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PARA MIGUEL, ALLÁ DONDE ESTÁN LAS NUBES CON PATITAS

Sin duda alguna, mi madre y mi tío Miguel son los dos personajes a quienes les
debo el que haya querido aprender a leer. Pero esta vez, me centraré en Miguel,
el tío más querido, prácticamente un padre para mí. Recuerdo sus historias, en
especial la del ciego que se valía de su oído majestuoso para escuchar los
diálogos de las palomas cada noche cuando se posaban en el árbol.

A los 6 años, era tanta mi felicidad de niña al escucharlo, con su voz enérgica y
acariciante al mismo tiempo, a tal punto que le pedía que repitiera las historias una
y otra vez; para nada me cansaba tal ejercicio. Así, en medio de esas historias,
quería aprender a leer “textualmente”. En casa se conservaban revistas y
periódicos viejos, los cuales repasaba leyendo (imágenes) durante horas enteras,
para luego empezar a contar a mi familia mis propios relatos.

Mi madre con su amor y dedicación, posteriormente me inicia con el proceso de


lectura y escritura a tal punto que en menos de lo que se esperara ya leía de
“corrido” como le decían en ese entonces, y escribía mi nombre a la mayor
precisión, cada mañana estaba mi madre allí, en el patio de la finca, en el ejercicio
como solemos escucharlo de enseñarme a leer y escribir; entre sumas, restas,
versos, canciones escritas y dibujos que mi madre no hacía pero que mi tío bien
delineaba, le fui “cogiendo el hilo”. Entre letras y cuentos, voy creciendo muy feliz;
disfruto de la naturaleza y de las comidas de Lucía (abuela materna), con tal
agudeza que pronto ya estoy de nuevo en ese espacio tiempo entre lecturas y el
sonido de las aves. En aquel lugar que lleva por nombre la Primavera soy la única
niña.

Miguel no llegó a casarse ni a tener hijos, cuando me llamaba me decía hija y en


verdad siempre sentí que era así, y como si no fuera suficiente, convertía el
periódico en cometas muy grandes sólo para verme saltar de felicidad cuando se
elevaban hasta que el viento las arrastraba llevándolas a lugares muy lejanos. Hoy
en día, aprecio lo que hizo en aquel tiempo, poner a volar aquellas letras
impresas y toda su imaginación.

Años después y mira la casualidad hoy hace dos años tuve que verlo partir tal
como lo hice con muchas de mis cometas. Frente al ataúd con el arte de la
oralidad como él me enseñó. En esta oportunidad mi voz se elevó con un poema
de Giovanni Guessep que titula “Escrito para ti en tu nombre” que habla de un
cuerpo entre las flores. Gracias Miguel por hacerme apasionar por la lectura, por
trasmitirme todo ese amor en cada uno de los pasos compartidos. Y aunque las
lágrimas corren en este momento por mi rostro yo te despido con alegría y vida;
siempre tendré presente que eres mi único padre, cuento y cometa.

Alejandra María Henao Solís


Profesora
Departamento Educación y Pedagogía
Universidad del Cauca
amhenao@unicauca.edu.co

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