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Al leer las obras del P. Francisco Merlos, el primer planteamiento fue preguntarme qué
verdad teológica es el eje que vivifica su Pastoral como un todo sistémico. La respuesta,
no por ser corta, deja de tener la profundidad del Misterio divino. El punto de partida de
su Pastoral es la Pneumatología. Sin dejar de reconocer las dos manos de Dios Padre, el
Verbo y el Espíritu; sin minimizar el sentido triuno del Misterio, insiste a lo largo de su
obra en la misión del Espíritu Santo, como la Persona divina que concatena la acción
pastoral de la Iglesia con la acción económica de la Trinidad-Dios. “El Espíritu es el
precursor que se adelanta, es acompañante que se asocia, y es continuador que se
prolonga en su quehacer pastoral”. Su eclesiología pneumatológica sostiene que la
Iglesia no está totalmente hecha; que todos los bautizados reciben el mismo Espíritu,
por lo mismo la Iglesia debe reconocerse como una comunión de personas
igualitariamente, aunque diversas por el tipo de intercambio de servicios. Una
eclesiología pneumatológica “no se interesa solo de ‘lo que da’, sino ‘de lo que sucede,
de lo que acontece”. El Espíritu es así el autor de lo permanente y de lo provisorio, de la
tradición y del cambio, de lo igual y lo diverso, de lo establecido y del desafío, de la
comunión y de la diversidad
La teología desde siempre, ha resaltado con igual fuerza la doble función del Espíritu
Santo, autor de la comunión y de la unidad, paro también, de la pluralidad y la
diversidad en la vida y en la misión de la Iglesia. El relato de Pentecostés es un ejemplo
muy claro de esto. Desde los comienzos se da la inequívoca convicción de que el
Espíritu, paradójicamente, es el origen y la causa tanto de la comunión eclesial como de
la diversidad en las formas de vivir la fe. Ambos son elementos indispensables.
Sin lugar a dudas, el sacramento, el signo visible de la vida trinitaria es la Iglesia. “La
comunidad creyente es el espacio privilegiado del Espíritu y la mejor obra realizada por
El. En ella despliega su dinamismo, siendo al mismo tiempo artífice de comunión y
creador de pluralidad”. Y por ser obra del Espíritu, la Iglesia es por vocación la imagen
de la diversidad de las personas divinas. Cada miembro de la Iglesia es original, es
persona, por estar sellado por el Espíritu. Nadie es más que el otro. La obra del Espíritu
es la igualdad de los hijos de Dios. La comunidad creyente lleva impreso en su ser el
sello de la pluralidad, que brota de su comunión interior. En palabras de Merlos
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“La Iglesia vive de una igualdad radical como obra del Espíritu, que
hace a todos hijos y hermanos; orgánicamente constituido en
carismas, funciones, servicios y ministerios subordinados a la
caridad y al Espíritu. Su vida interior es expresión del Misterio
trinitario de la comunión en el amor; comunidad santa y pecadora.
Se comprende a sí misma como pueblo profético, enviado al mundo
proféticamente para formar un pueblo de profetas; de cara al mundo
se sitúa en actitud de diálogo respetuoso, sin pretensiones
dominadoras. Y por ser poseedora de la fuerza liberadora del
Espíritu, denuncia toda idolatría, toda opresión a la persona y todo lo
que pretende sustituir al Dios vivo”. (Cf Rom 12,4-8; i Cor 12,4-11; Ef
4, 11-13; l Pt 4, 7-11.)
Es una postura teológica que trata de nivelar en la pastoral, la misión de las dos manos
del Padre Dios: la ‘mano’ cristológica y la ‘mano’ pneumatológica. Ambas, igual de
necesarias, igual de trascendentales. El Espíritu nunca trabaja en la Iglesia aparte de
Cristo. Los dos revelan la ternura de Dios cuyo nombre es Abba (Lc 15).
Es importante conocer a Jesucristo para creer en Él. Pero, es más importante ‘practicar a
Jesucristo’, descubrirlo como Persona que merece ser seguido por aquel que se
convierte en discípulo. Ser discípulo es conversión, porque lo acoge como centro de
gravedad de su vida en los múltiples signos de la historia: en el mundo material, en el
pobre, en la comunidad, en la historia, en la cultura y la religiosidad popular, en la
celebración sacramental, donde destaca la eucaristía, en el testimonio, en la conciencia
personal, en los proyectos humanos y las aspiraciones profundas que se expresan en las
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causas por las que se luchan…y en todo aquello que impide a alguien, ser plenamente
persona, “que es el Cristo clavado en los maderos de la injusticia”.
Quiero traer a consideración tres consecuencias pastorales que brotan de este eje
pneumatológico y que el P. Merlos aborda en algunos de sus escritos:
El pluralismo cultural
deben hablar sin jamás escuchar, sólo han de enseñar, sin nada aprender, sólo han de
evangelizar sin ellos mismos jamás ser evangelizados”.
Tal parece que el diálogo de la Iglesia con el mundo y del Evangelio con las culturas es
sólo de ida. El Mensaje así modulado parte del supuesto de que todavía persiste la
cristiandad en la que todos son católicos y por lo mismo se convierten en simples
destinatarios que escuchan y obedecen a sus pastores. Se olvida que hoy día, la cultura
cristiana-católica es una entre varias, como son la cultura racional científica, la técnica,
la postmoderna, la mítico-simbólica, la de las modernidades, la del cuerpo, por
enumerar algunas. Cada una con su propio lenguaje, o en palabras de Merlos, con su
propio ‘alfabeto’. La Iglesia no está acostumbrada a discernir, y buscar la verdad o
certeza en otras culturas. Lo menos que puede hacer hoy día es ubicarse en actitud de
discernimiento cristiano para descubrir la semina Verbi existentes en otra cultura
religiosa.
Esta forma de hacer Teología Pastoral trata de crear en el alumno una mentalidad
teológica por la que de forma casi natural pastoraliza la teología en cualquiera de sus
disciplinas y a su vez teologiza la pastoral que es desafío de la historia. “Porque toda
acción pastoral, antes de ser problema práctico, es un problema teológico” (Nuevo
Diccionario Catequético, Catequesis Libradora en América Latina, Vol. 1, pag. 389)
Y esto, no es sólo una estrategia; es seguir la manera como Dios ha actuado en la
historia humana:
La palabra es pues corriente de ida y vuelta. Para Dios, todos somos emisores y
receptores del mensaje, iniciativa y respuesta, damos y recibimos, interlocutores y no
simples receptores pasivos. Por esto, “hay que saber leer los nuevos ‘alfabetos’ del
interlocutor”.
La Pastoral Atípica
El pastoralista no rara vez se encuentra con una pastoral típica: todo está regulado,
predeterminado, establecido “Hay un entramado de estilos canonizados, de campos y
de criterios preestablecidos, de opciones y prioridades aprendidas de la tradición,. Del
derecho canónico o de modelos fijos que se han perpetuado durante generaciones como
algo incuestionable. Ser pastor es ajustarse a lo típico de la pastoral”. (F. Merlos,
Pastoral atípica, en: J. Jesús Legorreta (Dir.), 10 Palabras clave sobre Pastoral
Urbana, Verbo Divino, 2007, p.333).
“Lo atípico sería la realidad que sin perder la relación con su grupo
de referencia vital, escapa a las características habituales que la
definen, adquiriendo por lo mismo un perfil único, original e
irreductible a las formas y reglas tradicionales, comúnmente
aceptadas. Lo atípico es lo inédito, lo impredecible, lo refractario a
ser interpretado con los esquemas acostumbrados”.
El planteamiento que Merlos coloquialmente repite es un postulado que cada día cala
más en la praxis pastoral: “Hoy día, la pastoral para que sea tal, tiene que ser pastoral
urbana”. La cultura urbana es la globalizada. Y esta afirmación no es una simple ‘cita
citable’; le ha llevado a una realización concreta: incluir dentro del elenco de materias
de la Sección de Pastoral, la clase de Pastoral Urbana. No hay duda que pronto se dará
el paso siguiente: no sólo tener una clase específica, sino plantear las demás materias
desde una óptica urbana, globalizada, que no es otra cosa, que plantearlas desde el
pluralismo cultural-religioso con sus plurales ofertas, desde sus plurales lenguajes
‘hablados’ en símbolos y en rituales, en utopías e imaginarios, en imágenes y sentires;
desde las búsquedas de sentido más que de verdades; desde el roce corporal más que del
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pensamiento racional; desde la samaritanidad más que del análisis bíblico de la parábola
del Buen Samaritano.
Una vez aclarado este punto, la misma Constitución pasará en el capítulo III, a abordar
la diferencia, clérigos y laicos, en función de la misma ministerialidad.
es que no existen teologías neutrales, eternas, válidas siempre y dondequiera. Como tal,
toda teología es precaria, coyuntural, aproximaciones al Misterio Inagotable de Dios”.
Respecto al segundo punto, —los Grupos y Movimientos Eclesiales y la Ministerialidad
—, es muy claro; los ubica
“Aparecieron para responder a necesidades concretas de un
determinado momento de la historia. Cuando habían cumplido su
papel desaparecían para dar sitio a otros. Eso fue así antes y
tiene que ser ahora, porque los grupos y movimientos no forman
parte de la vocación esencial de la comunidad cristiana. Los
ministerios, en cambio, nunca pueden faltar en la Iglesia. Los
movimientos, sí. Por eso, si los grupos y movimientos no practican
ministerios auténticos a favor no sólo de ellos mismos, sino de la
gran comunidad eclesial, lo más seguro es que la dividirán y le
estorbarán”.
La Iglesia puede vivir y ha vivido por mucho tiempo sin los grupos y los movimientos.
Pero nunca ha podido ni podrá realizar su misión salvadora sin la práctica asidua de los
ministerios. Por eso es preciso poner en contacto a los grupos y movimientos de Iglesia
con los ministerios para no crear oposiciones que no le sirven de nada al Pueblo de
Dios.
Teológica e históricamente la comunidad cristiana no puede ni pudo vivir sin los
ministerios, por el contrario sí pudo vivir sin grupos ni movimientos durante mucho
tiempo, por ser ellos coyunturales y no esenciales al ser de la Iglesia.