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RESUMEN: ANTROPOLOGÍA Y PATRIMONIO (PRATS, L.

, 1997)
Antonia Cuevas, Ashley Götz, Catalina Painel, Francisca Rivadeneira y Constanza Vera
Arqueología UAH
En el libro “Antropología y patrimonio” (1997) Prats se encarga de especificar los diferentes
elementos que permiten hacer comprensible el concepto de patrimonio. A su vez, el autor
ahonda en la manera en que el patrimonio es gestionado y las implicancias sociales que esta
categoría estima para con los individuos que componen una sociedad.
El autor introduce al lector dentro de los componentes que conforman lo así llamado
patrimonio cultural. Se discuten temas acerca del significado, construcción y activación del
patrimonio. Dichos elementos juegan un rol fundamental para comprender las implicancias
sociales que el patrimonio cultural contiene en sí mismo, esto porque para Prats (1997) el
patrimonio debe ser entendido como una construcción social y por lo tanto configura un
referente importante para la representación simbólica de una identidad.
La idea del patrimonio como constructo social implica principalmente que el patrimonio
cultural no es preexistente o que viene dado en la naturaleza, sino que, al contrario, es un
artificio ideado por un sujeto concreto dentro de un espacio y momento determinado (Prats,
1997). En este sentido, todo aquello que pueda ser patrimonizable depende del momento
histórico en el que se dé, así como también del contexto social en el que se manifieste. Ahora
bien, según el autor el patrimonio no debe ser entendido como una categoría neutral a los
discursos políticos, puesto que contiene la característica fundamental de representar
simbólicamente una identidad, entonces guarda sintonía con las bases ideológicas que
configuran a la sociedad en cuestión. En este sentido la ideología se transforma en la fuente
de ideas y valores que conforman la identidad social, y que influyen dentro del proceso de
legitimación de los referentes patrimoniales que representarán aquellos elementos culturales
materiales e inmateriales destacables.
La relación entre ideología y patrimonio puede ser comprendida de mejor manera cuando se
entiende que la ideología construye la realidad. En este sentido, la realidad dependerá
principalmente de cómo se constituye la ideología y para Prats ésta se basa en los principios
burgueses del romanticismo del siglo XIX, por lo tanto, los criterios que determinan los
elementos patrimoniales son también ideas promovidas por el romanticismo ideológico.
Entre los criterios de legitimación que involucra a los elementos patrimonizables destaca la
naturaleza, historia y la inspiración creativa, los cuales constituyen un así llamado pool
virtual potencialmente patrimonizable, pero para llegar a este estado deben ser activados por
sujetos interesados en destacar el simbolismo que este artificio puede representar.
La idea de activación patrimonial implica necesariamente un encuentro entre los poderes
políticos que configuran una sociedad. En efecto,
Ya en el plano de la realidad social, debemos decir que, en todo caso, no activa quien
quiere, sino quien puede. Es decir, en primer lugar, los poderes constituidos. El poder
político fundamentalmente (...) otros poderes -el económico, singularmente- (...)
están escasamente interesados en proponer versiones de una determinada identidad.
(Prats, 1997, pp. 33).
Bajo esta perspectiva Prats manifiesta que la idea de construcción social del patrimonio, si
bien involucra a cada individuo dentro del proceso de legitimación de elementos culturales,
no todos tienen las facultades para determinar qué será patrimonio y qué no. No obstante, el
poder político informal (oposición) también puede construir patrimonio, así como también
por agentes civiles diversos que tengan las facultades para hacerlo. En todos estos casos se
demuestra lo mismo. El patrimonio cultural solo puede ser activado por quienes cuentan con
poder político para adentrarse dentro del constructo patrimonial. En palabras más sencillas
“Sin poder, podríamos decir, no existe patrimonio” (Prats, 1997, pp. 35).
Ahora bien, el autor expone sobre cómo el turismo ocupa el patrimonio como un recurso.
Prats entiende el turismo como un “desplazamiento temporal fuera de nuestra residencia
habitual por motivos de ocio” (Prats, 1997, pp.40), el cual requiere de condiciones de
desplazamiento, tiempo y personas con poder adquisitivo. Junto con el turismo se desarrollan
las telecomunicaciones y la televisión va a ser un factor que cambiará la percepción de la
realidad cotidiana.
A la par de estos dos factores se tendrán dos realidades por medio de viajes materiales e
inmateriales que convertirán la realidad en espectáculo, lo cual afecta de gran manera al
patrimonio. La relación entre este y el turismo se establece producto de este factor, lo cual
genera cambios cuantitativos y cualitativos entre ambas realidades. Con esto, algunos
patrimonios se ven sometidos a una intensa presión e incluso se llega a temer por su
conservación, mientras que otros se adaptan a la lógica del consumo y el espectáculo. Esto,
basándose en el número de visitantes, lo que hace que se activen repertorios patrimoniales
que no se habían pensado y se hagan profundas transformaciones al tratamiento del
patrimonio.
Ante esto surgen nuevos patrimonios de carácter turístico y comercial que responden a una
imagen externa y estereotipada de la identidad. El patrimonio como recurso turístico puede
dividirse en tres puntos: (1) el patrimonio como un producto turístico, (2) el patrimonio
considerado como un producto turístico integrado, en el cual se asocia o se combina con otros
atractivos, y (3) el patrimonio se constituye como algo añadido en los destinos turísticos para
aumentar su atractivo y generar un turismo de calidad.
Por parte del sector empresarial no existe una preocupación real por el patrimonio, sólo por
los destinos turísticos de calidad. Sin embargo, una de las ventajas del patrimonio es que es
gratis y de todas las personas, confiere una distinción y respeto al lugar turístico. Prats hace
tres tipos distintos de asociaciones entre las empresas de turismo y el patrimonio: (1) las
empresas públicas y algunas privadas que venden el patrimonio cultural y/o el patrimonio
natural, (2) empresas de hostelería y restauración y (3) las empresas que se dedican a
actividades o recursos turísticos no patrimoniales.
Según Prats (1997), la asociación entre la iniciativa pública y la promoción turística oculta
la importancia del patrimonio en el ámbito turístico, creando falsas expectativas sobre los
lugares que provocan un choque entre la lógica turístico-comercial y la lógica de la identidad,
esto ocurre cuando existe una masificación del turismo y migraciones y la población
autóctona ve una pérdida de su identidad, sin embargo, no impide que se adapten a las
imágenes con tal de no perder visitas y se haga parte de su patrimonio.
Lo último se podría aplicar a los museos que, sin una reformulación serían instituciones
obsoletas, la cual cuestiona su adaptación a los tiempos. La reformulación, según Prats, está
en dos planos: la exposición y la restitución, los cuales no son más que evoluciones técnicas
sin consecuencias conceptuales, la exhibición generaliza las exposiciones temporales y
renueva las técnicas expositivas, por otro lado, la restitución también tiene dos planos: uno
de ellos busca captar el mayor número de visitantes y el otro buscan la relación con la
población. Así los museos se hacen más interactivos y sensible a la demanda social. A
grandes rasgos los museos prosperan con dos modelos: los museos tecnológicos e
interactivos y los eco-museos. De esta manera, la política del espectáculo y la
comercialización del patrimonio da lugar a realizaciones sólo en los museos, sin embargo, en
las iniciativas patrimoniales se juega con la diversidad cultural con la autenticidad y la
reproducción y teniendo un apoyo del público.
La autenticidad es el carácter simbólico del patrimonio, los mecanismos del simbolismo son
la metáfora y la metonimia. La primera se basa en la semejanza y tiene una capacidad de
auxiliar, en cambio la metonimia se cimenta en la participación y su eficacia es mayor a la
de la metáfora, junto con ser parte de la noción de la autenticidad dentro del ámbito del
patrimonio.
Ahora bien, con la creación de la Mission du Patrimoine Ethnologique en Francia, se
reconoce la existencia del patrimonio etnológico y se “desmuseabiliza” la idea de tal, pues
este no solo comprende lo material, sino que también lo inmaterial, otorgándole importancia
a los parámetros simbólicos (naturaleza, historia, inspiración creativa). Con esto se hace
crítica a los arqueólogos e historiadores que limitan al patrimonio cultural a un conjunto de
objetos, pues se destaca que “el patrimonio etnológico es la cultura – y no una parte de ella”
(Prats, 1997, pp. 59); es diverso y no se puede limitar, ya que está en constante cambio y
engloba más allá de lo material e inmaterial.
La cultura es intrínsicamente cambiante, por lo que ésta misma se convierte en un patrimonio.
Por esta razón no se puede preservar, pero sí se puede conservar parcialmente, lo cual se
vuelve el objetivo de algunas ciencias sociales, por lo que se busca conservar los
conocimientos culturales, que serían los únicos que se pueden transmitir. Sin embargo, este
patrimonio no se puede conservar en su totalidad, ya que “las culturas son realidades
sistemáticas y cambiantes, que, ni podemos abarcar en su totalidad, ni detener artificialmente
en el tiempo (…)” (Prats, 1997, pp. 62-63) para poder estudiarlas a detalle. Así, solo se puede
conservar parte del conocimiento, lo cual es una decisión tanto consciente como inconsciente
del investigador y que, en consecuencia, se ve determinado por criterios utilitarios y
presentistas.
En los objetos, específicamente artísticos, hay una visión del mundo reducida a epifenómenos
culturales, que los entendemos como conocimiento artístico (el autor entrega ejemplos como
las obras de Mozart o la Gioconda) en dónde se ven reflejadas dos realidades: la sacralidad
y el conocimiento. Con esto, cabe destacar que el patrimonio se entiende más como un
conocimiento que como un conjunto de bienes pero que, sin embargo, éstos, junto con los
museos, mantienen su importancia por intereses políticos y económicos (mercado turístico
patrimonial).
Ahora bien, el consenso es lo que lleva a cierta empresa a promover ciertos patrimonios. La
cultura es constantemente cambiante, y esto conlleva también a un cambio de identidad que
es gradual, por lo que las empresas deben “cambiar para que todo siga igual” (Prats, 1997,
pp. 66), pues el patrimonio debe ser representativo de la cultura, sino puede perder su
efectividad comercial, teniendo en cuenta situaciones como la renovación de la oferta y el
peligro de los niveles de consenso.
Haciendo referencia a este carácter comercial, la identidad del patrimonio debe cambiar junto
con la identidad de la cultura, pero se debe mantener el consenso; se plantea la problemática
de cómo volver algo estático representativo de algo que es dinámico.
En este sentido, Prats entrega el ejemplo del cambio de la religión como dogma hacia la
ciencia como dogma, en donde “(…) se recurre a la ciencia para formalizar nuevos
conocimientos, proponer nuevas interpretaciones y significados, y establecer (…) nuevos
repertorios patrimoniales” (Prats, 1997, pp. 69), en vez, como se hacía anteriormente, de
acudir a la religión como este agente que propone y formaliza los caracteres identitarios.
La ciencia cumple el rol autoritario con respecto a la toma de decisiones sobre el patrimonio
y su representatividad, pero, también, el hecho de que no actúe sobre estos temas (además de
resultar más económico) compromete a los agentes políticos y económicos, quienes serían
los encargados de promover, reproducir y comerciar el patrimonio.
Así pues, la ciencia misma se vuelve parte del patrimonio cultural, ya que cumple el rol de
principio de legitimación del patrimonio; el trabajo de adaptar los cambios patrimoniales al
constante y dinámico cambio cultural. El problema radica en la escasa eficacia político-
identitaria sobre una representación cultural.
Prats nos recuerda que los museos no son las únicas instituciones que se encargan del cuidado
del patrimonio, refiriéndose a las salas de exposiciones. Debido a la diversa naturaleza de los
intereses para con los patrimonios (turísticos, adhesión o salvaguardas de la diversidad
cultural, recursos potenciales de los poderes públicos), mantienen los mismos sistemas de
legitimación, mas no de activación.
Existen dos tendencias opuestas, macro y micro, donde se diferencian los aspectos
patrimoniales promovidos por el gobierno que alcanzan identidad propia, autonomía y
autogestión; y las iniciativas locales que trabajan usualmente con recursos externos,
respectivamente. Mientras lo macro se encarga de alcanzar un mayor volumen (museos,
parques temáticos, centros lúdicos) lo micro se especializa en las dinámicas económicas y
socioculturales con base a voluntariados y presupuestos limitados. En ambos casos trabajan
dos lógicas motivacionales para atraer el turismo, peregrinación (macro) y hedonística-
recreativa (micro).
Son la sensación del cumplimiento de un objetivo común y social al visitar un sitio, y la visita
por genuino interés cultural, respectivamente, en donde la lógica de peregrinación es aquella
en que se presenta el deseo de conocer sitios emblemáticos, mientras que la hedonística-
recreativa se basa en el ocio y la recreación, para lo cual las ciudades poseen un amplio
repertorio para satisfacer estas demandas.
Al proveer de prestigio y dinero, el patrimonio posee un valor especial en las inversiones y
estrategias de captación de pública y turismo. Las empresas trabajan tanto en los ámbitos
macro como micro, con la gran difusión económica (creación y mantenimiento de museos)
y en las colaboraciones en campos empresariales concretos (iniciativas locales). Basándose
en la importancia de los santuarios e íconos representativos se observa la estrecha conexión
entre patrimonio y poder.
Prats menciona la existencia de dos líneas diferenciales que tratan de patrimonios incómodos
y los museos de sociedad o de buenas intenciones. Al referirse a la los patrimonios incómodos
Prats nos habla de activaciones patrimoniales que existen y nadie sabe cómo manejar, pero
son inextinguibles debido a su legitimación simbólica y no reportan más que gastos (pueden
haber experimentado o no su activación). Por otro lado, los museos de sociedad o de buenas
intenciones son aquellos que “(…) son museos para la sociedad, para las personas que la
componen y han de estar al servicio de los problemas colectivos y no de los intereses del
mercado, de las administraciones ni de los propios museos (…)” (Prats, 1997, pp. 91).
El autor muestra su preferencia por esta última clasificación debido a la utilización del
patrimonio como un arma contra los grandes poderes y denuncia la partición del mundo, la
falacia del pensamiento único y la adulteración de aspiraciones nobles. (Prats, pp. 91) De
esta manera, al estar frente una “cultura hegemónica” donde predomina el ámbito de lo macro
y la representación recreativa de las identidades, la perspectiva micro intenta presentar
referentes para futuros consensos y evitar la desigualdad patrimonial.

Hasta este punto se han descrito procesos relacionados a la identidad, a los sistemas culturales
de legitimación, construcción de discursos ideológicos y su expresión simbólica, sin
embargo, Prats expone las razones que han actuado para que la antropología no se haya
preocupado por el patrimonio, pues considerándolo desde la identidad tampoco es una vía de
acceso ya que el proceso identitario desde la actividad y la representación social es
espontánea e informal en vez de ser un proceso estructurado.
Los legisladores asumen que el antropólogo sabrá lo que se debe entender como patrimonio
etnológico y realizar una definición junto con inventarios y conservación. Prat critica que
existe un desinterés por este tema y que no está restringida a una sola región del mundo,
centrándose en el desinterés de la antropología española por el patrimonio. Sin embargo, el
autor reflexiona sobre distintas razones para que exista este desinterés.
En primer lugar, sería la equiparación de patrimonio, objeto y museo. Después, es la
asociación de la museología antropológica con las escuelas teóricas tales como el
difusionismo y el particularismo histórico. Tercero, es la asociación de la museología
antropológica con un folklorismo trasnochado y con una formación de colecciones de arte y
cultura material. Cuarto, está la necesidad de la antropología académica de lograr un mayor
prestigio y así poder ser capaz de ocuparse de temas de la antropología social contemporánea.
Quinto, está la oposición por la antropología aplicada, la investigación básica. Y finalmente,
existe un desinterés de ejercicio por parte de las primeras generaciones de antropólogos. Por
estas razones o más Prats considera que el patrimonio no es más que un colectivo de
museólogos y antropólogos con una escuálida producción teórica. Esto no ha sido
impedimento para que se hicieran cursos y títulos en el estudio y gestión del patrimonio
etnológico.
Dentro de un contexto social y disciplinario, la administración y los antropólogos, no se ha
llegado a crear una mutua confianza lo que ha hecho que las políticas culturales no vayan por
buen camino. Por otro lado, en el campo del patrimonio etnológico, están los museólogos y
los folkloristas que han reclamado propiedad sobre el patrimonio.
Prats alude que si el antropólogo, siendo que está capacitado para contribuir, no se interesa
por estos temas, es difícil que se elaboren y se activen repertorio patrimoniales turísticos e
identitarios o a reconstruir y mantener el acuerdo social en torno a versiones de la identidad.
Ya que requiere compromiso con agentes y fines establecidos.
Con esto, el autor habla de la inauguración de un eco-museo en Cataluña, la cual fue
impulsada por el presidente de la asociación de cultura, garantizaba la viabilidad del
desarrollo tanto como la continuidad de la vida cotidiana de las personas. Sin embargo,
atender a su funcionamiento sería imposible por la inactiva disponibilidad de los recursos de
las diversas administraciones. Debido a esto, la paralización fue inmediata y cualquier
desarrollo posterior solo hacía perdurar su débil estructura y funcionamiento, acabando con
el proyecto del eco-museo.
A pesar de que el museo siga abierto al público gracias al director, no se ha agregado ningún
tipo de campaña para prolongar su mantenimiento, siendo el turismo local la principal fuente
de ingresos del museo. En este sentido, el autor cuestiona las inflexiones entre la
administración política y el sector público, señalando que “los peces gordos paralizan el
proyecto justo cuando está todo listo para llevarlo a cabo, permitiendo el deterioro de la
entidad” (Prats, 1997, pp. 149), afirmando que la única opción viable sería recurrir a un plan
regenerativo.
Prats busca las respuestas en el contexto de la estructura económica, política y social en que
se producen; desde la perspectiva local, el capital empresarial solamente ha traído conflictos
al paisaje, trastocando las relaciones de producción y explotando los recursos para luego dejar
el terreno baldío y que, a pesar de que diga que deben vivir del turismo, el fuerte económico
se centra en el trabajo de grupos domésticos. Además, para la ordenación patrimonial todos
los recursos son escasos, con la relación costo-beneficio a favor del municipio. En resumen,
no hay interés.
Como hemos visto, es difícil imaginar que el actual gobierno de la Generalitat lleve a cabo
la transformación que demanda la sociedad actual respecto del discurso identitario, puesto
que es difícil situarse en esta paradoja entre subjetividad y orden social o simbolismo e
ideología. En este sentido, “el propio gobierno se haya atrapado entre el discurso identitario
normativo y la realidad social y cultural” (Prats, 1997, pp. 157), lo cual puede conllevar
graves consecuencias, sin embargo, para Prats, el gobierno tiene formas de poder avanzar
con su discurso normativo para poder establecer un consenso.
Para finalizar, Prats busca entender a los museos como parte de una sociedad más que como
una identidad inmóvil, pues es importante aclarar que esto es de la pluralidad y el cambio.
Además, la disciplinariedad y las modas, que reducen y simplifican los contenidos de los
museos como, por ejemplo “considerar que un museo de arte es «sólo» de arte y un museo
arqueológico «sólo» de arqueología, cuando de hecho, como he tratado de demostrar, no es
así” (Prats, 1997, pp.160), pues debe entenderse su discurso político que lo sitúa en una
realidad determinada, en una pluralidad; además de que dejan el carácter neutro o falsa
conciencia ambigua en la que todo vale.
En este campo, el compromiso para la elaboración de proyectos solo podrá aplicarse si existe
un conocimiento de la realidad sociocultural y motivaciones e intereses que mueven a la
sociedad, puesto que, para la activación de cualquier patrimonio, es necesario explicar las
bases desde la lógica del interés que mueve la historia, la política, la economía, etc., desde
los intereses turísticos y la construcción identitaria.
En conclusión, podemos destacar como el patrimonio debe ser comprendido como una
construcción social y, por tanto, también como un referente importante para la representación
simbólica de una identidad. Esto se debe a que el patrimonio es un reflejo de la formación y
la memoria de los individuos, que a la vez conforman y crean una memoria colectiva que no
solo tiene sentido con respecto al contexto específico, ya sea por un hecho histórico o social
que deja una huella, sino que también porque esta misma memoria es la que le da el peso al
patrimonio, ya sea material o inmaterial, una tradición escrita o una tradición oral. No
podemos dejar de lado que la identidad y la memoria también son construcciones políticas
que generan un relato colectivo y social, orientado a ser una herramienta de cohesión, puesto
que, ya sea de manera consciente o inconsciente, esta misma construcción sociopolítica lleva
a la selección de recuerdos colectivos, acuerdos grupales y, en general, a la identidad cultural
que le da cuerpo al patrimonio tanto material como inmaterial.
Sin embargo, no tenemos que dejar de lado la idea de que el patrimonio turístico (o comercial)
no es del todo representativo de una cultura, puesto que, en primer lugar, es incapaz de
englobar la totalidad de la complejidad social y, a su vez, al ser estático, no siempre será
capaz de seguirle el paso a un hecho intrínsicamente dinámico. Además, esta misma selección
económica, política y comercial no solo se basa en la representatividad, sino que, más bien,
en la representatividad estética de una cultura (enfocándose especialmente en lo material)
que permite un ingreso y una reproducción constante de lo que engloba a este patrimonio
comercial.
De todas maneras, sería imposible poder reducir todo el patrimonio en una caja metafórica,
puesto que la cultura es infinita y está en constante cambio, por lo que es considerablemente
más fácil sencillar este mismo a un grupo de objetos limitados y tanto el discurso como los
materiales actualizarlos periódicamente para que puedan mantenerse fieles al avance de la
cultura que los posee.
Hablar de patrimonio no es un tema sencillo y generalmente pueden resultar dudas respecto
a qué es patrimonio y qué no, pues tenemos que considerar que la totalidad de la cultura es
patrimonio y no solo los objetos que reproducen y dejan como legado; la oralidad, las
tradiciones, las festividades, etc., también forman parte de éste, la complejidad reside en
cómo convertir algo tan dinámico como una celebración anual (que puede variar año tras
año) en algo estático, ya que, como señaló Prats al principio del libro, no podemos detener a
una cultura en el tiempo para así tener la posibilidad de estudiarla a detalle, y es ahí donde se
estanca la problemática del entendimiento del patrimonio y el entendimiento de la cultura
como tal, que crea, reproduce y constantemente cambia este patrimonio.
BIBLIOGRAFÍA:

Prats, LL. (1997) Antropología y Patrimonio. Editorial Ariel S.A.: Barcelona

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