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(Con este artículo iniciamos una serie de textos sobre cómo nuestro voto
no es tan racional como creemos: nos influyen sesgos y efectos
cognitivos).
En su libro The Believing Brain (El cerebro que cree), Michael Shermer
habla de un experimento de la Universidad de Emory, en Estados Unidos,
en el que se ponía a prueba este sesgo, usando además resonancias
magnéticas. En 2004 y antes de las elecciones presidenciales
estadounidenses, los experimentadores mostraron a votantes demócratas
y republicanos declaraciones en las que tanto John Kerry como George W.
Bush se contradecían a sí mismos. Tal y como se preveía, los demócratas
excusaron a Kerry y los republicanos hicieron lo mismo con Bush.
Lo novedoso del estudio vino con la resonancia magnética: esta prueba
puso de manifiesto que las partes más activas del cerebro mientras se
intentaba justificar al político preferido eran las relacionadas con las
emociones y con la resolución de conflictos. En cambio, las asociadas con
el razonamiento apenas registraban actividad. No solo eso: una vez se
llegaba a una conclusión satisfactoria, se activaba la parte del cerebro
asociada con las recompensas.
Como escribe Jonathan Haidt en La mente de los justos, hay estudios que
muestran que tendemos a enrocarnos aún más en nuestras posiciones
cuando recibimos información que contradice nuestras creencias:
“Progresistas y conservadores se apartan aún más cuando leen
investigaciones sobre si la pena de muerte frena la delincuencia o cuando
evalúan la calidad de los argumentos de los candidatos en un debate
presidencial”, por ejemplo.
Y no solo eso: siempre vemos al otro lado como más sesgado. Si somos de
izquierdas, los medios de derechas nos parecen mucho más tendenciosos
y viceversa.
Por eso, por ejemplo, también es más fácil picar con las noticias falsas que
encajan con nuestra forma de ver el mundo, mientras que somos
habilísimos detectando los bulos opuestos. Si somos de izquierdas, no nos
cuesta creer cualquier barbaridad sobre inmigración que haya podido decir
algún cargo público del PP. Y, al revés, si somos de derechas, es fácil (o, al
menos, tentador) picar con un bulo que afecta a Pedro Sánchez.
Simplemente porque estas historias encajan en nuestros esquemas
mentales.
También es más fácil encontrar razones para apoyar nuestras ideas porque
hoy en día es muy fácil buscarlas. Como escribe Haidt, si quieres creer
algo, por disparatado que sea, simplemente búscalo en Google:
“Encontrarás páginas web partidistas resumiendo y a veces distorsionando
estudios científicos relevantes”. Si queremos encontrar argumentos para
defender que la Tierra es plana o que Barack Obama en realidad es un
reptiliano procedente de la constelación Draco, solo tenemos que abrir
otra pestaña y prepararnos para recibir una pequeña y placentera dosis de
dopamina.
Fuente: https://verne.elpais.com/verne/2019/04/03/articulo/1554302271_340957.html