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FACULTAD DE HUMANIDADES Y ARTES

LITERATURA CONTEMPORANEA

PARTE ESPECIAL DE LITERATURA ITALIANA

Trabajo Evaluativo
La última hija, la última madre
Una lectura de Accabadora de Michela Murgia

Profesor: Federico Ferroggiaro

Carrera: Letras

Estudiante: Luis Pedro Farruggio, Leg. F_2453

Rosario, 1 de septiembre de 2020


La última hija, la última madre

Una lectura de Accabadora de Michela Murgia

Cerdeña es un mundo de reglas y prohibiciones atávicas,


…en última instancia, el modelo de île prison (…) islas "depósito", la historia
parece depositarse en ellas como un espeso velo de polvo, los ritmos se vuelven
lentos y de larga duración, en consonancia con las vicisitudes geológicas y
geográficas, dando vida a formaciones culturales de un gran arcaísmo e inmovilidad
(Moreno, 2000, p.154).
La organicidad de este mundo se expresa en una comunidad que se desenvuelve por
instinto, que sabe cómo enfrentar las situaciones de la cotidianeidad sin demasiados
preámbulos a partir de tácitos pactos compartidos. Sabe qué vínculos no deben ser violados,
sabe cómo reunir dos soledades, sabe cómo imponerse a lo categórico de las circunstancias.
“Ci sono posti dove la verità e il parere della maggioranza sono due concetti sovrapponibili,
e in quella misteriosa geografia del consenso, Soreni era una piccola capitale morale”
(Murgia, 2009, p.62).
La propuesta de Michela Murgia de explorar esas complejidades silenciadas que
organizan las vidas en lo más íntimo de sus tramas y conflictos a través de una novela como
Accabadora, por medio de una lengua poética sencillamente fluida, se transforma en un
discurrir calmo y vivificante que proporciona los medios para interrogar tanto dudas como
certezas. Es el relato de un universo otro en el cual las cuestiones que son asuntos de todos,
como el nacimiento, la agonía y la muerte, tienen respuestas claras y convenientes al mejor
bien de una comunidad rural insular que, en su condición, se autoconcibe sólo como
comunidad comunitaria, como “…quando gli oggetti e il loro nome erano misteri non
ancora separati dalla violenza sottile dell’analisi logica” (Murgia, 2009, p.23).
Si son las protecciones religiosas y las culpas las que retienen en vida sin permitir la
paz de la liberación del sufrimiento interminable, Bonaria Urrai estaba libre de ambas. Pero
no moría sencillamente porque no moría. La visita de Andria la había liberado, al fin, de
cualquier culpa que Maria pudiese hasta ese momento recriminarle, pero el ‘buen aire’ no
llegaba para Bonaria.
Que Mariedda Listru, la cuarta hija de Anna Teresa, esa niña que estaba pronta a
considerarse antes que nadie la última, hubiese sido pedida como fill’e anima por la vieja
modista Bonaria a su edad parecía un misterio que nadie llegaba muy bien a comprender en
Soreni. Sin embargo la ecuación no era simétrica “Perché: Anna Teresa Listru avesse dato
la figlia minore alla vecchia, a Soreni lo si capiva anche troppo bene” (Murgia, 2009, p.5).
Pobre, viuda de un marido que no le había dejado pensión alguna, Anna Teresa se las veía
negras para llevar adelante su familia con cuatro hijas y si aceptar la solicitud de Bonaria le
servía al menos para asegurarse un plato con comida sobre la mesa, el precio estaba mejor
que pagado.
Ocurre que “Le colpe, come le persone, iniziano a esistere se qualcuno se ne
accorge” (Murgia, 2009, p.145). Y Bonaria, esa mujer distante y silenciosa, viuda sin
consumación, femenino de héroe, había visto a Maria en su abandono, en su condición de
última, de resto y error, hurtando frutas en un almacén en el absoluto desamparo de todo
gesto amigable. Tal vez eso que había sentido en la niña era su mismo abandono, su mismo
ser para nadie, entonces así comenzó a existir María a su amparo despertando todo tipo de
comentarios insidiosos al pasear juntas por las calles del pueblo. Sin embargo, Bonaria
simplemente se ocupará de criar a la niña, la hará su heredera sin esperar a cambio
absolutamente nada. Pero ese pacto supone, también en lo tácito, la disposición a brindar
cuidado y compañía cuando eso haga falta. Así, este segundo nacimiento de Mariedda
tejerá entre ellas una trama de juegos identificatorios imposibles de eludir.
Las atenciones de Tzia Bonaria -que le había brindado otra vida, una casa y espacios
inimaginadamente propios- resultaban un universo completamente nuevo para María. Pero
por sobretodo la vieja modista le había brindado una libertad plena en un clima de absoluta
simplicidad, “... e tutt’a un tratto era come se fosse stato sempre così, anima e fill’e anima,
un modo meno colpevole di essere madre e figlia” (Murgia, 2009, p.18). El lazo con los
fill’e anima es blando, la autoridad arbitraria de los lazos de sangre resulta transformada en
un apego sostenido en la decisión de llevar adelante ese modo de existir con otro u otros en
un lugar distinto al de origen. Sin embargo, sin saberlo, a Bonaria la unía a Maria algo más
que la decisión de cuidar de ella. Había en ambas una materia que daba sentido secreto a
esa fusión. Eran ambas sujetos al margen, sujetos desujetados de los lazos del amor. Maria
lo enuncia en clave inconsciente cuando dice a Bonaria “…io credo che voi siete la mia
famiglia. Perché noi siamo più vicine” (Murgia, 2009, p.25). Y esta proximidad no sólo se
refiere a espacio-tiempo -atraviesa esas dimensiones- se clava en la condición de la propia
existencia de ambas. Maria era la última, pero también lo era Bonaria “– L’ultima. Io sono
stata l’ultima madre che alcuni hanno visto” (Murgia, 2009, p.117).
Bonaria y Maria viven como madre e hija y mucho será lo que la niña habrá de
apender de Tzia Bonaria. Junto con el arte de la costura, aprenderá que habrá guerras y que
hay que prepararse para enfrentarlas y sobrevivirlas “– Perché Arrafiei era andato sulla
neve del Piave con scarpe leggere che non servivano, e tu invece devi essere pronta. (...) tu
dalle guerre devi tornare, figlia mia” (Murgia, 2009, p.26). Aprenderá a luchar con calma y
con sabia comprensión haciéndole frente a la vida que, desde la serpenteante arbitrariedad
de esas calles de Soreni que terminan en los patios de las propias casas hasta la perfecta
ortogonalidad de las de Turín, encierra ilusiones, desilusiones, amenazas, y muerte.
También aprenderá que nunca debe decirse de esta agua no beberé.
El día en que Andria le relató los sucesos de la noche de todos los santos durante el
velorio de Nicola, “… nessuno dei due percepì come in quella casa si stesse consumando in
spazi diversi il pianto funebre non di una, ma di tre perdite: il respiro di Nicola, l’innocenza
di Andrìa, e la fiducia di Maria Listru in Bonaria Urrai” (Murgia, 2000, p.105). La fe de
Maria se anegaba, aún más, en los recuerdos de aquellas incertidumbres por las salidas
nocturnas de Tzia Bonaria y el aura misteriosa de sus largos silencios taciturnos que no
llegaba a comprender junto con el desconcierto que le provocaba la sombra de espanto que
solía brotar en algunos que la encontraban a su paso. Todos en Soreni sabían de Bonaria
aquello que Maria había ignorado siempre: confeccionaba ropa, sí, pero cuando era
necesario estaba preparada para llegar al lugar en el que se espera una muerte al fin “dove
atto illecito sarebbe parso piuttosto il non far nulla” (Murgia, 2009, p.93). Allí donde
piedad y crudeza se confunden, allí donde debe ejecutarse el acto de la última madre, la
acabadora, sujeto signado por una sabiduría casi milenaria de los misterios de la vida y de
la muerte.
El súbito despertar de Maria ante una verdad tan sabida por todos pero ignorada por
ella, la obliga a abandonar a esa mujer, que en un instante se le revela otra. La maestra
Luciana le sugiere comenzar una nueva vida, lejos de conflictos y murmuraciones. Le
consigue una ocupación en una casa de la pequeña burguesía piamontesa, en Turín como
niñera de los hijos de los Gentili. Maria acepta, emprende el cruce de puentes. En el
transbordador entre Olbia y Génova experimenta la sensación transformadora, y este
impulso la convierte, en el tránsito, en acabadora de recuerdos. “En el interior de las
fronteras, el extranjero estaría ya del otro lado, exotismo o aquelarre de la memoria,
inquietante familiaridad. Todo sucede como si la delimitación misma fuera el puente que
abre el interior a su otro” (Certau, 2007, p.141). Sin embargo, otro frio ausente de color la
espera del otro lado -blanco de hospital, frio de despojo- familiaridad y vacío. Igual que lo
relataba el refrán del juego que jugaba con Ana Gloria “– Custu est su procu, custu dd’at
mottu, custu dd’at cottu, custu si dd’at pappau et custu…(...) – …mischineddu! No ndi
nd’est abarrau!” (Murgia, 2009, p.126/127) que hacía reír tanto a la niña que no sabía como
María lo que significaba vivir en una familia pobre de cuatro hijos. En Turín se enfrenta
con la sorpresa del retorno de aquellas imágenes de identidad que había creído enterrar en
la travesía. Enfrenta la incomprensión, y el crudo desmoronamiento de sus fantasmas. Todo
se mezcla, se confunde, se estrella. Maria debe regresar a Soreni soportando durante el
regreso el sabor amargo de las expectativas frustradas y la opresión de tener que responder
al compromiso que le imponen las circunstancias. En esta travesía de retorno no dejaba de
leer la nota de su hermana Regina que decía: “Mariedda mia, torna prima che puoi: Bonaria
Urrai ha avuto un’ittus, e forse muore” (Murgia, 2009, p.143).
En Soreni Maria encuentra a Bonaria en su convalecencia, asiste a la enferma con
toda su dedicación y empeño. Permanece observante a su lado. Entre ambas se entabla la
letanía de un largo diálogo mudo -silencio, sólo silencio. Miradas en la oscuridad, como
antes, en tiempos de la niñez de Maria cuando Bonaria la observaba mientras dormía. El
tiempo transcurre lento, Bonaria describe un prolongado viaje que sólo conduce por
territorios de mayor y mayor lejanía pero sin destino aparente. Los quejidos de la agonía
comienzan a lastimar a María, esa última hija frente a frente con esa última madre. Sólo
faltaba una resuelta decisión, un único acto, ese que Maria ya no soportaba refrenar.
Si el último beso, ese que le permitió a Maria intuir que Bonaria estaba en paz al fin,
se lo dio antes de ejecutar la acción acabadora o si fue después se pierde porque como todo
personaje literario, estas mujeres están hechas de esa materialidad que otorgan las letras.
“En el tiempo real, en la historia, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas
alternativas opta por una y elimina y pierde las otras; no así en el ambiguo tiempo del arte,
que se parece al de la esperanza y al del olvido” (Borges, 1982, p.110). Por esto eso no
importa, Mariedda había hecho, al fin, las paces con la recriminación y la duda. Había
comprendido que ‘de esa agua no beberé’ era una frase vacía, signada a su falsación cuando
la necesidad o la urgencia pone frente a la copa irrefutable y, así, uno deviene
definitivamente otro, ese que está más allá de esa que se creía una frontera infranqueable.
BIBLIOGRAFÍA
Fuente
Murgia, Michela. (2009). Accabadora. Trento, Italia: Einaudi. Recuperado de
http://download.istella.it/user/52d4876a247819e008000063/originals
Referencias
Borges, Jorge Luis. (1982). “El Falso Problema De Ugolino” en Nueve Ensayos Dantescos.
Madrid, España: Espasa-Calpe.
Certau, Miguel de (2007). “Relatos de espacio” en La invención de lo cotidiano. D.F.,
México: Universidad Iberoamericana.
Moreno, J. S. (2000). La esfinge sarda: la cuestión del paleosardo y sus parientes. Nouvelle
revue d’onomastique, 35-36, 153-186. Recuperado de
https://www.persee.fr/doc/onoma_0755-7752_2000_num_35_1_1371

Luis Pedro Farruggio

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