Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
e. El Concilio Vaticano II
Hermann Pottmeyer, siguiendo las directrices del Concilio Vaticano II y acogiendo la historia
anterior, ha establecido una serie de normas fundamentales y criterios diversos que enumeramos
a continuación.
1. Normas. La norma suprema de la fe cristiana y de la Tradición es la Palabra de Dios. De
ella derivan todas las demás, pues representa al mismo Jesucristo hecho carne que permanece
presente en el Espíritu. Conviene insistir en que se trata de la norma normans non normata, no de
una forma más de testimonio entre otras, pues esta Palabra da testimonio de sí misma en la Sagrada
Escritura, en la doctrina, en la liturgia, en la vida de la Iglesia y en el corazón de cada creyente.
La norma primaria («norma normata primaria») de entre las manifestaciones de la Palabra de
Dios es la sagrada Escritura. En ella reside la Tradición constitutiva, razón por la cual constituye
la norma, el criterio y la inspiración de la Iglesia posterior. Como bellamente ha expresado Louis
Bouyer, la Escritura es el corazón de la Tradición.
A. Batloog, Die Mysterien des Leben Jesu bei KarlRahner, Innsbruck 2001, 119.
7
Melchor Cano, De locis theologicis, edición de J. Belda Plans, Madrid 2006.
8
Cf. M. Seckler, Dic ekkiesiologische Bedeutung des Systems der loci theologici. Erkenntnisltheoretische
Katholozitdt und strukturaie Weisheir, en W. Baier (Hg.), Weisheir Gottes-Weishd! der Welt (FS J. Ratzinger), St.
Otlilien 1987, 37-65. El autor ha vuelto sobre este tema desde la categoría de comunión en Die Coinmunio-
Ekklesiologie. die theologische Methode und die ioci-rheoiogici-Lehre Mel-chior Canos: Theologische
Quartalschrift 187 (2007) 1-20.
La norma subordinada corresponde a la Tradición vinculante de la fe de la Iglesia. Si la
Escritura es la Tradición constituyente, ésta constituye la Tradición interpretativa y explicativa.
Más aún, la Tradición está asegurada por la asistencia del Espíritu Santo y la promesa de la
presencia permanente de Cristo. Conviene destacar, además, el sentido de la fe de los creyentes o
infalibilidad in credendo (LG 12), y el magisterio en sus diversas formas o infalibilidad in
docendo (LG 25)9.
2. Criterios. Los criterios de pertenencia a esta Tradición vinculante que acabamos de ver son
los siguientes: el consenso diacrónico o la antigüedad, tal como fue aplicado en la controversia
arriana; el consenso sincrónico o la universalidad, aplicado en la lucha contra el donatismo; la
claridad formal con la que una verdad es declarada como revelada o necesaria, a fin de que sea
defendida, salvaguardada y explicada como tal verdad revelada.
Junto a estos criterios de pertenencia a la verdadera Tradición de fe de la Iglesia, hay que
enumerar los criterios de interpretación que resultan útiles para descubrir el verdadero sentido, la
importancia del contenido y el significado presente de una tradición de fe. Entre dichos criterios
destacan: la investigación histórica, que nos ayuda a comprender en qué condiciones temporales
nace una formulación y qué es lo que quiere decir exactamente; la trascendencia salvífica (DV
8.11); la jerarquía de verdades (UR 11), y los signos de los tiempos (GS 4.11).
Dei Verbum 12
En la constitución dogmática sobre la divina revelación, el Concilio Vaticano II ha
sentado las bases para el desarrollo de la exégesis y la interpretación de la Escritura en la Iglesia.
A su vez, ha tratado de integrar las dos perspectivas fundamentales que hemos visto
anteriormente y ha establecido varios criterios esenciales en su interpretación que pasamos a
enumerar seguidamente10. Dichos criterios deben ser entendidos en el conjunto de la doctrina
esbozada en la Dei Verbum, es decir, desde la comprensión de la revelación como relación
personal y participación en la comunión trinitaria (DV 1); desde la relación que se establece entre
Escritura y palabra de Dios, que como ya hemos visto no son sin más identificables; desde la
relación fecunda que existe entre Escritura y Tradición, pues teniendo un mismo origen tiende a un
mismo fin; por último, desde la relación entre Escritura e Iglesia, y entre el estudio de la Escritura
y la teología11.
Punto de partida: Su naturaleza. El punto de partida de la interpretación de la Biblia es su
naturaleza humano-divina. Toda ella es palabra humana y toda ella es palabra de Dios. Desde este
principio fundamental que tiene que ver con la naturaleza de la Escritura, nacen sus principios
hermenéuticos fundamentales. La hermenéutica de la Escritura ha de contar con estas dos
cualidades esenciales e inseparables de su naturaleza: «Dios habla en la sagrada Escritura por
medio de hombres y en lenguaje humano». Al ser la Escritura Dios en lenguaje humano, ha de ser
interpretada, pues sólo llegaremos a conocer lo que Dios quiso comunicarnos si tenemos en
cuenta el lenguaje humano con el que nos habla. El exegeta católico ha de acercarse a la Biblia con
la convicción de que es sagrada Escritura, libro plenamente humano y plenamente de Dios. Esto
forma parte de su pre-comprensión.
9
Cf. G. Philips, La Chiesa e il suo mistero. Storia, testo e commento della «Lumen genlium». Milano 1975,
153sy280s.
10
El número más importante es Dei Verbum, 12, aunque no puede ser leído de forma aislada, sino en el conjunto de
toda la constitución. Cf. I. de la Potterie, «II Concilio Vaticano II e la Bibia» en L'esegesi cristiana oggi, Cásale
Monferra-to 1991, 19-42.
11
Vanhoye, La recepción en la Iglesia de la constitución dogmática «Dei Verbum», en L. Sánchez Navarro-C.
Granados (eds.), Escritura e interpretación, 147-173.
Primer criterio: La intención del autor. Para conocer lo que Dios ha querido comunicarnos,
la constitución dogmática sobre la revelación propone un primer principio hermenéutico:
investigar la intención del autor (DV 12). El teólogo español José Manuel Sánchez-Caro, en su
manual de introducción a la palabra de Dios, nos previene contra una aceptación excesivamente
ingenua de este principio si no se toma una primera distancia entre el autor y su obra, y otra mayor
entre el lector y el autor.
Esto se complica cuando la exégesis histórico crítica afirma que no se trata de un único
autor, sino de varios autores que además responden a épocas diversas. Por último, la complejidad
aumenta cuando se recomienda estudiar «lo que Dios quería dar a conocer con las palabras de
ellos» (DV 12). Todo ello parece querernos decir que el sentido de los autores humanos y el
intentado por Dios deben deducirse fundamentalmente del texto y no sólo de la intención del autor.
Segundo criterio: Palabra de Dios «en palabra humana». Si la Escritura es palabra de Dios
en palabra humana no es de extrañar que el Concilio subraye la importancia de los géneros
literarios para conocer la intención del autor expresada en el texto y descubrir su sentido. Los
géneros literarios son aquellas formas de expresarse oralmente o por escrito que caracterizan una
literatura o un autor. A ellos, y debido al carácter histórico de la Escritura 12, deben unirse otros
métodos que, sin necesidad de asumir una determinada filosofía, traten de fijar el texto en su
contexto y en su historia. Para llevar a cabo semejante tarea, se utiliza el análisis textual y
literario, filológico, lingüístico e histórico-crítico. Junto a estos métodos de interpretación que
provienen de las ciencias humanas, habría que añadir aquellos que están siendo empleados
actualmente con mayor intensidad, como la semiótica o análisis estructural, el análisis sociológico,
la interpretación psicoanalista, etc., aunque liberados, como los anteriores, de aquellos principios
filosóficos que entran claramente en contradicción con la Escritura.
Tercer criterio: Lectura en el Espíritu. Los criterios hermenéuticos nacen también del
carácter divino de la Escritura, sin olvidar que ésta siempre se realiza en mediación humana. «La
Escritura ha de ser interpretada en el mismo Espíritu en el que fue escrita» (DV 12d). Neófitos
Edelby, arzobispo melquita titular de Edesa, acuñó la famosa expresión «lectura en el Espíritu»,
para expresar que la Escritura sólo puede ser leída e interpretada adecuadamente en el mismo
Espíritu que sigue actuando en la Iglesia de todos los tiempos.
El texto del Concilio explicita dicha lectura en el Espíritu no como una mera lectura sub-
jetiva, sino desde la integración de tres realidades fundamentales de la Iglesia, las cuales son
decisivas para comprender la Escritura y la propia Iglesia: 1. El contenido y la unidad de la
Escritura, máxima fundamental de la exégesis patrística que ha sido retomada y actualizada en el
acercamiento canónico; 2. La lectura de la Biblia dentro de Tradición viva de toda la Iglesia, lugar
donde acontece la epíclesis de la historia de la salvación y la memoria viva de la Iglesia donde el
texto se convierte en fuente, fundamento y alma; 3. Y, finalmente, la analogía de la fe, es decir, una
lectura de la Escritura en armonía con la fe de la Iglesia y el misterio total de la revelación de
Dios, donde el magisterio eclesial tiene la palabra última y definitiva en su interpretación.
12
DV 19 se refiere, en concreto, a la historicidad de los evangelios, que la Iglesia «afirma sin dudar».