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Capítulo XVI

S. AGUSTÍN DE HIPONA

En el campo de la teología y de la espiritualidad, por tanto, en el estudio de la patrología, la


figura de Agustín de Hipona resulta excepcional. Su legado filosófico-teológico dominará
durante siglos el Occidente cristiano. Un aspecto que merece la pena destacar es que en san
Agustín es podemos distinguir en su vida periodos diversos, que van desde un buscador de la
verdad hasta un eminente teólogo; es más, su genialidad no le impide que rectifique
posiciones anteriores y opiniones que considera superadas en un momento de madurez, como
podemos constatar en sus famosas Retractationes. Esta capacidad de madura autocrítica es
otra faceta que agiganta su sabiduría.

I. Vida

Agustín nació en Tagaste (hoy Souk Ahras, en Argelia) el 13 de noviembre de 354. Su padre,
Patricio, era un consejero municipal que recibiría el bautismo poco antes de morir (371). Su
madre, Mónica, era una cristiana fervorosa que procuró educarlo en le, pero no lo hizo
bautizar, siguiendo la costumbre de la época de aplazar la recepción de este sacramento.
Realizó en Tagaste los primeros estudios de gramática, y más tarde los continuó en Madaura.
En 370 pudo viajar a Cartago para completar los estudios superiores de dialéctica y retórica. En
esta ciudad el joven Agustín se dejó arrastrar por el ambiente disoluto que reinaba entre los
estudiantes, tomó pronto una concubina de la que tendría su hijo Adeodato. Enseñó gramática
en Tagaste y retórica en Cartago, Roma y Milán.

Interiormente experimentó una evolución, que el propio Agustín narrará en las Confessiones.
Su conversión progresiva comienza en 373 con la lectura del Hortensius de Cicerón, cuando
tenía 19 años, despertándole un gran amor a la sabiduría. Por esas fechas 'leyó la Biblia, pero
la juzgó muy negativamente por estar escrita en un lenguaje qué él consideraba de escaso
nivel literario. Se adhirió a los maniqueos. Aceptó del maniqueísmo los presupuestos
filosóficos más importantes: el racionalismo, el materialismo y el dualismo. Pero poco a poco,
conforme fue profundizando en el estudio de la filosofía, descubrió la falsedad del
maniqueísmo. En otoño de 384 se traslada a Milán donde había ganado la cátedra de retórica
latina. Allí a la edad de 32 años comenzó su retorno a la vida cristiana. La predicación de S.
Ambrosio le ayudó a disipar algunas dificultades que presentaba el maniqueísmo en cuanto a
la exégesis de la Escritura. Por otra parte, la lectura de los libri platonicorum (Plotino y
Porfirio), fue de capital importancia para resolver los problemas filosóficos del materialismo y
de la existencia del mal. El sacerdote Simpliciano, que más tarde sucedería a S. Ambrosio, le
hizo ver la importancia de leer las epístolas de S. Pablo para resolver el problema teológico de
la mediación y de la gracia. Con esas lecturas comprendió mejor que Cristo no sólo es
Redentor, sino también Mediador. Desde esas bases conceptuales Agustín resolvió las dudas
de carácter intelectual que le habían apartado del cristianismo.

Sin embargo, Agustín permanecía sumido en un mar de dudas acerca del ideal de vida cristiana
que debía seguir. Se retiró a una finca en Casiciaco en compañía de su madre, su hijo, su
hermano y un grupo de amigos. Agustín, para poder alcanzar su conversión, encontraba
especiales dificultades en la renuncia al imperio de las pasiones. Tras largas vacilaciones y
dramáticos enfrentamientos interiores tuvo lugar la escena del jardín; él mismo nos narra en
las Confessiones como oyó una voz infantil que le decía: tolle et lege. Como tenía cerca un
códice de las epístolas de S. Pablo, lo abrió al azar y pudo leer el pasaje de Rom 13, 13, y al
instante se le disiparon todas las dudas y decidió recibir el bautismo. Sobre la conversión de S.
Agustín podemos sostener: a) que las Confessiones dan un relato histórico de la conversión; b)
que la conversión fue a la fe católica; c) que el motivo de su adhesión a la fe fue anterior a la
lectura de los libros platónicos. Recibe el bautismo la noche del 24 al 25 de abril en la solemne
vigilia pascual del año 387. En octubre de 388 regresa a Tagaste, donde en unión con Alipio y
otros amigos lleva una vida ascética, a semejanza de una comunidad monástica. En el año 391
viaja a Hipona para buscar un lugar donde abrir un monasterio y vivir allí una vida plenamente
monacal. El obispo Valerio se lo facilitará. Estando en esas negociaciones el obispo Valerio y el
pueblo de Hipona, lo eligen para el presbiterio de la ciudad. Valerio lo consagrará obispo entre
395 y 397, en 397, a la muerte de Valerio, ocupará la sede de Hipona. A partir de ese momento
abandonará el monasterio que había fundado. Se traslada a la vivienda episcopal,
transformándola en un monasterio para los clérigos de la localidad.

Al frente de la diócesis hiponense, Agustín se centra en llevar a cabo una intensa labor
pastoral, compartida con una actividad teológico-literaria. En el ejercicio de su ministerio
pastoral mostrará un gran celo por la predicación, por el cuidado de los pobres, obras de
beneficencia, visitas a los enfermos y organización de monasterios. También ocupaba buena
parte de su tiempo en la episcopalis audientia, aunque este cometido de juez lo consideraba
una carga bastante onerosa. Además, se afanó por clarificar la doctrina cristiana, inmersa en
las tres polémicas más importantes en el mundo latino de aquel entonces: con los maniqueos,
con los donatistas y con los pelagianos. Murió el 28 de agosto de 430, durante el tercer asedio
de Hipona por los vándalos.

II. Obras

Su biógrafo Posidio es por quien conocemos la enorme cantidad de sus escritos (un total de mil
treinta números, entre libros, cartas y tratados) recogidos en el Indiculus o lista añadida a la
Vita Augustini.

1. Escritos autobiográficos

Su obra más famosa son las Confessiones, escrita entre los años 397 y 402. Consta de dos
partes bien diferenciadas. La primera (libros I-IX) es un relato de su vida hasta el momento de
la muerte de su madre; la segunda (X-XIII) es una alabanza a Dios y a su obra creadora. La
finalidad de las Confessiones no es ofrecer una biografía de su autor, al modo como
actualmente entendemos el género biográfico, sino presentar unas consideraciones
espirituales sobre la vida personal de un obispo.

Otra obra importante son las Retractationes o Revisiones, redactadas en torno al año 427. Son
un análisis muy completo de toda su obra escrita hasta ese momento. Esta obra tiene un gran
interés no sólo por los datos que nos suministra sobre la cronología y la redacción de sus
escritos, sino también por las correcciones críticas que anota.

2. Escritos filosóficos

Entre sus obras filosóficas mas importantes encontramos:

- Contra Accademicos (386-387)

- De beata vita (386)

- Los Soliloquia (387)

- El De immortalitate animae (387)


- De quantitatae animae (387-388)

- De libero arbitrio (391-395)

- El tratado De magistro (389)

3. Escritos exegéticos

Sus obras en el campo de la interpretación bíblica son, entre las mas destacadas: El tratado De
doctrina christiana (397-427), que es un manual de exégesis bíblica; realizó diversos
comentarios al Antiguo Testamento como De Genesi adversus Manichaeos (389), donde hace
una interpretación alegórica; De Genesi ad litteram líber imperfectus (393), que es el primer
intento de interpretación literal realizado por Agustín; De Genesi ad litteram libri XII (401-415),
en donde plantea una amplia problemática; se ocupa de diversas cuestiones sobre los siete
primeros libros de la Biblia en Locutiones (419) y Quaestiones in Heptateuchum (419); las
Enarrationes in psal- mos (392-422) engloban una buena parte de la predicación agustiniana.
Otras obras de carácter más puntual serán las Adnotationes ad Iob (397-400) y De ocio
quaestionibus ex Veteri Testamento (419).

En relación con el Nuevo Testamento podemos destacar los comentarios siguientes: De


sermone Domini in monte (393-394), donde hace una exposición sintética de las
bienaventuranzas y de los dones del Espíritu Santo; Expositio quarundam propositionum ex
epístola Pauli ad Romanos y Epistolae ad Romanos inchoata expositio, así como Expositio
epistolae ad Galotas nos ofrecen una interpretación literal de las cartas paulinas. De consensu
evangelistarum (400) es una respuesta a las aparentes contradicciones en los relatos
evangélicos, que los filósofos paganos utilizaban contra los Evangelios. El tratado In Iohannis
Evangelium (414-417) es una obra extensa que recoge ciento veinticuatro sermones
comentando todo el cuarto Evangelio.

4. Escritos apologéticos

Aunque tiene varias obras menores de rasgos apologéticos, la que ha alcanzado una mayor
aceptación por parte de los estudiosos y del público en general será De civitate Dei (413-426).
La ocasión que le movió a escribirla fueron las acusaciones de los paganos contra el
cristianismo, a raíz de la conquista y del saqueo de Roma (410), que los paganos atribuían al
abandono del culto a los dioses tradicionales, que había impuesto el cristianismo. Agustín
refuta estas acusaciones demostrando históricamente cómo Roma, en tiempos anteriores al
cristianismo, sufrió igualmente estragos y derrotas. También ataca a los filósofos y escritores
que prometían la felicidad ultraterrena por medio del culto a los dioses.

El contenido de esta obra viene descrito expresamente por su propio autor en las
Retractationes: “Los cinco primeros libros refutan a aquellos que piensan que el servicio de los
muchos dioses venerados por los paganos es necesario para que la situación humana sea
próspera. Los cinco libros siguientes van contra aquellos que admiten que las desgracias
similares han golpeado desde siempre a los mortales y los azotarán en el futuro, pero aseguran
que el culto sacrificial a los muchos dioses es recomendable debido a la vida futura después de
la muerte. Pero para que nadie nos acuse de habernos limitado a rechazar opiniones ajenas y
de no haber ratificado las nuestras, aborda esa tarea la segunda parte de la obra, que
comprende doce libros”. La tesis central de la segunda parte es la Providencia divina que
ilumina y guía la historia de la humanidad, que presenta dividida en dos Ciudades, nacidas de
dos amores: el amor de sí y el amor de Dios. Entre estas dos Ciudades hay una perpetua
antítesis. La conclusión señala el éxito final de la Ciudad de Dios, que será la felicidad eterna, y
la condena eterna será el final de la otra Ciudad.

5. Escritos antimaniqueos

Agustín es uno de los mejores conocedores del maniqueísmo, entre otras cosas, porque había
sido maniqueo durante nueve años. Desengañado de las falsas expectativas de la secta,
después de su conversión, Agustín se sintió obligado a desenmascarar sus errores. Escribió
contra el movimiento maniqueo la obra De moribus Ecclesiae catholicae et de moribus
Manichaeorum; el tratado De duabus animis (392); y De natura boni (399). También escribe
contra algunas personalidades maniqueas: Contra Adimantum (393); Contra Faustum
Manichaeum (397-398); Contra Secundinum Manichaeum (399); Acta contra Fortunatum
Manichaeum (392) y Actis cum Felice Manichaeo (404).

6. Escritos antidonatistas

El Hiponense desempeñó un papel determinante al aportar una abundante producción


literaria y otras actuaciones personales que desembocarían en un debilitamiento definitivo del
cisma donatista, incluso tuvo una intervención en la Conferencia católico-donatista del año
411. Inicialmente trató de buscar el diálogo con los disidentes cuando escribe el Psalmus
contra partem Donad (393). En esta obra narraba la historia del donatismo y sus errores, y
animaba a la unión con los católicos. Sin embargo, hacia el año 400 llegó al convencimiento de
que tenía que cambiar de actitud, debido a la violencia que prodigaban los circumcelliones
contra los católicos. Entonces se dedicó a escribir numerosas obras contra el donatismo, a
estar presente en los sínodos africanos que se ocuparon de este asunto, y a solicitar la ayuda
del emperador contra la pars Donad. De esta época es el tratado Contra epistolam Parmeniani
(400) y el tratado De bapdsmo (400). También privó a los donatistas de la autoridad de S.
Cipriano al decir. Con su De unitate ecclesiae (400) afirma la universalidad de la verdadera
Iglesia de Cristo. Combate la eclesiología donatista, distinguiendo entre la santidad
fundamental de la Iglesia como Cuerpo de Cristo y los miembros de su cuerpo, que es un
corpus per-mixtum, es decir, compuesto por justos y pecadores. Otras obras detacables en
este ámbito son: el Breviculus conlationis cum Donatistis (411); el tratado Contra Donatistas
(412); el De correctione Donatistarum (417); Gesta cum Emérito Donatista (418) y Contra
Gaudentium Donatistarum episcopum (419).

7. Escritos antipelagianos

En el año 411 Celestio, discípulo de Pelagio, es condenado por hereje ante un tribunal
eclesiástico de Cartago. Este hecho será el detonante de la crisis pelagiana en el norte de
África. Los errores pelagianos se centraban en una hipervaloración de la naturaleza humana,
sosteniendo que el hombre puede vivir sin pecado por la sola fuerza de su voluntad, puesto
que el pecado de Adán no se transmitía a sus descendientes y, en consecuencia, la práctica del
bautismo resultaba prescindible. Pronto intervendría Agustín publicando el tratado De
peccatorum meritis et remissione et de baptismo parvulorum ad Marcellinum (411- 412),
donde postula la necesidad del bautismo y de la gracia para poder observar los mandamientos.
Además, redactó el De spiritu et littera (412); De natura et grada; también contra Pelagio y
Celestio publicará De perfectione iustitiae hominis (415), De gestis Pelagii (417), De grada
Christi et de peccato originad (418).

Una nueva fase de la disputa pelagiana vendrá protagonizada por el obispo pelagiano Julián de
Eclana (Italia) al negarse a suscribir la condena de Pelagio. El Hiponense respondió con dos
obras: Contra duas epístolas Pelagianorum (419-420), donde rechaza las acusaciones
calumniosas contra él: negar el libre albedrío, condenar el matrimonio, devaluar el bautismo y
aceptar el maniqueísmo, y, De nuptiis et concupiscentia (419-420), en el que rebate las
acusaciones de Julián, por enseñar la doctrina del pecado original.

El tratado Contra Iulianum (421), será el escrito más relevante de la controversia pelagiana.
Con análogas características redactará el Contra secundum Iuliani responsionem opus
imperfectum (429-430), precisará la noción de concupiscentia en relación con el pecado
original, que se borra en los bautizados, pero subsistiendo la concupiscentia como inclinación
desordenada al mal.

En el fragor de la polémica antipelagiana, Agustín en una carta del año 418 dirigida al
sacerdote romano Sixto expone, la acción de la gracia con independencia de la intervención
humana. Esta epístola causó cierta inquietud en los monjes de Hadrumeto. El santo Obispo de
Hipona respondió a las objeciones de los monjes con dos escritos: De gratia et libero arbitrio
(426) y De correptione et gratia (426-427). De este escrito agusti- niano algunos monjes de
Hadrumeto dedujeron la inutilidad de practicar la corrección fraterna. Entonces Agustín se
sintió obligado a enviarles el tratado De correptione et gratia, donde defiende la utilidad de la
corrección fraterna. Dicho con el lenguaje de Agustín, distingue entre la gracia como el
adiutorium sine quo non y la corrección como adiutorium quo. Al parecer, los monjes de
Hadrumeto aceptaron las explicaciones del Hiponense.

Muy distinta fue la reacción de los monjes de Marsella, que se habían opuesto frontalmente a
la doctrina agustiniana de la gracia. El Obispo de Hipona les responde con dos obras, dirigidas a
Próspero de Aquitania y a Hilario, que le habían informado sobre la actitud de los monjes
marselleses: De praedes- tinatione sanctorum (428-429) y De dono perseverantiae (428-429).

8. Otras obras polémicas

Agustín hubo de ocuparse del arrianismo, debido a las invasiones de pueblos germánicos en la
parte occidental del Imperio romano, ya que algunos de estos pueblos se habían adherido al
cristianismo arriano. En 419 el Hiponense redactará su Contra sermonem Arianorum, la
Collatio cum Maximino Arianorum Episcopo (427-428), y Contra Maximinum Arianum (428).
Empleó también su pluma para salir al paso de los errores priscilianistas al redactar su Ad
Orosium contra priscillianistas (415), el escrito de Agustín considera la doctrina de los
priscilianistas emparentada estrechamente con el maniqueísmo y el gnosticismo. Igualmente
saldría al paso de las acusaciones contra los católicos, que vertían los marcionitas, con su
Contra ad versarium legis et prophetarum (420), donde defiende el Antiguo Testamento de las
acusaciones marcionitas. En 429 publicó su Tractatus adversas Iudaeos, contra los judíos,
declarando el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento en Cristo. El tratado De
haeresibus (428-429) es un elenco de ochenta y ocho herejías desde Simón el Mago hasta
Pelagio y Celestio. La muerte hizo que este escrito quedara inconcluso.

9. Escritos de teología dogmática

Agustín presta también atención a cuestiones teológicas fundamentales y deja su aporte


plasmado en las siguientes obras: De vera religione (390); el De utilitate credendi (391); el
tratado De Trinitate, obra de gran hondura dogmática. Consta de quince libros, que se
distribuyen en dos partes: en la primera presenta los testimonios bíblicos sobre la Trinidad
(libros I al IV), y luego los argumentos de razón (libros V- VII); mientras que en la segunda parte
(libros VIII a XV) nos ofrece las analogías que se dan entre el alma humana y la Trinidad. Las
aportaciones más originales de Agustín en este campo fueron: la explicación “psicológica” de
las procesiones, la doctrina de las propiedades personales del Espíritu Santo y la ilustración del
misterio trinitario en relación con la vida de la gracia. Enchiridion ad Laurentium o Defide, spe
et caritate (421) El Enchiridion es una breve síntesis teológica, siguiendo el Credo de acuerdo
con el esquema de las tres virtudes teologales. Otras obras de índole dogmática serán: Defide
et symbolo (393), De diversis quaestionibus octoginta tribus (388-396), De diversis
quaestionibus ad Simplicianum (397-398).

10. Escritos morales y pastorales

De agone christiano (396) es un manual de vida cristiana, en el que el tema central es la lucha
contra el demonio y el pecado. De catechizandis rudibus (400) es una importante obra
catequética. De bono coniugali (401) responde a la polémica provocada por Joviniano. De
sancta virginitate (401) está dedicado a ensalzar la virginidad poniéndola en relación con la
humildad. De bono viduitatis (414) hace hincapié en los méritos de la viudedad.

11. Escritos monásticos

Una especial consideración merece la llamada Regula ad servos Dei, un documento que ha
derivado en controversia. Nos ha llegado en su formulación masculina y femenina. La versión
femenina, según la opinión mayoritaria de la crítica, no es más que una adaptación tardía a un
monasterio de mujeres. Se podría resumir su contenido diciendo que esta Regula es un breve
texto de legislación religiosa, en el cual se trazan las líneas directrices de una comunidad,
corrigiendo defectos, precisando deberes y proponiendo, sobre todo, los remedios
convenientes. Para el Hiponense la “vida monástica” es lo mismo que decir “vida cenobítica”,
lo que es tanto como afirmar que se trata de un existir en que se prima la vida de comunidad
completa, la comunión de pensamientos, sentimientos y costumbres. Otra obra importante es
el tratado De opere monachorum (401).

12. Sermones

La predicación frecuente de Agustín nos permite hacer un cálculo de 3.000 o 4.000 homilías a
lo largo de sus cuarenta años de ministerio pastoral. En la actualidad se han reconocido como
auténticos unos 600 sermones. Los sermones suelen clasificarse en cuatro grupos: sobre la
Biblia, sobre el año litúrgico, sobre las fiestas de los santos y sobre asuntos diversos.

13. Cartas

El epistolario de Agustín es muy rico y abundante. En ocasiones sus cartas son verdaderos
tratados en cuanto a su extensión. Las cartas conocidas abarcan un período que va desde el
año 386 al 430.

III. Doctrina

1. Pensamiento filosófico

Agustín tenía un conocimiento cualificado de pensadores y filósofos del mundo romano, como
Cicerón, Séneca, Plotino, entre otros. Tenia preferencia por los neoplatónicos, debido a la
proximidad que dichos filósofos tenían con la doctrina cristiana. Conviene tener en cuenta la
evolución del pensamiento del Hiponense en este punto, conforme vaya madurando su
conocimiento teológico. Esto se aprecia de modo significativo en las Retractationes, donde
rectifica su forma de pensar de la etapa inicial de sus escritos. Combatió y rechazó los grandes
errores de los neoplatónicos, como la necesidad y eternidad de la creación, la preexistencia de
las almas, la metempsícosis, etc. Se puede decir que Agustín va perfilando un tipo de filosofía
en la que se dan cita elementos neoplatónicos y otros de procedencia netamente cristiana,
dando como resultado una filosofía personalísima.

Se puede señalar las líneas maestras de la filosofía agustiniana en tres parámetros:


interioridad, participación e inmutabilidad.

- El primero es el más conocido. Es una deducción de la lectura de los libri platonici que se
puede formular con la frase «vuelve en ti mismo» para constatar que la verdad es algo que
habita en el hombre. La mente humana es de naturaleza inteligible y tiene capacidad para
captar las realidades inteligibles e inmutables y percibirlas con certeza. La certeza de vivir y de
pensar es un supremo argumento de percepción de la verdad. Este principio de interioridad
está presente en tres tesis fundamentales de la filosofía agustiniana: la demostración de la
existencia de Dios, la prueba de la espiritualidad del alma y de su inmortalidad.

- El segundo principio es el de participación: todo bien o es un bien por su misma naturaleza y


esencia, o es un bien por participación. En el primer caso es el Bien sumo, en el segundo es un
bien limitado. Dado que la vida asume una forma triádrica en la unidad del espíritu humano:
ser, conocer y amar, la misma forma asume el principio de participación, o sea, la participación
del ser, de la verdad y del amor. De esta triple forma participativa procede la noción
agustiniana de Dios causa del ser, luz del conocer, fuente de amor.

- Con el tercer principio denominado de inmutabilidad, sotiene que El ser verdadero, genuino y
auténtico es sólo el ser inmutable. Lo que es tanto como decir, que es el Ser por esencia
(ipsum esse). De ahí se sigue que toda cosa, por excelente que sea, si es mudable, no es
verdaderamente, pues no hay ser verdadero donde hay también no ser. Este principio sirve
para distinguir al ser por esencia del ser por participación, es decir, al Creador de las criaturas.

A las tres grandes cuestiones filosóficas del ser, conocer y amar, S. Agustín responde con tres
soluciones, que son la creación, la iluminación y la felicidad.

a) Creación. Esta doctrina, que esclarece el origen de las cosas, pertenece tanto a la fe como a
la razón. Contra las tesis de los maniqueos, panteístas y neoplatónicos, sostiene que Dios creó
todas las cosas no de su sustancia, ni de alguna cosa que hubiese creado, sino de la nada. Dios
no sólo crea de la nada, sino que crea según razones eternas, que son las ideas ejemplares
existentes en la mente divina, por cuya participación son todas las cosas que son. Esto es lo
que se conoce como “ejemplarismo” agustiniano.

De la doctrina de la creación deducirá la bondad de todas las cosas y la solución al problema


del mal. Contra los maniqueos Agustín demuestra que la existencia del mal no contradice la
bondad de Dios, pues Dios no lo causa, sino que sólo lo permite, y lo permite porque es bueno
y todopoderoso, hasta el punto de sacar bien del mal.

b) Iluminación. Agustín entiende la teoría de la iluminación como un aspecto de la doctrina de


la participación y sostiene que nuestra iluminación es una participación del Verbo, es decir, de
la vida que es luz de los hombres. Dios causa del ser, es también luz del conocer.

c) Felicidad. Es la tercera de las soluciones filosóficas de Agustín. Dios es para el hombre, no


sólo quien le da la luz del conocer, sino también quien le da la felicidad que es Él mismo. Para
el Hiponense la felicidad es el gozo de la verdad. De ahí que identifique felicidad y sabiduría,
pues nadie es sabio sin ser bienaventurado y nadie es bienaventurado sin ser sabio. También
reclama para la verdadera felicidad que sea eterna. Aquí también está presente la doctrina del
Hiponense sobre la frui y el uti. Podemos recordarla aquí distinguiendo entre las cosas que
hacen al hombre feliz, y que deben ser amadas por sí mismas como fin al que llegar y gozar, y
las cosas que son medios para alcanzar el fin y de las que, por tanto, sólo hemos de servirnos.
En consecuencia, todo desorden moral consistirá en la inversión de este orden de cosas. A la
luz de esta doctrina debe ser entendido el conocido aforismo agustiniano de ama y haz. lo que
quieras.

2. Fuentes de conocimiento de la revelación

a) Sagrada Escritura

Agustín no tiene dudas sobre la autoría divina de la Sagrada Escritura, y por lo mismo no puede
contener ningún error. Sostiene que Jesucristo ha hablado por boca de los profetas y ha guiado
la pluma de los Apóstoles y que los errores aparentes de la Escritura no son más que faltas de
los copistas o traductores, o proceden de no comprender bien el texto. El santo Obispo de
Hipona interpreta la Sagrada Escritura con una gran libertad. Cuando el sentido literal ofrece
dificultades hermenéuticas señala la utilidad de la exégesis alegórica.

b) Tradición

Al lado de la Escritura coloca la “tradición”, que entiende como una tradición no escrita, que
viene de los Apóstoles y que nos transmite enseñanzas de la Iglesia. Llega a decir que cuando
una costumbre es universal dentro de la Iglesia es señal que viene de los Apóstoles. Conviene
subrayar que Agustín no identifica esta tradición con la autoridad de la Iglesia.

c) Autoridad de la Iglesia

Otorga un lugar destacado a la autoridad viviente de la Iglesia, a quien reconoce poseedora de


la suprema regla de la fe. Afirma que de la Iglesia recibimos las Escrituras, y Ella nos garantiza
con su autoridad la guía segura a la que debemos acudir para la interpretación correcta de la
Biblia y de la Tradición.

d) El papel de la razón

Respecto al papel reservado a la razón y el que tiene la fe. Se puede responder sintéticamente
con la conocida fórmula agustiniana: intellege ut credas, crede ut intelligas. Desde este punto
de vista, la misma razón antecede a la fe. A su vez la razón, admitidas las verdades reveladas,
trata de penetrarlas y de ahondar en su conocimiento. Aquí es donde tendría su papel la
filosofía.

3. Doctrina sobre Dios

a) Existencia

Para Agustín la existencia de Dios es una verdad que nadie puede ignorar. Los mismos ateos
solamente lo son en su corazón y el ateísmo le merece la calificación de “locura de unos
pocos”. Sin embargo, Dios no es objeto de nuestra intuición directa e inmediata. Nos describe
cómo el alma, partiendo de las cosas sensibles, se eleva, gracias a la iluminación del Verbo,
hasta los invisibilia Dei. Uno de los temas preferidos por el santo Obispo de Hipona es el tic la
impotencia de la razón humana para comprender o abarcar a Dios: Si comprehendis, non est
Deus dirá con toda rotundidad.

b) Trinidad
La doctrina trinitaria de Agustín es uno de los frutos más sazonados de su quehacer teológico.
En línea de continuidad con el pensamiento latino precedente concibe la naturaleza divina
antes que las Personas. O dicho en una formulación sintética: una sola naturaleza divina
subsistente en tres Personas. Agustín ha tratado de presentar la consubstancialidad y la
distinción de las tres Personas divinas. La realidad de las tres Personas divinas iguales y
distintas se expresa en la teoría de las relaciones. Estas Personas son relaciones, que no se
confunden con la sustancia o naturaleza, porque no son algo absoluto, pero no se las puede
tratar como unos simples accidentes, porque son esenciales a la naturaleza, y por
consiguiente, eternas y necesarias como ella. El Padre es “el que genera”, y el Hijo es “aquel
que es engendrado”, mientras que el Espíritu Santo es “el que procede del Padre y del Hijo,
como de un único principio”. La imagen de la Trinidad la encuentra Agustín en el hombre
interior, en la mente, y la formula como amor, o también como memoria. Por otra parte, todas
las operaciones ad extra de la Trinidad son obra de las tres Personas divinas. Así, las teofanías
bíblicas son obra de toda la Trinidad, aunque se manifieste una Persona divina

4. Cristología

La manera de expresar el dogma cristológico es muy certera: Homo verus, Deus verus; Deus et
homo totus Christus: hoc est catholica fides. La afirmación de la naturaleza humana de Cristo
es muy clara en Agustín. Nos dirá que el cuerpo de Cristo es real, terrestre, tomado de una
mujer, dotado de alma racional. Con idéntica fuerza atestiguará la naturaleza divina del Señor:
“Aquel que es Dios es también hombre”.

De esta unión de naturalezas en la Persona de Verbo resulta la comunicación de idiomas y, por


tanto, Dios es hombre y el hombre es Dios. De ahí que se puedan emplear expresiones, como
las de “Dios crucificado”, o “Dios muerto”, que son frecuentes en las obras de Agustín.

5. Mariología

En continuidad con su cristología el santo Obispo de Hipona declara la maternidad divina de


María al decir que “Dios ha nacido de una mujer”. La virginidad perpetua de María es
proclamada por Agustín cuando dice de María, que “virgen concibió, virgen dio a luz y virgen
permaneció”. Por otra parte, María representa el ideal cristiano de la virginidad, iniciando este
tipo de vida antes de la anunciación. Con motivo de la polémica con los pelagianos, el
Hiponense subraya en María la inmunidad de todo pecado. Agustín considera también a María
como Madre de la Iglesia. Más concretamente llama a María “Madre de los miembros de la
Iglesia, por haber cooperado con la caridad a que los fieles naciesen de la Iglesia”

6. Soteriología

La venida de Jesucristo a la tierra tenía un objeto bien preciso para nuestro autor: el rescate
del hombre caído y su liberación del pecado, porque “si el hombre no hubiese perecido, el Hijo
del hombre no hubiera venido”. La mediación de Cristo en favor de la humanidad se puede
llevar a cabo, precisamente, porque Cristo es hombre.

7. Antropología sobrenatural

a) Pecado original

Los grandes temas de la antropología agustiniana, como la doctrina del pecado original, la
justificación, la gracia y la predestinación, se fueron profundizando y perfilando a través de la
controversia pelagiana, haciendo progresar la teología católica latina en esos puntos
controvertidos.

Comenzamos por el pecado original y vamos a considerarlo bajo dos aspectos: la existencia del
mismo, y su naturaleza.

La existencia del pecado original no ofrece ninguna duda a nuestro autor. Entiende que es una
verdad que siempre ha creído y enseñado la Iglesia. Las pruebas que aduce de su existencia
frente a los pelagianos son las siguientes:

1. Tomada de la Sagrada Escritura. Los pasajes escriturísticos que más utilizaba eran Rom 5, 12-
19 y Jn 3, 5. Los pelagianos explicaban estas palabras hablando de la propagación del pecado
por imitación del mal ejemplo de Adán, pero Agustín afirma con el texto en la mano que se
trata de una transmisión y no de una imitación.

2. La segunda prueba está sacada de los Padres de la Iglesia que le han precedido.

3. Se fundamenta en la praxis bautismal de los niños, una prueba de la existencia en los niños
del pecado original, de lo contrario estos ritos serían actos sin sentido.

4. La deduce del estado físico actual y moral del hombre. ¿Cómo explicar el sufrimiento de los
niños? No pueden ser penas debidas a la realización de actos pecaminosos personales, ni
tienen por objeto ejercitar la virtud. Luego si no se quiere tildar a Dios de injusto, hay que
pensar que esos sufrimientos son un castigo debido al pecado original

La naturaleza del pecado original, entre los estudiosos de S. Agustín, para unos, el Hiponense
ha exagerado el papel de la concupiscencia y consideran que, según él, el pecado original es la
misma concupiscencia. Más certera nos parece la interpretación del P. Trapé, para quien es,
más bien, la concupiscencia unida al reato.

b) Justificación. Doctrina sobre la gracia

Agustín enseña que el bautismo borra verdaderamente el pecado, aunque subsista la


concupiscencia, pero ella no es propiamente pecado, y en cuanto a la “debilidad” de la
naturaleza caída, no es más que un efecto del pecado, que desaparecerá poco a poco. Así
pues, el pecado es destruido, pero la justificación supone un elemento positivo, una realidad
inherente al alma. S. Agustín la concebía como una adopción divina o como una divinización
del alma, y también como una participación en la justicia misma de Dios y en su santidad. El
término “gracia” lo entiende como un auxilio divino que se nos da para cumplir lo que la ley
manda, para obtener la justificación y perseverar en ella. Agustín afirma la absoluta necesidad
de la gracia para evitar el pecado y para convertirse a Dios y alcanzar la salvación. Hay tres
principios del sistema agustiniano que es preciso tener en cuenta en esta cuestión: 1° La
soberanía absoluta de Dios sobre la voluntad. 2° La libertad, incluso bajo la acción de la gracia
eficaz ha sido siempre salvaguardada por el Hiponense. 3° La conciliación de los dos principios
anteriores en el gobierno divino.

8. Eclesiología

La polémica donatista llevó al santo Obispo de Hipona a profundizar en el misterio y en la


naturaleza de la Iglesia. La idea principal sobre la Iglesia es la unión de ésta con Cristo, que es
su Cabeza. Cristo está obrando siempre en la Iglesia, como en su Cuerpo. Agustín considera
también que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, el alma del Cuerpo místico de Cristo. Por
otro lado, entiende que el Espíritu Santo es el principio de comunión que constituye la unidad
de la Iglesia. Pero la Iglesia no sólo es para Agustín el Cuerpo de Cristo y su Esposa, sino que
también es la Madre-Virgen de los cristianos de la que no debemos separamos, como tampoco
debemos hacerlo de Cristo. La Iglesia es además el reino de Dios en la tierra, aunque
comprenda también a los fieles difuntos y a los futuros cristianos. La Iglesia posee, pues, una
dimensión escatológica y tiende hacia la eternidad, aunque encuentre dificultades en su
peregrinar terreno.

La cuestión de la santidad de la Iglesia supuso para Agustín un punto clave en su polémica con
la pars Donati. Como es sabido, los donatistas excluían de la Iglesia a los pecadores públicos,
porque la Iglesia sólo debía estar compuesta por santos. Agustín alza su voz contra semejante
rigorismo. La Iglesia es el campo donde la cizaña está mezclada con el buen trigo. Es la red que
contiene peces buenos y malos. Es verdad que el interés de la comunidad y el de los propios
afectados exige, a veces, que la Iglesia arroje de su seno -por la excomunión- a esos malos
cristianos, pero, la mayor parte de las veces, el bien de la paz y la unidad aconseja que los
ignore o parezca ignorarlos. La santidad de la Iglesia no consiste esencialmente en que todos y
cada uno de los fieles sean santos, sino en que su doctrina, sus sacramentos, su ministerio y su
misma existencia tengan por objeto la santificación de las almas, y realicen efectivamente esa
santificación por la difusión de la verdad y la transformación de las costumbres.

Otra de las notas que adornan a la verdadera Iglesia es la apostolicidad, que deriva de ser sus
obispos sucesores de los Apóstoles. El Hiponense no dudará en probar este aserto redactando
la lista de los obispos de Roma, desde el principio hasta su coetáneo Anastasio, con quien los
católicos estaban en comunión. También declarará que es necesario pertenecer a esa Iglesia
para salvarse, repitiendo con S. Cipriano que salus extra Ecclesiam non est.

En cuanto al Primado romano y al magisterio petrino, Agustín tiene una doctrina en línea de
continuidad con la de S. Cipriano, considerando a Pedro como el supremo representante de la
Iglesia y del Colegio apostólico, y viendo también en él a aquel apóstol que ha recibido el
Primado. Por tanto, Roma será siempre la que ostente la suprema instancia decisoria en la
resolución de conflictos o de resoluciones de concilios provinciales o locales.

9. Sacramentos

La controversia donatista se extendía también a las condiciones para la validez de los


sacramentos. Este hecho dio ocasión a que Agustín profundizara en la teología sacramentaría.
En el Hiponense encontramos una noción muy genérica de sacramentum, como “un signo de
una cosa divina”. Pero también hallamos un concepto más estricto, que se acerca bastante a
nuestra noción actual de sacramento. Entre los ritos sagrados, que son signos de una realidad
sobrenatural, distingue cierto número de ellos que al conferirlos producen esa realidad
sobrenatural que llamamos gracia o virtus.

Como ya hemos indicado más arriba, la disputa donatista puso en entredicho el tema de la
validez de los sacramentos. Agustín distingue entre la validez del sacramento y su eficacia o
fruto. Además de afirmar esa importante distinción, también alude a la costumbre de la Iglesia
de no reiterar el bautismo ni el Orden a quienes, habiendo recibido ya estos sacramentos y
luego pasado a la herejía o al cisma, vuelven otra vez al seno de la Iglesia. La razón última por
la cual esos dos sacramentos no se reiteran está en que ambos imprimen un carácter
indeleble, comparable al sello que se pone en las monedas imperiales.

10. Espiritualidad
Es realmente absurdo pretender sintetizar en unas pocas líneas la riquísima espiritualidad
agustiniana, pero sí vamos a procurar indicar las principales características de su pensamiento
en esta temática.

a) Búsqueda de Dios

Desde los comienzos de su vida espiritual, Agustín trató de alcanzar el misterio de Dios,
empleando un método dialógico. Primero tratando de seguir las enseñanzas de los filósofos
neoplatónicos. Este principio filosófico no se agota en sí mismo sino en la verdad, dice el
Hiponense. Además, si tenemos en cuenta que en el hombre está la misma Verdad que es
Dios, entonces descubriremos la interioridad como una importante faceta espiritual. Este
proceso viene descrito en las Confessiones, pasando a dialogar primero con las realidades
exteriores y después con las interiores.

b) El amor como principio de la vida espiritual

Para S. Agustín la caridad se convierte en el centro y la medida de la perfección. Se puede decir


que la espiritualidad de la búsqueda de Dios, como actividad progresiva del alma, es repensada
por el Hiponense como caridad, en el triple ámbito de lo personal, eclesial y social. En el
terreno personal, lo desarrolló con el ejercicio constante del amor a Dios y al prójimo. La
espiritualidad eclesial, a modo de comunión entre los bautizados, no sólo la sitúa a nivel
sacramental, sino también en la vivencia cotidiana de la unidad y la paz en la Iglesia. Y en el
ámbito social acuñó la expresión amor socialis, que se encuentra con frecuencia en sus
Sermones.

De todas formas, la caridad debe ser ordenada. El ordo amoris, orden del amor o amor
ordenado se acomoda al mismo orden de las cosas, que pueden ser amadas según su
perfección o mérito. O, dicho de otra manera: podemos amar al prójimo no sólo como medio,
sino también como fin, pero, entiéndase bien, como fin relativo, porque dice relación a Dios.

Resalta, pues, la primacía del amor a Dios, no sólo para amar al prójimo, sino también para
después amarnos rectamente a nosotros mismos.

c) La oración

Este es uno de los temas más importantes de la doctrina espiritual agustiniana. Agustín fue un
auténtico maestro de oración. La oración, según el Hiponense, hunde sus raíces en la
conversión de corazón. Su finalidad es disponer el corazón para recibir los dones de Dios. De
ahí que su necesidad esté unida a la necesidad de la gracia, porque “Dios dispuso que en el
combate espiritual luchemos más con las oraciones que con nuestras fuerzas”. La oración de
Agustín es eminentemente cristológica.

Señala el santo Obispo de Hipona distintas etapas en la oración que culmina en la


contemplación de Dios, pero conviene advertir que no habla de oídas porque él mismo era un
contemplativo. Un ejemplo de esto que decimos puede ser el llamado «éxtasis» de Ostia en el
coloquio que tiene con su madre.

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