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Estudio del capítulo 12 de la carta a los romanos

En su mensaje titulado “deberes cristianos”, el apóstol pablo hace alusión a toda una serie de
actitudes y acciones que deben ser el ideal de todo cristiano saludable física y espiritualmente. El
mensaje enviado en esta carta a los judíos cristianos en roma no refleja un discurso blando, laxo y
ligero para quienes empiezan a creer en el señor Jesús ni tampoco para quienes se encuentran
ubicados en una posición geográfica y culturalmente favorable, su contenido es hacia personas
que viven una lucha firme con su fe frente a las circunstancias más adversas, es decir, son palabras
para un creyente que ha madurado en su relación con Dios a un punto decisivo, haciendo de esta
carta uno de los pilares de la fundamentación de la fe cristiana en el mundo entero.

Madurez es precisamente la palabra que debe ser nuestra referencia al abordar este capítulo 12
de la carta a los romanos, porque aborda elementos que deben discernirse con claridad con la
ayuda del Espíritu Santo, elementos tales como:

-culto racional
-voluntad de Dios
-dones relacionales
-carácter de cristo
-la respuesta del creyente ante el mundo que le rodea

Es necesario escudriñarlos con detenimiento y hallar la razón por la que pablo lo solicita tal
atención a estos aspectos. Al escribir esto Pablo se encuentra en una cárcel justamente en aquella
ciudad y tenía el privilegio de recibir las visitas de sus conciudadanos que habían aceptado la fe del
señor Jesucristo, estos eran personas que le servían en sus necesidades y que, con seguridad como
ocurre en todo ministerio, buscaban encontrar consejo y consuelo en una persona de autoridad en
la fe del hijo de Dios; podríamos suponer que un poco de sus escritos son el resultado de aquellas
conversaciones donde los corazones de aquellos hombres y mujeres se derramaban en lagrimas y
frustración al ver que su decisión de seguir a Jesús les perjudicaba en gran manera en una ciudad
como Roma, ¿Cómo seguir ayudando a mis hermanos de la fe desde este lugar? Fue una pregunta
que se planteó el apóstol y con la revelación del Espíritu Santo y las noticias de sus visitantes es
que puede desarrollar todas sus cartas.

¿Esto nos habla algo importante? Si, efectivamente nos habla de algo trascendental y es el hecho
de que nuestra fe en el hijo de Dios no solamente trata de un aspecto individual sino de un
aspecto comunitario, al señalar el término “culto racional” podemos inferir ello. En ocasiones la
imagen que tenemos de una relación con El Señor se ve condicionada solo a lo que podemos
percibir emocional y mentalmente, pero un culto racional es una comprensión de nuestra fe en
acción con el entorno que nos rodea, dicho de otra manera es el ejercicio de la fe en comunidad,
un acto donde presento mi vida en alineación con el propósito de Dios y bajo las directrices de su
palabra para servir a otras personas, en idea esto parece sencillo pero en la práctica podemos
observarlo de la sgte manera: ¿me considero cristiano únicamente porque he aceptado a Cristo
como mi señor y porque asisto a una iglesia? Seguramente no, el ser cristiano representa también
una transformación interna, una reorganización de conceptos dañados y deteriorados por el
pecado para reestablecerlos a su diseño original, y en ese ejercicio también entra una
manifestación de cambios que ocurren como evidencia física de dicha decisión: cambios en el
lenguaje, en la actitud hacia las demás personas, entre otros, que afirman que la intervención de
Cristo en nosotros marca un antes y un después; ahora pasamos a descubrir, entender y vivir bajo
“su voluntad”, una decisión que contraviene todo nuestro estilo de vida anterior pero que nos
sitúa en el lugar para el que fuimos creados que es adorar al padre en Espíritu y verdad.

Si hay un culto racional entonces hay una comprensión de su voluntad, es casi como si fuese un
prerrequisito para nuestro caminar con Dios dado que vivimos en tiempos donde las personas
hacen uso de argumentos tales como: “yo creo en Dios a mi manera”, “mientras no le haga daño a
nadie yo estoy bien con Dios”, “solo Dios puede juzgarme”, entre otros, que muestran claramente
una irracionalidad al abordar la fe cristiana, porque de ser así todo esto entonces nos
encontraríamos con un Dios contraproducente a sus mismos principios. ¿quiero conocer la
voluntad de Dios? Entonces mi fe debe superar el plano meramente sensitivo y trascender al plano
comunitario, donde está es indispensable para sostenerme en un mundo caído y alcanzar a tantos
como pueda de esta terrible realidad.

La voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta, puede ser identificada rompiendo con los
modelos de pensamiento que el mundo caído infunde en nosotros, la voluntad divina se opone
rotundamente a estos diseños malignos que solo buscan crear ataduras en la mente y el corazón
de las personas, en ocasiones muy evidentes pero en la mayoría de veces muy sutiles y casi
imperceptibles de no ser por el discernimiento que otorga el Espíritu Santo, es esto entonces un
llamado de atención a cada uno de nosotros por parte del apóstol Pablo a examinarnos y no dejar
escapar siquiera esta posibilidad; ¿es viable pelear en una guerra con heridas abiertas?
Seguramente es algo tonto, pero es lo que ocurre con muchos creyentes de hoy en día: asumen el
día a día en la vida de fe pensando que aquello que no han podido sanar, solucionar o resolver, no
es suficientemente relevante y es más importante una imagen invulnerable que una imagen del
cuidado de nuestro buen señor hacia ellos; la pregunta que incomoda al creyente moderno es
¿necesitas ayuda? ¿puedo hacer algo por ti? ¿quieres hablarme sobre lo que te pasa?, nos hemos
vuelto expertos arquitectos de muros argumentables infranqueables porque “no pueden verme
tal como soy”, solemos responder con evasivas y no entendemos que el que otros hermanos
quieran ayudarnos a crecer, sanar y mejorar nuestra relación con El Señor “también hacen parte
de la voluntad de Dios” para nuestras vidas.

Si el apóstol Pablo hubiese podido enfrentar en soledad todo ese difícil proceso entonces el
mensaje seria otro, pero las palabras textuales nos llevan a reconocer que, independientemente
de nuestro lugar y servicio en el señor, todos necesitamos de los demás para entender y vivir la
voluntad de Dios, esta premisa me hace a mi estimar en sobremanera la acotación a los dones que
menciona este capítulo, en otra carta Pablo menciona dones y frutos espirituales, pero los que se
mencionan aquí podría considerarlos como dones relacionales o dones con un efecto
inmediatamente practico para el servicio a nuestros hermanos de la fe, un enunciado preciso del
apóstol para esta línea de pensamiento de este capítulo donde su título nos sitúa en el principio
del deber, el de hacer lo que es correcto según principios establecidos y en nuestro marco
cristiano con mayor insistencia a raíz del testimonio que recibimos de Jesús quien amó a las
personas a pesar del trato que recibió por estos cuando estuvo en la tierra; y es que estos dones
junto con el deber de servir no deben ser ajenos a nosotros ni condicionales, deben ser un
ejercicio constante con quienes nos rodean y de acuerdo a lo que hemos definido como nuestro
culto racional según la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta.

Los dones que nos llevan a servir y dar con amor a nuestros hermanos son un claro reflejo de la
madurez y perfeccionamiento del carácter de Cristo en nuestros corazones. Ejercitar nuestra fe
nos lleva a discernir nuestro comportamiento, la medida de nuestro comportamiento siempre
serán las acciones de Jesús y si bien no podemos llegar a un punto de comparación total con El, en
lo que trabajamos constantemente es en imitar sus acciones; oír sus enseñanzas nos hace
seguidores pero seguir sus pasos nos hace discípulos y en ese proceder muchas veces nos veremos
seriamente confrontados con actitudes, pensamientos, actos y sensaciones que no están en línea
con el diseño del creador, momentos donde debemos tomar decisiones en base a lo que
queremos para nuestra vida de fe. Para mi este punto resulta muy interesante en vista de que el
carácter de Cristo termina reflejándose no en una imposición sino una decisión personal, esto así
dicho en palabras del mismo Jesús quien ofreció a sus discípulos la oportunidad de apartarse del
camino por el que este los había conducido pero que, Pedro en respuesta citó: ¿A quién iremos?
tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6:68); soy yo quien decide tener el carácter de cristo, soy
yo quien acepto cargar la cruz y seguirle con todos los desafíos que este implica ¿dicho impulso
tenia fecha de caducidad? ¿las reglas de juego las establecimos nosotros? El apóstol Pablo, a quien
le agradecemos más del 50% del nuevo testamento era una persona con un carácter fuerte e
irascible, en nuestro contexto local podríamos decir que no tenía reparos para decir lo que era
necesario decir o lo que otros no querían decir, y si de confrontar al creyente se trata entonces su
mensaje a los cristianos en Roma no se viene con aspavientos; nuevamente es un llamado de
atención a despertar de nuestra espiritualidad disfrazada de pasividad y transformarla en acciones
contundentes de servicio a nuestra comunidad.

Quiero cerrar mi intervención con el último aspecto que he revisado a manera general de este
capítulo y es la respuesta del creyente frente al mundo que le rodea. Siguiendo el hilo que
propone el apóstol Pablo podemos mencionar que nuestro culto racional nos lleva a discernir
verdaderamente la voluntad de Dios, un conocimiento que directamente aplicamos en nuestro
servicio a la familia de fe y que afirma el carácter de Cristo que ha empezado a ser forjado en
nosotros, con esta identidad creada ¿Cuál es mi posición frente a aquellos que están lejos del
señor? Podríamos pensar que los deberes cristianos solo se trasladan a la cristiandad, pero el
apóstol sitúa a cada creyente dando a entender que dicha identidad tampoco puede ser ajena
para aquellos que nos rodean y que están lejanos del señor; día a día vivimos en medio de
conversaciones, situaciones y escenarios que hacen que el mundo en general cuestione a Dios
debido al curso que toman determinados hechos de la vida (la maldad de la gente, el hambre y las
guerras en el mundo, la violencia y el dolor, etc.) y los primeros en la línea de fuego a quienes se
cuestiona son los creyentes, aquellos que se denominan hijos de Dios y que ven en El la esperanza
para un mundo perdido, ¿debe el cristiano tener respuesta para todas estas interrogantes?
Tenerlas sería bueno pero muchas personas en el mundo buscan la respuesta de estos creyentes,
no para acercarse a Dios sino para justificarse a sí mismos y encontrar vías alternativas para
desarticular las premisas que sostienen la fe en el hijo de Dios, este hecho ha sido una constante
en los siglos y el consejo con el que el apóstol termina sus comentarios de este capítulo es sencillo
pero esencial: “no seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”

Conclusión: como creyentes aprendamos a vivir y a cumplir con nuestros deberes de fe

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