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Diócesis de Trujillo

Seminario Mayor Sagrado Corazón de Jesús


Anderson Barrios. II año de Teología
Cátedra: Teología Patrística
Facilitador: Pbro. Víctor Vergara

PADRES APOSTÓLICOS Y APOLOGISTAS


Padres apostólicos: Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna.

 Ignacio de Antioquía
Nace entre los años 30 al 35 y muere en el año 107, en Roma, siendo mártir, en tiempos
del emperador Trajano.
Fue Discípulo de los apóstoles Pablo y Juan, y es el segundo sucesor de San Pedro en la
sede de Antioquía. Su figura es de mucha relevancia, puesto que fue un pastor de almas,
enamorado de Cristo y preocupado tan sólo de custodiar el rebaño que le había sido
confiado. Su mejor retrato nos lo proporciona él mismo en las cartas que escribió a varias
comunidades cristianas mientras se encontraba de camino hacia su martirio en Roma.
Sus cartas fueron siete, de las cuales cuatro fueron escritas desde Esmirna a las Iglesias
de Éfeso, Magnesia, Tralles y Roma; en ellas les da las gracias por las muestras de afecto
hacia su persona, les pone en guardia contra las herejías y les anima a estar unidos a sus
obispos; en la dirigida a los romanos, les ruega que no hagan nada por evitar su martirio,
que es su máxima aspiración.
Las otras tres las escribió desde Tróade; a la Iglesia de Esmirna y a su obispo Policarpo,
a los que agradece sus atenciones, y a la Iglesia de Filadelfia; son semejantes a las otras
cuatro, añadiendo la noticia gozosa de que la persecución en Antioquía ha terminado y, en
la dirigida a Policarpo, da unos consejos sobre la manera de desempeñar sus deberes de
obispo.
Por su contenido, estas cartas tienen un gran interés doctrinal. Bastantes de los temas
que tratan están determinados por la polémica contra las herejías más difundidas,
especialmente el docetismo, que negaba la realidad de la encarnación del Verbo.
A través de ellas, Ignacio deja ver con especial claridad la pacífica posesión de algunas
de las verdades fundamentales de la fe, lo que resulta aún de mayor interés por lo temprano
de su testimonio. Afirma con energía la verdadera divinidad y la verdadera humanidad del
Hijo de Dios; Cristo ocupa un lugar central en la historia de la salvación, y ya los profetas
que anunciaron su venida eran en espíritu discípulos suyos; Cristo es Dios y se hizo
hombre, es Hijo de Dios e hijo de María, virgen; es verdaderamente hombre, su cuerpo es
un cuerpo verdadero y sus sufrimientos fueron reales, todo lo cual lo dice frente a los
docetas, que sostenían que el cuerpo de Cristo era apariencia.
Otro punto importante es la doctrina sobre la Iglesia. San Ignacio considera que el ser
de la Iglesia está profundamente anclado en la Trinidad y, a la vez, expone la doctrina de la
Iglesia como Cuerpo de Cristo. Su unidad se hace visible en la estructura jerárquica, sin la
cual no hay Iglesia y sin la que tampoco es posible celebrar la Eucaristía.
La Jerarquía aparece constituida por obispos, presbíteros y diáconos. Se trata de un
testimonio precioso, por su claridad y antigüedad. Toda la comunidad debe obedecer al
obispo, que representa a Dios, el obispo invisible. Al obispo deben someterse el presbiterio
y los diáconos hasta el punto de que, si alguien obra algo a margen de la jerarquía, afirma,
«no es puro en su conciencia».
Para concluir, es en estas cartas donde encontramos por vez primera la expresión
«Iglesia católica» para referirse al conjunto de los cristianos. La Iglesia es llamada «el lugar
del sacrificio»; es probable que con esto se refiera a la Eucaristía como sacrificio de la
Iglesia, pues también la Didajé llama «sacrificio» a la Eucaristía; además, «la Eucaristía es
la Carne de Cristo, la misma que padeció por nuestros pecados».

 Policarpo de Esmirna
Nació hacia el año 75, probablemente en el seno de una familia que ya era cristiana,
y muere siendo mártir en el año 156.
Según San Ireneo, Policarpo había sido discípulo de San Juan, y hecho obispo de
Esmirna por los Apóstoles. Su prestigio era grande, y trató con el papa Aniceto de la
unificación de la fecha de la Pascua, que en las Iglesias de Asia era distinta, sin que
llegaran a un acuerdo.
Fue muy eficaz su actividad contra las herejías, consiguiendo que tornaran
numerosos seguidores de diversas sectas gnósticas. Cuando estalló una persecución
anticristiana, se escondió en una casa de campo, a ruego de sus fieles, pero fue
descubierto por la traición de un esclavo y condenado a la hoguera.
La comunidad cristiana de Esmirna redactó una larga carta dirigida a la de
Filomelio, ciudad frigia, al parecer con ocasión del primer aniversario del martirio. Esta
carta, conocida con el nombre de Martirio de Policarpo, escrita por testigos oculares, es
la primera obra cristiana exclusivamente dedicada a describir la pasión de un mártir, y
la primera en usar este título para designar a un cristiano muerto por la fe.
Por su parte, de las distintas cartas que Policarpo escribió a Iglesias vecinas y a
otros obispos, de las que tenía conocimiento Ireneo, es la Epístola a los Filipenses, con
la que acompañaba una copia de las de San Ignacio; en ella insiste en que Cristo fue
realmente hombre y realmente murió; que hay que obedecer a la jerarquía de la Iglesia,
practicar la limosna, y orar por las autoridades civiles.
Padres Apologistas: Ticiano, Carta a Diogneto, Justino y Irineo de Lyon.

 Ticiano
Nació en el seno de una familia pagana en Siria, seguramente en la zona cercana al
imperio persa («nacido en tierra de asirios», dice de sí mismo), y con una gran antipatía
hacia todo lo griego, se convirtió quizá en Roma, donde acudió a la escuela de Justino;
como su maestro, había llegado al cristianismo después de una larga búsqueda de la verdad
entre los filósofos.
A diferencia de Justino, Ticiano rechaza completamente no sólo la filosofía de los
griegos, sino toda su cultura y sus costumbres. Regresó a Oriente hacia el 172, y dio origen
a una secta rigorista, llamada de los encratitas, que proscribía el matrimonio, el comer carne
y el beber vino, hasta el punto de que en la misma Eucaristía lo substituyó por agua.
De sus obras sólo dos se conservan. Una, que al parecer era la más importante de todas
y que se puede reconstruir con las traducciones que tenemos, es el Diatessaron; se trata de
una concordia de los cuatro evangelios, hecha con objeto de presentarlos en un solo relato
continuo; parece que fue muy utilizado, incluso en la liturgia, durante un largo tiempo; su
traducción al latín fue posiblemente la primera versión latina del Evangelio.
La otra obra es el Discurso contra los griegos, una apología que, más que una defensa
frente a los paganos, es un ataque virulento y desmesurado contra todo lo griego, al que
añade la exposición de algunos puntos de la religión cristiana: Dios, el Logos, el pecado
original, los demonios y su actividad, la posibilidad de que el hombre se haga inmortal si
sabe rechazar completamente la materia, el misterio de la encarnación, la conducta de los
cristianos; la religión cristiana, dice, es la más antigua de todas, pues Moisés es anterior a
cualquier pensador griego.
Para Ticiano, la fe nace de un encuentro, y conduce a un encuentro. Creer, es
encontrase con alguien, contar con él, y fiarse de él. Por tanto, la fe, se distingue de la
creencia o de la superstición, en que no se dirige particularmente a un objetivo, un dogma o
una doctrina, sino a una persona con la que se entra en relación.
Por su propia naturaleza, la fe engendra un dinamismo que es preciso calificar de ético,
confiar en alguien, ponerse totalmente en sus manos, es un acto ético que da lugar a otros,
ordenados a orientar y acrecentar la relación original y a responder fielmente a la misma.

 Carta a Diogneto
Es un escrito totalmente apologético, procedente, de un autor desconocido, compuesto
seguramente a finales del siglo II. Responde sobre algunas interrogantes que llamaban la
atención sobre las creencias y modo de vida de los cristianos.
Entre su contenido el autor resalta su objeción al politeísmo y al judaísmo, como
también presenta a los cristianos en el mundo, y el designio salvador que Dios tiene con sus
hijos.
Por su parte el autor dirige su obra a Diogneto, que puede ser un nombre propio, pero
también un título dado al emperador («conocido de Zeus»), para responder a su interés por
conocer la doctrina y la vida de los cristianos. En ella lo exhorta, a conocer a Dios Padre y a
amarle a Él y al prójimo para que, viviendo en la tierra, pueda contemplar al Dios del cielo.

 Justino
Es el más importante de los apologistas griegos, y su obra no se limita a las apologías.
Justino nació en Palestina, en la antigua Siquem, de padres paganos, y parece que su
conocimiento del judaísmo lo adquirió más tarde.
Él mismo cuenta su itinerario espiritual en busca de la verdad, y cómo acudió a diversos
maestros de diferentes escuelas filosóficas, hasta que encontró el cristianismo. Llegado a
Roma, puso una escuela en la que enseñaba su filosofía, la cristiana, y allí, por la envidia de
un maestro pagano que seguía la filosofía cínica, fue denunciado como cristiano y murió
mártir, probablemente en el año 165. Se conserva el relato auténtico de su martirio, basado
en actas oficiales.
Obras suyas fueron un libro contra todas las herejías, otro Contra Marción, un Discurso
contra los griegos y una Refutación de tema semejante, un tratado Sobre la soberanía de
Dios y otro Sobre el alma, y aun algún otro. Pero en la actualidad solo han llegado sólo tres
escritos: dos apologías contra los paganos (Apologías) y otra contra los judíos (Diálogo con
Trifón).
Las dos Apologías están dirigidas al emperador Antonino Pío y fueron escritas
alrededor del año 150; probablemente son dos partes de la misma obra, que luego se
desdobló. En ellas se pide al emperador que juzgue de los cristianos sólo después de
escucharles, pues no es sensato condenar a alguien por un nombre, el de cristiano, sino sólo
por crímenes reales.
Expone luego la doctrina cristiana, tanto en lo referente a las creencias como a la moral
y el culto, amonestando de nuevo al emperador y añadiendo que aun cuando las
persecuciones están provocadas por los demonios, no pueden dañar a los cristianos, que
también así llegan a la vida eterna.
Por otra parte, el Diálogo con Trifón es el más importante de estos escritos
apologéticos. Trifón es un judío al que Justino encontró en Éfeso y con quien
probablemente trató de algunas de estas cuestiones, escritas mucho más tarde, después de
las dos Apologías.
La argumentación de Justino se apoya mucho ahora en el Antiguo Testamento, base
aceptada por los dos interlocutores; Justino expone que la ley de Moisés era provisional,
mientras que el cristianismo es la ley nueva, universal y definitiva; explica por qué hay que
adorar a Cristo como a Dios, y describe a los pueblos que siguen a Cristo como el nuevo
Israel.
Seguramente el pensamiento de Justino queda sólo parcialmente reflejado en estas
obras de apología, dirigidas por tanto a los no cristianos. En ellas trata de mostrar aquellos
extremos en que coincide la enseñanza de los filósofos, especialmente la de los platónicos,
y la fe de los cristianos.
Su concepto de Dios es tan absolutamente trascendente, que piensa que no puede
establecer ningún contacto con el mundo, ni siquiera para crearlo, si no es a través de un
mediador, que es el Logos (en griego, la razón); al principio el Logos estaba de alguna
manera en Dios, pero sin distinguirse realmente de Él; luego, justo antes de la creación,
emanó de Dios con el fin de crear y de gobernar el mundo; sólo después de esta emanación
parece pensar Justino que se constituye el Logos en persona divina, aunque permanece
subordinado al Padre. El Logos nos revela al Padre, y es el maestro que nos lleva a Él.
Pero esta doctrina sobre el Logos tiene aún otro significado para Justino. El Logos en
toda su plenitud sólo apareció en Cristo, pero de una manera tenue estaba ya en el mundo,
pues en cada inteligencia humana hay una semilla del Logos, capaz de germinar. De hecho,
germinó en los profetas del pueblo de Israel y en los filósofos griegos; y por este origen
común, no puede haber contradicción entre el cristianismo y la verdadera filosofía; con
mayor razón, dice, puesto que Moisés fue anterior a los filósofos, y éstos tomaron sus
verdades de él.
Asimismo, Justino es el primer escritor que completa la comparación entre Adán y
Cristo de San Pablo con la comparación entre Eva y María. Es uno de los primeros
testimonios del culto a los ángeles, cuyo pecado interpreta como pecado de la carne, pues
piensa que tienen una cierta corporeidad; también piensa que los demonios no irán al fuego
eterno hasta el momento del juicio final y que hasta entonces vagan por el mundo tentando
a los hombres: especialmente, tratando de apartarles de Cristo. Justino es también
milenarista.
De igual manera, tiene especial importancia el testimonio de Justino sobre la Eucaristía.
Describe la celebración eucarística que tiene lugar después de la recepción del bautismo, y
la de todos los domingos; el domingo, dice, se ha elegido porque en este día creó Dios el
mundo y resucitó Cristo.
También aportó, en cuanto a la eucaristía, que primero se hace una lectura de los
Evangelios, a la que sigue la homilía; después se dicen unas oraciones rogando por los
cristianos y por todos los hombres, seguidas del ósculo de paz; luego viene la presentación
de las ofrendas, su consagración, y su distribución por medio de los diáconos. El pan y el
vino, consagrados, son ya el Cuerpo y la Sangre del Señor, y esta ofrenda constituye el
sacrificio puro de la nueva ley, pues los demás sacrificios son indignos de Dios.

 Irineo de Lyon
Nació probablemente entre los años 135 y 140, en Esmirna, donde en su juventud fue
alumno del obispo san Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol san Juan.
No se sabe cuándo se trasladó de Asia Menor a la Galia, pero el viaje debió de coincidir
con los primeros pasos de la comunidad cristiana de Lyon, allí en el año 177, se encuentra
en el colegio de los presbíteros. Precisamente en ese año, fue enviado a Roma para llevar
una carta de la comunidad de Lyon al Papa Eleuterio.
La misión romana evitó a Ireneo la persecución de Marco Aurelio, en la que cayeron al
menos 48 mártires, entre los que se encontraba el mismo obispo de Lyon, Potino, de
noventa años, que murió a causa de los malos tratos sufridos en la cárcel. De este modo, a
su regreso, Ireneo fue elegido obispo de la ciudad. El nuevo pastor se dedicó totalmente al
ministerio episcopal
Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de
doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender
de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la
fe.
A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los
cinco libros "Contra las herejías" y "La exposición de la predicación apostólica", que se
puede considerar también como el más antiguo "catecismo de la doctrina cristiana". En
definitiva, Ireneo de Lyon es por excelencia el campeón de la lucha contra las herejías.
Por otra parte, la Iglesia del siglo II estaba amenazada por la "gnosis", una doctrina que
afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos,
que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales -
se llamaban "gnósticos"- comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así
formarían un cristianismo de élite, intelectualista.
Obviamente, este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes
corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos para
muchos.
Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la
fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para
explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto al Dios bueno existía un principio
negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.
Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, Ireneo refuta el
dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con
decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del
espíritu. Se puede decir que, Ireneo de Lyon, se presenta como el primer gran teólogo de la
Iglesia, el que creó la teología sistemática.
Asimismo, en el centro de su doctrina está la cuestión de la "regla de la fe" y de su
transmisión. Para Ireneo la "regla de la fe" coincide en la práctica con el Credo de los
Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz
del Evangelio.
De hecho, el Evangelio predicado por San Ireneo es el que recibió de san Policarpo,
obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de
quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada
por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el
transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los
Apóstoles.
Con dichos argumentos, confuta desde sus fundamentos las pretensiones de los
gnósticos, los "intelectuales": ante todo, no poseen una verdad que sería superior a la de la
fe común, pues lo que dicen no es de origen apostólico, se lo han inventado ellos; en
segundo lugar, la verdad y la salvación no son privilegio y monopolio de unos pocos, sino
que todos las pueden alcanzar a través de la predicación de los sucesores de los Apóstoles
y, sobre todo, del Obispo de Roma.
San Ireneo se dedica a explicar el concepto genuino de Tradición apostólica, que
podemos resumir en tres puntos:
1. La Tradición apostólica es "pública", no privada.
Para Ireneo no cabe duda de que el contenido de la fe transmitida por la Iglesia es el
recibido de los Apóstoles y de Jesús, el Hijo de Dios. No hay otra enseñanza.
Por tanto, a quien quiera conocer la verdadera doctrina le basta con conocer "la
Tradición que procede de los Apóstoles y la fe anunciada a los hombres".
2. La Tradición apostólica es "única".
En efecto, mientras el gnosticismo se subdivide en numerosas sectas, la Tradición
de la Iglesia es única en sus contenidos fundamentales, la cual llama precisamente regla
fidei o veritatis.
Por ser única, crea unidad a través de los pueblos, a través de las diversas culturas, a
través de pueblos diferentes; es un contenido común como la verdad, a pesar de las
diferentes lenguas y culturas.
3. La Tradición apostólica es guiada por el Espíritu Santo.
La tradición apostólica no se trata de una transmisión confiada a la capacidad de
hombres más o menos instruidos, sino al Espíritu de Dios, que garantiza la fidelidad de la
transmisión de la fe. Esta es la "vida" de la Iglesia; es lo que la mantiene siempre joven, es
decir, fecunda con muchos carismas.
Según su enseñanza, la fe de la Iglesia debe ser transmitida de manera que se
presente como debe ser, es decir, "pública", "única", "pneumática", "espiritual". A partir de
cada una de estas características, se puede llegar a un fecundo discernimiento sobre la
auténtica transmisión de la fe en el hoy de la Iglesia.
Según su doctrina, la dignidad del hombre, cuerpo y alma, está firmemente fundada
en la creación divina, en la imagen de Cristo y en la obra permanente de santificación del
Espíritu.
Esta doctrina es como un "camino real" para aclarar a todas las personas de buena
voluntad el objeto y los confines del diálogo sobre los valores, y para impulsar
continuamente la acción misionera de la Iglesia, la fuerza de la verdad, que es la fuente de
todos los auténticos valores del mundo (Cf. Papa emérito Benedicto XVI, catequesis sobre
los Padres de la Iglesia, 28 de marzo de 2007)
Finalmente, según la tradición, Ireneo fue martirizado en Lyon con gran parte de los
habitantes de esta ciudad, durante la sangrienta persecución de Severo, entre el año 200 y
203.

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