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(1834-1936)
En los ordenamientos jurídicos de la Edad Moderna, forjados a partir del Ius Commune, las
penas privativas de libertad aparecen en un lugar muy secundario. En atención a las
principales finalidades: expiatoria y, retributiva de la pena, prevalecía en ellos otro tipo de
penas corporales, económicas o infamantes.
La cárcel o las prisiones solían utilizarse solamente para custodiar a los detenidos hasta que
se ejecutara sobre ellos la sentencia en el caso de delitos cualificados o hasta que pagaran su
deuda en el caso de los condenados “pro debito”, en ambos casos con la intención de impedir
su fuga y, asegurar el resultado del pleito. La cárcel perpetua estaba prohibida por el derecho
romano.
El derecho canónico sí permitía que la prisión pudiera ser utilizada como pena, de un lado por
el impedimento moral y, de otro por la finalidad correctiva. No solía utilizarse con los
hombres de condición seglar.
Penas de origen puramente utilitario, con la aparición de una sociedad precapitalista que
convirtió la productividad y, el trabajo en valores fundamentales, descubrieron los beneficios
de utilizar a toda su población baldía, conmutando las penas más obsoletas por estas nuevas
que, reportaban enormes beneficios al Estado.
En España, este tipo de penalidad utilitarista comenzó a utilizarse de forma muy temprana
con:
1) pena de galeras.
2) Cuando en el siglo XVIII hubo nuevas técnicas navales, fueron destinados en su
mayoría a trabajos forzados en los arsenales para la limpieza del lugar, el bombeo de
agua o las labores más duras de construcción.
3) trabajos forzados en las minas de Almaden;
4) servicios en el ejército o;
5) la pena de presidio en el Norte de África.
Esta pena quedó consolidada con la pragmática dictada por Carlos III en 1771.
Otros lejanos antecedentes de privación de libertad fueron:
Los asilos;
Hospicios;
Casas de misericordia o;
Casas de corrección.
Para recoger a vagos, mendigos o pequeños delincuentes inútiles por su edad, débil
complexión o enfermedad.
John Howard y, sus seguidores en Europa fueron los primeros promotores de la reforma
penitenciaria en el mundo occidental desde el punto de vista dela humanidad o la filantropía.
Desde esta filosofía, el principal promotor de las penas privativas de libertad fue Jeremy
Bentham, aunque en España destaca Manuel Lardizábal o el italiano Caetano Filangieri.
Bentham elaboró una amplísima clasificación de las penas, en la que la pena privativa de
libertad permitía una mayor individualización para adaptase a cada delincuente, apartándolo
de la sociedad con el fin de reformarlo para devolver a la sociedad a un hombre honrado. Se
conseguiría principalmente a través del trabajo y, la soledad.
El problema de este texto era que la escala de penas propuesta era demasiado compleja y,
no existían los numerosos establecimientos penitenciarios que tenían que venir a cubrir un
amplio espeto de la penalidad.
De un lado se establecieron:
1. Penas corporales:
trabajos perpetuos: trabajos más duros y, penosos y, con cadena.
obras públicas;
presidio: hasta 20 años;
reclusión en casa de trabajo: en establecimientos públicos, reparación, construcción y,
limpieza extramuros u otro tipo de oficios;
prisión en una fortaleza.
2. Penas no corporales:
Arresto: en cárceles, fortalezas, cuerpos de guardia….
Corrección.
Fernando vii ordenó en 1831 que se retomaran los trabajos comenzados en 1822, para la
elaboración de la Ordenanza de Presidios del Reino, sancionada en 1834 por la reina
gobernadora, tras la muerte del monarca y, definitivo advenimiento del régimen
constitucional.
Se convirtió en la primera ley española hacia la reforma penitenciaria, siendo la norma básica
del sistema penitenciario hasta su derogación formal a comienzos del siglo XX.
A pesar de ello, tanto la disciplina como el personal de los presidios siguieron siendo
militares.
Pese a las dificultades la Ordenanza de 1834 utilizó varios medios para implementar la
prevención especial:
Una orden aprobada por el gobierno en 1847 redujo enormemente el trabajo manufacturero
en las prisiones, bajo el argumento jurídico de su excesiva lenidad y, porque suponía una
seria competencia de mercado.
Aflictivas:
1) Cadena perpetua: afectaban a la honra, como la argolla y, la degradación. Presidio
norteafricano (se realizaban trabajos forzados de defensa y, obras públicas);
mujeres cumplirían condena en una casa de presidio mayor;
2) Reclusión perpetua: no afectaba a la honra. Trabajos tanto dentro como fuera de
la península. Presidio norteafricano;
3) Cadena temporal (12 a 20 años): trabajos solo en la península; mujeres cumplirían
condena en una casa de presidio mayor.
4) Reclusión temporal (12 a 20 años); Trabajos tanto dentro como fuera de la
península
5) Presidio mayor (7 a 12 años); en una casa de reclusión
6) Prisión mayor (7 a 12 años);
7) Presidio menor (4 a 6 años): debía de crearse uno en cada provincia;
8) Prisión menor (4 a 6 años);
Correccionales:
1) Presidio correccional (7 meses a 3 años):debía de crearse uno en cada
provincia;
2) Prisión correccional (7 meses a 3 años);
3) Arresto mayor (1 a 6 meses)
Leves:
1) Arresto menor (1 a 15 días).
La diferencia entre estos presidios y las prisiones mayor, menor y, correccional era que el
presidio el beneficio era para el Estado y, en la prisión era para el reo y, además no era
obligatorio.
Finalmente el arresto mayor se sufrirí en casa pública destinada a este in en las cabezas de
partido y, el menor en las casas del Ayuntamiento u otras del público o incluso en la propia
casa del penado si así lo indicaba la sentencia.
Conclusión:
Se aprobó también la Ley de prisiones (36 artículos), de 26 de julio de 1849, con los
siguientes méritos:
Sexo;
edad (hasta 18 años los hombre y 15 las mujeres);
tipo de delito y;
del momento procesal o penal.
Una Real orden de 1849 volvía a adscribir todo el gasto de las cárceles y, prisiones a los
presupuestos municipales y, provinciales, manteniéndose para el Estado sólo el de los
establecimientos penales superiores, lo que retrasó la reforma penitenciaria.
Entre abril y diciembre de 1860 se aprobaron además cuatro importantes documentos para
lleva a cabo las obras:
Las nuevas escuelas de derecho penal viraron el principal objeto de atención desde el delito
y, la protección de la sociedad, propios de las Escuelas clásica y, neoclásica, hasta el
delincuente, tratando de desentrañar los motivos que le habían conducido al crimen. Esto
permitió el desarrollo de ciencias como la criminología, la psicología, la antropología criminal
o, la ciencia penitenciaria propiamente dicha.
En España, la teoría de la enmienda alemana, fue la que alcanzó una mayor repercusión
doctrinal, dando lugar a la llamada Escuela correccionalista española, representada
fundamentalmente por Félix de Aramburu, Luis Silvela, Pedro Dorado Montero o Concepción
Arenal, que introdujeron el fin correctivo como uno de los principales fines de la pena.
El nuevo Código penal de 1870, siguió manteniendo en el terreno de las penas, el principio
retribucionista anterior.
La principal reforma relativa al personal se produjo con la promulgación del Real decreto de
23 de junio de 1881, que crea definitivamente un Cuerpo Especial de Empleados Civiles de
Establecimientos penales, al que se accedía por un sistema de oposiciones.
Por lo que respecta al sistema penitenciario aplicado, una ley de 1 septiembre de 1879, una
clasificación mucho más estricta para los penados, separando completamente a las mujeres
y, los menores de 20 años de los mayores de edad y, proponiendo un sistema de clasificación
de penados que se basaba en un tipo de delito.
Además, en 1884 se inauguraba la Cárcel-Modelo de Madrid que apostaba claramente por
régimen progresivo en tres periodos: periodo de preparación, en el que los penados estaban
sometidos al aislamiento absoluto; un segundo periodo en el que el penado asistía a la
escuela y a los talleres sujeto a la regla del silencio; y un tercer periodo en el que el penado
podía trabajar a cambio de un salario.
El Real Decreto de 3 de junio de 1901, consagró el sistema progresivo en cuatro periodos (de
aislamiento, industrial o educativo, intermedio de vida mixta con trabajo, y de gracias y
recompensas).
El nuevo gobierno tras el ascenso de Alfonso XIII al trono en 1902, a través de un Real
Decreto de 18 de mayo de 1903 impuso un nuevo sistema tutelar. El sistema tutelar se
basaría en las características físicas o intelectuales de los reos, no en el tipo de delito, y para
ello se ordenaba la formación de un expediente correccional de cada penado.
Para garantizar, además, una mejor formación de los funcionarios de prisiones de cara a la
aplicación del régimen tutelar, se promovió la creación de la llamada Escuela de Criminología
en 1906.
El último gran periodo de la llamada reforma penitenciaria que se vivió en nuestro país fue el
de la Segunda República.
Las primeras medidas que acometió Kent, en coherencia con los nuevos principios
Constitucionales, estuvieron dirigidas a garantizar la libertad de cultos a los reos y acabar con
la influencia religiosa en los presidios. Una Orden de 1931 disolvía el personal de capellanes del
cuerpo de prisiones, y permitía que los reclusos pudieran ser atendidos por representantes de
otras religiones si lo solicitaban expresamente. Más tarde un Decreto ponía fin a la labor de las
Hijas de la Caridad en las prisiones de mujeres, sustituyendo a las religiosas por un nuevo
cuerpo civil especializado femenino.
Otras medidas que acometió fueron la primera Directora General de Prisiones fueron:
Persiguiendo dicha “humanización” de las penas, el nuevo Código penal de 1932 no sólo abolió
las penas de muerte, relegación y degradación, son que también modernizó las penas
privativas de libertad suprimiéndose las de cadena perpetua y temporal, y reduciéndose la
completa aritmética penal del Código de 1870 a tan solo tres tipos de penas: de reclusión
mayor o menor, presidio y prisión o arresto.
La nueva clasificación de los establecimientos penitenciarios según la naturaleza de gravedad
de la condena fue:
Cada vez eran más las prisiones de partido que se iban poblando de los numerosos
detenidos de la crisis social y política que se vivía, sobre todo tras la promulgación de la Ley
de Vagos y Maleantes que permitía detener a un buen número de personas por razón de su
peligrosidad social. El hacinamiento que comenzaba a padecerse determinó que muchas de
las prisiones suprimidas por Kent en 1931 tuvieran que volver a abrirse. Junto a las
restablecidas, también se crearon otras nuevas.
Conforme iban avanzando las protestas y conflictos sociales, se iban utilizando todo tipo de
instalaciones para la reclusión y castigo de los cada vez más numerosos detenidos. Esa
penalidad excepcional se impondría, lamentablemente, durante los años de la Guerra Civil
española.