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Veamos:
Por lo general se presta demasiada importancia, en referencia a
las características de la imagen, a las variables iconicidad-
abstracción, simplicidad-complejidad y a los binomios
monosemia-polisemia, denotación-connotación, etc. Siendo
importantes, no sé hasta qué punto, parecen responder a unas
reglas sistemáticas que demuestran anteponer la clasificación a
la función pragmática de cualquier imagen, cada día que pasa más
sometida aún a las intervenciones del diseño publicitario.
Nuestros alumnos podrán llegar a ser magníficos clasificadores de
imágenes, pero su mente discurrirá menos que si nos esforzamos
en dirigir su atención a los niveles subjetivo-contextuales de la
imagen, realizándose la lectura de cada texto visual de manera
globalizada y sobre todo contextual izada. Un ejemplo: Además de
interpretar los posibles significados de los elementos morfológicos,
(objetivos) como forma, composición, etc., el alumno/a debe
esforzarse en interpretar la imagen desde el enfoque escenográfico:
sucesos, movimientos, gestos, posiciones. Analizar aspectos
relativos a la simbología y los mensajes subliminales y, debería
expresar las sensaciones y emociones que la visión de una imagen
le proporciona, acompañada siempre de un juicio crítico sobre los
contenidos generales. Es decir, imponer criterios que valoren los
juicios subjetivos individuales junto a los objetivos que se
producen en la fase inicial. De esta forma el alumno demostrará
mayor capacidad analítica y ello se traducirá en respuestas más
variadas y en contenidos de una mayor complejidad narrativa. Al
fin y al cabo lo que la educación defiende es al individuo frente al
torbellino mediológico que pretende transformarlo en ser
generalizable, vulgar, presa fácil de los propósitos mercantilistas
que se esconden detrás de una máscara aparentemente sugestiva.
José Montané