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Aportación al Capítulo General de los

Carmelitas Descalzos 2021


Día 2 de septiembre de 2021
Fray Abel de Jesús, OCD

Queridos padres capitulares:

Estoy seguro de que en este encuentro fraterno habrá lugar para debatir y
reflexionar sobre cosas esenciales. Yo, por mi parte, quisiera aprovechar esta breve
intervención para hablar, por una vez, de las cosas secundarias. Hablemos, por tanto,
de las cosas secundarias.

LAS COSAS SECUNDARIAS ¿CONTRA LO ESENCIAL?

Las cosas secundarias o superficiales tienen gran importancia a los comienzos. Y,


como la llamada vocacional a la vida consagrada es una parte del camino que se
experimenta, fundamentalmente, a los comienzos, entonces, habría que admitir que lo
secundario, en consecuencia, tiene importancia desde el punto de vista vocacional.

Cuando hablo de cuestiones secundarias me refiero, sin duda, a todos aquellos


ítems de nuestra vida que al ser planteados por la ingenuidad de los jóvenes suelen
despertar sonrisas en los frailes más sabios y experimentados: el uso del hábito, las dos
horas de oración mental o el silencio en el claustro o el refectorio, por poner algunos
ejemplos.

Muchas veces, se sacrifica lo secundario a favor de lo esencial. Por ejemplo,


cuando se dice que lo importante no es llevar hábito o no llevarlo, sino que la gente
note que somos carmelitas descalzos por lo que somos interiormente, no por lo que
portamos exteriormente. Otro ejemplo sería cuando se dice que lo importante no es
hacer dos horas exactas de oración mental en la capilla, sino llevar “una vida de
oración”. O, por poner otro caso, cuando se relativiza el silencio exterior, calificado de
secundario, en aras del silencio interior, que es el importante.

Pero, al final, como suele pasar, uno se queda con la sensación de que a uno no le
queda ni una cosa ni la otra; ni hábito físico ni hábito interior, ni dos horas de oración
mental ni “vida de oración”, ni silencio exterior ni silencio interior.

Estoy convencido, hermanos, de que lo esencial precisa de lo secundario y que lo


secundario es piedra de toque de lo esencial. Lo más bajo sostiene a lo más alto. Uno
puede pensar que el hábito no hace al monje, y así se ha venido pensando en tantas
provincias, y que nuestra consagración no depende de llevar pantalones o falda, como
se dice despectivamente. Pero, en el fondo, a muchos jóvenes nos embarga la misma
sensación de que renunciar al hábito, algo de poca importancia, supone renunciar
interiormente a una manera particular y singularísima de ser consagrado.

Me parece que, muchas veces, el argumento sobre lo esencial se convierte en una


fabulosa excusa para liberarnos de lo secundario. El ser humano sabe muy bien cómo

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escabullirse en la práctica de los principios generales. En cambio lo secundario, como la
pobreza material, ha demostrado ser de gran valía para la perseverancia y la
determinación.

El concilio Vaticano II, como sabemos, puso de relieve la unidad de alma y cuerpo
o, lo que es lo mismo, que para el hombre lo exterior no puede estar deslindado de lo
interior, ni lo físico de lo espiritual. Llevar hábito o no llevarlo no es indiferente a
nuestra consagración interior. Don Miguel de Unamuno, uno de los pensadores
españoles más célebres del siglo pasado, negaba ese argumento que ya he dicho de que
el hábito no hace al monje y decía que, más bien, “el monje se hace al hábito”. Que se lo
digan a todos los mártires que prefirieron entregar la vida antes de quitarse el
Escapulario de la Virgen.

LAS COSAS SECUNDARIAS Y EL ATRACTIVO VOCACIONAL

Quiero atreverme a lanzar a este capítulo una primera pregunta: ¿habrá perdido
nuestra orden, renunciando a lo exterior y distintivo, una parte importante de su
atractivo vocacional? ¿A dónde van hoy las vocaciones?

Podemos culpar a la cultura, pero eso no es afrontar la parte del desafío crucial
que a nosotros nos toca y que apela urgentemente a nuestra atención institucional. ¿Por
qué nuestros noviciados están vacíos?

Hace unos meses estuve en un monasterio benedictino que hasta hace pocos años
apenas contaba con vocaciones jóvenes. Al cambio de abad, este consideró oportuno
introducir algunas modificaciones secundarias, no sin gran resistencia de una parte de
los monjes: quitar la televisión de la sala de recreo y volver al uso continuo del hábito
fuera de la celda. Ahora, al monasterio no le faltan vocaciones nativas, y el futuro
vocacional de la comunidad está garantizado. Tanto o más pasa en los seminarios, pues
aquellos que conservan una fuerte identidad clerical (me refiero a cosas tan sin
importancia como el traje talar y el exquisito cuidado de la liturgia) ven año tras año
cómo nuevos jóvenes siguen llamando a sus puertas.

Aunque no hay reglas exactas, y cualquiera podría traer a colación excepciones


innumerables, parece una norma general que aquellos institutos que conservan un
estilo de vida distinto, martirial e, incluso, contracultural, reciben como don del
Espíritu más vocaciones que aquellos que han adaptado sus costumbres al mundo que
les rodea.

LA OBSERVANCIA REGULAR, ALGO SECUNDARIO

He hablado del hábito, del tiempo de oración mental y del silencio exterior. Todas
ellas son cosas secundarias. Pero hablemos, al menos por esta vez, de cosas
secundarias.

A veces, cuando uno le da importancia a estas cosas es visto con suspicacia y casi
que puede repetir aquellas palabras de la santa: «una por ahí se perdió». Hoy la palabra
observancia suena casi peor que la palabra laxitud, y querer obedecer todo lo que
indican las Constituciones, o acaso el Derecho Canónico, es visto no solo como algo
secundario, sino poco menos que como una impertinencia.

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Hay textos de santa Teresa que favorecen la flexibilidad y otros que encarecen la
radicalidad. Si bien en el pasado se tuvieron poco en cuenta los primeros, hoy, tras el
pendulazo, parece que hemos olvidado los segundos. Mientras pensaba qué decir hoy
llegó a mis ojos un fragmento del libro de Las Fundaciones, en la que la santa pone la
atención en las “pequeñas cosas”:

«No dejen caer ninguna cosa de perfección, por amor de nuestro


Señor. No se diga por ellos lo que de algunas órdenes, que loan sus
principios. Ahora comenzamos y procuren ir comenzando siempre de bien
en mejor. Miren que por muy pequeñas cosas va el demonio barrenando
agujeros por donde entren las muy grandes. No les acaezca decir: “En esto
no va nada, que son extremos”. ¡Oh, hijas mías, que en todo va mucho,
como no sea ir adelante! Por amor de nuestro Señor les pido se acuerden
[…] la gran pena que tendrá quien comenzare alguna relajación». (F 29,
32-33).

La sombra de los excesos del pasado se usa hoy como argumento contra unos
inexistentes excesos del presente. Durante mi noviciado recibí como advertencia en
más de veinte ocasiones que no había que extremar la penitencia corporal. Yo,
extrañado, miraba a mi alrededor y me preguntaba una y otra vez a qué penitencia
corporal se referían. Quizá sigamos teniendo un discurso de los años setenta que en esa
época tenía importancia pero que hoy ya ha perdido su sentido.

Pero son los jóvenes, y no los ancianos, lo que deben tener la prioridad para
declarar qué es lo vigente y qué es lo moderno. Y, tristemente, tantas veces se nos vende
como moderno lo que era moderno en los años 70, pero hoy ya no lo es. La generación
que buscaba ir a misa para divertirse ha pasado. Hoy el PowerPoint es un objeto de
museo, que produce aburrimiento y pavor en la generación a la que pertenezco.

Las vocaciones “modernas” generalmente vienen de familias ateas, soportando


una firme oposición por seguir la llamada, cueste lo que cueste. Han sufrido de parte
del mundo, y sienten el deseo de establecer una ruptura que les alivie de las cargas que
traen sobre sus hombros. Buscan, en definitiva, huir de los lazos de la mundanidad (a
los que los frailes, a veces, parecemos cada vez más atados).

QUÉ ES LO MODERNO

Las fuerzas del mundo siempre están revisando sus estrategias y reformulando
sus maniobras de captación de la atención. Los colectivos sociales predominantes a
diario programan y reprograman sus proyectos, atendiendo a patrones, algoritmos y
datos, invirtiendo grandes recursos en sus campañas. Ellos acentúan el valor de la
visibilidad como un factor de éxito de sus reivindicaciones, ya sea con banderas,
eslóganes o con su modo de vestir. Y, mientras tanto, nosotros, que recibimos la
encomienda de nuestro Señor de ser «la luz del mundo» (Mt 5, 14) nos conformamos
con pensar y re-prensar, debatir y rebatir, qué convento vamos a cerrar a continuación.

Se ha hablado mucho de un principio que, hasta ahora, ha manifestado ser muy


poco operante: el de la fidelidad creativa. Me parece que, quizá, sería tiempo de
comenzar a hablar de fidelidad significativa, pues la fidelidad, tal y como nos dice la
experiencia eclesial de los últimos años, se vuelve creativa, por sí misma, sin que

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tengamos que añadir mucho más. Digo creativa, en tanto que inunda de juventud
nuestras casas, y genera dinámicas de adaptación y servicio de forma natural, no
forzada ni sobre-pensada.

Solo podemos ser fieles al hombre de nuestra época, solo podremos dar respuesta
a las necesidades de nuestro tiempo, si hacemos un verdadero y genuino sacrificio de
fidelidad. Quien nada distinto tiene no tiene absolutamente nada que aportar.

Ser moderno implica, muchas veces, una mayor y mejor obediencia a nuestros
principios inmutables de vida.

Porque si hubiéramos permanecido fieles al ayuno, a la abstinencia de carne y a la


oración mental, nos daríamos cuenta de que el mundo contemporáneo, tan adicto a los
llamados “ayunos intermitentes”, al veganismo y al mindfulness, hubiera encontrado
en nosotros un punto de apoyo para su propio desarrollo humano. Seríamos hoy
modernos si hubiéramos permanecido fieles. Porque, reconozcámoslo, el mundo
secular está sediento de vida religiosa.

Pero mientras que el mundo ansía desconectarse de las pantallas, nosotros


compramos más y más dispositivos digitales, y aumentamos la rapidez de nuestros
rúters y wifis, llevándonoslos al refectorio, a la capilla, a la recreación, a la celda y hasta
el retrete. Incluso en nuestras hermanas, las monjas, está entrando como novedad una
realidad que al mundo fuera de la tapia empieza a producirle hartazgo.

Como decía Romano Guardini, cuanto más moderna es una cosa, antes pasará de
moda.

La fidelidad es significativa, porque la autenticidad sigue siendo un reclamo y un


atractivo para las nuevas generaciones. Hace poco presenté en Twitter una encuesta
que respondieron más de cien personas, muy distintas entre sí, jóvenes y adultos, de
distintos lugares del mundo hispanohablante. Preguntaba, con toda llaneza, si
consideraban que un fraile debería salir a la calle con hábito. Espero que nadie se
escandalice si digo que el 90% de los encuestados respondió que sí.

***

Mientras que la santa hablaba de “santa presunción” (F 29, 32-33) y de


«determinada determinación» (CE 21-22) hoy algunos jóvenes, también de otras
congregaciones en Europa, deben sufrir la sospecha que cae sobre ellos de soberbia,
vanidad y tozudez. Como si resucitara la amenaza que se le hacía a la santa: «una por
ahí se perdió».

En realidad, soy consciente de que, poniendo la atención en lo secundario


podemos caer, quién lo duda, en mundanidad espiritual, vanidad, autorreferencialismo
o superficialidad. Soy consciente que una vocación superficial puede derivar en fracaso
vocacional, o que puede ser un imán para los frikis. Sí, lo sé, en mí mismo sufro con
pena todas esas tentaciones. Pero no fue Teresa una mujer poco propicia a asumir
riesgos, mucho menos cuando el patillas metía el rabo por donde podía.

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Y riesgos es lo que necesita nuestra actual y desesperada situación vocacional.
Prefiero una Iglesia herida por salir, dice nuestro santo padre Francisco, que enferma
por estar encerrada.

***

INTERNET, ALGO SECUNDARIO

Y, hablando de riesgos, mi tema de estudio ha sido últimamente la relación entre


internet y vida contemplativa. Fruto del estudio y mi experiencia, he llegado a la
conclusión de que es imposible que la celda sea un espacio de recogimiento y oración si
en ella introducimos internet. He escuchado a varios autores seculares, ni siquiera
creyentes, decir que internet es contrario a la vida espiritual. Dice Nicholas Carr: «en
Internet no hay ningún lugar tranquilo donde la contemplación pueda obrar su magia
restauradora» (Superficiales, 264).

Pero, de nuevo, cuando planteo estos temas, me encuentro con los mismos
argumentos: «hay que adaptarse a los nuevos tiempos», «eso son cosas secundarias»,
«si santa Teresa viviera hoy tendría Instagram…».

Pero, para los que, por suerte o por desgracia, entendemos mucho de internet,
internet no es una mera herramienta, es una ventana abierta de par en par al
continente más habitado del mundo, donde se responde de manera instantánea,
atrayente, anónima, interactiva y adictiva a todos nuestros apetitos, incluso a los más
oscuros y perniciosos.

Más nos valdría, en aras de la contemplación, salir a dar un paseo por la Gran Vía
madrileña, antes de encerrarnos en el “retiro” de nuestra celda, con la única compañía
de nuestro móvil o el ordenador.

Este capítulo debería tomar muy en cuenta esta cuestión, por eso pregunto:
¿Cómo podríamos hacer uso de internet sin que este nos impida el imperativo
carmelitano de meditar la ley de Dios día y noche?

***

Se ha dicho que la reforma debe venir desde abajo. Pero esto no es suficiente. Los
de abajo necesitamos un voto de confianza y un buen impulso de los de arriba. Tantas
veces, los jóvenes nos vemos solos y un poco desamparados en nuestros ideales. Es
propio de los jóvenes ser idealistas. Pero, por desgracia, a veces el descontento o la
desesperanza pueden derivar en crispación, polarización o, incluso, fracaso vocacional.

Tenemos un problema en aquellas provincias en las que se ha invertido la


pirámide vocacional: que los jóvenes están infra-representados y su voz no es
significativa, pues sus votos nunca van a contar lo suficiente como para influir en la
toma de decisiones.

Yo propongo a este capítulo una solución donde los jóvenes, pues están infra-
representados, puedan plantear sus inquietudes y sus deseos, pues de su futuro
depende el futuro de la orden en Europa.

Que Jesús esté con todos y nos mueva de lo secundario a lo esencial.

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Hablemos hoy, aunque sea por una vez, de las cosas secundarias. El futuro de
nuestra orden depende de ello.

Gracias por su atención.

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