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La visión

del Hijo del Hombre


Estudio del libro de Daniel

Campamento Virtual 2021


1
El testimonio de Daniel
Rodrigo Abarca
“El año tercero del reinado de Joacim rey de Judá, vino Nabucodonosor rey de Babilonia a Jerusalén, y la sitió. Y el Señor entregó
en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios; y los trajo a tierra a Sinar, a la casa de su dios, y
colocó los utensilios en la casa del tesoro de su dios. Y dijo el rey a Aspenaz, jefe de sus eunucos, que trajese de los hijos de Israel,
del linaje real de los príncipes, muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría,
sabios en ciencia y de buen entendimiento, e idóneos para estar en el palacio del rey; y que les enseñase las letras y la lengua de
los caldeos” (Dan. 1:1-5).
“En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, en el año
primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías,
que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años” (Dan. 9:2).

La palabra “desolación” aparece varias veces en libro de Daniel, por ejemplo, en Daniel 8:13, 9:27, 11:31,
12:11. Todos esos pasajes hablan de la “desolación” o “abominación desoladora”, un ídolo que será
puesto en el templo de Dios, o se habla del “desolador” refiriéndose al anticristo, enemigo de Dios.
La palabra “desolación” tiene dos significados; uno, la ruina o destrucción total de algo. Y otro, un estado
de total abatimiento, extrema angustia o dolor. Daniel comienza hablando de las desolaciones de
Jerusalén, que se iniciaron en el reinado de Joacim, cuando Nabucodonosor sitió Jerusalén por primera
vez, y concluyeron con la ciudad arrasada y con la desolación del corazón de los judíos llevados cautivos.
“Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los
sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que
cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los
cánticos de Sion. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?” (Sal. 137:1-4).
Toda su aflicción está expresada en ese Salmo. Y en ese tiempo de desolación, Dios levantó al profeta
Daniel con un testimonio de esperanza, con una mirada al futuro del reino de Dios y de cómo, a pesar de
la destrucción, Dios está gobernando la historia y llevando adelante su propósito eterno.
Se calcula que Daniel tenía entre 12 y 15 años cuando fue llevado cautivo a Babilonia, junto a los mejores
exponentes judíos de la aristocracia política, social e intelectual. Junto con él, muchos otros fueron
llevados a una tierra extraña, después de ser desarraigados de su tierra que había sido asolada.
Babilonia, que en la Escritura es símbolo de la rebelión y de la enemistad contra Dios, era la ciudad
capital de un imperio pagano. En la tipología bíblica, es figura del mundo representando el vasto sistema
religioso, económico, político y social que se opone y busca destruir al pueblo de Dios.
En muchos sentidos, la experiencia de Daniel se parece a aquello que los hijos de Dios vivimos hoy, en un
mundo que se nos vuelve cada vez más hostil, donde las instituciones fundamentales que por siglos
estuvieron moldeadas de alguna manera por el pensamiento cristiano, están siendo borradas por un
secularismo avasallante que busca excluir de la vida humana la fe en Dios y los principios morales.
Esta es una rebelión contra el orden moral y natural establecido por Dios. Eso está ocurriendo en el
mundo entero, y es muy similar a esa experiencia desoladora de Israel cuando el imperio babilónico
destruyó todos los elementos e instituciones visibles relacionadas con la fe.
Esta actitud se retrata claramente en el pecado supremo de Babilonia, la idolatría, caracterizada por la
exaltación del yo, de la soberbia humana, a su máxima expresión. Babilonia es la expresión del deseo del
corazón del ser humano caído, de ponerse a sí mismo en el lugar de Dios, de convertir sus propios
deseos en la regla suprema que rige todo, destruyendo aquellas cosas que son sagradas.
“Y el Señor entregó en sus manos a Joacim rey de Judá, y parte de los utensilios de la casa de Dios”
(Daniel 1:2). Esta invasión contra Israel fue permitida por Dios. El mundo no puede actuar contra el
pueblo de Dios, salvo bajo la autorización soberana de Dios, quien opera a través de esas acciones para
llevar a cabo su propósito con su pueblo.
Joacim fue uno de los reyes más impíos, y por lo tanto el juicio de Dios vino sobre él. Hay aquí un proceso
de disciplina que va a transformar a la nación, en especial al reino de Judá, en algo totalmente distinto.
Dios quiso sacar definitivamente la idolatría del corazón de su pueblo y eso solo ocurrió, irónicamente,
en la tierra de los ídolos – Babilonia.
Entonces, el primer punto es la desolación, representada por la arremetida de un poder hostil contra la
fe. Frente a eso, Dios levanta un testimonio de fidelidad y de esperanza, que no puede ser destruido. Y
vemos cómo Dios responde a esta trágica situación fortaleciendo y capacitando a su pueblo para vencer.
El segundo gran punto del libro es la resistencia del pueblo de Dios representada en Daniel y sus amigos.
Babilonia era una ciudad idólatra, la más poderosa de su tiempo. No había nada comparable en
magnificencia humana. Jerusalén parecía un pequeño pueblito al lado de esta ciudad enorme, cuya
arquitectura y avanzada tecnología era el mayor logro de la humanidad hasta ese entonces.
En Babilonia había cientos de templos. Cada una de las magníficas puertas de la ciudad estaba dedicada
a una divinidad babilónica. Era una ciudad dominada por la idolatría. Esto fue un gran desafío para la fe
de aquellos jóvenes judíos. El Dios a quien ellos conocían como el Creador del cielo y de la tierra no había
defendido la ciudad santa de Jerusalén, y ahora esta otra ciudad imponente, con sus dioses y templos
paganos, se levantaba como un enorme desafío a la fe de ellos.
Tal era el ambiente social, cultural y político al cual se enfrentaron Daniel y sus amigos. Y eso hace más
relevante la resistencia y la fidelidad de ellos al Dios verdadero. Cuando todas las cosas visibles se
desmoronaron, cuando no había nada visible a lo cual aferrarse, ellos persistieron asidos al único Dios
verdadero, ante aquella prosperidad, riqueza, poder y magnificencia que estaba allí, delante de ellos.
Estos jóvenes fueron llevados al palacio de Nabucodonosor. Humanamente, podríamos pensar que eran
afortunados. Pero detrás de ello estaba la mano providencial de Dios conduciendo sus vidas. Ellos habían
sido arrancados de su ciudad, de su cultura, de su familia, de todos sus vínculos, y fueron llevados al
palacio con el propósito de reformular sus vidas y adaptarlos a la cultura idólatra de Babilonia.
Por esta razón, Daniel y sus amigos se negaron a contaminarse con la comida del rey. Allí enfrentan una
decisión fundamental. Comer la comida del rey significa participar del culto idolátrico, porque toda la
comida que se servía en palacio era primero sacrificada a los dioses de Babilonia. Entre aquellos que
habían sido elegidos para ser instruidos allí, estaban Daniel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de
Judá. Aquel sistema quería hacer de ellos ciudadanos de Babilonia, absorbidos por la cultura pagana.
Aun sus nombres hebreos fueron cambiados. “A estos el jefe de los eunucos puso nombres: puso a
Daniel, Beltsasar; a Ananías, Sadrac; a Misael, Mesac; y a Azarías, Abed-nego” (1:7). El nombre en la
Biblia representa la naturaleza de una persona. A las personas se les cambia el nombre cuando la
identidad de ellos es transformada en su relación con Dios. Así, Dios dice a Jacob: “No se llamará más tu
nombre Jacob, sino Israel”, porque éste ya no es más un engañador, sino un príncipe de Dios.
Este cambio de nombre no es solo una adaptación a los nombres caldeos, sino una intención de robarles
su identidad con la fe, para asociarlos con la idolatría. El nombre de Daniel significa: “Dios es mi juez”. Y
ahora se le llama Belsasar, que significa “príncipe de Bel”, un ídolo. Y esta es una de las señales
fundamentales del libro de Daniel – la resistencia a la seducción idolátrica del mundo.
La idolatría es el pecado cardinal de la humanidad. Romanos capítulo 1 dice que la ira justa de Dios se
revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, y la mayor impiedad humana es
cambiar la gloria de Dios por la idolatría. Y ese pecado trae la justa ira de Dios sobre la humanidad.
Entonces, Daniel y los suyos entienden. Cuando los israelitas fueron sacados de Egipto, otra tierra
idólatra, fueron llevados al monte Sinaí y Dios hizo pacto con ellos, y el primer mandamiento es: “No
tendrás dioses ajenos delante de mí, no te harás imágenes, no te postrarás delante de ellos ni las
honrarás, tú serás un pueblo mío, exclusivo que adora y sigue al único y verdadero Dios (Éx. 20:3-5).
La idolatría se manifiesta en Babilonia y en los imperios sucesivos, en la auto divinización del hombre. El
mayor pecado no es solo sustituir a Dios por un ídolo, sino hacer de sí mismo un dios, y colocarse a sí
mismo en el lugar de Dios, poner su voluntad en lugar de la voluntad de Dios y adorarse a sí mismo.
Esa auto divinización del hombre es lo que Daniel llama “la abominación desoladora”, la imagen humana
colocada en lugar de Dios y adorada como Dios. Y este es un tema fundamental, la abominación
desoladora, cuya última expresión será el anticristo, “el desolador”, mencionado varias veces en el libro,
que aparece de manera germinal en Nabucodonosor y la historia de su estatua, y en el rey Darío que,
instigado por sus gobernadores, emite un decreto para hacerse adorar como Dios.
El segundo gran elemento del libro es que somos llamados en el ejemplo de vida y en el mensaje de
Daniel, a resistir la seducción de la idolatría en todas sus formas, y particularmente cuando esa idolatría
toma una expresión política cuando los hombres que están gobernando el mundo se colocan a sí mismos
en el lugar de Dios y demandan ser servidos y adorados.
El tercer gran punto del testimonio de Daniel es la visión y la sabiduría espiritual. ¿Cómo fue que Daniel y
los suyos resistieron y perseveraron? Ya vimos cómo Daniel propuso en su corazón no contaminarse con
la idolatría, no ceder ante la presión cultural de su tiempo, que era tan seductora.
Recordemos que Babilonia es llamada “la gran ramera, y la madre de las abominaciones de la tierra”, en
Apocalipsis 17. En el tiempo antiguo había mujeres que se prostituían para promover la adoración de los
falsos dioses. Y esta gran ramera, Babilonia, que representa al mundo y su espíritu, lo que hace es
seducir. En aquel tiempo era la oferta de placer sexual a cambio de que se adorase a sus dioses.
Eso hace el mundo: ofrece seducciones, posibilidades de placer y ventajas ilimitadas, a cambio de que
adoremos a los ídolos del mundo. Y en una última manifestación, lo que intentará es llevarnos a adorar a
este ídolo supremo que será el anticristo. Ya en el tiempo de Daniel esa seducción estaba allí presente.
¿Qué capacitó a Daniel y a sus amigos para resistir y para desenvolverse en ese mundo tan oscuro? La
situación de ellos significó no ceder ante la presión contaminante de Babilonia, pero, por otro lado, ellos
tenían una actitud de colaborar, de servir y aun de bendecir a esa misma ciudad. Para navegar en esa
situación tan compleja, Dios les dio sabiduría y visión espiritual. Esta es una de las claves del libro.
“…a estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y
Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños” (Dan. 1:17). Ellos fueron preparados en el palacio por
los mejores maestros. Pero el versículo 1:20 dice: “en todo asunto de sabiduría e inteligencia que el rey
les consultó, los halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino”.
La razón para eso es porque Dios los capacitó. Sin embargo no fue ese conocimiento secular lo que los
hizo destacar y ser capaces de resistir y vencer, sino que sobre todo, “Dios les dio conocimiento e
inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños” (v. 17).
Daniel fue un hombre de visión espiritual. Esto es vital en un mundo adverso, porque esa sabiduría dada
por Dios le permitió a Daniel conducirse con prudencia, resistir la seducción y continuar allí como una
expresión del reino de Dios, aun por sobre los poderes del mundo.
Por ejemplo, después que Daniel recibe socorro divino para interpretar el sueño de Nabucodonosor, el
rey más poderoso del mundo se postra delante del profeta, y más tarde su nieto, Belsasar, hizo lo
mismo; pero no porque Daniel en sí mismo fuese algo, como él mismo lo dice, sino porque la sabiduría
de Dios, que está por sobre el poder terrenal, lo puso a él en posición de dominio espiritual.
Esta es una cuestión fundamental para los creyentes, porque esa visión dada por Dios es lo que pone a la
iglesia en una posición de ascendencia espiritual sobre el mundo. El Señor dijo: “Vosotros sois la luz del
mundo, vosotros sois la sal de la tierra”, pero esa luz y esa sal vienen por la sabiduría que Dios nos da.
Por eso en el centro del libro están esas visiones que Dios le dio a Daniel y sobre todas ellas, la visión del
Hijo del Hombre es la visión que puso a Daniel por sobre los poderes de este mundo.
Esta es la autoridad que Dios ha dado a su iglesia, una autoridad que los hombres de este mundo no
pueden recibir ni obtener por ningún medio meramente humano y natural. Eso caracteriza a Daniel, la
capacidad espiritual para entender los tiempos, las sazones, y para entender los movimientos de la
historia del mundo bajo el gobierno soberano de Dios.
Pero Daniel, capacitado de esa manera, no asumió una actitud hostil hacia Babilonia, sino que vivió allí
con sus amigos. Él reconoció que mucho de lo que era Babilonia se relacionaba con la gracia común: el
hecho de que los hombres, siendo creados a imagen de Dios, son capaces de crear y hacer cosas buenas,
como producto de esa gracia que es común a todos los hombres, a pesar del pecado.
Daniel reconoció esa gracia común, y procuró servir dentro de esa esfera, sin ignorar que, dado que los
hombres son criaturas caídas, esa gracia común siempre está siendo distorsionada por el pecado.
Babilonia era una ciudad caída, que nunca podría representar el reino de Dios, pero Daniel como siervo
del reino de Dios allí, procuró servir dentro de esa gracia común a todos los hombres.
Este es un llamado importante para nuestros jóvenes: la manera de representar el reino de Dios en el
mundo, no es retrayéndose, sino yendo y participando de él en el terreno de la gracia común, que
pueden ser las ciencias, el conocimiento, las letras, y llegando a ser excelentes, por la gracia de Dios,
para servir al Señor siendo testigos suyos en el mundo.
Sin embargo, el corazón de Daniel nunca se apegó a Babilonia; siempre estuvo en Jerusalén. Durante su
vida, tres veces al día, él se encerraba en su aposento, abría sus ventanas y allí oraba con su rostro vuelto
a Jerusalén. Su corazón siempre estuvo puesto en la ciudad de Dios, en el propósito eterno de Dios.
Y ya siendo anciano, Daniel abre el libro de la profecía de Jeremías, y lee: “Llegó el tiempo, el tiempo en
que Jerusalén tiene que ser restaurada…” y comenzó a orar por su ciudad. Y aunque él nunca regresó
físicamente, su corazón y su oración abrieron la puerta, y fue en respuesta a su oración que comenzó el
retorno de los exiliados y la restauración de Jerusalén.
El cuarto punto que enfatiza el mensaje de Daniel es la soberanía divina sobre la historia. Eso significa
que Dios gobierna de manera sabia y soberana sobre los reyes y reinos del mundo.
“Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la
sabiduría. El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la
ciencia a los entendidos” (Dan. (2:20-21). Daniel está afirmando el gobierno soberano de Dios. En
apariencia, hay reyes e imperios poderosos, algunos opuestos al reino de Dios; pero, sea lo que sea que
ocurra en el mundo, Dios está al mando y es quien finalmente gobierna la historia.
Nadie puede reinar si Dios no lo permite. Este es un mensaje claro del libro de Daniel: Dios gobierna
soberanamente los imperios que vienen en la historia. Por eso, Daniel predice con exactitud asombrosa
los imperios y los reyes que vendrán en la historia hasta la época del imperio romano. Y más allá, los
eventos que ocurrirán hasta la venida y la muerte del Mesías y la posterior destrucción de Jerusalén.
¿Pero cuál es el propósito de esa profecía tan exacta en Daniel? Esa exactitud nos habla del control de
Dios sobre la historia, para demostrar cuán soberano es Dios en su gobierno sobre la tierra.
“En el primer año de Belsasar rey de Babilonia tuvo Daniel un sueño, y visiones de su cabeza mientras
estaba en su lecho; luego escribió el sueño, y relató lo principal del asunto. 2 Daniel dijo: Miraba yo en mi
visión de noche, y he aquí que los cuatro vientos del cielo combatían en la gran mar” (Dan. 7:1).
El mundo parece un caos, un océano embravecido agitado por vientos huracanados, olas gigantescas; es
un mundo confuso de aparente caos y confusión política. Así parece la historia humana desde una
perspectiva humana. ¿Quién puede entender lo que está ocurriendo? Pero hay un Dios que está al
mando, conduciendo todo para realizar su propósito eterno. Eso significa que los reyes y los reinos del
mundo, sin excepción, son responsables ante Dios y un día tendrán que dar cuenta de sus actos.
Nadie escapará del juicio divino. Es Dios quien determina el tiempo, la vigencia y el fin de cada uno de los
reyes y reinos de este mundo. Esta es una visión asombrosa que trae confianza y seguridad al corazón.
Pueblo de Dios: no importa lo que pase. Dios está al mando, gobernando soberanamente la historia.
En el pasaje de Daniel 7:1-8, Daniel estaba mirando aquellas bestias monstruosas que surgían del caos y
de la agitación política de la historia. Estas bestias representaban imperios, y él miraba como estos
imperios se sucedían unos a otros en un aparente caos, pero finalmente dice:
“Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco
como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo,
fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y
millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos“ (Dan. 7:9-10).
Todos los reyes del mundo serán llamados a rendir cuentas. Así, cuando a Nabucodonosor se le pidió
rendir cuentas en vida, por medio de Daniel, fue despojado de su trono y arrojado entre las bestias del
campo; allí enloqueció por siete años, hasta que reconoció que el Dios Altísimo tiene el dominio sobre el
reino de los hombres y lo da a quien él quiere, y puede castigar a los que andan con soberbia.
Luego Darío y los reyes sucesivos fueron confrontados y reconocieron el reino soberano de Dios. Esto
significa que Dios opera su voluntad a través de estos imperios para beneficio de su pueblo. Esto no
significa que ellos representen la voluntad de Dios en todo lo que hacen. No. La mayoría de sus actos no
representan en absoluto la voluntad divina, pero, a través de todas estas situaciones, Dios, de manera
soberana, infinitamente sabia, está obrando para bien de su propio pueblo.
Esta es la seguridad que Dios le da a Daniel. Entonces, ¿qué podemos decir de esto? Vivimos en un
tiempo de extrema agitación y confusión, las instituciones están en crisis, la sociedad está en crisis, y
muchos se preguntan: ¿Qué pasa? Parece que los cimientos que parecían tan estables se están
remeciendo, y las personas, y aun los cristianos, lamentablemente, están buscando a alguna figura
humana ideal, alguna personalidad que resuelva esta situación.
En la profecía, vemos que todos los reinos son provisorios, todos dejarán su lugar a otro que vendrá
después y ninguno durará para siempre. Esta provisionalidad es una cuestión fundamental revelada en el
libro de Daniel. Y este tipo de gobierno no solo es provisorio, sino corrupto. Por eso, en la visión de
Daniel en el capítulo 7, los imperios humanos son mostrados como bestias.
En la visión de Nabucodonosor del capítulo 3, hay una imagen sublime de la gloria del hombre. Pero la
visión de Daniel, bajo la revelación divina, es de reinos bestiales caídos. Por esa razón, aun siendo
legítimos en el sentido irrestricto de que Dios es el que permite el gobierno humano, como dice
Romanos, para controlar el desorden, ninguno de ellos podrá jamás representar el reino de Dios.
Este es un punto central del libro de Daniel, y esto nos lleva a otro elemento importante: que los reinos
humanos, además de ser bestiales, están corrompidos debido al pecado del hombre. Además hay
potestades malignas, como aparece claramente Daniel 10:12-13, cuando se habla del príncipe de Grecia
y el príncipe de Persia, que se oponen a la voluntad de Dios. Por eso la Escritura dice: “No tenemos lucha
contra carne y sangre” (Ef. 6:12). Nuestra lucha es contra estas potestades que están por detrás de los
poderes del mundo, llevándolos hostilmente contra el pueblo de Dios.
Entonces viene la visión central del libro de Daniel, la visión de estas bestias, de estos reinos humanos
transitorios, que a menudo están propensos a ser cautivados por potestades demoniacas.
Hay tres visiones donde se refleja esta idea o esta comprensión central dada a Daniel. La primera, en el
capítulo 3, el sueño de Nabucodonosor, cuando él ve esa gran estatua con cabeza de oro, pechos y
brazos de plata, vientre de bronce y piernas de hierro, que representan los cuatro imperios que
sucesivamente gobernarán el mundo hasta la venida del Señor Jesucristo.
Pero, al final del sueño, Daniel ve lo siguiente: “Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no
con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron
desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las
eras de verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la
imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra” (Dan. 2:34-35).
Al interpretar el sueño, Daniel habla de cuatro grandes imperios que reinarán sucesivamente en la tierra:
Babilonia, el imperio medio-persa, el imperio griego y el imperio romano. Todos ellos son transitorios,
están destinados a desvanecerse en la historia, al igual que todos los reinos del mundo.
“…una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen…” (Dan. 2:34). Esa imagen representaba el
poderío humano, los reinos del mundo construidos por los hombres lejos de la voluntad de Dios. Cada
uno de ellos surge del otro, y lo supera. Y esa piedra no tiene relación con ninguno de estos reinos, pues
ella viene de arriba y destruye por completo la imagen y luego llena toda la tierra. Ellos son suprimidos
por completo, pero nada de los reinos del mundo contribuye al establecimiento del reino de Dios.
Esa piedra es el principio del reino de Dios: el Señor Jesucristo, el Verbo que fue hecho carne y entró de
manera misteriosa, sin poder humano, pero encarnando la plenitud de ese Reino destinado a prevalecer
y a suprimir a todos los reinos del mundo.
Este era el sexto punto, un reino que no es de este mundo. Esa es la visión focal de Daniel: un reino que
no procede de este mundo ni está vinculado con los poderes del mundo, pero que interrumpe la historia
del mundo y desplaza a todos esos reinos y establece para siempre el dominio divino sobre el mundo.
Esta es la visión central del profeta que vivió en un tiempo en que parecía que el poder del pueblo de
Dios en cautividad se había desvanecido, en una situación de extrema debilidad. Pero Dios está a punto
de levantar un reino tan poderoso y definitivo que ningún reino humano podrá sostenerse delante de él.
En el capítulo 7 hay una visión más clara de la identidad de la piedra – la visión del Hijo del Hombre.
“Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre,
que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él” (Dan. 7:13). Aquí hay un gran
contraste. Por un lado, hay cuatro bestias que representan a los imperios humanos: un león, un oso, un
leopardo y una cuarta bestia horrorosa. Pero cuando aparece el reino definitivo, la figura es un hombre.
El hombre en su estado actual y caído, el hombre que está en el mundo, que construye imperios y
civilizaciones, no es el hombre según Dios. Génesis 1:26 dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a
nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos,
en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra”.
Ese hombre llamado a dominar sobre la creación de Dios tenía que poseer la imagen de Dios, y sin él no
habrá expresión del reino de Dios en el mundo. Pero ¡bendito sea Dios!, aquel hombre que expresa
perfecta y plenamente la imagen de Dios apareció en la historia. El único hombre verdadero que tiene la
imagen de Dios es este Hijo de Hombre que viene hasta el Anciano de días.
“Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su
dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dan. 7:14). Este no
es dominio dado temporalmente, sino un dominio eterno que nunca será quitado. Este es el reino de
Dios irrumpiendo en la historia. Ningún reino de este mundo se puede identificar con él. El Hijo del
Hombre recibe ese reino no de los hombres, sino de manos de Dios el Padre. Y la iglesia de Dios es el
único organismo que en el mundo encarna, expresa y anticipa la presencia de Su reino.
“Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en la tierra. Después recibirán el reino
los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre … Pero se sentará
el Juez, y le quitarán su dominio para que sea destruido y arruinado hasta el fin, y que el reino, y el
dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo,
cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán” (Dan. 7:17-18; 26-27).
Esto significa que no solo el Hijo del Hombre recibe personalmente el reino eterno, sino que éste
también será dado por Él al pueblo de los santos del Altísimo. Esto nos habla de Cristo y de su iglesia.
“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con
mi Padre en su trono” (Apoc.3:21). Dios está preparando al pueblo de los santos del Altísimo. En medio
del aparente caos de esos reinos que emergen y desaparecen, que persiguen a Su pueblo, Dios está
preparando a la iglesia para reinar juntamente con su Rey por los siglos de los siglos. Ese es el reino de
Dios, el reino del Hijo del Hombre, en comunión y en unión con el pueblo de los santos del Altísimo.
Esa es la visión central de Daniel, que explica todos los movimientos y el gobierno soberano de Dios en la
historia. Finalmente, Daniel termina el libro con una visión que comienza en el capítulo 10.
“Y el día veinticuatro del mes primero estaba yo a la orilla del gran río Hidekel. Y alcé mis ojos y miré, y he
aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su
rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color
de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud” (Dan. 10:4-6).
Es gloriosa la última visión de Daniel. Era ya un anciano, pero su vida termina con la visión del Cristo
glorioso, aquel que reinará por los siglos de los siglos. Esa visión es similar a la que tuvo Juan al final de
su vida, y tiene el propósito de mostrar cómo los poderes terrenales, por muy imponentes que parezcan
ante los hombres, son nada comparados con el Rey cuyo rostro es como un relámpago.
Esta es la visión que levantó a Daniel y a los suyos por sobre todos los poderes del mundo. Estamos
unidos a un Rey que el mundo no podrá vencer jamás. “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los
vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes” (Apoc. 17:14). Esta visión de Cristo glorioso tiene
que cautivar nuestro corazón. Ella nos capacitará para enfrentar las embestidas de la oscuridad de esta
Babilonia secular que quiere arrebatarnos la fe, que quiere cambiar aun la naturaleza misma de la
creación de Dios y reformularla a sus deseos y a su propia imagen caída.
No hay poder humano, no hay reyes, no hay política, no hay filosofía que pueda enfrentar al Cristo
todopoderoso. Y ese es el Rey que está por nosotros y con nosotros, el Rey que nos guarda, el Rey al cual
estamos unidos eternamente. De este Rey somos, a él pertenecemos, somos parte de su reino y este Rey
es el que vendrá muy pronto a poner fin a los reinos del mundo y establecer su reino eterno.
La suprema visión del Cristo glorioso es lo que capacita al pueblo de Dios para enfrentar la hostilidad de
los reyes del mundo y vencerlos, sin ceder ante la persecución, el engaño, la seducción y la idolatría. Que
el Señor nos socorra en estos días, para seguir avanzando en medio de un mundo tenebroso que se
vuelve cada vez más hostil y agresivo contra Dios y contra su pueblo.
2
Daniel, varón muy amado
Marcelo Díaz
“Y alcé mis ojos y miré, y he aquí un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su
rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el
sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud ... Y aquel que tenía semejanza de hombre me tocó otra vez, y me
fortaleció, y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate” (Dan. 10:6; 18-19).

En la sesión anterior se nos expuso magistralmente una panorámica completa de los aspectos más
relevantes del precioso libro de Daniel. Al leerlo una y otra vez, se nos va llenando el corazón de riquezas
que están contenidas en él.
Los primeros seis capítulos son un testimonio histórico en la tierra, y los siguientes seis capítulos son
visiones y experiencias en el cielo. El libro no está escrito cronológicamente, y relata en primer lugar el
testimonio de Daniel frente a los distintos gobiernos los cuales tuvo que convivir y en los cuales estuvo
presente como un ministro en la corte real de Babilonia. Daniel fue un hombre destacado en el pueblo
de Israel y también en cada uno de los de los gobiernos en los cuales participó.
El libro comienza con la historia de Daniel, en el año 605 a. de C. Nabucodonosor toma cautivos a gran
parte del pueblo de Israel, del reino de Judá. En el imperio babilónico, después de Nabucodonosor hubo
otros reyes menores, luego Nabonido y Belsasar, y después los reyes medo-persas.
La vida de Daniel se registra desde cuando fue llevado cautivo a Babilonia, como a los 15 años, hasta
más o menos los 84 o 90 años, a través de estos ocho reinos; por lo tanto, es un libro muy interesante
desde el punto de vista cronológico. En los primeros dos capítulos, Daniel solo tenía unos diecisiete
años. A esa edad él se tuvo que presentar al rey, y tuvo la interpretación del sueño de Nabucodonosor.
Luego, en el capítulo 3 vemos el episodio de los compañeros de Daniel en el horno de fuego. Ellos tenían
unos veinte años de edad. Desde allí, hay un salto al capítulo 4, cuando Nabucodonosor pierde la razón.
Daniel tenía 49 o 50 años, la mitad de su vida. Y de allí vamos al capítulo 7, la primera visión y el capítulo
8, la segunda visión, cuando Daniel tenía cerca de 70 años.
En el capítulo 5, Daniel tenía unos 80 años, cuando Dios escribe con su mano: “Mene, Mene, Tekel,
Uparsin” (v. 25). Allí hay un juicio y esa noche sella el fin del imperio babilónico, dando paso al imperio
medo persa. Y en el famoso capítulo 6, cuando Daniel es arrojado al foso de los leones, Daniel era un
anciano de 83 a 85 años, el año 537 a. de C. Y se dice que la vida de Daniel llegó hasta los 90 años
Vemos que el libro registra toda la vida de Daniel. Él es protagonista, y a través de su vida se escribe la
historia de Israel y la historia del mundo a partir del testimonio que él da ante los reyes de esas época. Lo
que más se destaca en estos capítulos es el inicio de Daniel adolescente y luego salta a los 67 o 70 años
con sus visiones. Esta es la “lupa bíblica” del Espíritu Santo, que nos muestra los hechos de Daniel desde
su adolescencia hasta su vejez.
Hay un silencio sobre su infancia y hay un leve silencio sobre la edad madura, salvo un hecho a los 50
años, durante la locura del rey Nabucodonosor. Lo más significativo en la cronología de Daniel está en su
infancia y su adolescencia, como si el Señor quisiera mostrarnos que el poder de Dios se perfecciona en
el tiempo de debilidad, cuando el hombre carece de fuerza, de una construcción plena de la
personalidad, y está lleno de interrogantes e inseguridades.
Dios opera poderosamente en la vida de Daniel, y del mismo modo en la vejez, cuando las facultades
mentales y físicas comienzan a disminuir. Dios se revela en la vida de Daniel, y él escribe este libro. Hay
un silencio en su infancia y en su adultez, pero los silencios en las Escrituras no significan que Dios no
hace nada; por el contrario, estos silencios de Dios señalan un tiempo cuando Dios más trabaja.
La fe de un joven como Daniel, determinado a no contaminarse con la comida del rey, que ya tiene
claridad respecto de su Dios, no nace de manera espontanea. Por lo tanto, podemos deducir de esto,
que detrás de Daniel y de su decisión por las cosas de Dios, hubo una madre, un padre, una familia,
criando e instruyendo, traspasando la fe en la vida de aquel joven.
“Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él
bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Dan. 1:8). Daniel se
propuso esto en su corazón, en la adolescencia.
Y en el capítulo 10, ya en la vejez, el ángel testifica de él diciendo: “Daniel, no temas; porque desde el
primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus
palabras; y a causa de tus palabras yo he venido” (Daniel 10:12).
En su adolescencia, Daniel “se propuso en su corazón” no contaminarse. Y ahora, casi a los noventa años
“dispuso su corazón”. Esto nos da una pista de quién era Daniel, de cómo fue educado y de lo que había
en su interior. Siendo joven, él decidió consagrarse, guardarse de toda contaminación y en la ancianidad
se dispuso a escuchar y a entender a Dios y a humillarse delante de él. Este es Daniel.
Por cierto, no podemos alabar a ningún hombre, porque todo lo que tenemos los creyentes no es otra
cosa sino las riquezas de Cristo; es Cristo en nosotros, es el poder de Dios que se perfecciona en nuestra
debilidad, es el mismo Señor operando en nosotros. Pero no por ello restamos mérito a ese espacio
interior en el cual todo hombre debe decidir voluntariamente, sin presiones externas ni aun divinas.
Esta es la historia de un hombre que amó a Dios en lo profundo de su corazón. Y a partir de su historia,
de sus decisiones y de sus experiencias Dios desarrolló la historia de Israel y dejó escrito este libro para
testimonio a todas las generaciones de que hay un Dios soberano sobre todos los reinos de este mundo.
Qué lindo es ver cuando los jóvenes se consagran al Señor, porque cuando lo hacen hay alegría en los
cielos. Veremos después cómo el cielo se alegró con el testimonio de Daniel.
Hay testimonio en todo este libro acerca de Daniel, su servicio, su entrega y su devoción. Este ejemplo
tiene un paralelo casi exacto en el Nuevo Testamento: hay un anciano el cual, al igual que Daniel, fue
llamado siendo joven, que estuvo con Jesús y escribió un libro profético. Es el apóstol Juan.
Dios prepara la vida de un hombre. Y en el silencio de la adultez, Dios está trabajando y trabajando, y
después de un largo tiempo, al final de esa vida, cuando el hombre parece no tener esperanza, cuando
su cuerpo pareciera estar en decadencia, entonces Dios dice: “Ahora sí estás preparado para recibir mi
gran revelación, la revelación de Jesucristo”.
Aquí tenemos una lección para los hermanos: En la iglesia, nadie sobra, los mayores o los ancianos no
están de más; están para edificar la casa del Señor, para mostrar las visiones y las revelaciones que el
Señor les ha traspasado a través de toda su vida. Ejemplo tenemos en Daniel y en Juan. Vaya esta
palabra con todo respeto para mis hermanos mayores, a fin de que se animen a hablar y edificar la
iglesia, con todo lo que el Señor les ha mostrado a través de sus largas vidas.
Dios se toma tiempo con nosotros, él no es un Dios de instantáneos. Dios toma a adolescentes y los trata
por largos años para enriquecer sus vidas y prepararlos para Su gloria. Y ya al final, cuando pareciera que
humanamente no queremos o no podemos, Dios dice: “Yo puedo”. “Bástate mi gracia; porque mi poder
se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:19). ¡Alabado sea el Señor!
Juan recibió la revelación de Jesucristo en Apocalipsis capítulo 1, y es la misma imagen que se presenta
en Daniel capítulo 10 como una teofanía una anticipación de la manifestación divina del Hijo de Dios. En
Apocalipsis, es el Señor Jesucristo mismo. Y a ambos les revela algo muy especial.
Daniel y Juan tienen una sensibilidad especial: Juan, para describir lo que es mundo, y Daniel, para saber
cómo tratar con Babilonia, la madre de las rameras descrita en Apocalipsis. Daniel tuvo sabiduría para
vivir en un reino hostil, que ya en el Génesis había edificado la torre de Babel, rebelándose contra Dios, y
a Juan también se le dio la sabiduría para identificar lo que es el cosmos, que también es Babel.
El cosmos en las Escrituras se traduce como el mundo. Juan es la persona que más escribe esta palabra,
más de cien veces. Pablo, en sus trece cartas, la usa alrededor de cincuenta veces. Juan está señalando
que hay algo importante aquí, en el cosmos, en el mundo.
El mundo es esa configuración o sistema invisible que se construye contra Dios, que va atrapando todo
dirigido por una mente perversa, que toma cautivos a los hombres, para edificar una ciudad contra Dios
y contra el Señor Jesucristo. El cosmos es aquello que se opone a Dios. Y a Daniel tanto como a Juan se
les concede esta sensibilidad de ver a Babilonia, de ver al mundo.
Juan advierte una y otra vez: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los
deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y
sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17).
Por eso, Juan es llamado “el discípulo a quien amaba Jesús” (Juan 21:20), y a Daniel, desde la corte
celestial, se le llama “varón muy amado”. A nadie más en las Escrituras se le llama así. Porque ellos
resistieron al mundo, abrieron los ojos, pusieron atención y decidieron en su corazón no contaminarse.
Daniel tuvo una percepción, una sensibilidad, una alerta espiritual permanente. Él vivía en una Babilonia
idolátrica, con cientos de ídolos; tenía compromisos oficiales con el reino; pero decidió no contaminarse
y se mantuvo fiel a Dios en su corazón. Y Dios lo amó sobremanera.
El testimonio de Daniel es tan impactante que el profeta Ezequiel, uno de sus contemporáneos, habla
acerca de él. Ezequiel también fue cautivo en Babilonia, tal vez en la misma ciudad, solo que Daniel
ejercía como un ministro de estado en el palacio real, en tanto que Ezequiel era solo un profeta que
moraba junto a los ríos de Babilonia, intentando de alguna manera mantener viva la fe del pueblo.
Ezequiel convoca a los ancianos de Israel y los exhorta diciéndoles: “Hijo de hombre, cuando la tierra
pecare contra mí rebelándose pérfidamente, y extendiere yo mi mano sobre ella, y le quebrantare el
sustento del pan, y enviare en ella hambre, y cortare de ella hombres y bestias, si estuviesen en medio de
ella estos tres varones, Noé, Daniel y Job, ellos por su justicia librarían únicamente sus propias vidas, dice
Jehová el Señor” (Ez. 14:13-14).
Si viniera el juicio del Señor sobre Israel, y estuvieren allí Noé, Daniel y Job, ellos con su justicia solo
podrían salvar sus propias vidas, y nadie más. Y lo repite una y otra vez en el capítulo 14. Dios destaca la
integridad de Noé, de Daniel y de Job. Ahora, es fácil hablar de la justicia de aquellos antepasados como
Noé y Job, pero no es tan fácil hablar de un hombre que vivía y que estaba presente en ese momento.
Ezequiel compara el testimonio de Daniel con la integridad de Noé y de Job. Conocemos la integridad, la
perseverancia y la decisión que tuvo Noé, de estar años trabajando contra todo el mundo corrompido a
su alrededor. Él se mantuvo fiel en integridad y en justicia haciendo la voluntad de Dios. Y conocemos el
testimonio de Job, “un hombre justo”, como dicen las Escrituras. Satanás se levantó contra él, y él
defendió su justicia contra sus amigos, contra su familia, e incluso llegó a defenderla delante de Dios,
ante el cual después debió humillarse, y fue justificado por el Señor.
Y en medio de esos dos grandes hombres de Dios, Ezequiel destaca a Daniel. Qué precioso es resaltar así
a un siervo de Dios, no a alguien que ya partió con el Señor, sino un hermano que está presente, y hablar
bien de él públicamente, subrayando lo que hay de Cristo en él.
Qué buena enseñanza para la iglesia, para todos nosotros, es que hablemos bien los unos de los otros,
sin miedo a la vanagloria; porque sabemos del barro que somos, pero sabemos que lo que tenemos de
Cristo lo tenemos por gracia y por misericordia del Señor.
Había testimonio acerca de la fe de Daniel, y hasta el capítulo 6 se habla de Daniel y de su coraje, de su
prudencia y de su sabiduría. No hay ni un capítulo que no tenga un versículo donde se destaque el
ejemplo que fue Daniel hasta el capítulo 6. ¿Sabe por qué? Hasta el capítulo 6, el libro registra el
testimonio en la tierra, y desde el capítulo 7 en adelante es el testimonio en los cielos.
Por eso al escritor bíblico no le importa la cronología. Y en el capítulo 6 incluso encontramos el
testimonio de Daniel cuando tenía 85 años. No interesa la edad; solo importa la integridad de Daniel. En
estos seis capítulos incluso los reyes testifican de la vida de Daniel y resaltan su conducta en la sociedad.
Hoy, cuando tantas ideologías desean cautivar a los hombres, donde los políticos intentan tomar el
corazón de los creyentes y contaminar lo que hay de Cristo en ellos, Daniel testifica que es posible vivir
siendo hombres íntegros y manteniendo un corazón para Cristo, testificando del Señor en esos
ambientes atestados de pecado, de egoísmo, de ideologías y de filosofías que están levantándose contra
el Señor en un mundo secularizado que se opone a Dios.
Daniel lo testifica en estos capítulos: ¡Es posible! Es posible levantarse allí, en medio del egoísmo
humano y declarar que Jesucristo es el Señor, que Jesucristo es el Rey de reyes y que él es el que pone
reyes y el que quita reyes, que del Señor es el poder. Que el cielo manda, como dicen las Escrituras.
En estos seis capítulos se destaca a Daniel, para testificar que es posible estar en la universidad cinco
años, como estuvo Daniel tres años en la corte de Babilonia siendo educado por los hombres más sabios,
tratando de introducir su mundo idolátrico en la mente de este joven, tratando de cambiar su identidad.
Es posible, por la gracia de Dios, estar en la universidad y ser un fiel hijo de Dios.
Eso nos llena el corazón, y motivamos a los jóvenes que están ya en el mundo profesional, a testificar del
Señor en todo lugar, a ser valientes. Dios les apoyará, Dios les va a dar gracia. Él abrirá puertas, solo
porque han confesado Su nombre y han dispuesto en su corazón no contaminarse con aquella Babilonia
que les promete grandes oportunidades, pero que también les pide todo.
Es posible ser hijo de Dios y enfrentarse al mundo. Esto es un trabajo, es simplemente un lugar en
Babilonia. Pero tú eres un hijo de Dios, y allí cuando haya adversidad o cosas oscuras, Dios te apoyará,
sin duda. Eso te testifica Daniel a ti, joven, que estás asumiendo un puesto importante. No tienes que
vender tu fe. ¡Eres un hijo de Dios!
Los próximos seis capítulos son maravillosos. Desde el capítulo 7 en adelante tenemos lo celestial, que
está vinculado con lo que ocurre en la tierra, sin lugar a dudas. Por causa del testimonio de Daniel en la
tierra, hay un testimonio en los cielos.
“Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y
entendimiento. Al principio de tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú
eres muy amado” (Dan. 9:22-23). Así habló el ángel Miguel, jefe de los ejércitos celestiales.
En el capítulo 10 vemos una teofanía, una manifestación anticipada del Señor. Dice: “Y me hizo entender,
y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento. Al principio de
tus ruegos fue dada la orden, y yo he venido para enseñártela, porque tú eres muy amado” (Dan. 10:5-6).
¡Es el Señor mismo!
“Y solo yo, Daniel, vi aquella visión, y no la vieron los hombres que estaban conmigo, sino que se apoderó
de ellos un gran temor, y huyeron y se escondieron. Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó
fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno. Pero oí el sonido de
sus palabras; y al oír el sonido de sus palabras, caí sobre mi rostro en un profundo sueño, con mi rostro en
tierra. Y he aquí una mano me tocó, e hizo que me pusiese sobre mis rodillas y sobre las palmas de mis
manos. Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie;
porque a ti he sido enviado ahora. Mientras hablaba esto conmigo, me puse en pie temblando” (Dan.
10:7-11).
Y el versículo 19 dice: “Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me
hablaba, recobré las fuerzas, y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido”.
“Muy amado, no temas”. Esto es sumamente importante, esto que pareciera simplemente una
exposición afectiva, es un testimonio de un adolescente que decidió en su corazón no contaminarse, de
un anciano que decidió inquirir y buscar en las cosas del Señor y humillarse delante de Dios. Este
testimonio fue recibido en los cielos, y todos los ángeles supieron cuánto amor tiene Dios por Daniel.
Cuánto alegró Daniel el corazón de Dios, cuando en su corazón, allá en la tierra, en un lugar perdido, en
Babilonia, en medio de la idolatría, decidió ser fiel al Señor. Y eso alegró su corazón, y Dios dice: “Varón
muy amado”.
Daniel no volvió de la cautividad. No se sabe por qué. Pero allí se le apareció el Señor. Le bastó que se le
apareciera el Señor misericordioso. Si bien, Daniel no volvió a su pueblo, a la ciudad por la cual oraba, no
volvió a subir el monte de Sion, no volvió a caminar por Jerusalén, no volvió a entrar al templo, ni a
recorrer las murallas por las cuales también oró tantas veces, sí vio a su Señor. Y no solamente lo vio,
escuchó de la boca de su Señor: “Varón muy amado”.
Y pienso que para un siervo de Dios, oír de la boca del Señor, sentir y saber, y escucharle decir que Él le
ama, es el mayor pago en la vida de un siervo que ha agotado todas sus fuerzas por servir a Cristo. Si
toda la vida consistiese en servicio y sacrificio, tan solo para escuchar la voz del Señor que te dice: “Varón
muy amado”, sí, vale la pena.
Hermanos y hermanas muy amados, el Señor testifica de nosotros en los cielos. Cuánto amor tiene él por
la iglesia. Por eso nos llama hoy a no contaminarnos con la corrupción el mundo y sus ideologías o con
los movimientos que parecen legítimos. Nosotros somos de Cristo. No somos de Cristo y alguien más:
somos solo para él, y estando en medio de Babilonia, podemos declarar: ¡Jesucristo es el Señor! Vale la
pena sacrificar toda la vida por el Señor.
“Al que venciere y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual
ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Apoc. 2:17). Con aquel que venciere, por la gracia de Dios, el
Señor tendrá un encuentro de intimidad único y particular. Y al tomar esa piedrecita sabremos cómo
fuimos conocidos en los cielos desde la eternidad. Será un momento de intimidad y de amor cuando él
nos diga: “Varón muy amado … Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré;
entra en el gozo de tu señor”. Amén.
3
La perseverancia de Daniel
Cristian Cerda
“Entonces ellos respondieron y dijeron al rey: Daniel, que es uno de los deportados de Judá, no te hace caso, oh rey, ni del
mandato que firmaste, sino que tres veces al día hace su oración. Al oír estas palabras, el rey se afligió mucho y se propuso librar
a Daniel; y hasta la puesta del sol estuvo buscando la manera de librarlo. Entonces aquellos hombres vinieron de común acuerdo
al rey y le dijeron: Reconoce, oh rey, que es ley de los medos y persas que ningún mandato o edicto que el rey establezca, puede
ser revocado. El rey entonces dio órdenes que trajeran a Daniel y lo echaran en el foso de los leones. El rey habló a Daniel y le
dijo: Tu Dios, a quien sirves con perseverancia, Él te librará. Trajeron una piedra y la pusieron sobre la boca del foso; el rey la selló
con su anillo y con los anillos de sus nobles, para que nada pudiera cambiarse de lo ordenado en cuanto a Daniel. Después el rey
se fue a su palacio y pasó la noche en ayuno; ningún entretenimiento fue traído ante él y se le fue el sueño. Entonces el rey se
levantó al amanecer, al rayar el alba, y fue a toda prisa al foso de los leones. Y acercándose al foso, gritó a Daniel con voz
angustiada. El rey habló a Daniel y le dijo: Daniel, siervo del Dios viviente, tu Dios, a quien sirves con perseverancia, ¿te ha podido
librar de los leones?” (Dan. 6:13-20).

Al iniciar su libro, Daniel fija la fecha en que empieza a escribir: el año tercero del rey Joacim. Era el 605
a. C., y Daniel 1:21 dice Daniel estuvo en Babilonia hasta el primer año del rey Ciro. La versión RV60 dice:
“…y continuó Daniel hasta el año primero del rey Ciro” (1:21). Eso es aproximadamente el año 539 a. C., y
significa que prácticamente toda la vida de Daniel transcurrió en medio de Babilonia.
“Y Darío de Media tomó el reino siendo de sesenta y dos años” (Dan. 5:31). Un dato histórico interesante
es que la caída del imperio babilónico ocurrió en octubre del 539 a. de C., y una edad estimativa de
Daniel, cuando se narran los acontecimientos del capítulo 6, es cercana a los 85 años. Por lo tanto Daniel
debió estar a lo menos 65 años continuos en Babilonia, no solo como un exiliado más, sino que además
en el mismo palacio real, en el centro del poder político y cultural de aquella época.
Jerusalén podía ser comparado con un pequeño barrio, y aquel ambiente fue abruptamente cambiado
por Babilonia, la ciudad más imponente del mundo conocido. Daniel tuvo que dejar atrás Jerusalén y
hacer un largo peregrinaje, para ir a vivir en una maravilla arquitectónica del mundo antiguo, un reino
cosmopolita en el que tuvo acceso a las ideas y puntos de vista del imperio, siendo educado en el
lenguaje y la ciencia de los babilonios.
Daniel 1:4 refiere que el rey pidió que fuesen jóvenes apuestos y sin ningún defecto, que tuviesen
aptitudes para aprender de todo, y que actuaran con sensatez; jóvenes sabios y aptos para el servicio en
el palacio real, a los cuales se les debía enseñar la lengua y la literatura de los babilonios. De un
momento a otro, Daniel tiene acceso a la riqueza cultural de aquella época, que distaba mucho de la
realidad que él vivía en Jerusalén.
Siendo un joven de unos 15 años, fue reeducado en una cultura hostil a la fe de su pueblo, y debía
estudiar y asimilar las ideas imperantes del imperio, la literatura babilónica, la comprensión del mundo
según Babilonia. Daniel 1:20 dice que el rey interrogó a Daniel y a sus tres amigos, y en todos los temas
que requerían de sabiduría y de discernimiento, los halló diez veces más inteligente que los demás.
Ellos no solo tuvieron acceso a una gran cantidad de información; sino que también debieron aprender a
sujetarse a una autoridad terrenal que estaba en contra de Dios, al mismo tiempo que debían mantener
plena confianza en Dios.
Daniel, llamado ahora Belsasar, nos muestra como él a pesar de estar en el territorio babilónico en la
corte del rey Nabucodonosor, cuando recibe la comprensión de lo que el rey había soñado se quedó
desconcertado por algún tiempo, y aterrorizado por sus propios pensamientos. El rey Nabucodonosor le
dice: “Belsasar no te dejes alarmar por este sueño y su significado”, a esto Daniel respondió: “Ojalá que
el sueño y su significado tengan que ver con los acérrimos enemigos de su majestad”.
Daniel aprendió a sujetarse a una autoridad terrenal que era opuesta a Dios, pero al mismo tiempo
mantuvo plena confianza en su Dios. Daniel y sus amigos, siendo jóvenes nobles entre los judíos, estando
en el palacio real, fueron forzados a adoptar nuevas costumbres, e incluso a recibir nuevos nombres de
deidades paganas en el marco de su adoctrinamiento.
A Daniel, cuyo nombre significa “Dios es mi juez” se le cambió su nombre por Belsasar, adorador o
príncipe de Bel, una deidad babilónica. Todo esto hace que sea tan significativo que en el capítulo 6,
cuando Daniel ya estaba cercano a los 85 años, un rey pagano como Darío pueda decir de Daniel: “Tu
Dios a quien sirves con perseverancia”. Esto solo puede significar una fidelidad a Dios, a toda prueba. ¿Y
dónde? En medio de Babilonia.
Allí, donde tuvieron que vivir una experiencia de desarraigo completo de su historia como nación judía,
tuvieron que vivir una reeducación en torno a la potencia mundial de su época. Daniel vivió varias etapas
con reyes babilónicos, luego con medos-persas y es notable que este rey Darío diga de Daniel: “Tu Dios a
quien sirves con perseverancia”. Esto indica que Daniel se mantuvo independiente de aquellos reyes a
quienes tuvo que servir, sin perder su fidelidad a Dios.
El libro de Daniel está escrito en dos idiomas, hebreo y arameo. En particular, el capítulo 6 está en
arameo, y allí, una expresión que la versión RV60 y la mayoría de las versiones traducen como “servir
continuamente” es una palabra aramea que significa soportar o resistir. Por eso, es interesante mostrar
que Daniel, a sus 85 años, recibe el testimonio de un rey pagano, que señala que él sirvió a su Dios y que
pudo soportar y resistir todos los embates de una cultura hostil a la fe y mantenerse fiel a Dios.
Este “servir continuamente”, es un resistir o soportar de manera voluntaria y prolongada las dificultades
de la vida, permaneciendo firme en la opción que se ha elegido – ser perseverantes en Cristo.
Cuando Juan, otro anciano, escribe el Apocalipsis, tiene una hermosa expresión: “Yo Juan, vuestro
hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo” (1:9). Juan
había perseverado en la paciencia de Jesucristo, y a causa de aquello él podía estar firme, aun cuando
estuviese en esa isla lejos de la iglesia, y llevado a un encierro que para aquella época, era la forma de
hacer “morir” a aquellos que se oponían al imperio.
Hay una película que me llamó la atención, que narra la historia real de Louis Zamperini, un atleta que
fue prisionero de los japoneses en la II Guerra Mundial. Se llama “Inquebrantable”. Este joven soportó
cerca de 47 días de naufragio y luego recibió el maltrato de sus captores. Como prisionero de guerra, él
fue humillado y maltratado durante mucho tiempo.
Es impresionante ver la perseverancia humana: cómo este hombre fue capaz de resistir tanto castigo sin
claudicar ante sus captores. Al final de la película lo muestran a él ya viejito, una imagen real, corriendo
por las calles de Japón. Allí, él, hablando sobre la necesidad que él tuvo de perdonar a todos sus
verdugos, dice: “Si odias a alguien, no estás lastimando solo a esa persona, te estás dañando a ti mismo.
El perdón es una sanidad personal”.
Y me llamó la atención, porque pareciera ser factible que esta capacidad de soportar sea alcanzada
humanamente. Yo pensé en cómo un hombre que ha sufrido tal cantidad de vejámenes quiera procurar
ver a aquel que había sido su principal torturador y finalmente perdonarlo. Y claro, lo que no aparece allí
en la película es que este hombre conoció a Cristo.
Es posible que haya una capacidad de resistir y de soportar que se pueda ejercitar humanamente, pero
es imposible mostrar una capacidad de perdón o de entregar la vida si no está Cristo de por medio. Este
hombre, según relata su biografía, luego de toda esta experiencia que vivió, comenzó a beber a un punto
en que quedaba inconsciente. Pero una vez que conoció al Señor fue transformado y pudo no solo mirar
aquella experiencia traumática de su vida, sino que también pudo perdonar.
Dios nos ha llamado a estar en medio de un mundo hostil y a perseverar en medio de ese mundo. Y esa
perseverancia no se logra por medios humanos, sino que solo es posible a causa de la visión del Hijo del
Hombre. Esto solo es factible porque un día nuestros ojos fueron abiertos para ver que el reino de Dios
vino en la persona de Jesucristo, aquel que está sentado a la diestra de Dios y que tiene todo poder.
No importa la edad que tengamos, seamos fieles y perseveremos en Cristo Jesús. Ejemplo de ello es
Daniel, que aun estando en medio de Babilonia, con un acceso increíble a una cantidad de información,
con una reeducación de su cultura, con una imposición que le quitaba significado a su vida, con un
nombre que no era el suyo, pudo mantenerse a causa de la visión del Hijo del Hombre.
Es notable el perfil de Daniel y sus amigos. Dotados intelectualmente, tenían una sabiduría que el mismo
rey acredita diez veces superior a la de cualquier otro, y eran lo más selecto de los jóvenes en esa corte;
pero no solo eran dotados mentalmente, sino también comprometidos espiritualmente con la fe.
Hay un paralelo entre los capítulos 3 y 6, entre el episodio del horno de fuego y el foso de los leones.
Estos capítulos paralelos, esta referencia cruzada, mantiene más o menos la misma estructura. En ambos
el rey (Nabucodonosor / Darío) demanda adoración, se establece a sí mismo como dios y amenaza con
quitar la vida a aquel que desobedece. Pareciera ser que, entre estos dos capítulos, Daniel nos quiere
mostrar el clímax de la corrupción de una cultura que se independiza completamente de Dios.
Veamos Daniel 3 versos 4 al 7, una vez que se construye la estatua de oro de cerca de 27 metros de
altura: “Mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, de la flauta,
del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis
la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado; y cualquiera que no se postre y adore,
inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo”.
El paralelo en la versión NVI capítulo 6 verso 7 dice: “Nosotros los administradores reales, junto con los
prefectos, sátrapas, consejeros y gobernadores, convenimos en que Su Majestad debiera emitir y
confirmar un decreto que exija que, durante los próximos treinta días, sea arrojado al foso de los leones
todo el que adore a cualquier dios u hombre que no sea Su Majestad”.
Cuando Pablo está explicando el evangelio en Romanos, señala que “la ira de Dios se revela desde el cielo
contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad” (1:18). Más
adelante dice: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en
semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (v. 22-23).
El paralelo de Daniel entre los capítulos 3 y 6 muestra que hay un anhelo desbordado de endiosamiento
de una cultura independiente de Dios. Hoy estamos viviendo una cultura hedonista, individualista,
centrada en el placer. Solo importa el yo; una cultura en que el individuo se va endiosando y puede
tomar sus propias decisiones independiente de cualquier norma moral o resguardo de Dios.
Este es un tiempo en que el hombre está llevando su propia existencia a una decisión divina. Por
ejemplo, en nuestro país se empieza a discutir la eutanasia; el hombre podrá decidir cuándo muere. El
aborto, el hombre decidirá si viene un hijo o no viene un hijo. La ideología de género; el hombre decidirá
si estima que él es un hombre o una mujer.
¿Qué es esto, sino aquello que pone al hombre como centro y lo diviniza y nadie puede oponerse? En los
capítulos 3 y 6 se establece esto como un primer asunto importante de comprensión. Y esto no es lejano
a lo que se dio en Génesis capítulo 3. La manera en que la serpiente se acerca a la mujer es ésta: “…sino
que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios…” (3:5). Y la
serpiente puso ese veneno infectando a toda la raza humana. Pero Cristo nos libra de aquello.
Pero no solo esto, en ambos capítulos 3 y 6 de Daniel, la acusación es maliciosa. Hay la intención maligna
de dañar a quienes manifiestan rectitud ante Dios. “Por esto en aquel tiempo algunos varones caldeos
vinieron y acusaron maliciosamente a los judíos” (3:8).
Y de igual forma el capítulo 6, en el foso de los leones: “Entonces los gobernadores y sátrapas buscaban
ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado al reino; mas no podían hallar ocasión alguna o falta,
porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él” (6:4). Qué hermoso el testimonio de Daniel
aun frente a sus enemigos, porque él era fiel y ningún vicio o falta fue hallado en él.
Versículo 5: “Entonces dijeron aquellos hombres: No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para
acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su Dios”. Siempre habrá una acción hacia
quienes por gracia mantenemos fidelidad al Señor, para generar una acusación o una persecución.
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que
batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo
que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al
considerar vuestras buenas obras” (1 Ped. 2:11-12)
“Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias
padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si
haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios” (1 Ped. 2:19-20).
Así que siempre habrá este tipo de acusación maliciosa que vivieron los amigos de Daniel antes de ir al
horno y que también vivió Daniel frente al foso de los leones.
En ambos pasajes se registra este anhelo de divinizarse del ser humano; en ambos se hace una acusación
maliciosa contra quienes manifiestan fidelidad a Dios. Pero también en ambos se reconoce que se sirve a
Dios en medio de Babilonia. Esto permite comprender que la intención al escribir el libro es justamente
darnos a comprender la manera en que vivimos en medio de Babilonia.
Cuando estos jóvenes fueron llamados para rendir adoración a la estatua, ellos declaran: “He aquí
nuestro Dios a quien servimos puede librarnos” (Dan. 3:17). ¿Dónde servían a Dios? En medio de
Babilonia. Y en el capítulo 6, es Darío quien le dice a Daniel: “Daniel, siervo del Dios viviente, el Dios tuyo,
a quien tú continuamente sirves” (Dan. 6:20). En ambos casos se reconoce que la acción que están
realizando en medio de Babilonia es un servicio a Dios.
¿Podemos tener este desafío de servir a Dios en medio de una cultura hostil? Sí, lo tenemos. ¿Tenemos
provisión por parte de Dios para ser socorridos en nuestro servicio? Sí, lo tenemos, ¿Podemos
perseverar? Por supuesto que sí.
A veces solemos diferenciar un área llamada secular y otra llamada espiritual, y pensamos que ambas no
tienen ninguna relación. Aquello que hacemos en nuestro trabajo, en nuestra actividad cotidiana, lo
separamos de lo que hacemos en nuestra relación con el Señor. Pero en Colosenses 3:23-24 leemos lo
siguiente: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24
sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.
También ambos pasajes muestran un hecho que es notable: se desafía la autoridad real a pesar de que
se dio una orden que todos debía cumplir. Estos jóvenes antes de ir al foso, respondieron: “Y si no –si
Dios no los libra del horno de llamas– sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco
adoraremos la estatua que has levantado” (Dan. 3:18).
Todo el mundo lo hacía, todo el mundo se postraba y estaba dispuesto hacerlo para escapar de la
muerte. Pero Nabucodonosor se enfrenta con tres jovencitos que, sin ser violentos y aun respetando la
autoridad real, no están dispuestos a que ésta sea por sobre la autoridad de Dios en sus vidas.
Hay una carta de Martin Luther King en la que contesta una pregunta: ¿Cómo puedes abogar, corromper
algunas leyes y obedecer otras? ¿Cómo es posibles que podamos en algunos casos estar dispuesto a
someternos a las leyes y en otros casos tengamos que decir: “No lo haremos”? Él responde: “Hay dos
tipos de leyes, justas e injustas. Yo sería el primero en abogar por la obediencia de las leyes justas. Uno
no tiene solo una responsabilidad legal, sino también moral de obedecer las leyes justas”.
Pero luego el mismo Martin Luther King contrasta esta obediencia con la obediencia a una ley injusta y
dice: “Por el contrario, uno tiene la responsabilidad moral de desobedecer leyes injustas. Una ley injusta
no es una ley en absoluto”. ¿Cuál es la diferencia entre las dos? ¿Cómo se determina si una ley es justa o
injusta? Una ley justa es una ley hecha por el hombre que se ajusta a la ley moral o la ley de Dios; una ley
injusta es un código que no está con armonía con la ley moral. Tomás de Aquino decía que una ley
injusta es una ley humana que no tiene sus raíces en la ley eterna y en la ley natural.
Ellos no estaban dispuestos a obedecer una ley que iba en contra de lo que Dios les había enseñado.
Ellos no adorarían la imagen aun cuando esto implicara perder su propia vida.
Hubo una ley injusta dictada por Faraón para los hijos de los judíos: que todo hijo varón debía ser
arrojado y debía morir. Pero hubo una familia de la casa de Leví que dijo: “Aun cuando Faraón haya
ordenado esto, no haremos eso con nuestro hijo”, y lo escondieron. Éste era Moisés. Si bien debemos
manifestar respeto y sujeción, no podemos estar de acuerdo en obedecer leyes injustas.
Cuando los enemigos de Daniel forman toda esta maraña de situaciones para finalmente acusar a Daniel,
y cuando él se entera, en el verso 6:9 dice: “Firmó, pues, el rey Darío el edicto y la prohibición”. Y el 6:10:
“Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado –miren lo que hace este varón de 83 años– entró
en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al
día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”.
La ley era que nadie podía invocar o adorar a otro Dios. Y cuando Daniel oye esa ley, hace exactamente
lo contrario. Es como cuando los apóstoles son amenazados y les prohíben hablar respecto de Jesús.
“Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí
en adelante a hombre alguno en este nombre. Y llamándolos, les intimaron que en ninguna manera
hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es
justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que
hemos visto y oído” (Hechos 4:17-20).
No nos oponemos a la autoridad, sino que la reconocemos y nos sujetamos a ella por causa del Señor,
pero no vamos a hacer aquello que está en contra de la autoridad de Dios sobre nuestras vidas.
Este perfil extraordinario, que combina tan equilibradamente en Daniel y sus amigos, es una capacidad
notable para su época. Pero un compromiso irrestricto con los valores y principios del pueblo de Dios,
representa también el llamamiento de su tiempo. Una vez que Dios obra y libra del horno y del foso,
ambos reyes tienen que reconocer que hay una autoridad superior.
En su soberbia, Nabucodonosor les dijo a los jovencitos: “¿Quién os podrá librar del mal?”. Y después
tuvo que reconocer que hay un Dios que libra en la angustia. Y a pesar de que ley de los medo-persas no
podía ser cambiada, tuvo que reconocer que hay un Dios a quien Daniel perseveraba al servir, y lo libró.
En este tiempo tan complejo que nos ha tocado vivir, hay un anhelo en nuestro corazón, y es que Dios
nos provea de jóvenes que tengan la visión del Hijo del Hombre y que sean fieles todos los días de su
vida; que puedan perseverar, aun cuando tengan acceso académico a lo mejor de este tiempo; que no
pierdan su compromiso con Cristo Jesús. Si el Señor quiere corregirnos en este tiempo, que él tenga
plena libertad para hacerlo. Amén.
4
La visión del Hijo del Hombre
Gonzalo Sepúlveda
“Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo
de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía
de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron
abiertos” (Dan 7:9-10).

Hermanos, creo que es muy difícil imaginar cuál fue la reacción, o qué sintió, cuál fue el sentimiento que
tuvo Daniel en ese momento, el asombro, el espanto, no sé. Recordemos que Daniel era un hombre de la
corte, un hombre cercano al rey.
Y ya sabemos que el rey de Babilonia era el más poderoso del mundo en ese momento. Su palacio debe
haber sido exquisito, magnífico; la cantidad de servidores que tendría, la majestuosidad de ese trono, la
solemnidad de todo lo que acontecía alrededor de su presencia, su séquito, y toda su gloria. Pero cuando
Daniel tiene esta visión del trono de Dios, debe haber quedado profundamente asombrado.
Y no se le ocurren otras palabras, y lo describe de esta manera, que el trono del Señor era una llama de
fuego. Obviamente eso no es literal, nosotros nos acordamos inmediatamente de la zarza que ardía, y no
se consumía, y que atrajo a Moisés y Dios le habló desde la zarza ardiendo.
El fuego está asociado con el trono del Señor en todas las Escrituras. Uno de los profetas menores dice:
“A sus pies brotan carbones encendidos”. En Dios hay una majestad terrible. Cuando Isaías vio el trono
de Dios alto y sublime, se sintió morir. Ese trono que lo vemos en todas las Escrituras, que lo vemos aquí
en Daniel como un trono de fuego, y que procedía y salía de delante de él un río, dice que las ruedas
eran del mismo fuego ardiente. ¡Qué tremendo! “Millares de millares le servían, millones asistían
delante de él. El juez se sentó y los libros fueron abiertos”.
¡Este trono está establecido en los cielos! De este trono tenemos que hablar. Y lo más importante, el
centro de atención del libro del Apocalipsis, ¿qué dice Juan? “Vi el cielo abierto”, y una voz que le dijo:
“Sube acá”. Y lo primero que él vio fue “un trono establecido en los cielos”. ¡Qué seguridad nos da a
nosotros la existencia de ese trono!
Todos los demás tronos desaparecerán, todos los demás gobernantes, todos los demás reyes, son
pasajeros; pero este trono es un trono eterno. ¡Qué majestad, qué poder, qué autoridad! En ese trono se
toman todas las decisiones, de ahí viene la gracia, el poder, los juicios más terribles. Allí se decidió la
creación de todo el universo, se decidió la salvación de todos los hombres, ahí se tomó el consejo eterno.
“¿Quién irá por nosotros?”.
Fue ahí cuando nuestro Señor Jesús, el Verbo eterno, la Palabra que estaba con Dios desde el principio,
antes de la creación de todas las cosas. Él fue quien dijo: “Heme aquí, envíeme a mí”. Desde ese trono,
es donde se decidió, que un día la tierra sería juzgada por su pecado a través de un diluvio.
Cuando perdemos de vista ese trono; nos volvemos livianos. Cuando el hombre pierde de vista el trono
de Dios, cuando sus criaturas dejan de verle, o cuando ese trono es desafiado, no queda más que
oscuridad, perdición, corrupción, inmoralidad, y aparece toda la maldad, toda la oscuridad, del hombre
que perdió de vista a Dios su Creador. ¡Cuán solemne es, entonces, el trono del Señor!
Y también aparecen ahí los libros abiertos, igual que en Apocalipsis 20, donde la visión del trono de Dios
es tan terrible, que dice que los cielos y la tierra huyen y no se encuentra lugar para ellos; y aparecen
todos los muertos de pie, delante de Dios. Los libros se abren y es juzgada la humanidad entera, por las
obras que están escritas en esos libros, “…y el que no fue hallado inscrito en el libro de la vida, fue
lanzado al lago de fuego”.
Es el mismo trono del cual se habla en el libro de los Hechos, el mismo de la carta a los Hebreos, el trono
de la gracia, donde entró el Gran Sumo Sacerdote, que vive intercediendo por nosotros, allí es llamado
“el trono de la gracia”, al cual los creyentes hoy día podemos acudir para encontrar oportuno socorro,
gracia y misericordia.
¡Qué precioso es todo esto! La iglesia, los creyentes, los hijos del Señor, tenemos que alentar nuestros
corazones, porque desde ese trono de fuego, vino el fuego del día de Pentecostés, y el fuego del
evangelio se distribuyó por el mundo entero, se expandió, se desparramó y llegó hasta nuestras costas,
alcanzó a la humanidad completa. Ese fuego no ha dejado de arder en el corazón de los creyentes.
En un día de debilidad, el apóstol Pablo le dice a Timoteo que avive el fuego. No que encienda el fuego,
sino que avive “el fuego del don de Dios que está en ti”. Porque en todos los creyentes hay un fuego y el
origen de ese fuego, que es el fuego del Espíritu, es el poder del Espíritu de Dios que provino desde este
trono bendito en las alturas. Nos inclinamos ante este trono, de donde provienen las decisiones más
tremendas, las más grandes, de ahí proviene el poder y los juicios.
Siguiendo el relato panorámico, del capítulo 7 de Daniel, a continuación de esta visión de los versículos 9
y 10, en los versículos 11 y 12 se dice que mataron a la bestia. Esa es la llamada la cuarta bestia del
versículo 7, “bestia espantosa, terrible, en gran manera fuerte, que tiene grandes dientes de hierro”, que
devora y desmenuza. Claramente habla de un gobernante mundial. La cuarta bestia se refiere a la bestia
del Apocalipsis, la ultima bestia que verá la humanidad, aunque la nombrará con otro nombre; pero
nosotros hoy utilizamos el lenguaje de Dios, porque nosotros somos de Dios.
“Yo entonces miraba a causa del sonido de las grandes palabras que hablaba el cuerno; miraba hasta que
mataron a la bestia, y su cuerpo fue destrozado y entregado para ser quemado al fuego” (Dan. 7:11). Se
levante quien se levante, sea tan fiero, tan fuerte, tan terrible, quien sea que se levante, este es el fin,
aquí está escrito. Será muerto, su cuerpo será destrozado y su destino es el lago de fuego.
De tal manera que los creyentes nos llenamos de esperanza, nos fortalecemos, nos llenamos del Espíritu.
Atesoramos esta palabra, que nos bendice, que nos renueva, nos enciende; porque más allá de todos los
gobiernos de este mundo, más allá de todo lo que haya ocurrido en la historia y que falte por ocurrir, hay
alguien que gobierna la historia, hay alguien que aplastará a sus enemigos, como está escrito:
“Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre,
que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y
reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que
nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dan. 7:13-14).
¡Bendita palabra, bendita visión! ¿Qué fue lo que vio Daniel? Lo primero que ve son nubes que se
acercan. Y “con las nubes del cielo, venía uno como un hijo de hombre”. Esta es la visión del Hijo del
Hombre, del siervo muy amado, del siervo que serviría a Dios con perseverancia, continuamente. Se le
concede esta visión – la visión del Hijo del Hombre.
Venía con las nubes. Y la pregunta es: ¿De dónde venía? Diremos que viene regresando de la tierra, de
este mundo. Aquella luz verdadera había venido a este mundo; había nacido en un humilde pesebre en
una aldea llamada Belén. Y había consumado su obra y había vencido en la cruz. Venía de vencer la
muerte y de levantarse en gloriosa resurrección. Venía luego de haber dados instrucciones a sus
discípulos durante cuarenta días. Y desde el monte de los Olivos fue alzado y una nube le cubrió.
Ese es el relato del primer capítulo del libro de los Hechos. Una nube le ocultó y los discípulos quedaron
mirando la nube, y unos ángeles tuvieron que darles la explicación. Y los ángeles les dijeron: “¿Qué
hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús que habéis visto ir al cielo, volverá a venir del cielo”.
Los discípulos se fueron con esa promesa: el Señor volvería desde los cielos. Y no vieron más al Señor,
porque la nube le ocultó. Ahora tenemos que unir Daniel capítulo 7:13 con Hechos capítulo 2. “Una nube
le ocultó”. Pero aquí Daniel, anticipadamente, alrededor de 600 años antes, está viendo el retorno del
Hijo del Hombre. ¡Está viniendo de vuelta!
Y aquí nos acordamos de un salmo, no lo teníamos planificado. Este salmo que es cántico de la iglesia,
“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, Y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará de Rey de
Gloria.”(Salmo 24:7), y preguntan desde arriba como si no supieran que viene, como si no supieran.
Estaban informados, pero querían oír con alegría lo que dirían, ¿Quién es este Rey de gloria? Jehová el
fuerte y valiente, él es el Rey de la gloria.
Se alzaron las puertas eternas, las nubes como una carroza celestial, trasladan al Hijo del Hombre y
Daniel lo ve, lo ve en la visión de la noche, en las nubes del cielo había retornado victorioso, viene con
marcas. Viene con sus manos horadaras, viene con las huellas de la corona de espinas.
Viene con su costado herido, eso no lo dice Daniel capítulo 7, eso lo dirá Apocalipsis capítulo 5, porque
Juan vio el trono de Dios, en medio del trono y en medio de los seres vivientes, vio en pie un Cordero
como inmolado (Ap. 5:6 paráfrasis). Y el decir que un Cordero como inmolado, allí el Hijo del Hombre es
el Cordero. Inmolado significa, sacrificado.
Tiene las heridas, tiene las marcas. Las manos heridas, y el costado herido que le mostró a sus discípulos
el día en que Tomás dijo, si no lo viere y no metiere mi dedo, no lo creeré. Con ese cuerpo, ese Hijo del
Hombre regresa, y sus heridas son celebradas en los cielos. El precio de la eterna redención, fue pagado.
Y allí le ve llegar, aparece allí. Recuerden ustedes, en los versículos anteriores, millares de millares sirven
delante del trono, millones de millones asisten al Juez que se sienta en el trono. Pero por sobre todos
esos millares, sobre todo esos millones hay a uno. A ninguno de ellos, se le dice estas palabras solamente
a uno, al Hijo del Hombre que viene con las nubes.
Y, ¿cuáles son las palabras? Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos por estado de tus pies.
El salmo 110, qué maravilla se le concede este siervo Daniel. Ves lo que David profetizó, también cientos
de años antes, David lo dijo por el Espíritu, salmo 110:1, “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”
Hermano, lo que Daniel vio, la visión del Hijo del Hombre, de Daniel 7:13, fue la realización, fue el
momento mismo en que el Padre le dice al Hijo: “Siéntate a mi diestra”. Eso está repetido en la Escritura.
Esa verdad, está atravesando la Biblia de un lado a otro. Ya citamos Hebreos 1:13: “Pues, ¿a cuál de los
ángeles dijo Dios jamás:..” a ningún ángel le dijo el Señor esto.
“Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies?”, ¡Gloria al Señor!
El propio Señor Jesucristo en Mateo 22:41-46, dice así: “Y estando juntos los fariseos, Jesús les
preguntó,” versículo 42, “diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les
dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi
derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es
su hijo? Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más.”
Lo dijo el Señor Jesús. Lo dijeron los apóstoles el día de Pentecostés y esto que es maravilloso hermano.
Como una palabra tras otra, está confirmando lo que ocurrió en Daniel 7:13. En el libro de los Hechos,
capítulo 2, versículos 33- 35, leo rápidamente: “Así que, exaltado por la diestra de Dios,…” este es Pedro,
lleno del Espíritu Santo.
“…y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.
Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra,
hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” Gloria al nombre del Señor.
Entonces esta misma verdad está en los salmos. Esta misma verdad está en el libro de Daniel. Esta misma
verdad está en el libro de los Hechos. Está en las epístolas, en el Apocalipsis y en el libro de los Hebreos.
Una y otra vez, Hebreos hablará del trono del Señor, hablará del Señor que está a la diestra.
Tenemos tal Sumo Sacerdote que se sentó a la diestra de la majestad, a las alturas. Uno que entró en el
cielo mismo, para presentarse ahora por nosotros ante Dios. Nos habla del camino, del Lugar Santísimo
donde el Señor entró una vez y para siempre, y obtuvo eterna redención. Que sufrió el oprobio el Señor
Jesús.
Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el cual venció
todo lo que le asediaba y se sentó a la diestra del trono de Dios. ¿Y qué diremos de Apocalipsis?, ahí está
el Señor hasta el final. El trono y el Cordero, toda la multitud redimida canta, “la salvación pertenece a
nuestro Dios.” Ahí está el trono de Dios y el Cordero, y hasta el final recibiendo la Nueva Jerusalén, el
trono de Dios y el Cordero.
Gloria al Señor, hermanos. Esta verdad ha atravesado toda nuestra historia cristiana. Muchos de
nosotros, que somos de los primeros que el Señor llamó, esta obra a la cual somos parte los unos de los
otros, partimos con esta proclamación: Jesucristo es el Señor. Los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que
ellos hay, le adorarán. Y toda lengua, toda rodilla se doblará y toda lengua confesara que Jesucristo es el
Señor.
Y esa verdad está tan vigente, y los cánticos están tan vigentes hasta el día de hoy. Han pasado dos, tres,
cuatro décadas, y esa verdad está cada día más firme en nuestros corazones. Esta es la visión del Hijo del
Hombre que sostiene a la iglesia. Nosotros no hemos visto unas cuantas doctrinas que nos agradan. No
estamos siguiendo a ciertos autores favoritos.
Hay una revelación que viene del trono mismo, del Padre a nuestros corazones. Hay un fuego encendido
esto es sinónimo. Cuando el Señor Jesús le dijo a Pedro: “…Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás,
porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mat. 16:17). Este Padre que
está sentado en un trono de fuego, intervino en el corazón de su siervo Pedro.
Intervino en tu corazón, en mi corazón y así surge la obra de Dios, surge la iglesia de Dios. Surgen los
apóstoles, surgen los misioneros, los mártires, las iglesias locales, la evangelización del mundo entero,
por este fuego encendido del cielo porque desde el trono del Señor, esta verdad está firme en nuestros
corazones.
“Siéntate a mi diestra, hasta que…” Esa expresión: “Hasta que”, significa un espacio de tiempo. Pasaron
los primeros 100 años con persecuciones y todo hasta que, todavía no era el tiempo. Pasaron mil años,
pasaron dos mil años y sigue presente esta verdad: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies.”
Y ahí estamos, esperando el pleno cumplimiento de todas estas cosas. La iglesia no depende de unas
cuantas emociones. Es cierto que echamos de menos, los campamentos y las reuniones presenciales.
Hoy día, se nos ha privado de eso, por una obra maligna como un manto pernicioso sobre la humanidad,
que tiene la humanidad en vilo y mucha desesperación habrá en muchas personas, pero la iglesia del
Dios Viviente, columna y baluarte de la verdad, aquellos que tenemos este llamamiento celestial.
Aquellos que tenemos esta llama encendida, aquellos que tenemos a Cristo revelado, aquellos que
vemos el trono de Dios.
¡Hermanos, estamos firmes! Se nos quitó lo visible, ahora no nos vemos, pero esa estrechez se multiplicó
porque cuando íbamos a un retiro, a un campamento, cierto número podía ir. Hoy día, a través de estos
medios al mismo tiempo podemos unir un continente de hermanos, que unánimes en un lugar u otro, se
secarán las lágrimas de alegría, de participar en forma virtual de un campamento de hermanos amados,
de canciones preciosas, de preciosos jóvenes niños y hermanas siervas del Señor que no vacilamos, no
claudicamos.
Que no es un día de vacilaciones, no es un día de simples emociones. Es un día en que el fuego del
Espíritu del Señor está siendo avivado en nuestros corazones. Bendita palabra del Señor, ¿qué más
tendremos que decir de esto?
Tenemos mucho que decir de esto, porque el reino lo recibió el Señor, pero luego de eso hay otro
versículo en Daniel capítulo 7 versículo 18 dice: “Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y
poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre.” Permítame hermano en este momento del
compartir de la palabra, hacer una pausa y dejemos este versículo ahí. Está precioso.
El Señor fue coronado de gloria y de honra, y la palabra “Después” es clave “Recibirán el reino los santos
del Altísimo”. Dejemos esa palabra para concluir la predicación de esta noche, pero permítanme un
pasaje que no podemos ignorar.
Por favor, pongamos mucha atención en Mateo capítulo 26:63 al 66. No se nos puede olvidar este
pasaje. El Señor Jesús está ante el concilio, está acusado. El Sumo Sacerdote Caifás y todo el concilio lo
llevan para condenarlo, para interrogarlo, pongamos atención:
“Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? Más
Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú
el Cristo, el Hijo de Dios. Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del
Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo
sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He
aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de
muerte!”.
Este pasaje no lo leemos con mucha frecuencia. A veces tenemos versículos, a los que vamos como
versículos favoritos, pero desde hoy, todos quienes escuchan esta palabra, vamos a unir este juicio del
Señor Jesús ante el concilio, donde el Señor es juzgado. Mateo 26, lo vamos a unir con Daniel 7.
¿Cómo es esto? ¿Por qué decimos esto? En primer lugar, llama la atención el silencio del Señor.
Recordemos que el Señor, fue llevado en un momento dado delante de Herodes. Y Herodes lo
interrogaba y quiso sacarle palabra, y el Señor se dio el lujo, digamos el Señor calló. Herodes no escuchó
una sola palabra de nuestro bendito Señor. El Señor calló, guardó silencio ante un hombre corrupto, ante
un gobernante que no se merecía oír la voz del Hijo de Dios.
El Señor guardó silencio y recordemos también, que Pilato increpando al Señor (Juan 19), más tarde le
diría, ¿Cómo no respondes nada? ¿A mí no me respondes? No sabes que tengo poder para salvarte o
para matarte, para quitarte la vida o para salvarte. Entonces el Señor Jesús le concede esto a Pilato, y le
dice: Ninguna autoridad tendrías, si no te fuese dado del cielo.
El Señor podía callar, no se defendió. En esta escena de Mateo 26, el Señor guarda silencio ante muchas
acusaciones, pero el sumo sacerdote, un hombre conocedor de las Escrituras, un hombre
experimentado, una autoridad oficial. Él sabía, sabía que si él utilizaba esta fórmula, iba a encontrar
respuestas. Y echó mano a toda su autoridad, y digamos también a toda su astucia. Viene y declara estas
palabras, Mateo 26:63, “Te conjuro por el Dios viviente”
¿Qué significa esto? Que el Señor Jesús, está siendo confrontado para responder invocando la máxima
autoridad del universo. Porque el Señor Jesús, era Cristo el Hijo del Dios viviente y si le nombraba al Dios
viviente, el Señor Jesús no podía guardar silencio. “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres
tú el Cristo, el Hijo de Dios.”
Ante tal insistencia, ante tal presión, era imposible que nuestro Señor Jesucristo guardara silencio.
Entonces viene el Señor con serenidad y responde simplemente. Jesús le dijo: “Tú lo has dicho; y además
os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en
las nubes del cielo.”
Hermanos, desde el primer día hemos estado escuchando estas mismas palabras, el Hijo del Hombre
viniendo en las nubes del cielo. Entonces, el Señor Jesús, hizo referencia en ese momento dramático y
sobre la referencia a la visión del Hijo del Hombre de Daniel 7. Y el sumo sacerdote instruido en las
Escrituras, supo inmediatamente que el Señor Jesús, al citar Daniel 7:13, se estaba asociando con la
Deidad, se estaba asociando con Dios mismo.
Tenían a un hombre humillado delante de ellos, que estaba diciéndoles que él era el cumplimiento de la
profecía de Daniel. Que Él era el Hijo del Hombre que vendría, el que iba en las nubes. Se asocia
entonces, Mateo 26 con Daniel capítulo 7, y eso hermanos, queda grabado para siempre en nuestros
corazones, gracias Señor.
Una pequeña reflexión al respecto de esto. Si todos aquellos judíos y todas aquellas autoridades
religiosas, hubiesen tenido un poquitito de luz, hubiesen tenido un mínimo de sensibilidad. ¿No era ese
el momento propicio como para que ellos, en vez de ponerse a rasgar las vestiduras, se hubiesen
postrado delante de su Rey? ¿No era este el siervo sufriente de Isaías 53?
Igualmente cumplieron la Palabra. Sí, lo miraron y no vieron en él, atractivo para desearle. Despreciado y
desechado, cual cordero lo enviaron al matadero. Cumplieron la promesa, en vez de humillarse ante su
Mesías, oyeron su voz, lo tuvieron frente a él, y este sumo pontífice, este sumo sacerdote declaró que el
Señor había blasfemado, porque se había asociado con Dios mismo.
Pero desde el punto de vista de Dios, quien de verdad blasfemó fue Caifás. Caifás blasfemó y todos los
demás porque tuvieron al Señor delante de ellos, y no pudieron verlo, no pudieron reconocerlo. Oh,
hermanos, ¡qué tremendo! porque esto nos lleva a la otra profecía, también la citamos y un poco fuera
de contexto.
Cuando el Señor Jesús llora sobre Jerusalén sabiendo lo que acontecerá: Jerusalén, Jerusalén, que matas
a los profetas, que no conoces el día de tu visitación. He aquí tu casa es dejada desierta, apedreas a los
que te son enviados, matas a los profetas. He aquí vuestra casa os es dejada desierta, una casa desierta
porque no está el Rey. Es la ciudad del Rey, pero con el Rey ausente.
He aquí os digo, que no me veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor (Mat.
23:37-39). Esperamos el cumplimiento de esa profecía, pero volvamos a Mateo 26, rápidamente.
Queridos hermanos esto que el Señor dijo, en realidad estaba diciendo que confirmando las palabras del
sumo sacerdote cuando dijo, ¿Eres tú el Cristo el Hijo de Dios? Tú lo has dicho, yo soy el Cristo el Hijo de
Dios. Pero además, os digo esto: De ahora en adelante, veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del
poder de Dios ¡Qué maravilloso es esto hermanos!
Sabemos lo que vino después, ya lo dijimos en el mensaje, lo repetimos rápidamente. Después de esto,
el Señor Jesús fue donde Pilato, pasó por eso. Dice fue humillado, después de eso fue azotado, fue a la
cruz, allí dijo: Consumado es, y allí derramó su preciosa sangre por nosotros, más al tercer día, resucitó el
Señor de entre los muertos.
¡Qué palabras las de la cruz! No tenemos tiempo para eso, hay otros mensajes que hablan de las siete
palabras de la cruz. Ahí estuvo nuestro bendito Salvador, y cómo se cumplió todo esto a la perfección,
¡Con qué exactitud se cumplió lo anunciado por el propio Señor!
Daniel lo ve. Ve al Hijo del Hombre que viene de retorno en las nubes, y le hacen acercarse al Anciano de
días, y es allí donde se cumple la palabra: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies. Esa verdad recorre la Biblia entera, hasta el final, hasta el último libro de Apocalipsis.
Pero, en estas palabras del Señor de Mateo 26:64, hay una segunda profecía del Señor acerca de sí
mismo que aún no se ha cumplido, porque después de haber dicho, que desde ahora veréis al Hijo del
Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, el Señor agrega: “y viniendo en las nubes del cielo, veréis
al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo.”
Esa es una profecía del Señor acerca de sí mismo, que aún no se ha cumplido. Oh, hermano el Señor ya lo
había dicho, antes de esto. Lo había dicho en el evangelio de Lucas, en Lucas 21:27, “Entonces verán al
Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria.”
Eso no ha acontecido, eso está por venir. Entonces veréis al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube
con poder y gran gloria, eso es lo que falta por cumplirse. Apocalipsis 1:7. Con alegría el apóstol Juan alza
la voz diciendo: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los
linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén.”
¡Qué firmeza, hermanos! Esta palabra, esta profecía del Señor se cumplirá absoluta y completamente.
Queridos hermanos, ¿Cómo podemos cerrar este mensaje? Volviendo a lo que dijimos, hace un
momento atrás, les invito a que volvamos a Daniel 7 versículo 18.
Porque una vez que el Señor ascendido a los cielos como cabeza, recibe lo que dice, primero en el 7:14,
“Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su
dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.” Nuestro Señor
Jesucristo veámoslo ahora como la cabeza del cuerpo.
Si hay una revelación potente que nos ha sostenido por años, es que el Señor Jesús es la cabeza del
cuerpo que es la iglesia. La Cabeza murió y en él morimos. Nuestra cabeza resucitó y con él resucitamos,
nuestra cabeza se sentó a la diestra de la majestad de las alturas y nosotros hacemos lo del libro de los
Efesios, hemos sido ascendidos, resucitados, ascendidos y sentados con Cristo en lugares celestiales.
¡Bendita cabeza, nuestro Señor Jesucristo! Él fue proclamado Rey. Él es Rey de Reyes, Señor de Señores,
el Rey, la cabeza recibió el reino eterno. Un reino que nunca será destruido, un reino que nunca pasará,
pero lo que le pertenece a la cabeza, le pertenece también al cuerpo, ¡qué verdad irrefutable! ¡Qué
verdad que sostiene al que se siente más pequeño y más débil en el cuerpo de Cristo!
El miembro que se siente que tal vez el más inútil, menos tomado en cuenta, el menos visible. Pero
hermano, si tienes la revelación que tú eres miembro del cuerpo de Cristo, gocémonos y alegrémonos,
porque nuestra garantía es el Cristo glorificado, es el Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios.
Nuestra cabeza recibió el reino. Daniel 7:18 dice: “Después…”. Siempre él primero, nosotros después.
“Después recibirán en el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y
para siempre.”
Queridos hermanos, esta palabra es mucho más que emoción. Esta palabra, es revelación. Hoy día por la
gracia del Señor, y porque la Escritura nos está diciendo lo que nosotros somos. Hermanos, el Señor nos
ha redimido con su sangre, Apocalipsis 5, con tu sangre nos has redimido para Dios, y nos has hecho para
nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos (Ap. 5:10).
Todavía no somos reyes, en un sentido lo somos. Pero viene el día en que esto se manifestará en
plenitud, se presentará abiertamente en forma explícita, en forma objetiva. Los reyes reinaran, así está
escrito, así termina el precioso libro. Hermanos, no es día de debilidades este. Oh, queridos hermanos,
hay muchas razones para tener temores, que la vacuna, que lo que viene, lo que está pasando en el
mundo y todo lo demás.
Hay muchas razones que está pasando en estos días en el mundo. Hay cambios de gobierno, cambios de
constituciones, hay ideologías y leyes anti cristianos. Hay un proceso de desconstrucción donde todo lo
que tiene que ver con el testimonio de Dios, es puesto en un lugar de burla, es arrinconado. Los
mandamientos de Dios son despreciados, y pareciera que hay un avivamiento del ocultismo, un
avivamiento del ateísmo.
Un avivamiento de todos aquellos que niegan la santidad de Dios, la gloria de Dios, y aun la existencia de
su Creador. Sí, eso está ocurriendo hoy en el mundo, pero queridos hermanos, pase lo que pase será
pasajero. No tratemos, están cambiando las constituciones y muchos cristianos tal vez están tratando de
influir sobre esa constitución.
Podemos respetar la posición de la que alguno tenga de acuerdo a su visión, pero queridos hermanos
nosotros elevamos hoy día la mirada, porque todo eso será pasajero. Ese es el mensaje que tenemos hoy
para el mundo. Nosotros, esa es la convicción que tenemos. Este gobierno es pasajero, la constitución
que viene en nuestro país, será una constitución pasajera.
Y si se levanta, el día mañana un gobierno mundial, que mate a las personas, todo eso será pasajero y si
hay un control de la humanidad y una mortandad, porque muchas plagas han de venir sobre el mundo
entero como el Apocalipsis lo dice, todo eso será pasajero. Lo único que permanece para siempre, es el
trono inconmovible de nuestro bendito Dios y Padre.
Lo que permanece para siempre es el Cristo crucificado, resucitado, ascendido, coronado de honra y de
gloria, y que viene en las nubes con poder y gran gloria, ¡Eso permanece para siempre! El Reino Eterno
permanece para siempre, tú y yo como reyes y sacerdotes, eso permanece para siempre. Es posible que
de aquí hacia allá, pasen cosas difíciles pero lo que tenemos que oír nosotros en estos días del Espíritu
Santo, es el mensaje a las iglesias.
Es el día que no se enfríe el amor, es el día que el Señor Jesús sea nuestra identidad como estamos
proclamando, que el fuego del amor del Señor derramado por el Espíritu Santo en nuestros corazones,
esté firme donde quiera que el Señor nos haya puesto, se encuentre el Señor con hombres y mujeres,
jóvenes, niños y ancianos que amamos al Señor.
Y que no temamos lo que hayamos de padecer, como dice también el Espíritu a una de las iglesias,
cuando le dice aun, “sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10). ¿Será que alguno
de nosotros tendrá que pasar por esa experiencia? No lo sabemos.
Pero si el día llega, en que hay un horno recalentado como los días de Daniel, aunque el Señor no nos
salve, dijeron aquellos siervos, aún así no nos inclinaremos ante lo que el mundo diga. Aunque la
Babilonia presente de nuestros días y el mundo entero, vaya tras un gran gobernante carismático, una
persona que lo que él dice eso es la verdad, como el sumo pontífice.
Como ese sacerdote aparentemente con autoridad divina, juzgó al Señor y todos se sumaron a la voz de
ese personaje religioso central, el que oiga entienda lo que estamos diciendo. Porque líderes así, se
levantarán en el mundo. El mundo está esperando que líderes religiosos y políticos, se levanten para ser
determinantes.
Lo que esta autoridad diga, sea religiosa o política ha de cumplirse en el mundo entero. Eso es lo que
viene, no seamos ingenuos. Y cuando eso todo eso acontezca, esta palabra que hemos compartido en
este día, te sostendrá a ti, me sostendrá a mí, porque el Espíritu Santo me dirá que yo pertenezco a ese
trono que es llama de fuego.
Que estamos respaldados por miles y millones de ángeles, que esperan órdenes para atendernos y si no
nos atienden, y si por alguna razón el Señor quiere ser glorificado con el sacrificio de alguno de nosotros,
como fue con los apóstoles. Se dice que todos los apóstoles fueron al martirio. Ellos no murieron por un
invento, por una mentira, por un sueño, ellos no podían negar.
No podemos dejar de decir lo hemos visto y oído. Y este mundo verá una generación de creyentes, una
iglesia gloriosa. Una iglesia que no le teme a nada ni a nadie. Una iglesia que le teme al Padre, al Hijo y
que es guiada por el Espíritu Santo. Eso es lo que esta generación tiene que ver. Los que siendo reyes y
sacerdotes, entendemos que no es nuestro día de reinar.
Este es el día en que podemos interceder, podemos interceder. Daniel era un hombre sabio. Él tenía más
sabiduría que el rey, él podría haber gobernado el reino completo, y más de un reino de lo que le tocó
vivir y habría reinado mejor que los reyes de su tiempo. Pero no le fue permitido reinar, pero sí, él oraba.
Mañana oiremos una palabra de la oración de Daniel. Su oración, gobernó situaciones que acontecieron
después. Hermanos, unámonos en una oración y digamos: Señor, venga tu reino. Levantémonos mañana
diciendo: Señor, venga tu reino. Miremos las nubes del cielo y digamos: Señor, ven pronto.
Porque cuando el Rey venga, nosotros seremos manifestados también con Él en gloria, como el Espíritu
Santo lo dice en Colosenses 3:4). Preciosa palabra nos ha dado el Señor, precioso llamamiento tenemos,
precioso tesoro en vasos de barro, pero aliéntese el corazón: sea cuál sea la tribulación que venga,
estemos preparados, nuestras vestiduras estén blancas, no cesemos de confesar el nombre del Señor, y
de guardar su palabra. Que no se enfríe tu corazón, que no se entibie tu corazón. Este es el día en que el
trono de fuego, envía un suministro del Espíritu Santo, el mismo fuego del día de Pentecostés.
Las lenguas de fuego repartidas sobre cada uno, sean hoy en día repartidas también nuevamente, y sea
avivado el fuego del don de Dios, que están en los cientos o miles de hermanos, que están mirando este
mensaje. No seas contado entre los tibios, porque ya sabes cuál es su fin.
Seamos contados entre aquellos que miramos al cielo, que despreciamos las dificultades, que no nos
dejamos seducir. Hermano, no te dejes seducir por las ideologías de este mundo, porque perecerán. Esas
leyes que molestan, esas leyes que irritan, ¡déjalas! no durarán mucho.
Pronto viene el Rey que reinará de mar a mar, pronto viene el Reino del Señor. Él quebrantará las
naciones y las gobernará con vara de hierro. Es un reino eterno, un Reino que no tendrá fin. Termino con
este versículo, que no lo anuncie anticipadamente, pero ya ustedes lo ven Apocalipsis 22:1-5: “Después
me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del
Cordero.” Esa es la visión del Hijo del Hombre, eso es Daniel 7:13: “En medio de la calle de la ciudad, y a
uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las
hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones.”
Versículo 3, “Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella,…” Nuevamente
Daniel capítulo 7:13-14, el trono de Dios y del Cordero, el Hijo del Hombre que se acercó al Anciano de
días. Ahí está hermano, el trono de Dios y del Cordero estarán en ella.
“…y sus siervos les servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche;
y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán
por los siglos de los siglos.”
Gloria, gloria al bendito nombre del Señor. En los días de Daniel, se le dijo a Daniel, sella las palabras de
esta profecía, porque no es para tus días, esto es para el tiempo del fin. Pero a Juan, se le dijo algo
distinto, no selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. Hermanos, el
reino de los cielos se ha acercado.
El Señor nos asignó un reino y nos enseñó a orar: Venga tu reino, y esta palabra nos confirma el corazón.
Ese es el destino de la iglesia, mientras un mundo se desmorona, hay una iglesia que se fortalece y estos
días hemos bebido aguas vivas y seguiremos bebiendo aguas vivas de este torrente, de este río, que
fluye del trono de Dios, resplandeciente como el cristal.
Un río de agua limpia y también un fuego que proviene del trono del Señor, que no es simple emoción,
es el poder del Señor metido en nuestros huesos, metido hasta lo más profundo nuestro corazón.
Bendito sea el nombre glorioso de nuestro Dios, nuestro Padre y de nuestro Señor Jesucristo.
5
La oración de Daniel
Roberto Sáez

Nuestro tema es la oración de Daniel registrada en el capítulo 9. Daniel tuvo una vida de oración, pero lo
que destaca es que esta oración se da en un contexto muy especial, cuando Daniel ya tiene 83 años.
Daniel fue llevado en cautiverio en el año 605, en el primer grupo de judíos llevados al cautiverio. Vino
una segunda oleada, cuando fue llevado Ezequiel en el 585 más o menos. Y así otras oleadas que
vinieron. Él tenía 15 años y dice aquí en el capítulo 9: “En el año primero de Darío hijo de Asuero, de la
nación de los medos, que vino a ser rey sobre el reino de los caldeos, en el año primero de su reinado, yo
Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías,
que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años.”
Esto es como la introducción a este tema de la oración de Daniel. ¿En qué ocasión Daniel se despierta a
orar de una manera más intensa? En el año primero del reinado de Darío. Se sabe que el año primero de
Darío es el año 538. Si Daniel fue llevado en cautiverio cuando tenía 15 años -en el año 605- le restamos
al 605 los 538 y nos quedan 67 años. Daniel ha vivido en la cautividad 67 años. Si tenía 15 cuando fue
llevado en cautiverio, le sumamos a los 67 los 15 y tenemos 83 años.
Daniel comienza esta oración motivado por el estudio de las profecías. Es interesante cómo la ocasión de
la oración se despierta cuando estamos atentos a lo que dicen los anuncios proféticos de la palabra de
Dios. Ya el hermano Christian Chen nos advertía de la importancia de las profecías. La Biblia tiene más de
1.800 profecías, de las cuales 590 son las más relevantes. De esas 590, decía él, ya están cumplidas 570,
faltan 20 profecías por cumplirse. El 97% de las profecías bíblicas están cumplidas. Solo falta un 3% para
que se cumpla la totalidad de las profecías de la Biblia.
Nosotros tenemos una similitud con la ocasión que se le presenta a Daniel. Hoy día también estamos
atentos a los cumplimientos de las profecías. En toda la historia de la humanidad, en todos los registros
que existen, no hay ningún libro que tenga tanta exactitud como las Escrituras. Miremos entonces la
profecía que estudió Daniel, en Jeremías 25:11-12:
“Toda esta tierra será puesta en ruinas y en espanto; y servirán estas naciones al rey de Babilonia setenta
años. Y cuando sean cumplidos los setenta años, castigaré al rey de Babilonia y a aquella nación por su
maldad, ha dicho Jehová, y a la tierra de los caldeos; y la convertiré en desiertos para siempre”.
Daniel estaba estudiando esa profecía cuando vio que señalaba que el cautiverio duraría setenta años, y
que cumplido ese tiempo cesarían las desolaciones y terminaría el gobierno de los babilonios. Entonces
Daniel calcula que ya van 67 años, solo quedan 3 años para que se cumpla el fin de las desolaciones.
La palabra desolación significa algo que se ha destruido, algo que está arruinado. Y así estaba Jerusalén.
En el año 585 los babilonios habían sitiado Jerusalén y la habían arrasado. Habían derribado sus muros,
el templo y las casas; toda la ciudad estaba arruinada, destruida totalmente. Esas son las desolaciones.
Pero eso se anunciaba que tendría un fin y que vendría entonces un tiempo. Y también anunciado por
Jeremías en el capítulo 29, los versículos 10 al 13.
“Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré
sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que
tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.
Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me
buscaréis de todo vuestro corazón”.
Eso es lo que estaba estudiando Daniel. Jeremías había profetizado más o menos en el año 623 a.C.
Note: en el año 623 a.C. y Daniel tenía 15 años en el 605. Pero ahora han pasado 67 años más y estamos
en el año 538. O sea, ya van casi 90 años en que Jeremías había profetizado estas palabras. Para Daniel,
estas palabras cobran un significado enorme. Él es un creyente que ha vivido confiando en la palabra de
Dios y estudiándola, y por lo tanto él cobra ánimo y una tremenda convicción se apodera de él.
En el resumen de toda la Biblia tenemos dos hitos que tienen que ver con la visión del Hijo del Hombre.
El primero es la primera venida del Señor Jesucristo y el segundo es su segunda venida.
¿En qué tiempo estamos? ¿Cuál es la similitud que tenemos con Daniel? Es que nosotros también
estamos estudiando las profecías. Daniel estudió al profeta Jeremías, y nosotros estamos estudiando a
Daniel y la visión que le fue encomendada.
Nosotros también estamos impactados con la palabra profética más segura que se halla en las sagradas
Escrituras. La palabra de Dios no miente, no se equivoca. Es el libro que tiene mayor precisión en toda la
historia de la humanidad. Se habla de la “inerrancia” de las Escrituras. Muchos científicos, arqueólogos,
historiadores, y otros que han ido a la Escritura con sus dudas y han terminado sorprendidos.
La exactitud de Biblia es sorprendente y nosotros tenemos una certeza tremenda de los tiempos que
vivimos, similares a los que vivió Daniel. Una de las profecías del Nuevo Testamento en 2 Tesalonicenses
dice que, en tiempo final, muchos hombres se perderán, “por cuanto no recibieron el amor a la verdad
para ser salvos. Por tanto, Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira” (2 Tes. 2:11).
La mentira, en estos momentos, está en el tapete. La mentira es el origen de muchos sistemas políticos;
la falsedad es la causa de la apostasía, de las herejías y de las persecuciones; es la base de los grupos
económicos, de las conspiraciones y de las dictaduras. Quizás detrás de la pandemia también hay
mentira, porque se dicen tantas cosas y es difícil saber cuál es la verdad que está detrás de ella.
No obstante, quien está en el control de todo lo que sucede es Dios mismo. No olvidemos que fue Dios el
que puso a su pueblo bajo el cautiverio, bajo el dominio de un rey cruel. Hoy día, la gente está
cambiando la cultura, los valores, aprobando leyes para justificar lo malo, para decir a lo malo bueno y a
lo bueno malo. También eso está anunciado en las profecías bíblicas.
El mundo de hoy está confundido. Recordemos que la palabra Babilonia proviene de la torre de Babel,
donde Dios confundió las lenguas, porque el hombre pretendía llegar al cielo por sus propios méritos,
cosa que es imposible. Entonces Dios confundió sus lenguas. De ahí viene la palabra Babel: confusión.
El mundo hoy día es una gran Babilonia religiosa y política. Y a toda esta confusión que hay en el mundo,
se añaden las guerras, las tensiones sociales, el cambio climático, las catástrofes naturales, las
inundaciones, los desbordes de los ríos, que son los juicios de Dios anunciados. También las potencias de
los cielos serán conmovidas, cosa que ya también estamos próximos a presenciar.
Por último. Para cerrar este tema de la confusión, no sé si se han enterado de las encíclicas papales. Hay
tres encíclicas de Francisco. En la segunda encíclica, habla del problema de la irresponsabilidad de los
que componemos esta “ciudad común” donde vivimos. Este mundo entero para él es una ciudad común
de todos los seres humanos, que hemos sido totalmente irresponsables; y que el modelo económico que
aspira la humanidad tal vez podría ser EEUU, pero que si las naciones llegaran a ser como este país, no le
dejaríamos nada a la próxima generación con la cantidad de basura acumulada a causa del consumismo.
En la tercera encíclica, denominada Fratelli Tutti –Hermanos Todos–, él hace un llamado a toda la
humanidad con el fundamento “bíblico cristiano” de que todos los seres humanos somos hermanos.
Sostiene que vivimos en un mundo donde todos tenemos la responsabilidad de dejarle a la próxima
generación un mundo habitable y, por lo tanto, llama a un diálogo.
Recordamos que la ONU citó a una reunión de líderes de las principales religiones del mundo, entre los
cuales hubo católicos, protestantes, evangélicos, islámicos, judíos, etc. El tema de la reunión era: “Paz y
seguridad”. ¿Qué dice de la Escritura acerca de esto? “Porque vosotros sabéis … que cuando digan: Paz y
seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no
escaparán” (1 Tes. 5:2-3).
El tema fue tocado en esa reunión ecuménica, donde el papa fue nombrado presidente del ecumenismo.
¿Qué propone el papa? Un gobierno mundial, tras la destrucción del capitalismo. Eso está respaldado
por la ONU. Así está el mundo hoy. ¿Cuál es la esperanza del catolicismo? Que el reino de Dios llegue de
una manera evolutiva, que llegará el punto en que la humanidad entera va a ser transformada.
Ya un católico, comentando la encíclica, decía que aquello se asemejaba a lo que dice Tomás Moro en su
“Utopía”, una novela acerca de una isla donde no existe el dinero y donde todos comparten por igual:
igualdad, fraternidad, libertad; nadie más arriba que otro. Esta es la ingenuidad que la religión está
proponiendo hoy – que el mundo va a cambiar si dialogamos y nos ponemos de acuerdo. Por supuesto,
todo ello es contrario a lo que dicen las profecías bíblicas.
Estamos hablando de la similitud. Por lo tanto, ¿de qué dependía el futuro de Israel en la época de
Daniel? Dependía de la oración intercesora de un hombre que se humilla, que se quebranta, que aflige
su alma, de un hombre que vuelve su rostro hacia Dios para encontrarse cara a cara con él y lamentar y
confesar y aceptar la situación dolorosa que están viviendo, pero que tienen esperanza si tan solo
reconocen sus pecados, confiesan y se arrepienten, y confían en el amor y misericordia de Dios.
¿Cuál es la similitud con nosotros? ¿De qué depende el futuro de la iglesia? La familia de Dios no es el
Fratelli Tutti. No es toda la humanidad una hermandad. No, eso es una cosa ideológica sin fundamento
bíblico. La Escritura establece la separación entre los que son hijos de Dios y los que no lo son.
¿Quiénes son los hijos de Dios? “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Y los que no le han recibido no son hijos de Dios. Con
todo tenemos amor por la gente que está en el mundo. Dios también quiere que todos ellos procedan al
arrepentimiento, y ha enviado a su Hijo a este mundo por amor. Pero Dios no solo es amor; es también
fuego consumidor. La separación la hace la palabra de Dios.
Daniel eleva su rostro a Dios, aflige su alma como en los días del Yom Kippur, cuando los judíos hacen
lamentaciones, lloran, se afligen, ayunan. Y dice que él buscó el rostro de Dios, buscó la afinidad con
Dios. Viendo el cuadro de que los judíos estaban en cautiverio y habían pasado 67 años y todavía no se
arrepentían, todavía no clamaban a Dios, todavía desconocían complemente la profecía.
Y aquí vemos la importancia que un solo hombre tiene para Dios. A Dios le basta un hombre en medio de
muchos, un hombre que se incline, que se vuelva a Dios, que se consagre. Por supuesto, Dios quiere a la
iglesia así. Gracias a Dios, hoy no hay solo individuos teniendo esta actitud, ¡sino todo un cuerpo!
“Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza” (Dan. 9:3).
Daniel buscó a Dios intensamente. El ayuno tiene un sentido extraordinario, que no es torcerle la mano a
Dios, sino buscar afligir el alma; tiene que ver con privación o abstinencia no solo de comidas, sino de
malas palabras, de malos pensamientos, de malos hábitos.
El cilicio es una tela áspera que se usaba para construir carpas. Vestirse de cilicio era experimentar dolor
e incomodidad. Eso nos recuerda el lienzo que vio Pedro venir del cielo con animales inmundos, y se le
ordena que coma. Pedro se niega diciendo: “Ninguna cosa común o inmunda he comido jamás”, y se le
responde: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hech. 10:14-15), refiriéndose a los gentiles. Y allí
Pedro comienza un ministerio evangelístico para abrir las puertas del reino a los gentiles inconversos.
Pablo también usa el cilicio para fabricar carpas. Recordemos que el tabernáculo estaba hecho de esta
tela, y el ministerio de Pablo es hacer tiendas o tabernáculos. Entonces, la edificación de la iglesia se
asimila a esa construcción, al tabernáculo que es el lugar donde mora el Señor, cuando los cristianos son
edificados. Y a Juan le toca la tercera parte, cuando todo está siendo arruinado, cuando está entrando la
herejía y todo se está deteriorando. A Juan le corresponde el ministerio de la restauración.
Daniel se sienta sobre ceniza, afligiendo su alma, experimentando el dolor por el estado en el que se
encuentra su nación, los judíos que fueron llevados cautivos a Babilonia, y por la inconsciencia de ellos
de no saber el momento histórico que están viviendo y cómo la Escritura promete el fin de la desolación.
La ceniza significa la impotencia de ser consumidos, significa ser reducido completamente a la nada. En
la oración, una de las lecciones que tenemos que aprender es que nosotros mismos no somos nada, que
todo es de la gloria y para la gloria de Dios. Entonces, nada es para mí, todo es de Él y para Él. Teniendo
esa conciencia, Daniel oró confesando.
La palabra confesión equivale a aceptar el contexto en que estoy viviendo. Como cuando un alcohólico o
un enfermo asume su condición y busca ayuda, o como cuando alguien tiene problemas emocionales y
recurre a las drogas para poder suplir de alguna manera su mal. Y ¿qué hace alguien cuando asume que
está mal encaminado? Busca ayuda, ya sea en los amigos, en la familia, en los profesionales de la salud.
Pero el creyente busca la ayuda en Dios.
El primer paso para llegar al cumplimiento de la palabra de Dios es la aceptación que lleva implícita la
confesión: el arrepentimiento. Y Daniel usa en su oración el pronombre personal de primera persona
plural: “Nosotros”. Esto es asumiendo y confesando los pecados de sus antepasados, por cuya causa el
reino de Judá fue llevado en cautiverio, pero Daniel se incluye entre sus semejantes.
Y dice: “Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor, Dios grande, digno de ser temido,
que guardas el pacto y la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado,
hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de
tus mandamientos y de tus ordenanzas” (Dan. 9:4-5).
Aquí está la confesión. “Nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas”. Pero lo más
tremendo es: “…y no hemos implorado el favor de Jehová nuestro Dios” (v. 13). Esta parte de la oración
es importantísima, la confesión y el reconocimiento de las consecuencias que trae consigo el pecado: las
desolaciones, el deterioro, el cautiverio.
“Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo hombre de
Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las tierras adonde los
has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti. Oh Jehová, nuestra es la confusión de
rostro, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres; porque contra ti hemos pecado” (v.
7-8).
Esta es la confesión, el reconocimiento de que Dios es justo en manifestar su enojo, y Daniel está
recordando está severidad que tuvo Dios con ellos, de esparcirlos por todos los lugares de la tierra. Y
junto con eso, él está recordando la abominación desoladora de la cual él habla muchas veces.
Esta profecía de la “abominación desoladora” ya se cumplió dos veces con Israel en el tiempo de Antíoco
Epífanes en la guerra con los seléucidas. Éstos entraron al templo y allí sacrificaron un cerdo. Otra vez se
cumplió la abominación desoladora el año 70 d.C. El ejército romano entró a Jerusalén, destruyó la
ciudad y el templo, y mató casi un millón de judíos, según Flavio Josefo, que puede ser algo exagerado.
Ahí está entonces, la mano de Dios que ha disciplinado su pueblo. ¿Y cómo lo ven los de afuera? Daniel
siente vergüenza, pues él conoce la opinión de aquellos. Dice: “Oh Señor, conforme a todos tus actos de
justicia, apártese ahora tu ira y tu furor de sobre tu ciudad Jerusalén, tu santo monte; porque a causa de
nuestros pecados, y por la maldad de nuestros padres, Jerusalén y tu pueblo son el oprobio de todos en
derredor nuestro” (v. 16).
Daniel siente el oprobio, la vergüenza. A su alrededor, todas las naciones que supieron de la destrucción
del templo estaban mirando y burlándose. Así lo veían las naciones de afuera: Si el Dios de Israel había
perdido la guerra, si él no los había defendido ante sus enemigos y estaba todo destruido, por lo tanto,
aquel Dios era menospreciable. Eso estaba en la mente de los pueblos gentiles.
Entonces comprendemos el dolor de Daniel y su súplica. Daniel oró confiando en el carácter de Dios. En
su oración, una y otra vez, habla y exalta la justicia de Dios, y dice que es justo Dios al haber permitido
que los extranjeros cayeran sobre ellos y los llevaran en cautiverio.
“De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar, aunque contra él nos hemos rebelado” (v.
9). Entonces apela a la misericordia y a la cualidad que tiene Dios de perdonar.
“Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nuestras desolaciones, y la ciudad sobre la cual
es invocado tu nombre; porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino
en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo; no tardes, por
amor de ti mismo, Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu pueblo” (18-19).
El versículo 15 dice: “Ahora pues, Señor Dios nuestro, que sacaste tu pueblo de la tierra de Egipto con
mano poderosa, y te hiciste renombre cual lo tienes hoy; hemos pecado, hemos hecho impíamente”.
Daniel confía en las obras de Dios en el pasado, librando a su pueblo de los egipcios, puede volver a
repetir la hazaña librándonos del cautiverio babilónico. Así, las naciones gentiles volverán a considerarlo,
y ruega que se aparte la ira de Dios y su furor, que venga el perdón de Dios conforme a sus promesas, y
llegue el fin de las desolaciones. Daniel confía en las obras de Dios, en los pactos, y menciona dos veces
el amor de Dios, en el versículo 17: “por amor del Señor”, y en el versículo 19, “por amor de ti mismo”.
Qué tremendo es cuando alguien está rogando, suplicando, clamando por un enfermo o un afligido, y
apela a Dios diciendo: “Señor, por amor de ti mismo”. Esa es una manera maravillosa de recurrir a Dios y
cuanto más para nosotros, los cristianos, en este tiempo de tanta herejía y apostasía.
Pero ¿qué tenemos los cristianos que nos consideramos fieles, que estamos por la gloria de Dios, que
estamos porque todo sea restaurado? Tenemos el nombre que es sobre todo nombre, tenemos la obra
consumada del Señor Jesucristo.
En los días de Daniel no existía la obra de Cristo, sino en figura, en los sacrificios, en el templo, en las
fiestas judías, en la pascua. Pero hoy día no tenemos meramente el símbolo, sino la realidad de la obra
de Cristo, y cuando oramos a Dios, le pedimos por algún hermano cuya desgracia nos hace pensar en las
maldiciones de Deuteronomio capítulo 28 – las consecuencias del pecado.
“Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la
maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos. Y
él ha cumplido la palabra que habló contra nosotros y contra nuestros jefes que nos gobernaron,
trayendo sobre nosotros tan grande mal; pues nunca fue hecho debajo del cielo nada semejante a lo que
se ha hecho contra Jerusalén” (Dan. 9:11-12).
En Deuteronomio capítulo 28, hay un “Si…” condicional: “Si oyereis mi voz … si guardareis mi pacto…”. Y
hay muchas bendiciones, pronunciadas en el inicio del capítulo 28. Más adelante dice: “Pero si no oyeres
mi voz… si no guardareis mis mandamientos…”. Y anuncia una cantidad de maldiciones y dice que Dios
visitará la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación.
Ahora bien, más adelante el Señor dice: “En aquellos días no dirán más: Los padres comieron las uvas
agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera, sino que cada cual morirá por su propia maldad” (Jer.
31:29-30). Esto es verdad, pero también es verdad que, hasta el día de hoy, muchos seres humanos
arrastran maldiciones que provienen de los antepasados: una forma de ser, un carácter, una conducta.
Ciertos hábitos son cosas heredadas genéticamente y el patrón de conducta se repite en estas familias.
En nuestra experiencia pastoral, hay familias que sufren anormalidades que vienen de sus antepasados.
Por eso echamos mano a la obra redentora del Señor Jesucristo. Por medio de ella, todos los males y las
obras del diablo, las enfermedades, las culpas y los pecados, todo, fue llevado en la cruz del Calvario. La
Palabra dice que nosotros fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir que recibimos de nuestros
padres, no con oro ni con plata sino con la sangre preciosa de Jesús.
Tenemos el poder de la sangre, tenemos la obra consumada de Cristo tenemos el nombre que es
nombre por sobre todo nombre, tenemos un hecho concreto, una bandera de victoria, para mostrarle al
enemigo su derrota. Esta batalla no es nuestra, esta batalla es de Dios, es el reino de Dios contra las
tinieblas. Hemos sido invitados a participar de esta batalla y contamos con la victoria de Cristo.
Daniel considera que los males que ellos están viviendo son producto de los pecados de sus ancestros;
pero en el tiempo presente, cuando él está viviendo, también su generación está cometiendo los mismos
pecados. Y ¿qué diremos nosotros? Nosotros tenemos motivaciones y confianza para orar, mucho más
que Daniel, tenemos todo esto a favor nuestro, por lo tanto, nuestra oración debería ser más efectiva.
Todo lo que hemos heredado de la vana manera de vivir que recibimos de nuestros padres no cambia de
manera automática. Hay que ejercer la fe, echar mano a la vida y creer la palabra de Dios. Sin eso, no hay
forma de experimentar liberación de los males de nuestros antepasados.
Ahora, los motivos para orar de Daniel son el perdón, el fin del cautiverio, el cumplimiento de las
promesas de Dios, la restauración de Jerusalén, la restauración del templo y de la ciudad. Daniel tiene
como motivación que la ira de Dios sea quitada. Que Dios quite el oprobio, que Dios resplandezca sobre
su santuario asolado y que la gente de afuera ya no los mire más como perdedores.
Y, ¿cuáles son las condiciones para ser libres de las maldiciones? La obediencia, en el caso de ellos, la
obediencia a la ley; en nuestro caso, la obediencia a la fe. Porque la fe que nos es dada por la gracia de
Dios es la que puede operar milagros, transformaciones y el cumplimiento de las promesas de Dios.
“Aún estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi
ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios; aún estaba hablando en oración, cuando
el varón Gabriel, a quien había visto en la visión al principio, volando con presteza, vino a mí como a la
hora del sacrificio de la tarde. Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido
para darte sabiduría y entendimiento” (Dan. 9:20-22).
“…mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel”. ¡Qué humildad la de Daniel! La humildad es el carácter
básico del Señor Jesucristo, el carácter que él mostró en el tiempo de su primera venida, cuando vino
como el Cordero de Dios. En la segunda venida, él vendrá como León, para mostrar el carácter del Rey.
…y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios”. No eran solamente
oraciones personales, sino que ellas tenían que ver también con los intereses de Dios.
¿Cuál es la respuesta de Dios? La profecía de las setenta semanas, anunciando que, cumplidas sesenta y
dos semanas, se quitaría la vida al Mesías príncipe, no por mano de los judíos sino por extranjeros (los
romanos lo mataron de acuerdo con sus leyes). Entonces la respuesta de Dios a la oración de Daniel es el
desarrollo y el desenlace de toda la historia de la humanidad. Cuando aquella piedra cae sobre la estatua
que representa los reinos del mundo, la caída de esa piedra es el fin de la historia.
Pero Dios le responde una palabra a Daniel que hasta el día de hoy nos tiene ocupados estudiando la
visión del Hijo del Hombre con su primera y segunda venida en gloria y majestad. Por lo tanto, ¿cuándo
Dios responde la oración? ¿Bajo qué condiciones? Existen cuatro puntos que se destacan, y quisiera
mencionarlos de manera muy breve en el libro de Nehemías. En Nehemías capítulo 9, los judíos están de
regreso en Jerusalén. Y dice:
“El día veinticuatro del mismo mes se reunieron los hijos de Israel en ayuno, y con cilicio y tierra sobre sí.
Y ya se había apartado la descendencia de Israel de todos los extranjeros; y estando en pie, confesaron
sus pecados, y las iniquidades de sus padres. Y puestos de pie en su lugar, leyeron el libro de la ley de
Jehová su Dios la cuarta parte del día, y la cuarta parte confesaron sus pecados y adoraron a Jehová su
Dios” (Neh. 9:1-3).
El primer paso era la aceptación, confesión y arrepentimiento. Luego viene el despojamiento, que es
apartarse de la contaminación, confesando sus pecados y las iniquidades de sus padres, reconociendo,
confesando y aceptando de donde viene el mal. Y al final, viene la resistencia, la lucha, la batalla, la
contienda. El resistir significa estar firmes y comienza esa resistencia con una comunión con Dios, con un
entendimiento de lo que es Dios, con una vida relacional con Dios.
“Luego se levantaron sobre la grada de los levitas … y clamaron en voz alta a Jehová su Dios. Y dijeron los
levitas Jesúa, Cadmiel, Bani, Hasabnías, Serebías, Hodías, Sebanías y Petaías: Levantaos, bendecid a
Jehová vuestro Dios desde la eternidad hasta la eternidad; y bendígase el nombre tuyo, glorioso y alto
sobre toda bendición y alabanza” (v. 5-6). Hay un cántico nuestro basado en este último texto.
Estamos viviendo en plena confusión, como en el tiempo de la gran Babilonia religiosa y otra política
anunciada en Apocalipsis 17 y 18. El principio de la oración de alguien que está consciente del momento
que se está viviendo ahora en el mundo tiene cuatro pasos: aceptación (confesión o reconocimiento),
arrepentimiento, despojamiento y resistencia. Y el quinto sería exaltación a Dios.
“Levantaos”. Si hay una palabra que nos anima en este momento, para exhortar, predicar y orar, es la
palabra “levantaos”. Tenemos muchos cánticos que el Señor ha inspirado entre nosotros, invitando a
que levantemos las manos y levantemos el corazón. Son inspiraciones que nos vienen de esta palabra.
“Pasad, pasad por las puertas; barred el camino al pueblo; allanad, allanad la calzada, quitad las piedras,
alzad pendón a los pueblos” (Isaías 62:10). Este texto en el cual se nos invita al ministerio de oración
también está en un cántico de la iglesia.
“Barred el camino al pueblo”. ¿Cuándo tomamos la escoba? Cuando hay basura. “Allanad la calzada”.
¿Cuándo allanamos? Cuando hay hoyos. Hay vidas que en este momento están en un hoyo. Hemos visto
líderes cristiano que conducen a la apostasía. Ellos, en lugar de emparejar el camino, están haciendo
hoyos. Nosotros estamos para allanar, para emparejar, para enderezar y hacer sendas rectas.
“Quitad las piedras”. Las piedras son las barreras por las cuales Dios no contesta las oraciones. “Quítense
de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Ef. 4:31). Las barreras son
pecados ocultos no confesados, pactos hechos con hechiceros, tinieblas.
“Alzad pendón a los pueblos”. ¿Cuál es nuestro estandarte, nuestra bandera? Cristo. La visión del Hijo del
Hombre, en su primera venida, consumó la obra y vino a ponerle fin al pecado y a la maldad, a destruir
las obras del diablo, y vino a arrebatar las llaves de la muerte y del Hades. Esta lucha es la lucha de Dios,
y nosotros somos invitados a ella. Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino espirituales, y la
bandera de victoria de Cristo tiene que ser alzada en estos días. Amén.
6
Los reinos de este mundo no son el reino de Dios
Rubén Chacón

El libro de Daniel fue escrito más de 500 años antes de Cristo; sin embargo, se ha vuelto muy actual para
nosotros, que estamos entrando en un escenario similar a aquel en el cual vivió Daniel en Babilonia, en
un mundo hostil que busca seducir a los hijos de Dios, cautivarlos y sacarlos de su visión de Cristo.
Al igual que Daniel y sus compañeros, nosotros debemos saber enfrentar estos días que se avecinan y
que se volverán más intensos y conflictivos. Con sabiduría del cielo, debemos aprender a vivir en estos
tiempos y permanecer fieles a nuestra fe, a resistir la idolatría, dispuestos a confesar el nombre del
Señor al costo que sea, sabiendo que él estará también con nosotros.
La conducta de fidelidad y de valentía que vemos en Daniel y sus amigos estaba basada en la visión del
Hijo del Hombre. Sin esa visión gobernando nuestro corazón, no podríamos actuar sabiamente, ser fieles
al Señor y tener el valor para enfrentar la adversidad, la hostilidad y aun la persecución. Es la visión
celestial del Hijo del Hombre la que nos tiene que sostener y ser nuestro fundamento.
Leyendo el libro de Daniel, hay algunas cosas que llaman la atención. En tal sentido, hemos hecho cuatro
observaciones. La primera, que no se encuentra en él la expresión “Dios de Israel” o “Dios de Jacob”,
aunque esa es una expresión que en los libros proféticos es muy recurrente. En los libros proféticos, si
hay algo que se enfatiza, es cómo Dios soberanamente está salvando y conduciendo a Israel, su pueblo,
hasta la restauración final. Sin embargo, el libro de Daniel no registra esa expresión explícitamente.
Segunda observación: el nombre “Jehová” aparece nueve veces, pero solo en la oración de Daniel en el
capítulo 9. En el resto del libro no aparece este nombre. Tercera: el nombre “Dios Altísimo” o solo “el
Altísimo” aparece 13 veces en total, desde el inicio hasta el capítulo 7.
Cuarta observación: en el capítulo 2, cuando Daniel tiene 17 años, él relata la interpretación del sueño de
Nabucodonosor. En ese capítulo, Dios es llamado cinco veces “el Dios del cielo”. Veamos:
Daniel pidió a sus compañeros que orasen, “para que pidiesen misericordias del Dios del cielo sobre este
misterio” (2:18). “Entonces el secreto fue revelado a Daniel en visión de noche, por lo cual bendijo Daniel
al Dios del cielo” (v. 19). Antes de interpretar el sueño, dice: “Pero hay un Dios en los cielos, el cual revela
los misterios” (2:28). Luego: “Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino,
poder, fuerza y majestad” (v. 37). Y la última: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un
reino que no será jamás destruido” (v. 44).
Daniel llama a Dios como “el Dios del cielo”, cinco veces. Veamos esto, porque si no aparece Dios de
Israel o Dios de Jacob, y sí los nombres el Altísimo y el Dios del cielo, esto debe tener algún significado.
¿Cuál es el significado de este título divino? Incluso el mismo Nabucodonosor, cuando Dios lo restauró
de su locura, dice: “Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo” (4:37).
A primera vista, da la impresión que la expresión “el Rey del cielo”, indica que él es Dios en el cielo, pero
pareciera que solo es Dios en el cielo. Cuando Nabucodonosor dice: “Alabo al Rey del cielo”, confirma la
idea de que en el cielo gobierna Dios y que el cielo tiene un Rey, y ese Rey es Dios.
Hay otro texto en Daniel 5. Ahora Daniel está hablando y reprendiendo a Belsasar, otro rey babilónico. “Y
tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto; sino que contra el Señor del cielo te
has ensoberbecido” (v. 22-23). La expresión “el Dios del cielo”, implica que Dios es Rey y Señor del cielo.
Sin embargo la pregunta es: ¿pero acaso Dios no es Dios también de la tierra? Y sí, es así. Nosotros
sabemos que él es Dios no solo en el cielo, sino también en la tierra.
Entonces, ¿cuál es la relación que hay entre el cielo y la tierra? Vamos a mirar un poco más profundo, si
esta aparente impresión que nos provoca la expresión “el Dios del cielo” es correcta o no. Me refiero a
que si Dios es solamente Dios en el cielo, que solo allí es Rey y solo allí es Señor.
En el capítulo 4, vemos el segundo sueño de Nabucodonosor. El rey estaba representado por un árbol
frondoso. El cielo daba la orden de que el árbol fuese destruido, excepto sus raíces. Y la interpretación es
ésta: “Y en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del mismo árbol, significa que tu
reino te quedará firme, luego que reconozcas que el cielo gobierna” (4:26).
“El cielo gobierna”. ¡Aleluya! ¡Qué buena noticia! Aquí dice de manera implícita que el cielo gobierna, es
decir, que el Dios del cielo gobierna también la tierra. Y por lo tanto, este mismo rey que ha sido
depuesto por orden del cielo, será restaurado una vez que haya reconocido que el cielo gobierna.
Esta declaración implícita en el versículo 26, aparece en el mismo capítulo 4 de manera clara y explícita.
Aquí entonces no quedará duda alguna de cuál es el real significado de la expresión: “el Dios del cielo”.
Daniel dice a Nabucodonosor: “…te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu
morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado;
y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los
hombres, y que lo da a quien él quiere” (v. 25).
Es clarísimo: el Dios del cielo, el Altísimo, tiene dominio en el reino de los hombres y lo da a quien él
quiere. Leamos el 26 de nuevo: “Y en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del
mismo árbol, significa que tu reino te quedará firme, luego que reconozcas que el cielo gobierna”.
En este mismo capítulo vemos cómo cuatro veces se reitera de manera explícita que el cielo gobierna la
tierra. “La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que
conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y
constituye sobre él al más bajo de los hombres” (4:17).
“…y de entre los hombres te arrojarán, y con las bestias del campo será tu habitación, y como a los
bueyes te apacentarán; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo tiene el
dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere” (4:32). ¿Quién tiene el dominio sobre el
reino de los hombres? El Altísimo, el Dios del cielo, y él da el dominio a quien él quiere.
Y por último el versículo 35: “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace
según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su
mano, y le diga: ¿Qué haces?”.
“…y él hace según su voluntad en el ejército del cielo”. Eso entendíamos a primera vista con la expresión
“el Dios del cielo”: que en el cielo Dios es Señor, y que por lo tanto hace su voluntad en el ejército del
cielo. Pero aquí dice que Dios hace su voluntad, no solo en el ejército del cielo, en el mundo de los
ángeles, donde nadie se resiste, todos obedecen, sino también “hace según voluntad … en los habitantes
de la tierra y no hay quien detenga su mano y le diga, ¡Qué haces?”. Aleluya!
Entonces, es clarísimo. La expresión “el Dios del cielo” o “el Altísimo”, es la manera en que Daniel está
definiendo a Dios en esta revelación. Dios es soberano. El título de “el Dios del cielo” o “el Altísimo”, hace
referencia a la soberanía y a la providencia divina. ¡Dios tiene gobierno y autoridad sobre todas las cosas!
Dios gobierna en el cielo, y desde el cielo él gobierna la tierra. Su soberanía es universal. Él es soberano,
no solo sobre su pueblo, no solo sobre los creyentes, no solo sobre la iglesia. Él es soberano sobre todos
los hombres y sobre todos los reyes de la tierra. ¡Aleluya! ¡Qué gloriosa verdad, qué consuelo, qué
fortaleza, qué seguridad para nosotros es entender que todo está en Sus manos, que no estamos a
merced de la maldad de los hombres que conducen la historia! ¡No! Por sobre todo y por sobre todos, ¡el
Altísimo está gobernando!
Dios reina no solo sobre los creyentes, sino también sobre los incrédulos; no solo sobre los buenos, sino
también sobre los malos, sobre todas las criaturas, sobre toda su creación. Esto nos llena de esperanza y
de seguridad. Y por lo tanto, la visión del Hijo del Hombre se constituye en este fundamento que nos
permite tener confianza en Dios.
Pareciera que la maldad prevalece en el mundo, pero sepamos que todo está bajo el control de Dios.
Dios tiene el control absoluto de todas las cosas. Por lo tanto, la historia no está avanzando a ciegas, no
estamos a merced de los reinos de este mundo; porque hay un Dios en el cielo, que desde allí gobierna,
rige, controla y regula los reinos que conducen los hombres. Qué buena noticia es que tengamos esta
visión de un Dios potente, de un Dios que está conduciendo los destinos y los sucesos del mundo.
“Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los
entendidos” (Dan. 2:21). Esta fue la alabanza que hizo Daniel, una vez que Dios le reveló el misterio del
sueño de Nabucodonosor. Otra versión traduce así: “Él controla el curso de los sucesos del mundo; él
quita reyes y pone otros reyes. Él da sabiduría a los sabios y conocimiento a los estudiosos” (NTV). ¡Qué
bella expresión! “Dios controla el curso de los sucesos del mundo, él quita reyes y pone otros reyes”.
El hermano Campbell Morgan, mostrando cual es la visión de Dios en el libro de Daniel, dice así: “La
visión es la de un Dios que todo lo rige, omnisciente y omnipotente, de reyes que reinan y pasan de
dinastías e imperios que surgen y caen, mientras que Dios en su trono en los cielos, rige sus
movimientos”. Este punto es muy interesante, porque la profecía no es solo que Dios da a conocer lo
que va a pasar por el hecho de que él es omnisciente, sino porque él es también omnipotente. Dios da a
conocer lo que va a suceder, para que todo acontezca como él lo ha determinado.
Desde el trono celestial, Dios está rigiendo la historia, así que el mundo no está a la deriva. Por supuesto,
los hombres están viviendo en oscuridad y confusión, pero la iglesia se sostendrá mirando más arriba.
Debemos elevar nuestra vista y tener la visión del trono celestial. Nada se escapará del control de Dios,
de su soberanía. Ni Satanás se puede mover un centímetro más allá de lo que Dios le permita hacer.
¡Aleluya, qué revelación más gloriosa! La iglesia tiene que recibir el impacto de esta visión. Podemos
estar confiados en Dios, y no dejarnos engañar por lo que ven nuestros ojos, sino mirar y regir nuestro
corazón por esta visión celestial.
En Hechos 17, pareciera que Pablo se basó en Daniel 2:21 para decir esto en su mensaje en Atenas: “De
un solo hombre creó todas las naciones de toda la tierra. De antemano decidió cuándo se levantarían y
cuándo caerían, y determinó los límites de cada una” (Hech. 17:26).
Así es cómo Dios está conduciendo la historia, Él ha prefijado el orden de los tiempos. Él levanta las
naciones, y luego hace que pasen y vengan otras. Dios está conduciendo la historia, y la historia va hacia
un final determinado por Dios. Dios está conduciendo todas las cosas al destino que él se propuso.
¡Gloria al Señor! Entonces su pueblo puede vivir seguro y confiado en Su soberanía.
Ahora, es conveniente agregar que cuando Dios ejerce su soberanía, no lo hace de manera caprichosa o
arbitraria; porque él, además de ser soberano, es justo. Por lo tanto no hay ningún acto de su soberanía
donde Dios pase a llevar su justicia. Todo lo que él hace o determina es justo, pues él es sabio, y usa su
soberanía de manera justa y sabia. Cuando Dios está haciendo algo y cuando está permitiendo algo, él
está obrando de la mejor manera en que es posible hacer las cosas.
A veces hemos llegado a pensar: “Dios pudiera haber hecho esto de otra manera. ¿Por qué lo hace así
conmigo? ¿Por qué me hace vivir estas cosas? ¿No habría otra manera mejor de hacerlo?”. No, no hay
otra manera mejor. La forma como Dios lo ha dispuesto, esa es la manera más sabia para llevar a cabo lo
que él se ha propuesto. Así que confiémonos a la sabiduría de Dios y a su justicia.
Pongo un ejemplo para este punto de que Dios no es caprichoso. Un hermano nos compartió acerca de
qué fue aquello que movió a Daniel a la oración por su pueblo. Fue que él, estudiando la profecía de
Jeremías descubrió que las desolaciones de Jerusalén en Babilonia se cumplirían en setenta años. ¿Por
qué setenta años? ¿Será que Dios decidió ese tiempo de manera arbitraria? ¿Podrían haber sido
cincuenta o tal vez noventa? Pero fueron setenta años.
¿Y por qué fue así? Porque durante 490 años de monarquía, Israel nunca guardó el mandamiento de
hacer reposar la tierra en el séptimo año. Cada siete años, el pueblo de Dios del Antiguo Testamento
debía hacer reposar la tierra; así que en un período de 490 años de monarquía, se acumularon setenta
años de reposo, que no fueron cumplidos. Por eso, cuando Dios usa a Babilonia para desterrar a Judá y
llevarlo cautivo, Dios hizo que la tierra reposara todos los años que Israel le había privado de su reposo.
Ahí vemos como Dios no es caprichoso; al contrario, él es justo y sabio. No podría haber sido hecho de
una manera más perfecta. De tal manera que Dios estaba disciplinando a su pueblo, llevándolo cautivo, y
estaba a la vez haciendo reposar la tierra y llevando a su pueblo a una experiencia de transformación.
Se podría pensar también, si la soberanía de Dios es universal y Dios la ejerce sobre todos los hombres y
sobre toda la creación, incluyendo los animales y todo, ¿no significaría entonces que Dios es responsable
del pecado y de la maldad en el mundo? Porque si estamos diciendo que detrás de todo está Dios, que
rige todo, entonces ¿no podríamos, en última instancia, hacer responsable a Dios del pecado y de la
maldad en el mundo? Por supuesto que no.
Dios ejerce su soberanía de manera directa y también de manera indirecta; muchas veces de manera
activa, y otras veces, de manera pasiva. Él es la causa primera de aquello que acontece. Por supuesto
que Dios interviene directamente en muchas cosas: él las provoca o las detiene, o las cambia, o hace que
ocurran; actúa de manera directa, ejerce su soberanía de forma activa y eso significa que él es la causa
primera de aquello que aconteció. Diremos así: Dios se hace responsable de aquello que él provocó.
Leamos Santiago 1, para aclarar cuándo Dios ejerce su soberanía de manera directa. Santiago 1:16 dice:
“Amados hermanos míos no erréis”. Y sigue, diciendo en qué sentido no debemos errar. ¿Qué cosa
podemos atribuir a Dios de manera directa y activa? “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende
de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (v. 17). Dios no
cambiará en esto. Él está detrás del bien, de aquello que está de acuerdo a su naturaleza, a su carácter.
Por eso dice Santiago: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios
no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (1:13). Pero entonces ¿cómo se cumple su
soberanía que lo rige todo? Bueno, él muchas veces ejerce su soberanía de manera indirecta. Eso quiere
decir que en estos casos, él es la causa secundaria de lo que ocurre, no es la causa primaria, y en estos
casos la causa primera es el hombre y es Satanás.
En todo lo que tiene que ver con la maldad, Satanás y el hombre son los que la ejercen de manera
directa y son causa primera del pecado y del mal en el mundo. Pero sabemos que, aun por sobre eso,
Dios tiene la regulación. La maldad no se saldrá de los límites que Dios establezca. Así que ni aun frente a
la maldad hemos de temer, porque no puede ir más allá de lo que el Dios del cielo le permita avanzar.
Veamos un ejemplo de causa primaria y secundaria, comparando 2 Samuel 24:1 y 1 Crónicas 21:1. Uno
dice: “Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz
un censo de Israel y de Judá”. Según esto, quien incitó a David a tomar un censo fue Jehová. Y el otro
dice: “Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel”.
Bueno, ¿quién incitó a quien? Parecen dos declaraciones irreconciliables, pero lo maravilloso es que
ambas son verdad. De manera directa, como causa primera, Satanás incitó a David a levantar un censo.
¿Por qué? Porque de Dios viene “toda buena dádiva y todo don perfecto”; por lo tanto si se habla de ser
incitado a hacer algo que es contario a la voluntad de Dios, no podía ser Dios la causa primera de esto,
pero sí Satanás y entonces es correcto como lo dice Crónicas.
A la luz del libro de Daniel, vemos que, en el primer piso de este edificio está David tomando el censo, en
el segundo piso está Satanás incitando a David. Pero tiene razón también 2 Samuel 24:1: hay un tercer
piso, donde está Dios de manera indirecta, permitiendo actuar a Satanás, porque se había encendido Su
ira contra Israel. La Escritura es clarísima para decir que Dios no causa el mal de manera directa.
Dios no es responsable, aunque también tenemos que decir que aun cuando él no fue ni es el
responsable del pecado y de la maldad en el mundo, no obstante, no siendo él quien causó esto, sí se
hizo responsable, se hizo cargo del pecado y de la maldad y en su gran amor envió a su Hijo para nuestra
redención. ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!
Veamos ahora en el libro de Daniel, cómo él muestra de manera concreta esta soberanía de Dios, que no
es solo en el cielo, sino también en la tierra, en todo el universo, en toda la creación, sobre todos los
hombres, sobre los buenos y los malos, sobre los creyentes y los incrédulos.
En el capítulo 2 de Daniel, cuando él interpreta el sueño de Nabucodonosor, veamos el versículo 2:37,
para explicar de manera concreta la soberanía de Dios revelada en este libro. Dice: “Tú, oh rey, eres rey
de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad”.
Allí está muy claro. En aquel momento, Nabucodonosor pudo levantarse como el hombre más poderoso
del mundo, porque Dios le dio reino y potestad. Y agrega el versículo 39: “Y después de ti se levantará
otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra”.
¿Quién prefijó este orden: Babilonia, el imperio medo-persa, Grecia y Roma? ¿Quién determinó que el
apogeo del reino de Babilonia durara solo setenta años, los mismos setenta del cautiverio que tuvo que
vivir Judá? ¿Quién planificó que el imperio medo-persa duraría doscientos años, que el imperio griego
duraría trescientos años, y que el imperio romano, que comenzó a reinar en el año 27 antes de Cristo,
durará hasta la segunda venida de Cristo? ¿Fue la casualidad? ¿Las circunstancias? ¿Los hombres?
“Él controla el curso de los sucesos del mundo” (Dan. 2:21, NTV). Aquí vemos la soberanía de Dios
rigiéndolo todo. ¿Y por qué Dios lo hace así? Él anuncia que vendrán cuatro reinos, y él prefija el orden,
los límites de tiempo, todo. El versículo 2:44 dice: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará
un reino que no será jamás destruido”. Es decir, es Dios quien dice: “Estos reinos van a existir, pero de
manera temporal, porque el resultado final, lo que yo me he propuesto –y hacia allá va la historia de los
sucesos del mundo– será levantar un reino eterno”.
Claramente, todo esto ha sido establecido por el Dios Altísimo, el Dios del cielo. Cuán glorioso es que
todo esté en las manos de Dios y no en manos de Satanás o de los hombres? ¡Imaginen la incertidumbre
que sería eso! ¡Qué bueno que es Dios aquel que dirige todo, aquel que pone límites a la maldad! ¿Qué
bueno que es Dios quien levanta una nación y la deja caer después si es necesario, sabiendo que él todo
lo hace de una manera justa y sabia, pues él jamás hace injusticia a nadie.
Al pasar a la visión del capítulo 7, lo interesante de esa visión es que ese reino que Dios levantará
después de los cuatro imperios, le será dado al Hijo del Hombre. ¡Aleluya! Dios el Padre, este Dios
soberano que conduce la historia hacia los fines que él se ha propuesto, ha decidido entregar ese reino al
Hijo del Hombre. Este es un cambio de mando: los reinos del mundo, que están en las manos de los
hombres corruptos, Dios los pondrá en las manos del Hijo del Hombre, el Rey de justicia, el Rey de paz.
Dios se ha propuesto eso y la historia prosigue hacia allá. En lo tocante al Hijo del Hombre, ya sabemos
que eso se cumplió cuando Cristo murió en la cruz y Dios lo resucitó, lo exaltó y lo sentó a su diestra, y le
dio todo dominio, poder, reino y señorío. “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies” (Hech. 2:35). Esta es la visión que tiene que sostener a la iglesia.
Y algo más aún. Daniel 7:17-18, dice: “Estas cuatro grandes bestias son cuatro reyes que se levantarán en
la tierra. Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente
y para siempre”. ¡Aleluya! No solo el Hijo del Hombre, sino él y su pueblo, Cristo y su iglesia, son el reino
que Dios levantará y que no será jamás destruido. Los mansos recibirán la tierra por heredad. ¡Bendito
sea el Señor!
Y por último, la visión de las setenta semanas nos aclara que este Hijo del Hombre es, ni más ni menos, el
Mesías de Israel. El Hijo del Hombre no es otro que el Cristo de Dios, nuestro bendito Señor Jesucristo. Y
la profecía de las setenta semanas anuncia de manera exacta y precisa cuándo vendrá ese Mesías, y cuál
es la obra que él hará. Él pondrá fin a la rebelión, va a expiar el pecado, a traer la justicia perdurable.
Así que el reino ha sido dado al Hijo del Hombre, que está sentado en el trono de Dios a la diestra de
Dios, y que en su segunda venida hará participante de ese reino, de ese poder, a su iglesia, a su pueblo.
Entonces se proclamará: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él
reinará por los siglos de los siglos” (Apoc. 11:15). Amén.

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