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Grecia dio también grandes pintores, pero prefería la escultura. Uno de los
maestros de la época era Geladas, pero fue notablemente superado por sus
discípulos, entre los que se encontraba Mirón. Las obras de Mirón tenían
fama de un extraordinario realismo. Sus motivos preferidos eran atletas y
animales, en los que con una técnica innovadora conseguía plasmar
perfectamente el movimiento. Entre sus obras destacan el Discóbolo y su
famosa Ternera, a la que cuentan que un admirador le gritó ¡muge!
Las dificultades de los etruscos con los galos iban en aumento. Las ciudades
del Lacio, que habían permanecido relativamente en paz mientras los etruscos
las dominaban, empezaron a gozar de la libertad de pelearse entre ellas. Los
volscos del sureste del Lacio estaban ganando poder y no tardaron en
enfrentarse abiertamente a las otras ciudades, entre ellas Roma. Volviendo a
Grecia, cuando los persas se retiraron de Tracia, un pueblo nativo,
los Odrisios, lograron organizar un imperio que llegó hasta el Danubio. Su
rey se llamaba Siltaces.
Así empezó la separación de los judíos con respecto a los gentiles (los no
judíos). Ante la imposibilidad de cualquier clase de autonomía política, los
judíos se aferraron a las costumbres tradicionales consignadas en los textos
sagrados como única forma de preservar su identidad. La circuncisión, la
prohibición de trabajar en sábado o de tomar ciertos alimentos impuros, etc. se
aplicaron con el máximo rigor y los judíos rehuyeron el trato con cualquiera
que no observara estas y otras muchas costumbres diferenciadoras. La idea
(relativamente nueva) de que su dios era el único dios verdadero les dotó de
una nueva arma ideológica: el sarcasmo. Ahora los judíos se burlaban de las
creencias de sus vecinos. Apareció una nueva leyenda sobre Abraham, sin
fundamento bíblico, según la cual su padre, Téraj, estaba al mando de los
ejércitos del rey Nemrod, en Babilonia y adoraba doce ídolos de madera y
piedra (todo esto antes de que abandonara Ur con su hijo, que es donde
comienza la narración bíblica):
Abraham llegó a Babilonia y, al ver los ídolos, ordenó a su madre que matase
y cocinase un cordero. Después colocó la comida delante de los ídolos y
esperó a ver si alguno comía. Como no fue así, se burló de ellos y le dijo a su
madre: "¿Es posible que el plato sea demasiado pequeño, o que el cordero
esté insípido? Por favor, mata otros tres corderos y aderézalos con más
delicadeza." Ofrecido de nuevo el manjar a los ídolos, éstos tampoco se
movieron. El espíritu de Dios descendió sobre Abraham, quien tomó un
hacha y destruyó todos los ídolos menos el mayor. Puso el hacha en una de
sus manos y se marchó.
Cuando llegó Téraj, mandó llamar a su hijo y le pidió explicaciones.
Abraham dijo: "Ofrecí comida a tus ídolos, sin duda deben de haberse
peleado por ella. Según parece, el mayor ha despedazado a los otros." Téraj
exclamó: "¡No me engañes!, se trata de imágenes de madera y piedra, hechas
por la mano del hombre." Abraham preguntó: "Si es así, ¿cómo pueden
responder a tus plegarias?". Luego proclamó al "Dios vivo", tomó el hacha y
destruyó el último ídolo.
Pese a todo, el judaísmo no se vio libre de influencias externas. Una parte de
los judíos que terminó siendo mayoritaria aceptó algunas de las ideas
novedosas del mazdeísmo, que ahora era la religión dominante en todo el
Imperio Persa. Naturalmente el gran Ahura-Mazda se identificó con Yahveh,
pero el mazdeísmo tenía una figura de la que carecía el judaísmo: la
representación del mal, Ahrimán. Los judíos le dieron el nombre de Satán, si
bien no estuvieron dispuestos a concederle el mismo poder que a Yahveh. Las
deidades al servicio de Ahura-Mazda se convirtieron en toda una jerarquía
de ángeles, o mensajeros de Dios, mientras que las divinidades supeditadas a
Ahrimán, se convirtieron en demonios capitaneados por Satán. Se formaron
historias que presentaban a Satán como un "ángel caído" que se había
rebelado contra Yahveh. La idea del Salvador que llegaría al final del mundo
para juzgar a vivos y muertos se asimiló a la del Mesías. El infierno
tradicional judío, muy similar al de los griegos, donde iban a parar todos los
muertos (con contadas excepciones) se transformó en el limbo, donde los
muertos esperaban el juicio final. La mayor parte de estas ideas no llegó a
incorporarse a la Biblia y parece ser que la clase sacerdotal más conservadora
nunca las aceptó.
Ese año murió el rey Plistarco, el hijo de Leónidas, que asumió el trono tras la
muerte del regente Pausanias. Fue sucedido por Plistoanacte, hijo de
Pausanias.