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- La Transición fue el escenario de la transformación legal –de iure- del sistema penitenciario
franquista, cuyo desarrollo legal, y sobre todo real –de facto- , tuvo lugar durante los años
posteriores. Sin embargo, ninguno de estos cambios se podrá entender en toda su complejidad
si no vemos antes, aunque sea brevemente, cuál era la situación que los precedió.
- Desde mediados de los años cincuenta se había moderado el discurso religioso aplicado al
castigo, sustituyéndose la retórica tradicionalista por un nuevo lenguaje basado en los avances
de la “ciencia penitenciaria” y la “observación de la conducta”. De esta manera se empezaron
a emplear términos como el de “individualización científica”, asociados a una nueva
orientación reformadora. Cambios semánticos fueron recogidos, primero, en un nuevo
Reglamento de los Servicios de Prisiones (RP) aprobado en 1946, y más tarde en una
importante reforma del mismo, de 1968. Sin embargo, este tímido discurso aperturista
prácticamente no tuvo repercusión en el interior de los centros.
- En los más de 70 centros penitenciarios que había en 1975 en España, malvivían alrededor de
15000 personas de promedio (95% hombres frente a 5% mujeres aproximadamente). De estas,
la gran mayoría eran delincuentes de derecho común, es decir, sin una finalidad política en sus
acciones. Los hurtos, robos de vehículos, robos con violencia y un incipiente consumo de
drogas, constituían la mayoría de causas que los acababan llevando a prisión, con el añadido
de la prostitución para las mujeres.
- Todos estos actos eran severamente castigados por el Código Penal de 1944, refundido en
1973. Junto al Código Penal estacó la actualización de la antigua Ley de Vagos y maleantes,
promulgada en 1970 bajo el nuevo título de Peligrosidad y Rehabilitación Social (LPRS). Un
texto tan represivo como ambiguo que castigaba con cárcel patologías como el alcoholismo,
meras conductas consideradas antisociales antes incluso que derivasen en delitos, y que
también se usó, entre otros fines, para la represión de la homosexualidad.
- La demanda de amnistía como condición sine qua non para la apertura de un proceso
democratizador había sido largamente reclamada por las organizaciones que formaban la
oposición política. Esta presión obtuvo un primer resultado cuando Juan Carlos I concedió un
indulto que rebajaba las penas de los condenados en función de su gravedad y que en
términos prácticos supuso la libertad para algo más de 400 presos políticos y más de 5000
presos comunes. La parquedad del indulto y la continuidad de los integrantes del último
gobierno franquista al frente del primer gabinete de la monarquía provocaron un incremento
de la presión social a favor del inicio de un auténtico cambio de político. El nombramiento de
Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno en julio de 1976, se ha de interpretar en ese
contexto, de la misma manera que la concesión de una amnistía que beneficiaba a una parte
de los presos políticos que permanecían en prisión.
- A nivel oficial, durante los primeros meses del conflicto, la Dirección General de Instituciones
Penitenciarias no reconoció a los miembros de la Coordinadora como interlocutores, optando
por aislar y trasladar de centro a los que consideraban sus líderes. Así las cosas, los presos
sociales recurrieron masivamente a plantes, huelgas de hambre, motines y autolesiones
colectivas para dar a conocer su situación. En el verano de 1977 se aprobó una reforma
provisional del RP que suavizaba la disciplina y buscaba adaptar la norma a los nuevos tiempos.
- El alcance de esta reforma quedaba muy lejos de las demandas de los presos. Pocos meses
después, la aprobación de la Ley de Amnistía que permitía la excarcelación de los últimos
presos políticos del franquismo y el fracaso en sede parlamentaria de una proposición de Ley
de Indulto, cerraron definitivamente la puerta a una excarcelación masiva. Este revés provocó
una enorme frustración colectiva que se tradujo en acciones de protesta cada vez más
violentas y a la desesperada.
- Sin embargo, el punto de inflexión no lo provocó ni un motín ni ningún informe, sino dos
muertes de muy distinto signo. Primero la de un joven militante libertario afín a las ideas de
COPEL, Agustín Rueda, salvajemente golpeado por funcionarios de la cárcel de Carabanchel en
marzo de 1978. Y cuando aún no había dado tiempo a asimilar la brutalidad de esta acción, el
Director General de Instituciones Penitenciarias, Jesús Haddad, fue asesinado por un comando
de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO) el 22 de marzo. La
gravedad de la situación había alcanzado su cénit, era imprescindible afrontarla con urgencia y
determinación.
1.3- El fin del movimiento de presos y la aprobación de la Ley Penitenciaria
- Jesús Haddad fue el primer Director General que puso las bases de la reforma que debía
acabar con la situación de excepcionalidad permanente. Tras su asesinato culminó la tarea su
sucesor al frente de la DGIP, Carlos García Valdés. Este joven jurista emprendió una decidida
actuación encaminada, por un lado, a acabar con las protestas de os presos, aplicando
medidas parciales y transitorias que aminorasen la tensión y ayudasen a restablecer el orden;
mientras que, por otro, se erigió en el máximo responsable de la redacción de la futura ley.
- La suma de esta iniciativas dio como resultado un considerable descenso de las protestas
lideradas por la COPEL. Al inicio del mandato de García Valdés, las expectativas creadas por el
talante dialogante del nuevo Director General propiciaron una tregua táctica por parte de los
reclusos. Mientras que, a partir del verano de 1978, las restricciones a la comunicación y la
movilidad impuestas a los miembros más destacados de la Coordinadora, así como al desgaste
personal y colectivo acumulado tras dos años de intensas movilizaciones, certificaron el declive
de la COPEL, cuya desaparición puede fecharse a finales de 1978. Ello no evitó, sin embargo, el
estallido recurrente de protestas cada vez menos organizadas y con objetivos más confusos.
- La nueva ley penitenciaria, cuya esencia está recogida en el artículo 25.2 de la Constitución,
se basaba en el principio de prevención especial, por lo que presentaba como rasgo más
destacable de la privación de libertad la finalidad reeducativa y reinsertadora de la misma.
- También creaba en España por primera vez la figura el Juez de Vigilancia Penitenciaria como
órgano superior de control de la actividad penitenciaria y garantía de los derechos de los
internos, por citar algunas de las novedades más destacadas de la norma.
- La Ley General Penitenciaria (LOGP) fue aprobada en el Congreso por 284 votos a favor y solo
dos abstenciones, y un mes y medio después el Pleno del Senado hizo lo propio por
aclamación.
- En cuanto a la legislación, el primero de los textos que merece nuestra atención es el Código
Penal. En mayo de 1978 se había modificado a través de la llamada “Ley de Cuantías” que
elevaba considerablemente las cuantías económicas de los tipos penales que servían para
graduar la pena. Gracias a esta medida en torno a un millar de reclusos quedaron en libertad.
Pese a todo, continuaba siendo necesario abordar una reforma integral. Con este ánimo , en
enero de 1980 se hacía público un Proyecto de nuevo CP. Este texto preveía una serie de
elementos que lo convertían en una sólida apuesta por la humanización del sistema penal:
despenalización de todos los delitos de opinión, reducción del tiempo máximo de
encarcelamiento a 20 años – 25 en casos excepcionales-, incorporación de las medidas de
seguridad ante la previsible derogación de la LPRS y eliminación de las medidas predelictivas,
eliminación del agravante de multireincidencia, reducción de la variada tipología de penas a
solo dos: el arresto de fin de semana y la prisión –solo para penas superiores a los seis meses o
un año- etc. Sin embargo también presentaba notables lagunas y contradicciones por lo que
fue objeto de una feroz crítica dirigida por los sectores más conservadores y los propios
estamentos profesionales afectados, en una labor de oposición que en parte tenía como
blanco al propio gobierno de la UCD. Ante esta situación, el ejecutivo acabó por retirarlo sin
que llegase a ser discutido por los parlamentarios.
- Con la aprobación del Reglamento de Prisiones podría considerarse que la reforma de las
prisiones alcanzaba su objetivo pero la realidad distaba mucho de lo esperado. “Toda la
reforma penitenciaria podría quedarse tan solo en letra impresa si no se arbitran los medios
económicos necesarios para adecuar los establecimientos a la nueva circunstancia que se
derivará de la aprobación de la ley” , había afirmado su máximo promotor en 1978. Y los
medios no llegaron. El funcionario de prisiones carecía de los efectivos suficientes para hace
frente a las nuevas tareas que la Ley General Penitenciaria y el Reglamento de Prisiones les
encomendaba. Además sus miembros estaban más desmotivados y enfrentados que nunca
con la dirección de la administración, a la que acusaban, mayoritariamente, de dejadez y
excesiva laxitud, mientras exigían mejoras en sus condiciones laborales.
- La disparidad entre los propósitos formulados en la ley y la cruda realidad se agrandó todavía
más a causa del incremento de la delincuencia común y el endurecimiento de su persecución,
lo que provocó un considerable aumento del número de personas presas.
- La inflación penitenciaria no se debió exclusivamente a la comisión de más delitos por efecto
de la adicción a las drogas. Tanta o más repercusión tuvieron los cambios legislativos,
justificados por la creciente alarma social que el terrorismo y la escalada de delincuencia
común estaban causando, con la ayuda de determinados medios de comunicación. En 1980 se
reformó la Ley de Enjuiciamiento Criminal, ampliando todavía más los supuestos por los que
podía decretarse prisión provisional y prolongar su duración.
- Durante el último año y medio de gobierno de UCD, liderado por Leopoldo Calvo Sotelo tras
el intento de golpe de estado del 23-F, las prisiones españolas fueron el escenario de las
últimas movilizaciones de presos, mientras la inauguración de nuevos centros empezaba a
cambiar, lentamente, el deteriorado paisaje carcelario.
- La elevada tasa de preventivos (56%), lo dilatado de la espera para ser juzgado (18 meses de
media) y las pésimas condiciones de reclusión estuvieron en la base de la masiva movilización
de septiembre de 1981, cuando hasta 7000 reclusos de delito común de cuarenta prisiones se
declararon en huelga de hambre para presionar en demanda de una reforma del Código penal,
la aceleración de los procesos judiciales y la aplicación del nuevo Reglamento Penitenciario. A
diferencia de las anteriores, estas movilizaciones fueron pacíficas.
- Mientras tanto, los esfuerzos de planificación e inversión de los años precedentes empezaban
a dar frutos: en 1980 se habían inaugurado las prisiones de Murcia, Cuenca y Arrecife de
Lanzarote; en 1981 las de Ocaña II, Albacete, la primera fase de la nueva prisión de Puerto de
Santa María y Cáceres II… Pese a todo, en las viejas cárceles de preventivos, las condiciones no
mejoraron y a finales del verano de 1982 varios miles de presos emprendían una nueva huelga
de hambre para reclamar las reformas del Código Penal y Ley de Enjuiciamiento Criminal.
- Las movilizaciones de otoño de 1982 todavía tendrían una última réplica en la primavera
siguiente, justo antes de que el nuevo ejecutivo de Felipe González emprendiera la tan
deseada reforma de la LECr. En abril el Congreso aprobó, con la sola oposición del Grupo
Popular, la Ley que deshacía el entuerto de la reforma efectuada tres años atrás. La nueva
norma ponía límites a la prisión preventiva que había llenado las cárceles en tan poco tiempo.
A esta reforma la complementó otra parcial del Código Penal, que dejó de lado un
Anteproyecto de un nuevo Código elaborado ese mismo año y que no prosperó. Este tándem
legal, bautizado como la “minireforma socialista”, suprimió los efectos agravatorios de la
multirreincidencia que tanto perjuicio causaban a los delincuentes habituales, mantuvo la
redención de penas por el trabajo por el beneficio que representaba para los presos, eliminó la
inscripción eterna de los antecedentes penales, volvió a elevar las cuantías económicas que
afectaban a los delitos patrimoniales, que vieron suavizadas sus penas, despenalizó la
conducción sin permiso, que pasó a considerarse un ilícito administrativo y movido por el gran
cambio social producido en los últimos años, se regularon los delitos relacionados con el
tráfico de estupefacientes , distinguiendo entre drogas blandas y duras, y despenalizando la
tenencia para el consumo propio. Todo ello supuso la libertad para casi 5000 presos que
permanecían a la espera de juicio y otro millar más de condenados, pero a los que se les
redujo la pena.
- El resultado inmediato fue la extensión de una psicosis de inseguridad promovida por los
sectores más conservadores, encabezados por Alianza Popular y los medios de comunicación
afines. Pero la feroz oposición al Gobierno llevó al PSOE a retroceder y antes de finalizar 1984
se aprobaba la tercera modificación de los mismos artículos de la LECr en menos de cinco años.
La “contrarreforma” supuso la vuelta hacia postulados más duros en la prescripción de la
prisión provisional, que podía alargarse mediante prórrogas en caso de que la administración
no tuviera tiempo suficiente de juzgar al reo para que éste no escapase a la acción de la
justicia, lo que estaba condenado a suceder en gran número de ocasiones dada la escasez de
medios y el colapso estructural que padecía.
- Durante el primer gobierno del PSOE también se reformó el RP de 1981. Pese a su reciente
fecha de aprobación, en su elaboración se había conservado el esqueleto del RP de 1956, por
lo que presentaba apreciables contradicciones con los contenidos y orientaciones de la Ley
Orgánica que pretendía desarrollar. La reforma afectó a 48 artículos y consistió en dar mayor
prioridad al tratamiento, por encima de las acciones regimentales, reelaborar la normativa
disciplinaria, revisar la existencia de diferentes modalidades dentro del régimen cerrado y
otorgar al Juez de Vigilancia Penitenciaria un lugar más destacado en la defensa de las
garantías de los internos.
2.2 – Balance de los primeros diez años de la LOGP
- La mujeres presas – apenas un millar frente a los más de 24000 hombres – sufrían un
encarcelamiento todavía más penoso debido a esta infrarrepresentación. De 86 cárceles
operativas en ese momento, solo 3 lo eran de mujeres en exclusividad (Madrid, Barcelona y
Valencia); en el resto había algunos departamentos para ellas, completamente insuficientes en
todos los aspectos.
2.3- El efecto del consumo de drogas y la definitiva renovación del mapa penitenciario
- A riesgo de resultar reiterativos, es necesario insistir en que gran parte de los problemas que
presentaba el sistema penitenciario se debían al continuo incremento de la población reclusa,
observable desde mucho antes de la entrada en vigor del Nuevo Código Penal de 1995.
- Para acabar con el problema estructural de las prisiones, en 1991 se aprobó el “Plan de
Amortización y Creación de Centros Penitenciarios” que debería ejecutar la Sociedad Estatal de
Infraestructuras y Equipamientos Penitenciarios (SIEP), creada en 1992 por orden ministerial.
De esta manera se empezaron a edificar los conocidos como “centros-tipo” o popularmente
“macrocárceles”, con capacidad para más de un millar de presos, pero que gracias a su diseño
permitían la compartimentación y en el funcionamiento independiente de cada módulo del
resto, como si de una “minicárcel” se tratase. Así se podían dedicar módulos a mujeres o
régimen cerrado en todas las nuevas prisiones, una necesidad generada por la nueva política
hacia presos terroristas, dejando atrás la época en que las prisiones se especializaban por
entero a un tipo de reclusos.
- Después de algunas tentativas a partir de 1987 esta situación dio un giro radical en la
primavera de 1989, tras el fracaso de las “conversaciones de Argel” entre el Gobierno y ETA.
En mayo, el Ministro de Justicia, Enrique Múgica, anunció oficialmente el inicio de una política
de dispersión selectiva que todavía hoy sigue vigente. Los presos de ETA más beligerantes irían
a cárceles más alejadas, en sl sur de España e incluso el archipiélago canario, mientras que los
dispuestos a abandonar la disciplina de la organización, rechazar la violencia y emprender un
itinerario individualizado de reinserción, se les acercaría progresivamente al País Vasco, donde
se revisaría su clasificación para que pudieran progresar de grado y disfrutar de beneficios
penitenciarios, en la que actualmente se conoce como “vía Nanclares” o “vía Zavalla. Los
presos de los GRAPO, aunque a escala menor, siguieron el mismo camino.
- Entre las medidas despenalizadoras que le nuevo texto incluía hay que destacar la supresión
de la pena de prisión inferior a seis meses, por entender que le ingreso por un periodo tan
corto no permite la realización de ninguna de las “supuestas” tareas educadoras, y en cambio,
posee todos los inconvenientes de la cárcel, lo que enlazaba con la posibilidad de sustituir las
penas de hasta dos años de prisión por arrestos de fin de semana, multas o trabajos en
beneficio de la comunidad. Pero si por algo destaca el nuevo CP fue por su dureza respecto a la
situación anterior. Se incrementaron las penas de algunos de los delitos más frecuentes (robo,
robo con fuerza, tráfico de drogas duras, lesiones) y se suprimió la redención de penas por el
trabajo, gracias al acial la mayoría de presos reducían una buen ritmo sus condenas.
- Junto al nuevo CP también entró en vigor un nuevo RP. En su Exposición de motivos se señala
que le nuevo texto responde a los importantes cambios que habían sufrido las prisiones y su
población desde la aprobación del anterior, en base a los cuales se dotaba al sistema de
nuevos recursos para alcanzar los siguientes objetivos: