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El arquitecto belga Albert Bontridder escribía en 1953: “[…] la arquitectura no

deviene plenamente arquitectura más que una vez que el edificio se ha convertido
en ruina, cuando todos los usos han sido superados y las masas arquitectónicas
han adquirido un valor duradero e intemporal”. En “Construire pour l’éternité”,
“Bouwen voor de eeuwigheid”, en la revista De Vlaamse Gids, 1953.

La frase de Sullivan «la forma sigue a la función», interpretada tanto en el sentido


del funcionalismo mecanicista como en el del funcionalismo orgánico, se convirtió
casi en el emblema de la arquitectura moderna. El arquitecto repite varias veces
esta frase; por ejemplo, en 1896 escribía: “Recuerda, ten siempre bien presente
en tu pensamiento y en tus obras que la forma sigue siempre a la función, que
esta es una ley, una verdad universal” (Sullivan, 1957: 169).

Que una arquitectura pensada esencialmente para ser funcional se convierta en


disfuncional es el signo más evidente de su deterioro y envejecimiento, pues
afecta directamente al mismo concepto o idea fundamental sobre la que se
asienta.

A pesar del ímpetu con el que algunos arquitectos modernos defendían la estricta
relación de las formas arquitectónicas a las funciones que debían albergar, lo
cierto es que no existe una relación entre los espacios y las actividades que se
pueden realizar en ellos. Esto implica que (pese a los esfuerzos por proyectar una
arquitectura que mecánica y puntualmente respondiera a las funciones previstas)
la capacidad de los lugares para adaptarse a usos diferentes es muy grande, y los
cambios de hábitos y formas de realizar las actividades por parte de los usuarios
suponen un óbice al momento de diseñar.

Sin duda un acontecimiento que marcó profundamente el movimiento moderno,


para mal, fue la demolición programada del Pruitt Igoe, un conjunto de edificios de
vivienda social diseñado por Minoru Yamasaki (Mismo arquitecto encargado del
diseño de las Torres Gemelas).

El 16 de marzo de 1972 a las tres de la tarde se demolió con explosivos el primer


edificio de Pruitt Igoe. La siguiente demolición fue el 22 de abril y la última y final,
el 15 de julio. Según Charles Jencks, esa fecha, 15 de julio de 1972, es la que
debe aparecer en el certificado de defunción del Movimiento Moderno. En la nueva
edición de su libro Modern Movements in Architecture, publicada en 1973, Jencks
escribió:

“Fuimos testigos de un buen número de desastres arquitectónicos en los años 70.


El mas renombrado fue la demolición de Pruitt Igoe, un conjunto de vivienda
asocial den San Louis. Varias torres, basadas en las teorías de Le Corbusier y el
CIAM, fueron dinamitados. No hay datos aun sobre este sorprendente aspecto de
la vida moderna, en el que el idealismo social lleva tan rápido a la catástrofe
social, pero los resultados han debilitado la ideología del Movimiento Moderno. Es
raro encontrar un arquitecto o un crítico que hoy se llame a sí mismo moderno y
cuando lo hace, no es seguro qué quiere decir con eso.”
El CIAM fue una organización en la cual se reunieron varios arquitectos
contemporáneos a discutir acerca la importancia que tiene la vivienda, la
urbanización de una ciudad, técnicas constructivas, etc.

Fue un congreso fundado en 1928 dirigido a arquitectos modernos de la época


con el propósito de poder unificar todas las ideas de la arquitectura moderna y
poder crear una asociación la cual pudiera dar continuidad a las ideas, pero de
forma real.

En el inicio del mismo su anfitriona, Hélène Mandrot, expuso el propósito de la


reunión "...el objetivo principal y la finalidad que aquí nos ha congregado, es el
ensamblar los diferentes elementos de la arquitectura actual en un todo armónico,
y dar a la arquitectura un sentido real, social y económico...".

El CIAM se enfocaba en la idea de que el rediseño y el desarrollo futuro de las


metrópolis del siglo XX debían estar basados en las necesidades biológicas,
psicológicas y sociales de las clases trabajadoras. Ejemplo de ellos es la “Carta
de Atenas”; manifiesto urbanístico redactado en el CIAM IV.

Se podría decir que, las ideas del CIAM, eran demasiado utópicas para la
sociedad, y es que, hasta cierto punto pretendían crear una utopía arquitectónica,
zonificando todos los espacios y pensando racional y lógicamente en las
interacciones que se podrían tener en una ciudad así. Sin embargo, el ser
humano, a pesar de que está acostumbrado a la rutina, sigue en constante
cambio.

El arquitecto belga Albert Bontridder escribía en 1953: “[…] la arquitectura no


deviene plenamente arquitectura más que una vez que el edificio se ha convertido
en ruina, cuando todos los usos han sido superados y las masas arquitectónicas
han adquirido un valor duradero e intemporal”. En “Construire pour l’éternité”,
“Bouwen voor de eeuwigheid”, en la revista De Vlaamse Gids, 1953.

Que una arquitectura pensada esencialmente para ser funcional se convierta en


disfuncional es el signo más evidente de su deterioro y envejecimiento, pues
afecta directamente al mismo concepto o idea fundamental sobre la que se
asienta.

A pesar del ímpetu con el que algunos arquitectos modernos defendían la estricta
relación de las formas arquitectónicas a las funciones que debían albergar, lo
cierto es que no existe una relación entre los espacios y las actividades que se
pueden realizar en ellos. Esto implica que (pese a los esfuerzos por proyectar una
arquitectura que mecánica y puntualmente respondiera a las funciones previstas)
la capacidad de los lugares para adaptarse a usos diferentes es muy grande, y los
cambios de hábitos y formas de realizar las actividades por parte de los usuarios
suponen un óbice al momento de diseñar.

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