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II.

UNA APROXIMACIÓN AL PATRIMONIO


DESDE LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA:
LA PATRIMONIALIZACIÓN COMO
GUARDAR *
Jaume Franquesa**

La observación del patrimonio y los procesos de patrimonialización


nos muestra que estos mantienen una relación estrecha y ambi-
valente con la mercancía y los procesos de acumulación. Así, en
algunos casos las demandas de patrimonialización entienden que
la protección del «objeto patrimonial» equivale fundamentalmente
a su defensa respecto del mercado, considerando a este como una
amenaza para aquellos valores históricos, culturales o identitarios
que supuestamente constituyen la cualidad patrimonial del objeto
y justifican su demanda de conservación. En otros casos, en cam-
bio, las demandas de patrimonialización se orientan precisamente
a permitir la explotación económica de aquellos objetos valiosos,
a menudo considerando que tal explotación, además de conllevar
eventuales provechos económicos, supone la mejor garantía para su
conservación. Esta diversidad tipológica, sin embargo, no es más
que el aspecto más superficial de la ambivalencia que caracteriza la
relación entre patrimonio y mercado. Así, debemos observar, por
un lado, que tal ambivalencia no solamente caracteriza la relación
entre procesos de patrimonialización diversos, sino que es interna
a cada uno de ellos, lo cual se muestra por ejemplo en el hecho que
el aprovechamiento mercantil del patrimonio se predica necesaria-

* Agraeixo el suport del Comissionat per a Universitats i Rercerca del Depar-


tament d’Innovació, Universitats i Empresa, de la Generalitat de Catalunya.
** University of Toronto.

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mente sobre la afirmación del carácter extra económico del valor
de tal objeto.
A pesar de lo dicho más arriba y de la creciente atención que en
los últimos decenios el patrimonio ha suscitado entre los antropólo-
gos, estos han tendido a tratar el patrimonio como un objeto de or-
den fundamentalmente cultural, político o identitario, desplazando
a los márgenes del análisis su «aspecto económico» y negligiendo así
su papel en los procesos de acumulación de capital. El objetivo de
este artículo es mirar de resolver esta laguna, proponiendo algunas
herramientas teóricas que ayuden a pensar la compleja relación entre
mercado y patrimonio.1 Para ello voy a apoyarme en la tradición de
la antropología económica, y muy especialmente en la categoría de
guardar propuesta por Annette Weiner (1992) y Maurice Godelier
(1998), que nos llevará a analizar en paralelo la extensión del campo
patrimonial y la expansión de los procesos de mercantilización a
las que hemos asistido en los últimos decenios. Conviene destacar
que la búsqueda de este marco analítico arranca de mi progresiva
insatisfacción con el uso de la noción de patrimonio como categoría
analítica. Así, pues, nuestro recorrido deberá partir de un análisis
crítico de esta categoría que, poniendo en evidencia sus limitacio-
nes, nos muestre que la incapacidad para pensar teóricamente la
relación entre patrimonio y mercancía debe ser comprendida como
la manifestación probablemente más profunda de la ambivalencia
que caracteriza tal relación.

El patrimonio como categoría analítica


El discurso patrimonial construye su propio objeto (el patrimonio)
pero lo hace ocultando su propia acción de producción, y por lo tanto
nos dificulta su análisis. El carácter tautológico con que se reviste
la patrimonialización se pone en evidencia en expresiones en voga

1. En sus primeras versiones este artículo combinaba la elaboración teórica con


la presentación de casos y ejemplos específicos, en su mayor parte procedentes de
mi investigación en Mallorca (véase Franquesa 2010, especialmente el capítulo 6).
Finalmente, y debido a limitaciones de espacio, me he visto obligado a prescindir
de tales casos, confiriendo ello una falsa apariencia de autonomía a la elaboración
teórica y, quizás, un carácter excesivamente abstracto al artículo.

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como «activación patrimonial» o «puesta en valor» que supone que
el patrimonio ya se encuentra allí en estado latente, que hay una
esencia que de algún modo precede a su patrimonialización, como
si esta se limitara a «hacer emerger» un valor sui generis que ya estaba
allí. El principal problema del uso de la noción de patrimonio, pues,
es que sanciona tal discurso patrimonial, ya que el patrimonio como
categoría analítica reifica su propio objeto y en consecuencia se alza
como un escollo para su análisis. Para ser efectivo, el discurso patri-
monial no solo debe ocultar su carácter productivo sino que además
debe suponer que el patrimonio es un objeto distinto, definido por
un valor patrimonial sui generis vinculado al arte, la historia o la
identidad, y a su vez absolutamente ajeno a otras consideraciones
de valor. El uso de la noción de patrimonio como categoría analítica
implica pues considerar «lo económico» como extrínseco a la natura-
leza patrimonial, a aquello que de patrimonial tiene el patrimonio,
lo cual nos conduce al segundo aspecto de nuestra crítica.
La categoría patrimonial afirma la existencia de una «esfera
patrimonial» exenta, autónoma respecto de la «esfera económica»,
de tal modo que la propia categoría oculta, de un lado, su propia
intervención en la producción de esta esfera (como si designase algo
que ya está allí) y, del otro lado o por ende, obstaculiza el análisis de la
relación entre estas dos esferas. Lo que nos interesa es ver la porosidad
y ambigüedad entre estas dos categorías, y en este sentido de poco nos
sirve una categoría analítica como la de patrimonio que supone una
alteridad absoluta entre ellas.2 Esta separación entre lo económico y lo
patrimonial no es pues otra cosa que efecto de la relación ambivalente
que rige entre ellos, es decir, una expresión fetichizada del hecho que
la existencia del patrimonio tiene como condición de posibilidad la
ocultación de su relación con el mercado, una relación que es ambi-
valente puesto que se predica sobre la fetichización del patrimonio y
por lo tanto sobre la ocultación y negación de tal relación.
Mi argumento, pues, es que la categoría de patrimonio no
sirve para el análisis de los procesos de patrimonialización puesto

2. Tal alteridad se pone en evidencia, por ejemplo, en la tendencia (no por


muy criticada menos practicada) entre los científicos sociales a considerar axiomá-
ticamente la relación entre mercado y patrimonio en términos simples de amenaza
a la «autenticidad» (léase la esencia) de este último.

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que es parte de la ideología del patrimonio por la que se ocultan el
carácter productivo y la relación con el mercado de tales procesos.
En este sentido quiero subrayar que mi argumento no debe ser
comprendido como una negación de la existencia del patrimonio,
es decir, de objetos patrimonializados, sino como la afirmación que
este, en tanto que categoría, no es adecuado para el análisis de tales
objetos. A pesar de presentarse como un lenguaje analítico, pues, el
discurso patrimonial es una narrativa mixtificadora que forma parte
del aparato a través del cual se produce el patrimonio, y como ya se
ha dicho este aparato requiere para ser eficaz su propia ocultación
y, por tanto, la ocultación del carácter procesual del patrimonio, la
dimensión productiva de los procesos de patrimonialización y su
relación con el mercado y las contradicciones del capital.

Guardar
Pasaremos ahora a presentar la noción de guardar, la categoría que
propongo para analizar los procesos de patrimonialización superando
las trampas que nos plantea la noción de patrimonio pero, a la vez,
incorporando tales trampas como parte de aquello que debe ser
comprendido. Para ello nos dirigiremos, primeramente, a la pre-
sentación de la noción tal y como ha sido planteada por Weiner y
Godelier, para pasar posteriormente a discutir las ventajas analíticas
que nos proporciona.

El objeto guardado
En sus investigaciones etnográficas, centradas predominantemente
en sociedades melanesias, Weiner y Godelier han observado que los
objetos pueden encontrarse en dos esferas: la de aquellos objetos que
circulan, es decir, que se dan o intercambian, y la de aquellos objetos3

3. El término «objeto» puede prestarse a cierta confusión. De hecho, tan-


to Weiner como Godelier insisten en que estos objetos no tienen por qué ser
«tangibles», ya que puede tratarse de ritos, relatos, lugares, etc. No obstante es
importante observar que, tal y como señalábamos más arriba en relación con el
discurso patrimonial, el propio proceso de guardar produce estos elementos como
objetos, es decir, entidades más o menos discretas sobre las que poder ejercer una
acción específica.

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que se guardan, manteniéndose anclados al grupo. Estos objetos
que se guardan se consideran únicos, una unicidad que se asocia a
su historia específica, conocida y recordada por sus poseedores y el
conjunto de la sociedad. A ojos de los actores, pues, aquello que dota
de valor al objeto guardado es su historia específica, su singularidad,
y guardar es conservar tal historia específica que confiere al objeto
lo que Weiner llama su «valor trascendental», es decir, un valor sui
generis, vinculado a la identidad del grupo e incomparable, que
conlleva que el objeto no pueda ser intercambiado y por lo tanto
deba quedar fuera de la circulación.
La acción de guardar, por lo tanto, supone una lucha constante
para proteger el objeto contra los efectos deletéreos tanto del tiempo
como del intercambio. Se trata, por un lado, de una lucha contra la
historia, un esfuerzo permanente para conseguir que el devenir no
disuelva sino que refuerce la especificidad del objeto; por el otro, de
una lucha contra el intercambio, una vigilancia continua para evitar
que las obligaciones de reciprocidad lleven al grupo poseedor del ob-
jeto a tener que introducirlo en la circulación. Así podemos observar
que la acción de guardar que nos presentan Weiner y Godelier reúne
dos sentidos ligeramente distintos del verbo. El primer sentido hace
referencia a significados como separar, reservar, almacenar, poner a
un lado, retirar de la circulación, etc., como cuando decimos «niño,
guarda los juguetes» o «guárdame dos números de la lotería». Ello no
obstante es importante destacar que ambos autores remarcan que el
guardar en ningún caso puede entenderse fuera de su relación con la
circulación, con el dar: siempre se guarda mientras se da o incluso
para dar, y viceversa. El segundo sentido se refiere a significados
como conservar o proteger, pero también como enriquecer, como
cuando decimos «la sal guarda el jamón». En esta frase podemos
observar que la sal no solo protege el jamón contra los efectos del
tiempo, un tiempo que de no mediar la sal, el guardar, pudriría el
jamón, sino que además consigue que este tiempo añada sabor y
valor al jamón, lo enriquezca.
Asimismo, la lucha por guardar determinados objetos es, de un
modo más general, una lucha para crear estabilidad y mantener la
continuidad del orden social, sempiternamente amenazado por el
tiempo y la circulación, es decir, el cambio y el movimiento. Esta idea
viene ilustrada a través de la noción de «autenticación cosmológica»

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que nos propone Weiner. Este término se refiere al esfuerzo, que
debe ser frecuentemente renovado, de conectar el objeto con aquellos
relatos cosmológicos o discursos sobre los orígenes y el sagrado que
afirman la unicidad y valor sui generis del objeto. Se establece así una
relación bidireccional de refuerzo mutuo entre el objeto y aquellas
cosmologías que narran y custodian el orden social. En efecto, los
relatos cosmológicos garantizan el «valor trascendente» del objeto
guardado y sancionan la acción de guardar al afirmar el carácter
sagrado del objeto, debiéndose tener en cuenta que la extinción de
tales relatos sería tan fatal para el objeto guardado como su destruc-
ción física. Recíprocamente, el objeto guardado materializa, y por
lo tanto autentica, los relatos cosmológicos, contribuyendo así a su
conservación y con ella a la permanencia del orden social del que
aquellos son celosos custodios.
Hasta aquí, pues, podemos ver que el estatus del objeto guar-
dado se ajusta al del objeto patrimonial: vinculado a la identidad
del grupo, condensación de historia, con un valor sui generis y por
lo tanto inconmensurable, carácter tautológico, vinculado a la con-
tinuidad social, separado de una circulación por donde transitan
los objetos ordinarios, etc. Ahora lo que nos toca es averiguar si
la noción guardar nos sirve también como una categoría analítica
capaz de sortear aquellas trampas que el concepto de patrimonio
pone a nuestro paso.

Ventajas analíticas
La primera gran ventaja que nos proporciona la categoría de guardar,
que si nos fijamos es un verbo, es que hace explícita su dimensión
productiva. Así, por ejemplo, la observación que la autenticación cos-
mológica debe ser renovada con frecuencia nos indica que el guardar
es un proceso productivo nunca acabado y que por lo tanto debe ser
permanentemente actualizado. Weiner y Godelier, pues, dejan claro
que guardar es un proceso permanente sin el cual el objeto guardado
desaparece: bien por la acción del tiempo (queda olvidado, se dete-
riora, etc.), bien por ser introducido en la circulación donde pierde su
carácter único, inconmensurable. No hay, pues, objeto guardado sin
acción de guardar, no hay ninguna esencia en el objeto que lo haga
singular, valioso o inconmensurable, sino que estas características
se derivan del hecho de ser guardado. No obstante, como Godelier

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enfatiza, si bien la acción de guardar constituye la condición de po-
sibilidad del «valor trascendental» del objeto, tal valor requiere que
los actores conciban la relación causa-efecto de forma invertida, es
decir, que comprendan la acción de guardar como derivada de un
valor inmanente al objeto. De este modo, el guardar como marco
analítico nos permite comprender el carácter productivo del guardar
y el modo como tal carácter es ocultado por el propio proceso, que
es entendido por los actores como mera validación o autenticación
de un valor trascendente inmanente al objeto.
La segunda gran ventaja que nos proporciona el guardar desde
un punto de vista analítico es que este debe pensarse a partir de su
relación compleja con la circulación. Así, tanto Weiner como Go-
delier señalan que la esfera del guardar y la esfera del dar son interde-
pendientes. A pesar que en este aspecto los énfasis de ambos autores
son ligeramente disímiles, esta relación de interdependencia puede
ser caracterizada mediante los siguientes rasgos: (A) necesariedad:
no puede existir una sociedad que no guarde así como no puede
existir una sociedad que no intercambie, o sea, que toda sociedad
debe construir y reproducir ambas esferas; (B) co-construcción: cada
esfera construye a la otra, dibujando el límite de su contraparte; (C)
autonomía relativa: las esferas se co-construyen como mutuamente
excluyentes, es decir, la relación entre ambas se postula sobre la ne-
gación normativa de tal relación; (D) porosidad: a pesar de ello los
objetos pasan con frecuencia de una esfera a la otra; (E) primacía
del guardar: la esfera del guardar tiende a subordinar a la esfera del
dar, primacía que se corresponde con la lucha contra la historia
que domina en las sociedades basadas en sistemas de reciprocidad
estudiadas por los autores; (F) agonismo: a pesar, o además, de co-
construirse, en su funcionamiento cada una de las esferas tiende a
erosionar a su contraparte; tal carácter agonístico queda aún enfa-
tizado si observamos que cada esfera requiere de la otra para poder
afirmar su autonomía, de modo que al desgastar a su contraparte
cada esfera pone en riesgo su propia existencia. De este modo obser-
vamos que el guardar nos permite pensar la ambivalencia que rige
su relación con la circulación: guardar y dar se relacionan a partir de
su co-construcción como esferas excluyentes e inconmensurables,
es decir, negando tal relación, pero a su vez sin que esta negación
pueda ser pensada fuera de tal relación.

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A estas dos ventajas debería añadirse una tercera que ya he
sugerido anteriormente: la noción de guardar nos permite enlazar
el análisis de lo patrimonial con el acervo analítico de la antropo-
logía económica, y más específicamente con su larga trayectoria de
estudio sobre cuestiones como las esferas de circulación, la relación
entre dones y mercancías o la dialéctica entre economía y cultura. Al
liberarnos del corsé que nos impone el discurso patrimonial, entes-
tado en fetichizar el patrimonio, en presentarlo como un objeto sui
generis, de orden específico, la noción de guardar nos permite pensar
conjuntamente procesos que solemos concebir como dispares. Así,
pensar en términos de guardar nos invita a pensar la patrimoniali-
zación en paralelo con otros fenómenos (por ejemplo: la creación
de parques naturales o los programas para evitar la extinción de
especies animales) a partir de una matriz analítica común atenta al
funcionamiento de la circulación y acumulación de capital.
Una vez planteada la pertinencia del guardar como punto de
partida analítico para el análisis de los procesos de patrimonializa-
ción, mi intención en los próximos dos apartados es explorar algunas
vías que permitan desarrollar su potencial. Ello me obligará a dejar
de lado la letra, que no el espíritu, de los planteamientos de Weiner
y Godelier con el objetivo de retirar restricciones a la elaboración
teórica. Quizás sea necesario advertir al lector que esta elaboración
teórica, que se apoyará en autores como Polanyi, Bourdieu o Ko-
pytoff, procederá de manera bastante libre y no exenta de cierto
espíritu aventurero.

Trabajo (o sobre cómo se hace el patrimonio)


Weiner y Godelier nos plantean que no existe objeto guardado fuera
del guardar, que es esta acción aquella que produce el objeto precioso
o sagrado (es decir, en nuestro caso, «el patrimonio»), si bien a los
actores esta dimensión productiva les es ocultada por una serie de
discursos que esencializan el objeto guardado y presentan su valor
como inmanente. Mi planteamiento, deudor de Graeber (2001),
consiste en estirar el argumento de Weiner y Godelier: si el objeto
guardado no existe fuera de la actividad de guardar, propongo que el
valor de tal objeto sea analíticamente entendido como resultado del
trabajo de guardar. Propongo, además, desglosar este trabajo en tres

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operaciones o mecanismos: singularización, valorización y preserva-
ción, de los que en seguida paso a ocuparme. Solo advertir, por un
lado, que estos tres mecanismos son solamente distinguibles, y aún
con dificultad, en el plano analítico, puesto que en la práctica son
inextricables y cada uno supone a los otros dos; por el otro lado, que
mi exposición de cada uno de estos mecanismos no será ni mucho
menos exhaustiva y, por lo tanto, quiero subrayar que no pretende
agotar su caracterización sino apuntar posibles vías de análisis.

Singularización
Para desarrollar la exposición de este mecanismo voy a partir de
Kopytoff (1986). Según este autor, en el mundo encontramos dos
tipos de objetos: los «comunes» y los «singulares». El objeto que se
guarda es un objeto «singular», es decir, un objeto único que no
puede ser comparado ni encontrar equivalente, y que, por lo tanto,
no puede pues ser intercambiado. Este objeto se distingue así de
aquellos objetos que Kopytoff denomina «comunes», cuyo mejor
ejemplo son las mercancías, caracterizadas por su comparabilidad,
cuantificabilidad e intercambiabilidad. La singularidad (o unicidad)
del objeto guardado es equivalente a su historia específica, es esta
historia lo que hace que el objeto guardado sea visto como un objeto
singular, una singularidad que se alza como una imposición objetiva
que obliga a los actores a guardar. No obstante, como se encargaron
de mostrar Appadurai y el propio Kopytoff, todos los objetos tie-
nen una historia, su historia, y esta siempre comprende fases en las
que son considerados como objetos comunes y fases en las que son
considerados como singulares. Así, si todo objeto tiene una historia
singular, esta historia no explica por qué a los objetos singulares se
les considera tales. Esta singularidad debe pues entenderse como el
resultado de su singularización, término que podemos definir como
el proceso por el cual el objeto es leído a partir de su singularidad.
Tenemos pues un proceso productivo derivado de la lectura del ob-
jeto a partir de su historia, así como de ciertas prácticas y discursos
asociados que dan validez e institucionalizan tal lectura.
Me limitaré a señalar tres ideas respecto de la singularización.
En primer lugar, la singularización requiere de cierto reconocimien-
to público. Según Kopytoff, en las sociedades complejas existen
muchos procesos grupales o individuales de singularización, pero

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el Estado se arroga el monopolio de la singularización pública-
mente reconocida. Es mediante el monopolio de la singularización
pública que el Estado controla el guardar (y más específicamente
para nuestro caso los procesos de patrimonialización), y es gracias
a este monopolio que el Estado puede gestionar el límite entre la
esfera del guardar y del mercado, de modo que podemos obser-
var como la singularización es clave para constituir el dominio
de circulación de los objetos comunes, y más específicamente el
mercado, como una esfera autónoma (lo cual a su vez constituye
la condición de posibilidad para la afirmación de la autonomía
relativa del Estado). En segundo lugar, apuntaré que la extensión
del campo patrimonial que según autores como Guillaume (1980)
o Choay (1992) se produce a partir de los años setenta ha implicado
que la singularización redoblara su relevancia. Esta extensión se
caracteriza en buena medida por la ampliación tipológica de los
procesos de patrimonialización («patrimonio industrial», «etnoló-
gico», «popular», «urbano», etc.). Así, el patrimonio que podríamos
llamar clásico se componía de objetos que en su mayoría ya habían
sido expresamente producidos como singulares, siendo la obra de
arte firmada su ejemplo más evidente. La ampliación tipológica
ha implicado la patrimonialización de objetos que no habían sido
producidos con tal objetivo o conciencia de singularidad (por
ejemplo, la arquitectura vernácula) o que ni tan siquiera han sido
producidos (como cuando en la patrimonialización de un centro
histórico se intenta incluir su «carácter popular»).
En tercer lugar quisiera señalar que los objetos singulares
(o sea, singularizados), a pesar de construirse como ajenos a lo
intercambiable pueden adquirir un alto precio en el mercado
(por ejemplo: un Picasso). No obstante, debemos ir con cuidado
a no caer en una lectura marginalista del valor de estos objetos,
como si tal valor fuera un resultado automático de su escasez. En
este sentido, Kopytoff remarca que ser singular implica «no tener
precio» en el amplio sentido de la expresión, que incluye tanto
la idea de «precio incalculable» (el Picasso) como la de ser total-
mente carente de valor (un cachivache cualquiera que tengamos
por casa). Por lo tanto, es necesario que acudamos a un segundo
mecanismo, el de la valorización, para entender como se atribuye
valor a los objetos guardados.

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Valorización
Mi idea es que el valor de un objeto guardado se desprende del
conjunto del trabajo realizado para guardarlo, compuesto por los
mecanismos de singularización, valorización y preservación; la
valorización debe pues ser entendida como aquel mecanismo que,
dentro de la lógica interna de los procesos de patrimonialización, se
encarga de dotar al objeto patrimonial de valor sui generis. Mientras la
singularización es un proceso de delimitación y segregación, la valo-
rización supone una vinculación: el objeto se vincula a determinados
discursos que, funcionando a modo de marco de valor, atribuyen
al objeto un valor sui generis que siempre es concebido como ajeno
al valor económico y que podemos llamar «valor extraordinario».
Podemos situar algunas de las principales características de estos
discursos, entre los cuales ocupa un lugar prominente el propio
discurso patrimonial.
En primer lugar, y como ya hemos dicho en reiteradas ocasiones,
estos discursos esencializan el valor del objeto y ocultan el proceso
de atribución de valor. Sin embargo, al aproximarnos a ellos desde
el marco analítico del guardar, tales discursos ya no se nos aparecen
como esquemas explicativos neutros sino como piezas clave del pro-
ceso de patrimonialización que deben ser ellas mismas explicadas.
En segundo lugar, reiterar que estos discursos de valor se conciben
como una expresa negación de lo económico, equiparado con el
mercado y su marco de valor. Esto tiene un importante rol ideológico
para el mercado, análogo a aquel que Bourdieu glosa para el ámbito
artístico: «La economía se ocupa de preservar todos los ámbitos que
deben mantenerse como sacrosantos. Pero, como es sabido, también
las cosas aparentemente no veniales tienen su precio. La dificultad de
convertirlas en dinero radica en que son fabricadas con la intención
de una expresa negación de lo económico» (2001: 134). Así pues, de
un lado, los discursos de valor contribuyen de manera decisiva a
instituir y naturalizar una esfera económica estanca que es clave para
la ideología del mercado. Del otro lado, y en el mismo movimiento,
la esfera del guardar, y más específicamente el patrimonio, se puede
alzar como un espacio refugio para valores otros que aquellos del
mercado tales como la creatividad, el subjetivismo o la identidad
que, capaces de ofrecer cierto sentido de continuidad y permanencia,
son claves en el mantenimiento del orden social. Por otra parte, me

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gustaría señalar la importancia de la figura del experto, aquel a quien
se reconoce el conocimiento y la competencia sobre el discurso de
valor y gracias a lo cual puede erigirse como custodio del carácter
sacrosanto del ámbito del guardar. El hecho que estos guardianes
adquieran especial prominencia en la valorización sugiere que esta
operación es el locus crítico donde se libran los conflictos entorno al
guardar. Por último, conviene no olvidar que, como subraya la cita
de Bourdieu, el valor extraordinario de un objeto puede, a pesar de
postularse como su reverso, convertirse en valor económico.
Todo ello nos lleva a la tercera característica, para cuya exposi-
ción es necesario que observemos un rasgo general del valor: el valor
se produce o se atribuye, pero para realizarse o manifestarse requiere
de comparación, o sea, requiere de otros objetos en relación a los
cuales se dirime su valor. El problema con los objetos guardados es
que tanto su carácter singular como su valor extraordinario niegan tal
comparabilidad. Estos discursos de valor solucionan este problema
constituyendo una narrativa o marco relativo de valor dentro del
cual es introducido el objeto y hecho comparable, de tal modo que
cada objeto puede ser valorado (pongamos un retablo románico) a
partir, por ejemplo, de su contraste con otros objetos introducidos
en la misma narrativa (otros retablos románicos, el conjunto del
arte románico en un determinado país, etc.). El museo o la colec-
ción serían las materializaciones paradigmáticas de este proceso, y
además nos muestran que la valorización siempre implica una cierta
separación del objeto respecto de aquellas relaciones que el discurso
de valor considera ajenas a su valor extraordinario. La valorización,
por tanto, siempre implica la selección de determinados rasgos del
objeto como significativos, construyendo estos rasgos como sus
elementos necesarios, aquellos que constituyen su valor y por lo
tanto su especificidad como objeto digno de conservación. A la par,
el resto de elementos y relaciones que forman parte del objeto son
vistos como ajenos o incluso contrarios a tal valor, y por lo tanto eli-
minables. Esta idea es fundamental para abordar el funcionamiento
del proceso de preservación.

Preservación
La preservación es el mecanismo por el cual el objeto preservado es
preservado en cuanto tal contra el tiempo. Esta preservación contra el

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tiempo debe ser entendida, a su vez, como la preservación del trabajo
objetivado en el proceso de producción (singularización, valoriza-
ción y preservación pretérita, objetivada) del objeto guardado. La
preservación sería, de este modo, el mecanismo crucial para explicar
el hecho que los objetos guardados tengan una dinámica de valor
inversa a la de las mercancías: mientras para estas el tiempo equivale
a su deterioración y obsolescencia, aquellos parecen aumentar de
valor cada día que pasa, ajenos a las consideraciones utilitaristas de
las que se derivan nociones como la de obsolescencia. En sentido
amplio, la preservación incluye aspectos como la protección del ob-
jeto respecto de la circulación o la reproducción de los discursos de
valor, mientras que en sentido estrecho esta equivale a la preservación
material del objeto, y más específicamente a la reproducción de lo
que llamaré su «forma de valor». Para mostrar el funcionamiento
de la preservación la compararé con el proceso de producción de
mercancías, basándome para ello en la distinción entre «forma» y
«sustancia» que Marx plantea en los Grundrisse.
La producción de mercancías procede separando la sustancia de
su forma, lo cual implica la destrucción de tal forma. Así, si queremos
construir una mesa, el primer paso del proceso productivo consistirá
en separar la madera de su forma consustancial de árbol. A partir de
ahí, el proceso sigue trans-formando la sustancia, por ejemplo, del
algodón hacemos hilo, del hilo hacemos tela, y de esta hasta la forma
final, pongamos una camiseta, que es aquella que se ajusta mejor al
valor de uso, y por tanto aquella que puede ser lanzada al consumo
no productivo realizando en contrapartida valor de cambio. En
cada paso productivo, la sustancia ha sido incorporada a una nueva
forma y conservada en esta, pero, más importante, en cada paso se
ha conservado el trabajo objetivado (el trabajo objetivado en la forma
hilo se preserva en la forma tela y sucesivamente). De este modo, la
producción, es decir, la aplicación transformadora de trabajo vivo
sobre el trabajo objetivado en los elementos de producción, equivale
a un mecanismo de auto preservación del capital. Fijémonos que sin
esta transformación se echarían a perder tanto el valor de uso como el
valor de cambio: en una fábrica parada las herramientas se herrum-
bran y la materia prima se echa a perder. Parece pues existir una ley
que dice que el valor se pierde si no media una trans-formación, y
que quedaría confirmada por la idea que la mercancía va perdiendo

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su valor progresivamente una vez es lanzada fuera del proceso pro-
ductivo. En cierto modo la preservación puede ser entendida como
un proceso productivo orientado a esquivar esta ley. Contrariamente
a lo que sucede con la producción de mercancías, la preservación
del objeto guardado consiste en la preservación permanente de una
forma, y con ello preserva el valor del trabajo de singularización y
valorización objetivado en el objeto guardado. Podríamos decir, pues,
que el objeto patrimonial no tiene sustancia, o mejor dicho, que su
sustancia es su propia forma.4 No obstante, hay que advertir que
aquello que preserva (y produce) el mecanismo de preservación es la
forma de valor del objeto, es decir, una determinada configuración
de elementos que facilita la lectura del objeto como un objeto de
valor, de modo que la preservación consiste en la adecuación del
objeto guardado al discurso de valor.
Para observar esta idea podemos coger el ejemplo de la re-
habilitación o re-forma urbanística de un centro histórico. Este
proceso implicará la eliminación de todo aquello que obstaculice
la apreciación de su valor, categoría donde se colocarán elementos
tan heterogéneos como la suciedad y el envejecimiento del entorno
construido, los usos constructivos «inapropiados» (alturas excesivas,
colores de fachada «disonantes», etc.), o aquellas actividades que se
considera que obstaculizan el disfrute de la calidad patrimonial del
lugar (tales como tráfico rodado, actividades delictivas, prostitución,
venta ambulante, etc.), muy a menudo junto a aquellos que las
practican. Como se puede observar, pues, aquello que une a estos
elementos diversos, a los que los urbanistas y el lenguaje común
suelen referirse con el término degradación, es que no se ajustan
al discurso que atribuye valor al centro histórico, o sea, que no
forman parte de su forma de valor. Podemos observar, pues, que la
preservación nunca equivale a mantener el objeto intacto, sino que
siempre implica un cierto grado de transformación, o quizás para
ser más precisos de re-formación, y que esta no actúa solamente en
negativo, erradicando elementos que distorsionan la forma de valor,

4. En este sentido el objeto patrimonial puede ser considerado como el an-


tónimo lógico del dinero, carente de forma o cuya forma es su sustancia, mera
cantidad.

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sino también añadiendo aquello que la puede reforzar (iluminación
de monumentos, promoción de la instalación de «negocios cultura-
les», etc.). Por otro lado, no debemos olvidar que si bien la forma de
valor se refiere a su «valor extraordinario» este suele ir en paralelo a
su valor económico, y así en el ejemplo de la reforma de un centro
histórico sabemos que este tipo de procesos implican el incremento
de su valor inmobiliario o turístico; es más, es tal incremento aquello
que suele motivar la preservación.
Preservación, valorización y singularización produce el objeto
guardado como un reverso de la mercancía, separado del intercam-
bio y ajeno al valor de cambio. Ello no obstante, como ya hemos
apuntado al presentar cada uno de los tres mecanismos, este proceso
productivo puede reportar grandes beneficios al mercado, tanto a
través de la mercantilización directa de los objetos guardados como
a través de la explotación que se deriva de su posición de excepciona-
lidad y privilegio (p.ej., desarrollando negocios turísticos alrededor
de un monumento histórico). El objetivo de este último apartado
es intentar desarrollar una perspectiva que permita pensar la ambi-
gua y cambiante relación que la producción de objetos guardados
mantiene con el mercado. Mi propuesta consistirá en entender el
guardar, y más específicamente la patrimonialización y el patrimonio,
como un límite interior de la acumulación.

El patrimonio como límite interior de la acumulación


Aunque mi punto de partida aquí sigue siendo el planteamiento
de Weiner y Godelier, debemos considerar que este planteamiento
se construye a partir de sociedades integradas por sistemas de re-
ciprocidad, mientras que el interés de este artículo se centra en las
sociedades capitalistas, es decir, queremos analizar el guardar en
relación al vender. Para operar este salto nos basaremos en una in-
tuición que lanzan Bloch y Parry (1989) y que básicamente consiste
en considerar que las sociedades capitalistas son anomalías históricas
y culturales en donde se opera la inversión de la primacía entre los
dominios del intercambio competitivo y a corto plazo (la esfera del
vender) y del intercambio a largo plazo orientado a la reproducción
del orden social (la esfera del guardar). El corolario que se deriva
de esta inversión es que la esfera del vender (el mercado) subordina

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a la esfera del guardar, lo cual se traduce en evitar que esta ponga
en apuros la reproducción de la acumulación y en animar aquellos
casos en los que el guardar puede reforzar la acumulación. Es desde
esta perspectiva que propongo comprender el hecho que en las
últimas décadas en paralelo a la expansión de los procesos de mer-
cantilización (mercantilización de la naturaleza, de la cultura, etc.)
se haya producido una fabulosa extensión del campo patrimonial.
Así, mientras el incremento de los procesos de patrimonialización
suele ser entendido en términos de resistencia a la expansión del
mercado, mi perspectiva obliga a considerar que esta extensión
también sugiere que la patrimonialización es una modalidad del
guardar especialmente adecuada para la acumulación, o para las
pautas de acumulación dominantes desde los años setenta.
Es conveniente no perder de vista que el capitalismo es un sistema
intrínsecamente expansivo que permanentemente necesita superar
aquellas barreras que se alzan ante la acumulación; pero para poder
superarlas necesita también crearlas como tales barreras o límites. De
hecho, el carácter expansivo y homogeneizador del capitalismo plantea
problemas al capital: un mundo todo él mercancía, despojado de ob-
jetos singulares, donde la esfera del guardar ha desaparecido, no es un
mundo viable, pero tampoco rentable ya que no permite reproducir
la acumulación (Polanyi 1989). En efecto, el proceso de expansión de
la mercantilización supone dos grandes conjuntos de problemas para
el capital. Por un lado, crea desorden social, y el capital requiere de
mecanismos para asegurar cierta estabilidad social; por el otro lado,
la tendencia a la homogeneización y a la ecualización que se produce
debe ser compensada por una contratendencia a la diferenciación y
a la desigualdad: para conseguir lucro el capital debe moverse entre
espacios desiguales. Podemos observar como el patrimonio funciona
adecuadamente en ambos sentidos. Por un lado reforzando el rol del
Estado y afianzando identidades (la idea del patrimonio como espa-
cio refugio de afirmación de valores alternativos); a la vez, utilizando
el campo patrimonial para afirmar una esfera de lo cultural y de lo
político (tanto en términos de Estado como de sociedad civil) que
permite tanto definir lo económico como una esfera exenta identifica-
da con el mercado como también reproducir una autonomía relativa
del Estado mediante la cual este puede regular adecuadamente la
acumulación. Por el otro lado, creando un mundo diferenciado, en

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donde las significaciones divergentes pueden ser aprovechadas a su
favor para el capital.
Debemos tener en cuenta que el guardar solo puede servir al
vender si estos se conciben como esferas inconmensurables, es decir,
completamente ajenas la una de la otra. El patrimonio es pues un
límite interior o relativo de la acumulación, una barrera a su acción
constituida por el propio capital, pero para poder funcionar como
tal debe presentarse como un límite exterior, absoluto. Llegamos
pues al corazón del carácter ambivalente que domina la relación
entre patrimonio y mercado. Esta ambivalencia es el núcleo del
cual emerge la relación dialéctica entre las dos tendencias que, a mí
parecer, caracterizan en la actualidad los procesos de patrimoniali-
zación: de un lado, la tendencia del capital a promover la produc-
ción de patrimonio; del otro, la tendencia a que la oposición a los
procesos de mercantilización se articule en términos de demanda
patrimonial. El capital debe preservar y a la vez superar el límite,
la resistencia, que le impone el patrimonio, lo cual le lleva a un
proceso continuo de producción de patrimonio, pero también de
agresión sobre este, de cercamiento («enclosure»), para poder así
extraer plusvalía. Tal cercamiento suele provocar la disolución del
patrimonio, tal y como se manifiesta en las abundantes quejas no
solo hacia la destrucción sino también a la mercantilización del
patrimonio, una mercantilización que es vista como aberrante, ex-
trínseca a la esencia del patrimonio, abriendo así las puertas a que la
reivindicación patrimonial pueda constituirse efectivamente como
una resistencia a la acumulación. Esta apariencia aberrante, pues,
revela que el patrimonio debe mostrarse como totalmente ajeno
al mercado, un límite o un territorio de excepción a su ley, pero
oculta que el patrimonio es fundamentalmente un límite interior,
subordinado a la exigencias de la acumulación, y que a menudo los
procesos de patrimonialización constituyen la vereda a través de la
cual se desarrolla la expansión del capital.

Conclusión: sobre el uso del patrimonio como límite


absoluto
El capital tiene que presentar el patrimonio como su límite exte-
rior o absoluto, circunstancia que no solamente explica el carácter

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ambivalente de la relación entre acumulación y patrimonializa-
ción, sino, de manera más importante, señala una contradicción
del capital que puede ser explotada. En otras palabras, el hecho
que el capital deba preservar la apariencia del dominio patrimo-
nial como un ámbito plenamente exterior a sí mismo, hace que
aquel dominio siempre pueda constituirse como un espacio de
resistencia, estando disponible para aquellos que, movilizándolo
como límite absoluto a la acumulación, quieren oponerse a los
procesos de mercantilización. Tal disponibilidad viene reforzada
por la agresión mercantilizadora que el capital, en su necesidad
expansiva, realiza sobre el patrimonio y cuyo carácter aberrante
suministra oportunidades de oposición fácilmente legitimables.
Ello no obstante, no podemos perder de vista que, al reforzar un
valor patrimonial potencialmente aprovechable desde un punto
de vista económico, cualquier defensa del patrimonio respecto del
mercado siempre puede constituir la base para la expansión de este
último. De hecho, no deberíamos olvidar que a pesar que el patri-
monio pueda actuar como espacio de resistencia, su proliferación
ha coincidido con unas décadas de mercantilización acelerada. Ello
sugiere que la modalidad patrimonial del guardar, incluido su uso
como espacio de resistencia, puede ser fácilmente subordinada al
vender, siempre disponiendo diferencias valiosas con las que el
capital puede articularse en futuras rondas de inversión. Así pues,
a pesar que no hay duda que la reivindicación patrimonial explota
contradicciones indiscutibles del capital, el desafío que en y por sí
sola puede plantear a la acumulación parece limitado.

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