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11-6-2023

Universidad Católica de
Trujillo: Benedicto XVI
[Subtítulo del documento]

Carrera: Educación Secundaria


Especialidad: Lengua y Literatura
Ciclo: IV
Curso: Lógica y Antropología Filosófica
Docente: Rubén Orlando Romero
Integrantes:
López Asmat Lizeth
Solano Castillo Octavio
Silva Solano Ruth
Villanueva Carrasco Jefferson
Naturaleza y objeto de la inteligencia
Contrariamente a lo que muchos creen, el estado natural de la humanidad no es
la inocencia o la armonía en cualquiera de sus manifestaciones. Al contrario,
nuestra esencia es la barbarie y la ignorancia, la miseria e incluso, en sus
momentos más extremos (cuyo registro histórico es indiscutible), la antropofagia.
La heroica conquista de la civilización ha sido el logro más importante de nuestra
especie, en tanto supo trascender ese estado primigenio de absoluta abyección,
para alcanzar jerarquías de portentosa luminiscencia, tanto en las esferas
culturales y artísticas, científicas y políticas, sociales y desde luego, religiosas y
filosóficas.
De ahí que es un grave error el creer que la civilización y su egregio derivado, la
libertad, son regalos heredados por gracia de nuestros ancestros o derechos de
primogenitura. Nada más lejos de la verdad. Esos privilegios fueron ganados. La
misma historia nos lo recuerda cada vez que nos despabilamos del a veces
narcótico confort de esta época, y nos sumergimos en los archivos del género
humano. La civilización y la libertad, siempre han de ser vigiladas, siempre han
de ser protegidas, pues nunca cesarán los intentos, de una forma u otra, por
parte de aquellas fuerzas abisales representadas en personas que han abrazado
la ignorancia y los anhelos totalitarios (esas mismas características que
envolvieron a las tribus rezagadas en la gesta evolutiva, las cuales trataron de
someter, a base de violencia desenfrenada e incluso canibalismo, a las otras
tribus que habían vislumbrado el progreso, merced a la maravillosa luz de la
razón), ofensivas oscurantistas que ya sea mostrando de manera explícita su
naturaleza salvaje o haciéndose pasar por paradigmas progresistas (lo que más
sucede en estos tiempos que corren), ansían que reneguemos de todo lo se ha
obtenido a través de los siglos, a fin de arrastrarnos hacia una fase incluso más
oscura que la supo atravesar el glorioso hombre primitivo, por cuyo deseo de
salir de la caverna para comprender y conquistar, estamos hoy aquí, discutiendo
estos temas.
Consideramos importante iniciar esta exposición con estas palabras pues en
ellas se puede condensar el más grande logro de nuestra especie. La
inteligencia, en su sentido más estricto, es la capacidad de resolver problemas.
Y a eso se tuvieron que enfrentar nuestros antepasados al verse expuestos a un
mundo hostil, donde la probabilidad de morir era constante. Por las convicciones
que nos han formado, creemos en la existencia de la Eternidad, de un propósito
que supera a la carne y lo tangible, vale decir, creemos en la existencia de Dios,
y su poder para haber determinado, y seguir determinando, la historia del ser
humano. Sin embargo, eso no significa que desconozcamos los extraordinarios
logros científicos y humanísticos, cuyos puntos más altos fueron obtenidos
cuando los seres humanos “supimos conjugar el soplo divino que habita en
nosotros y nos otorga entidad, con la reflexión que nos lleva hacia la solución de
cualquier laberinto, por más tortuoso que sea”, como dijo el gran Gregor Mendel
(1), fraile agustino católico y científico extraordinario, considerado el padre de la
genética.
(1) Aunque otros le atribuyen esa sentencia al sacerdote católico belga Georges
Lemaitre, astrónomo que propuso la teoría de la expansión del universo y de la
que sería llamada la teoría del Big Bang.
Mencionar esto no es baladí. Mediante el libre albedrío, la opción de elegir y
principio de los fundamentos de la libertad, el hombre primitivo supo que en
aquellas circunstancias tan difíciles solo había dos alternativas: seguir actuando
como un animal que no cuenta con las ventajas evolutivas en lo concerniente a
fuerza y reflejos o hacer uso de aquello que nos distingue de manera tan
dramática del resto de criaturas. La capacidad de organizar, de llevar a cabo
procesos en nuestro cerebro de una manera completamente distinta a los otros
animales. El instinto de conservación empujó aquellos primeros procesos
sinápticos, la neuroplasticidad tomó lugar y con ello las maravillas que trajo el
uso de LA INTELIGENCIA, aquella fabulosa herramienta que nos haría
colocarnos en el primer peldaño de la escala evolutiva, no obstante ser,
físicamente, muchísimo menos aptos que cualquier otro ser de este planeta.
El descubrimiento del fuego. La plasmación de un mundo objetivo ¡y subjetivo! a
través del arte rupestre. El hallazgo de la agricultura. De la ganadería. La
invención de la rueda. La fundación de las primeras ciudades, donde pasamos
de aquel estadio sedentario y otras veces nómada, hacia el establecimiento de
sólidas comunidades que habrían de expandirse hasta formar reinos e imperios.
La comprensión de los números. El alfabeto y los poemas seminales, esas
epopeyas donde se explicaba el origen del universo. La implementación de las
disciplinas artísticas y su progresiva sofisticación. La abstracción llevada a la
filosofía. El sentimiento religioso, capital en el desarrollo de la civilización (2).

¿Se puede conocer la verdad?


Y por esas paradojas que a su vez nos hacen distanciarnos tanto de los
animales, no obstante, nuestra deferencia para con ellos, esa misma inteligencia,
capaz de llevarnos hacia lo más alto, puede también, mediante su uso
tergiversado, hundirnos hasta extremos inimaginables. ¿Qué separa la ejecución
de la Capilla Sixtina y la llegada del hombre a la Luna, con el horror de los
campos de concentración nazis y la pavorosa opresión y pobreza que trae
consigo el comunismo?
Recordemos: la inteligencia, en esencia, es la capacidad de resolver problemas.
De alcanzar inmensos logros. O de complicar aún más nuestra existencia y
cubrirnos de terribles fracasos.
Y si esto es así, mediante la inteligencia podemos conocer la verdad de las
cosas. O renegar de esa certeza para cubrirnos de mentiras que no solo
sepultarán nuestras capacidades, sino que empujarán a otras personas hacia el
mismo abismo que elegimos.
(2) “Muéstrame obras hechas en nombre del ateísmo que se comparen a la Divina Comedia, a la bóveda
de la Capilla Sixtina o al Réquiem, de Mozart, y consideraré cuestionar al catolicismo como impulsor de la
civilización”, le dijo el gran escritor G. K. Chesterton a un aspirante a polemista.

Los caminos para conocer la verdad.


Nuestra inteligencia utiliza diversas formas para conocer la verdad. Como el
conocimiento es tan vasto y distinto, creamos estructuras, sistemas y categorías
para obtener la verdad de cada una de estas áreas. Para lo relacionado al mundo
físico y sensible, el conocimiento desarrolló ciencias como la biología, la
anatomía o la botánica. Por su parte, la física, la química y la matemática, utiliza
la evidencia que dejaron los maestros en dichas disciplinas, evidencia que se
preservará y ampliará dependiendo de los hallazgos de quienes continúen
aquellas sendas, cuya zona de contraste siempre será el mundo objetivo y
tangible. También inducimos y deducimos, a partir del conocimiento empírico, de
la experiencia que nos deja la interacción con el mundo físico y sensible o con
nuestra propia sociedad, dividida en esferas como la familiar, académica, laboral
y social. La disciplina de la historia se apoya también en lo tangible. La
arqueología y la antropología secundan ese accionar para darnos una idea, lo
más cercana posible, a los acontecimientos que nos precedieron, desde el alba
de los tiempos. Nuestra inteligencia, en su búsqueda incesante de la verdad para
desenmarañar el problema de nuestra razón de existir, ha establecido distintos
campos del conocimiento, a modo de formidables herramientas que nos harán
comprender mejor nuestro ser, y de paso, asegurarnos mayor bienestar.
Ahora bien, existe otro conocimiento que no se condice con el mundo tangible.
Está vinculado sí a los sentimientos, a las emociones, a una subjetividad que
escapa a la mera opinión y se convierte en un arquetipo universal que ha
determinado el devenir de nuestra especie. La fe. La religión. ¿Puede la ciencia
demostrar la inexistencia de Dios? No. ¿A través del método científico se puede
demostrar la existencia de Dios? No exactamente…pues se llega a un punto de
vacío en donde se impone apelar a otros conocimientos, que no son
supersticiosos, claro que no, pero sí están relacionados con la más rigurosa
filosofía. La metafísica. La teología. Aunque, quizá, todo se puede resolver con
la simple pregunta que suelen hacer los más lúcidos defensores del teísmo a los
ateos fundamentalistas (tan distintos del ateísmo tolerante y capaz de
argumentar): Si un muñeco hecho con palitos de fósforos o con plastilina cobrara
vida y se pusiera a pensar, ¿no sería acaso ridículo que buscara explicar la
naturaleza de su creador comparándola con su propia conformación, hecha de
palitos o plastilina?

Los estados de la mente: certeza y error, objetividad y subjetividad


“Errar es humano”, es una frase que se le atribuye al filósofo romano Séneca.
“Persistir en el error, es diabólico”, agregaron siglos después los filósofos
escolásticos. Y en efecto, el error es parte importante en el proceso de
aprendizaje, es uno de los instrumentos de los que se vale nuestra inteligencia
para ir perfeccionando el conocimiento, el cual ha de ser interiorizado a fin de
ser diseminado y desde luego, perfeccionado. La civilización no se erigió en base
a yerros, sino en un proceso de ensayo y error que nos llevó a certezas absolutas
que han de ser preservadas. ¿Pero qué sucede cuando una idea, de
comprobada ineficacia hasta la saciedad, vuelve a ser puesta en práctica por
quienes más se asemejan a fanáticos religiosos en vez de sensatos
observadores científicos? ¿Cómo se explica, por ejemplo, la porfía hasta el día
de hoy en ciertos países, hacia las políticas socialistas-comunistas cuyos únicos
logros han sido la opresión, la miseria y la muerte?
La objetividad ha sido vital para la cultura. A partir de ella, por citar otro ejemplo,
las ciencias se han desarrollado. O la jurisprudencia. Pero también la
subjetividad ha sido fundamental. El arte, mencionando un tercer ejemplo, no
podría ser explicado sin uno de sus atributos más representativos, el cual es la
visión subjetiva, muy personal, del mundo, a cargo de una persona de particular
sensibilidad. Lo correcto es que ambos campos no se mezclen ni se confundan.
De ahí lo peligroso de enunciados como “lo personal es político” tan común en
el actual movimiento feminista, o el rechazo, por parte de ese mismo colectivo,
hacia la presunción de inocencia, uno de los pilares del derecho: todo hombre,
todo ser humano, es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Nunca se
debe creer a una mujer o a un hombre por la simple realidad de sus sexos, en
estos casos se debe creer a las pruebas, no a las personas, jamás se debe
aceptar la idea de que un hombre es culpable hasta que demuestre su inocencia:
subordinarse a esa infamia es acatar el pensamiento fascista más puro y duro,
es renegar de la inteligencia, de la razón, es involucionar y permitir que ese
oscurantismo que se mencionó al inicio de este ensayo, nos sumerja y nos
consuma.
Por lo tanto, solo la verdad perfecciona la inteligencia. ¿De qué nos sirve usar
nuestro intelecto si solo lo usamos para una serie de equivocaciones, cuya
magnitud puede variar hasta alcanzar dimensiones realmente dramáticas e
incluso destructivas para nuestro entorno y finalmente, para nosotros mismos?
El coeficiente intelectual es una cosa. La capacidad de gestionar el intelecto
hacia la obtención de la verdad, y con ello hacia propósitos positivos para
nosotros y quienes nos rodean, para nuestra sociedad en su conjunto, eso, es
algo muy distinto. Y elevado.
De ahí lo importante, lo muy importante, de que los maestros se perfeccionen en
la búsqueda de la verdad. Puede haber debate, eso está bien, es perfecto, eso
enriquece el pensamiento, pero la búsqueda de un bien común sin descuidar la
individualidad inherente a toda persona, la cual engrandece ese bienestar
colectivo, es imprescindible. Y eso solo se logra haciendo un buen uso de
nuestra inteligencia. Despojándonos de prejuicios e ideologías de comprobada
ineficacia. Buscando la verdad.
¿Cómo enseñar a los niños a distinguir el error?
La generalización es el germen del prejuicio, el prejuicio es la semilla de la
intolerancia y la intolerancia es el pilar del pensamiento totalitario y sus
abominables prácticas. El gran filósofo austríaco Karl Popper, en su memorable
paradoja de la tolerancia, dijo que tan deleznable es el prejuicio de raza, esto es,
el racismo, como la intolerancia hacia las opiniones discrepantes, salvo que
estas hagan un llamado explícito a violentar a una persona o a un grupo. En tal
sentido, si alguien cuestiona los dogmas contemporáneos (como el feminismo,
el activismo LGBT y etc., el ecologismo, la transexualidad en niños, etc.), está
en todo su derecho a menos que manifieste un deseo de que esas personas
sean agredidas, entendiéndose por esto a que sean segregadas, vale decir, que
se les despojen de sus deberes y derechos fijados en toda constitución que se
precie de tal. Que venga el debate, el contraste de ideas. Todo lo opuesto a eso
es intolerancia, la antesala del fascismo.
El conocimiento debe ser contrastado, se deben consultar distintas fuentes. Pero
cuidado, es importante que haya un faro, un ideal fijo, de lo contrario se corre el
riesgo de “contar con un océano de conocimientos, pero con un centímetro de
profundidad”.
Siempre hay algo rescatable en toda realidad. De ahí que es un error considerar
que alguna nación, cultura o persona sea completamente mala. Claro que hay
excepciones. Por ejemplo, lo único rescatable en sujetos como Hitler, Lenin,
Stalin, Mao, Fidel Castro y sus secuaces, o Abimael Guzmán y sus asesinos, es
el estudiar detenidamente sus vidas y obras para que, a través de nuestra
inteligencia y raciocinio, aprendamos todo, absolutamente todo lo que no debe
hacer un ser humano. Todo lo que nos pervierte y nos degrada, incluso a un nivel
inferior al de una cucaracha. U otro ejemplo. No es lo mismo la civilización
occidental, donde se han conquistado los mayores derechos, con una sociedad
islámica que no ha hecho una separación entre religión y estado, que ha
quedado rezagada en la historia, y donde mujeres y homosexuales son
violentados, no desde un accionar marginal o delictivo, sino desde una política
de gobierno. Eso, en Occidente, es impensable. Si sucede, es como algo
delictivo y en tal sentido es condenado y perseguido.
Se debe saber diferenciar entre libros de divulgación científica y publicaciones
de escasa seriedad.
No todas las personas son confiables. Se deben conocer los antecedentes e
intenciones de la persona en cuestión para ver si es digna de credibilidad.

Bibliografía:
Lectura de la clase.
Historia de la filosofía, de Julián Marías (1941). Alianza Editorial. España.
Historia de la filosofía moderna, de Francisco Romero (1959). Fondo de
cultura económica, México-Buenos Aires.

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