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DEBIDO PROCESO
Adelina Loianno
1.- Introducción
Es casi un paradigma que se incorpora de inmediato en quien estudia derecho, aceptar
que “la Justicia tiene sus propios tiempos”. Para aclarar más el sentido de la frase, se agrega que
“los tiempos que rigen los intereses de las personas” o “los tiempos de la política” casi nada
tienen en común con los de la Justicia. Como consecuencia de la aplicación de este concepto,
tradicionalmente ha sido justificado que el trámite de un proceso judicial se extienda en el
tiempo con independencia de las necesidades de las partes e incluso al margen del interés del
Estado en resolver los conflictos en tiempo prudente.
Es cierto que los códigos procesales se han ocupado del problema del tiempo en el
proceso y que incluso la reglamentación del funcionamiento de los tribunales ha fijado términos
en los cuales deben cumplirse los actos procesales a cargo de los magistrados. Pero la realidad
nos muestra una morosidad exasperante, generalmente injustificada, donde el tiempo se
derrocha inexplicablemente mientras fuera del tribunal las comunicaciones son instantáneas, los
negocios se consolidan a distancia sin que las personas que los celebran siquiera se conozcan,
los documentos se firman digitalmente, los bienes se compran o se venden varias veces mientras
en el juicio se está discutiendo el alcance de los derechos del primer propietario, etc.
Aquello que Morello ha llamado “el tiempo muerto del proceso”1 parece no preocupar
demasiado a quienes tienen la responsabilidad de agilizar el camino de las partes hacia la
solución de sus conflictos en tiempo apto para que el resultado llegue en el momento oportuno.
El concepto tradicional del debido proceso no incluía entre sus requisitos esenciales el
de consumarse en un plazo razonable, tal vez porque cuando se elaboraron constitucionalmente
sus reglas2 no había una preocupación concreta en tal sentido: O los procesos tenían una
duración lógica o era ajeno al interés del Estado el momento en que los jueces decidieran
definitivamente la solución de un conflicto.
Incluso actualmente la doctrina procesal se divide entre quienes entienden que el
proceso no puede sujetarse a tiempos predeterminados porque son las partes las que disponen de
los tiempos del proceso y aquellos que incorporan la razonabilidad de su duración como un
derecho humano3.
2
El constitucionalismo liberal reflejado en las primeras constituciones (fines del siglo XVIII) elaboró el
concepto del proceso desde su condición de garantía, deteniéndose fundamentalmente en aspectos
procedimentales relacionados con la “defensa en juicio”. La noción de “due process of law” tiene su
génesis en la Carta Magna de 1215 y se declara como principio en la 15º enmienda de la Constitución de
los Estados Unidos. Pero en realidad el calificativo “debido” responde a una concepción moderna que se
desarrolla a partir de los tratados internacionales sobre derechos humanos, en los que se pone el acento en
el derecho de acceso a la jurisdicción y en las condiciones en que se cumple el proceso, sin perjuicio de
mantenerse como garantía.
3
Para un mayor desarrollo ver Gozaíni Osvaldo A. Problemas actuales del derecho procesal. FUNDap,
Mexico 2002
4
Chiovenda Giuseppe, Principios de Derecho Procesal Civil. Madrid, 1977 tomo l.
Es que incluso cuando las normas procesales establecen mecanismos que permiten
acelerar tiempos, precisar la duración de las etapas procesales o sancionar las demoras
injustificadas; son con frecuencia los mismos operadores del derecho quienes omiten ejercitar
las competencias que los autorizan a dirigir el comportamiento de los que protagonizan el
proceso5.
Desde esta perspectiva, la excesiva duración de un proceso resulta inevitable y deja de
ser un valor a preservar. Tampoco constituye un requisito esencial del debido proceso.
7.- Conclusión
¿Existe un derecho subjetivo, autónomo, a ser juzgado u obtener una sentencia en un
plazo razonable?.
Entendemos que no es este el sentido del párrafo 1º del art 8 CADH. El “derecho a ser
oído dentro del un plazo razonable” se presenta como uno de los requisitos esenciales del
debido proceso legal, en materia penal, civil, laboral, fiscal o cualquier otra (tal como indica el
mismo artículo). Es decir que se trata de un requisito sustancial de “todo proceso judicial” que
se suma a los demás en un plano de igualdad.