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a la esencia de la sustancia y a las esencias de las cosas particula-
res, supera al conocimiento racional que consiste únicamente en la
formación de las nociones comunes, transformándose de este modo
en el auténtico órgano de la filosofía. Esto permitiría sospechar que
Spinoza podría estar invitando a sus lectores a abandonar la filosofía
hecha a fuerza de razón demostrativa para postular la existencia de
un acceso directo e inmediato a la esencia de lo real, que fácilmente
podría ser interpretado como una experiencia mística, una vivencia
interior, inefable, intransferible, incomunicable. Esta interpretación,
que haría de la ciencia intuitiva una invitación a pasar a un plano
que podríamos denominar no-racional, se revela como sumamente
problemática en el contexto de una filosofía que toda la tradición
ha etiquetado como racionalista y que se declara explícitamente
heredera de los principios de Descartes, quien había reivindicado
esta facultad como universalmente compartida por todos los seres
humanos y como el único modo de acceso a la verdad.
Además, existe otro factor, extraño al sistema y al orden de la
argumentación del propio Spinoza y, por así decir, de acción retro-
activa, que contribuye a la problematicidad de la noción de intuición
intelectual. Como se sabe, poco más de cien años después de la ges-
tación de la Ética, la intuición intelectual fue transformada por Kant
en algo así como un tabú filosófico. En efecto, Kant rechaza la intui-
ción intelectual pues, según él, ésta implica afirmar que es posible el
conocimiento de algo que no puede darse en la experiencia. Frente
a esta pretensión que según Kant es reivindicada por dogmáticos,
soñadores y fanáticos, la Crítica de la razón pura establece termi-
nantemente que sólo existe y sólo puede existir una intuición empí-
rica, que tiene lugar “en la medida en que el objeto nos es dado”.4
Pero un objeto únicamente puede sernos dado a nosotros, los seres
humanos, sostiene Kant, si afecta de algún modo nuestro espíritu o
nuestra psiquis. Por lo tanto, los noúmenos o cosas en sí, en la medi-
da en que jamás pueden darse en la experiencia, se encuentran más
allá de los límites del ejercicio de la razón humana. De esta manera,
la existencia y la esencia de la divinidad son territorios en los que el
conocimiento humano jamás puede adentrarse.
4
Kant, Crítica de la razón pura, trad. de Rivas, Buenos Aires, Alfaguara, 1997,
p. 65 (KrV A 19/B 33).
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El objetivo de las próximas páginas es examinar problemática-
mente la noción de ciencia intuitiva tal como Spinoza la presenta
en su Ética, teniendo en mente tanto la posterior negación por parte
de Kant de la existencia de una intuición intelectual por significar
una extralimitación de las facultades humanas del conocimiento así
como la problemática relación que, al interior del sistema spinozia-
no, se establece entre este tercer género de conocimiento y la razón.
Como conclusión de este análisis, propondré una interpretación de
la ciencia intuitiva que, a mi juicio, evita ciertas dificultades y pone
en evidencia el lugar fundamental que ella ocupa en el edificio doc-
trinal de la Ética.
I. La definición
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las cosas tal como son en la realidad.6 En este sentido, la ciencia
intuitiva se opone a la imaginación, que se compone de ideas inade-
cuadas y es, por lo tanto, la única causa de la falsedad en la men-
te humana.7 Pero este mismo aspecto la equipara con la razón. En
efecto, Spinoza sostiene que el segundo y el tercer género ofrecen
un conocimiento necesariamente verdadero, pues ambos géneros se
componen de ideas adecuadas.8
Finalmente, en tercer lugar, esta definición establece que la cien-
cia intuitiva permite conocer las esencias, tanto de Dios como de
las cosas singulares o particulares.9 De modo que, a diferencia de
la razón que consiste en un conocimiento adecuado de las nociones
comunes, las cuales “no constituyen la esencia de ninguna cosa
singular”10, la ciencia intuitiva sí brinda un acceso adecuado a la
realidad concreta, esto es, a la esencia de la sustancia y las esencias
de los modos finitos que se siguen de ella.
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puede obtenerse el cuarto número proporcional. Reproduzco el pa-
saje completo:
12
E II, 40, esc. 2.
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intuitiva es un proceder que parte de la idea adecuada de la esencia
de la sustancia –de sus atributos– y accede al conocimiento de las
esencias de las cosas, este proceder no es deductivo, no presenta pa-
sos intermedios ni proposiciones generales, sino que debe entender-
se como una captación inmediata de las esencias de cosas singulares
en la medida en que dependen ontológicamente de la esencia de la
sustancia, así como, dado el número 3, la captación del número 6
depende de la captación intuitiva de la proporción entre 1 y 2.13
Pero además, el ejemplo de los números proporcionales pone en
evidencia que, contrariamente a lo que el lector de la Ética podría
sospechar, este tercer género es el más fácil de adquirir. “No hay na-
die que no vea”, dice Spinoza, la relación proporcional entre núme-
ros sencillos. No requiere de ninguna enseñanza previa, de ningún
aprendizaje ni estudio. Simplemente se presenta, sin más, a la mente
de cualquier ser humano.
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que Dios todo lo que es, es en Dios y que sin Dios nada puede ser
ni concebirse. La proposición siguiente, la 46, establece, en fun-
ción de la conexión que existe entre el conocimiento de las causas
y sus efectos, que el conocimiento de la esencia eterna e infinita de
Dios está “implícito en toda idea”15 y afirma que es necesariamente
adecuado y perfecto. Spinoza concluye de allí en la proposición 47
que “el alma humana tiene un conocimiento adecuado de la eterna e
infinita esencia de Dios”.16 Mediante sus ideas, la mente humana se
percibe a sí misma, a su cuerpo y a los cuerpos exteriores como exis-
tentes en acto, y tal como se estableció antes, estas ideas implican el
conocimiento adecuado de la esencia de la sustancia, en la medida
en que son sus efectos. “Según esto,” afirma Spinoza en el escolio,
“vemos que la esencia infinita de Dios y su eternidad, son conocidas
de todos.” Y establece que de tal conocimiento podemos “deducir
muchísimas cosas que conoceremos adecuadamente”, formando así
el tercer género de conocimiento, cuya existencia había adelantado
en E II, 40, esc. 2 y de cuya excelencia y utilidad promete hablar en
la quinta parte.17
Este conjunto de proposiciones, en las que Spinoza fundamenta
la existencia de la ciencia intuitiva en la mente humana, permite ex-
traer algunas conclusiones respecto de este género de conocimiento
y de su lugar en el sistema spinoziano.
15
E II, 46.
16
E II, 47.
17
Véase E V, 10, 18, 20, esc. y 36, esc.
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un añadido extraño al sistema que Spinoza haya utilizado para dar
un cierre a su obra ni un elemento introducido subrepticiamente, sin
justificación.
Además, esto revela que la ciencia intuitiva de ningún modo re-
presenta una renuncia al conocimiento filosófico, sino que, por el
contrario, es el elemento que lo hace posible, es su condición de po-
sibilidad. Porque si conocer es, según Spinoza, conocer las causas,
si la definición más perfecta es aquella que revela su origen y genera
el objeto frente a los ojos de quien la piensa, entonces la ciencia in-
tuitiva es la condición de posibilidad de que eso ocurra, en la medida
en que consiste en el acceso a la causa primera de toda la realidad
–causa de la cual todo lo demás depende y se sigue.
En tercer lugar, y en conexión con lo anterior, la ciencia intui-
tiva, si bien es denominado por Spinoza como el tercer género de
conocimiento, se revela como el más originario. No puede, pues,
pensarse –como algunos lo han hecho– que la formación de la idea
de la sustancia sea el resultado de un proceso de perfeccionamiento
gradual de la mente, que ha de pasar por las etapas del primer y del
segundo género de conocimiento.18 La ciencia intuitiva se encuentra
presente en todas las mentes humanas de manera originaria, sin im-
portar el grado de perfeccionamiento que esa mente haya alcanzado.
Está ahí, latente, implícito, pero siempre cumpliendo con su función
de ser la condición de posibilidad del conocimiento y, por lo tanto,
el saber originario.
18
Macherey y Allison afirman la necesidad de que la razón realice una tarea
preparatoria para la ciencia intuitiva (cf. Macherey, op. cit., p. 347 y Allison,
Benedict De Spinoza: An Introduction, Yale University Press, 1987, p. 118).
Macherey sugiere incluso que ambos géneros de conocimiento se superponen
en un punto y que hay ciertas ideas que participan tanto de uno como de otro
(cf. Macherey, op. cit., p. 355).
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–o sea, prácticamente cualquiera de nuestras ideas– implica la idea
verdadera de la esencia de Dios ¿por qué no somos todos sabios?
¿Por qué no poseemos efectivamente el conocimiento verdadero de
la esencia de Dios y de todas las cosas que conforman el universo y
se siguen de su esencia eterna e infinita?
Spinoza responde explícitamente a esta objeción en el escolio
de E II, 47 y su respuesta apunta a la tensión entre la finitud y la
infinitud –tensión que atraviesa toda la ontología spinoziana– y que
aquí se revela bajo la forma de la oposición entre la ciencia intui-
tiva y la imaginación. Spinoza indica dos motivos que conducen a
que los seres humanos no conozcan clara y distintamente la idea de
Dios. En primer lugar, dice, los seres humanos no pueden imaginar a
Dios. En segundo lugar, a pesar de ello, han unido ciertas imágenes
a ese nombre que oscurecen su idea, en vez de ayudar a la mente a
captarla.19
El problema es que esto, el hecho de que los seres humanos in-
tenten unir imágenes con el nombre de Dios para representárselo
sensiblemente, es, según reconoce Spinoza, inevitable, dado que los
hombres se encuentran constantemente afectados por cuerpos exte-
riores.20 Es pues, la finitud humana lo que se patentiza en el hecho de
que la imaginación –ese primer género de conocimiento que brinda
el acceso al mundo que nos rodea y nos informa acerca del estado
actual de nuestro cuerpo, y que sin embargo no nos provee más que
de ideas oscuras y confusas que pueden dar lugar a la falsedad, a
los prejuicios y errores– domina la mayor parte de su mente. Sin
duda, este hecho inevitable constituye un obstáculo para que los se-
res humanos accedan a la realidad tal como es, lo cual explica que
no seamos sabios, a pesar de estar ya necesariamente en posesión de
la idea verdadera de la esencia de la sustancia en la medida en que
todas o casi todas nuestras ideas remiten a ella como su causa y su
fundamento.
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apoderan de la mente humana e indicar el modo para deshacerse
de ellos y descubrir en sí misma esa verdad última, y primera, que
permite ver la realidad tal como es, realizar las conexiones causales
necesarias, reconocerse como parte de la totalidad. Como se sabe, el
ejercicio de este conocimiento verdadero coincide, según la doctrina
spinoziana, con el fin ético de la libertad, la virtud y la felicidad. Y
por eso, es el conocimiento el camino que Spinoza propone como la
vía para la conquista de nuestro fin ético. Pero no un conocimiento
en el sentido de buscar algo que no se posee, el conocimiento enten-
dido como la generación de ideas a partir de la nada, sino más bien
como la tarea de depurar el entendimiento como la vía que conduci-
rá al ejercicio pleno de la ciencia intuitiva.
Así pues, sólo gracias a la conexión ontológica originaria que
existe entre el ser humano finito y la sustancia infinita en la que
existe, puede postularse como posible, como realizable el fin éti-
co de la libertad, la virtud y la felicidad. Realizarlo, sin embargo,
consiste en el difícil camino de reformar el propio entendimiento,
camino en el cual –ahora sí– el segundo género de conocimiento
quizás puede jugar un papel preparatorio. Pues la razón permite, en
un primer momento, distinguir lo verdadero de lo falso, las ideas
claras y distintas de las oscuras y confusas. Transitar el camino de
depuración del propio entendimiento propuesto por la Ética consis-
te, pues, en un esfuerzo constante por desafiar la propia finitud. La
ciencia intuitiva se revela, pues, como la condición de posibilidad
del conocimiento y, además, como la condición que hace posible
todo su proyecto ético.
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judican a ciertos conjuntos de ideas presentes en la mente humana,
según sus características comunes.21 La ciencia intuitiva no es, pues,
una facultad en el sentido tradicional sino simplemente las ideas que
la conforman: la idea de Dios y las ideas de las esencias singula-
res que se siguen de aquella. La pregunta por la ciencia intuitiva se
transforma, pues, en esta otra: ¿Qué es la esencia de Dios? Se trata
de plantear la pregunta acerca de cuál es efectivamente el contenido
de la idea adecuada que la intuición intelectual provee de la esencia
de Dios y el planteo apunta, ciertamente, a la dificultad de concebir
el acceso a la totalidad, a lo absoluto, al ser originario. ¿Cómo con-
cebimos a Dios o la sustancia o la naturaleza de manera inmediata,
originaria, sin intervención de imágenes de la imaginación ni con-
ceptos del entendimiento?
En la definición 6 de la primera parte de la Ética, Spinoza presen-
ta a Dios como “un ser absolutamente infinito, esto es, una sustan-
cia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa
una esencia eterna e infinita”. Pero esta definición, que caracteriza a
Dios como una sustancia –o sea, un ser que es en sí y se concibe por
sí– absolutamente infinita, no nos informa efectivamente acerca de
su esencia, acerca de eso a lo que accedemos mediante la intuición
intelectual.
Para responder a este interrogante propongo considerar un
elemento al que Spinoza mismo hace referencia en E II, 45, esc.
Spinoza aclara allí que al afirmar que la idea de la esencia de Dios
está implicada en las ideas de las cosas existentes en acto, no se
refiere a la existencia en la duración, sino a la naturaleza misma de
la existencia, “que se atribuye a las cosas singulares porque de la
eterna necesidad de la naturaleza de Dios se siguen infinitas cosas
de infinitos modos”22.
Sabemos que los modos se encuentran atravesados por una doble
causalidad: en la medida en que son existentes en la duración, son
efectos y causas de otros infinitos modos finitos, determinándose
mutuamente a existir y a obrar de cierta manera; pero en la medi-
da en que son en Dios, los modos se siguen de la necesidad de la
naturaleza de la sustancia. A esta segunda lógica causal es a la que
se refiere este escolio, cuando afirma que “la fuerza en cuya virtud
21
Cf. E II, 49, esc.
22
E II, 45, esc.
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cada una de ellas [las cosas singulares] persevera en la existencia se
sigue de la eterna necesidad de la naturaleza de Dios”.23
Así pues, según la lectura que aquí propongo, la ciencia intuiti-
va permite acceder a la sustancia en la medida en que es la fuerza
en cuya virtud las cosas singulares perseveran en la existencia. Se
trata, entonces, de concebir a Dios estrictamente como la causa in-
manente de todo, como ese poder infinito del que todo se sigue,
como la potencia absoluta de producir el universo a la que Spinoza
hace referencia en las últimas proposiciones de la primera parte de
la Ética.24 Se trata de esa potencia que cada ser humano finito expe-
rimenta también en sí mismo, aunque de manera limitada, como su
esencia actual, su deseo o conatus.25
23
E V, 29 retoma esta idea.
24
“La potencia de Dios es su esencia misma”, dice E I, 34.
25
Cf. E III, 7 y 9.
26
E V, 32
216
amor intelectual hacia Dios.27 La experiencia que es la ciencia intui-
tiva se traduce, pues, como una experiencia afectiva.
Queda abierta, pues, la cuestión de si es pertinente la crítica
kantiana, si se entiende la intuición intelectual spinoziana tal como
acabo de proponer.
27
Cf. E V, 32, cor.
217