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Si no me creen, les contaré que el día que quiso pintar su centro educativo y no consiguió
financiar la cantidad de galones que necesitaba para todo, con lo poco que obtuvo decidió
pintar sólo la fachada del colegio. Y ahí lo dejó. Lo mismo le pasó la vez que sus padres de
familia no reunieron los fondos necesarios para reparar los baños. Entonces decidió
habilitar por lo menos un caño y cerrar los servicios, prohibiendo terminantemente a los
alumnos acercarse a ellos. Y volteó la hoja.
Los que conocen a mi tía, saben que ella es así. Pragmática. Por eso no
se sorprenden que, a pesar de sus convicciones, no se haga problemas
con los docentes del colegio que sólo enseñan contenidos y no dan
oportunidad a los alumnos, por ejemplo, de desarrollar sus habilidades
de pensamiento lógico o su competencia para resolver problemas. ¿No
que estabas contra la educación memorista? le dicen los que no comprenden su filosofía.
Pero ella responde siempre con sencillez: si son buenos expositores y sus alumnos los
entienden, pues eso es mejor que nada. Es decir, mi tía cree que si no saben cómo se
hace para que los chicos adquieran competencias, por lo menos que les enseñen bien los
conceptos. Y cuando llega a una conclusión como esta, voltea la hoja.
Algo parecido le ocurrió el día que descubrió que varios de sus profesores de primaria se
limitaban a hacer que sus estudiantes llenen los cuadernos de trabajo de las áreas de
comunicación y matemática todo el año. Un ex-funcionario del Ministerio de Educación,
compadre suyo, le dijo entonces que no se preocupe, que esos cuadernos fueron
diseñados por si acaso el profesor no sabía enseñar otra cosa, de ese modo los niños, aún
limitándose a ellos, aprenderían por lo menos algo. Clara lo sintió muy afín a su manera de
ver la vida y lo aceptó de buen grado. Luego, volteó la hoja.
A estas alturas de la historia, estoy seguro que ustedes no se sorprenderían si les digo que
después de mucho forcejear infructuosamente con sus profesores de primer y segundo
grado para que enseñen a sus niños a leer y comprender, así como a escribir de manera
creativa, mi tía terminó por aceptar que estos profesores sólo estaban en capacidad de
enseñarles a que descifren y reproduzcan los signos convencionales de la escritura. Ah,
pero eso sí. Mi tía les exigió que, por lo menos eso, lo enseñen bien. Y volteó la hoja.
Lo que no les he contado es el día en que Clara recibió en su provincia la visita de una
importante autoridad educativa. Luego de la conferencia que
ofreció el ilustre visitante acerca de las medidas oficiales en
formación docente, mi tía, siempre bien informada, planteó una
duda. Preguntó por qué insistir en métodos didácticos, si lo que
faltaba a los docentes era formación pedagógica, ya que no sabían
promover aprendizajes creativos ni hacer uso de estrategias tan esenciales como la
investigación o el trabajo en equipo. Y la respuesta que obtuvo fue la siguiente: somos
concientes de esas otras necesidades, pero no hay posibilidad de atenderlas todas, el
programa en marcha busca solucionar por lo menos esto. Por lo menos esto, repitió una
atónita Clara para sí misma. Le sonaba conocido… Lo pensó unos minutos y luego se dijo:
vaya, es razonable. Y volteó la hoja.
No se si mi tía lo sepa, pero a comienzos del siglo XX, Wilfredo Pareto, un economista y
sociólogo italiano, observó que el 20% de su sociedad ostentaba el 80% de algo y, por el
contrario, el 80% de la población tenía sólo el 20% de lo mismo. Este tipo de
proporcionalidad podía encontrarse en muchos ámbitos, como si fuera un principio, y así
fue como nació la regla 80/20, según la cual el 20% de cualquier cosa produciría el 80% de
los efectos, mientras que el 80% restante sólo cuenta para el 20% de los efectos. A esto
se le conoce hoy como el principio de Pareto.
Si se dan cuenta, sin embargo, este no es exactamente el principio que aplica la tía Clara
ni muchos que comparten con ella la misma filosofía. Cada vez que mi tía elige lo mínimo
menos malo y voltea la hoja, lo que está haciendo en realidad es resignarse a no cambiar
y a justificar su resignación en nombre del realismo; de ningún modo eligiendo concentrar
esfuerzos en la pequeña parcela que va a hacer posible el máximo resultado, como diría
Pareto.
Varios de los profesores del colegio de Clara piensan que el 80% de sus alumnos no van a
prosperar en los estudios ni a ser nada en la vida. Ellos sostienen que la pobreza del
medio, su mala alimentación y la poca instrucción de sus padres son lastres muy difíciles
de superar. Por eso justifican concentrar sus esfuerzos en el 20% de la clase que sí
parece tener las condiciones de aprender y hasta de rendir sobresalientemente. El resto,
suelen decir, gana bastante si por lo menos aprende a leer y escribir, a sumar y a ser
honrados. Esto, señores, no es el principio de Pareto, sino la simple ideologización de la
ley del menor esfuerzo.
Los profesores de mi tía que sólo saben pararse delante de la clase y hablar toda la
mañana, pero mostrando un buen dominio de los contenidos del currículo, una gran
capacidad explicativa y mucha disponibilidad para responder preguntas, no tienen que ser
despedidos ni condenados al fuego del averno. Son maestros que se esfuerzan por hacer
un trabajo serio y muestran cualidades que muchos otros no exhiben. Pero mi tía se
equivoca si cree que dejarlos parados en esa estación, sin animarlos a proseguir el viaje
hacia mayores niveles de desarrollo profesional, es una decisión ventajosa para ellos y
para los estudiantes.
Clara dice que no se puede jugar al todo o nada en educación, porque entonces nos
inmovilizamos y no somos capaces de dar ni un solo paso en dirección al cambio. Mi tía es
sabia cuando dice eso. El problema es que con estas decisiones pragmáticas que les
cuento, ella no da pasos, sólo se queda parada en el primero diciendo que eso es mejor
que nada. Porque, valgan verdades, mi tía no tiene ningún plan bajo la manga para dar el
segundo. Ni el tercero. Aunque jamás lo admite ni lo admitirá, mi tía está más cerca de la
realpolitik de Otto von Bismarck que de la regla de Pareto, pues sus intereses prácticos
terminan pesando más que sus principios y convicciones pedagógicas.
ii. ¿La teoría de los mínimos en la practica es los mas cómodo para la autoridad? (SI/NO)
¿Por qué?.
iii. ¿La teoría de los mínimos es beneficioso para la institución educativa? (SI/NO) ¿Por
qué?
iv. ¿Explicar con un ejemplo de la vida institucional la siguiente expresión: “utilizar los
hechos para encontrar la máxima concentración de potencial de mejora con el mínimo
numero de proyectos o soluciones posibles”?.
20%
80% 80%
20%
ENERGIA RESULTADOS