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Plazo razonable para ser juzgado en sede penal: críticas y

Gouvert, Juan Fernando


Argentina
El Derecho - Diario, Tomo 233, 1010
03-08-2009 Cita Digital: ED-DCCLXX-845

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Sumarios

1. Introducción. – 2. El tiempo y el derecho: una relación tan compleja como


necesaria. – 3. Antecedentes nacionales e internacionales. Marco legal actual de la
Nación y de la provincia de Buenos Aires. 3.a. Nacionales. 3.b. Internacionales.
– 4. Reflexiones sobre el concepto de plazo. 4.a. El  plazo y razón. 4.b.
El  plazo en el proceso penal. – 5. Planteo y crítica esquemática a los parámetros
para determinar la razonabilidad del plazo para ser juzgado. 5.a. Los criterios
internacionales y su recepción en el ordenamiento procesal local. – 6. Crítica,
paradojas y propuestas. 6.a. Reparos y criterios a la reglamentación procesal de la
garantía. 6.b. La insuficiente, paradojal y potencialmente lesiva apreciación
judicial de la razonabilidad. 6.c. Breve propuesta. – 7. Conclusiones.

Plazo razonable para ser juzgado en sede penal: críticas y cavilaciones

Introducción

Se intentará reflexionar sobre la dimensión ontológica temporal que


ineludiblemente gobierna todo el orden jurídico y su gran relevancia, que ostenta
en el debido proceso penal.

La insuficiencia normativa, la disparidad y subjetividad de criterios jurídico-


judiciales son factores del derecho interno que no pueden justificar un
incumplimiento por omisión de los pactos internacionales –que más allá de alguna
imprecisión o laxitud en su terminología– crean una imperativa y efectiva
observancia de la duración razonable del juzgamiento en la faz punitiva.

Después de un marco teórico legal, se hará una breve incursión filosófica en


cuestión del plazo y su razonabilidad, se describirán brevemente los parámetros
existentes –legales y judiciales–, y tras reflexionar sobre sus falencias y eventuales
afectaciones constitucionales, se realizarán hacia el final una someras propuestas
sobre la prioridad de establecer un plazo objetivo e integral que otorgue al
imputado una expectativa cierta de que no será juzgado en un tiempo ir razonable.

2
El tiempo y el derecho: una relación tan compleja como necesaria

Desde los albores de la humanidad(1), el hombre es súbdito de una categoría tan


inasible como omnipresente: el tiempo(2).

No hay realidad humana que no sea abarcada por la dimensión temporal, todos
nuestros actos son alcanzados y dimensionados en un tiempo dado. El derecho
como ideación de reglas dirigidas al actuar humano, no es la excepción.

Hay múltiples aspectos para una relación tan ancestral y compleja, indivisible y
recíproca, pero también cercana y necesaria: derecho y tiempo.

El orden jurídico creado por y para los hombres se desarrolla forzosamente, como
toda realidad humana, en un tiempo dado; las normas, de alguna manera,
estructuran los tiempos de las personas en sociedad y viceversa, la noción de
tiempo se inmiscuye en las leyes para darles vigencia, certeza y, lo más
importante, certidumbre.

La cuantificación, medición y organización que el hombre extrajo del tiempo


fueron usadas en el orden jurídico, sea para reglar distintos fenómenos, sea para
fijar  plazos  razonables al administrar justicia(3). El orden legal se valió del
tiempo como parámetro objetivo para estructurarse, ordenarse y organizarse; el
funcionamiento del poder judicial es impensable sin la noción de  plazos, sin la
idea de preclusión, sin la idea de que todo acto jurídico debe realizarse en una
determinada oportunidad, o sea, en y por una fracción de tiempo dada para tener
eficacia y, a la vez, sea eficaz para los litigantes.

Son amplias, variadas y profundas las utilizaciones jurídicas de espacio temporal.


El derecho empleó al tiempo en casi todas sus acepciones: desde cuánto “dura”
una ley, para establecer orden en el proceso, como oportunidad para dividir,
separar o secuenciar actos jurídicos, etcétera.

Ambas entidades comparten una característica, la noción de medida(4). El


derecho, visto como lo justo, significa medida, la medida correcta buscada por el
juez en el caso concreto para hacer justicia. Pero también el tiempo es medición,
partición de momentos para dimensionar y porcionar la realidad en espacios
temporales: horas, días, plazos, etcétera.

El orden jurídico organizó y estructuró el derecho procesal usando conceptos


temporales y les otorgó un significado de ordenación, secuencia y oportunidad(5).

Si las normas procesales no usaran conceptos temporales para ordenar la


administración de justicia, no habría una forma organizada de dirimir entuertos y
sin ella tampoco una sociedad viable.

Siendo el derecho judicial una solución racional de los conflictos jurídicos y, en


forma mediata, una innegable herramienta de paz social que está en manos de los
Estados tiene que ser eficaz, o sea, cumplir con la función que le da su existencia,
que no la cumple cuando llega a destiempo(6).

La vital importancia y gravedad de los bienes y valores afectados en el proceso


penal, ya sea para el Estado –aplicación oportuna, justa y proporcional del ius
puniendi a través del debido proceso–, como para el ciudadano –posible afectación
de su libertad, defensa eficaz e irrestricta contra la imputación penal– hacen que
el tiempo insumido por la función jurisdiccional para juzgar una persona en
tiempo razonable sea una ineludible problemática moderna que se fue
positivizando tanto nacional como internacionalmente.

Esta preocupación constante en la búsqueda de la eficacia llevó a que esa


duración temporal tenga tratamiento en las cartas fundamentales de los Estados y
se eleve al rango de garantía de los ciudadanos, integrando el debido proceso
legal constitucional, plasmada en la denominada duración  razonable del proceso,
o en lo que nos importa, el derecho de toda persona acusada de un ilícito a ser
juzgada en un  plazo racional, útil, eficaz y oportuno.

Antecedentes nacionales e internacionales.

Marco legal actual de la Nación

y de la provincia de Buenos Aires

3.a. Nacionales

La norma constitucional en su redacción originaria –1853– no contenía ninguna


regulación sobre duración de los procesos judiciales, ni expresa ni implícitamente.
No obstante, el principio fue reconocido por la Suprema Corte y construido en
algunos momentos como derivado del derecho de defensa y luego como contenido
de la noción del debido proceso legal(7).

Si bien los primeros pronunciamientos fueron concebidos al amparo del proceso


penal, el excesivo tiempo de su duración es algo que atañe a todo proceso(8).

En el célebre caso “Matei” fallado en el año 1968, la CS cuestionó como excesiva la


duración de un proceso como violatorio del debido proceso legal al afirmar: “tanto
el principio de progresividad como el de preclusión reconocen su fundamento en la
necesidad de lograr una justicia rápida dentro de lo razonable, evitando así que los
procesos se prolonguen indefinidamente...” y “...es derecho de todo imputado
lograr un pronunciamiento por parte del órgano judicial que ponga fin a una
situación de incertidumbre frente a la ley y a la sociedad en un plazo razonable,
evitando así que los procesos se prolonguen indefinidamente(9), criterio rector en
la determinación de cuándo la duración de un juicio penal es no irracional”(10).

En la actualidad, con la reforma de la Constitución Nacional de 1994, el plexo de


garantías constitucionales se amplió por la incorporación a la legislación
constitucional de los tratados internacionales por el art. 75, inc. 22, entre los que
se encuentran la Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de San
José de Costa Rica ya comentado, por lo que hoy la protección contra el excesivo
tiempo del proceso constituye una garantía constitucional integrante del debido
proceso legal regulada expresamente.

Asimismo, el art. 15 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires expresa que


“Las causas deberían decidirse en tiempo razonable”, o sea, se colige que en
materia penal el imputado tiene derecho a ser juzgado en plazo razonable.

En lo específico, el art. 2º del cód. procesal penal de la provincia de Buenos Aires


establece en forma expresa la garantía de mentas, y además, su art. 141 establece
2 años como término fatal para terminar la investigación penal preparatoria y la
duración total del proceso si el imputado estuviese privado de su libertad.

Por su parte, el rito nacional directamente no menciona expresamente esta


garantía en su Título I, previendo sólo en su art. 163 la perentoriedad e
improrrogabilidad de los términos, salvo excepción expresa.

3.b. Internacionales

Ya el art. 6º del Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de las


Libertades Fundamentales del año 1950 disponía: “Toda persona tiene derecho a
que su causa sea oída equitativamente, públicamente y dentro de
un plazo razonable”.

El Tribunal Internacional Europeo de Derechos Humanos ha hecho aplicación de


este principio, destacándose entre los primeros el caso “Koning” del año 1998, en
el que en una demanda efectuada por un particular, el tribunal aceptó la
responsabilidad del Estado alemán por violación del art. 6.1 del convenio, al haber
insumido demasiado tiempo el proceso contencioso administrativo contra el
reclamante. Igualmente en el caso “Zimerman” de 1983, en el que se condenó al
Estado suizo. Pero aquí se consideró que el exceso estaba en el tiempo en la
tramitación de un recurso por el Tribunal Federal.

La Convención Americana sobre Derechos Humanos, con jerarquía constitucional


según el art. 75, inc. 22 de la Carta Magna, en sus arts. 7º, inc. 5º, y 8º, ap. 1º y
25 contemplan el derecho al juzgamiento dentro de un  plazo  razonable(11).

Reflexiones sobre el concepto de plazo

4.a. El  plazo y razón

El hombre receptó y utilizó el concepto de “plazo” en el orden legal,


estableciendo porciones de tiempo en normas abstractas que según su ubicación,
tipo y duración reglan distintos aspectos jurídicos de la conducta humana; desde la
manera en que se forma, sanciona, rige y aplica la ley, hasta cuándo y cómo se
deben ejercer los derechos, etcétera.

La aplicación jurídica por excelencia de la noción de  plazo es el  plazo procesal.


Los términos procesales ordenan y estructuran el desarrollo del juicio y dan
precisión a las expectativas de justicia de las partes y a la sociedad en general.
Pero por sobre todo permiten saber y prever cuánto y por cuánto se va a extender
un pleito, en suma, cuándo y cuánto llevará resolver la pretensión del litigante.

Cuando al cumplimiento de los plazos legales se lo combina con la idea de justicia


resulta el “plazo razonable”; ya no sólo es necesario respetar los plazos legales,
sino que la espera por la resolución del caso sea “justa”.

Aquí, a una noción objetiva,  plazo, se le agrega una cualidad humana, que es la
racionalidad.

La razón, junto con la voluntad, es un atributo exclusivamente humano y actúa en


la elección y ponderación de la conducta, permite reflexionar sobre el cómo y el
por qué el hombre hace lo que hace. Con relación al tiempo, el hombre piensa en
cuándo, cuánto y durante qué lapso desarrolla cierta acción. Pero esta capacidad
humana para planificar y valorar pensamientos tiene otro sentido cuando se la usa
en el plano jurídico.

Así es que en su relación con el  plazo legal, la “razón” actúa con sentido de
medida, prudencia y mensuración en el “deber ser” del término procesal(12).
Vemos cómo la “porción de tiempo” reglada legalmente no sólo debe ser justa
cuando se legisla, sino también, y fundamentalmente, cuando se aplica;
el  plazo tiene que ser “razonable” cuando se legisla en abstracto y cuando se
cumple en concreto; o sea, “ajustada” al caso. Vale una reflexión: ¿de qué sirve
tener en abstracto una norma que tutela el  plazo  razonable de detención y
duración del proceso si en concreto, por desidia, omisión o negligencia, no se hace
nada para que dichos  plazos se cumplan?

No basta que las leyes contengan “tiempos” cuya duración a priori es adecuada a
la materia específica, v.gr. duración de proceso, duración de encierro cautelar,
término para dictar la prisión preventiva, tiempo de detención y juzgamiento,
etc.; hace falta que la observancia práctica de los  plazos sea  razonable, sea
justa.

Entonces en el “plazo  razonable” se entrelazan los dos paradigmas de sistemas


jurídicos distintos, o no tanto: por un lado, “lo justo” de nuestro sistema
occidental, “lo  razonable” del sistema anglosajón. De esta síntesis se produce el
“plazo justo”, que es el sentido jurídico que aquí recibe lo “razonable”.

Retomando, derecho y tiempo se entrelazan en una búsqueda común de justicia


para dotar un lapso justo en el encauzamiento y tutela de los intereses sociales.

De esta manera, la duración con que el Poder Judicial trata los derechos debe ser
acorde al sentido de justicia, más allá del espacio temporal que en abstracto
indica la norma: por lo general el cumplimiento del  plazo legal significa justicia,
pero si la índole de la cuestión hace inviable, injusta, utópica o dañosa el estricto
cumplimento de los  plazos, resulta “irrazonable” esperar dicho  plazo legal,
debiendo el juez decidir en un  plazo menor.

Es el caso de la extensión desmesurada e “irrazonable” de la prisión preventiva,


lo que a su vez es consecuencia de la prolongación de los procesos.

Ni qué hablar cuando no se cumplen los plazos legales y se “quiebra” la espera


legítima y “razonable” del ciudadano que ansía la resolución de su pleito. La
duración legal en la tramitación de un litigio se hace trizas cuando se demora o
atrasa injustificadamente la administración de justicia; v.gr. el tiempo que tarda
un preso preventivo en ser juzgado.
El sujeto común sabe que no sólo tiene derecho a una resolución fundada y
acertada técnicamente –justa– sino que esa decisión tiene que ocurrir en
un plazo legal y fáctico razonable, acorde con una duración racional del proceso.

Vemos cómo al tiempo, representado por el plazo legal, le es añadida cierta cuota


de intención, de dirección consciente hacia un fin: que la sentencia sea dictada
con sentido de eficacia, utilidad y oportunidad. El plazo razonable es una porción
“valorativa” de tiempo: el juez puede y debe valorar si su decisión va a satisfacer
la pretensión procesal en el momento en que la parte lo necesita, so pena de que
se produzca un gravamen de difícil o imposible reparación ulterior.

En el fondo, un  plazo “razonable” es un  plazo “justo”; la “racionalidad” mide y


valora la duración del proceso.

A todo evento, y al decir de Palacio “el proceso viene de procedere, que significa


avanzar, marchar hasta un fin determinado, no de una vez, sino a través de
sucesivos momentos”(13); y ese proceder acontece, se estructura estructurado, y
en gran medida es valorado por la dimensión temporal.

Es notorio cómo la dimensión temporal es “pensada” por el hombre e influye


notoriamente en la justicia del caso: una resolución tardía, a “destiempo”, o
en plazo “irrazonable” resulta injusta e irrazonable.

4.b. El  plazo en el proceso penal

En el proceso penal es palmaria la problemática en el cumplimiento de los plazos


judiciales. Por un lado, el Estado tiene el derecho y el deber de ejercer su ius
puniendi en forma expedita procurando investigar, juzgar y eventualmente
castigar los hechos disvaliosos en un plazo razonable, so pena de que prescriba la
acción o la pena impuesta a un ciudadano (art. 59 y concs., CP).

Por el otro, los ciudadanos tienen el derecho a reclamar una resolución en tiempo
útil que defina su situación procesal, que no se prolonguen indefinidamente los
procesos(14) y, en lo que nos importa, ser juzgado sin dilaciones indebidas en
un plazo razonable(15), entre otros derechos referidos al ejercicio constitucional
y oportuno de la potestad punitiva del Estado.

La espera ciudadana y duración del trámite adquieren importancia por los bienes
que se afectan en un proceso penal: la libertad ambulatoria de las personas, la
cual puede afectarse en forma provisoria y cautelar –prisión– o como sanción de
fondo –pena prisión–.

El tiempo que los acusados aguardan la definición de su caso(16), la tensión de sus


familiares, la presión de las víctimas, las vicisitudes de la vida carcelaria, la
hipotética condena y sus consecuencias, son todos factores que hacen extremar los
recaudos para el respeto del plazo razonable de tramitación y juzgamiento del
caso penal, más cuando existe encierro preventivo(17).

Lo dicho no significa una especie de “justicia express” o juzgamiento rápido sin


observar garantías constitucionales: la celeridad judicial debe respetar a rajatabla
el debido proceso y la defensa efectiva y amplia del imputado. Nunca, repito,
nunca, el transcurso del tiempo, el fenecimiento de  plazos, el atraso judicial, o
las limitaciones estatales deben interpretarse en contra del ciudadano. La
aplicación del orden punitivo debe ser oportuna y respetar la defensa efectiva en
juicio.

En lo que nos interesa, el orden jurídico debe estructurar criterios objetivos


suficientes para que la administración de justicia los aplique y dote de eficacia
real al derecho de ser juzgado en  plazo  razonable, y en forma meditar, velar por
la razonabilidad que constitucionalmente debe tener todo acto del Estado, como
el proceso penal.

Ahora bien, para que se respete eficazmente el derecho a ser juzgado en


un plazo razonable, o cuanto menos haya menos posibilidades de conculcarlo, ¿qué
criterios son conducentes para dilucidar la posible irracionalidad en la demora del
juzgamiento?, ¿será una razonabilidad objetiva ligada a un plazo previo, legal e
improrrogable?, ¿o la razonabilidad será producto de una valoración casuística
judicial de criterios legales dependiendo de las particularidades del proceso?; ¿o
será la conjunción de ambos baremos la que asegure al justiciable un juzgamiento
en plazo útil y razonable? ¿Es posible y/o necesario establecer un plazo en
abstracto e integral que sea aplicable a todos los ilícitos, dependiendo de su
gravedad, que asegure al ciudadano su juzgamiento penal en término
improrrogable?

En definitiva: ¿cómo, quién y con qué parámetros se determinará la


“razonabilidad” del plazo de juzgamiento penal como derecho a favor del
imputado y, por vía indirecta, se tenderá al mejoramiento del sistema penal en un
Estado de derecho?

Mediante la explicitación y crítica del modelo adoptado por nuestro Código


Procesal vigente, intentaré brindar algunas respuestas.

Planteo y crítica esquemática a los parámetros para determinar la razonablidad


del plazo para ser juzgado

5.a. Los criterios internacionales y su recepción en el ordenamiento procesal local

La jurisprudencia, local e internacional, sostiene en esencia que la determinación


de la duración de un proceso es facultad de los jueces, que es imposible
establecer ex ante un plazo de días, meses o años con carácter general para todos
los procesos; entonces una correcta evaluación de las particularidades de un caso
exige para dar una solución considerar todas las circunstancias concretas en cada
oportunidad, que han sido resumidas en a) la complejidad del asunto; b) la
actividad procesal del interesado; y c) la conducta de las autoridades judiciales.

En este sentido la Corte Interamericana de Derechos Humanos lo ha explicado, en


relación con el plazo razonable contemplado en el art. 8.1 de la Convención,
estableciendo que “Éste no es un concepto de sencilla definición. Se pueden
invocar para precisarlo los elementos que ha señalado la Corte Europea de
Derechos Humanos en varios fallos en los cuales se analizó este concepto, pues
este artículo de la Convención Americana es equivalente, en lo esencial, al 6º del
Convenio Europeo para la Protección de Derechos Humanos y de las Libertades
Fundamentales. De acuerdo con la Corte Europea, se deben tomar en cuenta tres
elementos para determinar la razonabilidad del plazo en el cual se desarrolla el
proceso: a) la complejidad del asunto; b) la actividad procesal del interesado y c)
la conducta de las autoridades judiciales” (caso “Genie Lacayo”, del 29-1-97,
consid. 77. En el mismo sentido, causa “Suárez Rosero”, del 12-11-97)(18).

Ya vimos, como la Corte Suprema en el caso “Mattei”(19), que la garantía


constitucional de la defensa en juicio incluye el derecho de todo imputado a
obtener un pronunciamiento que, definiendo su posición frente a la sociedad,
ponga término del modo más breve, a la situación de incertidumbre y de
restricción de libertad que comporta el enjuiciamiento penal(20).

Por su parte, en los casos “Firmenich” y “Bramajo”(21) la Corte Nacional


estableció que, además, es imposible que el concepto de “plazo razonable” sea
traducido en un número fijo de días, semanas, de meses o de años, y que su
duración puede variar, por lo que una extensión prolongada puede no ser violatoria
de la garantía si las características del hecho investigado
justifican razonablemente la demora. Aunque admite y reafirma la competencia
judicial de la razonabilidad de la extensión del proceso, a partir del caso
“Kipperband”(22), se expresa la posibilidad de que el legislador establezca  plazos
expresos y perentorios de duración del proceso.

Ahora bien, el Código Procesal de la Provincia de Buenos Aires recepta, en esencia,


los parámetros trazados, ya que en su art. 2º reproduce textualmente la garantía
de mentas(23) y en el art. 141 (según ley 13.943) especifica: A. En caso de que el
imputado esté privado de su libertad, un plazo legal tope de dos años para la
duración del total del proceso(24). B. En caso de suma complejidad, los jueces
apreciarán –en cada caso– la razonabilidad del plazo(25).

Entonces, el art. 2º se aplica en forma general, pero si el imputado está bajo


encierro cautelar, en causa no compleja, sería a priori y objetivamente
irrazonable que la duración total del proceso exceda los dos años. En cambio, si se
determina que la causa es compleja, esté o no el justiciable privado de la libertad,
quedará sujeto a la apreciación judicial si se quebrantó o no, la razonabilidad
del plazo.

Se deduce que, y más allá del insoslayable parámetro objetivo de dos años para la
duración total del proceso, serán los jueces quienes determinan si es
irrazonable o no el  plazo que espera el imputado para ser juzgado.

En el orden nacional, al no contar con criterios expresos y ser ordenatorios todos


los  plazos establecidos, debemos remitirnos a los baremos trazados por la
jurisprudencia ya que, resulta obvio, el derecho a exigir ser juzgado
en  plazo  razonable tiene raigambre constitucional y, por ende, es obligatoria e
ineludible su aplicación.

Vemos que la garantía fue receptada por nuestro ordenamiento jurídico –con
bastante avance en el Rito Penal de la Provincia de Buenos Aires–, pero nos queda
dilucidar si la reglamentación la torna realmente eficaz o la desnaturaliza.

6
Crítica, paradojas y propuestas

6.a. Reparos y criterios a la reglamentación procesal de la garantía

Parecería que el único criterio indiscutible y que determina la fatalidad de


los plazos es si el imputado está o no privado de su libertad.

Empero, si todos los plazos son perentorios e improrrogables a tenor del art. 140,
resulta injusto y erróneo excluir a los imputados no preventivos de los dos años
tope de la duración total del proceso –sea o no un caso complejo– y, por ende, del
derecho a que se lo juzgue dentro de ese plazo. En todo caso todos los ciudadanos
achacados de una conducta ilícita tienen el derecho a ser juzgados en
un  plazo  razonable, especialmente los que están encerrados cautelarmente.

Ya sea porque la garantía del art. 2º es de carácter general y comprensiva de todos


los casos, ya sea porque tiene jerarquía constitucional, entendemos que resulta
arbitrario e ilegal excluir a los imputados no preventivos del  plazo tope de dos
años para ser juzgados, más allá de la eventual complejidad del caso.

A todo evento, la fatalidad de los plazos establecidos en el art. 141 debe aplicarse


a todos los ciudadanos constitucionalmente inocentes sin distinciones, que sólo
resultan lícitas e idóneas para enfatizar y reforzar el derecho a un juzgamiento
en plazo razonable, pero no para excluirlos solapadamente y/o retacearles la
efectiva vigencia de tal garantía.

Asimismo, la fatalidad en cumplimiento de plazos debe significar el decaimiento


liso y llano de la potestad jurisdiccional para aplicar el ius puniendi estatal.
Resulta paradójico e inadmisible que si el Estado –v.gr. Poder Judicial– no pudo
juzgar a un ciudadano en plazo razonable, sea el mismo ciudadano quien deba
cargar con el peso de tal incumplimiento, con la vigencia inoportuna e
irrazonable del proceso que, estoicamente, soporta.

Por ello, es contradictorio y paradojal que la consecuencia que el orden jurídico


prevé ante la supuesta demora irracional en el plazo para ser juzgado, sea
convalidar tal irracionalidad con la continuidad del proceso penal –y, por ende, la
vigencia del poder punitivo– y dirimir en un tiempo inútil e inoportuno, su
responsabilidad penal.

Insisto, el quebranto de un derecho constitucional previsto a favor del imputado


debe repercutir en el órgano autor del incumplimiento –el Estado– y no perjudicar,
so pena de una reglamentación desnaturalizante a quien, supuestamente,
beneficia.

Por lo tanto, más allá de las sanciones y/o sustitución de los fiscales, estimo que
la continuación del proceso penal establecida en el art. 142 del CPPBA altera la
esencia misma de la garantía analizada –art. 28 de la CN a contrario sensu– al
justificar solapadamente una demora irracional del Estado para juzgar a sus
ciudadanos.

Por otro lado, la complejidad del asunto es un baremo de interpretación


restrictiva (art. 3º, CPPBA) y taxativa que debe fincarse y fundarse en criterios
objetivos(26).

Pero, por sobre todo, es imprescindible la fundamentación específica en cada


caso, ya que la sola constatación objetiva de los parámetros reseñados no es
suficiente para acreditar, per se, la razonabilidad del  plazo. Será ineludible
explicitar en qué consiste la complejidad en ese caso concreto y cómo y por qué
tales circunstancias tornarían  razonable o no el  plazo que espera el ciudadano
para ser juzgado. Lo expuesto vale para apreciar otros baremos como la actividad
de los interesados(27), siendo especialmente celoso en la valoración de la
actividad de las autoridades judiciales para valorar eventuales demoras
injustificadas(28).

Las “dilaciones indebidas” a que se refiere el art. 2º del CPP son las que produzca
el Estado por medio de sus órganos jurisdiccionales o del Ministerio Público y
deben interpretarse en forma mesurada, sin acudir a criterios ritualistas o
netamente legitimantes de la activad judicial(29).

Va de suyo que los reparos formulados, y las críticas que se desarrollarán a


continuación valen para el orden nacional, dado que la orfandad de normativa
expresa no justifica un velado incumplimiento por omisión de una garantía
constitucional por el cual, eventualmente, el Estado podría ser responsabilizado
ante Cortes Internacionales(30).

6.b. La insuficiente, paradojal y potencialmente lesiva apreciación judicial de la


razonabilidad

Los baremos reseñados, si bien laxos y posiblemente insuficientes, siempre son


aplicados por el Poder Judicial en una operación propia del sistema anglosajón(31):
la determinación de la razonabilidad de un concepto, v.gr. razonabilidad de la
duración del “plazo” para ser juzgado.

Son los jueces los que caso por caso determinan el proceso en su conjunto, desde
su iniciación hasta el dictado de una sentencia, esto es a lo que se refiere el art.
8.1 de la CADH.

Es que, más allá del plazo de dos años de extensión total del proceso cuando existe
encierro cautelar (art. 141), no existe el establecimiento de un plazo objetivo
(horas, días, meses, años, etc.) en la forma en que todos “ razonablemente” lo
conocemos, que defina, a priori, cuándo deviene irracional la demora del
juzgamiento penal a un ciudadano. Sucede que los tribunales interpretan que
los  plazos son ordenatorios y que el límite máximo sólo viene de la mano de la
casuística del resolver caso a caso, en definitiva, como razonable, con toda la
cuota de arbitrariedad que puede llegar a tener el distinto tratamiento por los
distintos tribunales.

El problema radica en que la forma de concretización judicial de la garantía del


juicio rápido por medio del análisis global del proceso, aplicando los tres criterios –
complejidad, actividad de las partes y conducta de las autoridades–, no da una
respuesta cierta sobre hasta cuándo es el  plazo  razonable que puede durar un
proceso penal, ni siquiera se atrevió a indicar a partir de qué momento
el  plazo se había tornado irrazonable(32).
Entendemos que se afectan claramente los principios de legalidad, pues la garantía
es llenada a posteriori, dentro de flexibles parámetros, variando la incidencia
dada a cada uno de los elementos de acuerdo al caso en concreto y el arbitrio de
los magistrados, lo que hace que cada imputado no llegue a conocer con
efectividad si se encuentra o no su caso dentro de los  plazos  razonables(33), y
lesionando de paso la igualdad ante la ley.

A la incertidumbre propia de la sujeción al proceso penal durante varios años,


debe sumarse que el imputado no conoce cuándo éste concluirá. Además, al ser
casuística la fijación de la “racionalidad” del plazo de juzgamiento, existe una
solapada trasgresión a la igualdad ante la ley penal, ya que los diferentes criterios
pueden variar de tribunal en tribunal; entonces, un imputado vería afectados sus
derechos con un criterio menos favorable.

La insuficiencia y/o laxitud de los baremos existentes y, fundamentalmente, la


diferente interpretación del sentido y alcance de los criterios objetivos delineados
por los tribunales internacionales, la Corte Federal y aun el Código Procesal, hacen
que los tribunales se transformen en un árbitro que, no sólo viene a juzgar su
propio comportamiento procesal, sino que también define las reglas respecto de
este tema, desconociendo a los partícipes del proceso penal cuando se configura
tal situación. Más allá de que la jurisprudencia no haya variado en los últimos años,
nuestra Ley Fundamental obliga a que el juicio previo del art. 18, CN, debe estar
delimitado normativamente, y sólo el legislador tiene tal potestad dentro de
nuestro sistema republicano.

Considero que dentro de nuestro sistema republicano de división de funciones,


dejar en manos del poder judicial la delimitación de un derecho, no es el modo
más indicado para establecer los parámetros de razonabilidad de duración del
proceso penal, “...pues la CN ha delegado en el legislador y no en los jueces la
determinación precisa de todo límite a los derechos individuales”(34).

Además se produce una especie de “autocontrol” o “auto-juzgamiento” impropia


de un sistema republicano: es el mismo poder judicial quien debe resolver la
responsabilidad penal de una persona en  plazo  razonable y, a su vez, controla
y/o determina y/o sanciona las posibles afectaciones a la mentada garantía.

Apoyado en la potestad interpretativa y ante la posibilidad de sanciones por la


configuración de “faltas graves” –y eventuales responsabilidades– se produce una
inequívoca tendencia judicial legitimante de las demoras y retrasos que terminan
justificando el alargamiento de procesos, la justificación de dilaciones y,
consecuentemente, la sistemática vulneración e ineficacia del  plazo  razonable.

Se da una doble paradoja para el justiciable sometido a proceso penal: 1. Es el


mismo órgano estatal –Poder Judicial– el encargado de juzgar en plazo razonable al
ciudadano y, al mismo tiempo, valorar las afectaciones a tal garantía. 2. El
ciudadano soporta siempre la consecuencia de la duración irracional del plazo para
ser juzgado: la extensión en plazo irracional del proceso penal.

6.c. Breve propuesta

Si bien es cierto que “el plazo razonable es una categoría esencialmente fáctica y


casuística, pues un mismo lapso temporal, aun ante igualdad de calificaciones
legales, podría resultar razonable en un expediente e irracional en otro”(35), y que
cualquier norma debe ser interpretada, no lo es menos que se pueden adoptar
mecanismos para precisar lo más posible los criterios legales y disminuir la posible
irracionalidad en la apreciación judicial de la “razonabilidad del plazo”.

La estructura legal vigente es permeable a arbitrariedades judiciales, insuficiente


e ineficaz para asegurar la vigencia efectiva de la garantía de mentas, y
potencialmente afectaciones al principio de legalidad e igualdad ante la ley.

Es viable y conducente proponer la fijación de un  plazo legal objetivo, taxativo,


improrrogable, que teniendo como directriz una proporción de la pena en
expectativa, establezca la duración integral tope para el juzgamiento penal de un
ciudadano. Si transcurrió el “plazo tope” sin juzgamiento habría un indicio grave
e indiscutible de que, en consonancia con los demás baremos, hace objetivo
irrazonable la duración del proceso penal.

Este  plazo previo general será aplicable a todos los imputados, con especial
énfasis a los presos cautelares, y en conjunto con los parámetros objetivos ya
vigentes será una directriz objetiva ineludible que asegure eficazmente, o al
menos disminuya, las reiteradas afectaciones, el derecho indeclinable de una
espera  razonable para el enjuiciamiento penal.

Conclusiones

1. La demora o atraso, o incapacidad estatal para juzgar a una persona en


un plazo razonable no debe ser soportada por el imputado con la continuación
irrazonable e inoportuna del proceso penal.

2. Los criterios objetivos que justifican una elongación del proceso deben
interpretarse taxativa y restrictivamente, fundamentándose en cada caso su
verificación concreta.

3. La estructura legal vigente es permeable a arbitrariedades judiciales,


insuficiente e ineficaz para asegurar la vigencia efectiva de la garantía de mentas,
y potencialmente afectaciones al principio de legalidad e igualdad ante la ley.

4. Gran parte de la dificultad en apreciar las posibles conculcaciones a la garantía


radica en la valoración de un parámetro foráneo a nuestro sistema jurídico:
lo razonable.

5. El orden jurídico debe estructurar criterios objetivos suficientes para que la
administración de justicia los aplique y dote de eficacia real al derecho de ser
juzgado en  plazo  razonable, y en forma meditar, velar por la razonabilidad que
constitucionalmente debe tener todo acto del Estado, como el proceso penal.

6. Para minimizar la posible irracionalidad en la duración del proceso se debe


tender a la especificación de un plazo integral, legal, previo, taxativo,
improrrogable que actúe como tope rector de todos los procesos penales –a modo
de plazo máximo– y asegure la correcta administración jurisdiccional.
voces: proceso penal - acción penal - derechos y garantías constitucionales
- plazo - tratados y convenios - derecho comparado - jurisprudencia - poder
judicial

(1) Ya la recopilación de Justiniano da noticia de una norma que limitaba la


duración del proceso penal a dos años a fin de que no excedan la vida de los
hombres. Daniel Pastor en El plazo razonable en el Estado de Derecho..., cit. por
Grillo Ciocchini, Pablo Agustín en “Debido proceso, plazo razonable y otras
declamaciones”, Debido proceso: realidad y debido proceso. El debido proceso y la
prueba, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni editores, junio de 2003.
(2) El tiempo puede ser tomado como entidad abstracta, como medida, para
identificar épocas o ciclos, para cuantificar su mismo transcurso, como variable de
realidad, como momento u ocasión para realizar cierta acción –oportunidad–;
etcétera. Múltiples aspectos para una relación tan ancestral y compleja, indivisible
y recíproca, pero también cercana y necesaria: derecho y tiempo.
(3) La idea de duración se halla plasmada en casi todas las ramas del derecho, un
acabado ejemplo de esto es el código procesal (en el tema de plazos, incluso
existe un tipo penal que reprime a los jueces que retarden en fallar –
indirectamente protege los términos legales para hacerlo.
(4) Cabe citar a la Dra. Mesutti: “El derecho es medida, en cuatro sentidos al
menos, que van de la norma al tiempo. En derecho se toman “medidas”:
decisiones, reglas de conducta; se habla de medidas de orden público, de medidas
de seguridad, de medidas precautorias (...) En un segundo sentido, más
fundamental, el derecho es instrumento de medida, como lo es la regla que mide y
la balanza que pondera los intereses en conflicto. Del derecho se espera que
evalúe la justa proporción de las relaciones, la importancia de las prestaciones y
de los perjuicios, la igualdad de los derechos y de los deberes, como ya lo señalaba
Aristóteles. Expresión del justo medio, el derecho actúa como medida en su tercer
sentido, que es el del equilibrio, la moderación, la prudencia (jurisprudentia).
Expresión del límite, dice la “justa proporción” de las cosas; y haciendo esto se
opone a la desmesura de la ubris (...) Por último, el derecho es medida en un
cuarto sentido, que enuncia la idea de “temperamento”: en su trabajo de ajuste
permanente, la medida jurídica es ritmo –el ritmo que conviene, la armonía de las
duraciones diversificadas, la elección del momento oportuno, el tiempo acordado a
la marcha de lo social. Demasiado lenta, esta medida provoca frustraciones y nutre
las violencias del mañana; demasiado rápida, genera inseguridad y desalienta la
acción. Tal es la medida del derecho: norma, proporción, límite y ritmo”. Esta
larga cita establece magistralmente la vinculación del derecho con el tiempo a
través del carácter esencial del derecho: su ser medida. Pero el tiempo también en
uno de sus sentidos es medida. La palabra tempus se refiere más a la división del
tiempo que al tiempo mismo. El plural tempora se utilizaba con más frecuencia
que el singular, lo que sugiere una división de los diversos tiempos (Messutti, Ana,
Delito, pena, tiempo, una proporción imposible, publicado en www.eldial.com.ar).
(5) Cabe citar un excelente trabajo de la Dra. Juárez “El proceso judicial,
entendido como el camino que hay que recorrer para llegar a la solución de un
conflicto por medio de la sentencia, consume tiempo, por lo que éste es un
elemento esencial de aquél. Lino Palacio enseña que “proceso viene de procederé
que significa avanzar, marchar hasta un fin determinado, no de una vez, sino a
través de sucesivos momentos”. Por lo que no hay proceso sin tiempo, éste puede
ser menor o mayor en cantidad, según el procedimiento de que se trate, pero
siempre está presente (El tiempo en el proceso civil, por Juana Juárez, publicado
en el suplemento “Administración de Justicia” de la página web
www.eldial.com.ar, en 18-3-08).
(6) Conf. Juárez, Juana, El tiempo..., cit.
(7) Ídem.
(8) En ese orden de ideas Morello expresa que “el concepto de debido proceso
legal se integra con el juzgamiento en un tiempo razonable y sin rigorismos
formales que lo desnaturalicen”. Morello, Augusto, Estudios de derecho procesal,
Buenos Aires, Abeledo Perrot, 20-4-98, pág. 225.
(9) conf. Fallos 272:188, “Matei”.
(10) En procesos no penales, en el caso “Fundación San Martín de Tours del año
1980, en Salvat Editores Argentina S.A. y Vaney c. Huarte del año 1997 la Suprema
Corte expresó: “La garantía de defensa en juicio de debido proceso no se agota en
el cumplimiento formal de los trámites previstos en las leyes adjetivas, sino que se
extiende a la necesidad de obtener una rápida y eficaz decisión judicial que ponga
fin al proceso...” (LL, 1980-C-113, LL, 1983-C3-307, Fallo, 320:2193, Fallo,
320:2193).
(11) La primera de las normas expresa, en lo que nos interesa: “Toda persona tiene
derecho a ser oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo razonable, por
un juez independiente e imparcial establecido con anterioridad por la ley, en la
substanciación de cualquier acusación penal formulada en su contra, o para la
determinación de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de
cualquier otro carácter...”. Mientras que la del art. 25: “Toda persona tiene
derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro recurso efectivo ante los
jueces o tribunales competentes, que los ampare contra actos que violen sus
derechos fundamentales reconocidos por la Constitución, la ley o la presente
Convención, aún cuando tal violación sea cometida por personas que actúen en
ejercicio de sus funciones oficiales. Apunta la Dra. Juárez que “Si bien, el resto del
articulado de la primera de las normas se refiere expresamente a las garantías
judiciales esenciales penales, la claridad de la redacción, no admite duda sobre
que el acceso a la jurisdicción, es para todas las personas y en cualquier clase de
proceso, a pesar de que ni en ésta ni en la del 25 hablen de “duración del proceso
en tiempo razonable” como sí lo hace específicamente, el Pacto, referido al
proceso penal en el art. 7º (conf. Juárez, Juana, El tiempo..., cit.).
(12) Otra vez citamos a la Dra. Mesutti, Temperantia, temperatio, temperare.
Temperare significaba cortar, en el sentido en que se “corta” el vino o se baña el
metal; se trata de dividir pero también de unir, de separar y de mezclar a la vez.
La temperantia es también la medida de moderación. La temperatio es justa
distribución, la proporción adecuada. La acción de temperare significa también
gobernar y regular. Se vuelve así al sentido normativo de regular asociado con la
proporción de una justa división temporal. Las diosas griegas hijas de Zeus y de
Temis, las Horas (Horai) eran tres diosas que personificaban las estaciones, pero
simbolizaban también las virtudes cívicas. Para las estaciones se llamaban: Thallô,
Auxô, Carpô, tres nombres que evocan las ideas de brotar, crecer y fortificar. Para
la vida política se llamaban: Eunomia, Diké y Eirénè. Es decir: disciplina, justicia y
paz. El orden regular de las estaciones se asocia a la concordia en la ciudad. El
tiempo es Templanza. La Templanza (Temperantia), sentada al lado de la Justicia
en la Alegoría del Buen y del Mal Gobierno, en el Palacio Público de Siena,
representa lo que se requiere para un Buen Gobierno: Templanza y Justicia.
Templanza: sabiduría del tiempo; Justicia: sabiduría del derecho. Esta sabiduría
del tiempo y esta sabiduría del derecho tendrían que confluir en una sola: la de la
“justa medida” (Messutti, Ana, Delito, pena, tiempo, una proporción imposible,
publicado en www.eldial.com.ar).
(13) Palacio, Lino Enrique, Manual de derecho procesal civil, Buenos Aires, Abeledo
Perrot, 1997, pág. 51.
(14) Las causas del retardo obedecen a fallas estructurales y a problemas de
coyuntura: falta de personal, fallas edilicias, falta y mala administración de
presupuesto, leyes complejas, aumento de litigiosidad, etcétera.
(15) Tal es la importancia del tema que la Casación Bonaerense resolvió: “No es
posible fijar judicialmente en abstracto un término para
el plazo máximo razonable de duración de la prisión preventiva, siendo de
incumbencia de los jueces su determinación en cada caso particular. En tal
determinación corresponde tener en cuenta que, cuando no medie complejidad en
las causas, la prisión preventiva no puede durar más de dos años hasta la sentencia
no firme del juicio oral, sin computarse en dicho término el tiempo insumido por el
diligenciamiento de prueba fuera de la jurisdicción, los incidentes, los recursos, o
mientras el Tribunal no esté integrado. Que cuando se verifiquen supuestos de
suma complejidad del proceso derivados de la pluralidad de imputados, las
circunstancias del hecho y el concurso de delitos se deberá estar a las previsiones
del ‘plazo razonable’ puntualizado en el art. 2° del CPP, sujeto a la apreciación
judicial en cada caso. Ese plazo razonable será el criterio para establecer la
legitimidad del encarcelamiento en su extensión temporal en la etapa recursiva,
tomándose en cuenta las recomendaciones de los Organismos Internacionales
referidas a: la complejidad del caso; la actividad procesal de las partes; la
conducta de las autoridades judiciales en cuanto hayan implicado dilaciones
indebidas y la proporcionalidad con la pena” (expediente nº 5627 caratulado
“Fiscales ante el Tribunal de Casación solicitan convocatoria a Acuerdo Plenario”).
(16) Más si están encerrados preventivamente.
(17) Insistimos, cada día o semana de morosidad en un proceso penal conspira
contra el tratamiento oportuno de la situación del imputado y la definición de su
caso, sea cual sea su suerte.
(18) Pero tampoco podemos pretender que la especificación total y absoluta
provenga de los Tribunales Internacionales, porque como bien apunta el Dr. Mera:
“No podemos conformarnos con la interpretación realizada de una norma que
pertenece a un texto de carácter constitucional, el lenguaje de esas normas es
lógico que presenten vaguedades e indeterminaciones, nunca un texto de ese tipo
va a determinar los aspectos específicos de un derecho constitucional” y “De tal
manera, debemos descartar que los organismos internacionales de protección de
los derechos humanos puedan dar un contenido más taxativo que el que hasta el
momento han venido realizado con respecto al derecho a un juicio rápido si los
Estados miembros así no lo hacen, su competencia se auto limita en este sentido”
“...los tribunales aplican al enjuiciamiento penal el Derecho procesal penal que
rige en el ámbito del poder soberano que los inviste (lex fori) (...) La razón de esta
reserva reside en la consideración de que la administración de justicia (...) es un
atributo esencial de las soberanías nacionales...” (Mera, Mariano Martín, Breve
análisis de la garantía a obtener un pronunciamiento judicial en
un plazo razonable en materia penal, nota de fondo de www.diariojudicial.com.ar,
30-8-07).
(19) Fallos: 272:188.
(20) Ello fue reafirmado por el Máximo Tribunal al resolver en el caso “Amadeo de
Roth”, en donde sostuvo el voto mayoritario que “debe reputarse incluido en la
garantía de la defensa en juicio y reconocido en el art. 14, ap. 3°, inc. c, del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos, que tiene jerarquía constitucional, el
derecho de todo imputado a obtener, después de un juicio tramitado en legal
forma, un pronunciamiento, que definiendo su situación frente a la ley y a la
sociedad, ponga término, del modo más rápido posible, a la situación de
incertidumbre y de innegable restricción de la libertad que comporta el
enjuiciamiento penal”. Además, agregaron en su voto los doctores Petracchi y
Boggiano que la garantía de obtener un pronunciamiento judicial sin dilaciones
indebidas deriva del art. 18 de la Constitución Nacional y del art. 8°, inc. 1° de la
Convención Americana de Derechos Humanos.
(21) Fallos: 310:1476, 319:1840 respectivamente.
(22) Fallos: 322:360.
(23) Tal vez esta recepción es redundante, ya que al igual que las garantías
contenidas en el art. 1º están todas establecidas en los pactos internacionales que
forman parte de nuestra Constitución Nacional y por ende, de aplicación
obligatoria, más allá de que estén o no expresamente previstas en los ritos
procesales.
(24) En rigor de verdad determina la “fatalidad” de los plazos para cumplir la
investigación penal y el proceso –que lógicamente– incluye el juzgamiento o cuanto
menos la resolución definitiva de la situación procesal del imputado.
(25) Coincidimos con el Dr. Mera en que la apreciación caso por caso de la
razonabilidad del plazo para ser juzgado resulta un halo paternalista, a veces
omnipotente, que terminó encubriendo el fenómeno contrario, ya que quienes son
llamados a cumplir un límite, en nombre del respeto a las garantías tienden a
definir las características de su propio deber. El resultado al que durante los
últimos 50 años se ha llegado sólo constituye un estándar flexible donde la decisión
final corresponde a los mismos encargados de cumplir esos plazos (conf. Mera,
Mariano Martín, Breve análisis de la garantía..., cit.).
(26) Aunque fueron hechas sobre la anterior versión del art. 141, valen las
aclaraciones del Dr. Sal Llargués en el Plenario que estableció los criterios para
una duración razonable del encierro preventivo “La previsión del segundo párrafo
de dicha norma, que contempla situaciones en que medie pluralidad de imputados
o supuestos de ‘suma complejidad’ que remite a la del art. 2º antes citado y que
excepciona estos casos del término establecido en el primer párrafo, debe
interpretarse restrictivamente (art. 3º, CPP) y reservarse a los casos que escapen
al dato de normalidad vinculando a varios imputados y múltiples hechos de tal
entidad que revelen imposibilidad manifiesta de sujetarse a los plazos fatales que
el rito fija como regla para el desarrollo de la investigación penal preparatoria y el
debate” (voto del Dr. Sal Llargués en el Plenario dictado el 30-11-06).
(27) Entendemos que la actividad procesal del interesado como baremo para
valorar si es razonable o no la espera para ser juzgado, en especial el ejercicio de
sus derechos recursivos previo al debate, nunca debe servir encubiertamente para
coartar o retacear el legítimo ejercicio de su defensa material. V.gr. una tardanza
judicial desmesurada para resolver los planteos impugnaticios pre-debate no puede
ser tomada en contra del imputado ni para legitimar una actividad irregular de la
función jurisdiccional, más allá de que los recursos no se computan para los
términos fatales según el art. 141.
(28) No se puede poner igual énfasis en valorar la actividad de un ciudadano que se
defiende ante una acusación que el aparato Estatal prestador de la función
jurisdiccional y, a priori, con todos los medios para asegurar que las personas sean
juzgadas en un plazo razonable.
(29) Acota el Dr. Sal Llargués: “No se podría razonablemente beneficiar a la
defensa material o técnica que acudiera a esas” dilaciones “para luego hacerlas
valer a su favor” y “La noción de “dilación indebida “tiene necesariamente que ver
con la excedencia del término que el rito fije para cada etapa del proceso a cada
uno de los intervinientes.– Esa noción de excedencia del límite que la ley establece
para las diferentes etapas del proceso es la que delimita el plazo razonable que –
así– será el que se ajuste a la estimación que el legislador ha hecho respecto del
tiempo máximo en que habrán de cumplirse los ritos que ha establecido en
garantía de las partes” (voto del Dr. Sal Llargués en el Plenario dictado el 30-11-
06).
(30) Por supuesto que la función orientadora de las decisiones de tales organismos
para nuestros tribunales es de una importancia innegable, más cuando nuestra CS
ha establecido reiteradamente desde el caso “Ekmedjian c. Sofovich” de 1992 que
las decisiones de los organismos en cuanto a la inteligencia e interpretación de las
normas previstas en las convenciones internacionales a las que nuestro Estado ha
adherido deben ser seguidas por nuestros tribunales, caso contrario podría
hacernos incurrir en responsabilidad en sede internacional.
(31) Bien apunta el Dr. Mera: “entonces no se extraña la constante remisión de los
tribunales al decidir los casos a sus propios precedentes, algo más propio del
common law que de nuestro sistema jurídico para decidir si es razonable o no
el plazo que aguarda una persona para ser juzgada” (Mera, Breve análisis de la
garantía..., cit.). Más propio y acorde con nuestro sistema continental europeo
sería el establecimiento de un plazo legal objetivo, integral e improrrogable.
(32) Conf. Dr. Mera, Breve análisis de la garantía..., cit.
(33) En definitiva, el arbitrio judicial determinará a su gusto lo que crea correcto o
no. Chiara Díaz ha comentado al respecto que “la propia Corte (...) ha incorporado
requisitos para que pueda ser realidad aquello de que la investigación no deba
superar un término razonable, agregando situaciones que son difíciles de
cuantificar en concreto y que la dejan librada un poco a la discrecionalidad o al
arbitrio judicial...” (Código de Procedimiento Penal de la Provincia de Buenos Aires
comentado, Buenos Aires, Rubinzal-Culzoni, 1997, en especial ver pág. 25).
(34) En sentido análogo se expresa el Dr. Sal Llargués: “Ahora bien, es mi opinión
que conforme el principio de división de poderes de nuestro sistema republicano
de gobierno (art. 5º, CN) no es competencia de este Poder Judicial, sino del
Legislativo, el dictado de ‘normas’ que ‘reglamenten’ las garantías establecidas en
los pactos internacionales (conf. art. 75, incs. 12, 22 y especialmente 23, en
cuanto lo faculta a legislar a efectos de garantizar el pleno goce de los derechos
reconocidos por los tratados internacionales vigentes sobre derechos humanos),
por lo que no podría en esta sede –se refiere al Poder Judicial– dictarse una ‘norma
reglamentaria’ como la pretendida sin lesionar el principio constitucional aludido”
(Plenario del 30-11-06).
(35) Voto del Dr. Violini en el Plenario “Tribunal de Casación solicitan convocatoria
a Acuerdo Plenario”, Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires –
en pleno–, 30-11-06.

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