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La intuición intelectual en Spinoza

María Jimena Solé (UBA-Conicet)

La ciencia intuitiva (scientia intuitiva) irrumpe en el desarrollo


de la argumentación de la Ética de manera sorpresiva. En el segundo
escolio de la proposición 40 de la segunda parte, Spinoza recapitula
lo demostrado en las proposiciones anteriores e introduce esta no-
ción novedosa, al exponer su doctrina de los tres géneros de cono-
cimiento. Existen, según él, tres maneras diferentes en que se ejerce
la potencia pensante del alma humana. A las dos primeras maneras
de ejercer esta potencia Spinoza había hecho referencia ya a lo largo
de las proposiciones precedentes. En primer lugar, la imaginación,
que consiste en la formación de ideas de las afecciones corporales
producidas en virtud de la experiencia sensible o mediante signos, y
de ideas universales que surgen por abstracción a partir de las ante-
riores.1 En segundo lugar, la razón, que consiste en la formación de
las denominadas “nociones comunes”, aquello que es común a todas
las cosas y que está igualmente en la parte y en el todo.2 Finalmente,
Spinoza postula la existencia de un tercer género de conocimiento,
la ciencia intuitiva, que según es presentada en este escolio de la
Ética, “progresa a partir de la idea adecuada de la esencia formal
de ciertos atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la
esencia de las cosas”.3
El hecho de que Spinoza no realice ninguna referencia a la cien-
cia intuitiva antes de este escolio y el hecho de que la definición con
la cual la presenta allí sea oscura, pueden motivar en el lector cierta
confusión. Pero más allá del desconcierto generado por la sorpresiva
irrupción de un misterioso tercer género de conocimiento, la ciencia
intuitiva se revela como problemática y genera resistencia en el lec-
tor de la Ética, al menos en conexión con dos aspectos.
Un primer problema es la relación entre este tercer género de
conocimiento y los otros dos, pero particularmente con la razón.
En efecto, parecería ser que la ciencia intuitiva, que logra acceder
1 
Cf. E II, 16 a 31.
2 
Cf. E II, 38 y cor.
3 
E II, 40, esc. 2.

205
a la esencia de la sustancia y a las esencias de las cosas particula-
res, supera al conocimiento racional que consiste únicamente en la
formación de las nociones comunes, transformándose de este modo
en el auténtico órgano de la filosofía. Esto permitiría sospechar que
Spinoza podría estar invitando a sus lectores a abandonar la filosofía
hecha a fuerza de razón demostrativa para postular la existencia de
un acceso directo e inmediato a la esencia de lo real, que fácilmente
podría ser interpretado como una experiencia mística, una vivencia
interior, inefable, intransferible, incomunicable. Esta interpretación,
que haría de la ciencia intuitiva una invitación a pasar a un plano
que podríamos denominar no-racional, se revela como sumamente
problemática en el contexto de una filosofía que toda la tradición
ha etiquetado como racionalista y que se declara explícitamente
heredera de los principios de Descartes, quien había reivindicado
esta facultad como universalmente compartida por todos los seres
humanos y como el único modo de acceso a la verdad.
Además, existe otro factor, extraño al sistema y al orden de la
argumentación del propio Spinoza y, por así decir, de acción retro-
activa, que contribuye a la problematicidad de la noción de intuición
intelectual. Como se sabe, poco más de cien años después de la ges-
tación de la Ética, la intuición intelectual fue transformada por Kant
en algo así como un tabú filosófico. En efecto, Kant rechaza la intui-
ción intelectual pues, según él, ésta implica afirmar que es posible el
conocimiento de algo que no puede darse en la experiencia. Frente
a esta pretensión que según Kant es reivindicada por dogmáticos,
soñadores y fanáticos, la Crítica de la razón pura establece termi-
nantemente que sólo existe y sólo puede existir una intuición empí-
rica, que tiene lugar “en la medida en que el objeto nos es dado”.4
Pero un objeto únicamente puede sernos dado a nosotros, los seres
humanos, sostiene Kant, si afecta de algún modo nuestro espíritu o
nuestra psiquis. Por lo tanto, los noúmenos o cosas en sí, en la medi-
da en que jamás pueden darse en la experiencia, se encuentran más
allá de los límites del ejercicio de la razón humana. De esta manera,
la existencia y la esencia de la divinidad son territorios en los que el
conocimiento humano jamás puede adentrarse.

4 
Kant, Crítica de la razón pura, trad. de Rivas, Buenos Aires, Alfaguara, 1997,
p. 65 (KrV A 19/B 33).

206
El objetivo de las próximas páginas es examinar problemática-
mente la noción de ciencia intuitiva tal como Spinoza la presenta
en su Ética, teniendo en mente tanto la posterior negación por parte
de Kant de la existencia de una intuición intelectual por significar
una extralimitación de las facultades humanas del conocimiento así
como la problemática relación que, al interior del sistema spinozia-
no, se establece entre este tercer género de conocimiento y la razón.
Como conclusión de este análisis, propondré una interpretación de
la ciencia intuitiva que, a mi juicio, evita ciertas dificultades y pone
en evidencia el lugar fundamental que ella ocupa en el edificio doc-
trinal de la Ética.

I. La definición

Como se mencionó ya, el segundo escolio de la proposición 40


de la segunda parte de la Ética se limita a afirmar que la intuición in-
telectual procede “de la idea adecuada de la esencia formal de cier-
tos atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la esencia
de las cosas”. Si bien esta definición puede ser y ha sido considerada
como críptica y oscura por los intérpretes de Spinoza,5 adelanta va-
rios aspectos fundamentales que permiten caracterizar a la ciencia
intuitiva y distinguirla de los otros dos géneros de conocimiento.
En primer lugar, al definir la ciencia intuitiva de esta manera,
Spinoza indica una direccionalidad propia de este modo de conocer.
La ciencia intuitiva consiste en un proceder que va del conocimiento
de la causa –ciertos atributos de la sustancia, que expresan su esen-
cia eterna e infinita– al conocimiento de sus efectos –las esencias de
las cosas particulares–.
En segundo lugar, Spinoza afirma que se trata de un conocimien-
to adecuado, es decir, verdadero, lo cual significa que representa
5 
Podría afirmarse en este punto con Géroult, que la oscuridad es inevitable,
pues se trata sencillamente de una anticipación que no pretende agotar el asunto
(cf. Geroult, M., Spinoza II, L’ame, París, Aubier, 1974, p. 383). Según Mache-
rey, esta definición es intencionalmente misteriosa pues este género de conoci-
miento no puede ser explicado en ese momento de la deducción y únicamente
cumple la función de despertar la curiosidad del lector (cf. Macherey, Introduc-
tion a l’Étique de Spinoza. La deuxième partie – La réalité mental, PUF, París,
1997, pp. 318–9).

207
las cosas tal como son en la realidad.6 En este sentido, la ciencia
intuitiva se opone a la imaginación, que se compone de ideas inade-
cuadas y es, por lo tanto, la única causa de la falsedad en la men-
te humana.7 Pero este mismo aspecto la equipara con la razón. En
efecto, Spinoza sostiene que el segundo y el tercer género ofrecen
un conocimiento necesariamente verdadero, pues ambos géneros se
componen de ideas adecuadas.8
Finalmente, en tercer lugar, esta definición establece que la cien-
cia intuitiva permite conocer las esencias, tanto de Dios como de
las cosas singulares o particulares.9 De modo que, a diferencia de
la razón que consiste en un conocimiento adecuado de las nociones
comunes, las cuales “no constituyen la esencia de ninguna cosa
singular”10, la ciencia intuitiva sí brinda un acceso adecuado a la
realidad concreta, esto es, a la esencia de la sustancia y las esencias
de los modos finitos que se siguen de ella.

Antes de concluir el escolio donde aparece esta definición que


estamos analizando, Spinoza introduce el ejemplo ya célebre del
cuarto número proporcional para ilustrar la naturaleza propia de
cada género de conocimiento. Si bien este ejemplo puede gene-
rar, al igual que la definición examinada, cierta perplejidad en los
lectores,11 añade otras dos características específicas de la ciencia
intuitiva. En su ejemplo, Spinoza compara los tres géneros de co-
nocimiento con las diferentes maneras en que, dados tres números,
6 
Acerca de la noción de verdad y su relación con la noción de adecuación en
Spinoza, véanse E II, def. 4 y E II prop. 34. De esto se sigue que tanto la razón
como la ciencia intuitiva consideran la realidad como necesaria y no como con-
tingente. Sin embargo, a diferencia de la razón que únicamente lo hace “bajo
cierta especie de eternidad” (E II, 44, cor. 2; subrayado mío), la ciencia intuitiva
logra captar la necesidad de las cosas verdaderamente, tal como es en sí, en la
medida en que depende de la naturaleza eterna de Dios.
7 
Cf. E II, 41.
8 
Cf. E II, 41.
9 
En E V, 36, esc. Spinoza caracteriza la ciencia intuitiva como un conocimien-
to de cosas singulares.
10 
E II, 37.
11 
Macherey sostiene que el ejemplo contribuye a oscurecer el concepto de
ciencia intuitiva y que esto se debe a que Spinoza pretende únicamente desper-
tar la curiosidad del lector y no a explicar esta noción en este lugar de la Ética
(Cf. Macherey, op. cit., p. 322–3).

208
puede obtenerse el cuarto número proporcional. Reproduzco el pa-
saje completo:

Dados tres números, se trata de obtener un cuarto que sea al ter-


cero como el segundo es al primero. Los mercaderes no dudan
en multiplicar el segundo por el tercero y dividir el producto por
el primero, y ello, o bien porque no han echado en olvido aún lo
que aprendieron, sin demostración alguna de su maestro, o bien
porque lo han practicado muchas veces con números muy senci-
llos, o bien por la fuerza de la demostración de la proposición 19
del Libro 7 de Euclides, a saber, por la propiedad común de los
números proporcionales. Ahora bien, cuando se trata de núme-
ros muy sencillos, nada de esto es necesario. Por ejemplo: dados
los números 1, 2 y 3, no hay nadie que no vea que el cuarto nú-
mero proporcional es 6, y ello con absoluta claridad, porque de
la relación que, de una ojeada (uno intuitu), vemos que tienen el
primero con el segundo, concluimos el cuarto.12

De este ejemplo se sigue que, según Spinoza, la imaginación es


como el proceder de los mercaderes que, confiando en su memoria,
realizan mecánicamente la operación de multiplicar el segundo nú-
mero por el tercero y dividir el producto por el primero. El resultado
puede ser correcto, pero lo es por azar, pues depende de la correcta
aplicación de la regla mnemotécnica. La razón, por su parte, es com-
parable al proceder de aquellos que encuentran el número buscado
realizando esa misma operación, pero no de manera mecánica sino
porque conocen la propiedad común de los números proporcionales
tal como Euclides la ha demostrado. La ciencia intuitiva, en cambio,
es comparada por Spinoza con la operación que se realiza cuando
se trata de números muy sencillos y no es necesario acudir ni a la
memoria ni a la fuerza de la demostración euclidiana.
Esta explicación pone en evidencia una de las principales carac-
terísticas de la ciencia intuitiva. A diferencia de la razón que forma
nociones comunes y concluye otras nociones a partir de ellas por
medio de demostraciones y silogismos, la intuición intelectual se
revela como un conocimiento inmediato de la verdad. Esto permite
precisar la definición anterior y evitar un equívoco: si bien la ciencia

12 
E II, 40, esc. 2.

209
intuitiva es un proceder que parte de la idea adecuada de la esencia
de la sustancia –de sus atributos– y accede al conocimiento de las
esencias de las cosas, este proceder no es deductivo, no presenta pa-
sos intermedios ni proposiciones generales, sino que debe entender-
se como una captación inmediata de las esencias de cosas singulares
en la medida en que dependen ontológicamente de la esencia de la
sustancia, así como, dado el número 3, la captación del número 6
depende de la captación intuitiva de la proporción entre 1 y 2.13
Pero además, el ejemplo de los números proporcionales pone en
evidencia que, contrariamente a lo que el lector de la Ética podría
sospechar, este tercer género es el más fácil de adquirir. “No hay na-
die que no vea”, dice Spinoza, la relación proporcional entre núme-
ros sencillos. No requiere de ninguna enseñanza previa, de ningún
aprendizaje ni estudio. Simplemente se presenta, sin más, a la mente
de cualquier ser humano.

Queda así expuesta la noción de ciencia intuitiva como un co-


nocimiento adecuado de la esencia de la sustancia y de las esencias
particulares de las cosas como efectos de esa esencia sustancial, que
es, además, inmediato y el más fácil de adquirir.
Pero esta definición no es suficiente para afirmar su existencia.
Es necesaria, pues, una fundamentación de la ciencia intuitiva. Spi-
noza debe mostrar, a continuación, que esta capacidad efectivamen-
te existe en toda mente humana.

II. Fundamentación y consecuencias

Spinoza ofrece la fundamentación de la ciencia intuitiva a lo


largo de tres proposiciones, antes de finalizar la segunda parte de
la Ética. La proposición 45 establece que “cada idea de un cuerpo
cualquiera, o de una cosa singular existente en acto, implica nece-
sariamente la esencia eterna e infinita de Dios.”14 Esta proposición
se basa en dos elementos centrales de la primera parte: el axioma 4,
que establece que el conocimiento del efecto depende del conoci-
miento de la causa y lo implica, y la proposición 15, que establece
13 
Cf. Géroult, op. cit., p. 385.
14 
E II, 45.

210
que Dios todo lo que es, es en Dios y que sin Dios nada puede ser
ni concebirse. La proposición siguiente, la 46, establece, en fun-
ción de la conexión que existe entre el conocimiento de las causas
y sus efectos, que el conocimiento de la esencia eterna e infinita de
Dios está “implícito en toda idea”15 y afirma que es necesariamente
adecuado y perfecto. Spinoza concluye de allí en la proposición 47
que “el alma humana tiene un conocimiento adecuado de la eterna e
infinita esencia de Dios”.16 Mediante sus ideas, la mente humana se
percibe a sí misma, a su cuerpo y a los cuerpos exteriores como exis-
tentes en acto, y tal como se estableció antes, estas ideas implican el
conocimiento adecuado de la esencia de la sustancia, en la medida
en que son sus efectos. “Según esto,” afirma Spinoza en el escolio,
“vemos que la esencia infinita de Dios y su eternidad, son conocidas
de todos.” Y establece que de tal conocimiento podemos “deducir
muchísimas cosas que conoceremos adecuadamente”, formando así
el tercer género de conocimiento, cuya existencia había adelantado
en E II, 40, esc. 2 y de cuya excelencia y utilidad promete hablar en
la quinta parte.17
Este conjunto de proposiciones, en las que Spinoza fundamenta
la existencia de la ciencia intuitiva en la mente humana, permite ex-
traer algunas conclusiones respecto de este género de conocimiento
y de su lugar en el sistema spinoziano.

Queda claro a partir de esto, en primer lugar, que la ciencia intui-


tiva podría denominarse una “exigencia del sistema”. Su presencia
entre las potencias pensantes de la mente se sigue necesariamente
de la ontología spinoziana. En efecto, son los fundamentos de la
ontología desarrollada en Ética I, que establecen la inmanencia de
la sustancia en el universo y la conexión causal entre ese universo
existente en acto en la duración y la esencia eterna e infinita de la
sustancia y de las cosas singulares, los que conducen necesariamen-
te a postular esta intuición intelectual de la esencia de Dios como
implícita en toda idea que represente algo existente en acto y, por lo
tanto, como presente en todas las mentes que sean capaces de captar
cualquier idea de algo existente en acto. No se trata, por lo tanto, de

15 
E II, 46.
16 
E II, 47.
17 
Véase E V, 10, 18, 20, esc. y 36, esc.

211
un añadido extraño al sistema que Spinoza haya utilizado para dar
un cierre a su obra ni un elemento introducido subrepticiamente, sin
justificación.
Además, esto revela que la ciencia intuitiva de ningún modo re-
presenta una renuncia al conocimiento filosófico, sino que, por el
contrario, es el elemento que lo hace posible, es su condición de po-
sibilidad. Porque si conocer es, según Spinoza, conocer las causas,
si la definición más perfecta es aquella que revela su origen y genera
el objeto frente a los ojos de quien la piensa, entonces la ciencia in-
tuitiva es la condición de posibilidad de que eso ocurra, en la medida
en que consiste en el acceso a la causa primera de toda la realidad
–causa de la cual todo lo demás depende y se sigue.
En tercer lugar, y en conexión con lo anterior, la ciencia intui-
tiva, si bien es denominado por Spinoza como el tercer género de
conocimiento, se revela como el más originario. No puede, pues,
pensarse –como algunos lo han hecho– que la formación de la idea
de la sustancia sea el resultado de un proceso de perfeccionamiento
gradual de la mente, que ha de pasar por las etapas del primer y del
segundo género de conocimiento.18 La ciencia intuitiva se encuentra
presente en todas las mentes humanas de manera originaria, sin im-
portar el grado de perfeccionamiento que esa mente haya alcanzado.
Está ahí, latente, implícito, pero siempre cumpliendo con su función
de ser la condición de posibilidad del conocimiento y, por lo tanto,
el saber originario.

III. Ciencia intuitiva y proyecto ético

Ahora bien, si esto es así, entonces surge otro problema. La cues-


tión de la posibilidad de que el ser humano acceda intelectualmente
a la esencia de Dios queda resuelta y la pregunta que surge es, en
cierto sentido, la opuesta: si toda idea de una cosa existente en acto

18 
Macherey y Allison afirman la necesidad de que la razón realice una tarea
preparatoria para la ciencia intuitiva (cf. Macherey, op. cit., p. 347 y Allison,
Benedict De Spinoza: An Introduction, Yale University Press, 1987, p. 118).
Macherey sugiere incluso que ambos géneros de conocimiento se superponen
en un punto y que hay ciertas ideas que participan tanto de uno como de otro
(cf. Macherey, op. cit., p. 355).

212
–o sea, prácticamente cualquiera de nuestras ideas– implica la idea
verdadera de la esencia de Dios ¿por qué no somos todos sabios?
¿Por qué no poseemos efectivamente el conocimiento verdadero de
la esencia de Dios y de todas las cosas que conforman el universo y
se siguen de su esencia eterna e infinita?
Spinoza responde explícitamente a esta objeción en el escolio
de E II, 47 y su respuesta apunta a la tensión entre la finitud y la
infinitud –tensión que atraviesa toda la ontología spinoziana– y que
aquí se revela bajo la forma de la oposición entre la ciencia intui-
tiva y la imaginación. Spinoza indica dos motivos que conducen a
que los seres humanos no conozcan clara y distintamente la idea de
Dios. En primer lugar, dice, los seres humanos no pueden imaginar a
Dios. En segundo lugar, a pesar de ello, han unido ciertas imágenes
a ese nombre que oscurecen su idea, en vez de ayudar a la mente a
captarla.19
El problema es que esto, el hecho de que los seres humanos in-
tenten unir imágenes con el nombre de Dios para representárselo
sensiblemente, es, según reconoce Spinoza, inevitable, dado que los
hombres se encuentran constantemente afectados por cuerpos exte-
riores.20 Es pues, la finitud humana lo que se patentiza en el hecho de
que la imaginación –ese primer género de conocimiento que brinda
el acceso al mundo que nos rodea y nos informa acerca del estado
actual de nuestro cuerpo, y que sin embargo no nos provee más que
de ideas oscuras y confusas que pueden dar lugar a la falsedad, a
los prejuicios y errores– domina la mayor parte de su mente. Sin
duda, este hecho inevitable constituye un obstáculo para que los se-
res humanos accedan a la realidad tal como es, lo cual explica que
no seamos sabios, a pesar de estar ya necesariamente en posesión de
la idea verdadera de la esencia de la sustancia en la medida en que
todas o casi todas nuestras ideas remiten a ella como su causa y su
fundamento.

Esta situación paradójica a la que conduce el examen de la in-


tuición intelectual, permite comprender el auténtico sentido del
proyecto ético de Spinoza. La ética spinoziana no consiste sino en
denunciar estos mecanismos mediante los cuales los prejuicios se
19 
Cf. E II, 47, esc.
20 
Cf. ibid.

213
apoderan de la mente humana e indicar el modo para deshacerse
de ellos y descubrir en sí misma esa verdad última, y primera, que
permite ver la realidad tal como es, realizar las conexiones causales
necesarias, reconocerse como parte de la totalidad. Como se sabe, el
ejercicio de este conocimiento verdadero coincide, según la doctrina
spinoziana, con el fin ético de la libertad, la virtud y la felicidad. Y
por eso, es el conocimiento el camino que Spinoza propone como la
vía para la conquista de nuestro fin ético. Pero no un conocimiento
en el sentido de buscar algo que no se posee, el conocimiento enten-
dido como la generación de ideas a partir de la nada, sino más bien
como la tarea de depurar el entendimiento como la vía que conduci-
rá al ejercicio pleno de la ciencia intuitiva.
Así pues, sólo gracias a la conexión ontológica originaria que
existe entre el ser humano finito y la sustancia infinita en la que
existe, puede postularse como posible, como realizable el fin éti-
co de la libertad, la virtud y la felicidad. Realizarlo, sin embargo,
consiste en el difícil camino de reformar el propio entendimiento,
camino en el cual –ahora sí– el segundo género de conocimiento
quizás puede jugar un papel preparatorio. Pues la razón permite, en
un primer momento, distinguir lo verdadero de lo falso, las ideas
claras y distintas de las oscuras y confusas. Transitar el camino de
depuración del propio entendimiento propuesto por la Ética consis-
te, pues, en un esfuerzo constante por desafiar la propia finitud. La
ciencia intuitiva se revela, pues, como la condición de posibilidad
del conocimiento y, además, como la condición que hace posible
todo su proyecto ético.

IV. La ciencia intuitiva como experiencia

El interrogante que quisiera plantear para concluir –al que inevi-


tablemente conduce no sólo la exposición spinoziana de esta noción,
sino también la discusión que se generó en torno a ella durante los
años posteriores y especialmente al rechazo de esta noción por parte
de Kant, a lo cual hice referencia al comienzo del trabajo– es el
siguiente: ¿Qué es la ciencia intuitiva? Sabemos que en Spinoza los
denominados géneros de conocimiento no son facultades del alma
que produzcan ideas sino sencillamente los nombres que se le ad-

214
judican a ciertos conjuntos de ideas presentes en la mente humana,
según sus características comunes.21 La ciencia intuitiva no es, pues,
una facultad en el sentido tradicional sino simplemente las ideas que
la conforman: la idea de Dios y las ideas de las esencias singula-
res que se siguen de aquella. La pregunta por la ciencia intuitiva se
transforma, pues, en esta otra: ¿Qué es la esencia de Dios? Se trata
de plantear la pregunta acerca de cuál es efectivamente el contenido
de la idea adecuada que la intuición intelectual provee de la esencia
de Dios y el planteo apunta, ciertamente, a la dificultad de concebir
el acceso a la totalidad, a lo absoluto, al ser originario. ¿Cómo con-
cebimos a Dios o la sustancia o la naturaleza de manera inmediata,
originaria, sin intervención de imágenes de la imaginación ni con-
ceptos del entendimiento?
En la definición 6 de la primera parte de la Ética, Spinoza presen-
ta a Dios como “un ser absolutamente infinito, esto es, una sustan-
cia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa
una esencia eterna e infinita”. Pero esta definición, que caracteriza a
Dios como una sustancia –o sea, un ser que es en sí y se concibe por
sí– absolutamente infinita, no nos informa efectivamente acerca de
su esencia, acerca de eso a lo que accedemos mediante la intuición
intelectual.
Para responder a este interrogante propongo considerar un
elemento al que Spinoza mismo hace referencia en E II, 45, esc.
Spinoza aclara allí que al afirmar que la idea de la esencia de Dios
está implicada en las ideas de las cosas existentes en acto, no se
refiere a la existencia en la duración, sino a la naturaleza misma de
la existencia, “que se atribuye a las cosas singulares porque de la
eterna necesidad de la naturaleza de Dios se siguen infinitas cosas
de infinitos modos”22.
Sabemos que los modos se encuentran atravesados por una doble
causalidad: en la medida en que son existentes en la duración, son
efectos y causas de otros infinitos modos finitos, determinándose
mutuamente a existir y a obrar de cierta manera; pero en la medi-
da en que son en Dios, los modos se siguen de la necesidad de la
naturaleza de la sustancia. A esta segunda lógica causal es a la que
se refiere este escolio, cuando afirma que “la fuerza en cuya virtud
21 
Cf. E II, 49, esc.
22 
E II, 45, esc.

215
cada una de ellas [las cosas singulares] persevera en la existencia se
sigue de la eterna necesidad de la naturaleza de Dios”.23
Así pues, según la lectura que aquí propongo, la ciencia intuiti-
va permite acceder a la sustancia en la medida en que es la fuerza
en cuya virtud las cosas singulares perseveran en la existencia. Se
trata, entonces, de concebir a Dios estrictamente como la causa in-
manente de todo, como ese poder infinito del que todo se sigue,
como la potencia absoluta de producir el universo a la que Spinoza
hace referencia en las últimas proposiciones de la primera parte de
la Ética.24 Se trata de esa potencia que cada ser humano finito expe-
rimenta también en sí mismo, aunque de manera limitada, como su
esencia actual, su deseo o conatus.25

Pensar la intuición intelectual de este modo, como la captación


de la potencia divina que produce el universo y vivifica a cada uno
de los seres que lo componen, permite evitar el error de considerarla
como la captación teórica, conceptual, de un determinado ente, de
una cosa o de una idea que habría que considerar como suprasensi-
ble y supraerracional. Se trata, pues, del acceso a una esencia que es
la absoluta productividad de sí misma y de un universo, pero que no
se encuentra en un más allá, sino de la cual los seres humanos parti-
cipamos –en el sentido más propio de ser parte. La ciencia intuitiva
es, por lo tanto, el acceso a la sustancia en la medida en que ésta es
una energía, una acción infinita que no se distingue del universo que
produce, sino que lo vivifica, lo habita, lo recorre como el funda-
mento inmanente de toda la realidad.
En este sentido, la quinta parte de la Ética parece confirmar que
la ciencia intuitiva se asemeja más a una experiencia que no involu-
cra tanto la capacidad teórica de conocer de los seres humanos, sino
que se trata de una experiencia principalmente práctica, ética. Como
se sabe, Spinoza sostiene allí que “nos deleitamos con todo cuanto
entendemos según el tercer género de conocimiento, y ese deleite va
acompañado por la idea de Dios como causa suya”.26 Por lo tanto,
afirma, del tercer género de conocimiento brota necesariamente un

23 
E V, 29 retoma esta idea.
24 
“La potencia de Dios es su esencia misma”, dice E I, 34.
25 
Cf. E III, 7 y 9.
26 
E V, 32

216
amor intelectual hacia Dios.27 La experiencia que es la ciencia intui-
tiva se traduce, pues, como una experiencia afectiva.
Queda abierta, pues, la cuestión de si es pertinente la crítica
kantiana, si se entiende la intuición intelectual spinoziana tal como
acabo de proponer.

27 
Cf. E V, 32, cor.

217

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