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SÍNTESIS TEOLÓGICA
Guía de Estudio – Katniss Gokū Etzbe’onît
1. TEOLOGÍA FUNDAMENTAL
Desde los inicios del cristianismo se encuentra la función apologética del pueblo de
Dios, en la cual se busca «dar respuesta» o «hacer apología» siendo el resultado
expresar el testimonio de la fe por medio de una explicación razonada a los
interesados en los temas de la esperanza y de la fe.
Dentro de la misión de la Iglesia antigua está presente la convivencia de los cristianos
y los no cristianos, en donde los creyentes se ven sometidos a un interrogatorio acerca
de los fundamentos de su nueva conducta, dando por ello «la razón de la nueva
esperanza». San Agustín y San Jerónimo toman como referente 1 Pe 3, 15 para el
mundo latino relacionando la fe y la razón.
En los siglos XII/XIII que aparece la teología como ciencia, la función apologética no
se constituye en disciplina propia y específica dentro de las Sumas Teológicas, pero se
encuentra presente la preocupación de argumentar la fe y profundización su relación
con la razón.
La apologética se ve marginada a partir del nominalismo de Guillermo de Occam,
quien la considera como via antiqua , optando por la via moderna que se basa en el
positivismo e historicismo de la fe.
Será hasta quince años después del Concilio Vaticano II en el documento Sapientia
Christiana de 1979 que se hace mención explícita de la Teología Fundamental como
una disciplina obligatoria dando énfasis a su dimensión de diálogo con el
ecumenismo, el ateísmo y las religiones no cristianas.
La Encíclica Fides et Ratio de 1998 describe la función de la Teología fundamental con
las siguientes palabras: «La teología fundamental por su carácter propio de disciplina
que tiene la misión de dar razón de la fe (cf. 1 Pe 3, 15), debe encargarse de justificar y
explicitar la relación entre la fe y la reflexión filosófica… La teología fundamental
debe mostrar la íntima compatibilidad entre la fe y su exigencia fundamental de ser
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explicitada mediante una razón capaz de dar su asentimiento en plena libertad. Así,
la fe sabrá mostrar ‘plenamente el camino a una razón que busca sinceramente la
verdad. De este modo, la fe, don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón,
ciertamente no puede prescindir de ella; al mismo tiempo, la razón necesita
fortalecerse mediante la fe, para descubrir los horizontes a los que no podría llegar
por sí misma».
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El binomio “Revelación Cristiana – sujeto creyente”
Asume el protagonismo y la centralidad de la teología fundamental, que tiene sus
raíces en la temática de las primeras sistematizaciones teológicas medievales: La fe
y la razón desde una perspectiva metodológica que deriva de los tratados de los
loci theologici de la fe y de las quaestiones disputatae medievales
Concilio Vaticano II sitúa el binomio dentro de una nueva proyección:
La relación de la Iglesia y el mundo, mira hacia una comunión escatológica,
donde la Iglesia es “el sacramento universal de salvación” (la forma histórica,
social, visible y pública que toma la voluntad divina para hacer que la creación
se consume por su finalidad en Dios).
La Iglesia-sacramento con su doble valor: Interno (La Iglesia, sacramento
primordial, raíz de los sacramentos) y externo (misión y mediación para el
mundo)
La Iglesia continúa la diaconía que el mismo Dios ejerce hacia el mundo en
Jesucristo, tanto para llevarlo a la condición de Pueblo de Dios cuanto para
ayudarle a resolver mejor sus problemas de mundo
El binomio queda englobado en el de “Iglesia-mundo” y la perspectiva de la
Teología fundamental queda rescatada a partir de la pregunta por la
significatividad (la capacidad de la Iglesia, la Revelación, la fe cristiana de ser
‘signo-sacramental’ en el mundo cuyo objetivo es la “unión con Dios y con
todo el género humano”)
La teología fundamenta se convierte en la disciplina que se plantea como problema
primario: La cuestión de la significatividad – credibilidad – razonabilidad de la propuesta
cristiana en su conjunto.
Es necesario tratar el hecho cristiano en su realidad de historia incluyendo el
acontecimiento Cristo, desde la fe pascual pasando por el kerigma primitivo hasta
el dogma sucesivo vivido en la Iglesia.
Se trata de la credibilidad y atendibilidad de toda una historia de la presencia
reveladora de Dios en el mundo y no sólo de algunos momentos de ella,
credibilidad que se hace significativa a través de la Iglesia y su testimonio
revelador en el mundo
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Esquema del objetivo global de la Teología Fundamental:
ESTATUTO HUMANO
Lo razonable Lo creíble Lo significativo
A) Fundacional-hermenéutica
B) Dialogal-contextual
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oyente de la Revelación, es por lo que la tradición teológica ha favorecido la
capacidad radical del hombre para la fe.
San Agustín para recalcar la importancia de la escucha para creer y su uso se
convierte en un clásico con Santo Tomás: La razón es causa externa ya que la causa
interna es don de Dios.
El Concilio de Trento insistirá en este hecho: Los hombres se disponen a la
justificación misma, cuando estimulados y ayudados por la gracia divina, recibiendo
la fe mediante la escucha, se convierten libremente hacia Dios, creyendo aquello que
ha sido divinamente revelado y prometido. (DH 1526).
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Por ello se ha calificado la filosofía medieval como “socratismo cristiano”. El
“conócete a ti mismo” medieval cristiano tiene como objetivo final la conciencia de
ser “imagen de Dios”
Concilio Vaticano II: “¿Qué es el hombre?” GS 10, sintetizado de forma más explícita
por Pablo VI: “La sabiduría antigua del ‘conócete a ti mismo’, que quedó a nivel de
interrogación, tiene hoy (la Navidad) una espléndida aunque siempre misteriosa
respuesta. Nuestra antropología conoce y afirma una superlativa genealogía del
hombre, ya que en su composición inicial es ‘imagen y semejanza de Dios’
Fides et ratio: El hombre como posible oyente de la Revelación. Las preguntas que
caracterizan el recorrido de la existencia humana, tienen su origen común en la
necesidad de sentido que desde siempre acucia el corazón del hombre. Esto se
relaciona con el sufrimiento, la muerte y el dolor.
Fórmula que aparece por primera vez en Rufino comentando la encarnación: anima
capax Dei (PL 21:352)
San Agustín la usa para describir que el hombre es imagen de Dios en cuanto capaz
de Dios y puede participar de Él; este bien tan excelso no podría conseguirlo si no
fuera imagen de Dios.
Buenaventura: “El hombre está ordenado inmediatamente a Dios, por esto es capaz
de Él y, viceversa; porque es capaz de Dios, está configurado a Él”
Santo Tomás: “el alma es capaz de Dios porque es su imagen”
Catecismo de la Iglesia Católica: “El hombre es capaz de Dios”
Parte del destino final del hombre a la visión de Dios, la cual consiste la perfecta
comunión con Dios
El hombre no podrá ser llamado a tal visión – que resta puro don gratuito – si su
espíritu no fuese naturalmente capaz y dispuesto a recibir tal don
Cuatro puntos:
El deseo de Dios
Las vías que llevan al conocimiento de Dios
Su conocimiento según la Iglesia
La forma en que se habla de Dios
El hombre capaz de Dios como potentia obedentialis (capacidad receptiva) y como
desiderium naturale videndi Deum (deseo natural de ver a Dios)
Potentia obedentialis: Potencia obedencial o capacidad receptiva. Es una actitud
fundamental de disponibilidad y acogida de la Revelación de Dios. Hace que
el hombre experimente una tendencia hacia Dios. El concepto de potencia
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obedencial o capacidad receptiva puede hacerse comprensible a partir de la
experiencia de amistad y de amor entre dos personas: cada uno recibe el amor
e la otra persona como plenitud de su propia existencia y, a pesar de todo,
como don indebido que no puede exigir.
Desiderium naturale vivendi Deum: Es la orientación del hombre hacia Dios. Sólo
Dios puede satisfacer la voluntad del hombre, porque Él es el que colma de
bienes el deseo del ser humano. La aspiración que en el espíritu humano se
experimenta bajo la forma de tendencia a la felicidad y a la contemplación de
la verdad. Esto apunta siempre más allá, como movimiento abierto hacia el
futuro, y que siempre se concentra en tres posibles opciones que dibujan
claramente cuál es el término del deseo de Dios: 1) la resignación, 2) la
desesperación o 3) la esperanza
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sino el único camino para lograr mi salvación. La credendidad tiene como
trasfondo el conocimiento natural de Dios junto con la tendencia del hombre al fin
último (al bien) unido a la vida moral humana. Dios constituye el fin último del
hombre y es, por tanto, lo que el hombre debe alcanzar para salvarse. El juicio de
credendidad se presenta como la condición intelectual que hace posible la «electio
fidei». Hasta qué punto es necesario aquí el auxilio de gracias sobrenaturales
divinas es cuestión discutida por los teólogos. En cuanto la credendidad supone
ya el inicio de la fe son necesarias gracias actuales de Dios; algunos autores
consideran que para el juicio remoto de credendidad (debe creerse) normalmente
no se requiere, y que en cambio son necesarias para el juicio próximo, personal
(debo creer), para fortalecer y rectificar la voluntad, para enderezarla y hacerla
más libre y buena.
Los dos últimos momentos (decisión de creer y asentimiento de la inteligencia) son
ya plenamente realizados con la cooperación e influjo de la gracia sobrenatural,
sin la cual el hombre no puede de ninguna manera incorporar su entendimiento y
voluntad, su persona, a la verdad y amor divinos, a la vida divina, que la
revelación le ofrece.
Es, en frase de San Anselmo, fides quaerens intellectum, la fe que busca entender. Parte,
por tanto, del dato de fe. Creemos en Dios en virtud de la fe que viene de lo alto, es
decir, fiados de la autoridad de Dios que revela. Creer en Dios es una adhesión
firmísima que implica al hombre entero en relación con Dios. Todos los Símbolos de
la Iglesia empiezan con esta primera y fundamental afirmación: Creo en un solo Dios.
Fe y razón se adhieren al mismo Dios; la razón llega hasta Él a través del raciocinio
con la observación y “contemplación” de las cosas creadas tanto externas como
internas al mismo hombre. La fe llega hasta Dios por su adhesión a la persona de
Cristo; el término de la fe es el Dios trinitario. La fe no sólo enseña sobre la esencia y
los atributos divinos, sino sobre todo su modo de ser personal y sobre sus
intervenciones salvíficas en la historia. Se trata de un conocimiento más cierto y
profundo que el racional.
El teocentrismo de la virtud de la fe está perfectamente expresado por una brillante
fórmula triple de S. Agustín:
Credere Deo – Creer a Dios designa el motivo de la fe: creer apoyado en la
autoridad de Dios que revela.
Credere Deum – Creer en Dios designa el objeto central de la fe: creer lo que Dios
ha dicho de sí mismo.
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Credere in Deum – Entregarse a Dios designa la entrega total a Dios, como quien
es nuestro principio y nuestro último fin, que se realiza en el acto de fe.
El acto de fe implica, por tanto, creer a Dios, creer en Dios y entregarse a Dios. Implica,
pues, a la persona entera y la introduce en la intimidad de Dios.
Sin embargo, pese a su grandeza y profundidad, el conocimiento de fe es todavía
muy limitado, pues sus conceptos tampoco son suficientes para expresar el misterio
de Dios. Dios no deja de ser misterioso al hombre por el hecho de revelarse. Y es que
también el discurso de la fe es necesariamente analógico. Precisamente porque no
existe palabra humana alguna que pueda expresar adecuadamente el misterio de Dios,
incluso cuando Nuestro Señor habla de Dios se ve forzado a utilizar un lenguaje
analógico, el único lenguaje posible para hablar del misterio.
SÓLO la Palabra eterna de Dios expresa perfectamente qué y quién es Dios, porque es
el mismo Dios. Así pues, es en la contemplación del VERBO como conocemos a Dios,
en ese ir y venir de la fe a la razón: credo ut intelligam et intelligo ut credam. Ese es el
proceso del conocimiento teológico de Dios.
“Credibilidad”:
Equivale a digno de fe o fiable, apto para ser creído, razonable y capaz de atraer a
la persona hacia un compromiso de vida que sea total
La palabra credibilidad se relaciona directamente con la verdad que surge del
testimonio.
La credibilidad como la mediación que existe entre la Revelación y el sujeto
creyente
La credibilidad, unida a la de credendidad, San Agustín: “nadie cree, sino piensa que
debe creerse”
Santo Tomás: “Todo lo que encierra la fe se puede considerar bajo la razón común
creíble (credibilis), y de este modo las cosas de la fe son vistas por quien cree; pues no
creería si no viera estas cosas deben ser creídas (credanda)”
Dei Filius: La característica de la fe cristiana como “asentimiento coherente de la
razón”. La razón es iluminada por la fe, la cual es la que puede lograr alguna
inteligencia de los misterios
Fides et ratio: “Al estudiar la Revelación y su credibilidad, junto con el
correspondiente acto de fe, la teología fundamental debe mostrar cómo, a la luz de lo
conocido por la fe, emergen algunas verdades que la razón ya posee en su camino
autónomo de búsqueda. La Revelación les da pleno sentido, orientándolas hacia la
riqueza del misterio revelado, en el cual encuentran su fin último
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El acto de creer es un acto plenamente humano decisivo para la propia existencia, ya
que la fe es el inicio de la salvación por el cual el hombre se entrega entera y
libremente a Dios
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4) Signos de credibilidad de la revelación
Los Apóstoles entregaron a la Iglesia lo que ellos habían recibido de Cristo y del
Espíritu Santo. Su misión respecto a lo recibido consiste en conservarlo y transmitirlo
fielmente hasta el final de los tiempos. Por tanto a la Iglesia corresponde: 1) Conservar
y transmitir el depósito de la fe; 2) Definir con autoridad y sin error su sentido
correcto.
Para llevar a cabo esta misión Dios ha dispuesto medios capaces de conservar
fielmente el depósito de la revelación: la Sagrada Escritura (revelación de Dios escrita
bajo la asistencia del Espíritu Santo); la Tradición (transmisión oral y viva de la
verdad revelada que, teniendo el inicio de los Apóstoles); y el Magisterio (oficio de
interpretar y enseñar la revelación, escrita o transmitida). Los tres están unidos de tal
forma que no pueden subsistir independientemente.
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1.3.3. Los signos como expresión sacramental de la Revelación
Dei Verbum:
Acentúa la coordinación entre la palabra y el hecho en el acontecimiento de la
revelación.
Nombra a las obras como “gesta/opera/facta/quae fecit”
Nombra las palabras como “verba/quae docuit/dixit”
Se subraya el carácter sacramental de la Revelación: La significación plena de las
obras no se comprende sino por las palabras, es decir, por la Palabra de Dios, la
cual es, a su vez, un acontecimiento histórico
La revelación de Dios en la historia es un entrelazamiento constitutivo de las
palabras y obras que manifiesta así su carácter “sacramental” entendido de forma
genérica
Es este marco “sacramental” que puede ayudar a situar una nueva teología de los
“signos” ya que parte de su doble y constitutivo valor de obras/palabras, cuyos
dos aspectos se iluminan mutuamente y constituyen propiamente la revelación
histórica.
Las formas básicas de la acción de Dios:
La acción creadora directa de Dios (creatio ex nihilo)
La acción creadora universal y permanente de Dios, creaturalmente mediatizada
por las “causas segundas” para la conservación y gobierno del mundo (creatio
continua)
La acción particular e innovadora de Dios a través de personas o agentes humanos:
es el núcleo de la acción reveladora y salvífica de Dios en la historia en la cual
estos agentes humanos son “causas instrumentales” al ser elevados por la fuerza
del mismo Dios a realizar un efecto que rebasa sus propias capacidades. Tal tipo
de acción de Dios, que manifiesta a través de los “signos” (palabras/obras), tiene
su centro en Jesucristo y se prolonga en la “realidad sacramental” que es la Iglesia
y en el testimonio vivo de los cristianos
La acción innovadora de Dios sin ninguna mediación humana: donde se sitúa la
resurrección y la plenitud de vida, ya que supera el ámbito espacio-temporal del
mundo terreno y es inalcanzable; sólo es este cuarto grado, ya alcanzado y
manifestado en la Resurrección de Jesús, aparece con plena claridad quién es Dios
Los “signos” de la Revelación: testimonio de la acción innovadora de Dios por Jesucristo:
Los signos de la Revelación se sitúan en el tercero de los grados de la acción de
Dios: es decir, entre la creación propiamente dicha, y la creación continuada o
conservación y gobierno del mundo, y el cuarto grado de la acción de Dios que se
realiza sin ninguna mediatización.
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Los signos de la Revelación son expresión de la acción de Dios a través de agentes
humanos.
G. de Broglie, los signos de la Revelación pueden ser de dos formas:
Fundamentales y comunes: como son la enseñanza salvífica e infalible de la
Iglesia, la grandeza de la doctrina propuesta, los efectos de la gracia que
comporta la forma sublime de la vida y la vía empírica de la Iglesia
Prodigiosos: el milagro y la profecía
R. Latourelle presenta los signos de la Revelación como dos estrechamente unidos
entre sí:
Cristo: como plenitud de la Revelación, fuente de inteligibilidad de todo otro
signo y fuente de discernimiento
La Iglesia: como signo de la salvación permanente en la historia, como signo
paradójico de unidad, santidad e historicidad, y como expresión de varios
signos para el hombre contemporáneo: la santidad, el testimonio y el martirio
Jesús como “el signo” (to semhion)
La concepción del AT según la cual el profeta es un signo de Dios, es el trasfondo
de la expresión aplicada a Cristo de “el signo”, en este caso anunciado como
“signo de contradicción”, y en el cual se manifiesta Jesús como “el signo” dado
por Dios.
El signo de Jonás se refiere a la prodigiosa liberación del profeta, expulsado de las
entrañas del dag gadol (pez grande). En los evangelios de Lc y Mt, tanto el viejo
como el nuevo signo de Jonás consisten en la legitimación del enviado de Dios,
motivada por el hecho de que es salvado de la muerte. Jesús pues, a aquellos que
le piden un signo responde de forma enigmática afirmando la vali dez “profética”
del signo de Jonás, renovado en la revelación del Hijo del Hombre que retorna de
los muertos y que es el único “signo” que les será dado, calificado de nuevo en
este caso por Mt, como “el signo del Hijo del Hombre”
Dentro de la investigación sobre el Jesús histórico está recuperado el valor de la
actitud milagrosa o taumaturga de Jesús.
G. Theissen, J.D. Crossan y G. Ludemann concluyen de forma similar: Existe
un núcleo histórico e indudable de la actuación de Jesús como “taumaturgo”,
especialmente como exorcista y sanador, que impresionó y a su vez, irritó a sus
contemporáneos y por esto fue no sólo “signo”, sino “signo de contradicción”.
Jesús como “signo” dentro de los evangelios se refiere a su persona misma, y
su actividad, taumaturga y sanadora son “signo” de la autoridad y presencia
de Dios
CVII: Los signos de la revelación no son externos a Cristo, son que son el mismo
Cristo irradiando poder, santidad y sabiduría
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Los signos milagroso de Jesús y la teología sobre el milagro:
Los signos milagrosos de Jesús son considerados dentro de la apologética como
pruebas y argumentos para mostrar la verdad de la Revelación cristiana
Con los milagros, se puede probar correctamente el origen divino de la religión
cristiana
El milagro en la persona de Jesús es el signo que tiene primacía entre los otros
signos de Jesús.
El aspecto ontológico del milagro: Se trata de la concepción más difundida
modernamente que lo entiende como sustracción o derogación de las leyes de la
naturaleza; como justificación de tal interpretación se cita la fórmula de Santo
Tomás cuando califica los milagros como realizados “fuera del orden de la
naturaleza”, esto debe ser entendido como un “fuera de las causas peculiares”,
que se debe a su origen preternatural y divino que lo hace reconocer como
“milagro”, es decir, un hecho sorprendente y digno de admiración.
El aspecto psicológico del milagro: Se trata de la concepción que encuentra su
origen en San Agustín y que subraya primariamente el carácter “sorprendente”
del hecho milagroso descrito como “aquello que es insólito y que aparece más allá
de lo que uno espera o puede esperar”. La teología del milagro al subrayar la
importancia del “sujeto”, de ahí la calificación de “psicológico”, por la prioridad
que da a quien observa el hecho y percibe lo “insólito”
El aspecto semiótico del milagro: M. Blondel, profundizando la visión psicológica
agustiniana y teniendo en cuenta la polémica con el modernismo, afirma que “las
pruebas de hecho no valen sino para aquellos que se encuentran íntimamente
preparados a acogerlas y a comprenderlas. He aquí la razón de por qué los
milagros que a unos ilumina a otros ciega”. Así pues, el milagro es primariamente
un “signo” que no comunica automáticamente su significado y que, por tanto,
debe ser interpretado, de ahí la importancia de las disposiciones del receptor y de
su intencionalidad.
1.4. La fe
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cosmos y en la conciencia, sino a Dios que se comunica al hombre como un yo a un tú,
entregándose y pidiendo una respuesta, aunque el yo y el tú no se encuentren en el
mismo plano.
La fe, como acto y como vida, se caracteriza por algunas propiedades fundamentales.
La fe es:
Sobrenatural: Significa que la fe es siempre y necesariamente gracia y don de Dios,
no el resultado de una conquista humana. Hay una imposibilidad absoluta de
adquirir la fe por medios de las fuerzas naturales del hombre. La fe nunca es el
resultado necesario de un proceso racional. El hombre puede recorrer el camino de
la credibilidad y llegar a certezas morales; pero la fe, en cuanto tal, le es dada: “no
viene de nosotros, es don de Dios”.
Libre: Significa que sólo se cree si libremente se quiere creer. El hombre tras el
pecado mantiene su libertad humana, aunque debilitada, pero no desaparece
como afirmaba Lutero. Tiene la suficiente libertad para cooperar con la gracia que
inclina al hombre a creer en Cristo, y puede también resistir a la gracia porque no
es meramente pasivo. El carácter libre de la fe no conduce al indiferentismo.
Aunque el hombre sólo cree si quiere, no es lo mismo creer que no creer. El creer o
el rechazo de la fe son susceptibles de una valoración moral una vez que se cuenta
con los elementos necesarios para acceder a Dios (conocimiento de la predicación,
gracia de Dios, etc.). Por tanto la libertad de la fe no equivale a la libertad moral
del creer, como si hacerlo o no fuera indiferente y ajeno a cualquier juicio moral.
Oscura: La fe es oscura porque el que cree no ha visto. Está estrechamente
relacionada con la libertad que acompaña al asentimiento, y caracteriza a la forma
propia de certeza que corresponde a la fe. Esta oscuridad puede ser entendida de
dos formas:
la fe es oscura porque la verdad de su objeto no puede ser alcanzada ni por
evidencia ni por demostración;
la fe es oscura, además, porque una vez alcanzado el objeto de fe, éste excede
completamente la capacidad de la mente humana.
La oscuridad de la fe sólo puede ser provisional: es la oscuridad del ahora que
desaparecerá ante la claridad del después: “Ahora vemos en un espejo y
oscuramente, pero entonces veremos cara a cara”.
Cierta:
La certeza, caracterizada por la indudabilidad, acompaña también
necesariamente a la fe. Solamente se accede a la certeza que corresponde a la fe
cuando tiene lugar el acto de creer. Se trata de la certeza propia de la fe, forma
específica de certeza. Su fundamento es la autoridad infalible de Dios a quien
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no le es posible errar o engañar. Por este fundamento la certeza de la fe así lo
comenta Sto. Tomás es superior a la certeza del propio conocimiento.
La verdad inmutable de Dios y la luz de la revelación son objetivamente un
fundamento más sólido que el que pueda tener cualquier certeza humana. Pero
desde una consideración subjetiva la certeza que resulta de la evidencia
percibida por el sujeto es superior a la certeza de la fe. Por carecer de esta
evidencia, al asentimiento de la fe no lo caracteriza el reposo, sino la tendencia
a ver, a comprender: fides quaerens intellectum. Esta tendencia viene después
no antes de poseer la fe.
Pero en todo caso la certeza de la fe es superior en firmeza (seguridad en la
posesión de lo verdadero y plenitud en la adhesión), de tal forma que al que
cree no le cabe la menor duda: “Diez mil dificultades no hacen una sola duda”,
dice Newman. La certeza de la fe, además, se ve confirmada con la práctica
cristiana.
Teologal: La fe cristiana establece una relación inmediata entre Dios que se revela
y el hombre destinatario de la revelación que cree. Se trata de un acto religioso del
hombre entero: es una fe absoluta, porque asiente a la verdad de Dios por ser él
quien es. De ahí nacen la adhesión, el compromiso y la incondicionalidad de la fe.
Eclesial: La fe es un acto personal, pero no es un acto aislado. Creer es un acto
eclesial porque es la persona que cree, y es al mismo tiempo la Iglesia la que cree.
Para que sea un acto personal y eclesial al mismo tiempo, se necesita una cierta
identificación del sujeto creyente con la Iglesia, en dos momentos: 1) el creyente
está en la Iglesia y de ella recibe el contenido y el modo de creer; 2) la Iglesia es la
comunidad de los creyentes (communio fidelium)
“La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la Salvación humana se nos manifiesta
por la Revelación Cristo que es a un tiempo MEDIADOR y PLENITUD de toda la
Revelación” (DV 2).
Esta afirmación plantea lo que Müller establece en su texto de Dogmática: “La
Salvación es en el Nuevo Testamento […] la síntesis de la plenitud y consumación de
todos los anhelos humanos de verdad y vida, de libertad y amor en Dios, creador y
consumador de su criatura. […] La Salvación designa la relación personal entre Dios y
el Hombre […]”.
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Así entonces, Jesús es el don salvífico que nuestro creador nos regala, junto con su
proclamación del Reino de Dios y su sacrificio en la Cruz, de suerte que Jesús no es
un mero portador externo de una salvación ajena a su persona; es la SALVACIÓN en
persona: Jesús es la Buena Nueva, Jesús es la Salvación, Jesús es el Reino de Dios.
Jesús, entonces, restablece la relación entre Dios y la Humanidad que había sido por
el pecado al entregarse en la cruz por nuestros pecados y al resucitar también sepulta
consigo la muerte y nos anticipa nuestra propia resurrección y el cumplimiento de la
promesa que Dios nos hiciera de compartir la vida eterna desde el principio de la
Creación; vida de comunión con Dios en el Amor. (Rom 4,25; Heb 4, 15).
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mientras más profundizamos en las características del judaísmo y los orígenes del
cristianismo se hace más evidente lo sorprendente y original de la doctrina y
actuación del Jesús histórico.
CRITERIO DE TESTIMONIO MÚLTIPLE: aquí se incluyen los dichos y hechos de
Jesús que son descritas en distintas fuentes evangélicas (Documento Q, Marcos,
Mateo, Juan y Lucas) como es el caso de la multiplicación de los panes o el
enfrentamiento de Jesús en el Templo.
CRITERIO DE COHERENCIA: es evidente que todo lo descrito en las fuentes
evangélicas y la Tradición concuerdan con el estilo propio de Jesús y con sus
enseñanzas.
CRITERIO DE RECHAZO: el pasaje crucial para considerar este criterio tiene que
ver con el rechazo que sufre Cristo por lo que hizo y enseñó y que derivó en su
crucifixión debido a que desafió con ello a todas las autoridades religiosas y
políticas, de manera que cualquier dato que sincronizara con el sistema político-
religioso de su momento sería incongruente con el Jesús histórico.
CRITERIO DE SINTONÍA: los sucesos descritos del Jesús histórico coinciden
perfectamente con su contexto social, cultural, histórico y geográfico.
En la actualidad la búsqueda del Jesús Histórico se realiza a partir de las cuatro
definiciones que de Jesús se han establecido: (Jesús Real; Jesús Histórico; Jesús
Teológico y Jesús de la Fe).
Para el objetivo de esta respuesta sólo definiremos los dos primeros conceptos:
JESÚS REAL: es aquel que se describe tal como existió, antes y durante su
Ministerio; incluye lo que pensó, dijo e hizo realmente, por tanto es prácticamente
inalcanzable e imposible de describir.
JESUS HISTÓRICO: es el Jesús de la Sagrada Escritura y la Tradición; y puede
reconstruirse por medio de criterios de historicidad. Se trata del Jesús existente
históricamente, aun cuando no se identifique con el Jesús Real. Sin embargo, no es
una reconstrucción meramente intelectual sino que se encuentra efectivamente al
interior del Jesús REAL. En la reconstrucción del Jesús histórico se evidencia en
toda su magnitud la HUMANIDAD plena de Jesús, de suerte que su rostro es
humano, al igual que su CONCIENCIA, sus SENTIMIENTOS y su CORAZÓN,
por lo tanto al hablar del Jesús de la Historia, hablamos de la fe de Jesús
históricamente y de sus seguidores.
Como afirma Pablo a los Corintios: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación,
vana también es nuestra fe”. De suerte que sólo a partir de la Resurrección nuestra fe
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en Él cobra sentido y se fundamenta; pero también a partir de la Resurrección cobra
sentido de igual manera la existencia humana, puesto que sin ella, sin la esperanza de
la vida eterna, la muerte diría la última palabra en nuestras vidas y todo nuestro
pasar por el mundo sería un absurdo en tanto que nuestra finitud es el límite del
poder y el pensamiento humanos.
Por tanto, en la confesión y confirmación por parte de los discípulos de que Jesús, el
Resucitado, ha vencido a la Muerte, y que su Resurrección viene de Dios Padre,
pueden afirmar que Él es el Hijo de Dios, el Mesías, el Mediador definitivo del Reino
de Dios. Es decir: el origen de la FE PASCUAL , del Testimonio Pascual, parte de un
suceso que está fuera de las posibilidades humanas, de la Resurrección, por medio de
la cual:
Dios da a conocer su UNIDAD con Jesús.
Le reconoce como a su HIJO “y heraldo escatológico de la basileia”.
Asimismo en la Resurrección Dios revela su nombre y su naturaleza: Dios de la
Creación y la Alianza.
Se nos revela que Jesús es el Mesías y el Kyrios y, finalmente,
Por su paso en la Cruz y su Resurrección de entre los muertos, el Hijo “se
convierte en el portador del Reino del Padre del fin de los tiempos” (1COr 15,28;
Flp 2,9-11).
Por todo lo anterior, el TESTIMONIO PASCUAL de los discípulos es el medio por el
cual los destinatarios de su prédica pueden también acceder no sólo al acontecimiento
pascual sino también a la persona de Jesús el Resucitado. Esto es: el encuentro de los
discípulos con el Resucitado les permite descubrir el Misterio encerrado en Jesús,
aquello que Pablo describe como “el descubrimiento de Jesús” (Ga 1,12) y por ello el
Apóstol entiende en su propio encuentro camino a Damasco que “Dios ha querido
revelar en mí a su Hijo” (Ga 1,16). A pesar de la Cruz, a pesar de la Muerte y por la
Resurrección, pueden reconocer, TESTIMONIAR, que Jesús es el Cristo esperado; el
SEÑOR DE LA VIDA y de la muerte y su resurrección constituye la LIBERACIÓN
DEFINITIVA Y TOTAL de la Humanidad.
En definitiva, la Resurrección se convierte entonces en el punto de partida para
DESCUBRIR A CRISTO, para descubrir el MISTERIO DE CRISTO y de ello derivarán
consecuencias que constituyen el núcleo de la fe cristiana:
LEGITIMACIÓN DE LA VIDA Y MENSAJE DE JESÚS.
CONFESIÓN DE JESÚS COMO HIJO DE DIOS Y MESÍAS.
RECONOCIMIENTO DE QUE EL SEÑOR VIVE PARA SIEMPRE EN DIOS.
RECONOCIMIENTO DE QUE EL RESUCITADO VIVE EN MEDIO DE LOS
CREYENTES.
ESPERANZA Y CERTEZA DE LA PARUSÍA.
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1.5.4. Mysterium Christi: El Misterio de Cristo en el cual se esclarece el misterio
del hombre
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1.6. Eclesiología Fundamental
La Iglesia “sacramento”: “Todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia
humana deriva del hecho de que la Iglesia es ‘sacramento universal de salvación’” GS
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La Iglesia y el testimonio: “La Iglesia es más creíble si da testimonio con la propia
vida” Sínodo 1985
A) De Jesús a la Iglesia
B) La Iglesia primitiva
C) El ministerio petrino
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1.6.3. El creer como el lugar de la Iglesia
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