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ORGULLO Y PREJUICIO

JANE AUSTEN

CAPÍTULO 1

La señora Bennet le cuenta al señor Bennet que Netherfield había sido alquilado por un joven
rico, soltero llamado Charles Bingley. Venía del norte de Inglaterra. La señora quería que
apenas llegara, el señor Bennet fuera a conocerlo pues lo veía como un buen partido para
casar a una de sus hijas.

CAPÍTULO 2

El señor Bennet va a conocer a Bingley y se lo cuenta a su esposa e hijas. Ellas se ponen muy
contentas y agradecen al padre. Se ponen a pensar en quien de ellas bailará con él en el
próximo baile.

CAPÍTULO 3

A los pocos días el Bingley fue a visitar al señor Bennet y conversan en su biblioteca. La señora
Bennet lo invita a cenar pero él indica que no puede porque debe ir a la Londres al día
siguiente. Iba a buscar a su familia para ir a la fiesta.

El día del baile, Bingley estaba con sus 2 hermanas, el marido de la mayor y otro joven, el señor
Darcy. Este último tenia clase, poseía también una gran fortuna. Las mujeres de la fiesta se
quedaron admirándolo, pero notaron que pretendía estar por encima de todos, que sentía
insatisfacción de estar en ese ambiente. Era muy guapo pero su actitud era odiosa y
desagradable. Bailó sólo en una oportunidad con la hermana de Bingley, negándose a conocer
a otras mujeres. La señora Bennet estaba muy ofendida con el señor Darcy por haber
despreciado a su hija Elizabeth. Para todos era el hombre más antipático del mundo y querían
que nunca volviera por allí.

Bingley hizo amistad con las personas de la fiesta y no se perdió ni un solo baile. Bailó 2 veces
con Jane a quien encontró muy hermosa.

CAPITULO 4

A Jane le gusto el señor Bingley, lo encontró un hombre divertido, educado, alegre, y se sentía
elogiada de haber bailado con él 2 veces. Conversaba con su hermana Elizabeth quien
describía a Jane como una mujer quien nunca ve defecto en las otras personas… “todo el
mundo es bueno y agradable a tus ojos. Nunca te he oído hablar mal de un ser humano en mi
vida”. Elizabeth en cambio era más observadora, con un temperamento menos flexible y un
juicio que no se deja llevar por los halagos. Es por eso que ella no estaba tan convencida de la
amabilidad que habían mostrado las hermanas de Bingley. Sí las encontró finas y alegres, pero
orgullosas y engreídas pues tenían una pobre opinión de los demás y la mejor opinión de sí
mismas.

Los hermanos Bingley pertenecían a una familia honorable del norte de Inglaterra. Tenían una
gran fortuna hecha en el comercio y que había sido heredada de su padre muerto. El señor
Bingley era tranquilo con su fortuna, no se apuraba en querer comprar una mansión y se
conformaba con arrendar en Netherfield, en cambio sus hermanas estaban ansiosas porque él
ya tuviera su propiedad.

Entre Bingley y Darcy había una gran amistad aunque eran muy distintos. Bingley caía bien
donde sea, sin embargo Darcy era siempre ofensivo. El mejor ejemplo fue lo que sucedió en la
fiesta. Con Bingley todo el mundo fue amable y atenta y pronto se hizo amigo de casi todo el
salón, y encontró a las chicas hermosas y encantadoras. Por el contrario Darcy encontró en
todos poca belleza y elegancia, y de ninguno había recibido placer o atención alguno.
Reconoció que Jane era hermosa pero que reía demasiado. Las hermanas Bingley la
encontraron linda y dulce, y querían conocerla mejor.

CAPÍTULO 5

A poca distancia de Longbourn vivía una familia amiga de los Bennet. Sir William Lucas había
dejado de dedicarse a los negocios y ahora se ocupaba de ser amable con todo el mundo. Era
inofensivo, sociable, cortés y servicial. La señora Lucas era una buena mujer pero la señora
Bennet no la consideraba tan inteligente como para considerarla una vecina valiosa. Tenían
varios hijos. La mayor se llamaba Charlotte, tenía unos 20 años y era la mejor amiga de
Elizabeth.

Los Lucas y los Bennet se reunieron a hablar después del baile de Meryton. Charlotte había
escuchado cuando Bingley dijo que había encontrado a Jane la niña más hermosa de la fiesta.
La señora Bennet comentaba lo muy desagradable que le había parecido Darcy. Elizabeth lo
encontró orgulloso y se sintió ofendida de que él no hubiera bailado con ella. Charlotte
justificaba su orgullo. Encontraba natural que un hombre atractivo, con familia, fortuna y todo
a su favor tenga un alto concepto de sí mismo.

CAPÍTULO 6

Las hermanas Bingley encontraban encantadora a Jane. Elizabeth valoraba lo amable que eran
con su hermana pero seguía viendo arrogancia en ellas al tratar a las otras personas por lo que
no les gustaba.

Elizabeth sabía que a Jane le gustaba Bingley, pero sabía que por su personalidad no lo
demostraría mucho. Charlotte opinaba que si una mujer disimula su afecto por alguien puede
perder la oportunidad de conquistarle. Creía que Jane debía aprovechar cada minuto con él
para llamar su atención y así enamorarse de él. Deseaba que a Jane le fuera bien.

Elizabeth no sospechaba que ella le gustaba a Darcy. La primera vez que se vieron él apenas
admitió que la encontró bonita, y la segunda vez sólo se dedicó a criticarla, pero después se
dio cuenta que sus ojos oscuros demostraban una gran inteligencia y le gustó su naturalidad y
alegría, así es que Darcy empezó a querer conocerla mejor y empezó a escucharla cómo
hablaba con los demás. Estaban en una reunión en la casa de Sir William, con baile y cantos, y
él le propone a Darcy que baile con Elizabeth, pero ella se negó. Estaba ahí también la señorita
Bingley quien se acercó a Darcy para comentarle lo molesta que estaba en ese lugar con el
alboroto que había y “gente tan insignificante”. Darcy no opinaba lo mismo. Él estaba
pensando en los ojos de Elizabeth.

CAPÍTULO 7

La señora Bennet tenía una hermana casada con un tal señor Phillips que vivía en Meryton.
Hasta allí les gustaba ir siempre a Lydia y Catherine para conversar con su tía. Estaban
contentas porque a Meryton llegaría un regimiento militar y se informaban de los nombres y
familias de los oficiales. El señor Phillips los conocía a todos. Al señor Bennet le molestaba que
sus hijas pretendieran a los oficiales y las trataba de tontas.

Jane fue invitada por las hermanas Bingley a cenar. Era un día de lluvia y Jane fue sólo a
caballo. Llovía después tan fuerte que no podría volver. Al día siguiente envió una nota a
Elizabeth para decirle que se encontraba con dolor de cabeza y garganta por lo que iría un
médico a verla donde los Bingley. El señor Bennet culpaba a su esposa diciéndole que sólo por
querer que ella se viera con el joven Bingley, Jane se había enfermado. Elizabeth estaba
preocupada y decidió ir caminando hasta Netherfield. Sus hermanas, Lydia y Catherine la
acompañaron hasta Meryton porque querían encontrarse con los oficiales. Elizabeth llegó a la
casa de los Bingley con los tobillos empapados, las medias sucias y el rostro encendido por el
ejercicio. Les sorprendió verla pero lo hicieron con amabilidad. Jane se sentía mal y estaba con
fiebre. Las hermanas Bingley estaban con ellas y a Elizabeth empezaron a parecerle simpáticas
al ver el afecto y el interés que mostraban por Jane. El médico la vió y le indicó reposo por lo
que ambas, Elizabeth y Jane, se quedarían a alojar ahí.

CAPITULO 8

Bingley estaba muy preocupado por Jane. Elizabeth sentía agrado sólo por él porque se dio
cuenta que sus hermanas no eran buenas. Apenas terminó la cena y se fue a la habitación de
Jane, las Bingley empezaron a hablar mal de ella diciendo que sus modales eran pésimos, que
no tenía conversación, ni estilo, ni gusto, ni belleza. Le criticaban la decisión que tuvo de ir a
ver a su hermana si era sólo un resfriado y criticaban la manera en cómo llegó, con los cabellos
despeinados y la ropa embarrada. Bingley y Darcy no pensaban lo mismo. Veían todo como
una gran demostración de amor hacia su hermana.
En el salón conversaban los hermanos Bingley y Darcy acerca de las mujeres. Decían que una
mujer debe tener un conocimiento profundo de música, canto, dibujo, baile y lenguas
modernas. Y además de todo esto, debe poseer un algo especial en su aire y manera de andar,
en el tono de su voz, en su trato y modo de expresarse, además de desarrollar su inteligencia
con las lecturas. Esto para ellos hacía perfecta a una mujer.

Jane se sentía peor y decidieron llamar nuevamente al doctor Jones. Bingley estaba muy
preocupado y sus hermanas afligidas.

CAPITULO 9

Elizabeth envió mensaje a su madre para que fuera a visitar a Jane. Llegó ella con sus dos
hermanas menores. Encontró que estaba mejor pero se negó a llevarla de vuelta a casa por
indicación del médico y porque ella quería que su hija se quedara más tiempo con Bingley. Él
también quería que se quedara en su casa. La actitud de la señora Bennet avergüenza a
Elizabeth pues se le notaba mucho con sus palabras que su intención era que Bingley se fijara
en su hija.

CAPITULO 10

Al día siguiente Jane mejoraba lentamente. Estaban todos en el salón haciendo distintas cosas
y Elizabeth nota que a la señorita Bingley le gustaba Darcy pero éste no la tomaba mucho en
cuenta. Después de mantener una conversación entre todos, exponiendo sus opiniones, las
hermanas Bingley se pusieron a cantar y tocar el piano. Elizabeth notaba que Darcy la miraba.
Ella creía que lo hacía porque había algo malo en ella y le desagradaba. A Elizabeth no le
importaba lo que opinara de ella. La música se hizo más alegre y Darcy la invitó a bailar.
Elizabeth creía que la invitaba sólo para criticar después sus gustos y hacerle un desaire por lo
que se negó. Ella creyó haberlo ofendido y él se mantenía ensimismado con ella. La señorita
Bingley se ponía celosa e intentaba provocar a Darcy hablándole mal de Elizabeth, de lo malo
que sería un matrimonio con ella por la familia que tenían. Le decía que la madre, la señora
Bennet, no moderaba nunca su lengua y que las hermanas menores sólo andaban detrás de los
oficiales lo que era mal visto, además de encontrar impertinente a Elizabeth. Le decía que su
familia era de distinta categoría.
CAPITULO 11

Elizabeth con Jane bajaron al salón. Todos se pusieron contentos de que se sintiera mejor y la
trataron con gran amabilidad, sobretodo el señor Bingley que la llenaba de atenciones. Darcy
agarró un libro para leer y la señorita Bingley hizo lo mismo. Ella no paraba de hacerle
preguntas o mirar la página que él tenía delante. Sin embargo no le sacó ninguna
conversación. Para llamar su atención invitó a Elizabeth a dar un paseo, y Darcy al escuchar
levantó la vista e inconscientemente cerró el libro. Lo invitaron a pasear con ellas pero éste se
negó. Y empezó entre Elizabeth y Darcy una conversación donde exponían cada uno su manera
de pensar. Decía Elizabeth: “Las insensateces, las tonterías, los caprichos y las inconsecuencias
son las cosas que verdaderamente me divierten y me río de ellas siempre que puedo”. Darcy
respondía: “yo he pasado la vida esforzándome para evitar estas debilidades que exponen al
ridículo a cualquier persona inteligente, como la vanidad y el orgullo… aunque creo que el
orgullo, en caso de personas de inteligencia superior, es válido”. Darcy decía que él tenía
muchos defectos; era demasiado intransigente, no olvida las insensateces y vicios ajenos, ni las
ofensas que se hacen contra él, era rencoroso y cuando pierde la buena opinión que tiene
sobre alguien era para siempre. La señorita Bingley cansada de escuchar una conversación
donde ella no tenía participación los invitó a escuchar música.

CAPÍTULO 12

Elizabeth ya estaba impaciente por volver a su casa y escribió a su madre para que enviara el
coche ese mismo día, pero la señora Bennet no estaba dispuesta a que volvieran antes de una
semana, y dijo que si los hermanos Bingley les ofrecían quedarse más tiempo que no se
negaran. Elizabeth no estaba dispuesta a eso y le dijo a Jane que le pidiera el coche a Bingley,
pero todos insistieron que se quedaran hasta el día siguiente y así lo hicieron. A Darcy le
pareció bien que ya se marcharan porque Elizabeth le atraía más de lo que él quería, y la
señorita Bingley era muy descortés con ella por los celos que sentía. Darcy se propuso no
demostrar sus sentimientos a Elizabeth por lo que su comportamiento el último día fue frío,
apenas le habló y casi ni la miró.

Cuando ya se iban la cortesía de la señorita Bingley con Elizabeth aumentó rápidamente en el


último momento, así como su afecto por Jane. Todos se despidieron de manera alegre y
cordial. Cuando llegaron la mamá no las recibió muy bien pues no entendía por qué habían
regresado tan pronto. El padre en cambio estaba muy contento de verlas, había sentido su
ausencia en el círculo familiar. Encontraron a Mary estudiando como siempre la naturaleza
humana, y sus hermanas Catherine y Lydia les contaron las novedades de los oficiales.
CAPÍTULO 13

A la mañana siguiente el señor Bennet contó a su familia que hacía un tiempo había recibido
una carta de su primo, el señor Collins. Ese primo sería el que heredaría su casa en caso de que
el señor Bennet muriera. Todos los bienes que tenía no podían ser heredados a sus 5 hijas por
temas legales y discordia que había entre el señor Bennet y su tío ya fallecido. Era algo muy
injusto, pero en la carta que envió Collins proponía dejar todo problema atrás con el propósito
de establecer paz en la familia, por lo que rechazaba ser el heredero de Longbourn y así toda
podía quedar para sus hijas como corresponde.

La familia se preparó para recibir la visita de Collins ese día. Cuando llegó lo recibieron con
cortesía. Elogió a las hijas por ser tan hermosas, y les dijo que esperaba pudieran casarse
pronto. Elogió también toda la propiedad y todo el mobiliario, y también la cena, preguntando
cuál de las hijas había cocinado, a lo que la madre un poco molesta responde que sus hijas no
necesitan estar en la cocina, para eso tienen cocinera.

CAPITULO 14

El señor Bennet y el señor Collins comenzaron a hablar sobre su patrona Lady Catherine de
Bourgh. Decían que la atención a sus deseos y la preocupación por su bienestar eran
extraordinarios. El señor Collins la elogiaba con elocuencia y decía que nunca había visto un
comportamiento como el suyo en una persona de su alcurnia ni tal afabilidad y
condescendencia; había aprobado dos sermones que él había dado como sacerdote, lo había
invitado a comer dos veces y le agradecía que no se opusiera a dejar la parroquia para visitar a
sus parientes. Lady Catherine tenía sólo una hija que heredaría su fortuna; una mujer hermosa,
enfermiza, inteligente y amable.

Luego de tomar el té, Collins comenzó a leer un libro en voz alta con monótona solemnidad.
Lydia muy aburrida empezó a bostezar e interrumpió hablándole a su madre sobre los
oficiales. Collins ofendido, dijo que le sorprendía lo poco que les interesaban los libros de
temas serios a la juventud, y dejó de leer. La señora Bennet y sus hijas se disculparon, y luego
él ya no ofendido aceptó ir a jugar Backgammon.

CAPÍTULO 15

El señor Collins no era tan inteligente. Pasó la mayor parte de su vida bajo la autoridad de un
padre inculto y avaro; y aunque fue a la universidad, sólo permaneció en ella los cursos
necesarios sin aprender mucho. Era de carácter humilde pero vanidoso al haber logrado
derrepente una prosperidad. Y ahora que ya tenía una buena casa e ingresos más que
suficientes, Collins estaba pensando en casarse y pensaba hacerlo con una de las señoritas
Bennet eligiendo a Jane. Entre sonrisas, la señora Bennet le advirtió que Jane estaba próxima a
comprometerse, por lo que inmediatamente cambió su candidata y eligió a Elizabeth.
Lydia fue a Meryton acompañada de todas sus hermanas, excepto Mary. El señor Collins
también fue lo que significó un alivio para el señor Bennet que ya quería deshacerse de su
pariente. Llegando a Meryton las hermanas menores no dejaban de buscar oficiales en las
calles, hasta que vieron a un joven paseando con un oficial. El oficial era el señor Denny, cuyo
regreso de Londres había venido Lydia a averiguar; se inclinó para saludarlas al pasar y todas
quedaron impresionadas del porte del forastero y se preguntaban quién podría ser. Kitthy y
Lydia decididas a indagar se acercaron, y el señor Denny les presentó al señor Wickham que
había venido de Londres y pertenecía también al regimiento. Mientras conversaban vieron a
Darcy y a Bingley que venían a caballo. Se acercaron a las jóvenes para saludar, y Darcy y el
forastero quedaron paralizados al verse. Se hicieron un gesto con el sombrero y Darcy se fue
con Bingley. A Elizabeth le pareció extraña su reacción. Las jóvenes siguieron caminando en
compañía del oficial hasta la casa de su tía, quien siempre se ponía feliz de ver a sus sobrinas.
Jane le presentó al señor Collins a quien recibió de manera muy cortés, quedando sorprendida
por su buena educación. Las menores querían saber más información del señor Wickham, y la
tía prometió invitarlas cuando hubiera oportunidad de que se juntaran. Después de jugar
lotería y cenar, todos se marcharon.

CAPÍTULO 16

A la noche siguiente partió Collins y sus primas a Meryton a la casa del señor Phillips, su tío.
Collins se entretuvo contándole a la señora Phillips todas las grandezas de lady Catherine y de
su mansión, y también le hablaba de su humilde casa y de los arreglos que quería hacer en ella.
Las muchachas ya no soportaban a su primo hasta que llegaron los caballeros. Collins se sentía
insignificante entre los oficiales, y para las mujeres el nada representaba. Sólo la señora
Phillips lo seguía escuchando de vez en cuando

Wickham se destacaba entre todos por su gallardía, por su soltura y por su airoso andar tan
superior. Se sentó al lado de Elizabeth y comenzaron a hablar. Wickham le preguntó hace
cuánto tiempo estaba Darcy en ese lugar, y le contó que él ha estado particularmente
relacionado con su familia desde su infancia. A Elizabeth le sorprendió esto después de ver la
manera tan fría en que se habían saludado. Ella le dijo que encontraba antipático a Darcy y que
con su orgullo había molestado a todo el mundo. Wickham dijo conocerlo mucho, y que la
gente se ciega con su fortuna y con su importancia o le temen por sus distinguidos y soberbios
modales, y le ven sólo como a él se le antoja que le vean. Dijo que siempre le entristecía verle,
y lo esquivaba cada vez por su mal trato y por ser como es. Le contó que el padre de Darcy
había sido el mejor hombre y su mejor amigo, pero Darcy había tenido una conducta
indecorosa con él, frustró sus esperanzas y deshonró su memoria. Wickham decía ser un
hombre decepcionado, con necesidad de ocupación y compañía. No era su intención
incorporarse a la vida militar, pero las circunstancias actuales le hicieron elegirla. Dijo que si no
hubiera sido por Darcy él estaría en la Iglesia, pues para ella lo educaron y hoy estaría en
posesión de un valioso rectorado. El padre de Darcy era padrino de Wickham y había dispuesto
que él quedara a cargo de sus dominios eclesiásticos cuando él muriera, pero cuando el puesto
quedó vacante, fue concedido a otro. Él atribuye esta mala obra a los celos que Darcy le tenía
por haber sido tan querido por su padrino y por la preferencia que desde la infancia le
otorgaba, pero la mayor parte de su juventud la habían pasado juntos, viviendo en la misma
casa, compartiendo juegos y siendo objeto de los mismos cuidados paternales. Whickham
decía que casi todas sus acciones habían sido guiadas por el orgullo. Aunque sí, en algunas
oportunidades, su orgullo le hizo hacer el bien: con frecuencia es liberal y generoso, da su
dinero, es hospitalario y ayuda a los pobres. Tiene también un orgullo de hermano que, unido
a algo de afecto fraternal, le ha convertido en un amabilísimo y solícito custodio de la señorita
Darcy, y muchas veces es considerado como el más atento y mejor de los hermanos.
Whickham decía que su hermana, la señorita Darcy, es una hermosa muchacha de 15 o 16
años, muy educada, que vive con una intitutriz desde la muerte de su padre y, para su opinión,
es tan orgullosa como su hermano.

Luego se acercaron al resto de los asistentes. Wickham escuchó que Collins nombraba a Lady
Catherine; le contó a Elizabeth en voz baja que ella era tía de Darcy y que, junto a su hija,
unirán las haciendas. Esta noticia hizo sonreír a Elizabeth al pensar en la pobre señorita
Bingley. En vano eran, pues, todas sus atenciones y todo su afecto por la hermana de Darcy y
todos los elogios que de él hacía si ya estaba destinado a otra. Wickham seguía escuchando a
Collins de lady Catherine y le parecía que estaba un poco cegado por ser su protectora, pues él
la encontraba una mujer arrogante y vanidosa. Nunca le gustaron sus modales autoritarios e
insolentes y decía que ella creía que todo aquel que se acercara a su sobrino debía tener una
inteligencia superior.

Siguieron charlando juntos hasta que la cena puso fin al juego y permitió a las otras señoras
participar de las atenciones de Wickham; sus modales encantaron a todo el mundo. Todo lo
que decía estaba bien dicho y todo lo que hacía estaba bien hecho. Elizabeth se fue prendada
de él. De vuelta a casa no podía pensar más que en el señor Wickham y en todo lo que le había
dicho.

CAPÍTULO 17

Al día siguiente Elizabeth le contó a Jane todo lo que habían hablado Wickham y ella. Jane
escuchó con asombro e interés. No podía creer que Darcy fuese tan indigno de la estimación
de Bingley, sin embargo, prefería no pensar mal ni del uno ni del otro, defender la conducta de
ambos y atribuir a la casualidad o al error lo que de otro modo no podía explicarse. Decía que
quizás ambos habían sido defraudados, ambos de algún modo decepcionados por algo, y que
quizá haya sido gente interesada en tergiversar las cosas la que los enfrentó. No podía creer
todo lo dicho por Wickham. Mientras hablaban vieron llegar a Bingley y sus hermanas que
venían a invitarlas a un baile que harían en Netherfield el martes siguiente. Las mujeres se
alegraron de ver a Jane y al resto de la familia le prestaron poca atención, sobretodo a la
señora Bennet. Elizabeth estaba tan animada por la ocasión, que a pesar de que no solía
hablarle a Collins más que cuando era necesario, no pudo evitar preguntarle si tenía intención
de aceptar la invitación del señor Bingley, a lo que él respondió que sí, y aprovechó de pedirle
que le conceda los dos primeros bailes. No le hizo ninguna gracia su galantería porque pensó
que detrás de ella se escondía algo más. Y fue su madre la que le confirmó lo que pensaba: era
la elegida por el señor Collins para casarse. Sin embargo, Elizabeth prefirió no darse por
aludida, porque probablemente el señor Collins nunca le haría semejante proposición, y hasta
que lo hiciese era una pérdida de tiempo discutir por él.

CAPÍTULO 18

El señor Wickham no estaba en la fiesta pues se había visto obligado a ir a la capital para
resolver unos asuntos el día antes y no había regresado. Darcy se acercó a hablar con Elizabeth
pero ella apenas pudo contestar con cortesía; sentía que el hablar con él era una injuria para
Wickham. Al principio ella estaba de mal humor porque se habían estropeado los planes que
tenía para esa noche, pero se le pasó pronto. Se acercó a su primo y bailó las 2 primeras
canciones con él, lo que fue vergonzoso pues Collins bailaba torpe y perdía el paso sin darse
cuenta. Después tuvo el alivio de bailar con un oficial con el que pudo hablar del señor
Wickham, enterándose de que todo el mundo le apreciaba. Luego se acercó a ella el señor
Darcy y le pidió un baile, y la tomó tan de sorpresa que aceptó. Mientras bailaban Elizabeth le
hablaba para romper el silencio y en la conversación ambos hacían notar la actitud del otro
como burlándose. Darcy le preguntó si ella y sus hermanas iban a menudo a Meryton.
Elizabeth contestó afirmativamente y aprovechó el momento para hablarle de Wickham; al
nombrarlo, una intensa sombra de arrogancia oscureció el semblante de Darcy. Elizabeth le
hizo ver que sabía todo lo que había pasado entre ellos lo que le molestó, aunque evitó
demostrarlo. Elizabeth no habló más, terminó el baile y se separaron en silencio.

La señorita Bingley se acerca a Elizabeth y le habla de Wickham. Le cuenta que es hijo del viejo
Wickham, el último administrador del señor Darcy. Le aconseja que no se fíe demasiado de
todo lo que le cuente, porque eso de que el señor Darcy le trató mal es completamente falso;
por el contrario, siempre ha sido extraordinariamente amable con él, aunque George Wickham
se ha portado con el señor Darcy de la manera más infame. Le dice que su hermano consideró
que no podía evitar incluirlo en la lista de oficiales invitados, pero se alegró enormemente de
ver que él mismo se había apartado de su camino. A Elizabeth le enojó esta intromisión de la
señorita Bingley y sólo vio malicia en sus palabras.

Jane, que se encontraba muy contenta en la velada, había hablado con Bingley de Wickham. Le
contó a Elizabeth que si bien Bingley le dijo que no conocía toda la historia, estaba firmemente
convencido de que el señor Wickham había recibido más atenciones del señor Darcy de las que
ha merecido; y según el señor Bingley y su hermana, el señor Wickham dista mucho de ser un
joven respetable, todo esto basado en lo que Darcy les había contado. Elizabeth piensa que
está bien que Bingley le crea a su amigo, pero ella tiene la duda de lo que pasó realmente.

Collins se entera de que en la fiesta se encuentra un sobrino de su protectora Lady Catherine


de Bourgh y se dispone a ir personalmente a presentarse. Elizabeth intentó disuadirle para que
no hiciese semejante cosa asegurándole que el señor Darcy consideraría como una
impertinencia y un atrevimiento el que se dirigiese a él sin previa presentación; no le parecía
correcto según los límites sociales. Collins la escuchó decidido a seguir sus propios impulsos, se
disculpó por no seguir sus consejos, hizo una reverencia y se alejó. Efectivamente Darcy se
asombró al ser abordado de esa manera; lo observaba con algo de desprecio, y cuando Collins
le permitió hablar le contestó con distante cortesía, le hizo una leve inclinación y se alejó.
Collins quedó muy contento de haber podido hablarle.

Elizabeth se sentó al lado de su madre durante la cena. Se disgustó mucho al ver cómo ella no
hacía más que hablarle a lady Lucas de su esperanza de que Jane se casara pronto con Bingley.
Veía el matrimonio con alguien de tanta categoría como algo muy prometedor para sus hijas
menores que tendrían así más oportunidades de encontrarse con hombres ricos. Elizabeth
odia que su familia no se dé cuenta de que no están en el mismo estatus social que el resto, y
se avergüenza de los deseos de su madre. Le pide que hable más bajo porque Darcy las
escuchaba y a la señora Bennet no le importó; todo lo contrario, le daba lo mismo lo que él
opinara de sus palabras. Elizabeth con vergüenza y disgusto veía la expresión de la cara de
Darcy que iba gradualmente desde el desprecio y la indignación a una imperturbable seriedad.

Después de la cena se habló de cantar, y Elizabeth pasó nuevamente un mal rato al ver que su
hermana Mary se disponía a hacerlo. Las facultades de Mary no eran tan buenas; tenía poca
voz y un estilo afectado. Elizabeth veía como las hermanas Bingley se burlaban haciéndola
sentir una verdadera agonía. Decidió hacerle una seña a su padre para que la parara y al
terminar la segunda canción, el señor Bennet le dijo a Mary que le diera el pase a otra
cantante.

El resto de la noche Collins la sacó de quicio con su empeño en no separarse de ella. Su


principal deseo era hacerse agradable a sus ojos con delicadas atenciones, por lo que había
decidido estar a su lado toda la noche.

La fiesta terminó y la señora Bennet insistió con mucha cortesía en su deseo de ver pronto en
Longbourn a toda la familia. Se dirigió especialmente a Bingley para manifestarle que se verían
muy honrados si un día iba a su casa a almorzar con ellos en familia. Bingley se lo agradeció
encantado y se comprometió a aprovechar la primera oportunidad que se le presentase para
visitarles. La señora Bennet no cabía en sí de gusto y salió de la casa convencida de que iba a
ver a su hija Jane instalada en Netherfield dentro de tres o cuatro meses.

CAPÍTULO 19

Al día siguiente Collins se declaró formalmente a Elizabeth. Le expuso las razones que tenía
para casarse, y el por qué vino a Hertfordshire con la idea de buscar una esposa. Su primera
razón era porque debía dar el ejemplo de matrimonio en su parroquia; segundo, porque al
casarse sería muy feliz; tercero, porque su protectora se lo había aconsejado. Agregó además
que, como era el heredero de Longbourn a la muerte del señor Bennet, prefería elegir como
esposa a una de sus hijas para atenuar en todo lo posible la pérdida que sufrirán al sobrevenir
tan triste suceso. Elizabeth lo escucha y de manera cortés le dice que rechaza su propuesta
pues ella se siente la menos indicada para hacerlo feliz y rechaza casarse por otra razón que no
sea el amor. Le dice que llegado su momento tome la herencia que le corresponde sin culpa y
que dejen este tema zanjado. Sin embargo, Collins sigue insistiendo, pues dice es normal que
las mujeres rechacen a los hombres la primera vez que se les declaran; por eso esperará que
en la segunda vez su respuesta sea favorable. Collins le dice además que considere que a pesar
de sus muchos atractivos, no es seguro que reciba otra proposición de matrimonio; su fortuna
es tan escasa que anulará los efectos de su belleza y buenas cualidades. Así pues tomaría el
rechazo de Elizabeth como un deseo de acrecentar su amor por ella, tal como lo hacen las
mujeres elegantes. Elizabeth le agradece una y mil veces el honor de su proposición pero le
insiste que no cambiará de opinión.

CAPÍTULO 20

Collins le contó los detalles de lo que habían hablado a la señora Bennet, diciendo que estaba
satisfecho, pues sabía que la firme negativa de su prima venía de su tímida modestia y de la
delicadeza de su carácter. La señora Bennet habló del tema con Elizabeth junto a su esposo y
ésta le dijo que si no aceptaba la propuesta no quería volver a verla; el padre en cambio dijo
que si se casaba con Collins no quería volver a verla. A él no le parecía un buen pretendiente
para su hija. Collins mientras tanto meditaba la situación y se resignó a la negativa de su prima.

CAPÍTULO 21

Después del almuerzo las muchachas fueron a Meryton para averiguar si Wickham había
regresado. Le encontraron al entrar en el pueblo y las acompañó a casa de su tía.

Jane recibió una carta que venía de Netherfield. Era de Caroline Bingley donde le contaba que
ella y sus hermanos se habían ido a Londres y que no regresarían durante el invierno. El
objetivo del viaje era para que su hermano se encuentre con Georgina Darcy y puedan
contraer matrimonio. Dice que su hermano ya siente gran admiración por ella, y ambas
familias deseaban esta unión. Jane quedó triste pero Elizabeth la consuela diciendo que está
segura que el señor Bingley no está interesado en la hermana de Darcy; cree que son sus
hermanas las que quieren que se case con ella y por eso lo acompañaron a Londres, para
retenerlo… “De seguro piensan que no somos lo bastante ricas ni lo bastante distinguidas para
ellos”. Jane era por naturaleza optimista, lo que la fue llevando gradualmente a la esperanza
de que Bingley volvería a Netherfield y llenaría todos los anhelos de su corazón, aunque la
duda la asaltase de vez en cuando.

CAPÍTULO 22

Tras el rechazo de Elizabeth, Collins vuelve su interés en Charlotte y éste es correspondido. Le


pidió matrimonio, y como Charlotte tenía tantas ganas de casarse le dijo que sí. Se lo
comunicaron rápidamente a sir William y a lady Lucas para que les dieran su consentimiento,
que fue otorgado con la mayor alegría pues veían a Collins como un buen partido para su hija.
Lady Lucas calculaba con interés cuántos años más podría vivir el señor Bennet para saber más
menos cuando ya heredarían la casa de Longbourn. Para Charlotte, Collins no era ni inteligente
ni simpático, su compañía era pesada y sabía que su cariño por ella no era tanto, pero el
casarse con él era una oportunidad para una joven bien educada y de fortuna escasa, y,
aunque no se pudiese asegurar que fuese una fuente de felicidad, siempre sería el más grato
recurso contra la necesidad. A los 27 años de edad, sin haber sido nunca tan bonita, casarse
era una suerte para ella.

Al día siguiente Collins tuvo que volver donde Lady Catherine. Charlotte llega durante la tarde
y le cuenta a Elizabeth que se había comprometido con su primo. Ella se sorprendió mucho y
no le hizo gracia pues piensa que ese compromiso se basa sólo en cosas materialistas, y así, su
amiga no podría ser feliz.

CAPÍTULO 23

El señor Williams llega donde los Bennet para contar el compromiso que hicieron Collins y
Charlotte. Al principio no creían puesto que hace sólo 3 días Collins había pedido
comprometerse con Elizabeth, pero ella contó lo que su amiga le había dicho y finalmente
lograron felicitarlo por tal unión. Cuando se fue, la señora Bennet comenzó a decir que no
creía que se habían comprometido de verdad; estaba segura de que a Collins lo habían
engañado y creía que nunca se casarían. Se enoja con Elizabeth por haberlo rechazado. El
señor Bennet, en cambio, hasta se alegró con la noticia. Jane se sorprendió pero les deseaba
que fueran felices. A Catherine y Lydia no les importaba.

Lady Lucas iba ahora más seguido donde la señora Bennet y le manifestaba lo feliz que estaba
y el consuelo que significaba para ella tener una hija casada. Las miradas poco afables y los
comentarios mal intencionados de la señora Bennet podrían haber acabado con toda aquella
felicidad. Entre Elizabeth y Charlotte había una barrera que les hacía guardar silencio sobre el
tema, y Elizabeth tenía la impresión de que ya no volvería a existir verdadera confianza entre
ellas.

Elizabeth estaba preocupada por la felicidad de Jane, pues hacía ya una semana que Bingley se
había marchado y nada se sabía de su regreso. Elizabeth comenzó a temer, no que Bingley
hubiese olvidado a Jane, sino que sus hermanas pudiesen conseguir apartarlo de ella. Jane
disimulaba su pena y casi no hablaba del asunto. Su madre, en cambio, a cada rato nombraba
al señor Bingley expresando su impaciencia por su llegada.

Reciben una carta de Collin donde anuncia que volverá a Longbourn en quince días, pues lady
Catherine aprobaba tan cordialmente su boda, que deseaba se celebrase cuanto antes. La
vuelta de Collins ya no era motivo de satisfacción para la señora Bennet. Al contrario, lo
deploraba más que su marido, por eso cuando llegó el recibimiento que se le hizo en
Longbourn no fue tan cordial como el de la primera vez, cosa que a Collins no le importaba
pues estaba muy feliz preparando su boda.

La señora Bennet se encontraba realmente en un estado lamentable. La sola mención de algo


concerniente a la boda le producía un ataque de mal humor. El ver a la señorita Lucas la
descomponía. La miraba con horror y celos al imaginarla su sucesora en aquella casa; y todas
las veces que le comentaba algo en voz baja a Collins, estaba convencida de que hablaban de
la herencia de Longbourn y planeaban echarla a ella y a sus hijas en cuanto el señor Bennet
pasase a mejor vida. Su marido intentaba tranquilizar sus pensamientos.
CAPÍTULO 24

Llega una nueva carta de Caroline Bingley. En ella elogiaba los múltiples atractivos que
encontraba en Georgina Darcy. Presumía muy contenta que tenían una muy buena relación, y
decía que su hermano ya era íntimo de su familia Elizabeth escuchó la carta en silencio y muy
indignada. No creía que Bingley estuviera interesado en Georgina; no dudaba de que
realmente estaba enamorado de su hermana y eso la hacía pensar con rabia y desprecio
contra él por no ser capaz de decidir por sí mismo, por su debilidad de carácter y por dejarse
arrastrar por sus hermanas a sacrificar su propia felicidad al capricho de los deseos de
aquellas. Jane creía que como han tratado a Georgina mucho más que a ella, era lógico que la
quieran más. No quería pensar mal de Bingley o de sus hermanas y se decide mejor a olvidarlo;
lo recordaría siempre como el mejor hombre que había conocido y nada tenía que reprocharle.
“Tengo el consuelo de pensar que no ha sido más que un error de la imaginación por mi parte y
que no ha perjudicado a nadie más que a mí misma”. Elizabeth opinaba de su hermana que era
demasiado buena, dulce y desinteresada.

Elizabeth comentaba con Jane el compromiso de Charlotte. Jane era buena y esperaba que ella
pueda sentir un afecto y estima real por su primo, aunque sabía que, en lo que se refiere a la
fortuna, era una boda muy deseable. Elizabeth creía que la mujer que se case con él no podía
estar en su sano juicio pues consideraba al señor Collins un hombre engreído, pedante, cerril y
mentecato. Jane encontraba que su hermana era muy dura en su opinión.

La señora Bennet seguía aún extrañada y murmurando al ver que Bingley no regresaba. El
señor Bennet se daba cuenta del fracaso amoroso y le consolaba diciendo que era bueno tener
fracasos antes de casarse. El padre incita a Elizabeth para que también busque algún amorío y
ojalá con Wickham a quien considera como un hombre agradable.

CAPÍTULO 25

Llegó a la casa de los Bennet el hermano de la señora Bennet y su esposa. Venían como de
costumbre a pasar las navidades con ellos. La señora Bennet tenía que contarle sus muchas
desdichas y sus muchas quejas. Había sufrido muchas humillaciones desde la última vez que
vio a su cuñada. Dos de sus hijas habían estado a punto de casarse, pero luego todo había
quedado en nada.

Elizabeth conversaba con su tía y le contaba de la relación entre Jane y Bingley. Le dijo que
nunca había visto una atracción más prometedora; que cuando estaba con Jane no prestaba
atención a nadie más, se dedicaba por entero a ella, y cada vez que se veían era más cierto y
evidente. La señora Gardiner propuso llevar a Jane a Londres para que cambie de aire, y pueda
descansar un poco de su casa. No creían que el ir a Londres significase encontrarse con Bingley
puesto que vivían en zonas de la ciudad opuestas y todas sus amistades eran muy distintas. A
pesar de esto, la tía tenía la esperanza de que estando Jane allá, Bingley pudiera ir a visitarla
para reencontrarse.
Los Gardiner estuvieron en Longbourn una semana; y entre los Philips, los Lucas y los oficiales,
no hubo un día sin que tuviesen un compromiso. Cuando el convite era en casa, siempre
concurrían algunos oficiales entre los que Wickham no podía faltar. Wickham, aparte de sus
cualidades, sabía cómo agradar a la señora Gardiner. Ella había pasado bastante tiempo en el
mismo lugar de Derbyshire donde Wickham había nacido, por lo que poseían muchas
amistades en común. Al enterarse del comportamiento de Darcy con Wickham, la señora
Gardiner creía recordar algo de la mala fama que tenía cuando era aún muchacho; se acordaba
que decían de él que era malo y orgulloso.

CAPÍTULO 26

Gardiner, que se lleva realmente bien con su sobrina Elizabeth, le pregunta a esta sobre su
evidente atracción por Wickham y le pide que sea cautelosa, pues no le conviene casarse con
alguien con tan poca prospección económica. Elizabeth no se sentía enamorada de él pero sí
era el hombre más agradable que había conocido. Pensaba que cuando alguien se enamora la
falta de fortuna a la hora de comprometerse da igual. Prometió no apresurarse en ser creer
que era ella la mujer de sus sueños.

Se celebró la boda entre Collins y Charlotte; el novio y la novia partieron hacia Kent. Elizabeth
recibía cartas de su amiga donde le escribía alegremente; parecía estar rodeada de
comodidades, y no mencionaba nada que no fuese digno de alabanza. La casa, el mobiliario, la
vecindad y las carreteras, todo era de su gusto, y lady Catherine no podía ser más sociable y
atenta.

Jane fue a ver a Caroline Bingley en Londres. Ella se alegró mucho de verla. Estuvieron poco
rato juntas, pero ella le contó que apenas ve a su hermano pues se la pasa con Darcy. Con los
días, Jane pudo darse cuenta que Caroline no tenía gran interés en ella pues siempre ponía
excusas para ir a visitarla, y cuando por fin lo hizo, estuvo muy poco rato y con rara actitud.
Jane decidió poner fin a la relación con ella. Al parecer Elizabeth tenía razón en lo que pensaba
de las hermanas Bingley.

El aparente interés de Wickham por Elizabeth había desaparecido, así como sus atenciones.
Ahora admiraba a otra mujer que había heredado mucho dinero llamada señorita King. A
Elizabeth no le importó mucho porque no estaba enamorada; además su vanidad decía que si
ella hubiera tenido una fortuna mayor, Wickham la hubiera elegido. De corazón le deseaba
mucha felicidad.
CAPÍTULO 27

Transcurrieron los meses de enero y febrero. En marzo Elizabeth fue a Hunsford a ver a Collins
y Charlotte. Su casa no le resultaba un lugar muy agradable por su madre y hermanas, así es
que sintió que necesitaba cambiar de aire. Lo único que sentía era que extrañaría mucho a su
padre. La despedida con Wickham fue muy cordial; Elizabeth se sintió llena del más sincero
afecto hacia él y partió convencida de que siempre consideraría a Wickham, soltero o casado,
como un modelo de simpatía y sencillez.

Viajó con Sir Williams y su hija María. Antes de llegar donde Charlotte, hicieron un paso por
Londres para ver a Jane. Cuando la vio se alegró de encontrarla tan sana y encantadora como
siempre, sin embargo, la tía Gardiner le contaría después que Jane aunque se esforzaba
siempre por mantener alto el ánimo, pasaba por momentos de gran abatimiento.

Elizabeth le contó a su tía que Wickham se había interesado en King después de que a ella se le
murió su abuelo y le dejó una gran fortuna. A su tía le resultaba indecoroso que Wickham dirija
sus atenciones tan poco tiempo después de ese suceso y lo trataba de “cazador de dotes”,
osea, buscar una mujer sólo por su dinero. A Elizabeth eso no le impresionaba ni molestaba.

CAPÍTULO 28

Llegaron a Hunsford y todos se alegraron de verse. La señora Collins dio la bienvenida a su


amiga con el más sincero agrado, y Elizabeth, al ser recibida con tanto cariño, estaba cada vez
más contenta de haber ido. De Collins sentía que al mostrarles las buenas proporciones de la
estancia, su aspecto y su mobiliario, se dirigía especialmente a ella, como si deseara hacerle
sentir lo que había perdido al rechazarle. Pero aunque todo parecía reluciente y confortable,
Elizabeth no pudo gratificarle con ninguna señal de arrepentimiento. La mansión era bonita,
moderna y estaba muy bien situada, en una elevación del terreno. Era pequeña pero bien
distribuida y todo estaba arreglado con orden y limpieza. Notaba que no había amor entre su
primo y su amiga pero tampoco la veía infeliz.

Al día siguiente llegan donde Charlotte la señora Jenkinson, que vive con lady Catherine, y la
señorita Bourgh, la futura esposa de Darcy. Conversaban con Collins y Charlotte en la verja del
jardín. Venían a invitar a todos a cenar en Rosing el día siguiente.

CAPÍTULO 29

Legaron a Rosing. Los criados les condujeron a la estancia donde se encontraban lady
Catherine, su hija y la señora Jenkinson. Sir William se quedó tan apabullado ante la grandeza
que le rodeaba, que apenas si tuvo ánimos para hacer una profunda reverencia, y se sentó sin
decir una palabra. Su hija, asustada y como fuera de sí, se sentó también en el borde de una
silla, sin saber para dónde mirar. Elizabeth estaba como siempre, y pudo observar con calma a
las tres damas que tenía delante. Lady Catherine era una mujer muy alta y corpulenta; tenía
aires de suficiencia; cuando hablaba lo hacía en un tono tan autoritario que su importancia
resultaba avasalladora. Su hija era pálida, aspecto enfermizo, delgada y menuda, muy distinta
a su madre. Hablaba poco y sólo cuchicheaba con la señora Jenkinson. La principal ocupación
de la señorita Jenkinson era vigilar lo poco que comía la señorita de Bourgh, pidiéndole
insistentemente que tomase algún otro plato, temiendo todo el tiempo que estuviese
indispuesta. Cuando las señoras volvieron al salón, no tuvieron otra cosa que hacer que oír
hablar a lady Catherine, exponiendo su opinión sobre toda clase de asuntos de un modo tan
decidido que demostraba que no estaba acostumbrada a que le llevasen la contraria. A
Elizabeth le preguntó, en distintas ocasiones, cuántas hermanas tenía, si eran mayores o
menores que ella, si había alguna que estuviera para casarse, si eran guapas, dónde habían
sido educadas, qué clase de carruaje tenía su padre y cuál había sido el apellido de soltera de
su madre. Elizabeth notó la impertinencia de sus preguntas, pero contestó a todas ellas con
mesura. Le pregunto si cantaba, si tocaba algún instrumento… le llamó la atención que no
supiera dibujar y le sorprendió más el saber que ni ella ni sus hermanas habían tenido nunca
una institutriz. Lady Catherine pensaba que en materia de educación no se consigue nada sin
una instrucción sólida y ordenada, y eso sólo una institutriz lo puede dar. Se sorprendió
también cuando Elizabeth le contó que todas sus hermanas ya habían sido presentadas en
sociedad. Se supone que las hermanas menores se presentan sólo después de que las mayores
se hayan casado, a lo que Elizabeth responde que encuentra muy injusto que las hermanas
menores no pudieran disfrutar de la sociedad y de sus amenidades, por el hecho de que las
mayores no tuviesen medios o ganas de casarse pronto. La última de las hijas tiene tanto
derecho a los placeres de la juventud como la primera.

Luego la velada terminó y se fueron en el carruaje.

CAPÍTULO 30

Elizabeth decide permanecer más tiempo con los Collins, retomando así su amistad con
Charlotte. No obstante, estar ahí también implica ir a cenar un par de veces a la semana a la
casa de Bourgh, donde el ambiente no es el mejor.

Pasaron dos semanas y Elizabeth oyó decir que Darcy iba a llegar dentro de unas semanas. A
ella le parece bien pues quiere ver a Darcy, poder conversar con él en las cenas con las Bourgh
y ver cómo este interactúa con su futura esposa. Su Señoría hablaba de su venida con enorme
satisfacción, y de él, en términos de la más elevada admiración. Darcy llegó con el coronel
Fitzwilliam, hijo menor de su tío Lord, y fueron a Hunsford con Collins. Saludó a Elizabeth con
aparente impasibilidad; ella se limitó a inclinarse sin decir palabra. El coronel Fitzwilliam tomó
parte en la conversación con la soltura y la facilidad de un hombre bien educado, era muy
ameno; pero su primo, después de hacer unas ligeras observaciones, se quedó sentado
durante largo tiempo sin hablar con nadie. Por fin, sin embargo, su cortesía llegó hasta
preguntar a Elizabeth cómo estaba su familia. Ella le contestó en los términos normales, y
después de un momento de silencio, le comentó que Jane estaba en Londres, y le preguntó si
la había visto; respondió que no. No se habló más del asunto, y poco después los caballeros se
fueron.
CAPÍTULO 31

El día de pascua fueron a Rosing. Su Señoría les recibió atentamente, pero se veía bien claro
que su compañía ya no le era tan grata como cuando estaba sola; estuvo pendiente de sus
sobrinos y habló con ellos especialmente con Darcy. El coronel Fitzwilliam estaba encantado
con Elizabeth. Se sentó al lado de ella y charlaron tan agradablemente de Kent y de
Hertfordshire, de sus viajes y del tiempo que pasaba en casa, de libros nuevos y de música, que
Elizabeth jamás lo había pasado tan bien en aquel salón; hablaban con tanta soltura y
animación que atrajeron la atención de lady Catherine y de Darcy.

Elizabeth se sentó al piano y se puso a tocar. El coronel se sentó a su lado, y sentía cómo Darcy
la miraba. Ella le responde con una sonrisa y le pregunta si la mira para intimidarla… “Yo no me
asusto, aunque su hermana toque tan bien. Hay una especie de terquedad en mí, que nunca
me permite que me intimide nadie. Por el contrario, mi valor crece cuando alguien intenta
intimidarme”. Siguieron conversando hasta que Lady Catherine les interrumpió
preguntándoles de qué hablaban. Elizabeth se puso a tocar de nuevo. Lady Catherine se acercó
y después de escucharla durante unos minutos opinó que ella no tocaría mal si hubiese tenido
un profesor en Londres… dijo que su hija Anne sería una excelente pianista si su salud se lo
permitiera. Lady Catherine continuó haciendo observaciones sobre la manera de tocar de
Elizabeth, mezcladas con numerosas instrucciones sobre la ejecución y el gusto. Elizabeth las
aguantó con toda la paciencia que impone la cortesía, y a petición de los caballeros siguió
tocando. En realidad lo que sentía lady Catherine era rabia porque Darcy no mostraba en
ningún momento afecto hacia su hija.

CAPÍTULO 32

Llegó Darcy a la casa de Collins y se puso a conversar con Elizabeth. Ella estaba sola pues María
y Charlotte habían ido de compras. Conversaron de varios temas. Elizabeth aprovechó de
obtener información de Bingley, enterándose de que lo más probable es que nunca volviera a
Netherfield. Opinaban de la relación entre Collins y Charlotte y ambos decían que se veían
felices. Decían que el señor Collins había sido muy afortunado con la elección de su esposa,
pues Charlotte era inteligente y sensata. Además, Darcy opinaba que el vivir cerca de la familia
también era algo bueno que tenían, aunque Elizabeth sentía que la distancia no era tan corta.
Darcy creía que para Elizabeth todo lo que esté más allá de Longbourn debe parecerle ya lejos.
Cuando llegó Charlotte se sorprendió de verlo solo allá. Darcy se quedó sólo unos minutos más
y luego se marchó. Charlotte le dice a Elizabeth que cree que está enamorado de ella pues si
no hubiera ido para allá a visitarlos. Elizabeth creyó más bien que su visita había obedecido a la
dificultad de encontrar algo que hacer. Y así, después pasaba que los dos primos sentían la
tentación de visitarles todos los días. Se presentaban en distintas horas de la mañana, unas
veces separados y otras veces juntos, y algunas acompañados de su tía. Era evidente que el
coronel Fitzwilliam venía porque se encontraba a gusto con ellos, y aun más con Elizabeth que
le provocaba una fuerte admiración. Elizabeth lo comparaba con Wickham encontrando que
los modales del coronel eran menos atractivos y dulces, pero Fitzwilliam le parecía un hombre
más culto. Pero comprender por qué Darcy venía tan a menudo a la casa, ya era más difícil; se
estaba sentado diez minutos sin abrir la boca; pocas veces estaba realmente animado. La
señora Collins no sabía qué pensar de él; deseaba creer que esa actitud era obra del amor
hacia Elizabeth y se dedicaba a observarlo. En los buenos y afectuosos proyectos que Charlotte
formaba con respecto a Elizabeth, entraba a veces el casarla con el coronel Fitzwilliam. Era, sin
comparación, el más agradable de todos. Sentía verdadera admiración por Elizabeth y su
posición era estupenda. Pero Darcy tenía un considerable patronato en la Iglesia, y su primo no
tenía ninguno.

CAPÍTULO 33

En sus paseos Elizabeth más de una vez se había encontrado inesperadamente con Darcy. La
primera vez no le hizo ninguna gracia por lo que se encargó de dejarle en claro que ese era su
lugar favorito, pensando que así él tomaría otro camino, pero por el contrario, hasta una
tercera vez se encontraron. Darcy volvía atrás y paseaba con ella. Nunca hablaba mucho ni la
importunaba haciéndole hablar o escuchar demasiado. Pero al tercer encuentro Elizabeth se
quedó asombrada ante la rareza de las preguntas que le hizo: si le gustaba estar en Hunsford,
si le agradaban los paseos solitarios y qué opinión tenía de la felicidad del matrimonio Collins.

Un día, en vez de encontrarse con Darcy, se encontró con el coronel Fitzwilliam y juntos se
encaminaron hacia la casa parroquial. Le cuenta que se irán el día sábado por disposición de
Darcy… “estoy a sus órdenes”… y Elizabeth comenta que no conoce a nadie que parezca gozar
más con el poder de hacer lo que quiere que el señor Darcy. El coronel Fitzwilliam está de
acuerdo con que a Darcy le gusta hacer su propia voluntad porque tiene los medios para
hacerlo, porque es rico. Él en cambio dice estar falta de dinero, y por eso, no podría casarse
cuando él quiera, a no ser que encuentre a una mujer rica. Le comenta además que Darcy le
dijo que se alegraba de haber librado hace poco a un amigo de cierto casamiento muy
imprudente; pero no citó nombres ni detalles, y el sospechó que el amigo era Bingley. Darcy le
habría dicho que había algunas objeciones en contra de la señorita. A Elizabeth le pareció muy
mal la situación pues con qué derecho el señor Darcy puede decidir sobre una inclinación de su
amigo y por qué haya de ser él el que dirija y determine, a su juicio, de qué modo ha de ser su
amigo feliz. Elizabeth sobreentiende que Darcy se refería a Jane ya que su economía no era
suficientemente buena.

En cuanto el coronel se fue, Elizabeth se encerró en su habitación y pensó sin interrupción en


todo lo que había oído. Sentía que por culpa de Darcy, por su orgullo y su capricho, Jane había
sufrido y seguía sufriendo aún. Por él había desaparecido toda esperanza de felicidad en el
corazón más amable y generoso del mundo, y nadie podía calcular todo el mal que había
hecho. Pensaba que de seguro su deseo era conservar a Bingley para su hermana. La agitación
y las lágrimas le dieron a Elizabeth un dolor de cabeza que aumentó por la tarde, y sumada su
dolencia a su deseo de no ver a Darcy, decidió no acompañar a sus primos a Rosings, donde
estaban invitados a tomar el té.
CAPÍTULO 34

Sola en casa mientras el resto cena en la casa Bourgh, Elizabeth oye que alguien llama a la
puerta. Acude a abrir y se encuentra allí a Darcy. Elizabeth estaba asombrada pero no dijo ni
una palabra. Él muy agitado comienza a hablar; le dice que la admira, que está enamorado de
ella, que ya no puede contener sus sentimientos y que se quiere casar con ella. Elizabeth
enrojeció, se quedó mirándole fijamente, indecisa y muda. Darcy le explica que si no se lo
había pedido antes era por la inferioridad de Elizabeth, la degradación que significaba para él y
los obstáculos de familia, pues le costaba imaginar tener unos parientes cuya condición están
tan por debajo del suyo; osea, porque su familia le parecía demasiado vulgar y pobre. El
lenguaje que Darcy empleó fue tan insultante que toda la compasión que Elizabeth pudo sentir
al principio se convirtió en ira.

Darcy al escuchar la negativa de Elizabeth palideció de rabia y todas sus facciones mostraban la
turbación de su ánimo; preguntó el por qué lo rechazaba y Elizabeth le responde: que por
haberle dicho que ella le gusta en contra de su voluntad, contra su buen juicio y hasta contra
su modo de ser. Además, por ser el culpable de arruinar, tal vez para siempre, la felicidad de
una hermana muy querida. Y además por lo ocurrido en el pasado con Wickham. Mientras
hablaba veía que Darcy la estaba escuchando con un aire que indicaba no hallarse en absoluto
conmovido por ningún tipo de remordimiento. Incluso la miraba con una sonrisa de petulante
incredulidad; y cuando la escuchaba hablar de Wickham su rostro enrojecía. Darcy le contesta
que la verdad es que la única razón que tiene para rechazarle es por haberle expresado sus
dudas, por lo que acababa de decir de su familia, que lo demás eran todo excusas. Elizabeth le
dice que no, que ni con una pedida más caballeresca hubiese aceptado casarse con él. “… casi
desde el primer instante en que le conocí, sus modales me convencieron de su arrogancia, de su
vanidad y de su egoísta desdén hacia los sentimientos ajenos; me disgustaron de tal modo que
hicieron nacer en mí la desaprobación que los sucesos posteriores convirtieron en firme
desagrado; y no hacía un mes aún que le conocía cuando supe que usted sería el último
hombre en la tierra con el que podría casarme”. Darcy se fue y Elizabeth se puso a llorar pues
sabe que ella desea casarse con Darcy pero no quiere admitirlo ni unirse con alguien tan
arrogante como para herir a Wickham y a Jane.

CAPÍTULO 35

Al día siguiente Elizabeth sale a pasear pero cambia la ruta para evitar encontrarse con Darcy.
Sin embargo, él da con ella, le entrega una carta sin mediar palabra y se va. Elizabeth no pierde
tiempo y lee las palabras de Darcy. En la carta el joven decía que efectivamente disuadió a
Bingley de escoger a Jane como esposa, pero no solo por su familia, sino porque a su parecer
Jane no se mostraba lo suficientemente cercana a Bingley, sino más bien amistosa y correcta;
veía que no le correspondía con los mismos sentimientos. Por esto se había dedicado a hacerle
comprender a su amigo los peligros de su elección y lo convenció de que Jane sentía
indiferencia por él porque eso es lo que él creía. De todas maneras, aunque cree haberlo
convencido, ni él ni sus hermanas le contaron a Bingley que Jane estaba en Londres. Darcy le
dice que si ha herido los sentimientos de su hermana, ha sido involuntariamente. Y con
respecto a lo sucedido con Wickham también negó las acusaciones. Según Darcy, su padre
costeó la educación de Wickham en un colegio y luego en Cambridge, pues el padre de
Wickham, constantemente empobrecido por las extravagancias de su mujer, no habría podido
darle la educación de un caballero. Al señor Darcy le gustaba mucho la compañía del
muchacho, se formó el más alto juicio de y creyó que la Iglesia podría ser su profesión, por lo
que procuró proporcionarle los medios para ello. Sin embargo, el señor Darcy no veía la
propensión a vicios y la falta de principios que cuidaba ocultar Wickham. Darcy cuenta que a la
muerte de su padre sí le dio a Wickham el dinero que este le pidió para estudiar Derecho. Sin
embargo, Wickham pronto abandonó los estudios y despilfarró todo el dinero. Cuando quiso
pedirle más, Darcy se negó. Como venganza y como modo de hacerse con la fortuna familiar,
Wickham convenció a su hermana Georgina, que entonces solo tenía quine años, de fugarse
juntos. Por suerte Darcy se enteró a tiempo y pudo evitarlo. Le dice a Elizabeth que para saber
si es verdad todo lo que ha dicho, puedo apelar al testimonio del coronel Fitzwilliam, quien,
por su estrecho parentesco y constante trato, y aún más por ser uno de los albaceas del
testamento de su padre, ha tenido que enterarse forzosamente de todo lo sucedido.

CAPÍTULO 36

Elizabeth no sabe si creerse lo que le cuenta Darcy en la carta, aunque empieza a plantearse la
verdad detrás de las palabras. Sus sentimientos eran penosos y difíciles de definir. Al fin y al
cabo, era cierto que el comportamiento de Wickham fue raro: le contó a la que entonces solo
era una desconocida una historia muy personal, luego se dedicó a extender rumores y
finalmente dejó a Elizabeth por una mujer más rica. Se acordaba de que se jactó de no temer
ver a Darcy, y no tuvo el menor escrúpulo en hundir su reputación. También Elizabeth hubiese
querido desmentir todo lo de los vicios que Darcy le imputaba, pero de su antigua vida no se
sabía en Hertfordshire más que lo que él mismo había contado. Y en relación a lo que Darcy
dijo de la aventura con su hermana fue confirmado en parte por la conversación que Elizabeth
había tenido la mañana anterior con el coronel Fitzwilliam. ¡Qué diferente le parecía ahora
todo lo que se refería a Wickham! Todos los esfuerzos que hacía para defenderle se iban
debilitando progresivamente. Piensa que para ser justa, por muy orgulloso y repelente que
fuese, en todo el curso de sus relaciones con Darcy, nunca le había visto hacer nada innoble ni
injusto, nada por lo que pudiera tachársele de irreligioso o inmoral; que entre sus amigos era
apreciado y querido; le había oído hablar de su hermana con un afecto tal que demostraba que
tenía buenos sentimientos, y hasta el mismo Wickham había reconocido que era un buen
hermano. Elizabeth no podía pensar ahora en Darcy ni en Wickham sin reconocer que había
sido parcial, absurda, que había estado ciega y llena de prejuicios.

Al releer la carta, Elizabeth también reconoce que es cierto que Jane a veces, por timidez,
podría haber parecido poco interesada en Bingley, y que las críticas de Darcy a su familia no
eran del todo infundadas, especialmente por el comportamiento de su madre, siempre
obsesionada por el matrimonio de sus hijas. Se da cuenta entonces de que ha prejuzgado a
Darcy y que eso la ha cegado.

Regresa entonces a la casa de los Collins y se entera de que Darcy y Fitzwilliam habían estado
allí para despedirse, pues se marchaban de la zona. A Elizabeth apenas le afectaba la partida
del coronel; en realidad se alegraba. Sólo podía pensar en la carta de Darcy.
CAPÍTULO 37

Ambos caballeros abandonaron Rosings a la mañana siguiente. Lady Catherine y a su hija se


hallaban muy tristes y deseaba que todos fuesen a comer con ella. Allí Elizabeth fantasea
divertida con cómo habría reaccionado esa mujer tan clasista si se hubiese presentado allí
como futura señora Darcy. Y en sus últimos días en la casa de los Collins, Elizabeth reflexiona
sobre Darcy. No se arrepiente de haberle rechazado, pues ella quiere casarse con alguien a
quien esté segura de amar. Sin embargo, se arrepiente de haberlo prejuzgado
incorrectamente. También se da cuenta de que la falta de decoro de su familia podría haberle
costado un matrimonio a Jane. Estaba clara que su familia tenía defectos, y hasta su propio
padre se burlaba de sus hermanas menores pues las dos eran ignorantes, perezosas y vanas; y
su madre, cuyos modales estaban tan lejos de toda corrección.Le daba pena pensar que Jane
se había visto privada de una posición tan deseable en todos los sentidos, tan llena de ventajas
y tan prometedora en dichas, por la insensatez y la falta de decoro de su propia familia. El
cariño de Bingley era sincero y su conducta había sido intachable si se exceptuaba la ciega
confianza en su amigo, por lo que Elizabeth lamentaba que Jane se lo haya perdido.

CAPÍTULO 38

De regreso a casa de sus padres, Elizabeth pasa por la de los Gardiners para recoger a su
hermana, que también va a volver. Aunque Elizabeth quiere contarle a Jane todo, prefiere
esperar un poco a hacerlo.

CAPÍTULO 39

Ya en la casa familiar, Elizabeth y Jane son recibidas por sus hermanas Kitty y Lydia, que están
tristes porque los oficiales con los que tanto alternaban se irían en unos días de Meryton.
Además, les comentan que Wickham volverá a estar disponible pues Mary King se ha
marchado a Liverpool, a casa de su tía, y no volverá. Por la tarde Lydia propuso con insistencia
que fuesen todas a Meryton para ver cómo estaban todos, pero Elizabeth se opuso
enérgicamente. No quería que se dijera que las señoritas Bennet no podían estarse en casa
medio día sin ir detrás de los oficiales y además temía volver a ver a Wickham, cosa que
deseaba evitar en todo lo posible.
CAPÍTULO 40

Al día siguiente Elizabeth por fin le cuenta a Jane lo que Darcy le escribió en la carta, aunque
no le comenta nada del asunto de Bingley para no hacerle sufrir; no le dijo a con cuánta
sinceridad había sido amada. Era un secreto suyo que con nadie podía compartir.

A Jane no le sorprende que Darcy le haya pedido matrimonio pues todo lo que fuese
admiración por ella le parecía perfectamente natural. Sí le afligía el pensar en la desdicha que
la negativa de su hermana le habría causado. Elizabeth también lo sentía pero estaba segura
que el orgullo de Darcy era tan grande que no tardaría mucho en olvidarla.

Y en relación a lo que supieron de Wickham, Jane quedó muy sorprendida pues nunca se
habría imaginado una actitud así de él. Y dentro de su bondad, intentaba con todas sus fuerzas
sostener que podía haber algún error, tratando de defender al uno sin inculpar al otro, pero
sería imposible pues eran muy distintos. Las hermanas consideran contarle a todo el mundo la
verdad sobre este joven, aunque deciden no hacerlo para no calumniar a Georgina Darcy.
Además creen que nadie lo creería pues el prejuicio que hay en contra de Darcy era demasiado
fuerte. Además, se supone que Wickham se iría pronto con el resto de oficiales.

En casa Elizabeth observaba a su hermana y se daba cuenta que no era felíz. Se notaba que
seguía enamorada de Bingley, pero intentaba moderar aquellos recuerdos que podían acabar
con su salud y con la tranquilidad de los que la rodeaban. A la señora Bennet le preocupaba el
tema de su hija pero había prometido no hablarle más de ello, aunque no podía creer que Jane
y Bingley no se hayan visto en Londres. Sentía que él se había portado pésimo con su hija por
haberse ido también de un día para otro, y decía que algún día se arrepentiría.

CAPÍTULO 41

Catherine y Lydia estaban muy tristes porque ya quedaba poco para que los oficiales se
marcharan. La madre compartía su pesar. A Elizabeth le daba vergüenza que ellas se sintieran
tan desoladas con la situación y le encontraba la razón a los dichos de Darcy. Pero la
melancolía de Lydia no tardó en disiparse, pues recibió una invitación de la señora Forster, la
esposa del coronel del regimiento, para que la acompañase a Brighton, lugar donde se irían los
oficiales. Sin preocuparse lo más mínimo por el disgusto de su hermana, Lydia corrió por la
casa completamente extasiada, pidiendo a todas que la felicitaran, riendo y hablando con más
ímpetu que nunca, mientras la pobre Catherine continuaba en el salón lamentando su mala
suerte por no haber sido también invitada. A Elizabeth no le parecía bien que su hermana
aceptara la invitación, pues lo veía como algo inconveniente para ella; tendría más tentaciones
y su imprudencia se haría más notoria, lo que podría acarrear además grandes daños para la
familia por lo que la gente andaría diciendo de su indiscreción. Elizabeth pensaba que el
prestigio y la respetabilidad ante la gente serían perjudicados por la extrema ligereza, el
desdén y el desenfreno de Lydia, y que a sus dieciséis años será una coqueta incorregible que
no sólo se pondrá en ridículo a sí misma, sino a toda su familia; coqueta sin más atractivo que
su juventud y sus regulares prendas físicas; ignorante y de cabeza hueca, incapaz de darse
cuenta del desprecio general que provocará su afán de ser admirada. Y pensaba que Catherine
se encuentraba en el mismo peligro, porque irá donde Lydia la lleve; vana, ignorante, perezosa
y absolutamente incontrolada. El padre notaba que Elizabeth pensaba todo esto de corazón y
la tranquilizó diciendo que ella y Jane serían siempre respetadas y queridas en todas partes, y
no parecerían menos aventajadas por tener dos o quizá tres hermanas muy necias. Además,
pensaba que los oficiales en Brighton verían mujeres mucho más atractivas que ellas, por lo
que la coquetería de Lydia no tendría importancia y le serviría para darse cuenta de lo
insignificante que es. Aparte no era atractiva pues no tenía dinero.

El último día de la estancia del regimiento en Meryton, Wickham cenó en Longbourn con otros
oficiales. El antiguo interés que Elizabeth sentía por él había desaparecido por completo
después de todo lo ocurrido, por lo que la actitud de galanteo que él tenía con ella la
disgustaba y frenaba con firmeza sus atenciones. Cuando Wickham le preguntó qué tal lo había
pasado en Hunsford, le respondió que el coronel Fitzwilliam y Darcy habían pasado tres
semanas en Rosings, y quiso saber si conocía al primero. Wickham pareció sorprendido,
molesto y alarmado, pero se repuso en seguida y con una sonrisa contestó que en otro tiempo
le veía a menudo; dijo que lo encontraba todo un caballero, muy diferente a Darcy. Elizabeth
dijo que Darcy ganaba mucho cuando se le trata; al conocerle mejor, más fácilmente se
comprende su actitud. Wickham se alarmó un poco con este comentario y comenta que lo más
seguro sea que Darcy quiso mantener una buena apariencia con su tía para llevar a buen fin la
boda con la señorita Bourgh. Luego Elizabeth advirtió que Wickham iba a volver a hablar del
antiguo tema de sus desgracias, y no estaba de humor para permitírselo. Durante el resto de la
velada Wickham fingió su acostumbrada alegría, pero ya no intentó cortejar a Elizabeth. Al fin
se separaron con mutua cortesía y también probablemente con el mutuo deseo de no volver a
verse nunca.

CAPÍTULO 42

Elizabeth no podría haber formado una idea muy agradable de la felicidad matrimonial al ver
su familia. El señor Bennet se casó con su mujer por su juventud y belleza, pero pronto vio su
débil entendimiento y espíritu mezquino, y eso puso fin a todo el afecto ya en los comienzos
de su matrimonio; el respeto, la estima y la confianza se habían desvanecido para siempre. A
su mujer no le debía más que la risa que su ignorancia y su locura le proporcionaban de vez en
cuando. Elizabeth siempre miraba la conducta de su padre como marido con pena, sobretodo
por lo reprochable que era el exponer a su esposa al desprecio de sus propias hijas. Por
primera vez se daba cuenta cuánto puede afectar a los hijos un mal matrimonio; ha crecido en
un matrimonio sin amor y no quiere replicar lo mismo, por eso quiere casarse con alguien al
que realmente quiera y que realmente la quiera.

Pasaron 4 semanas y los señores Gardiner se presentaron en Longbourn con sus cuatro hijos:
dos niñas de 6 y 8 años, y 2 hombres más pequeños. Ellos quedaron bajo el cuidado de Jane, y
los tíos y Elizabeth partieron a Derbyshire. Su tía quería pasar a Pemberley pues era un lugar
de su juventud y así lo hicieron. En Pemberley vivía la familia de Darcy.
CAPÍTULO 43

La finca en Pemberley era enorme y comprendía gran variedad de tierras. La casa era un
edificio de piedra, amplio y hermoso, y tenía enfrente un arroyo bastante caudaloso que corría
cada vez más potente, completamente natural y salvaje. Elizabeth se quedó maravillada y
comprendió entonces lo que podría significar ser la señora de Pemberley; si hubiese aceptado
el matrimonio, todo eso podría ahora ser suyo, pero luego piensa que así hubiera sido, habría
tenido que renunciar a invitar a su familia, por lo que mejor no se arrepiente de su decisión.

Fueron recibidos por el ama de llaves, la señora Reynolds, una mujer de edad, de aspecto
respetable, mucho menos estirada y mucho más cortés de lo que Elizabeth había imaginado. El
comedor era una pieza de buenas proporciones y elegantemente amueblada. De todas las
ventanas se divisaban bellos paisajes. Las piezas eran altas y bellas, y su mobiliario estaba en
armonía con la fortuna de su propietario.

Elizabeth vio un retrato de Wickham encima de la repisa de la chimenea entre otras


miniaturas. El ama de llaves vino a decirles que aquel era un joven hijo del último
administrador de su señor, educado por éste a expensas suyas; “ahora había entrado en el
ejército y al parecer era una bala perdida”. Luego vieron un retrato de Darcy y la señora
Reynolds lo describió como un hombre generoso, bueno con los pobres, buen hermano pues
se desvive por complacer a su hermana, guapo, siempre la había tratado muy bien como ama
de llaves y nunca había tenido una palabra de enojo hacia ella. Esto le sorprendió a Elizabeth
pues siempre creyó firmemente que Darcy tenía muy mal carácter. Elizabeth oía, se admiraba,
dudaba y deseaba saber más.

Mientras estaban en los jardines de manera sorpresiva llega Darcy. Saludó de manera muy
cortés a los Gardines y su voz al hablarle a Elizabeth no tenía nada de la calma que le era
habitual; preguntaba cuándo había salido de Longbourn y cuánto tiempo llevaba en
Derbyshire, con tanto desorden, y tan apresurado, que a las claras se veía la agitación de sus
pensamientos. Ella, atónita y confusa, apenas se atrevía a alzar los ojos y no sabía qué
contestar a las preguntas que él hacía sobre su familia. Por fin pareció que ya no sabía qué
decir; permaneció unos instantes sin pronunciar palabra, se reportó de pronto y se despidió.
Elizabeth no dejaba de avergonzarse de su desdichado encuentro; y le sorprendió el
comportamiento de Darcy, tan notablemente cambiado; nunca había visto tal sencillez en sus
modales ni nunca le había oído expresarse con tanta gentileza. Lo notó tan distinto a la última
vez que no sabía qué pensar ni cómo juzgar todo eso. No podía adivinar si Darcy sintió placer o
pesar al verla, pero lo cierto es que parecía desconcertado. Elizabeth quería saber qué pensaba
él de ella; saber si aún él la quería.

Al rato nuevamente se encontraron y él pidió le presentara a sus acompañantes. Cuando ella


les dijo que eran sus tíos, lo miró fijo para ver su reacción y esperaba que huyera; fue evidente
que Darcy se sorprendió pero de inmediato comenzó a hablar con el señor Gardiner lo cual
hizo sentirse bien a Elizabeth; era consolador que él supiera que tenía parientes de los que no
había por qué avergonzarse. Al escucharlo hablar con su tío, Elizabeth seguía sorprendida de
verlo tan cambiado y se seguía preguntando el por qué de su nueva actitud. “No puede ser por
mí, no puede ser por mi causa que sus modales se hayan suavizado tanto. Mis reproches en
Hunsford no pueden haber efectuado una transformación semejante. Es imposible que aún me
ame”. Luego caminaron uno al lado del otro y Darcy le dijo que quería al día siguiente poder
presentarle a su hermana. Elizabeth se sintió adulada y complacida.

Cuando ya se fueron, los tíos comentaban lo agradable que Darcy les había parecido y le
reclamaron a Elizabeth el por qué antes ella había dicho que era desagradable. . El tío lo
encontró educado, elegante, sencillo. La tía decía que era un poco menos guapo que Wickham
pero sus facciones eran perfectas, agradable al hablar y le encontró una dignidad en su rostro
que a nadie podría hacer pensar que no tiene buen corazón.

CAPÍTULO 44

Georgina y Darcy acuden a la posada donde se aloja Elizabeth. Ella muy nerviosa quiere causar
una buena impresión a Georgina; y con sorpresa nota que Georgina está igualmente nerviosa
por conocerla a ella. Desde que llegó había oído decir que la señorita Darcy era
extremadamente orgullosa pero, después de haberla observado unos minutos, se convenció
de que sólo era extremadamente tímida. La señorita Darcy era más alta que Elizabeth y,
aunque no tenía más que dieciséis años, su cuerpo estaba ya formado y su aspecto era muy
femenino y grácil. No era tan guapa como su hermano, pero su rostro revelaba inteligencia y
buen carácter, y sus modales eran sencillísimos y gentiles. Elizabeth sentía un gran alivio al ver
lo distinta que era.

Apareció luego Bingley, que se muestra tan encantador como siempre. Le preguntó por su
familia de manera cariñosa y habló con su acostumbrado buen humor. Los señores Gardiner lo
acogieron pues hacía tiempo que tenían ganas de conocerle. En un momento en que todos
estaban distraídos Bingley preguntó si todas sus hermanas estaban en Longbourn, dando a
entender que quiere saber de Jane y que se arrepiente de no haberla visto en tanto tiempo.

Los señores Gardiner observan la actitud de Darcy hacia Elizabeth y les queda claro que él está
enamorado de ella; habían visto muchas cosas, y lo que les importaba ahora era ver que Darcy
fuera un buen muchacho. Deseaban dar crédito a todo lo dicho por su ama de llaves y pronto
convinieron en que el testimonio de una criada que le conocía desde los cuatro años y que
parecía tan respetable, no podía ser puesto en tela de juicio. En cuanto a Wickham, los
Gardiner vieron pronto que no se le tenía allí mucha estima; no se sabía lo principal de sus
relaciones con Darcy, pero en cambio era notorio el hecho de que al salir de Derbyshire había
dejado una multitud de deudas que Darcy había pagado.

Elizabeth pensó aquella noche en Pemberley más aún que la anterior. Al pensar en Darcy se le
venía el sentimiento de gratitud: gratitud no sólo por haberla amado, sino por amarla todavía
lo bastante como para olvidar toda la petulancia de su rechazo y todas las injustas acusaciones
que lo acompañaron. Semejante cambio en un hombre tan orgulloso no sólo tenía que inspirar
asombro, sino también gratitud, pues había que atribuirlo al amor, a un amor apasionado. Le
respetaba, le estimaba, le estaba agradecida, y deseaba vivamente que fuese feliz.

Elizabeth y su tía acordaron visitar a la señorita Darcy en Pemberley al día siguiente.


CAPÍTULO 45

Fueron recibidas por la señorita Darcy que las esperaba junto con la señora Hurst, la señorita
Bingley y su dama de compañía, la señora Annesley, persona gentil y amable. La acogida de
Georgina fue muy cortés, pero dominada por aquella cortedad debida a su timidez y al temor
de hacer las cosas mal, que le había dado fama de orgullosa y reservada entre sus inferiores.
Darcy había estado con el señor Gardiner pescando en el río con otros dos o tres caballeros,
pero al saber que las señoras de su familia pensaban visitar a Georgina aquella misma mañana,
se fue a casa. Georgiana, en cuanto entró su hermano, se esforzó más en hablar, y Elizabeth
comprendió que Darcy quería que las dos intimasen, para lo cual favorecía todas las tentativas
de conversación por ambas partes. La señorita Bingley se dio cuenta de esto, y llevada por los
celos y la ira, le pregunta a Elizabeth si su familia sufrió mucho con la ida de los oficiales de
Meryton, queriendo claramente referirse a Wickham. Los diversos recuerdos que le despertó
al escuchar ese nombre la afligieron durante un momento, pero se sobrepuso con entereza
para repeler aquel descarado ataque y respondió a la pregunta en tono despreocupado. Una
mirada involuntaria le hizo ver a Darcy observándola y a su hermana completamente confusa e
incapaz de levantar los ojos. La señorita Bingley, humillada y decepcionada, no volvió a
atreverse a aludir a nada relativo a Wickham. Georgiana se fue recobrando, pero ya se quedó
definitivamente callada, sin osar afrontar las miradas de su hermano; y Darcy no se ocupó más
de lo sucedido.

La visita no se prolongó mucho más y mientras Darcy acompañaba a las señoras al coche, la
señorita Bingley se desahogó criticando el físico, la conducta y la indumentaria de Elizabeth,
pero ni Georgiana ni Darcy le hicieron caso. Y como vio que no provocaba reacción en Darcy le
recordó que al principio él no la encontraba guapa, a lo que él aludió que eso fue al principio
porque ahora la consideraba como una de las mujeres más lindas que haya visto.

Camino de Lambton, la señora Gardiner y Elizabeth comentaron todo lo ocurrido en la visita.


Hablaron de su hermana, de sus amigos, de su casa, de sus frutas, de todo menos de él mismo,
a pesar del deseo de Elizabeth de saber lo que la señora Gardiner pensaba de Darcy.

CAPÍTULO 46

Elizabeth recibe una carta de Jane donde le cuenta que a su casa llegó un expreso enviado por
el coronel Forster para informar que su hermana Lydia se había escapado a Escocia con
Wickham. Recibe luego una segunda carta donde le indica que hay sobradas razones para
temer que no hayan ido a Escocia. Lydia había dejado una carta a la señora Forster donde daba
a entender que iba a Gretna Green, y uno de los oficiales dijo que por lo que sabía, Wickham
jamás pensó en ir allí ni casarse con Lydia. El coronel Forster, al saber esto se alarmó y salió al
punto de Brighton con la idea de darles alcance. Siguió su rastro, pero luego se enteró que en
un punto habían tomado un coche de alquiler y ya no pudo saber más. Jane decía en su carta
que los señores Bennet esperan lo peor; la madre estaba enferma y no salía de su cuarto; el
padre nunca se había visto tan afectado e iría con el coronel Foster a Londres para buscarla;
Catherine estaba desesperada por haber encubierto los amores de Lydia y Wickham. Jane no
podía creer que Wickham fuera tan malvado y pensaba que quizás sí se quería casar con su
hermana. Elizabeth pensaba que jamás notó que Lydia se sintiese atraída por Wickham; pero
estaba convencida de que sólo necesitaba que le hicieran un poco de caso para enamorarse de
cualquiera; ni su virtud ni su buen juicio podían preservarla de caer como presa fácil.

Elizabeth desesperada quiso buscar a sus tíos para contarles la noticia y se encuentra con
Darcy. Le cuenta lo que pasó con su hermana y él horrorizado no sabía qué decir e intentaba
consolarla. Elizabeth sentía que Lydia había llevado a la familia a la humillación y vergüenza;
que los había deshonrado y esto significaba que con Darcy jamás podría estar. Cuando los tíos
llegaron se dispusieron para volver a Longbourn.

CAPÍTULO 47

Al señor Gardine le parecía poco probable que Wickham quisiera hacer daño a una muchacha
que no carece de protección ni de amigos y que estaba viviendo con la familia Forster. Pensaba
que obviamente Wickham no iba a suponer que los amigos de la chica se quedarían con los
brazos cruzados, ni que él volvería a ser admitido en el regimiento tras tamaña ofensa a su
coronel, por lo que veía que la situación era extraña. No podía creer que Wickham fuera tan
insensato.

Sabían por el más íntimo amigo de Wickham que nunca pensó en casarse con Lydia y que
nunca se casaría con una mujer que no tenga dinero, porque él no puede afrontar los gastos
de un matrimonio. Entonces no lograban identificar qué cosas vio en Lydia para renunciar por
ella a la posibilidad de hacer un buen casamiento y tener que hacerlo a escondidas. Y de Lydia
no podían creer que ella consintiera el vivir con un hombre sin haberse casado.

Elizabeth se arrepentía de no haber contado antes a su familia lo que ella sabía de Wickham;
que carecía de integridad y de honor y que es tan falso y engañoso como atractivo.

Cuando llegaron a casa la señora Bennet les recibió como con lágrimas y lamentaciones,
improperios contra la villana conducta de Wickham y quejas por sus propios sufrimientos,
echándole la culpa a todo el mundo por su tolerancia y poco juicio. Decía que si todos hubieran
podido ir a Brighton, Lydia hubiese tenido quien la cuidara; si los Fosters la hubieran vigilado
bien, ella no hubiera hecho eso. Su hermano la tranquilizaba y le prometió ir a Londres para
encontrarse con el señor Bennet y ayudarlo a buscar a Lydia. La señora Bennet le pide que
porfavor los encuentren, y que si al verlos no están casados, que los obliguen a casarse.
Además le pide que evite que Bennet y Wickham se enfrenten.

CAPÍTULO 48

De Wickham se decía que debía dinero en todos los comercios de la ciudad. Todo el mundo
afirmaba que era el joven más perverso del mundo, y empezaron a decir que siempre habían
desconfiado de su aparente bondad. El señor Bennet y el señor Gardiner se han ido a Londres
a buscarla. Su plan es preguntar en cada hotel y también al Coronel Foster, para ver si él puede
sacar algo de información entre los oficiales. Pero había un poderoso motivo para que
Wickham se ocultara, que venía a sumarse al temor de ser descubierto por la familia de Lydia,
y era que había dejado tras sí una gran cantidad de deudas de juego.

Gardiner se queda en Londres; el señor Bennet regresa a casa lleno de culpabilidad por lo
ocurrido con Lydia. Dice que él obró mal con sus hijas menores, pero desde ahora no volvería a
entrar en su casa un oficial; los bailes quedarían absolutamente prohibidos, a menos que las
acompañe una de sus hermanas, y nunca saldrán ni a la puerta de la casa sin haber
demostrado que vivieron diez minutos del día de un modo razonable. Catherine se tomó en
serio todas esas amenazas y se puso a llorar.

Reciben luego una carta de su primo Collins donde dice lamentar todo lo que están viviendo y
le brinda su apoyo. “Hay motivos para suponer, según me dice mi querida Charlotte, que esa
licenciosa conducta de su hija procede de un deplorable exceso de indulgencia; aunque al
mismo tiempo y para consuelo suyo y de su esposa, me inclino a pensar que debía de ser de
naturaleza perversa, pues de otra suerte no habría incurrido en tal atrocidad a una edad tan
temprana”. Collins opinaba en su carta que ese mal paso de Lydia será perjudicial para la
suerte de las demás hermanas, porque quién querría aparentar ahora con su familia?... Por
esto le aconsejaba al señor Bennet que arranque a su indigna hija para siempre de su corazón
por esta abominable ofensa.

CAPÍTULO 49

El señor Gardiner envía una carta donde dice que encontró a Wickham y Lydia en Londres. No
se habían casado ni tenían la intención de hacerlo, pero para casarse Wickham pidió se le diera
parte de la herencia de los Bennet cuando ellos murieran y 100 libras mensuales. No es una
cifra exorbitada (posiblemente porque Gardiner de buena fe ya le ha dado algo para proteger a
los Bennet) así que el señor Bennet acepta. Jane cree que el hecho de que Wickham haya
accedido a casarse es prueba de que ha entrado por el buen camino. Espera que el mutuo
afecto que se tienen con Lydia les hará sentar la cabeza y confiaba que les volvería tan
razonables que con el tiempo nos podrían olvidar su pasada imprudencia. Elizabeth dijo que
esto nunca podría ser olvidado.

Cuando la señora Bennet supo que Lydia se casaría se puso muy contenta. Para ella lo principal
era que su hija se casase; el temor de que no fuera feliz no le preocupó lo más mínimo.
Deseaba poder verla, a ella y al “querido Wickham”, y ver desde ya los detalles de su
matrimonio.

CAPÍTULO 50

El señor Bennet se arrepentía de no haber ahorrado antes pues esto le habría evitado a Lydia
endeudarse con su tío por todo lo que ahora tenía que hacer por ella, tanto en lo referente a la
honra como al dinero. Quería averiguar cuánto dinero le había dado Gardiner a Wickham para
poder devolvérselo cuando sea posible. Era lógico que Wickham no aceptaría casarse con Lydia
por tan poco.
En los primeros tiempos del matrimonio del señor Bennet, se consideró que no había ninguna
necesidad de hacer economía, pues se daba por descontado que nacería un hijo varón y que
éste heredaría la hacienda al llegar a la edad conveniente, con lo que la viuda y las hijas
quedarían aseguradas. Pero en su caso, el hijo varón nunca llegó, y pasó el tiempo y ya era
tarde para empezar a ahorrar. Habían cinco mil libras aseguradas para la señora Bennet y sus
hijas, pero la distribución dependía de la voluntad de los padres. Por fin este punto iba a
decidirse en lo referente a Lydia y se dio cuenta que no gastaría tanto, porque al casarse, ya no
tendría que gastar en ella diariamente y ya no le daría regalos. Agradecía además que todo se
hiciese con la mínima molestia hacia él pues lo que más le gustaba era que lo dejaran
tranquilo.

La señora Bennet no sentía vergüenza por lo que Lydia hizo. Sólo estaba feliz porque por fin se
estaba cumpliendo uno de sus mayores anhelos. No pensaba ni hablaba más que de bodas
elegantes, muselinas finas, nuevos criados y nuevos carruajes, y estaba ocupadísima buscando
en la vecindad una casa conveniente para la pareja. Su marido la dejaba hablar sin
interrumpirla, hasta que le dijo que podían elegir cualquier casa, pero ahí nunca serían
admitidos, y él no daría nada de dinero para comprar un vestido. La señora Bennet no podía
comprender que el rencor de su marido llegase hasta el punto de negar a su hija el privilegio
de un vestido de novia. Encontraba mayor la desgracia de que su hija no tuviese un vestido de
novia que ponerse, que a la vergüenza de que se hubiese fugado y hubiese vivido con
Wickham quince días antes de que la boda se celebrara.

Elizabeth está apenada por ese matrimonio, ya que significa que Darcy ya no querrá casarse
con ella y unirse a la misma familia en la que está Wickham. Elizabeth se sentía humillada,
entristecida, y llena de vagos remordimientos. Ansiaba su cariño cuando ya no podía esperar
obtenerlo. Quería saber de él cuando ya no había la más mínima oportunidad de tener noticias
suyas. Estaba convencida de que habría podido ser feliz con él, cuando era probable que no se
volvieran a ver. Comprendía que Darcy era exactamente, por su modo de ser y su talento, el
hombre que más le habría convenido. El entendimiento y el carácter de Darcy, aunque no
semejantes a los suyos, habrían colmado todos sus deseos. Su unión habría sido ventajosa para
ambos: con la soltura y la viveza de ella, el temperamento de él se habría suavizado y habrían
mejorado sus modales. Y el juicio, la cultura y el conocimiento del mundo que él poseía le
habrían reportado a ella importantes beneficios.

Gardiner escribe a Bennet para contarle que Wickham había resuelto abandonar el regimiento
y se le ha prometido el grado de alférez en el regimiento del general X, actualmente
acuartelado en el Norte. Él promete firmemente que hallándose entre otras gentes ante las
cuales no deberán desacreditarse, los dos serán más prudentes. Le cuenta que ha escrito al
coronel Forster suplicándole que diga a los diversos acreedores del señor Wickham en
Brighton y sus alrededores, que se les pagará inmediatamente bajo su responsabilidad; le
pedía diera las mismas seguridades a los acreedores de Meryton. Wickham le había confesado
todas sus deudas. Le cuenta que Lydia se encuentra bien y tiene muchas ganas de ver a su
familia. Esto último al principio fue rechazado por el señor Bennet, pero Jane y Elizabeth, por
los sentimientos y por el porvenir de su hermana, deseaban que notificase su matrimonio a sus
padres en persona y convencieron al señor Bennet que la recibiese a ella y a su marido en
Longbourn después de la boda. De modo que la señora Bennet tuvo la satisfacción de saber
que podrían presentar a la vecindad a su hija casada antes de que fuese desterrada al Norte.

CAPÍTULO 51

Después de casarse pero antes de mudarse al norte, Lydia y Wickham visitan a la familia
Bennet. Su madre se levantó, la abrazó y le dio con entusiasmo la bienvenida, tendiéndole la
mano a Wickham deseándoles a ambos la mayor felicidad. El recibimiento del señor Bennet no
fue tan cordial; estaba serio y apenas abrió los labios. Tanto Lydia como Wickham parecían
tener unos recuerdos maravillosos. Recordaban todo lo pasado sin ningún pesar, y ella
encontraba muy gracioso el haberse ido y haber vuelto casada. Estaba impaciente por ver que
todos los vecinos y familiares le llamaran señora Wickman, y presumía su anillo a las criadas.
Lydia decía que estaba segura que sus hermanas la envidiaban por el hombre que encontró, y
lamentaba que ellas no hubieran ido también a Brighton para encontrarse un marido. Por eso
prometió encontrarles uno allí en el lugar donde se iría a vivir. La madre estaba de acuerdo.

El cariño de Wickham por Lydia era exactamente tal como Elizabeth se lo había imaginado, y
muy distinto que el de Lydia por él. No necesitó Elizabeth más que observar un poco a su
hermana para darse cuenta de que la fuga había obedecido más al amor de ella por él que al
de él por ella. Para Lydia, Wickham era el hombre más perfecto del mundo y todo lo que hacía
estaba bien hecho.

Lydia le relata a Elizabeth cómo fue su boda y le cuenta que Darcy había asistido acompañando
a Wickham, aunque se supone era un secreto. Sorprendida, Elizabeth escribe a la señora
Gardiner para saber más detalles sobre su presencia.

CAPÍTULO 52

En su respuesta a Elizabeth, la señora Gardiner le cuenta que el señor Darcy había ido a visitar
al señor Gardiner para contarle que había descubierto el escondite de Wickham y Lydia. Darcy
había ido a Londres con la idea de buscarlos pues se sentía culpable de no haber contado antes
la infamia de Wickham; pensaba que si lo hubiera hecho quizás esto no hubiese pasado, pero
su orgullo antes no le permitía publicar sus asuntos privados. Así es que creyó que su deber era
intervenir. Confesó que su primer propósito era convencer a Lydia de que saliese de aquella
desdichada situación y volviese al seno de su familia, y le ofreció su ayuda, pero encontró que
ella estaba decidida a seguir tal como estaba; su familia no le importaba un comino y rechazó
la ayuda de Darcy; no quería oír hablar de abandonar a Wickham y estaba convencida de que
se casarían alguna vez. En vista de esto, Darcy pensó que lo único que había que hacer era
facilitar y asegurar el matrimonio y decidió llegar a un acuerdo con Wickham y poner el dinero
para que se casasen. Darcy se lo informó al señor Gardiner y, aunque éste insistió que no lo
hiciera, finalmente cedió para que todo se pudiera arreglar. Darcy finalmente hizo todo por su
cuenta, tanto el pago de las deudas, como el dinero para el matrimonio y además le encontró
trabajo. Cuando todo estuvo resuelto, el señor Darcy regresó junto a sus amigos que seguían
en Pemberley, pero prometió volver a Londres para la boda y para liquidar las gestiones
monetarias. El corazón le decía a Elizabeth que todo lo había hecho por ella, pero luego
pensaba que era muy vanidoso de su parte creerlo de esa manera pues Darcy no podía sentir
ningún afecto por una mujer que le había rechazado. Pero Darcy era generoso y tenía medios
para demostrarlo, y aunque Elizabeth se resistía a admitirlo, cabía suponer que un resto de
interés por ella había contribuido. Estaba avergonzada de sí misma, pero orgullosa de él,
orgullosa de que se hubiera portado tan compasivo y noblemente.

CAPÍTULO 53

Una vez Lydia ya se ha ido, los Bennet reciben la noticia de que Bingley va a regresar a
Netherfield. Jane le dice a Elizabeth que no quiere verlo, pero su hermana cree que debe ser
optimista pues sabe que Bingley siente algo por ella. Y a pesar de lo que su hermana decía
Elizabeth pudo notar que la expectativa de la llegada de Bingley igual le afectaba. Estaba
distinta y más turbada que de costumbre, aunque ella decía que lo miraría con indiferencia, y
no estaría feliz hasta que él se haya ido de Netherfield.

A los días Bingley y Darcy llegaron donde los Bennet. Las dos hermanas estaban bastante
intranquilas. Entretanto la madre mantenía su odio a Darcy y lo saludo de una manera tan fría
y ceremoniosa que Elizabeth se sintió avergonzada, sobretodo por saber que fue él quien
había salvado a Lydia. Darcy parecía más pensativo y menos deseoso de agradar que en su
último encuentro. Elizabeth estaba decepcionada y disgustada consigo misma por ello, y le
faltaba valor para hablarle. La señora Bennet no hacía más que hablar del matrimonio de Lydia
con Wickham. Elizabeth observó que la belleza de Jane volvía a despertar la admiración de
Bingley. Al principio hablaron muy poco entre ellos , pero a cada instante él parecía más
prendado de ella. La encontraba tan hermosa como el año anterior, tan sensible y tan afable,
aunque no tan habladora. Cuando los caballeros se levantaron para irse, la señora Bennet los
invitó a cenar en Longbourn dentro de pocos días.

CAPÍTULO 54

Llego el día de la cena. Bingley y Jane se sientan juntos, y Elizabeth logra ver que Bingley sentía
una gran admiración por su hermana. Darcy estaba sentado al lado de la señora Bennet, y
Elizabeth comprendía lo poco grata que les era a los dos semejante colocación; pudo observar
que casi no se hablaban y lo fríos y ceremoniosos que eran sus modales cuando lo hacían.
Entre ellos casi no pudieron hablar por estar en mesas diferentes, pero los ojos de Darcy se
volvían a menudo donde ella estaba.

Cuando todos se fueron, Jane dijo a Elizabeth que había aprendido a disfrutar sólo de la
conversación de Bingley; que sólo lo veía como un muchacho inteligente y amable. Decía que
ya no le importaba que jamás haya pensado en ella; sólo encontraba que su trato era dulce y
más atento que el de ningún otro hombre.
CAPÍTULO 55

Pocos días después de aquella visita, Bingley volvió a Longbourn solo. Darcy se había ido a
Londres por la mañana, pero iba a regresar dentro de diez días. La señora Bennet hacía todo
para que Jane se quedara a solas con Bingley hasta que lo logró. Jane y Bingley estaban solos
conversando al lado de la chimenea y es en ese momento cuando él le pide matrimonio a ella,
una noticia que toda la familia celebra con alegría. La satisfacción de Jane le daba a su rostro
una luz y una expresión tan dulce que le hacían parecer más hermosa que nunca. Catherine
sonreía pensando que pronto le llegaría su turno. La señora Bennet dio su consentimiento y
expresó su aprobación en términos calurosísimos y durante media hora no pudo hablarle a
Bingley de otra cosa. Cuando el señor Bennet se reunió con ellos para la cena, su voz y su
aspecto revelaban también su alegría; felicitó a su hija diciéndole que lo merecía por ser una
buena mujer.

El estado de los asuntos de la familia de Longbourn no podía permanecer en secreto. La señora


Bennet tuvo el privilegio de comunicarlo a la señora Philips y ésta se lanzó a pregonarlo sin
previo permiso por las casas de todos los vecinos de Meryton. Los Bennet no tardaron en ser
proclamados la familia más afortunada del mundo, a pesar de que pocas semanas antes, con
ocasión de la fuga de Lydia, se les había considerado como la gente más desgraciada de la
tierra.

CAPÍTULO 56

Aproximadamente una semana después llega donde los Bennet Lady Catherine. Entró con un
aire más antipático que de costumbre; contestó al saludo de Elizabeth sólo con una inclinación
de cabeza y se sentó sin decir palabra. La señora Bennet la recibió con la mayor cortesía. Luego
pidió a Elizabeth que la acompaña a dar un paseo y le comenzó a hablar. Enojada le dijo que se
había enterado que su sobrino Darcy se casaría con ella; y aunque sabía que eso era imposible,
de todas maneras había querido acercarse a rectificar con Elizabeth la información. Le exigía
de manera imprudente que le dijera la verdad; y dijo que si aspiraba a que eso pasase algún
día, debería olvidarlo pues Darcy estaba comprometido ya con su hija.

Lady Catherine decía que desde su infancia su hija y Darcy estaban destinados a estar juntos.
Era el mayor deseo de la madre de él y de la madre de ella, por lo que no dejaría que lo
impidiera la intrusión de una muchacha de cuna inferior, sin ninguna categoría y ajena por
completo a la familia. Elizabeth decía que si el señor Darcy no se siente ligado a su prima ni por
el honor ni por la inclinación, ¿por qué no habría de elegir a otra? Y si era ella la elegida, ¿por
qué no habría de aceptarlo?. Lady Catherine amenazaba con que si ellos llegaran a unirse no
esperara ser reconocida por la familia o los amigos de Darcy; sería censurada, desairada y
despreciada por todas las relaciones de Darcy. Le pidió que prometiera que nunca se iba a
comprometer con él, pero Elizabeth se negó; no se sintió intimidada. Lady Catherine
sintiéndose ofendida y muy molesta se marchó.
CAPÍTULO 57

Elizabeth no alcanzaba a imaginar de dónde había sacado Lady Catherine la noticia de dicho
compromiso. Al día siguiente el señor Bennet recibe una carta de Collins. En ella le dice que
hay rumores sobre un compromiso entre Darcy y Elizabeth, y le aconseja que como padre no
apruebe un matrimonio que tanto enfadaría a Lady Catherine. El señor Bennet se ríe de la
carta pues para él su hija y Darcy siguen detestándose.

CAPÍTULO 58

Pocos días después Bingley llegó con Darcy donde los Bennet. En esa ocasión Darcy sí tiene la
oportunidad de hablar y caminar a solas con Elizabeth. Ella le agradece todo lo que hizo con el
asunto de Lydia, y le aseguro que si su familia lo supiera, también le estarían agradecidos. Él le
dice que lo hizo pensando en ella, para tranquilizarla, pues el cariño y los deseos que antes le
había manifestado no habían cambiado en él. Elizabeth le dice que ahora recibía con placer y
gratitud sus proposiciones, declarándose así ambos su amor. Recordaban cómo fue la anterior
pedida de matrimonio y de cómo los dos han reflexionado sobre lo ocurrido. Ella le explicó el
efecto que le había producido la carta que le envió y cómo habían ido desapareciendo sus
anteriores prejuicios.

Darcy decía que de niño le enseñaron a pensar bien, pero no a corregir su temperamento. Le
inculcaron buenas normas, pero dejaron que las siguiese cargado de orgullo. Sus padres le
permitieron, le consintieron y casi lo encaminaron hacia el egoísmo y el autoritarismo, hacia la
despreocupación por todo lo que no fuese su propia familia, hacia el desprecio del resto del
mundo o, por lo menos, a creer que la inteligencia y los méritos de los demás eran muy
inferiores a los suyos. Y así había sido toda su vida hasta que conoció a Elizabeth; ella lo había
humillado como convenía, y le enseñó lo insuficientes que eran sus pretensiones para halagar
a una mujer que merece todos los halagos.

Luego comentaron el compromiso entre Bingley y Jane diciendo lo contentos que estaban
ambos con la situación. Darcy le cuenta que él había hablado con Bingley y le había confesado
la absurda e impertinente intromisión que había tenido; que se había engañado al suponer
que Jane no lo amaba, y cuando se dio cuenta que Bingley la seguía queriendo, no dudó de que
serían felices.

CAPÍTULO 59

Elizabeth le cuenta su compromiso a su hermana Jane; queda sorprendida pero feliz de que
pueda casarse con alguien por amor.

Al día siguiente Darcy y Bingley visitan de nuevo Longbourn. Para dejar a Bingley y a Jane solos,
la señora Bennet (ajena a lo que realmente hay entre ellos) anima a Elizabeth y a Darcy a irse
de paseo. Es durante el camino cuando Darcy le dice a Elizabeth que esa misma noche pedirá
su mano a su padre. Efectivamente, esa noche el señor Bennet se entera de todo y, tras hablar
con Darcy, pide ver a su hija. Le explica que está sorprendido, pues pensaba que Elizabeth
detestaba a Darcy. Sin embargo, ella le explica que ya no es así y que se aman. El señor Bennet
aprueba entonces el matrimonio. Ella le cuenta todo lo que Darcy hizo por Lydia.

Cuando Elizabeth le cuenta la noticia a su madre, esta también se sorprende, pero cuando
recuerda la fortuna de Darcy todas sus dudas se disipan. A partir de ese momento además deja
de tratar mal a Darcy.

CAPÍTULO 60

La noticia del compromiso empieza a extenderse. Darcy escribe a Lady Catherine para
contárselo, que obviamente no se lo toma muy bien. Mientras, Elizabeth escribe a los
Gardiner, que responden con felicidad a un compromiso que tan claro vieron.

CAPITULO 61

Después de casar a tres de sus hijas la señora Bennet está muy feliz, convertida en una mujer
sensata, amable y juiciosa.

Elizabeth vive con Darcy y con Georgina en Pemberley, a donde su padre va mucho a visitarla
pues la echa mucho de menos siempre.

Bingley y Jane dejaron Netherfield para alejarse de la intensidad de la familia Bennet. Bingley
compró una posesión en un condado cercano a Derbyshire, y Jane y Elizabeth, para colmo de
su felicidad, no estuvieron más que a treinta millas de distancia.

Catherine, sólo por su interés material, se pasaba la mayor parte del tiempo con sus dos
hermanas mayores; y frecuentando una sociedad tan superior a la que siempre había conocido
aprendió a ser menos irritable, menos ignorante y menos insípida. La señora Wickham la invitó
muchas veces a ir a su casa, con la promesa de bailes y galanes, pero su padre nunca le dio
permiso.

Mary fue la única que se quedó en la casa y se vio obligada a no despegarse de la señora
Bennet, que no sabía estar sola.

Lydia por su parte a veces escribe a sus hermanas y les pide algo de dinero, algo que ellas
aceptan como forma de cuidarla. Siempre andaban cambiándose de un lado para otro en
busca de una casa más barata y siempre gastando más de lo que podían. El afecto de Wickham
por Lydia no tardó en convertirse en indiferencia; el de Lydia duró un poco más. Aunque Darcy
nunca recibió a Wickham en Pemberley, le ayudó a progresar en su carrera por consideración a
Elizabeth.

Georgiana se quedó entonces a vivir en Pemberley y se encariñó mucho con Elizabeth.


Georgiana tenía el más alto concepto de Elizabeth, aunque al principio se asombraba y casi se
asustaba al ver lo juguetona que era con su hermano; veía a aquel hombre que siempre le
había inspirado respeto convertido en objeto de francas bromas.
Lady Catherine se molestó mucho con la boda de su sobrino, y como usó un lenguaje tan
inmoderado al referirse a Elizabeth, sus relaciones quedaron interrumpidas por algún tiempo.
Pero, al final, convencido por Elizabeth, Darcy accedió a perdonar la ofensa y buscó la
reconciliación. Su tía se resistió un poquito, pero cedió o a su cariño por él o a su curiosidad
por ver cómo se comportaba su esposa, de modo que se dignó visitarles en Pemberley.

Con los Gardiner estuvieron siempre los Darcy en la más íntima relación. Darcy, lo mismo que
Elizabeth, les quería de veras; ambos sentían la más ardiente gratitud por las personas que, al
llevar a Elizabeth a Derbyshire, habían sido las causantes de su unión.

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