Está en la página 1de 6

La ley de vagos y maleantes fue una ley del código penal español de 4 de

agosto de 1933,1 referente al tratamiento de vagabundos, nómadas, proxenetas


y cualquier otro elemento considerado antisocial y que posteriormente fue
modificada para reprimir también a los homosexuales. También conocida
popularmente como la Gandula, la ley fue aprobada por consenso de todos los
grupos políticos de la Segunda República para el control de mendigos, rufianes
sin oficio conocido y proxenetas.

Por ser una ley que no sancionaba delitos sino que intentaba evitar la comisión
futura de los mismos no incluía penas, sino medidas de alejamiento, control y
retención de los individuos supuestamente peligrosos hasta que se determinara
que se había acabado su peligrosidad. Quedando así establecida podía ser
utilizada arbitrariamente para la represión de las personas sin recursos.

Modificaciones.
La ley fue modificada por el régimen franquista para incluir la represión de los
homosexuales el 15 de julio de 1954,

En 1970 fue sustituida y derogada por la ley sobre peligrosidad y


rehabilitación social,3 de términos muy parecidos, pero que incluía penas de
hasta cinco años de internamiento en cárceles o manicomios para los
homosexuales y demás individuos considerados peligrosos sociales para que
se «rehabilitaran».
La LVM instauró en España la lucha preventiva contra el delito, que
mediante la imposición de medidas de seguridad, tanto pre-delictual como post-
delictual, buscaba otorgar al gobierno un arma eficaz para luchar contra el alto
número de delitos que existía en la España de los años 30. Esta circunstancia
era consecuencia de la inestabilidad social y de la amplia amnistía otorgada,
también a delincuentes comunes, tras la proclamación de la II República. Pero
hay una idea clave detrás de la promulgación de la LVM: llevar al plano
judicial la persecución de sujetos “de dudosa moral” que existía en España con
base en las atribuciones que los estatutos provinciales otorgaban a los
gobernadores civiles, los cuales tenían la capacidad de “reprimir los actos
contrarios a la religión, a la moral o a la decencia pública, imponiendo multas
o, en defecto de pago, ordenando el arresto supletorio del blasfemo, inmoral o
indecente”.

Esta fórmula era el origen del arresto sustitutorio de quince días por impago de
multas que se hubiesen impuesto a aquellos que hubieran realizado “actos
contrarios a la moral o a la decencia pública”, lo que dio lugar a la figura del
“quincenero”, entendido éste como el delincuente habitual que, ante la
imposibilidad de pagar las multas que le eran impuestas, pasaba periodos de
quince días en la cárcel hasta que volvía a ser puesto en libertad. Por lo tanto,
teniendo en cuenta este contexto, la finalidad de la LVM era clara: trasladar al
ámbito judicial unos hechos que hasta el momento formaban parte del ámbito
gubernativo.

El primer proyecto gubernamental que se presentó encontró bastantes


reticencias, destacando la del grupo socialista, que alertaba de la peligrosidad
de una norma de este tipo en manos de las derechas en el caso de que éstas
alcanzaran el poder. Ante dicha confrontación, se encargó la redacción de un
nuevo proyecto a Mariano Ruíz-Funes y al célebre penalista, y también
miembro del partido socialista, Luis Jiménez de Asúa. Éste último había
dedicado buena parte de su carrera académica a estudiar la criminalidad pre-
delictual y el “estado peligroso”[1], entendiendo que en él se encontraba la
clave para poner solución a problemas que, en el ámbito penal, venían
produciendo estragos desde hace tiempo atrás. De hecho, en 1922 Asúa había
planteado su teoría de la “dualidad de códigos”, considerando necesaria
la existencia de dos códigos penales de forma simultánea, uno preventivo
y otro código sancionador. Finalmente, 11 años después el catedrático de
derecho penal tenía la posibilidad de aplicar en España su teoría jurídica.

La LVM fue aprobada en un parlamento mayoritariamente de izquierdas, sin


embargo, los padres de la norma quedaron descontentos amén del gran número
de enmiendas que se introdujeron al proyecto, lo que llevaría a Asúa a decir que
la mayoría de las modificaciones introducidas habían sido negativas y habían
convertido la ley en “más dura, menos flexible, más casuística, incongruente y
mucho menos elegante” que el proyecto inicial. A modo de resumen, podemos
apuntar que la LVM introdujo la distinción entre peligrosidad sin delito y
peligrosidad criminal, incluyendo dentro del primer grupo a “vagos
habituales”, “rufianes y proxenetas”, “mendigos profesionales”, explotadores
de “juegos prohibidos”, “ebrios y toxicómanos habituales” y a “los que
observ[as]en conducta reveladora de inclinación al delito manifestada por el
trato asiduo con delincuentes y maleantes [o] por la comisión reiterada de
contravenciones penales”. A éstos, con excepción de los adictos, que eran
recluidos en “Casas de templanza”, se les imponían medidas de seguridad, que
podrían ir desde el internado en un “Establecimiento de trabajo” hasta la
prohibición de residir en un lugar determinado, además de otras medidas como
la “sumisión a una vigilancia de Delegados”. Además, el procedimiento estaba
marcado por el carácter inquisitivo que se derivaba de la coincidencia del juez
encargado de la instrucción y la resolución de la causa.

Más allá de la gran diferencia entre el animus legislandi de la LVM y la


aplicación de la misma por parte del régimen franquista, hay un hecho que
rebate por completo las teorías de los defensores del franquismo que se apoyan
en el carácter republicano de la LVM para definir la II República como
unrégimen antidemocrático de izquierda radical. Se trata del uso que las
derechas, una vez que alcanzaron el poder en 1933, hicieron de la LVM,
entendiendo ésta como un complemento de la Ley de Orden Público. En este
sentido destacan las palabras de Alcalá-Zamora Castillo, el catedrático de
derecho procesal e hijo del que fuese presidente de la II República, quien desde
una posición ideológica alejada de la izquierda, explicó que gran parte de los
problemas surgidos de la LVM no provinieron de la ley en sí, sino del
“barrenamiento que durante el bienio de 1933 – 1935 [periodo en el que
gobernaron las derechas] se hizo de su espíritu y de su letra”.

El uso abusivo de la LVM por parte de las derechas se vio ampliado por la
publicación en 1935 del Reglamento sobre Vagos y Maleantes, una norma que
alteró el contenido de la ley mediante la adición nuevas categorías del estado
peligroso y la inclusión de una cláusula final que posibilitaba la interpretación
analógica, lo que sin duda era la pieza clave que daba lugar a las actuaciones
arbitrarias del gobierno. En este contexto abundó el castigo automático de los
delitos contra la propiedad, las declaraciones de peligrosidad sin análisis
psicológico, la ausencia de individualización de la pena, la evitación anticipada
de formas de reincidencia y otra serie de actos que iban en contra de la esencia
misma de la LVM. Esta desnaturalización de la norma, unida a la falta de
medios materiales que desde un primer momento impidió la correcta aplicación
de la misma, se tradujo, no solo en la oposición a la norma por parte de uno de
sus creadores, Luis Jiménez de Asúa, sino en el rechazo de las izquierdas, que
en varios mítines del Frente Popular propugnarían la derogación de la LVM.
Sin embargo, el corto periodo transcurrido entre la victoria electoral del Frente
Popular y el estallido de la guerra civil hizo imposible una reforma o incluso
una derogación de la ley. Las izquierdas del primer bienio republicano habían
establecido, sin saberlo y sin pretenderlo, las bases para la represión de la
peligrosidad social durante el franquismo.
La nueva defensa social y la ideología del tratamiento

Defensa: Todo aquello que sirve para obstaculizar la acción de un adversario. Toda aquella
protección adoptada frente a un daño o a un peligro.

Defensa Social. Toda acción ejecutada en forma individual o conjunta, para escudar a un
pueblo de cualquier agresión delictiva. “Conjunto armónico de acciones destinadas a alcanzar
la justicia social.”

El concepto de defensa social tiene subyacente una ideología cuya función es justificar y
racionalizar el sistema de control social en general y el represivo en particular. Como tal fue y
es la ideología propia de la ciencia penal.

Datos históricos. Movimiento de política criminal, cuya primera formulación programática se


debe a A. Prins y que consolidan después Gramática y Ancel.

La preocupación esencial de los pioneros fue articular una eficaz protección de la sociedad a
través de:

Criminología

Ciencia Penitenciaria
Derecho Penal

Mark Ancel. Pionero de la Nueva Defensa Social, dice que ésta es un movimiento preocupado
no por el castigo del delincuente, sino por la protección eficaz de la comunidad.

Ello a través de estrategias extrapenales que parten de un conocimiento científico de la


personalidad de aquél y neutralizan su peligrosidad de forma individualizada y humanitaria.

En esta corriente juegan un papel importante las ciencias auxiliares del Derecho
Penal, como por ejemplo la psicología, la psiquiatría, la sociología, otras ciencias
biomédicas y otras de carácter eminentemente científico.
Enrique Ferri. Sostenía que la conservación y la defensa son reacciones primarias e instintivas
de todo ser en procura de su subsistencia.

Ideología de la defensa social. Esta ideología nació a la par de la Revolución Burgues

Principios que caracterizan la ideología de la defensa social.

principio de legitimidad. El Estado es el encargado de reprimir la criminalidad.

Principio de culpabilidad. El delito es expresión de una actitud interior reprobable.

Principio preventivo. La función de la pena es prevenir el crimen.

Principio de igualdad. La ley penal es igual para todos. La reacción penal se aplica de modo
igual.

Principio de interés social y del delito natural. El Derecho Penal protege intereses comunes
para todos los ciudadanos.

Principio del bien y el mal.

Desviación Criminal = el mal.

Sociedad Constituida= el bien.

El encuentro con la más avanzada criminología y teoría social de la criminalidad habría llevado
al pensamiento penal, si no a una superación, al menos a una actitud crítica frente al concepto
de defensa social.

Racismo

El racismo en Guatemala se define como las actitudes racistas que han


ocurrido en Guatemala principalmente contra los grupos indígenas que, a pesar
de ser mayoritarios en ese país centroamericano, han quedado al margen de
los avances culturales y económicos por las políticas de los gobiernos. Durante
la época prehispánica existían etnias indígenas que consideraban a otras como
inferiores, y luego de la conquista española se desarrolló una discriminación
hacia el indígena guatemalteco, que empezó a ser llamado «indio»; no
solamente los indígenas eran discriminados, sino también lo eran los mestizos
por tener sangre indígena o africana, y los mismos criollos, a quienes las
autoridades españolas consideraban superiores a las demás razas que
poblaban el área, pero inferiores a los peninsulares por el hecho de haber
nacido en el Nuevo Mundo. Por supuesto, tanto criollos como mestizos
discriminaban a los indígenas, quienes quedaron relegados
a encomiendas y doctrinas con escaso acceso a la educación.
El racismo continúa presente en Guatemala; en el lenguaje coloquial
guatemalteco se utilizan los términos «indio» y «negro» como despectivos para
referirse a la inferioridad de las razas indígena y garífuna.

El racismo hacia la población indígena y campesina ha quedado evidenciado


en los pasajes de la historia independiente de Guatemala; el racismo criollo y
ladino es de origen español y se ha perpetuado y reproducido desde el
estado.[14]; utiliza las diferencias biológicas y culturales para discriminar y
segregar a los indígenas, quienes históricamente han sido consideracos como
seres inferiores o ciudadanos de segunda clase.[14]
Históricamente, la población indígena en Guatemala ha tenido las siguientes
características:

 El mayor índice de analfabetismo entre la población del país.


 Dispone de menos escuelas y maestros.
 Muy pocos indígenas egresan de las universidades.
 Hay muy pocos centros de salud y médicos a su disposición.
 Menos educación en su propio idioma maya.
 Mayor porcentaje de extrema pobreza.
 Menos participación y representación en los organismos del Estado.[15]

Los indígenas también han sido segregados, ya que históricamente han sido
recluidos en doctrinas, fincas, cuarteles militares, aldeas y caseríos, barrios
periféricos de las ciudades y en los mercados cantonales; al mismo tiempo, los
indígenas tienen vedado el ingreso a ciertas instituciones educativas privadas,
cámaras empresariales, niveles superiores del gobierno y centros de recreo y
diversión exclusivos para ladinos.[16]
Actualmente la mayoría de indígenas tienen acceso a una formación educativa
superior, que permite el desarrollo personal dándole un realce a las etnias
guatemaltecas, de esta manera se está erradicando la mentalidad de
inferioridad de los pueblos indígenas hacia los ladinos, fortaleciendo la unión de
nuestro país.

A continuación se presenta un resumen de la actitud de los diferentes


gobiernos del país hacia la población indígena.

Ley contra la vagancia


El 7 de mayo de 1934 se derogó el Reglamento de Jornaleros, instituido durante el
gobierno de Justo Rufino Barrios y uno de los principales motores económicos de
los terratenientes liberales.

El 8 de mayo de 1934, la Asamblea emite la ley, y se publica el 12 del


mismo mes, que tiene consecuencias en lo penal, económico y social,
siendo una de las leyes que fueron usadas para violar los derechos
humanos de los ciudadanos, sobre todo los campesinos; cuyo fin era
obligar al individuo a realizar trabajos forzados en obras del mismo Estado
o verse obligados a emplearse en la iniciativa privada. Para acreditarse
como trabajador se debía poseer una cartilla en la que el empleador debía
hacer constar la calidad de empleado y los días laborados que la ley
prescribía. Este tipo le leyes fue implantada en Guatemala desde la
Reforma Liberal de 1871.

Ley contra la Vagancia y la Ley de Vialidad. Por medio de esta ley se tenía por
“vago” a los jornaleros que no pudieran demostrar haber prestado servicios por
montos de entre cien y ciento cincuenta jornales en las fincas de los terratenientes,
por lo cual se los enviaba a romper piedra a los caminos sin paga alguna. De esta
forma, ya no había necesidad de retenerlos en las fincas a la fuerza, pues a partir de
entonces, con tal de evitar el trabajo en los caminos, se ofrecían voluntariamente
para trabajar como jornaleros

También podría gustarte