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Comunovirus

JEAN-LUC NANCY

El virus nos comuniza, pues debemos hacerle frente unidos, incluso si esta unión
pasa por el aislamiento de cada quien. Es la ocasión de poner verdaderamente a
prueba nuestra comunidad.

Un amigo hindú me comenta que en su casa se habla del "comunovirus". ¿Cómo no


lo había pensado antes? ¡Es evidente! Y qué admirable y completa ambivalencia: el
virus que viene del comunismo, el virus que nos comuniza. Resulta que es mucho
más fecundo que la ridícula corona que evoca viejas historias monárquicas o
imperiales. Ya desde un inicio es para destronar la corona, sino para decapitarla, que
se utiliza el comuno.

Ciertamente, esto es lo que parece hacer según su primera acepción, dado que de
hecho proviene del país más grande del mundo, cuyo régimen es oficialmente
comunista. No lo es sólo a título oficial: tal como lo declaró el presidente Xi Jinping,
la gestión de la epidemia viral demuestra la superioridad del "sistema socialista con
características chinas". Si el comunismo, en efecto, consiste esencialmente en la
abolición de la propiedad privada, el comunismo chino consiste – desde hace una
docena de años – en una curiosa combinación de la propiedad colectiva (o de Estado)
y la propiedad individual (de la que queda completamente excluida la propiedad de la
tierra). Esta combinación, como es sabido, ha permitido un destacable crecimiento de
las capacidades económicas y técnicas de China, incrementando a su vez la
importancia del rol que juega a nivel mundial. Es aún muy temprano para saber cómo
designar a la sociedad producida por esta combinación: ¿en qué sentido es comunista
y en qué sentido ha introducido en sí el virus de la competencia individual, es decir,
de su sobrepujanza ultra-liberal? Por el momento, el Covid-19 le ha permitido
mostrar la eficiencia del aspecto colectivo y estatal del sistema. Esta eficiencia es tan
palpable que China va ahora en ayuda de Italia, y tras ello ayudará a Francia.

Por supuesto, no faltará el epílogo sobre el renacimiento de la potencia autoritaria de


la que en estos momentos se ha beneficiado el Estado chino. De hecho, todo pasa
como si el virus viniera justo a reforzar el comunismo oficial. Lo más enojoso de
todo esto es que, de este modo, el contenido del término "comunismo" no cesa de
agitarse – incluso cuando este desde antes ya era incierto.

Marx escribió de manera muy precisa que, con la propiedad privada, la propiedad
colectiva también debía desaparecer, y que a ambas las debía suceder aquello que
llamaba la "propiedad individual". Con ella no se entendían los bienes poseídos por el
individuo (es decir, la propiedad privada), sino la posibilidad para el individuo de
devenir propiamente él mismo. Podría decirse: de realizarse. Marx no tuvo ni el
tiempo ni los medios para ir más lejos en este pensamiento. Pero por lo menos
podemos reconocer que este, por sí solo, abre una perspectiva convincente – por más
que sea indeterminada – hacia una propuesta "comunista". "Realizarse", esto no es
adquirir bienes materiales o simbólicos: es devenir real, efectivo, es existir de manera
única.

Esta es, pues, la segunda acepción de comunovirus que nos debe retener. De hecho, el
virus nos comuniza. Él nos pone en pie de igualdad (para decirlo de una vez) y nos
agrupa en la necesidad de hacerle frente juntos. Que esto deba pasar por el
aislamiento de cada quien no es más que un modo paradójico de darnos la
oportunidad de poner a prueba nuestra comunidad. Uno sólo puede ser único entre
todos. Esto es lo que hace nuestra más íntima comunidad: el sentido repartido de
nuestras unicidades.

Hoy, y de todos los modos posibles, la copertenencia, la interdependencia, la


solidaridad se acuerdan de nosotros. De todas partes surgen testimonios e iniciativas
en ese sentido. Si añadimos a este hecho la disminución de la contaminación
atmosférica a causa de la reducción de los transportes y la industria, obtenemos el
encanto anticipado de aquellos que creen que ya ha llegado el desbarajuste del tecno-
capitalismo. No despreciemos una euforia tan frágil – pero preguntémonos por lo
menos hasta que punto ahora podemos penetrar mejor la naturaleza de nuestra
comunidad.

Uno llama a las solidaridades y uno activa a muchas de ellas, pero globalmente es la
espera de la providencia estatal – aquella misma que Emmanuel Macron ha tenido
oportunidad de celebrar – la que domina el paisaje mediático. En lugar de
confinarnos nosotros mismos, nos sentimos desde un inicio confinados a la fuerza,
aunque esta sea providencial. Experimentamos el aislamiento como una privación
cuando es una protección.

En cierto sentido, es una excelente temporada de reajustes: Es verdad que no somos


animales solitarios. Es verdad que tenemos la necesidad de encontrarnos, de echar
unos tragos y de visitarnos. Por lo demás, el brusco incremento de las llamadas
telefónicas, de los mails y de otros flujos sociales ponen de manifiesto una necesidad
urgente, un temor a perder el contacto.

¿Estamos mejor preparados, con ello, para pensar esta comunidad? Debe temerse que
el virus acabe siendo su principal representante. Debe temerse que entre el modelo de
la vigilancia y el de la providencia, quedemos liberados al virus mismo, en lugar de al
bien común.

De ser así, no progresaremos en la comprensión de eso que pudiera ser la superación


de las propiedades tanto colectivas como privadas. Es decir: la superación de la
propiedad en general en la medida en que esta designa la posesión de un objeto por
parte de un sujeto. Lo propio del "individuo", para hablar como Marx, es ser
incomparable, inconmensurable e inasimilable – incluso para sí mismo. No se trata de
poseer "bienes". Se trata de ser una posibilidad de realización única, exclusiva y cuya
unicidad exclusiva, por definición, sólo se realiza entre todos y con todos – contra
todos también o a pesar de todos, pero siempre en la relación y el intercambio (la
comunicación). Se trata aquí de un "valor" que no es ni aquel del equivalente general
(el dinero) ni, por lo tanto, aquel de una "plusvalía" expropiada, sino de un valor que
no se mide de ningún modo.

¿Somos capaces de pensar de este modo tan difícil – y a la vez tan vertiginoso? Es
bueno que el comunovirus nos obligue a hacernos estas preguntas. Es más: sólo bajo
esta condición vale la pena, en el fondo, tratar de suprimirlo. De lo contrario,
regresaremos al mismo punto de partida: acabar con él nos aliviará, pero deberemos
prepararnos para otras pandemias.
GIORGIO AGAMBEN / DISTANCIAMIENTO SOCIAL
No sabemos dónde nos espera la muerte,
esperémosla en todas partes. Meditar sobre
la muerte es meditar sobre la libertad; quien
ha aprendido a morir, ha desaprendido la
servidumbre; ningún mal puede, en el curso
de la vida, llegar a quien comprende bien
que la privación de la vida no es un mal;
saber morir nos libera de toda sujeción y de
toda restricción.
Michel de Montaigne

Dado que la historia nos enseña que todo fenómeno social tiene o puede tener
implicaciones políticas, es apropiado registrar con atención el nuevo concepto que ha
entrado hoy en el léxico político de Occidente: el «distanciamiento social». Aunque el
término se ha producido probablemente como un eufemismo para la crudeza del
término «confinamiento» utilizado hasta ahora, hay que preguntarse de qué
ordenamiento político basado en él podría tratarse. Esto es tanto más urgente cuanto
que no se trata sólo de una hipótesis puramente teórica, si es cierto, como se empieza
a decir desde muchos sectores, que la actual emergencia sanitaria puede considerarse
como el laboratorio en el que se preparan los nuevos arreglos políticos y sociales que
esperan a la humanidad.

Aunque existen, como sucede en cada ocasión, los tontos que sugieren que tal
situación puede considerarse ciertamente positiva y que las nuevas tecnologías
digitales permiten desde hace tiempo comunicarse felizmente a distancia, no creo que
una comunidad basada en el «distanciamiento social» sea humana y políticamente
vivible. En cualquier caso, sea cual sea la perspectiva, me parece que es sobre esta
cuestión sobre la que debemos reflexionar.

Una primera consideración se refiere a la naturaleza verdaderamente singular del


fenómeno que han producido las medidas de «distanciamiento social». Canetti, en esa
obra maestra que es Masa y poder, define la masa en la que se basa el poder a través
de la inversión del miedo a ser tocado. Mientras que los hombres suelen temer ser
tocados por el extraño y todas las distancias que los hombres establecen a su
alrededor surgen de este temor, la masa es la única situación en la que este miedo se
invierte en su opuesto. «Sólo en la masa puede el hombre redimirse del miedo a ser
tocado… Desde el momento en que nos abandonamos a la masa, no tenemos miedo a
ser tocados por ella… Cualquiera que se nos acerque es igual a nosotros, lo sentimos
como nos sentimos a nosotros mismos. De repente, es como si todo ocurriera dentro
de un solo cuerpo… Esta inversión del temor a ser tocado es peculiar de la masa. El
relieve que se extiende en ella alcanza una medida llamativa cuanto más densa es la
masa».
No sé qué habría pensado Canetti de la nueva fenomenología de la masa a la que nos
enfrentamos: lo que las medidas de distanciamiento social y el pánico han creado es
ciertamente una masa — pero una masa por así decirlo invertida, formada por
individuos que se mantienen a toda costa a distancia unos de otros. Una masa que no
es densa, por lo tanto, sino rarificada y que, sin embargo, sigue siendo una masa, si
ésta, como señala Canetti poco después, se define por su compacidad y pasividad, en
el sentido de que «un movimiento verdaderamente libre no le sería posible en modo
alguno… espera, espera a un líder, que debe mostrársele».

Unas páginas después, Canetti describe la masa que se forma mediante una
prohibición, «en la que muchas personas reunidas quieren dejar de hacer lo que
habían hecho como individuos hasta entonces. La prohibición es repentina: se la
imponen a sí mismos… en cualquier caso les afecta con la mayor fuerza. Es
categórica como una orden; para ella, sin embargo, el carácter negativo es decisivo».

Es importante no dejar escapar que una comunidad basada en el distanciamiento


social no tendría que ver, como se podría creer ingenuamente, con un individualismo
empujado al exceso: sería, por el contrario, como la que vemos hoy en día a nuestro
alrededor, una masa rarificada y basada en una prohibición, pero, precisamente por
eso, particularmente compacta y pasiva.

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