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Mi padrastro me enseñó a temerle. La vida me enseñó a amarla hasta el punto de querer ser su hijo
y tener los labios como higos por reventar sobre el rostro azul, no negro, porque mi tía y sus 14 hijos
no fueron negros, fueron azules como el cielo que tiene sus nubes blancas como ellos tenían sus
dientes que a cada instante se mostraban para celebrar la jodadera fecunda y sin culpa. Yo me moría
de miedo cada vez que venía a casa, me escondía debajo de la cama, es más no comía, pensando que
ella y los 4 negros (mis primos) con los que andaba me tragarían, porque eso me dijo mi padrastro,
que los negros comían niños. Mordía mis uñas por el miedo, estrujaba la estampita de la virgen del
tránsito para que se fueran rápido…un día sin aviso, como siempre, vino a la casa y me encontró. Yo
abrí la puerta sin saber que era ella. Cerré la puerta ni bien supe que era ella. Mi madre me regañó
por dejarla afuera cargando una canasta llena de frutas que siempre nos traía. Me obligó a pedirle
disculpas, me puse delante de ella, mudo. Yo quería llorar, no por las reprensiones de mi madre, sino
por el terror que sentía porque pensaba que en cualquier momento me daría un mordiscón.
2 nudo
Todo el camino lloré. Mi tía me hacía caricias. Al llegar, 4 negros, recibieron a su primo
con alegría. Ahorita me comen. Con más fuerza empuñaba la estampita de la virgen del
tránsito. No decía ni tus ni mus. Me abracé a mi tía. Uno de sus hijos me hizo llorar. ¡No
jodan al chico! gritó y se puso a cocinar. Mi silencio la conmovió. Quizá ya en ese
entonces mi cara era triste. Mientras pelaba el conejo que especialmente mató para mí,
hablaba sobre mamá, que como era posible que ese hombre le pegara, que me enseñara
a odiar a su sangre. No le decía nada, la vi romper con sus manos ramas secas para
meterlas al fogón.
3 desenlace
Todos reían recordando al niño de 8 años que aprendió con ellos que el alma tenía el
color de mi tía. Fui a todos los santos donde lloraba porque sus 16 negros le cantaban
“happy verde” al unísono, fui al entierro de mi tío al que mi tía recordó siempre con la
canción de Lucha Reyes que le dedicó cuando llevaba comida a mi abuelo en la
hacienda de los Malatesta, vi inundar su corazón de pena y desbordarse como el río
que esa vez se llevó todos sus animales, incluido el majo, “perro de miera, parece tu
marido, ah perdón, yo soy tu marido” decía mi tío, vi entristecer su cabello, como el
mío, ahora que su recuerdo sale a saludarme, como lo hacía con gozo, matando sus
mejores animales que en mi estómago la lloran.