Está en la página 1de 5

Amanda Matta

TUTORÍA Y ORIENTACIÓN
Primera actividad: Presencia y ausencia de agentes
educativos en la etapa escolar

Javier Caldentey Carretero


Grupo TF

No cabe duda de que tanto la tutoría como la orientación conforman las


bases del pensamiento y el desarrollo de un alumno, puesto que estas
condicionan, canalizan y encauzan a los frágiles adolescentes. Las ilusiones, los
delirios e incluso las convicciones de los estudiantes más esperanzados y
sensatos se pueden ver mermadas, desgraciadamente, por la ineptitud, la torpeza,
la abulia -o simplemente mala gestión- de un desencantado tutor y orientador.
Realmente resulta desolador cuando un adolescente presenta unas creencias de
futuro laboral (ergo personal) y no es asesorado como debiere. Siendo más
concretos, yo mismo he sido observador periférico de dolorosos escenarios como
este. Varios compañeros de instituto, cuyas cualificaciones no eran óptimas y
presentaban más problemas que los demás compañeros para comprender las
lecciones, querían proseguir sus estudios en Bachillerato, mas la orientadora del
centro consideró que debían acabar la secundaria y comenzar a trabajar. No
obstante, la mayoría de esos pasivos oyentes encontraron el suficiente valor -fuera
del centro- para continuar estudiando, y hoy día son graduados en diferentes
carreras del ámbito sanitario y económico.

Sin embargo, debo remarcar que algunas clases de tutoría durante la


secundaria fueron ciertamente estimulantes. Desde la primaria hasta cuarto de la
ESO estuve en un centro concertado lasaliano, dónde se promulgan valores como
la paz, la solidaridad y la hegemonía -que también se difunden en la escuela
pública, pero desde una visión más laica-. En este afán pacificador y espiritual, las
clases de tutoría se convertían parcialmente en sesiones de HARA 1, un proyecto
1
Explicación recuperada de: https://www.hara.es (Consultado el 9 de octubre de 2021).
Amanda Matta

de meditación -similar a las técnicas budistas- para conectar con uno mismo y
relajarse corporalmente. El objetivo de estas medias sesiones era desenfrenarse
para corregir los malos pensamientos y ser más eficiente y productivo en las
lecciones de las demás asignaturas, gracias a los ejercicios musculares y de
respiración. Considero, pues, que es un método -quizá poco ortodoxo, pero eficaz-
de enmendar a los alumnos y que debería ser recuperado en la mayoría de las
aulas, tanto públicas como privadas.

En mi experiencia personal, debo destacar que siempre he tenido unas


metas claras, con mi gran determinación e ímpetu, a pesar de las constantes
peticiones por parte de mis familiares de escoger un grado universitario de
ciencias o de políticas, y no de literatura. Aquí huelga remarcar otro problema de
vital importancia: no hay carreras con salidas, sino personas con salidas.
Asociamos las ciencias con éxito, mas la gloria reside en la satisfacción personal y
en el hecho de encontrarse cómodo en tu empleo y realizado con tus acciones.
Para mí, la educación siempre ha sido la vía de escape, la praxis más directa,
para ejecutar la orientación y enseñanza que no recibí -al menos, orientación
laboral-. La orientación, desde mi esperanzadora óptica, resulta el culmen de toda
una vida observando a unos profesores desengañados, un tutor sin ánimo de
enfocar pasiones y uno -o dos- orientadores perdidos en el angosto mar de la
aversión y la frialdad.

Prosiguiendo con el análisis de la orientación recibida, volviendo a la etapa


de secundaria, grosso modo podríamos calificar la atención recibida como -casi-
inexistente. Centrándonos en la orientación del centro, la psicopedagoga escolar
consideró que, en vez de realizar una atención centrada y particular en cada
estudiante, era un mejor sistema el “dejar la puerta de su despacho abierta” -literal
y metafóricamente- por si alguien “se dejaba caer por ahí”, en palabras textuales.
Este arranque de pasotismo evidencia una falta de motivación, y esta desgana por
la instrucción se contagia al alumnado. A penas recuerdo cuatro o cinco
compañeros que asistieron a orientación durante todos los cursos de primaria y
Amanda Matta

secundaria, y en la mayoría de ellos el problema se mantuvo irresoluble.


Aprovecho mi experiencia individual para condenar este entreabrir de puertas,
esta carencia de profesionalidad y el hecho de pensar que los estudiantes irán por
su propia cuenta a un orientador. La acción psicológica recae directamente en
chicos y chicas de entre seis y dieciséis años. En la etapa primaria no voy a
centrarme porque me consta que, al menos en mi centro, se están arrancando
nuevas medidas de instrucción, pero en la secundaria los adolescentes tienen
muchos miedos, fobias, carencias y creencias mal infundadas. Estas falacias y
clichés arraigan en la pubertad y se deslizan hasta la etapa adulta, alcanzando
con éxito cada rincón de nuestro imaginario. De este modo, los adultos también
creen que ir al psicólogo está mal visto y denota debilidad o desequilibrio, aunque
no son conscientes de que, de la misma manera que vamos al médico cuando
padecemos una dolencia, deberíamos ir al psicólogo cuando nos sentimos
extraviados. Extrapolado al ámbito educativo, si no hacemos hincapié en que si
nos sentimos perdidos debemos asistir a orientación, los prejuicios comentados
anteriormente se dispersarán ad nauseam.

Centrándonos en la etapa de Bachillerato, cabe remarcar que la


organización de un centro público es distinta y difiere de la de un centro privado -o
así sucede en gran medida en España-. En mi centro, las tutorías eran más
metodológicas y bajo la supervisión del centro, aunque no tengo un diáfano
recuerdo de ellas. La mayoría se centraban en sugerencias, ruegos y peticiones
por parte del estudiantado hacia las demás clases y, en segundo curso (el previo a
la enseñanza universitaria) a proponernos un brainstorming o lluvia de ideas sobre
qué estudiar, en el caso de no tenerlo decidido aún. La mayor parte de mi curso lo
decidió el último semestre, ya que se mostraban indecisos ante un abanico tan
amplio de posibilidad y grados, y las pocas personas que cuya decisión era
rotunda, nos dedicábamos a asesorarnos inter nos. No sé hasta qué punto es
buena o mala idea, porque quizá alguien ya había escogido una carrera
universitaria, pero no por vocación, sino porque la considera sencilla y la nota de
corte era la mínima, ergo no se vería en posición de asesorar a los compañeros.
Amanda Matta

En cuanto a la atención con la orientadora del centro, sí era obligatoria una única
sesión con ella para aclarar dudas en cuanto a la elección del centro universitario
y la carrera. Mi sesión duró a penas diez minutos, ya que fui con una única opción
-pensada y repensada-. Sin embargo, algunos compañeros no hallaron su
elección hasta prácticamente el último día antes de enviar las solicitudes. Quiero
exponer un caso particular, el de una compañera que quería estudiar Física, pero
no le llegaba la nota y la orientadora consideró que entrar en Ingeniería Química
era prácticamente lo mismo. Mi amiga siguió su consejo, se matriculó, entró en el
grado y lo dejó tras unas cuantas semanas, ya que el temario no tenía nada que
ver con sus inclinaciones. Con esta anécdota quiero condenar la generalización y
banalización que se puede hacer a la hora de elegir un grado universitario, el cual
condicionará nuestro futuro laboral y el camino que recorreremos
profesionalmente. Se debe favorecer el autoaprendizaje y la capacidad
investigadora del alumno, pero hasta un cierto punto, sin dejar de supervisarle y
evaluarle en todo momento y aspecto que se considere. Así, declaro que se
deberían revisar las coordinaciones y supervisar los programas docentes, así
como proponer medidas de mejora del programa casi mensualmente, proponer
rotaciones externas de orientadores entre los centros para no condensar la mala o
la buena gestión y así poder contagiar ideas e impresiones y, sobre todo, que el
informe anual que se realiza para valorar el progreso y la atención proporcionada
a los alumnos no se relegue a un mero documento, sino que se realicen reuniones
periódicas con la Comisión de Docencia y el Ministerio de Educación autonómico.

Asimismo, espero ser un tutor que sepa explotar las ilusiones de mis
alumnos, que sea mediador de conflictos y que les de las herramientas necesarias
para saber escoger con claridad, aprender a aprender, gestionar sus impulsos y
emociones y, sobre todo, ser críticos y objetivos con la sociedad y su entorno. Un
buen tutor es el que, bajo mi humilde punto de vista, el que desde su modalidad -
en mi caso, la Literatura castellana- puede dar una visión general y multidisciplinar
de valores éticos, pedagógicos y educativos. De esta manera, espero saber
relacionar la literatura y la tutoría, y aprovechar para poder inculcar el valor de la
Amanda Matta

lectura, la ambición, el compañerismo y sembrar la semilla de la curiosidad,


siempre.

También podría gustarte