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discriminación y, una vez satisfecha esa prioridad, adjudica a los individuos
beneficios o cargas diferenciadamente en virtud de rasgos distintivos
relevantes». 1
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LAPORTA F, J., «Principio de igualdad: introducción a su análisis», Op. Cit. p. 27.
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Vid; DWORKIN, R., Los derechos en serio, pp. 220-227..
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cualquier otro. Esta forma de igualdad, que podemos llamar igualdad constitutiva,
admite, e incluso exige, la consideración de las diferencias sociales y de las
desventajas inmerecidas, por lo que cabe en su ruta de ejercicio la ejecución de
medidas de tratamiento diferenciado positivo a favor de los desaventajados por
discriminación; discapacitados físicos o psíquicos, por ejemplo.
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El OBJETIVO de la Convención: Promover, proteger y asegurar el pleno
disfrute y en condiciones de igualdad de todos los derechos humanos para aquellas
personas con discapacidad y promover el respeto de su dignidad.
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C) DISCRIMINACION POR MOTIVOS DE DISCAPACIDAD: La
Convención establece que, discriminación por motivos de
discapacidad, se entiende: “cualquier distinción, exclusión o
restricción que tenga el propósito o el efecto de obstaculizar o dejar
sin efecto el reconocimiento, goce o ejercicio de todos los derechos
humanos, en los ámbitos político, económico, social, civil, cultural o
de otro tipo”.
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A) La situación histórica de la mujer.
La mujer había entrado en le mundo del trabajo durante el siglo XIX, y todavía en el siglo XX
se le seguía negando en derecho al voto que había convertido a los trabajadores varones en
ciudadanos. No es de extrañar, por lo tanto, que la doble dependencia de que eran objeto las
mujeres, la económica y la política, haya trasladado (hasta hoy) la idea de que la verdadera
contradicción de dominación es la “dominación de género”, el enfrentamiento de los sexos. Los
varones habían conseguido para sí la igualdad y libertad políticas en régimen de monopolio,
configurándose así la “tesis del patriarcado” como auténtico régimen de poder, capaz de
extenderse hasta el marco temporal del siglo XX, el siglo de la democracia universal. Pero la
situación de la mujer en el siglo XIX venía determinada por los papeles de esposa y madre que
la institución familiar le había asignado. En cuanto esposa, dependiente del marido. En cuanto
madre, dependiente de su prole y su educación (al menos su primera educación). Estos papeles
(funciones) eran ideológicamente iguales tanto si se trataba de una mujer de la clase trabajadora
como si era de la clase propietaria. Tomando estos “roles” de la mujer como los ideológicamente
determinantes, quedaría explicado el que todos los demás, es decir, el papel de “mujer
trabajadora” o el de “mujer propietaria”, no lograran otorgarle la dignidad del derecho al voto a
ninguna mujer, con independencia de su pertenencia de clase social.
Recapitulando sobre lo expuesto hasta ahora, la conclusión más plausible que podemos
extraer es que la obtención por la mujer del estatuto de plena ciudadanía, gracias al
reconocimiento de su derecho al voto, borra del ámbito jurídico-político las determinaciones
económicas y familiares (sexuales) que contenían ambas categorías, integrándolas en una
categoría política abstracta, la de ciudadanos, en la misma posición de libertad e igualdad que
los sujetos propietarios, únicos votantes del siglo XIX. A partir de aquí, cualquier desigualdad y
situación de dependencia ya no puede (no debe) ser jurídica, sino fáctica, en sentido amplio:
desigualdad y dependencia económica; dependencia y desigualdad “de hecho” de la mujer
respecto del marido; dependencia “biológica” de la mujer respecto de su prole, etc,. Por lo tanto,
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la consecución del derecho universal al sufragio implica la libertad e igualdad jurídico-política
para la mujer. Ahora bien, la consecución de la “igualdad y libertad real” pasa a ser el nuevo
problema, una vez se ha (casi) conseguido la igualdad jurídico-formal de la mujer con el varón.
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la igualdad-real), va a interesarse sobremanera por el examen de las situaciones de
discriminación reales o "de hecho" en que vive la mujer. Y para paliar esta realidad
discriminatoria, exigirá a los partidos políticos y a los gobiernos las llamadas "políticas de acción
positiva" con la intención de conseguir una igualdad real entre hombre y mujer. Un nuevo
concepto de igualdad aparece en la escena política: el concepto de igualdad compleja.
En fin, todas las políticas de discriminación positiva en favor de la mujer que, por ejemplo,
tenemos en España (v.gr.- Ley sobre la violencia de género; Ley de igualdad -paridad en las
listas de los partidos y cargos políticos; actual negociación sobre la paridad en los cargos
directivos de empresas y sindicatos- etc.), tienen como justificación esta idea de la <<igualdad
compleja>>. Y son numerosos los gobiernos europeos que se han hecho eco en sus políticas de
igualdad de las reivindicaciones del feminismo de la igualdad real.
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feministas de la diferencia, ni las propuestas del feminismo liberal ni las del feminismo socialista
son acertadas. El “feminismo de la diferencia sexual” hace especial hincapié en el criterio
práctico (voluntarista) de la “toma de consciencia” de la mujer sobre su situación. Tal toma de
consciencia se plantea desde el rechazo da cualquier relación política igualitaria con la figura del
varón (su concepto de hombre queda siempre mediado por la diferencia sexual, es decir, el
hombre aparece sexuado como “varón”). Los elementos básicos de esta toma de consciencia de
la mujer son los siguientes:
C) - Hombre y mujer representan dos “concepciones políticas del mundo” diferentes, tanto
teórica como práctica. Para feministas con más experiencia política, como María Luisa
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Boccia, el criterio de la diferencia sexual no es “natural”, esta sería la imagen que ofrece
la ideología masculina de la sociedad moderna. Por eso es que Boccia hace especial
incidencia en la teoría y la práctica de “autoconsciencia” femenina como núcleo de la
diferencia: “Es esta necesidad –dice Boccia- de liberar la diferencia sexual de la
dependencia de un sujeto masculino, que la piensa sólo como determinación
<<natural>>, lo que constituye el principio del hacer político y el fundamento de la
subjetividad autónoma femenina. Este hacer y esta autonomía parten de un dato: que las
mujeres se conozcan diferentes” (M.L. Boccia, “La ricerca de la differenza”, Democrazia e
Diritto, 1988, p.123). Es este tercer elemento del feminismo de la diferencia sexual, el
representar la mujer una concepción política del mundo distinta, el que introduce el tema
de la “autoconsciencia” con mayor relevancia. Así es. El género (sexo) masculino
representa la dominación heterónoma (superioridad) sobre la mujer que, al no plantearse
ya en los términos de dependencia del siglo XIX, lo hace hoy día en términos de
igualdad, asimilando a la mujer al papel de varón. La igualdad hace que la mujer
reproduzca la relación de dominación contra la propia mujer. Esta es la crítica más dura
que el feminismo de la diferencia hace a la igualdad jurídico-política: consiste en un
principio de ocultación de la dominación de género a través de la incorporación de la
mujer al mundo político del varón.
- 3. el derecho del niño a «hacer algo, alguna actividad», como pueda ser
la de expresarse, participar en las decisiones que afecten a su vida, lo que no es
sinónimo de de que todas sus decisiones hayan de ser respetadas sino, más bien, el
derecho del niño a que sus opiniones y pareceres sean tenidos en consideración.
Categoría, esta última, que es la más discutida» 3. Aquí, la Profa. Picontó se refiere a
casos muy conflictivos en que se tiene en cuenta la decisión del niño, incluso, para
que se le practique la eutanasia (legislación belga y holandesa, lo permite).
3
PICONTÓ NOVALES, T., En las fronteras del derecho. Estudios de casos y reflexiones generales, Madrid,
Dykinson, 2000, p.20.
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De estas tres categorías de derechos señalados por la Profa. Picontó, y
siguiendo en adelante el estudio sobre los modelos de reconocimiento y protección
de los derechos del niño de Ignacio Campoy, 4 las dos primeras categorías de
derechos, encajarían mejor en lo que veremos es el modelo proteccionista de los
derechos del niño, mientras que la tercera categoría, por problemática, remitiría al
modelo liberacionista de los derechos del niño. Por tanto, ambos modelos estarían
presentes en la Convención de 1989.
Cada modelo tiene una idea sobre la autonomía propia del niño, la titularidad y
ejercicio de sus derechos y el límite de edad. El modelo proteccionista, en general,
no considera al niño como ser autónomo, igual al adulto, defiende la titularidad de
sus derechos pero limita su ejercicio hasta la adquisición de la mayoría de edad. El
modelo liberacionista, por el contrario, sí parte de una visión autónoma del niño,
igual al adulto, afirma la titularidad y ejercicio de sus derechos y no establece límite a
la edad.
4
CAMPOY CERVERA, I., La fundamentación de los derechos de los niños. Modelos de reconocimiento y
protección, Madrid, Madrid, Dykinson, 2006. El estudio del Prof. Campoy, de más de 1000 páginas, constituye
el trabajo de fundamentación conceptual e histórica de los derechos del niño más ambicioso que conocemos.
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4.- La formación del ciudadano a través de la educación.
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BLÁZQUEZ MARÍN, D., «Los derechos (humanos) de las personas mayores», en, BLÁZQUEZ MARTÍN, D.
(Ed.), Los derechos de las personas mayores: Perspectivas sociales, jurídicas, políticas y filosóficas, Madrid,
Ed. Dykinson-Universidad Carlos III, 2007.
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de una expresión imperfecta y debería decirse, tal vez, personas más mayores o
muy mayores.
6
Según Naciones Unidas (fuente: Oficina Demográfica UN, 2005).
7
NACIONES UNIDAS, Informe de la Segunda Asamblea Mundial sobre Envejecimiento, Nueva York, Edición
de Naciones Unidas, 2002.
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personas de edad en los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo.
En síntesis, se constata que La población mayor de los países en vías de desarrollo
es menor que en los países desarrollados, pero también su esperanza de vida es
menor; los mayores viven sobre todo en zonas rurales; los mayores siguen
conviviendo con sus familias multigeneracionales; y, por último, las mujeres mayores
son más pobres y no crece sustancialmente su esperanza de vida.
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El principio 7 señala que: «las personas de edad deberán permanecer
integradas en la sociedad, participar activamente en la formulación y la aplicación de
las políticas que afecten directamente a su bienestar y poder compartir sus
conocimientos y habilidades con las generaciones más jóvenes». Y el principio 8,
determina que: «las personas de edad deberán poder buscar y aprovechar
oportunidades de prestar servicio a la comunidad y de trabajar como voluntarios en
puestos apropiados a sus intereses y capacidades». Y, el principio 9, dispone que
las personas de edad: «deben poder formar movimientos o asociaciones de
personas de edad avanzada».
El principio 10 establece que: «las personas de edad deberán poder disfrutar
de los cuidados y la protección de la familia y la comunidad de conformidad con el
sistema de valores culturales de cada sociedad».
El principio 11 señala que las personas de edad deberán tener acceso a
servicios de atención de salud que les ayuden a mantener o recuperar un nivel
óptimo de bienestar físico, mental y emocional, así como a prevenir o retrasar la
aparición de la enfermedad.
Señala el principio 12 que las personas de edad deberán tener acceso a
servicios sociales y jurídicos que les aseguren mayores niveles de autonomía,
protección y cuidado y, por su parte el principio 13, dispone que las personas de
edad deberán tener acceso a medios apropiados de atención institucional que les
proporcionen protección, rehabilitación y estímulo social y mental en un entorno
humano y seguro. Asimismo, y resumiendo, el principio 17 prescribe que las
personas de edad deberán poder vivir con dignidad y seguridad y verse libres de
explotaciones y de malos tratos físicos o mentales.
El principio 18 señala que: «las personas de edad deberán recibir un trato
digno, independientemente de la edad, sexo, raza o procedencia étnica,
discapacidad u otras condiciones, y han de ser valoradas independientemente de su
contribución económico».
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