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Sumarios
Introducción
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El tiempo y el derecho: una relación tan compleja como necesaria
No hay realidad humana que no sea abarcada por la dimensión temporal, todos
nuestros actos son alcanzados y dimensionados en un tiempo dado. El derecho
como ideación de reglas dirigidas al actuar humano, no es la excepción.
Hay múltiples aspectos para una relación tan ancestral y compleja, indivisible y
recíproca, pero también cercana y necesaria: derecho y tiempo.
El orden jurídico creado por y para los hombres se desarrolla forzosamente, como
toda realidad humana, en un tiempo dado; las normas, de alguna manera,
estructuran los tiempos de las personas en sociedad y viceversa, la noción de
tiempo se inmiscuye en las leyes para darles vigencia, certeza y, lo más
importante, certidumbre.
3.a. Nacionales
3.b. Internacionales
Aquí, a una noción objetiva, plazo, se le agrega una cualidad humana, que es la
racionalidad.
Así es que en su relación con el plazo legal, la “razón” actúa con sentido de
medida, prudencia y mensuración en el “deber ser” del término procesal(12).
Vemos cómo la “porción de tiempo” reglada legalmente no sólo debe ser justa
cuando se legisla, sino también, y fundamentalmente, cuando se aplica;
el plazo tiene que ser “razonable” cuando se legisla en abstracto y cuando se
cumple en concreto; o sea, “ajustada” al caso. Vale una reflexión: ¿de qué sirve
tener en abstracto una norma que tutela el plazo razonable de detención y
duración del proceso si en concreto, por desidia, omisión o negligencia, no se hace
nada para que dichos plazos se cumplan?
No basta que las leyes contengan “tiempos” cuya duración a priori es adecuada a
la materia específica, v.gr. duración de proceso, duración de encierro cautelar,
término para dictar la prisión preventiva, tiempo de detención y juzgamiento,
etc.; hace falta que la observancia práctica de los plazos sea razonable, sea
justa.
De esta manera, la duración con que el Poder Judicial trata los derechos debe ser
acorde al sentido de justicia, más allá del espacio temporal que en abstracto
indica la norma: por lo general el cumplimiento del plazo legal significa justicia,
pero si la índole de la cuestión hace inviable, injusta, utópica o dañosa el estricto
cumplimento de los plazos, resulta “irrazonable” esperar dicho plazo legal,
debiendo el juez decidir en un plazo menor.
Por el otro, los ciudadanos tienen el derecho a reclamar una resolución en tiempo
útil que defina su situación procesal, que no se prolonguen indefinidamente los
procesos(14) y, en lo que nos importa, ser juzgado sin dilaciones indebidas en
un plazo razonable(15), entre otros derechos referidos al ejercicio constitucional
y oportuno de la potestad punitiva del Estado.
La espera ciudadana y duración del trámite adquieren importancia por los bienes
que se afectan en un proceso penal: la libertad ambulatoria de las personas, la
cual puede afectarse en forma provisoria y cautelar –prisión– o como sanción de
fondo –pena prisión–.
Se deduce que, y más allá del insoslayable parámetro objetivo de dos años para la
duración total del proceso, serán los jueces quienes determinan si es
irrazonable o no el plazo que espera el imputado para ser juzgado.
Vemos que la garantía fue receptada por nuestro ordenamiento jurídico –con
bastante avance en el Rito Penal de la Provincia de Buenos Aires–, pero nos queda
dilucidar si la reglamentación la torna realmente eficaz o la desnaturaliza.
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Crítica, paradojas y propuestas
Empero, si todos los plazos son perentorios e improrrogables a tenor del art. 140,
resulta injusto y erróneo excluir a los imputados no preventivos de los dos años
tope de la duración total del proceso –sea o no un caso complejo– y, por ende, del
derecho a que se lo juzgue dentro de ese plazo. En todo caso todos los ciudadanos
achacados de una conducta ilícita tienen el derecho a ser juzgados en
un plazo razonable, especialmente los que están encerrados cautelarmente.
Por lo tanto, más allá de las sanciones y/o sustitución de los fiscales, estimo que
la continuación del proceso penal establecida en el art. 142 del CPPBA altera la
esencia misma de la garantía analizada –art. 28 de la CN a contrario sensu– al
justificar solapadamente una demora irracional del Estado para juzgar a sus
ciudadanos.
Las “dilaciones indebidas” a que se refiere el art. 2º del CPP son las que produzca
el Estado por medio de sus órganos jurisdiccionales o del Ministerio Público y
deben interpretarse en forma mesurada, sin acudir a criterios ritualistas o
netamente legitimantes de la activad judicial(29).
Son los jueces los que caso por caso determinan el proceso en su conjunto, desde
su iniciación hasta el dictado de una sentencia, esto es a lo que se refiere el art.
8.1 de la CADH.
Es que, más allá del plazo de dos años de extensión total del proceso cuando existe
encierro cautelar (art. 141), no existe el establecimiento de un plazo objetivo
(horas, días, meses, años, etc.) en la forma en que todos “ razonablemente” lo
conocemos, que defina, a priori, cuándo deviene irracional la demora del
juzgamiento penal a un ciudadano. Sucede que los tribunales interpretan que
los plazos son ordenatorios y que el límite máximo sólo viene de la mano de la
casuística del resolver caso a caso, en definitiva, como razonable, con toda la
cuota de arbitrariedad que puede llegar a tener el distinto tratamiento por los
distintos tribunales.
Este plazo previo general será aplicable a todos los imputados, con especial
énfasis a los presos cautelares, y en conjunto con los parámetros objetivos ya
vigentes será una directriz objetiva ineludible que asegure eficazmente, o al
menos disminuya, las reiteradas afectaciones, el derecho indeclinable de una
espera razonable para el enjuiciamiento penal.
Conclusiones
2. Los criterios objetivos que justifican una elongación del proceso deben
interpretarse taxativa y restrictivamente, fundamentándose en cada caso su
verificación concreta.
5. El orden jurídico debe estructurar criterios objetivos suficientes para que la
administración de justicia los aplique y dote de eficacia real al derecho de ser
juzgado en plazo razonable, y en forma meditar, velar por la razonabilidad que
constitucionalmente debe tener todo acto del Estado, como el proceso penal.