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LA TEORÍA DE LOS MÍNIMOS

Mi tía Clara es directora de un colegio público en una cálida ciudad de


la costa norte del Perú. Ella tiene un paladar muy cultivado y es
fanática del chinguirito, las patitas de cerdo en zarza y el seco de
cabrito, platos que prepara como nadie el día que se le antoja. Pero,
eso sí, su verdadera pasión es la pedagogía. Mi tía ha estado en
primera fila en todas las actividades oficiales de formación docente
desde 1995 y si le preguntan, les hará un encendido e ilustrado elogio del cambio de
orientación del currículo escolar. Mi tía está muy convencida de la necesidad de
abandonar la educación memorista y de que los estudiantes aprendan sobre todo a
pensar. Solo que Clarita es, a la vez, como lo digo… una mujer muy pragmática. Quiere
decir que cuando ve que algo no está funcionando, opta siempre por lo mínimo menos
malo.

Si no me creen, les contaré que el día que quiso pintar su centro educativo y no consiguió
financiar la cantidad de galones que necesitaba para todo, con lo poco que obtuvo decidió
pintar sólo la fachada del colegio. Y ahí lo dejó. Lo mismo le pasó la vez que sus padres de
familia no reunieron los fondos necesarios para reparar los baños. Entonces decidió
habilitar por lo menos un caño y cerrar los servicios, prohibiendo terminantemente a los
alumnos acercarse a ellos. Y volteó la hoja.

Los que conocen a mi tía, saben que ella es así. Pragmática. Por eso no
se sorprenden que, a pesar de sus convicciones, no se haga problemas
con los docentes del colegio que sólo enseñan contenidos y no dan
oportunidad a los alumnos, por ejemplo, de desarrollar sus habilidades
de pensamiento lógico o su competencia para resolver problemas. ¿No
que estabas contra la educación memorista? le dicen los que no comprenden su filosofía.
Pero ella responde siempre con sencillez: si son buenos expositores y sus alumnos los
entienden, pues eso es mejor que nada. Es decir, mi tía cree que si no saben cómo se
hace para que los chicos adquieran competencias, por lo menos que les enseñen bien los
conceptos. Y cuando llega a una conclusión como esta, voltea la hoja.
Algo parecido le ocurrió el día que descubrió que varios de sus profesores de primaria se
limitaban a hacer que sus estudiantes llenen los cuadernos de trabajo de las áreas de
comunicación y matemática todo el año. Un ex-funcionario del Ministerio de Educación,
compadre suyo, le dijo entonces que no se preocupe, que esos cuadernos fueron
diseñados por si acaso el profesor no sabía enseñar otra cosa, de ese modo los niños, aún
limitándose a ellos, aprenderían por lo menos algo. Clara lo sintió muy afín a su manera de
ver la vida y lo aceptó de buen grado. Luego, volteó la hoja.

A estas alturas de la historia, estoy seguro que ustedes no se sorprenderían si les digo que
después de mucho forcejear infructuosamente con sus profesores de primer y segundo
grado para que enseñen a sus niños a leer y comprender, así como a escribir de manera
creativa, mi tía terminó por aceptar que estos profesores sólo estaban en capacidad de
enseñarles a que descifren y reproduzcan los signos convencionales de la escritura. Ah,
pero eso sí. Mi tía les exigió que, por lo menos eso, lo enseñen bien. Y volteó la hoja.

Lo que no les he contado es el día en que Clara recibió en su provincia la visita de una
importante autoridad educativa. Luego de la conferencia que
ofreció el ilustre visitante acerca de las medidas oficiales en
formación docente, mi tía, siempre bien informada, planteó una
duda. Preguntó por qué insistir en métodos didácticos, si lo que
faltaba a los docentes era formación pedagógica, ya que no sabían
promover aprendizajes creativos ni hacer uso de estrategias tan esenciales como la
investigación o el trabajo en equipo. Y la respuesta que obtuvo fue la siguiente: somos
concientes de esas otras necesidades, pero no hay posibilidad de atenderlas todas, el
programa en marcha busca solucionar por lo menos esto. Por lo menos esto, repitió una
atónita Clara para sí misma. Le sonaba conocido… Lo pensó unos minutos y luego se dijo:
vaya, es razonable. Y volteó la hoja.

No se si mi tía lo sepa, pero a comienzos del siglo XX, Wilfredo Pareto, un economista y
sociólogo italiano, observó que el 20% de su sociedad ostentaba el 80% de algo y, por el
contrario, el 80% de la población tenía sólo el 20% de lo mismo. Este tipo de
proporcionalidad podía encontrarse en muchos ámbitos, como si fuera un principio, y así
fue como nació la regla 80/20, según la cual el 20% de cualquier cosa produciría el 80% de
los efectos, mientras que el 80% restante sólo cuenta para el 20% de los efectos. A esto
se le conoce hoy como el principio de Pareto.

Basados en este principio, hay quienes sostienen que es posible alcanzar


la mayor parte de lo que deseamos invirtiendo una cantidad relativamente
menor del esfuerzo previsto, si sabemos elegir dónde exactamente es que
conviene colocarlo. Digamos que si el 20% de los productos de la librería
que también tiene mi tía a dos cuadras del colegio le generan el 80% de sus ingresos,
tendría que concentrar sus esfuerzos en sacar brillo sobre todo a ese lado de su vitrina, en
vez de dispersarlos en afanes menos rentables.

Si se dan cuenta, sin embargo, este no es exactamente el principio que aplica la tía Clara
ni muchos que comparten con ella la misma filosofía. Cada vez que mi tía elige lo mínimo
menos malo y voltea la hoja, lo que está haciendo en realidad es resignarse a no cambiar
y a justificar su resignación en nombre del realismo; de ningún modo eligiendo concentrar
esfuerzos en la pequeña parcela que va a hacer posible el máximo resultado, como diría
Pareto.

Varios de los profesores del colegio de Clara piensan que el 80% de sus alumnos no van a
prosperar en los estudios ni a ser nada en la vida. Ellos sostienen que la pobreza del
medio, su mala alimentación y la poca instrucción de sus padres son lastres muy difíciles
de superar. Por eso justifican concentrar sus esfuerzos en el 20% de la clase que sí
parece tener las condiciones de aprender y hasta de rendir sobresalientemente. El resto,
suelen decir, gana bastante si por lo menos aprende a leer y escribir, a sumar y a ser
honrados. Esto, señores, no es el principio de Pareto, sino la simple ideologización de la
ley del menor esfuerzo.

Los profesores de mi tía que sólo saben pararse delante de la clase y hablar toda la
mañana, pero mostrando un buen dominio de los contenidos del currículo, una gran
capacidad explicativa y mucha disponibilidad para responder preguntas, no tienen que ser
despedidos ni condenados al fuego del averno. Son maestros que se esfuerzan por hacer
un trabajo serio y muestran cualidades que muchos otros no exhiben. Pero mi tía se
equivoca si cree que dejarlos parados en esa estación, sin animarlos a proseguir el viaje
hacia mayores niveles de desarrollo profesional, es una decisión ventajosa para ellos y
para los estudiantes.

Adquirir las competencias que demanda el currículo supone niños y


adolescentes que ponen a prueba continuamente su habilidad para
enfrentar desafíos, evaluando cada situación, examinando sus opciones,
discerniendo sus posibilidades. Esto no se logra con un profesor que sólo
sabe dar discursos, por más brillantes que sean. Ese profesor, porque
cree en su profesión y se esmera en hacer bien lo que hace, puede aprender cosas
nuevas y enriquecer su pedagogía. A menos que seamos nosotros los que queramos
ahorrarnos el costo de formarlo y acompañarlo. Si ese es el caso, la tía Clara debería
sincerarse y decir: no tengo tiempo para hacerlo avanzar o no se cómo hacerlo, asumo la
responsabilidad por todo lo que sus alumnos no podrán aprender de esa manera. Pero no,
la tía prefiere aplicar la teoría de los mínimos y decir, con forzado optimismo, que con
buenas clases expositivas los chicos podrán lograr un buen dominio de conceptos, por lo
menos.

Este tipo de pragmatismo, que reduce todo al mínimo posible y


se instala en él sin avanzar a la siguiente estación, ha sido
siempre una puerta abierta a la mediocridad. Pragmático es el
profesor de tercer grado que no se quiere hacer cargo del 80%
de sus alumnos que lee sin comprender y decide continuar su
clase, dedicándose al 20% que por lo menos lee y entiende a
medias. Como pragmática fue la maestra de segundo grado que no perdió el sueño porque
sus alumnos pasaran a tercero sin entender lo que leen, pues el 80% terminó sabiendo,
por lo menos, reconocer, pronunciar, dibujar y articular las letras para formar oraciones. Y
pragmática es mi tía cuando acepta estas situaciones en su colegio como no tan malas en
el fondo, si acaso implican a maestros con cualidades que se esmeran en dar lo mejor de
sí, así su techo pedagógico sea muy bajo.

Clara dice que no se puede jugar al todo o nada en educación, porque entonces nos
inmovilizamos y no somos capaces de dar ni un solo paso en dirección al cambio. Mi tía es
sabia cuando dice eso. El problema es que con estas decisiones pragmáticas que les
cuento, ella no da pasos, sólo se queda parada en el primero diciendo que eso es mejor
que nada. Porque, valgan verdades, mi tía no tiene ningún plan bajo la manga para dar el
segundo. Ni el tercero. Aunque jamás lo admite ni lo admitirá, mi tía está más cerca de la
realpolitik de Otto von Bismarck que de la regla de Pareto, pues sus intereses prácticos
terminan pesando más que sus principios y convicciones pedagógicas.

El próximo domingo almuerzo en casa de mi tía Clara. Y aunque no se si seré capaz de


convencerla de que el realismo pragmático requiere de estrategia y ambición para no
estancarse en el primer peldaño ni confundirse con el conformismo y la resignación, se
que comeré el mejor seco de cabrito de toda la costa norte. Por lo menos eso.

Por Luís Guerrero Ortiz

A modo de reflexión personal:

¡. ¿Qué significa optar por lo mínimo menos malo?

ii. ¿La teoría de los mínimos en la practica es los mas cómodo para la autoridad? (SI/NO)
¿Por qué?.
iii. ¿La teoría de los mínimos es beneficioso para la institución educativa? (SI/NO) ¿Por
qué?

iv. ¿Explicar con un ejemplo de la vida institucional la siguiente expresión: “utilizar los
hechos para encontrar la máxima concentración de potencial de mejora con el mínimo
numero de proyectos o soluciones posibles”?.

v. ¿Cómo aplicar la siguiente grafica en la gestión educativa?

20%
80% 80%

20%
ENERGIA RESULTADOS

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