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EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO


(HAMBRE, RESPONSABILIDAD DE
LOS ESTADOS Y GLOBALIZACIÓN)1
Macario Alemany
(Universidad de Alicante)

1. INTRODUCCIÓN
Hay muchas perspectivas desde las que se puede estudiar
el fenómeno de la alimentación humana y una visión completa
del mismo está, con toda seguridad, fuera de nuestro alcance.
Incluso si tratamos de centrarnos en una perspectiva en con-
creto, por ejemplo la que podríamos denominar perspectiva
ética, parece ineludible llevar a cabo consideraciones de tipo

1
Este trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación
“Argumentación y constitucionalismo” (DER2010-21032), financiado por
el Ministerio de Ciencia e Innovación español. Una versión anterior del
mismo, en la que se apuntan algunas de las ideas que aquí se desarrollan,
se publicó en P. Grández Castro (ed.), El Derecho frente a la pobreza,
Lima, Palestra, 2011, pp. 133-157.

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político, jurídico, económico, sociológico, etc. Quizás la lábil


noción de “bioética” sería adecuada para tratar de delimitar un
campo de reflexión sobre la alimentación humana, caracteri-
zado por tener como objetivo final establecer o sentar alguna
premisa normativa de carácter ético, pero que es recorrido por
diversos especialistas, no sólo por filósofos morales, y maneja
herramientas y conocimientos de diversas disciplinas. Desde
este punto de vista, el presente trabajo sería un ensayo de
bioética de la alimentación y nutrición humanas.
La bioética se ha caracterizado por ser una ética aplicada
que elude los discursos más generales sobre la fundamentación
de las diversas teorías éticas. La bioética se sitúa en el campo
de la ética normativa y, dentro de éste, en el de la solución de
problemas morales concretos. Todas las grandes tradiciones de
ética normativa (utilitarismo, kantismo, tomismo, etc.) tienen
su aplicación bioética, pero la versión más exitosa de la bioética
ha sido la denominada bioética de principios o “principialismo”
que pone el énfasis en la búsqueda de un consenso razonable
sobre problemas concretos a partir de principios muy gene-
rales sobre los que se da, igualmente, un consenso razonable2.

2
El término “principialismo” fue utilizado por Bernard Gert, Charles M.
Culver y K. Danner Clouser, en su obra Bioethics. A Return to Funda-
mentals, para referirse y, a la vez, criticar la bioética desarrollada por T.L.
Beauchamp y James F. Childress en las diversas ediciones de Principles of
Biomedical Ethics. El objetivo de la crítica de los autores de Bioethics…
es la tesis, sostenida por Beauchamp y Childress, de que las cuestiones
de fundamentación podían (y debían) ser “aparcadas” en tanto hubiera
acuerdos a nivel de los principios y, a partir de estos, se pudieran construir
acuerdos a nivel de las soluciones de los casos. En todo caso, el uso de la
denominación de “principialismo” en relación con la bioética de los prin-
cipios se ha extendido perdiendo sus iniciales connotaciones peyorativas.
Véase, T.L. BEAUCHAMP, J.F. CHILDRESS, Principles of Biomedical Ethics,
Nueva York, Oxford University Press, 2001; B. GERT, Ch.M. CULVER,

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Esta concepción de la bioética —que yo comparto— supone


una negación del absolutismo moral, que alude a la existencia
de una verdad moral universal e inmutable, a favor de un
objetivismo moderado, que se conforma con sostener que
hay posturas morales más justificadas que otras 3. Este
objetivismo moderado nos sugiere tomar como punto de
partida de la argumentación moral a los problemas. A mi
juicio, se podría señalar el siguiente conjunto de problemas
como centrales en la bioética de la alimentación y nutrición
humanas: el hambre, los trastornos de la conducta alimentaria
(obesidad, anorexia, bulimia), las aplicaciones biotecnológi-
cas en la producción de alimentos, la protección del medio
ambiente, el impacto del cambio climático, el respeto de las
diferencias culturales y la protección de los intereses de los
animales 4.
En las líneas que siguen el lector encontrará unas re-
flexiones que, tomando como hilo conductor a la alimentación
humana, irán aproximándose a dos conclusiones que me pa-
recen importantes en relación con el problema del hambre:

K.D. CLOUSER, Bioethics. A Return to Fundamentals, Nueva York, Ox-


ford University Press, 1997; M. Alemany, El paternalismo medico, en
M. Gascón, M. González, J. Cantero (eds.), Derecho sanitario y bioética.
Cuestiones actuales, Valencia, Tirant Lo Blanch, 2011, pp. 745-788.
3
He expuesto mi posición sobre la bioética de principios en M. ALEMANY,
El paternalismo medico, en M. Gascón, M. González, J. Cantero (eds.),
Derecho sanitario y bioética. Cuestiones actuales, Valencia, Tirant Lo
Blanch, 2011, pp. 745-788.
4
Véase, M. ALEMANY, M., “DietÉtica (Bioética y deontología en nutrición
humana y dietética)”, en Revista de Bioética y Derecho, 12, 2007. Dispo-
nible en: URL: http://www.ub.edu/fildt/revista/. Una panorámica de los
problemas bioéticos en el campo de la nutrición humana puede verse en
M. Alemany, J. Bernabeu-Mestre (eds.), Bioética y nutrición, Alicante,
Aguaclara, 2010.

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primero, que la solución de este problema requiere de estruc-


turas jurídico-políticas legítimas y globales; segundo, que si
bien tenemos una obligación moral de ayuda a los países y
comunidades que pasan hambre, dicha obligación sólo puede
ser cumplida eficientemente a través de instituciones y, en par-
ticular, a través de los diversos Estados nacionales, de ahí que
como corolario de esa obligación moral tengamos un derecho,
frente al Estado, a vivir en un mundo sin hambre, sin pobreza,
a vivir en un mundo que satisface un mínimo de justicia. Esta
última idea es, por otro lado, una plausible interpretación del
artículo 28 de la Declaración Universal de los Derechos Hu-
manos, que reza lo siguiente: “Toda persona tiene derecho a
que se establezca un orden social e internacional en el que los
derechos y libertades proclamados en esta Declaración se hagan
plenamente efectivos”. La conclusión final es que los Estados
nacionales cuando operan en las instituciones internacionales
como “abusones”, es decir, cuando tratan de sacar el máximo
provecho para sus sociedades, sin aceptar reglas equitativas
o inaplicándolas, perpetuando de esta manera la pobreza y
marginación de las sociedades más débiles, no sólo violan los
derechos humanos de los pobres y marginados sino también
el derecho de sus ciudadanos a vivir en un mundo justo y, por
tanto, muestran un déficit de legitimidad.
Para ello, en primer lugar, recordaré a grandes rasgos la
historia reciente de la lucha contra el hambre y la desnutrición.
En segundo lugar, resumiré la visión neoliberal de la sociedad
de consumo, que denomino la “utopia de la sociedad de con-
sumo” y, a continuación, apuntaré las críticas más generales
que a esta visión se hacen desde posiciones progresistas. En
tercer lugar, me centraré en la crítica a tres de las conclusiones
prácticas más importantes que emergen de dicha “utopía de la
sociedad de consumo”: la desregulación, la pérdida de poder

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estatal y la globalización neoliberal. Sobre lo primero, la desre-


gulación, utilizaré el caso de la información al consumidor de
alimentos para mostrar que la desregulación no es tan necesaria
ni tan deseable. Sobre lo segundo, la pérdida de poder estatal,
sostendré que la defensa de la intervención estatal no tiene
por qué asumir la burocratización y que tampoco implica un
rechazo de la globalización. Sobre lo tercero, la globalización
neoliberal, apoyándome en el ejemplo del Codex Alimentarius
defenderé una globalización jurídica frente a esta globalización
neoliberal. Finalmente, sostendré la tesis de que la falta de
compromiso y de acciones positivas de los Estados ricos para
eliminar la pobreza en el mundo entraña una violación de los
derechos de sus propios ciudadanos.

2. SUCINTA REFERENCIA A LA HISTORIA DE LA LUCHA


CONTRA EL HAMBRE COMO “EMPRESA GLOBAL”
David Lubin (1849-1919), un norteamericano de origen
polaco que se había arruinado con la agricultura y enriquecido
posteriormente con la comercialización de productos agrícolas,
hizo una reflexión a partir de su experiencia personal: la agri-
cultura era ya a principios del siglo XX un fenómeno global.
Lubin advirtió las consecuencias del progreso de los medios de
transporte y las comunicaciones para la agricultura, las cuales
abarcaban desde bruscas alteraciones de los precios a partir de
un mercado internacionalizado hasta una gran vulnerabilidad
a enfermedades y plagas para animales y plantas. La concien-
cia del fenómeno junto con su filantropía llevaron a Lubin a
promover con éxito, gracias al apoyo decisivo del rey de Italia
Victor Manuel III, la creación del Instituto Internacional de
Agricultura, en 1905. Éste fue, nos recuerda Michel Cépède,

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la primera organización intergubernamental dedicada a la


agricultura 5 .
Unos treinta años atrás, Jules Verne había imaginado una
aventura, en parte reflejo de la realidad de su tiempo y en parte
anticipación literaria del futuro, en la que un caballero inglés
daba la vuelta al mundo en tan sólo ochenta días. Verne ilustra
perfectamente la atmósfera cultural del siglo XIX europeo, mar-
cada por la confianza en el progreso continuado de la humanidad,
un progreso definido como desarrollo científico y tecnológico.
Como ejemplos de ese progreso en el ámbito de la alimentación,
un caballero decimonónico bien podría haber mencionado el
invento, a principios del XIX, de la conserva en lata, el envío a
mediados de siglo de bananas de los trópicos a Europa o, a finales
del siglo, los primeros envíos internacionales de carne congelada
(de Australia y Nueva Zelanda al Reino Unido). Lo que no alcanzó
a imaginar Verne y, probablemente tampoco Lubin, es que en los
comienzos del siglo XXI la noticia pudiera ser, como recogía el
diario El País, que “las gambas pescadas en aguas escocesas son a
menudo transportadas a China para ser peladas a mano antes de
regresar al Reino Unido para ser rebozadas y comercializadas”
(El País, 21 de mayo de 2007). Es fácil intuir los presupuestos
tecnológicos (de medios de transporte rápido, conservación...),
jurídicos (contratos internacionales de transportes, servicios,
garantías…), financieros (movimiento libre de capitales...), so-
ciales (profundas diferencias en el coste de la mano de obra…),
políticos, etc., que subyacen al hecho referido por esta noticia.
Lubin tenía desde luego muy buenas razones para con-
siderar que el progreso (reducido este concepto al de avance

5
M. CÉPÈDE y H. GOUNELLE, El hambre, Barcelona, Oikos-Tau (colección
“Que sais-je?”), 1970, p. 101.

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científico y tecnológico) entrañaba serios riesgos para la


agricultura y esto no es decir poco, porque de la agricultura
depende en última instancia la supervivencia de la humanidad.
Su acierto fundamental fue, no obstante, darse cuenta de que la
estabilidad en la producción agrícola requería ineludiblemente
del concierto internacional. La Primera Guerra Mundial no
haría sino exacerbar esta circunstancia, además de dar por
terminada la era del optimismo en el progreso que caracterizó
al siglo XIX.
Tras la Gran Guerra, como es bien sabido, se creó la
Sociedad de Naciones y, entre las diversas tareas que enfren-
tó este organismo, inmediatamente tomó gran relevancia la
lucha contra el hambre y la malnutrición, que afectaba de
forma generalizada a las clases pobres europeas y a las clases
medias de los países subdesarrollados. El hambre había vuelto
al corazón mismo de los países desarrollados y, en consecuen-
cia, el problema del hambre había vuelto a la agenda de sus
dirigentes. Al estudio de este problema y a la búsqueda de
soluciones se dedicó un Comité de Higiene con la partici-
pación de, entre otros distinguidos especialistas, John Boyd
Orr, que más adelante sería el primer director general de la
FAO. Pronto se estableció uno de los factores relevantes en la
génesis de la malnutrición y el hambre: ¡la superproducción
alimenticia! La brusca recuperación del nivel de producción
europea de alimentos se sumó a la producción mundial que,
hasta ese momento, estaba supliendo lo que Europa, a causa
de la guerra, había dejado de producir, generando una oferta
excesiva, un hundimiento de los precios y un empobrecimiento
generalizado de la población 6.

6
Véase, M. CÉPÈDE y H. GOUNELLE, ob. cit.; y J. BERNABEU-MESTRE Y J.X.
EXPLUGUES, Historia de la alimentación y la nutrición, en AA. VV., Inve-

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Ante este panorama, hambre por exceso de producción de


alimentos, muchos economistas y políticos reaccionaron con
la miopía heredada del liberalismo económico decimonónico
(que ya había establecido la maltusiana conclusión de que si los
hombres pasan hambre es porque hay demasiados) y propusie-
ron recortar la producción y eliminar los excedentes para elevar
los precios. Con una perspectiva más amplia, y centrada no en
la búsqueda de equilibrios de mercado sino en la lucha contra
el hambre, algunos dietistas y, en particular John Boyd Orr,
ponían el acento en la relación entre los escasos consumos ali-
menticios y la renta disminuida y proporcionaban argumentos
a los representantes obreros de la Organización Internacional
del Trabajo para demandar un poder adquisitivo mínimo
La lucha contra el hambre no aparece, sin embargo,
como una “empresa de toda la humanidad”, es decir, como un
objetivo prioritario de la agenda de las organizaciones inter-
nacionales hasta después de la Segunda Guerra Mundial 7. Se
pueden destacar tres hitos en la consolidación de esta empresa
global: Primero, el conocido memorando McDougall (1942)
sobre “un programa de las Naciones Unidas para combatir la
escasez de alimentos”, en el cual, nos explica Josep Bernabeu,
“McDougall planteó la posibilidad de suministrar a toda la
población humana una dieta apropiada para mantener un
buen estado de salud. Calculó que para lograrlo sería necesario
duplicar las disponibilidades mundiales de alimentos, lo que
exigiría a las grandes potencias de la época, no sólo asegurar la
alimentación suficiente de su propia población, sino también
proporcionar asistencia financiera y técnica a los países menos

stigación e innovación tecnológica en la ciencia de la nutrición, Alicante,


Ecu, 2008.
7
M. CÉPÈDE y H. GOUNELLE, ob. cit. p. 98.

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avanzados para que desarrollaran la agricultura y lograran la


adecuada nutrición de su población” 8.
En segundo lugar, la Conferencia de Hot Springs (1943),
convocada por el presidente Roosevelt, que supone el arran-
que del proyecto de lo que luego sería la Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, más
conocida por sus siglas “FAO” (creada el 16 de octubre de 1945
en la ciudad de Québec) y que en la línea del memorando Mc-
Dougall establece como objetivo principal lograr “para todos
los pueblos de la tierra una vida exenta de miseria”. La creación
de la FAO supuso un reconocimiento de que la perspectiva
global es ineludible en relación con la alimentación humana.
Su primer director, el mencionado Boyd Orr, asumió, entre
otras, la tarea de garantizar el abastecimiento de víveres en la
posguerra, lo cual se hizo con éxito, y plantear acciones que
evitaran nuevas crisis de superproducción de alimentos como
la que había asolado el mundo en la crisis de los años veinte
del pasado siglo. Sin embargo, Boyd Orr dimitiría poco des-
pués al fracasar su proyecto de una “Oficina Mundial de la
Alimentación” (necesario a su juicio para que la organización
cumpliera sus fines) por la reticencia de los gobiernos a asumir
intervenciones en sus economías nacionales. Esta dimisión
puso de manifiesto la tensión, constante, entre, de un lado,
los objetivos que los gobiernos marcan a la organización y, de
otro lado, los sacrificios que en la persecución de esos objetivos
están dispuestos a asumir.
El tercer hito destacable en la lucha contra el hambre como
empresa global es el lanzamiento en 1960 de la “Campaña

8
J. BERNABEU-MESTRE y J.X. EXPLUGUES, ob. cit., p. 67.

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Mundial contra el Hambre”. Cépède y Gounelle interpretan


el sentido de esta campaña:
“Porque parecía desprenderse de la historia de la lucha con-
tra el hambre, después de Ginebra, Hot Springs y Québec,
que una organización intergubernamental como la FAO no
podría conseguir los objetivos que se había fijado sin el apoyo
constante de la opinión pública mundial, comprendiendo que
ella no podía apoyarse en los gobiernos para tomar las indis-
pensables y audaces iniciativas necesarias. Esta iniciativas,
tomadas por hombres independientes como los miembros
del comité ejecutivo, podía asumirlas o apoyarlas, pero los
representantes gubernamentales, totalmente preocupados
por las instrucciones recibidas y elaboradas por las adminis-
traciones nacionales, es decir, exentas de ideas generosas y de
entusiasmos individuales, no permitirían que llegaran todo lo
lejos que era necesario. Los gobiernos pueden ser generosos,
pero lo que no pueden permitirse es ser audaces; ellos están
siempre constreñidos por la opinión pública, por el temor
de que el ciudadano, delante de los esfuerzos hechos para
mejorar la suerte de los “extranjeros”, piense que los recursos
se pueden emplear mejor en el territorio nacional y que, en
todo caso, el gobierno es fácilmente generoso con el dinero
de los contribuyentes…” 9.
Esta búsqueda del apoyo de una etérea opinión pública
internacional se vería impulsada por el desarrollo de los mass
media y, en particular, de la televisión. Las imágenes del
hambre en Biafra (sobre todo de los niños de Biafra), a prin-
cipios de los años setenta, constituyeron un aldabonazo en la
conciencia moral de los habitantes de los países desarrollados y
promovieron numerosos recursos humanos y económicos para

9
M. CÉPÈDE y H. GOUNELLE, ob. cit. p. 120.

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un movimiento internacional de organizaciones no guberna-


mentales (de forma muy destacada la creación de Médicos Sin
Fronteras, fundada en 1971 por un grupo de médicos franceses
que habían estado en el conflicto de Biafra).
Junto a esta tendencia a la pérdida de confianza en la
actuación de los gobiernos y, a partir de ahí, en la capacidad
de las organizaciones internacionales para cumplir funciones
positivas, es muy destacable la pérdida de confianza en la
ciencia y la tecnología como medio de aliviar las dificultades
humanas. La denominada “tercera revolución verde” 10, es de-
cir, las aplicaciones de la biotecnología a la agricultura (y, más
recientemente, a la ganadería), es vista ahora por muchos más
como una amenaza que como una posibilidad de desarrollo.
Una desconfianza que parece inevitable si tenemos en cuenta
que la imagen de una diseminación incontrolada al medio am-
biente de organismos modificados genéticamente llama a dos
de los miedos más profundos y seculares frente a la ciencia:
de un lado, el miedo al monstruo o a la quimera que, como en
el mito de Prometeo o en la novela de Frankenstein, se vuelve
inevitablemente contra su creador y, de otro lado, el miedo a la
reacción en cadena, como el contagio de las grandes epidemias
o la radiación de la bomba atómica o el accidente nuclear 11.
En la actualidad, en los comienzos del siglo XXI, por
primera vez en la historia se constata una superposición epide-
miológica nutricional, de manera que la obesidad se superpone
a la desnutrición. Un hecho alarmante que nos sugiere una
comprensión de la situación mundial alimentaria como análoga

10
Véase F. GARCÍA OLMEDO, La tercera revolución verde, Madrid, Debate,
1998.
11
Véase R. SHATTUCK, Forbidden Knowledge. From Prometheus to Por-
nography, Nueva York, St. Martin’s Press, 1996.

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al reparto inequitativo de una tarta en el que unos han comido


de más a costa de las raciones de los otros, que han comido de
menos o que, incluso, han quedado fuera del reparto. Sin em-
bargo, si bien esta interpretación sencilla de la realidad refleja
un aspecto importante de la misma (existe un mapamundi del
hambre que coincide con el de la pobreza), no es la La lucha
contra voracidad de unos individuos la que explica el desequi-
librio: en cierto sentido, tanto los obesos como los desnutridos
son víctimas de la misma situación social, en la que la alimen-
tación es considerada, antes que una necesidad humana básica,
un valor económico en un mercado capitalista 12.

3. LA UTOPÍA DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO


Una de las vertientes de la que podríamos denominar
utopía neoliberal es la exaltación de la sociedad civil que, vista
ahora como sociedad de consumidores, genera una especie de
discusión pública sobre el valor de los productos de mercado
y un comportamiento racional de los consumidores, los cuales,
informados y dotados de los recursos necesarios, despliegan
a través de sus decisiones de consumo una rica diversidad de
planes de vida.
Como indicio del fortalecimiento y generación de esta
sociedad civil, entendida como sociedad de consumidores, se
alude a la creciente sensibilidad de las empresas a la demanda
de productos de mayor calidad, menores costes de contami-
nación en la producción o distribución, mayor respeto por los
derechos laborales de sus trabajadores, etc. Un ejemplo de esto
último lo proporcionaría la multinacional McDonald’s que ha

12
P. AGUIRRE, Ricos flacos y gordos pobres. La alimentación en crisis, Buenos
Aires, Capital Intelectual, 2004.

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incluido en el centro de su discurso corporativo de los últimos


años el compromiso con la promoción de una dieta adecuada,
la garantía de los valores nutritivos de sus productos e, incluso,
el respeto por la ecología. Así, McDonald’s nos informa en su
web corporativa, en relación con el valor ecológico, que en 2003
cambió sus envases de poliestireno a cartón, para favorecer
el uso de materiales de fuentes renovables, o que han hecho
todo lo posible para que sus proveedores cuenten o bien con
la certificación ISO 14 001 (norma oficial medioambiental),
o bien con un sistema de gestión medioambiental. Por lo que
se refiere a la promoción de una dieta adecuada McDonald’s,
entre otras acciones, introdujo desde finales de 2004 una nueva
línea de ensaladas en sus menús e informa, de manera más o
menos satisfactoria, de las propiedades de sus productos 13.
Las empresas mercantiles ya no parecen ser únicamente
las entidades maximizadoras de beneficios económicos de an-
taño, sino que, además, ahora se habrían constituido en agentes
del progreso moral y generadoras de bienes públicos. Bajo el
lema de “la ética vende” Adela Cortina viene insistiendo en los
últimos tiempos en esta dimensión de la ética de los negocios.
En esta línea de exaltación de la sociedad de consumo,
Vicente Verdú, tratando de arrojar luz al complejísimo
panorama de la sociedad actual, denuncia la miopía de los “re-
volucionarios” del 68 que de forma alarmista consideraban a la
entonces incipiente sociedad de consumo “como nefasta para
la condición humana” 14. Así, Verdú nos recuerda el dictum
de Baudrillard en 1970: “El consumismo es un sistema que se

13
Véase http://www.mcdonalds.es
14
V. VERDÚ, Yo y tú, objetos de lujo. El personismo: la primera revolución
cultural del siglo XXI, Barcelona, Debate, 2006, p. 97.

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encuentra en trance de destruir las bases del ser humano” 15.


Miopía revolucionaria puesto que
“…si los protagonistas del 68 —sostiene Verdú— apelaban
a la creatividad, al placer, al poder de la imaginación, a una
liberación de todas las dimensiones de la existencia, hacían
también una llamamiento para la destrucción de la sociedad
de consumo que vino a ser después, contradictoriamente, lo
más creativo que cabía imaginar y que situaba el placer, la
invención y el mito de la liberación personal como motivos
del desarrollo” 16.
Y continúa este autor:
“El nuevo consumidor, en efecto, ya no persigue tanto des-
lumbrar al vecino con su compra como mejorar la calidad
de su existencia. El consumidor sabe más lo que hace y no
vive para el consumismo sino para aprovecharse de él. Lo
necesario fue antes esencial para vivir, pero hoy lo necesario
se encuentra siempre más allá de lo indispensable.
¿Es pues pecado consumir? ¿Es pecado mortal consumir
más? Pero ¿y ahorrar? ¿No es reaccionario ahorrar? Mediante
el consumo hemos ingresado en una fase histórica desconocida.
Ser un sujeto civilizado, participativo y actuante conlleva ser
un sujeto consumidor en sus múltiples dimensiones electivas,
selectivas y conflictivas. Ser un consumidor lleva probable-
mente a convertirse en un consumidor de sí, transmutando el
yo en el máximo objeto, el artículo supremo” 17.
En conclusión, de acuerdo con la ideología neoliberal
dominante en los últimos años, la sociedad del consumo sería

15
Véase J. BAUDRILLARD, La société de consommation, París, Denöel, 1970.
16
V. VERDÚ, ob. cit., p. 97.
17
V. VERDÚ, ob. cit., p. 98.

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una manifestación de los valores de la libertad individual,


la creatividad o florecimiento de las capacidades humanas,
además de un eficiente mecanismo de asignación de recursos.
Esta visión positiva de la sociedad de consumo se incardi-
na, además, en el contexto del complejo fenómeno denominado
“globalización”. Dicho proceso es un caso claro de la validez de
la máxima según la cual “diferencias cuantitativas crecientes
llegan a producir diferencias cualitativas”. Ninguno de los
procesos en que cabría descomponer el proceso general de
globalización es radicalmente nuevo, lo novedoso es, como
han destacado D. Held y A. Mcgrew la escala o el ámbito 18.
Una de las principales manifestaciones de la globalización
es, a juicio de muchos autores, el fenómeno de la “desregula-
ción”, la cual, como nos advierte Gema Marcilla, y, a pesar de lo
que el término sugiere, no significa una reducción del número
de reglas (regula) jurídicas, sino más bien alude “a un peculiar
estilo de de producción normativa, caracterizado por una re-
ducción de normas de carácter público e intervencionista, que
contrasta con la relevancia que el propio Estado por diversas
vías concede a la autonomía normativa del sector privado” 19.
La desregulación se vincula, como es bien sabido, de nuevo
a la política neoliberal y a la crisis del Estado del bienestar e,
incluso, a la crisis del propio Estado de Derecho, tal y como
lo entendemos en la actualidad.
La exaltación de la sociedad de consumo, la valoración
positiva de las empresas como actores sociales de progreso y la
desregulación, que aparecería como el corolario práctico de lo

18
Véase D. HELD y A. MCGREW, Globalización/Antiglobalización. Sobre la
reconstrucción del orden mundial, Barcelona, Paidós, 2003.
19
G. MARCILLA, “Desregulación, Estado social y proceso de globalización”,
en Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho, 28, 2005, p. 246.

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anterior constituyen la trama argumentativa fundamental de


la interpretación neoliberal de nuestro mundo. Los personajes
que faltan en esta trama, o que desentonan, son el Estado social
y el Derecho estatal.

4. LA CRÍTICA DESDE LA IZQUIERDA A LA VISIÓN DE


LA UTOPÍA DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO
La izquierda ha tratado de hacer explícitos los presupuestos
del pensamiento neoliberal y de criticarlos sistemáticamente.
En primer lugar, criticar los presupuestos económicos del
mismo, desvelando su carácter ideológico por debajo de su
apariencia de verdades científicas incontestables: Así el primer
dogma del liberalismo económico sería “que los mercados se
autorregulan”, esto es, que tienden al equilibrio y, el segundo
dogma, que los equilibrios generales del mercado son buenos,
esto es, la creencia en la benevolencia de la “mano invisible”
20
. Por el contrario, señala Andrés de Francisco
“1. No existe el hecho general del equilibrio del mercado.
2. Si existiera —que no existe— la teoría del equilibrio no lo
podría determinar unívocamente.
3. Si pudiera —que no puede—, no podría demostrar que
la economía de mercado converge hacia él o que corrige au-
tomáticamente las desviaciones del estado en equilibrio. El
primer dogma del liberalismo no se verifica.
4. Si convergiera automáticamente —que no lo hace—, es
decir, si hubiera una mano invisible que autorregula perma-
nentemente el mercado —que no la hay—, el equilibrio no
tendría que ser necesariamente un buen equilibrio, pues el

20
Véase A. DE FRANCISCO, Ciudadanía y democracia. Un enfoque republi-
cano, Madrid, Catarata, 2007, pp. 27 y ss.

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EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

criterio de eficiencia económica de la economía del bienestar


—el óptimo de Pareto— es éticamente muy pobre y poco
exigente. El segundo dogma del liberalismo no se verifica.
5. Si los estados eficientes de equilibrio fueran éticamente
deseables o buenos —que no lo son—, serían estados irrealiza-
bles, que sólo existen en la pizarra del economista matemático
pero no en el mundo real, lleno de costes de transacción y
asimetrías informativas” 21.
En segundo lugar, el pensamiento de izquierdas ha criti-
cado la comprensión neoliberal del valor de libertad, la cual
merece ser calificada como una definición persuasiva puesto
que al prestigioso término “libertad” se le arrima un significa-
do, “mera ausencia de prohibiciones y obligaciones jurídicas”,
que tiene mucha menos fuerza de mover a la adhesión que el
propio término. Los críticos nos recuerdan que este tipo de
libertad, de libertad jurídico negativa, no es el único tipo de
libertad que los individuos tienen razones para valorar y ni
siquiera la libertad que más deban valorar 22. Frente a la libertad
formal se reivindica la libertad real, ausencia de, por ejemplo,
limitaciones económicas, y la noción de libertad positiva,
como elección autónoma, que requiere, para su realización,
de mucho más que la ausencia de constricciones jurídicas: en
particular, requiere de información adecuada, de la existencia
de alternativas reales de acción y de la ausencia de manipula-
ciones. Éste es un punto crítico para la utopía de la sociedad de
consumo: los consumidores consumen, cada vez más, pero es
inaceptable la pretensión de que al hacerlo siempre satisfacen
sus intereses reales.

21
A. DE FRANCISCO, ob. cit., p. 51.
22
Véase, por ejemplo, A. SEN, Desarrollo y libertad, Barcelona, Planeta,
2000.

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De nuevo el caso de la alimentación es iluminador: De


un lado, en los países desarrollados los malos hábitos en la
alimentación, generadores de obesidad, están convirtiéndose
en el principal problema de salud pública. De otro lado, en los
países subdesarrollados millones de personas no tienen que co-
mer. La sociedad de consumo actual no beneficia ni a unos ni a
otros: en los países ricos se constata una presión enorme de las
fuerzas del capital productivo para dar salida a sus productos,
las cuales están consiguiendo que se coma aquello que es más
comercializable y en grandes cantidades (lo cual es, con todo
insuficiente, y se desata, como sabemos, el capital especula-
tivo); los segundos no tienen recursos para atraer la oferta de
alimentos, no cuentan con dinero ni para hacerse con el exce-
dente de productos alimentarios que los saturados habitantes
de los países ricos ya no pueden consumir y destruyen. Para
que la libertad tenga el peso argumentativo que se pretende
debe significar algo más que la mera liberación de restricciones
jurídicas injustificadas. Como sostiene Amartya Sen:
“A veces la falta de libertades fundamentales está relaciona-
da directamente con la pobreza económica, que priva a los
individuos de la libertad necesaria para satisfacer el hambre,
para conseguir un nivel de nutrición suficiente, para poner un
remedio a enfermedades tratables, para vestir dignamente o
tener una vivienda aceptable o para disponer de agua limpia
o de servicios de saneamiento. En otros casos, la privación
de libertad está estrechamente relacionada con la falta de
servicios y atención social públicos, como la ausencia de
programas epidemiológicos o de sistemas organizados de
asistencia sanitaria o de educación o de instituciones eficaces
para el mantenimiento de la paz y el orden locales. En otros
casos, la violación de la libertad se debe directamente a la
negativa de los regímenes autoritarios a reconocer las liber-
tades políticas y civiles y a la imposición de restricciones a la

54
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

libertad para participar en la vida social, política y económica


de la comunidad” 23.
En tercer lugar, frente a los corolarios prácticos de la teoría
neoliberal: desregulación, pérdida de poder estatal, globaliza-
ción neoliberal, el pensamiento de izquierdas reivindica el valor
ético y la necesidad del Derecho, del Estado social y de una
globalización socialdemócrata. En lo que resta de exposición
me centraré en este tema: la crítica a los corolarios prácticos
del neoliberalismo, prestando especial atención al problema
de la alimentación, a su dimensión global.

5. LA FALACIA DE LA DESREGULACIÓN: EL PROBLEMA


DE LA INFORMACIÓN AL CONSUMIDOR
Se ha sostenido más arriba que revalorización de la so-
ciedad de consumo, defensa de la desregulación y de cierta
globalización son aspectos del mismo corpus ideológico neo-
liberal. Sin embargo, la desregulación cumple una función
latente de protección de intereses siniestros, porque aun si
estuviéramos dispuestos a reconocer como prioritarios los va-
lores de la sociedad de consumo que postula el neoliberalismo
(liberación personal, creatividad, florecimiento de aptitudes
individuales y sociales…), la realización práctica de los mis-
mos no exige la desregulación sino más bien al contrario una
continua y atenta intervención de los poderes públicos. Para
ilustrar esta afirmación me serviré del problema de las garantías
de información al consumidor.
Para que las elecciones del consumidor reflejen sus
preferencias es indispensable que el consumidor esté suficiente-

23
A. SEN, ob. cit., p. 20.

55
MACARIO ALEMANY

mente informado sobre qué está comprando. Todo el discurso


revalorizador de la sociedad de consumo se desmorona si no
se cumple la que podríamos denominar condición de la infor-
mación. Sin embargo, los impulsos mayores para asegurar que
los consumidores estén realmente informados se han llevado
a cabo, paradójicamente, por los críticos de la sociedad de
consumo y no por sus apologetas. La razón fundamental para
esta despreocupación por la garantía de la condición de infor-
mación es que dicha garantía supondría tratar al consumidor
como un menor de edad que no sabe qué le conviene y, dicho
en términos rudos, el Derecho no está para proteger idiotas.
De ahí que se haya tachado de paternalista toda una línea de
políticas públicas orientadas a asegurar dicha condición de
información. Propongo denominar “argumento anti-paterna-
lista” a la afirmación de que la intervención estatal orientada
a garantizar la condición de información ni es necesaria, ni es
deseable, puesto que trata a los consumidores como menores
de edad. A continuación expondré las razones por las que el
argumento anti-paternalista constituye una falacia, es decir,
un persuasivo pero mal argumento 24:
(1) En primer lugar, como señalara Hart criticando el
anti-paternalismo de Mill,
“subyaciendo al miedo extremo de Mill al paternalismo hay,
quizás, una concepción de cómo es un ser humano normal que
ahora no parece corresponder a los hechos. Mill, de hecho, le
atribuye demasiado de la psicología de un hombre de mediana
edad cuyos deseos están relativamente fijados, no sujeto a ser
artificialmente estimulado por influencias externas; que sabe

24
Sobre las condiciones para un paternalismo justificado, véase M. ALEMANY,
El paternalismo jurídico, Madrid, Iustel, 2006.

56
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

lo que quiere y lo que le produce satisfacción o felicidad; y


que persigue esas cosas cuando puede” 25.
(2) En segundo lugar, la no correspondencia con los hechos a
la que alude Hart es más grande cuanto más complejo se hace
el mercado y más difícil resulta para el “ser humano normal”
conocer qué es lo que está realmente consumiendo o cuál es
la mejor opción de consumo disponible.
(3) En tercer lugar, el argumento anti-paternalista presupone
una igualdad de armas entre los sujetos intervinientes en el
mercado, consumidores y ofertantes, que resulta ridícula:
las grandes corporaciones son impresionantes mecanismos
de eficiencia económica que dominan técnicas muy sofisti-
cadas para promover el consumo de sus productos. Piénsese,
de nuevo, en la multinacional McDonald’s, en relación con
Estados Unidos, George Ritzer nos aporta el siguiente dato:
“Los omnipresentes anuncios, junto con el hecho de que no se
puede ir muy lejos sin encontrarse con uno de esos populares
establecimientos, han servido para empapar de McDonald’s
nuestra conciencia hasta sus raíces. En una encuesta llevada
a cabo en 1986, el 96 % de los alumnos de escuelas infantiles
elegidos reconocían, entre nombres de diferentes personajes,
al payaso Ronald McDonald, que quedaba en segundo lugar,
siendo sólo superado por Santa Claus” 26.
(4) En cuarto lugar, tal y como refleja la observación de Rit-
zer, el argumento anti-paternalista maneja una concepción
abstracta del individuo que no atiende a las circunstancias de
los individuos reales: tan sólo el reconocimiento de que los

25
H.L.A. HART, Law, Liberty and Morality, Stanford, Stanford University
Press, 1963, p. 33.
26
G. RITZER, La McDonalización de la sociedad. Un análisis de la raciona-
lización de la vida cotidiana, Barcelona, Ariel, 2002, p. 20.

57
MACARIO ALEMANY

menores de edad necesitan una mayor protección es ya un


argumento sólido contra la condena general del paternalismo.
(5) En quinto lugar , el argumento anti-paternalista presupo-
ne una teoría estricta de la racionalidad 27, de acuerdo con la
cual la racionalidad de un acto depende exclusivamente de la
consistencia entre creencias y deseos, pero que se desentiende
totalmente de los procesos de formación y validez de dichas
creencias y deseos. Esta concepción estrecha se presta al uso
ideológico: para saber si el comportamiento de los consumi-
dores es racional basta con constatar que sus decisiones de
consumo reflejan de forma adecuada sus creencias sobre el
producto y que éstas son consistentes con el deseo que quiere
satisfacer y, si el comportamiento es racional, sería una in-
tromisión ilegítima tratar de modificar su comportamiento.
No me puedo detener ahora en la crítica de esta concepción
estrecha de la racionalidad como fundamento de políticas
públicas, baste con señalar que la misma no da cuenta del
problema de muchas de las enfermedades mentales (que
generan deseos patológicos) o del comportamiento basado en
creencias no solamente erróneas en su contenido sino también
erróneas en su proceso de formación (hechos que es irracional
creer como ciertos con la información disponible). Son preci-
samente estos mecanismos causales de formación de deseos
y creencias los que explota la industria para incrementar el
consumo de sus productos.
(6) En sexto y último lugar, el antipaternalismo extremo que
venimos comentando con su insistencia en presuponer al
ser humano normal como perfectamente racional es ciego al
hecho de que el comportamiento humano con mayor frecuen-
cia desarrolla lo que Jon Elster denomina una racionalidad

27
J. ELSTER, Ulises y las Sirenas. Estudios sobre racionalidad e irracionalidad,
México, F.C.E., 1997, p. 29.

58
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

imperfecta. Este autor, recordando la aventura homérica de


Ulises y las sirenas, señala:
“Ulises no era por completo racional, pues un ser racional
no habría tenido que apelar a ese recurso; tampoco era, sen-
cillamente, el pasivo e irracional vehículo de sus cambiantes
caprichos y deseos, pues era capaz de alcanzar por medios
indirectos el mismo fin que una persona racional habría po-
dido alcanzar de manera directa. Su situación —ser débil y
saberlo— señala la necesidad de una teoría de la racionalidad
imperfecta que casi ha sido olvidada por filósofos y científicos
sociales” 28.
“Ser débil y saberlo” es, a mi juicio, el tópico que fun-
damenta el derecho del consumidor frente a la posición
neoliberal: no hay por qué presuponer que es más deseable la
no regulación frente a la regulación, cuando ésta se orienta, por
ejemplo, no sólo a que la información sea posible, sino a que esté
disponible e, incluso, a hacer que no sea posible el consumo en
ignorancia: es decir, es racional desear no ser libre de consumir
productos en ignorancia de sus propiedades relevantes.
Frente a los anteriores argumentos, se ha insistido en que
la intervención de los poderes públicos sigue siendo un torpe
remedio puesto que también el mecanismo del libre mercado
está en condiciones de generar información suficiente, por
medio de favorecer espontáneamente a aquellos productores
y distribuidores que ofrecen más información sobre sus pro-
ductos frente aquellos que no lo hacen. Pero, de nuevo, hay
que responder que este mecanismo sólo es efectivo cuando
a la sanción difusa de los consumidores se añade la sanción
institucionalizada del Estado: en el caso de McDonald’s, la

28
J. ELSTER, ob. cit., p. 66.

59
MACARIO ALEMANY

multinacional ha comenzado a informar sobre sus productos


a partir de las demandas promovidas por el abogado Samuel
Hirsch en 2002 y uno de cuyos principales argumentos era que
McDonald’s no informaba correctamente e incluso engañaba
a los consumidores sobre las propiedades nutritivas de sus
productos 29. Si bien Hirsch no consiguió ganar las deman-
das, sí que consiguió el que era su principal objetivo: airear
públicamente el problema e inducir un cambio de política
comercial de la empresa. En el contexto europeo, igualmente
son decisivos los esfuerzos para imponer la condición de infor-
mación a través de la legislación. En España se podría destacar
la Norma general de etiquetado, presentación y publicidad de
los alimentos (Real Decreto 212/1992, de 6 de marzo) y, en
relación con la legislación comunitaria, el Reglamento (CE)
n° 1924/2006 del Parlamento Europeo y del Consejo, de 20 de
diciembre de 2006, relativo a las declaraciones nutricionales
y de propiedades saludables en los alimentos y la Directiva
2005/29/CE sobre prácticas comerciales desleales.
El caso McDonald’s y, en general, una mirada no sesgada
a la realidad social nos recuerda una obviedad: sólo el Derecho
puede hacer efectivo un mínimo moral. Por ello a los defensores
de la desregulación hay que replicarles que si bien es valioso
recordar a los consumidores que, como cualquier otra acción,
también los actos de consumo están sujetos a evaluación ética
y que es cierto que conjuntamente la sociedad de consumido-
res puede influir para que ciertas prácticas inmorales de las
empresas sean castigadas e, igualmente, también es valioso
recordar a las empresas (productores, distribuidores, etc.)
que tienen una responsabilidad social (lo cual, de nuevo, no

29
J.A. RUIZ GARCÍA, “El pleito contra McDonald’s en los Estados Unidos. ¿Quién
debe responder del sobrepeso?”, en InDret, 144, 2003, www.indret.com.

60
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

debería significar más que recordarles que en la búsqueda de


la eficiencia no deben traspasarse los límites morales y que
deben pagar su parte de la factura en los problemas sociales
que contribuyen a generar), sin embargo —conviene insistir—,
sólo el establecimiento de responsabilidades jurídicas ofrece
garantías suficientes de que unos y otros, consumidores y
empresas, se mantengan dentro de lo éticamente admisible.

6. LA DEFENSA DE LA INTERVENCIÓN ESTATAL Y, EN


GENERAL, DE LA REGULACIÓN NO SUPONE ESTAR
CONTRA LA GLOBALIZACIÓN: SÓLO ESTAR CONTRA
LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL
La reivindicación que vengo haciendo de la regulación y la
intervención estatal no tiene por qué asumir la burocratización
y el rechazo a la globalización en nombre de la soberanía estatal.
La burocratización supone la pérdida de racionalidad
material, es decir, la que se mide en relación a fines o valores,
a favor de la racionalidad formal que únicamente supone una
serie de operaciones cuantificables: este sería el caso, por
ejemplo, cuando todos los recursos se agotan en controlar el
cumplimiento de una serie de trámites administrativos, pero
ya no se controla si dichos trámites conducen al fin, o protegen
el valor, para el que fueron diseñados.
Vista así, la intervención de los poderes públicos no des-
emboca necesariamente en burocratización. A la complejidad
de la situación actual se puede responder con fórmulas de
intervención adecuada, un ejemplo de esto sería la denomina-
da “desregulación regulada” que, a mi juicio, es simplemente
una forma de regulación. Gema Marcilla nos describe esta
desregulación regulada como el método de

61
MACARIO ALEMANY

“regulación indirecta: el Estado renuncia a establecer por sí


mismo el régimen jurídico de algunas materias (especialmente
aquellas de elevada complejidad técnica o que plantean im-
portantes problemas éticos), aunque previamente disciplina el
contexto en el que ha de tener lugar la actividad normativa de
los sujetos privados (contenido mínimo de la regulación o re-
quisitos que debe cumplir, órganos encargados de elaborarlas,
los efectos públicos de las mismas), asumiendo los resultados
de estos últimos, esto es, los instrumentos de regulación ges-
tados en el ámbito privado, tales como códigos deontológico,
códigos de comportamiento, normas técnicas” 30.
De otro lado, la defensa de la intervención estatal tampoco
supone una defensa de la soberanía estatal frente a la globali-
zación. Al menos no supone una defensa de la noción clásica
de soberanía estatal, de acuerdo con la cual el Estado es el
origen de todos los vínculos jurídicos pero, a su vez, él no está
vinculado. Esta noción de soberanía ha sido superada por el
constitucionalismo que ha establecido todo tipo de vínculos,
materiales y formales, a la acción estatal. Lo que supone es
algo muy diferente: los Estados constitucionales, y por ende
democráticos, junto con algunas organizaciones regionales
como la Unión Europea, son los principales entes legítimos del
sistema global y fuente de legitimidad para las organizaciones
internacionales. Todos los estudios sobre la globalización
coinciden en señalar que es poco plausible pensar en la des-
aparición de los Estados o en su subsunción en alguna forma
de gobierno mundial en un futuro próximo 31, de manera que
la cuestión es pensar en el papel que los Estados deben jugar
en la globalización y éste no es otro que el de la garantía de

30
G. MARCILLA, ob. cit., p. 248.
31
W.L. TWINING, Derecho y globalización, Bogotá, Siglo del Hombre, 2003.

62
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

los derechos y libertades fundamentales, tanto “ad intra” en


relación con la comunidad política que los sustenta, como “ad
extra” en relación con la sociedad global.
De lo que se trata es de reintroducir la razón jurídica en el
proceso, es decir, de reivindicar, frente a la supuesta inevitabi-
lidad y naturalidad del proceso de globalización, la articulación
de un sistema de garantías de los derechos y libertades funda-
mentales. Un ejemplo particularmente relevante en el ámbito
de la alimentación del desarrollo de esta razón jurídica frente a
la libertad natural del mercado lo constituye la iniciativa global
conocida como Codex Alimentarius. Quisiera detenerme algo
en la descripción de esta iniciativa.
En la década de los cincuenta, a instancias de Austria,
se promovió la creación de un Codex Alimentarius Europeo
orientado a la protección de la salud de los consumidores en ese
ámbito regional. En el Imperio austrohúngaro se habían venido
desarrollando, entre 1897 y 1922, un conjunto de normas y des-
cripciones de productos para los alimentos que se agruparon bajo
el nombre de Codex Alimentarius Austriacus. Dichas normas, si
bien no habían sido formalmente incorporadas al sistema jurídico,
eran tomadas como referencia por los tribunales.
En 1961, el Consejo del Codex Alimentarius Europeo
aprobó una resolución en la que se proponía que la FAO y la
OMS se hicieran cargo de sus actividades relacionadas con
las normas alimentarias. Este impulso globalizador recibió
el apoyo, además, de la OMS, de la Comisión Económica de
las Naciones Unidas para Europa (CEPE), la organización de
Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) y desembocó
en el establecimiento por la FAO de una Comisión del Codex
Alimentarius, esta vez de carácter global. Los objetivos del
Codex Alimentarius se concretaron en tres: proteger la salud

63
MACARIO ALEMANY

de los consumidores, asegurar la calidad y reducir los obstá-


culos al comercio. A los que se podía añadir un cuarto como
necesario para cumplimentar estos tres primeros: coordinar
el creciente número de programas sobre normas alimentarias
regionales y estatales.
Desde entonces hasta la actualidad, el Codex Alimentarius
ha ido creciendo hasta conformar un importante conjunto de
normas, códigos de prácticas, directrices y recomendaciones.
Las normas del Codex tienen generalmente por objeto carac-
terísticas de los productos, ya sean todas las características de
un producto (normas sobre productos) o una característica,
por ejemplo los límites máximos de residuos de plaguicidas o
medicamentos veterinarios. Los códigos de prácticas del Codex
definen las prácticas de producción, elaboración, manufactura-
ción, transporte y almacenamiento de alimentos: por ejemplo,
la utilización de análisis de peligros y de puntos críticos de
control. Las directrices del Codex se dividen en principios que
establecen políticas y directrices interpretativas. Los primeros
se incorporan normalmente a las normas de productos y có-
digos de prácticas y las segundas se refieren, por ejemplo, al
cumplimiento de las normas sobre el etiquetado.
Desde 1994, como una de las conclusiones de la Ronda Uru-
guay, el Codex Alimentarius se vio muy reforzado al establecerse
que dichas normas serían tenidas en cuenta por la OMC para
determinar el cumplimiento por parte de sus miembros de
los Acuerdos sobre la Aplicación de Medidas Sanitarias y
Fitosanitarias (SFS) y sobre Obstáculos Técnicos al Comercio
(OTC).
¿Qué conclusiones cabe extraer a la luz de fenómenos
como el del Codex Alimentarius sobre el proceso de la globa-
lización y el papel de los Estados en el mismo?

64
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

La respuesta a esta pregunta depende en gran medida de


cómo se valore el proceso general de la globalización y de la
concepción general que se tenga de la sociedad. En primer lu-
gar, tenemos la posición de los escépticos ante la globalización,
esto es, quienes consideran que dicho proceso no existe como
un fenómeno nuevo y claramente distinto. Dichos escépticos
podrían tratar de situar un fenómeno como el del Codex en las
categorías bien conocidas del Derecho Internacional clásico,
destacando lo siguiente: En primer lugar, el Codex no tiene
fuerza vinculante, la adquiere por la recepción de sus normas
por Estados y u organismos como la UE, ya sea directamente
o indirectamente como sucede con los Acuerdos de la Ronda
Uruguay. En segundo lugar, el Codex trata de basar su legis-
lación en principios científicos, pero también ha de atender,
como la propia comisión reconoce, a las necesidades de los
Estados, lo cual reintroduce la lógica tradicional del interés del
Estado en esta institución global. Finalmente, se diría que lo
que realmente está operando como normas alimentarias, con
fuerza vinculante, son las normas emanadas de organismos
internacionales o transnacionales de carácter regional: de forma
muy destacada la UE.
En segundo lugar, encontramos la posición de los “globa-
lizadores”, esto es, quienes consideran que la globalización es
un fenómeno real y relevante. A su vez, dentro de este grupo
las conclusiones varían según que la concepción general de la
sociedad sea conflictualista o funcionalista. Los conflictualistas
serían aquellos que ponen el énfasis en las relaciones de po-
der e interpretan la sociedad como una lucha continúa entre
ricos y pobres, entre quienes acumulan poder político y los
sometidos, entre quienes imponen una ideología y quienes
son manipulados. Desde enfoques conflictualista, el Codex
Alimentarius estaría al servicio de los intereses económicos

65
MACARIO ALEMANY

de quienes acumulan más poder, en este caso algunas corpo-


raciones transnacionales norteamericanas y el propio gobierno
estadounidense, y cumpliría, en las versiones más radicales del
conflictualismo, una pura función ideológica, en el sentido mar-
xista del término, es decir, de enmascaramiento de la realidad.
Pensemos, por ejemplo, —nos diría un conflictualista— en lo
que las propias autoridades del Codex consideran su mayor
éxito: la recepción del mismo en los Acuerdos de la Ronda
Uruguay, de manera que para la determinación de la existencia
de obstáculos fraudulentos al comercio se puede recurrir a las
normas, estándares y protocolos del Codex. Recordemos que
el artículo 2.2. del Acuerdo SFS establece lo siguiente: “Los
Miembros se asegurarán de que cualquier medida sanitaria
y fitosanitaria sólo se aplique en cuanto sea necesaria para
proteger la salud y la vida de las personas y de los animales o
para preservar los vegetales, de que esté basada en principios
científicos y de que no se mantenga sin testimonios científi-
cos suficientes”. Ahora bien, si dichas normas, estándares y
protocolos están sesgados a favor de las grandes corporacio-
nes norteamericanas, el resultado final será, como sostiene el
conflictualismo, el de un enmascaramiento de la imposición
de estos intereses comerciales dominantes. Algunas de las po-
lémicas recientes sobre alimentos transgénicos o la creciente
demanda de soberanía alimentaria por parte de Estados en vías
de desarrollo se pueden interpretar de esta manera.
Desde una concepción general de la sociedad funcionalis-
ta, que pone el énfasis en los mecanismos sociales de ajuste e
interpreta la sociedad como un equilibrio entre los intereses de
los diversos agentes sociales, respecto al Codex cabría señalar lo
siguiente: El Codex constituye una iniciativa racionalizadora y
civilizadora que, como mínimo, incorpora la lógica de la razón
jurídica. A este respecto, cabría señalar que las normas del

66
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

Codex Alimentarius, al igual que su antecedente nacional, el


Codex Alimentarius Austriacus, tienen cierta relevancia jurídi-
ca a pesar de que no sean formalmente incorporadas al Derecho
interno: me refiero a la posibilidad de que los tribunales las
tomen como referencia. Esta lógica de la razón jurídica impulsa
una tendencia a hacer valer los intereses nacionales a través de
procedimientos juridificados en los que todas las partes intere-
sadas tienen oportunidad de participar y, aunque haya sesgo a
favor de los Estados más poderosos, ello se ve como un defecto
a eliminar. Junto a esto, el Codex, poco a poco, atrae hacia sí
la discusión sobre los problemas globales de la alimentación
humana: recordemos que la propia UE, además de todos sus
Estados miembros, se incorporó desde 2003 a la Comisión del
Codex Alimentarius, lo cual se consideró fundamental “para
garantizar que, durante la preparación, negociación y adopción
de tales normas, directrices y recomendaciones por parte de la
Comisión del Codex Alimentarius, se tienen en cuenta la salud
y otros intereses primarios de la Comunidad Europea y sus
Estados miembros.” (Decisión del Consejo de 17 de noviem-
bre de 2003 relativa a la adhesión de la Comunidad Europea
a la Comisión del Codex Alimentarius). En definitiva, desde
los enfoques funcionalistas, las instituciones globales como
el Codex Alimentarius cumplirían una función (positiva) de
mediación entre los intereses económicos y otros intereses.
A este respecto, mi postura sería la de un globalizador
y más cercana al funcionalismo que al conflictualismo. La
perspectiva del conflictualismo constituye, a mi juicio, un
saludable punto de partida en el análisis de la realidad social,
puesto que puede evitarnos caer en discursos ideológicos, en el
sentido a que antes aludía, es decir, discursos que enmascaran,
disfrazan la explotación. Sin embargo, también es cierto que
el conflictualismo tradicionalmente ha devaluado incorrecta-

67
MACARIO ALEMANY

mente la capacidad de los mecanismos jurídicos para constreñir


le persecución desnuda del interés particular (contrapuesto
al interés general o “global”). En mi opinión, la observación
más certera es advertir que las instituciones como el Codex
Alimentarius ofrecen una resistencia a la manipulación y la
coacción del más fuerte, aunque no sean inmunes a dicha
manipulación y coacción.
Como ha señalado Onora O’neill la consecución de una
justicia material global requiere de instituciones cuyos prin-
cipios fundamentales sean los principios de no coacción y
no engaño 32, es decir, instituciones estructuradas de manera
que se asegure la participación de los afectados, con criterios
equitativos, transparentes, etc. Estas estructuras juridificadas
requieren de los Estados nacionales aceptar unas reglas del
juego equitativas y no hacer trampas o imponerse por la fuerza.
Todos sabemos que esto no es lo que habitualmente ocurre,
sino más bien al contrario, pero, insisto, hay que advertir que
ello parece generar tensiones crecientes. En el siguiente apar-
tado, defenderé que dichas tensiones no se deben únicamente
a la responsabilidad de los Estados nacionales en la sociedad
internacional sino también a la responsabilidad en relación
con sus ciudadanos.

7. LA RESPONSABILIDAD DE LOS ESTADOS EN LA


SOCIEDAD GLOBAL: EL DERECHO DE LOS CIUDA-
DANOS A UN MUNDO SIN HAMBRE
En un magnífico informe de Intermón Oxfam, titulado La
realidad de la ayuda 2006-2007, sobre la situación actual de la

32
Véase O. O’NEILL, Faces of Hunger. An Essay on Poverty, Justice and
Development, Londres, Allen & Unwin, 1986,

68
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

cooperación al desarrollo en el mundo, queda bien establecido


que la etapa resultado del denominado “consenso de Washing-
ton” (caracterizada por el neoliberalismo) está siendo superada
por una nueva etapa que algunos economistas como Joseph
Stiglitz defienden como un “consenso post-Washington”
en la que, entre otros muchos aspectos, se destaca el papel
decisivo que las instituciones tienen en la eliminación de la
pobreza, tan relevante o más incluso que el aumento del PIB.
En particular, la existencia de Estados democráticos, de un
poder judicial independiente, de Parlamentos transparentes,
de instituciones de previsión social, etc., contribuyen de forma
decisiva a acabar con la pobreza y el hambre. Los diferentes
resultados en la mejora de las condiciones socio-económicas
que se han apreciado en regiones como Asia oriental, África o
Latinoamérica se explican más en estos términos que en los del
seguimiento de la ortodoxia económica que trató de implantar
el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
El informe de Intermón Oxfam no deja lugar a dudas en
lo relativo a los hechos que han caracterizado la mejora en el
desarrollo de los países pobres en los últimos años y también
a los fracasos clamorosos en algunas áreas del planeta (de for-
ma destacada en el África subsahariana). Sin embargo, estoy
convencido de que para llegar a una globalización éticamente
aceptable es necesario construir un discurso fuerte sobre las
exigencias éticas que deben proyectarse sobre los Estados
nacionales. Como mencioné anteriormente, todo apunta a
que los Estados son y seguirán siendo durante mucho tiempo
los principales actores de la sociedad internacional y la fuente
principal de legitimidad de las organizaciones internacionales.
A mi juicio, no superaremos completamente la fase de globa-
lización neoliberal hasta que no se exija de los Estados una
responsabilidad “ad extra” en la satisfacción de las necesidades

69
MACARIO ALEMANY

básicas de todos y ello no sólo por una cuestión de solidaridad


internacional (entendida como una exigencia de la justicia), sino
también por una cuestión de respecto a los derechos funda-
mentales de sus propios ciudadanos. A continuación explicaré
brevemente esta idea.
Una de las tesis éticas del liberalismo político clásico es la
tesis de la fuerte asimetría moral entre acciones y omisiones,
de manera que se reconoce un deber moral general de no lle-
var a cabo acciones que dañen a los otros (es decir, un deber
negativo general) y tan sólo un deber moral de llevar a cabo
acciones positivas para evitar daños a los otros cuando exista
cierta relación o circunstancia concreta con la persona bene-
ficiada (es decir, deberes positivos especiales), pero no cabría
afirmar la validez de deberes generales que entrañen acciones
positivas de evitar daños a los otros (es decir, deberes positi-
vos generales). Entre las razones que se aducen para negar la
validez de los deberes positivos generales quizá la más impor-
tante es la que sostiene que, en caso contrario, se rompería la
frontera entre lo obligatorio moralmente y lo supererogatorio
o loable moralmente, porque estar obligado a llevar a cabo
acciones positivas de evitación de daño a cualquier persona
que lo necesita nos obligaría a comportarnos como “santos”
o “héroes” y a olvidarnos de nuestros propios intereses para
no ser inmorales. No quisiera entrar ahora en los pormenores
de esta discusión 33, pero sí que creo que no hay ninguna ob-
jeción verdaderamente sólida al siguiente argumento: todos
tenemos la obligación moral de evitar el hambre en el mundo
o, en términos más generales, tenemos la obligación de evitar

33
Sobre la misma, véase: E. GARZÓN VALDÉS, “Los deberes positivos genera-
les y su fundamentación”, en Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho,
3, 1986, pp. 17-34.

70
EL DERECHO A UN MUNDO JUSTO

graves situaciones de injusticia en la distribución de bienes


en el mundo (claramente, de evitar la insatisfacción de las
necesidades básicas de los otros), pero dicha obligación sólo
puede ser eficazmente cumplida a través de la organización,
no individualmente, y sólo puede ser eficazmente garantizada
por los Estados nacionales y las organizaciones internacionales.
Digamos que tendríamos un derecho frente al Estado a crear
las condiciones en las que sea posible cumplir con nuestros
deberes positivos generales, en relación con el tema que nos
ocupa, un derecho de los ciudadanos a un mundo sin hambre.
En realidad, cualquier deber puede ser pensado como un
derecho, basta para ello que el destinatario del deber desee
intensamente llevarlo a cabo y reclame, al Estado o a los otros
ciudadanos, su libertad para hacerlo: pensemos, por ejemplo,
en el deber de integrar un jurado cuando ha sido reclamado
por grupos discriminados (como las mujeres o las minorías
raciales) o, incluso, en el deber de soportar el castigo cuando
ha sido reclamado por un culpable que desea expiar su culpa,
etc. 34. Cuando los Estados desarrollados o políticamente pode-
rosos imponen sus intereses en los organismos internacionales
perpetuando situaciones de injusticia global y, en particular,
permitiendo que mueran millones de personas de hambre en
el mundo, y se podría evitar con una acción conjunta decidida,
no sólo violan los derechos fundamentales de las personas que
pasan hambre, sino que también violan el derecho fundamen-
tal de sus ciudadanos a vivir en un mundo sin hambre, en un
mundo en el que se den unas condiciones mínimas de justicia.
Esta es, como señalé al comenzar, una plausible interpretación
del artículo 28 de la Declaración Universal de los Derechos

34
Véase, J. FEINBERG, “Voluntary Eutanasia and the Inalienable Right to
Life”, en Philosophy & Public Affairs, 7, 2, 1978.

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MACARIO ALEMANY

Humanos, de acuerdo con la cual “Toda persona tiene derecho


a que se establezca un orden social e internacional en el que
los derechos y libertades proclamados en esta Declaración se
hagan plenamente efectivos” 35.

35
Liborio Hierro ha defendido una interpretación muy similar a partir de
un análisis de la noción de justicia en su artículo “Justicia global y justicia
legal ¿Tenemos derecho a un mundo justo?“, en Doxa. Cuadernos de
filosofía del Derecho, 32, 2009, pp. 342-369.

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