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Unidad 9

Introducción.

La Revelación ha concluido con la muerte de los Apóstoles, pero no ha quedado


cerrada su interpretación. El depósito de la fe es una realidad viva, tanto por lo que
contiene, que es la Palabra “viva y eficaz” de Dios como por el lugar donde se halla: la
Iglesia, que vive de la verdad de Dios y la da a conocer. Nosotros por ser seres limitados
no podemos comprenderlo todo, menos aún podemos abarcar la realidad divina pero sí
podemos progresar en la inteligencia del inagotable misterio de Cristo.
La totalidad del Pueblo de Dios ha recibido el depósito de la Revelación. Cada
generación lo incorpora de nuevo en su vida y tiene su modo específico de profundizar
en él, pero no es un proceso solamente racional sino que pertenece al ámbito
sobrenatural y tiene en el Espíritu Santo su principio activo.
Cuando una generación entrega la Revelación a otra, no se trata, por tanto, de la
simple repetición de un conjunto de verdades, sino de algo que se puede ver ahora con
más claridad. En este sentido, la Tradición avanza, como un tesoro que se puede
apreciar cada vez más y desde perspectivas nuevas.

Función del Magisterio y de la teología en la transmisión de la revelación.

Magisterio y teología se inscriben así en una línea de servicio a la palabra de


Dios, dentro de la fe de la Iglesia. El primero pertenece a la estructura misma de la
Iglesia, la segunda constituye una realidad carismática y profética. Lejos de oponerse,
forman una especie de vasos comunicantes, ya que el Magisterio se nutre de la reflexión
teológica para poder luego, de manera auténtica y autoritativa, señalar al pueblo de Dios
las verdades y normas que debe seguir; por su parte, la teología encuentra en el
Magisterio una fuente continua de reflexión, un criterio seguro para apoyarse en la
verdad y una ayuda eficaz para proseguir su tarea.
Vinculación del Magisterio con la Escritura y la Tradición.

La Constitución dogmática Dei Verbum nos aclara en su número 10, la cuestión


que estamos tratando, al decir: “La Tradición y la Escritura constituyen el depósito
sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo
cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la
unión, en la Fracción del Pan y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de
Pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida. El oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al
Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el
Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar
puramente lo transmitido, pues por mandato divino, y con la asistencia del Espíritu
Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este
único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser
creído. Así pues, la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan
prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los
otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo,
contribuyen eficazmente a la salvación de las almas”
Magisterio “significa el oficio de maestro”. El término magisterio de la Iglesia
puede referirse al oficio conferido por Cristo a los Apóstoles y a sus sucesores de
custodiar, interpretar y proponer la verdad revelada con su autoridad y en su nombre,
y/o al conjunto de enseñanzas dadas en el ejercicio de ese oficio.
El Magisterio, en el sentido estricto de la palabra, es el encargo dado por Cristo
al Papa y a los Obispos, en cuantos sucesores de los Apóstoles, de proponer en su
nombre la revelación con el carisma de la verdad, ya sea en forma extraordinaria u
ordinaria. Este encargo constituye un servicio a la Iglesia, que cuenta con una especial
asistencia del Espíritu Santo.
El Magisterio, no es autónomo en relación con la Tradición y la Escritura, sino
que está subordinado a la palabra revelada, oral y escrita, de la cual saca todo lo que
propone para ser creído y vivido por la comunidad creyente.
La misión del Magisterio no es de dominio sobre la palabra divina, sino de
servicio, enseñando fielmente lo transmitido, interpretando el mensaje revelado, pero
sin aumentarle, ya que no puede enseñar sino lo que éste contiene, es decir, lo que fue
transmitido por los Apóstoles. Su misión empieza escuchando la palabra de la
revelación, bajo la asistencia del Espíritu Santo, para luego pasar a interpretarla con
fidelidad.
Esta misión no se cumple en nombre de la comunidad de los fieles, sino en
nombre de Cristo y con la especial asistencia del Espíritu Santo. El Romano Pontífice y
el Colegio de los Obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad, son
quienes deben ejercer dicha función.

La indefectibilidad.

La acción del Espíritu Santo se dirige, primero que todo, a la Iglesia como
totalidad, para conservarla en la verdad de Cristo.
La indefectibilidad significa que la Iglesia, en cuanto columna y fundamento de
la verdad (I Tim. 3,15) no puede desviarse de la verdad de Cristo, porque en ese caso
dejaría de ser la Iglesia del Señor. Para conservarse en la verdad tiene la asistencia
infalible del Espíritu Santo. La totalidad de los fieles, por consiguiente, no puede fallar
en el creer, ya que está sostenida por Cristo a través de su permanente presencia en la
Iglesia por el Espíritu Santo.
Esta indefectibilidad es propia de la comunidad eclesial en su conjunto, no de
cada creyente en particular. De este modo la fe en Cristo y la fe en la Iglesia son
inseparables. No podemos pretender aceptar a Cristo si rechazamos la Iglesia que es su
Cuerpo.
El Magisterio de la Iglesia, dentro de este contexto eclesiológico, no es entonces
una realidad que está al margen y por encima de la Iglesia. El Magisterio es el
instrumento a través del cual el Espíritu conserva históricamente presente el
acontecimiento de Cristo y mantiene la continuidad histórica con Él.

El sentido de la fe.

El pueblo cristiano vive habitualmente su fe de modo espontáneo, y la expresa


de manera sencilla y concreta.
En las Escrituras encontramos indicaciones de que el Espíritu concede a la
comunidad una especial sensibilidad con respecto a la verdad (cf ICor 2,6-16; Jn 14,2-6;
16,12-15; 1Jn 2,20-21.27).
Más específicamente, nos aclara la Constitución Lumen Gentium N° 12: “El
Pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su
testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio
de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre (cf. Hb 13.15). La
totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede
equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el
sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando desde los Obispos hasta los
últimos fieles laicos presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres.
Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de
Dios se adhiere indefectiblemente “a la fe confiada de una vez para siempre a los
santos” (Judas 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más
plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado Magisterio, sometiéndose al
cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1
Ts 2,13).”
Las definiciones marianas de la Inmaculada Concepción (1854) y de la Asunción
(1950) son dos ejemplos críticos del sensus fidelium. En ambos casos los papas, Pío IX
y Pío XII, consultaron a los obispos. Y preguntaron a los obispos no sólo por su parecer
como maestros oficiales de la Iglesia, sino también por la fe de los fieles. Se vio en estas
doctrinas el consensus fidelium. Las mismas definiciones parten de la fe universal de la
Iglesia, antes de aportar indicaciones de la Escritura y la tradición.
El Concilio presenta este sentido de la fe como un fruto de la presencia del
Espíritu Santo en la Iglesia, en el corazón de los fieles, a quienes comunica un sentido o
comprensión interior de la realidad revelada. Es una especie de conocimiento intuitivo,
es una cierta connaturalidad con la realidad divina.
Este 'sensus fidei' se da en todos los miembros de la Iglesia en su conjunto y
lleva a una unidad en el asentimiento de fe. Por esta razón cuando el sentido de la fe
dictamina algo con asentimiento universal no puede haber error en él, en cuanto que es
imposible que esa captación intuitiva y común a todos los creyentes, don del Espíritu
Santo, no refleje la Verdad.
El sentido de la fe es infalible porque la fe divina no puede orientarse
hacia algo falso.
Formas del Magisterio y asenso requerido.

Se puede decir que hay tres grados en las enseñanzas del Magisterio: doctrina
de fe divina y católica, doctrinas definitivas y otras doctrinas del Magisterio auténtico.

Doctrina de fe divina y católica

Una doctrina es de fe divina y católica si pertenece al depósito de la fe, y por


ello es propuesta como revelada por Dios. La declaración de que una doctrina es de fe
divina y católica la hace la Iglesia, ya sea mediante el Magisterio solemne o el
Magisterio ordinario y universal.
Estas doctrinas son definidas como verdades divinamente reveladas.
La negación de una doctrina de fe divina y católica es herejía. Por lo tanto, el
sujeto que niegue pertinazmente una de estas doctrinas, incurre en el delito de herejía.
En la historia de la Iglesia hay muchos ejemplos de doctrinas de fe divina y
católica: desde los dogmas cristológicos que se aprobaron en los primeros siglos del
cristianismo hasta la asunción de la Virgen María, el más reciente de los dogmas
marianos aprobados.
Un ejemplo de doctrina de fe divina y católica aprobado por el Magisterio
ordinario y universal de la Iglesia es la enseñanza acerca de la grave inmoralidad de la
muerte directa y voluntaria de un ser humano inocente (aborto).

Doctrina definitiva.

Una doctrina es definitiva si es necesaria para custodiar y exponer fielmente


el depósito de la fe, aunque no haya sido propuestas por el Magisterio de la Iglesia
como formalmente reveladas.
Igual que en el caso anterior, estas doctrinas pueden ser declaradas
solemnemente por el Magisterio de la Iglesia, mediante una enseñanza ex cathedra del
Papa o en un Concilio universal, o pueden ser enseñadas por el Magisterio ordinario y
universal de la Iglesia.
El hecho de que estas doctrinas no sean propuestas como formalmente reveladas,
en cuanto agregan al dato de fe elementos no revelados o no reconocidos todavía
expresamente como tales, en nada afectan a su carácter definitivo, el cual debe
sostenerse como necesario, al menos por su vinculación intrínseca con la verdad
revelada. Además, no se puede excluir que en cierto momento del desarrollo dogmático,
la inteligencia tanto de la realidad como de las palabras del depósito de la fe pueda
progresar en la vida de la Iglesia y el Magisterio llegue a proclamar algunas de estas
doctrinas también como dogmas de fe divina y católica.
Entre estas enseñanzas se pueden citar la doctrina del sacerdocio ministerial
reservado solo a los varones. Con la Carta apostólica Ordinatio sacerdotalis, fechada el
22-V-1994 y publicada el pasado día 30, Juan Pablo II ha declarado que la Iglesia no
tiene la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que esta doctrina
debe ser considerada como definitiva por todos los fieles.
Nada impide que en algún momento el Magisterio decida proclamar que esta
doctrina pertenece al depósito de la fe, y por ello, sea declarada de fe divina y católica.

El asentimiento definitivo

Tanto en las verdades del primer grupo (las que son de fe divina y católica)
como en las del segundo (las definitivas) no hay diferencia en cuanto al carácter
definitivo e irrevocable de la adhesión del fiel.
La diferencia se refiere a la virtud sobrenatural de la fe: en el caso de las
verdades del primer apartado el asentimiento se funda directamente sobre la fe en la
autoridad de la palabra de Dios (doctrinas de fide credenda)
En el caso de las verdades del segundo apartado, el asentimiento se funda sobre
la fe en la asistencia del Espíritu Santo al Magisterio y sobre la doctrina católica de la
infalibilidad del Magisterio (doctrinas de fide tenenda).

Modo de enseñanza del Magisterio.

El modo con el que Magisterio enseña que una doctrina debe ser mantenida por
los fieles (ya sea como de fe divina y católica, ya sea como definitiva) puede ser
bien por medio de un acto definitorio o por un acto no definitorio.
En el caso de que lo haga a través de un acto definitorio, se define solemnemente
una verdad por medio de un pronunciamiento “ex cathedra” por parte del Romano
Pontífice o por medio de la intervención de un concilio ecuménico.
En el caso de un acto no definitorio, se enseña infaliblemente una doctrina por
medio del Magisterio ordinario y universal de los obispos esparcidos por el mundo en
comunión con el Sucesor de Pedro. Los obispos ejercen su magisterio ordinario
principalmente mediante las pastorales o documentos similares; por la edición y
aprobación de los catecismos y otros libros de carácter doctrinal; por los sermones e
instrucciones tenidas a sus fieles, sobre todo en las ocasiones más solemnes; por la
celebración de los sínodos diocesanos; por las contestaciones a las preguntas del Papa
sobre algún punto dogmático.
Un ejemplo de esta última manera de ejercitar el magisterio ordinario se dio no
hace muchos años, cuando el papa Pío XII preguntó a todo el episcopado su parecer
acerca de la definibilidad como dogma de fe de la asunción corporal de María a los
cielos. Los obispos contestaron moralmente todos en sentido afirmativo. En esta res-
puesta unánimemente afirmativa podemos ver el ejercicio del magisterio ordinario
infalible de los obispos, según indicó el mismo papa Pío XII en la constitución
apostólica Munificentissimus Deus: “Este singular consentimiento del episcopado
católico y los fieles, al creer definible como dogma de fe la asunción corporal al cielo de
la Madre de Dios, presentándonos la enseñanza concorde del magisterio ordinario de a
Iglesia y la fe concorde del pueblo cristiano, por él sostenida y dirigida, manifestó por sí
mismo, de modo cierto e infalible, que tal privilegio es verdad revelada por a su Dios y
contenida en aquel divino depósito que Cristo confió Esposa para que lo custodiase
fielmente e infaliblemente lo declarase”.
Muchas verdades de nuestra religión, antes de que alguna herejía hiciera
necesaria una definición, han sido durante muchos siglos verdades de fe divina y
católica por este consentimiento unánime del magisterio ordinario.Ppor ejemplo, en la
verdad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, manifestada continuamente en
sermones, escritos, etc., del magisterio ordinario en los primeros siglos. Sin embargo,
no aparece definición alguna solemne de esta verdad hasta el siglo XVI en el concilio de
Trento contra los protestantes (D 874ss).
Precisamente para evitar posibles evasivas y para que aparezca con toda
evidencia cuándo una doctrina, puesta en duda, es de fe, la Iglesia recurre al magisterio
extraordinario definitorio de los concilios o del Papa.

Cuestión complementaria: Los obispos herejes.


Los obispos son, por voluntad de Cristo, los maestros auténticos e infalibles de
la Iglesia. Sin embargo, en la historia ha habido obispos herejes.
Por otra parte, el mismo San Pablo, escribiendo a su discípulo Timoteo, a quien
constituyó al frente de la iglesia de Éfeso, supone que puede errar, ya que le recomienda
que evite las fábulas profanas (1 Tim 4,7). ¿Están estos hechos en contradicción con la
afirmación anterior de que los obispos constituyen el magisterio auténtico e infalible de
la Iglesia? De ningún modo. Ningún obispo tiene particularmente el don de la
infalibilidad, como lo tiene el Romano Pontífice. Los obispos suceden a los apóstoles,
de forma colectiva; es decir, el colegio episcopal es el sucesor del colegio apostólico.

Otras doctrinas del Magisterio auténtico.

A este grupo de doctrinas, pertenecen todas aquellas enseñanzas, en materia de


fe y moral, presentadas como verdaderas o al menos como seguras, aunque no
hayan sido definidas por medio de un juicio solemne ni propuestas como definitivas por
el Magisterio ordinario y universal.
El fiel les debe asentimiento religioso de voluntad y entendimiento. Estas
ayudan a alcanzar una inteligencia más profunda de la revelación, o sirven ya sea para
mostrar la conformidad de una enseñanza con las verdades de fe, ya sea para poner en
guardia contra concesiones incompatibles con estas mismas verdades o contra opiniones
peligrosas que pueden llevar al error.
La posición contraria a una de estas doctrinas debe ser considerada
como errónea o al menos como imprudente.

Dogma: definición. Significado de la palabra.

Proviene del griego del verbo griego “dokein”: pensar, suponer.


En su sentido original significa lo que a todos o muchos le parece correcto, tanto
en el ámbito filosófico (entendiéndolo como opinión, doctrina, principio...) como en el
jurídico (en cuanto decreto, decisión, resolución...). Otros significados son: “simple
opinión” o “norma práctica de conducta”.

Uso en la Biblia.
Aparece más el sentido jurídico del término. En el Antiguo Testamento lo
podemos encontrar en Dn 2,13: “Promulgando el decreto de matar a los sabios...”,
también en Est 3,9: “Si el rey juzga conveniente publicar un decreto para” y 2 Mac
10,8: “Por público decreto y voto prescribieron...” (verbo).
A su vez en el Nuevo Testamento, se lo encuentra en Lc 2,1: “Sucedió que por
aquellos días salió un edicto de César...”; Hch 17,7: “... todos ellos van contra los
decretos del César...”.
También encontramos el sentido filosófico, debido a la influencia de Flavio
Josefo y Filón que denominan dogma a la ley mosaica contraponiéndola a los dogmas
filosóficos. Por ejemplo en Ef 2,15: “anulando en su carne la Ley de los
mandamientos...” y en Col 2,14:“...la de las prescripciones con sus cláusulas...”.
Aunque el texto fundamental es el de Hch 16,4 («Conforme iban pasando por las
ciudades, les iban entregando, para que las observasen, las decisiones (δογµατα)
tomadas por los apóstoles y presbíteros en Jerusalén») donde se prepara, en cierta
manera, la conexión de los dos sentidos que tendrá lugar posteriormente. No tenemos el
concepto en sí, pero sí se puede hablar del “prototipo del dogma”.

Definición

Es en el Concilio Vaticano I donde se define explícitamente al “dogma” como la


verdad que tiene que ser objeto de fe divina y católica: lo que está contenido en la
Palabra de Dios escrita o transmitida y que es propuesto por la Iglesia como revelado
por Dios, bien sea por medio de una declaración solemne, bien por medio del magisterio
universal y ordinario. Así lo vemos en la constitución dogmática Dei Filius (24-IV-
1870) en su capítulo III dedicado a la fe: “Ahora bien, deben creerse con fe divina y
católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o
tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente
reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio”.
Por tanto, determina que el magisterio puede dictar sobre cuestiones de fe tanto
en “solemne juicio” (magisterio extraordinario) como en “su ordinario y universal
magisterio” (magisterio ordinario); y que los creyentes tienen que aceptar estas
decisiones “con fe divina y católica”.
a) Elemento material: “aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o
tradicional”. Por tanto, el dogma se refiere siempre a la revelación divina.
Posteriormente el Concilio al definir la infalibilidad pontificia hablará de la doctrina de
“fe y costumbres” como materia sobre la que se puede pronunciar el magisterio
infalible. Si se añade el contenido dado por el Vaticano II en DV 6 y 11 sobre que Dios
ha querido la revelación para manifestarse a sí mismo y los planes de su voluntad
relativos a la salvación de los hombres, tenemos una visión más amplia. Por tanto,
solamente lo que hace referencia a Dios y a la salvación de los hombres puede ser
considerado formalmente revelado, este es el único contenido posible de la doctrina que
concierne a la fe y las costumbres.
b) Elemento formal: “propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente
reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio”, es decir,
bajo la forma de definición solemne del Papa o de un concilio, o bien por el magisterio
ordinario, en la proclamación de fe hecha por todos los obispos dispersos por todo el
mundo y en unión con el Papa, que predican como revelada una determinada verdad
(Cf. LG 25). Por consiguiente, se sitúan en el mismo plano las verdades proclamadas
solemnemente y las que son enseñadas como reveladas por el magisterio ordinario. De
ahí que puede haber no solamente dogmas meramente materiales que no han sido nunca
propuestos por el magisterio como verdades reveladas, sino también dogmas en el
sentido formal del término que no han sido objeto de definición.
La Comisión Teológica Internacional (en adelante: CTI), en su documento “La
interpretación de los dogmas” de 1988, distinguiendo entre dogmas en sentido amplio y
en sentido estricto.
Dogmas en sentido amplio es una verdad contenida en la Revelación divina.
Dogma, en sentido estricto, es “una doctrina, en la que la Iglesia proclama de tal modo
una verdad revelada de forma definitiva y obligatoria para la totalidad del pueblo
cristiano, que su negación es rechazada como herejía y estigmatizada con anatema”.
Por tanto concurren dos elementos, uno doctrinal y otro jurídico, que deben ser
integrados.
En la declaración de un dogma la Iglesia toma conciencia de modo definitivo de
su fe en un punto determinado y reconoce que la afirmación que ella enuncia entonces
tendrá que mantenerse para siempre y obligatoriamente. Es decir, no es que en un
momento concreto se proclama como verdad algo que antes no lo fuera, sino que se
toma conciencia clara y refleja de que esa verdad ha pertenecido siempre de algún modo
al patrimonio de la Iglesia. También es el resultado de una audición histórica de la
Escritura; representa un punto de convergencia de diversos testimonios escriturísticos.
Propiedades del dogma.

Las propiedades del dogma que son:

1) Expresión de la verdad revelada;


2) En forma de un juicio (axioma doctrinal);
3) Es expresión infalible de la fe;
4) Por lo mismo obligatorio en conciencia;
5) A pesar de haber surgido en virtud de unos determinados problemas históricos.

Los dogmas pueden ser divididos:


Según su contenido y su importancia: en dogmas generales (verdades
fundamentales del cristianismo) y especiales (artículos fundamentales, artículos de fe,
«regula fidei»). Aunque se debe acentuar la igualdad formal de todos los dogmas, como
garantizados por Dios y definidos por la Iglesia, sin embargo dicha distinción está
justificada según la importancia salvífica del objeto a los que se refieren.
Según la relación con la razón: en dogmas que sólo pueden conocerse por la
revelación, y los cuyos contenidos pueden conocerse también por la razón natural).
Según la proposición por parte de la Iglesia: en dogmas formales y meramente
materiales, según que el elemento formal se dé ya o todavía no se dé en el dogma.

El condicionamiento histórico.

Uno de los problemas fundamentales más recientes al respecto es el de la


relación entre el carácter histórico del dogma y su pretensión de ser una verdad
universal. Así, por ejemplo, igual que en el s. XIX A. Von Harnack hablara de la
“deshelenización” del dogma cristiano, ahora, desde las teologías africanas, asiáticas y
latinamericanas, se habla de la “desoccidentalización” del dogma.
Los pronunciamientos magisteriales sobre el condicionamiento histórico de los
dogmas son los siguientes:
Juan XXIII: Discurso inaugural del Concilio Vaticano II (1962): “Es necesario
que esta doctrina cierta e inmutable, a la que se debe prestar fiel asentimiento, sea
estudiada y expuesta en conformidad con la exigencia de nuestro tiempo. En efecto, una
cosa es el depósito de la fe, es decir, las verdades contenidas en la doctrina revelada, y
otra cosa el modo de expresar estas verdades conservando, sin embargo, su sentido y su
acepción”.
Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes, (1965): “Por otra parte, los teólogos,
guardando los métodos y las exigencias propias de la ciencia sagrada, están invitados a
buscar siempre un modo más apropiado de comunicar la doctrina a los hombres de su
época; porque una cosa es el depósito mismo de la fe, o sea sus verdades, y otra cosa es
el modo de formularlas, conservando el mismo sentido y el mismo significado”.
Pablo VI: Exhortación Apostólica «Quinque iam anni» (1971): “Debemos
aplicarnos hoy con todo empeño a conservar en la doctrina de la fe la plenitud de su
significación y todo su alcance, expresándola, sin embargo, de manera que hable al
espíritu y al corazón de los hombres, a quienes va dirigida”.
Congregación para la Doctrina de la Fe: Declaración «Mysterium Ecclesiæ»
(1973): “Por lo que se refiere a este condicionamiento histórico, se debe observar ante
todo que el sentido de los enunciados de la fe dependen en gran parte de la fuerza
expresiva de la lengua en una determinada época y en determinadas circunstancias.
Ocurre, además, no pocas veces que una verdad dogmática se expresa en un principio de
modo incompleto, aunque no falso, y más adelante, vista en un contexto más amplio de
la fe y de los conocimientos humanos, se expresa de manera más plena y perfecta. La
Iglesia, por otra parte, cuando hace nuevos enunciados, intenta confirmar o aclarar las
verdades ya contenidas, de una manera o de otra, en la sagrada Escritura o en
precedentes expresiones de la tradición, pero al mismo tiempo suele pensar en resolver
ciertas cuestiones o también extirpar errores: todo esto hay que tenerlo en cuenta para
entender bien tales enunciados. Finalmente hay que decir que si bien las verdades que la
Iglesia quiere enseñar de manera efectiva con sus fórmulas dogmáticas se distinguen del
pensamiento mutable de una época y pueden expresarse al margen de estos
pensamientos, sin embargo, puede darse el caso de que tales verdades pueden ser
enunciadas por el sagrado magisterio con palabras que sean evocación del mismo
pensamiento...”.
De lo dicho se puede deducir las siguientes ideas. Los dogmas, en la mayoría de
los casos, están motivados por determinadas circunstancias históricas que obligaron a la
Iglesia a declarar, exponer o defender alguna verdad revelada y contenida en la Sagrada
Escritura.
Por este motivo, podríamos decir que son declaraciones temporales, por lo que
para su interpretación conviene tener en cuenta sus distintos condicionamientos:
lingüístico, por lo que todo dogma se expresa de una manera incompleta; y de su
horizonte, pues está referido a una situación en la que surge. Todos estos
condicionamientos no se deben tanto al carácter de misterio de la verdad revelada,
cuanto a la limitación propia de la naturaleza humana.
Una afirmación que debe ser entendida dentro del contexto de la comunidad
eclesial en el que se verifica. Solamente en la comunidad de la Iglesia tiene sentido la
aceptación del dogma definido por la autoridad magisterial, es su carácter eclesial que
como consecuencia incluye normalmente una regla de lenguaje y de terminología que
puede ser vinculante para el creyente, en cuanto que sólo por medio de la palabra se
puede llegar a una formulación y común confesión de fe: es algo inseparable de la
condición esencial del dogma. Por esta razón no se puede, en ocasiones, prescindir por
pura arbitrariedad de la terminología aceptada y sancionada por la Iglesia.
Además hay que ser conscientes del aspecto provisional de toda formulación
dogmática, en cuanto que se refiere a un misterio.

Verdad y validez perenne.

El condicionamiento histórico, no relativiza su verdad ni su sentido profundo. A


pesar de las limitaciones del lenguaje y la necesidad de una posterior profundización, se
ha de mantener el sentido originario del dogma, su verdad. En este sentido se expresó el
Concilio Vaticano I al afirmar: “Y, en efecto, la doctrina de la fe que Dios ha revelado,
no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los
ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para
ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí que también hay que
mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la
santa madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de
una más alta inteligencia. “Crezca, pues, y mucho e intensamente, la inteligencia,
ciencia y sabiduría de todos y de cada uno, ora de cada hombre particular, ora de toda la
Iglesia universal, de las edades y de los siglos; pero solamente en su propio género, es
decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia” (Constitución
Dogmatica Dei Filuis, Concilio Vaticano I). (DH 3020)
Y en el respectivo canon afirma: “3. Si alguno dijere que puede suceder que,
según el progreso de la ciencia, haya que atribuir alguna vez a los dogmas propuestos
por la Iglesia un sentido distinto del que entendió y entiende la misma Iglesia, sea
anatema” (canon 3).
El Concilio rechaza toda nueva explicación moderna, o dicho de otra manera,
toda nueva interpretación ideológica. Sin embargo, reconoce un crecimiento y
profundización progresiva, pero manteniendo siempre el mismo sentido. Por ejemplo,
desde un principio se admitió que por las palabras de la consagración el pan se cambia
en el cuerpo de Cristo. Pero la palabra transubstanciación (cambio de una substancia en
otra) la empleó por primera vez la Iglesia en el IV Concilio de Letrán, 1215.
La declaración Mysterium Ecclesiæ en el citado nº5 lo dice explícitamente: “Por
lo demás, el sentido mismo de las fórmulas dogmáticas es siempre verdadero y
coherente consigo mismo dentro de la Iglesia, aunque pueda ser aclarado más y mejor
comprendido. Es necesario, por tanto, que los fieles rehuyan la opinión según la cual, en
principio, las fórmulas dogmáticas (o algún tipo de ellas) no pueden manifestar la
verdad de modo concreto, sino solamente a base de aproximaciones mudables que la
deforman o alteran de algún modo; además, las mismas fórmulas manifiestan solamente
de manera indefinida la verdad, la cual debe ser, por tanto, buscada a través de aquellas
aproximaciones. Los que abracen tal opinión no escapan al relativismo teológico y
falsean el concepto de la infalibilidad de la Iglesia que se refiere explícitamente a la
verdad que hay que enseñar y mantener...” (DH 4540).

Progreso dogmático.

La evolución de los dogmas es, primeramente, un hecho histórico indiscutible.


El carácter histórico propio del espíritu humano y del lenguaje humano significa que el
hombre halla su identidad sólo en el tiempo y en la historia, pero que ésta, a su vez, se
basa en su apertura infinita. En este sentido, hay que decir, desde un punto de vista
meramente filosófico, que en las afirmaciones históricamente limitadas y condicionadas
puede expresarse lo permanentemente válido e incondicionado. Por otro lado, lo que en
un momento determinado fue objeto de una definición dogmática no siempre se afirmó
con la misma claridad en etapas anteriores. Además, la existencia misma del dogma
significa que se da una evolución en la formulación de la fe; si no se diera esta
evolución, no existiría el dogma.
Con respecto a la revelación con anterioridad a Cristo sí es oportuno hablar de
un progreso y de un crecimiento de la revelación; sin embargo, estas palabras no pueden
ser utilizada después del acontecimiento Cristo. Por eso, es preferible hablar de una
evolución o de un desarrollo del dogma, más que de un progreso.
Este crecimiento en la inteligencia del mensaje se convierte en estricto progreso
dogmático cuando la mayor inteligencia adquirida es proclamada infaliblemente por el
magisterio de la Iglesia como verdad contenida en el depósito de la revelación, es decir,
como dogma. Si la revelación es un depósito cerrado desde el período apostólico, como
se afirma, esto quiere decir que los nuevos dogmas tienen que estar contenidos
objetivamente en él desde el principio. Aquí radica el problema del desarrollo de los
dogmas: demostrar la coincidencia de los dogmas posteriores con la revelación en
Cristo y en los apóstoles.

El Espíritu Santo, principio activo del desarrollo dogmático.

Como todos los acontecimientos de la vida eclesial, la evolución del dogma se


cumple por iniciativa divina, por la acción del Espíritu Santo. El asiste a los creyentes y
los guía hacia una penetración más profunda de las verdades divinas. Sin su asistencia
no se podría reconocer en Jesús al Señor resucitado (I Cor. 12,3) y no se podría conocer
la verdad de Cristo. El Espíritu Santo no viene a hacer nuevas revelaciones a la Iglesia,
sino a conducirla al conocimiento fiel y pleno de lo que Dios ha expresado a través de
su Hijo Jesucristo. Su asistencia es múltiple y diversificada, y a cada uno de los
creyentes da la asistencia según el oficio propio dentro de la comunidad eclesial (cf. I
Cor. 12,4-11) repartiendo múltiples carismas. Por ello no se puede oponer la asistencia
del Espíritu Santo al Magisterio a aquella que da a los fieles y a los teólogos, ni
contraponer el carácter pneumático del pueblo de Dios, al carácter particular del teólogo
o a la acción pastoral, magisterial y jurídica de la Jerarquía. El Espíritu Santo es
entonces quien guía doctrinalmente a la Iglesia. El Magisterio sólo está a su servicio.
Este servicio a la revelación no está, sin embargo, desencarnado de la historia, sino que
se realiza en ella. Por esta razón el camino de la verdad se reafirma históricamente a
través de múltiples búsquedas, en las que muchas veces tiene que enfrentarse a las
desviaciones heréticas, nacidas siempre en esa perspectiva de progreso y adaptación.
Tipos de documentos magisteriales.

Encíclica

Deriva de “carta circular”. Es relevante a partir de Benedicto XIV (1740-1758).


Se caracteriza por no presentar definiciones dogmáticas, sino más bien es la expresión
de la misión docente del papa y de su magisterio ordinario cual doctrina católica, es
decir como doctrina no definida solemnemente pero reconocida como cierta y revelada,
a no ser que se dé una indicación diversa.
En el posconcilio se ha orientado haca un documento de índole especialmente
pastoral como (ut unum sint), en cuanto a la moral es de destacar la Veritatis splendor
de 1993 de San Juan Pablo II y particularmente Evangelium vitae (1995), con
enseñanzas en forma definitiva (ejemplos nº 57, 62 y 65). También Benedicto XVI y
Francisco han utilizado este tipo de documentos.

Carta decretal.

Una epístola decretal (en latín episola decretalis o litteræ decretales) es una carta
mediante la cual el Papa, en respuesta a una petición, dicta una regla en materia
disciplinaria o canónica.
Es una de las más solemnes formas de pronunciamiento papal usado habitualmente para
las canonizaciones de los santos.

Constitución apostólica.

Es la forma más solemne de los documentos legislativos del papa, base de la


reforma poscinicliar tanto de la liturgia (Missale Romanum) como del Código de
derecho Canónico de 1983 (Sacrae Disciplina Legis )y del Catecismo de la Iglesia católica
de 1992 (Fidei depositum).
Carta apostólica.

La carta apostólica (en latín: Epistola apostolica, o bien Litterae Apostolicae) es


un tipo de documento oficial elaborado por el Pontífice de la Iglesia católica y dirigida a
un destinatario concreto, aunque no faltan casos de cartas dirigidas a toda la Iglesia.
Se está multiplicando su uso para pronunciamiento importantes como la
Ordinariato sacerdotalis de 1994, referida a la ordenación sacerdotal reservada sólo a los
hombres.

Motu proprio.

Se trata de una forma especìfica de Carta apostólica, resultado de la iniciativa


personal del papa, que constituye la fuente más común de la legislación canónica. Por
ejemplo Mitis et misericors Iesus (2015), sobre la entrada en vigor de la reforma al
Código de Derecho Canónico.

Exhortación apostólica.

Se trata de una forma de documento usado con frecuencia en estos últimos años,
habitualmente como conclusión de cada Sínodo de Obispos, de ahí su nombre habitual
de Exhortación postsinodal, como ejemplo podemos citar la Verbum Domini (2010) de
Benedicto XVI o Amoris laetitia (2016) de Francisco.
Todas ellas no tienen un carácter directamente legislativo sino más bien exhortativo-
persuasivo, que acentúa su dimensión pastoral.

Bula apostólica.

Son documentos solemnes, que llevan por tradición un sello incorporado, que
son expedidos por la Cancillería Apostólica papal sobre determinados asuntos de
importancia dentro de la administración clerical e incluso civil, constituyéndose en uno
de los instrumentos más extendidos en los que se fundamenta y expande la autoridad del
pontífice. Se usan ampliamente para la designación de obispos.
Breve.

La introducción de los breves, a comienzo del pontificado del Papa Eugenio


IV (1431), se promovió claramente debido al mismo deseo de más simplicidad y rapidez,
los que ya habían sido responsables de la desaparición de las bulas grandes y la
adopción general de la menos pesada mandamenta.
Un breve (“breve”, es decir, “corto”) era una carta papal compendiosa que
prescindía de las formalidades previas. Era escrito en vitela, es decir, doblada y sellada
con cera roja con el Anillo del Pescador. Primero aparecía arriba el nombre del Papa,
normalmente escrito en letras mayúsculas así: PIUS PP III; y en lugar del saludo formal
en tercera persona usado en las bulas, el breve enseguida adoptaba una forma directa de
apelación, por ejemplo, Dilecte fili, Carissime in Christo fili, donde la frase se adaptaba
al rango y carácter del destinatario. La carta comienza a modo de preámbulo con una
declaración del caso y causa del escrito, el cual era seguido por ciertas instrucciones sin
cláusulas amenazadoras u otras fórmulas.

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