho hay que poner una distancia
entre nosotros y él que algunos dicen que es de un metro, pero según las últimas sugerencias de los
llamados expertos debería ser de 4,5 metros (¡esos cincuenta centímetros son interesantes!). Nuestro
vecino ha sido abolido. Es posible, dada la inconsistencia ética de nuestros gobernantes, que estas
disposiciones se dicten en quienes las han tomado por el mismo temor que pretenden provocar, pero es
difícil no pensar que la situación que crean es exactamente la que los que nos gobiernan han tratado de
alcanzar repetidamente: que las universidades y las escuelas se cierren de una vez por todas y que las
lecciones sólo se den en línea, que dejemos de reunirnos y hablar por razones políticas o culturales y sólo
intercambiemos mensajes digitales, que en la medida de lo posible las máquinas sustituyan todo contacto
– todo contagio – entre los seres humanos.
El propósito del filósofo italiano Giorgio Agamben en sus dos brevísimas notas sobre la
generalización global del “estado de excepción” consistió en advertir que la exasperada defensa
de la “vida desnuda” por los individuos atemorizados despolitiza la relación ante gobiernos
devenidos en apariencia todopoderosos.1 La amenaza habría sido sobredimensionada en
detrimento de las libertades públicas e individuales.
Se ha afirmado que Agamben impuso su filosofía intemporal a una coyuntura peligrosa. Con ese
gesto, el filósofo ajeno a las exigencias de la emergencia global, habría erigido una realidad
dogmática, arbitraria y orgullosamente teórica, en la cual la pandemia devino una inofensiva
“gripe común” sobredimensionada por la vocación estatal de regirlo todo.
Lo que Agamben señaló son las secuelas de conceder inmoderadamente el hacer común a un
estado-nación apto para imponer medidas de estado de excepción, suspender las garantías
individuales si lo considera necesario, reprimir la circulación y lo público.
Las decisiones estatales merecen siempre ser pensadas reflexivamente. El problema reside en
la implicación de una voluntad autónoma con la obediencia razonada a las normas
supraindividuales.
Volvamos a la pandemia. ¿Todas las medidas adoptadas por el Estado ante ella merecen el
asentimiento de los individuos? ¿Deben ser obedecidas sin que sea relevante meditar su
contenido? ¿Incluso si las consideramos inadecuadas o inicuas?
Pensemos un caso: vendedoras y vendedores informales de golosinas que son el único ingreso
de sus respectivas familias luego de declarada la cuarentena. ¿Deberían salir a vender golosinas
para alimentar a su familia arriesgándose a ser un vector del contagio? Si hubiera una asistencia
monetaria estatal pero fuera insuficiente, ¿tendría que desobedecer y anteponer la “ley de la
familia” a la “ley del Estado”? No creo que esto deba conducirnos a una actitud “libertaria” en
la que se rechaza como lesiva toda acción estatal. Solo destaca que ella no es legítima per se.
(…)La interrogación “filosófica” es cómo se genera y legitima una opinión crítica en un contexto
de elevada incertidumbre y riesgo. Estas son cuestiones que poseen implicancias prácticas. No
son discusiones antojadizas estimuladas por las definiciones a priori de sistemas abstractos.
Una última observación, quizás contraria a Agamben. Es una ilusión atribuir al Estado una
validez facultad racional por defecto. Hegel fantaseaba en su tesis sobre la realidad estatal del
compromiso ético colectivo. Si observamos con cuidado las acciones estatales en el mundo,
vemos que ellas son distintas, desarticuladas, tentativas, contradictorias, inseguras. Es por eso
que debemos asumir una actitud crítica ante las reacciones estatales frente a la pandemia. Tal
vez el temor a una sumisión inmoderada al Estado soberano sea una ilusión. En numerosos
casos, el Estado no hace lo que quiere (suponiendo que poseyera una voluntad omnímoda),
sino lo que modestamente puede. También necesitamos el pensamiento crítico para meditar
eso. ¡Qué florezcan inquietas las preguntas a primera vista quiméricas de la filosofía!
1https://www.quodlibet.it/giorgio-agamben-l-invenzione-di-un-epidemia
2https://ficciondelarazon.org/2020/02/28/jean-luc-nancy-excepcion-viral/
3https://www.chronicle.com/article/Giorgio-Agamben-s/248306
4https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-
filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
5 https://academiamalaguenaciencias.wordpress.com/2020/03/23/pandemonium-pandemico/?
fbclid=IwAR0z6rkYoPija1CzlkiIX7nCqRCDBJysG0DsFmpZFmjpNjzIS2e4NNFGr-A
6 https://lastingfuture.blogspot.com/2020/03/against-agamben-is-democratic.html?
fbclid=IwAR2lhk3idm9L8Md0EIuKZV1WzX8euWGQguvt0AKlK-Yh4Tq_Co4YUX29rd8