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Créditos

Traducido por Sna

Corregido por charisen

Revisado por Dardar

Diseño de portada y plantilla por Dardar

Título original Ms. Evans

Editado por Xenite4Ever 2020

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Índice

Sinopsis capítulo 8
Nota de la autora capítulo 9
capítulo 1 capítulo 10
capítulo 2 capítulo 11
capítulo 3 capítulo 12
capítulo 4 capítulo 13
capítulo 5 capítulo 14
capítulo 6 Biografía de la
autora
capítulo 7
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Sinopsis

Reagan es una joven adolescente que juega softbol en la


escuela. La llegada de una nueva profesora y, a la vez, entrenadora, la
señora Evans va a cambiar su vida. La relación entre ambas va a
desvelar a Reagan su propia identidad sexual. Este descubrimiento va
acarrear toda una serie de perjuicios en el entorno de ambas.

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Nota de la autora:
Esta historia es muy especial para mí. Está escrita para todas las
jóvenes que alguna vez se sintieron perdidas en un mundo que se negó
a comprenderlas. Para cada jovencita que se enamoró de una mujer
especial en su vida. Y lo más importante, para los profesores en todo el
mundo. Su impacto e influencia en la vida de cada joven no solo es
importante, sino que también se recuerda con frecuencia. Gracias.

También un gran agradecimiento a C.W. por su interminable


estímulo, apoyo y edición.

Hay una breve cantidad de violencia sexual en esta historia.

Si tiene alguna pregunta o comentario, envíeme un correo


electrónico a midnitenyx@aol.com

La siguiente historia contiene personajes que son ficticios. Sin


embargo, la mayor parte de la historia, es cierta.

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Capítulo 1
Afuera cae la lluvia, su ritmo constante me recuerda el pasado.
Pienso en ella ahora cuando me siento aquí sola, salvo por mis perros
que yacen a mis pies. Me miran con ojos tristes y aburridos, sabiendo
que hoy no saldrán a explorar.

Así que me siento aquí pensativa, analizando tanto el presente,


como el pasado. Abro la tapa de mi computadora portátil, habiendo
releído mi email. Ella me había contestado rápidamente, y mi cabeza
todavía se sentía mareada por nuestra reciente conversación
telefónica. No había oído su voz en mucho tiempo. Diez años. Diez años
esperando, preguntándome, queriendo. Ella había sido mi amiga, mi
entrenadora, mi primer amor. La lluvia continúa cayendo mientras me
reclino en mi sillón y recuerdo cuando nos vimos por primera vez. No
parece que fuera tanto tiempo. Y sin embargo, fue toda una vida.

En la primavera de 1992 tenía quince años. Joven y atlética, una


entusiasta soñadora, una romántica incorregible que sentía pasión por
el arte. Ese año también fue una época de autodescubrimiento, una
época en que lo que sentía y lo que pensaba chocaron con los que me
rodeaban. Obligándome a madurar y tomar decisiones que cambiarían
mi vida para siempre. Y todo comenzó con el inicio de la temporada de
softbol1 en la escuela secundaria.

Recuerdo el primer día de entrenamiento de ese año. El césped


todavía no se había regenerado del frío del invierno mientras caminaba
hacia el campo. La emoción me recorrió y estaba ansiosa por empezar.
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Softbol: Juego muy parecido al béisbol por ser una derivación suave del mismo.
El deporte siempre había sido una gran salida para mí y el softbol no era
una excepción. No podía esperar a escuchar el golpe del bate, para
sentir las costuras ásperas de la pelota en mi mano.

Caminé con los campos de softbol a mi izquierda, y seguí todo


recto, necesitando cambiarme a mi ropa de entrenamiento antes de la
práctica. Mi cabeza zumbaba con la adrenalina y estaba muy nerviosa,
sabiendo que pronto iba a enfrentarme al equipo que el año anterior
había terminado segundo en el estado. Todas las chicas eran mayores,
juniors y seniors. Y yo era un estudiante de segundo año, el miembro más
nuevo del equipo. Había escuchado todo acerca de este equipo y
sabía sobre sus estrechos lazos y su pequeña camarilla. Sabiendo que lo
más probable era que me rechazaran, respiré hondo y me dirigí ansiosa
hacia el pabellón. El edificio era un gran vestuario ubicado entre el
campo de fútbol y los campos de softbol. Con la excepción de la
temporada de softball, era utilizado principalmente por los chicos. Pero
a medida que me acercaba, supe por las risitas y los chillidos que en ese
momento las chicas llevaban la batuta.

Nadie se fijó en mí cuando entré y no estaba segura de sí siquiera


quería ser notada. Me dirigí a un banco en silencio, abriéndome camino
entre varias chicas que hablaban y se reían, andando por ahí con sus
sostenes deportivos y poniéndose los pantalones cortos.

Nerviosa, me senté, busqué en mi bolso y comencé a vestirme. A


mi lado estaba sentada Tiffany, una joven que parecía tener 25 años.
Hace unas semanas acababa de terminar de jugar baloncesto con ella
y sabía que era educada y entregada. Media un metro setenta y siete
centímetros y estaba llena de músculos sólidos. Era, por lo general,
relativamente tranquila y enfocada en el juego, pero no muy sociable.
Si hubiera contado con ella como una aliada, me habría
decepcionado. Rara vez hablaba con alguien.
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Me puse la camisa y metí mi mochila en una taquilla vacía. Aun
cuando nadie me había hablado, me sentía extrañamente ansiosa,
como si estuviera siendo observada desde todos los ángulos. Con mi
corazón latiendo con fuerza, me puse en pie por un momento y traté de
mantener la calma, examinando despreocupadamente al resto de las
chicas. Todas tenían apodos entre ellas y observé en silencio mientras
continuaban y hacían payasadas. Un par de ellas llamaron mí atención
y se detuvieron para susurrar y reír. Con mi cara enrojecida y temiendo
el resentimiento que seguramente vendría, rápidamente me dirigí a la
puerta. Una compañera de clase inferior no tenía cabida en el equipo
universitario. Y me recordé una vez más, que este iba a ser un largo
camino por recorrer.

Salí del pabellón con un suspiro de alivio y caminé al aire fresco


del desierto. Inhalé el aroma de mi guante de cuero y permití que me
consolara, calmando temporalmente mi ansiedad. Sonreí, observando
a mis amigas y troté hacia ellas. Estaban colocadas en círculo en el
campo de la J.V.2, estirándose y hablando. Me uní a ellas y al instante
me sentí en paz, olvidando momentáneamente que estaba en el
equipo universitario y no en J.V. con mis amigas. Me incliné y estiré las
piernas mientras examinaba el pequeño círculo.

Lori estaba de pie junto a mí, vistiendo una camisa de Simpson,


hablando sobre el último episodio de “Días de nuestras vidas”3. Tenía la
costumbre de informar a todas sobre lo que estaba pasando con Jack y
Jennifer. Grababa la serie y, a veces, todas íbamos a su casa a la hora
del almuerzo para verla. Ella me sonrió y extendió la mano para atar su
melena oscura lejos de su cara. Tenía la piel aceitunada con pecas
marrones salpicadas por la nariz y las mejillas. Lori tenía un novio que era

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J.V.: Junior Universidad. Estas siglas se emplean tanto a nivel de enseñanzas medias como universitaria
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para designar a los jugadores que no son los principales del equipo.
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Days of our Lives, telenovela norteamericana que difunde la NBC. Es uno de los programas de
televisión con guiones más antiguos del mundo, se emite casi todos los días de la semana desde el 8 de
noviembre de 1965.
mayor, diecinueve, y se sabía que ella bebía en las fiestas y se ponía un
poco loca. Me encantó su entusiasmo por la vida y su sentido del
humor. Las dos éramos artistas, con frecuencia nos dibujábamos entre
nosotras y hablábamos de cómo en el futuro, juntas íbamos a coescribir
libros para niños.

Al lado de Lori y totalmente opuesta en todos los sentidos estaba


Dana. Cabello rubio platino y ojos azules, era la conservadora. Era muy
activa en su iglesia y a menudo nos animaba a ir con ella. Tan religiosa
como era, Dana nunca fue una aguafiestas. Parecía gustarle todo el
mundo por quienes eran y le encantaba reír. No maldecía ni montaba
escándalo, pero siempre encajaba bien y siempre, siempre parecía
tener un novio. Dana vivía solo unas pocas calles detrás de mí en una
casa grande que su padre construyó. Su habitación estaba cubierta de
carteles de cantantes cristianos como Amy Grant y Michael W. Smith.
También colgó algunos trabajos artísticos que Lori y yo dibujamos.

Me distraje un poco más, sintiéndome muy cómoda con mis


amigas. Nos reímos y hablamos mientras nos desentumecíamos,
esperando que empezara el entrenamiento. Me puse de pie y estiré mi
brazo de lanzamiento sobre mi cabeza mientras el viento traía mi
nombre a nuestro círculo. Girando, vi que el entrenador del equipo
universitario me estaba llamando al campo. Con desagrado y un nudo
creciente en la garganta, recogí mis cosas y corrí hacía él. Mis amigas
me desearon suerte desde atrás. Cuando me acerqué, mi ansiedad
volvió y él pareció sentir esto mientras lo miraba a los ojos. El entrenador
Marino era un italiano bajo y orgulloso que hablaba nasalmente y
siempre estaba sonando la nariz en su pañuelo. Me daba clase de
estudios globales y conocía bien sus hábitos. Se aproximó y puso su
brazo alrededor de mí, acercándome.
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—Sabes que te quiero aquí, ¿verdad?


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—Sí —respondí sabiendo que tenía sus bendiciones, pero todavía
preocupada por las otras jugadoras.

—Te quiero en este equipo —continuó apretando mi hombro—.


Eres suficientemente buena.

Asentí y él me dio una palmada en la espalda y llamó a las chicas


para la charla previa al entrenamiento. Dejando escapar un suspiro
nervioso, me acomodé en la hierba observando mientras todas se
sentaban a mí alrededor. Abrazando mis rodillas contra mi pecho
protectoramente, miré para examinar a la única otra chica que no
estaba sentada. Sino más bien, ella estaba parada en la línea lateral
cerca del entrenador Marino. A primera vista, pensé que podría ser una
jugadora, pero tras un examen más detenido, noté que estaba vestida
con unos chinos y una camisa con cuello. Difícilmente una indumentaria
de entrenamiento. La estudié con curiosidad, notando su pelo corto y
castaño y su fuerte rostro anguloso. Cruzó los brazos sobre el pecho y,
casualmente, me miró con ojos azul oscuro. Inmediatamente, me sentí
que me sonrojaba y aparte la mirada, pero no sabía por qué. Volví a
mirarla de nuevo, la necesidad de examinarla más detenidamente me
dominaba. Sus ojos todavía me miraban y sentí agitase algo placentero
muy dentro de mí. De repente, esperaba que fuera una jugadora y
sabía que quería saber todo sobre ella.

Rápidamente, mi centro de atención fue a nuestro entrenador,


que estaba ante nosotras hablando sobre la próxima temporada. Él
tenía muchas esperanzas para nosotras y vio el campeonato estatal en
nuestro futuro. Después anunció a cada senior y elogió su contribución.
Las chicas se vitorearon a gritos mutuamente y mis ojos encontraron su
camino de regreso a la misteriosa mujer. Ella permanecía en la línea
lateral, a pocos metros del entrenador, concentrada en cada una de
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sus palabras. Cuando los vítores se extinguieron y él miró en su dirección,


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ella se metió las manos en los bolsillos y parecía estar un poco nerviosa.
El entrenador Marino luego se aclaró la garganta y se sonó la nariz antes
de hablar en su dirección.

—Quiero que le deis un aplauso a alguien más —dijo doblando


cuidadosamente su pañuelo y guardándolo en su bolsillo—. Esta es la
señora Evans. Va a ayudarme con el entrenamiento esta temporada. —
Las chicas aplaudieron a mí alrededor y me uní, completamente
sorprendida y extrañamente emocionada. No era una jugadora sino
una entrenadora. Alguien que estaría allí en medio de todo. Una
persona con la que tendría que pasar mucho tiempo. Esperaba que yo
le gustara. Y con ese pensamiento, mis mejillas se apretaron y me di
cuenta de que estaba conteniendo una sonrisa. Avergonzada y
confundida por mi reacción, continué reprimiendo la sonrisa mientras la
chica a mi lado gritaba.

—Señora Evans, ya que va a ser mi entrenadora, ¿significa esto


que no tengo que escribir ese ensayo para mañana? —La risa resonó a
mi alrededor.

La señora Evans movió la cabeza con incredulidad, también


riendo.

—Alyson, todavía tienes que escribir el ensayo. —Su voz era


profunda y rica y me sonó agradablemente. Esta mujer no solo era una
entrenadora, sino una profesora. ¿Por qué no la había visto antes? La
miré mientras pensaba. La escuela secundaria era grande, así que era
posible que nunca me hubiera cruzado con ella antes. Pero cuando la
estudié, me di cuenta de que era joven, realmente joven. Tal vez no
hubiera estado enseñando mucho tiempo. Noté que mi corazón latía
más rápido cuando pensé en verla a diario. De pronto, mi deseo de
jugar en el equipo de J.V. con mis amigas desapareció. Mi estómago
revoloteó y salté felizmente, ansiosa por empezar.
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Nos dividimos y la mitad del equipo fue con el entrenador Marino
y la otra mitad con la señora Evans. Me hice el propósito de estar con
ella. Nos alineamos en el campo, cada una de nosotras esperando las
bolas de tierra4 que ella golpeó. Llegó mi turno y ella detuvo su impulso,
atrapó la pelota en el aire y me preguntó mi nombre.

—Reagan —respondí sintiéndome instantáneamente halagada.


Sentí que mi cara se sonrojaba y esperaba que ella no se diera cuenta.
Tomé la bola de tierra con facilidad y se la devolví, mientras intentaba
controlar el remolino de emociones sorprendentes y extrañas que se
libraban en mi interior mientras actuaba frente a ella.

—Buen trabajo —me gritó.

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Página

4Grounders: significa los mismo que ground balls, o lo que es lo mismo bolas de tierra. La bola de tierra
es una bola que se golpea a lo largo de suelo en lugar de por el aire.
Capítulo 2
Avanzaba la tarde y me trasladé de mala gana a la parte interna
del campo con el entrenador Marino. Él estaba en desacuerdo en
cuanto a dónde ponerme y su cara mostraba el estrés que estaba
sintiendo. Jugaba en la tercera base, pero él tenía una jugadora de alto
nivel para ese puesto. Su nombre era Brandi y era ruidosa con mal cutis
y de ninguna manera iba a ser derrotada por un estudiante de segundo
año. Lo supe desde el momento en que la vi, de pie junto al entrenador,
con sus manos de forma airada en las caderas. Ella me fulminó con la
mirada mientras el entrenador nos ordenaba a ambas ir a la tercera
base para practicar bolas de tierra.

Se paró en el home base y lanzó arriba una pelota. Brandi se paró


frente a mí, mostrando su dominio, recogió la pelota y la disparó rápido.
Ella trotó por detrás de mí con orgullo mientras las otras chicas la
animaban. Mientras preparaba mi guante, noté que las jugadoras
exteriores5 habían venido a buscar agua. La señora Evans se quedó
mirándonos frente al banquillo. De repente, decidida a impresionarla,
apreté la mandíbula y me abrí camino hasta la tercera base. Aposté
por una posición más cerca del home que Brandi y estaba más que lista
para presumir un poco. Algunas de las chicas hicieron comentarios
sobre lo cerca que estaba de la bateadora, pero las bloqueé,
completamente enfocada en la pelota.

El entrenador hizo una seña y lanzó la pelota al aire. El bate se


deslizó rápidamente, golpeando la pelota hacia la línea. La cargué con
fuerza, atrapándola en el primer rebote y la lancé de lado tan fuerte
como pude. Tiffany atrapó la pelota y salió del saco, sacudiendo el
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Jugadoras exteriores: Outfielders, son los jugadores situados más alejados de los bateadores, por ellos
se ha optado por denominarlos exteriores que no jardineros que es su traducción correcta.
guante por el dolor. Algunas de las chicas expresaron su sorpresa, pero
la mayoría comenzó a animar a Brandi una vez más. La senior se
adelantó, haciendo un punto para estar donde yo estaba. Todas las
chicas murmuraron, mientras se construía el drama. Me situé detrás de
ella casualmente, ya mentalmente centrada en mi próximo turno. El
entrenador golpeó la bola y Brandi la agarró rápidamente y la lanzó a
la primera. Continuamos así por cinco hits más cada una y sabía que la
única diferencia eran nuestros lanzamientos a primera. El mío era más
fuerte.

Finalmente, el entrenador Marino nos felicitó y nos llamó a todas


para que nos reuniéramos. Era el final del entrenamiento y por mi parte,
me alegré. Si había sido un paria antes, ahora estaba segura de serlo
por la competencia por la tercera base. Por supuesto, esperaba que el
entrenador supiera lo que estaba haciendo, haciéndome enfrentar a la
capitana del equipo. Todas apilamos nuestras manos unas encima de la
otras y dimos un grito de alegría. “¡Adelanteeee Valley!” Las chicas
reunieron su equipo y comenzaron a dirigirse hacia el pabellón. El
entrenador nos pidió a Brandi y a mí que nos quedásemos. Pero noté
que la señora Evans también se quedaba y, de repente, lo que sea que
él tenía que decir no me pareció tan malo. La observé mientras se
ocupaba de embolsar las bolas mientras él hablaba con nosotras.

—Necesito decidir quién va a jugar en la tercera —Mis ojos


volvieron al entrenador y lo encontré frotándose su roja e irritada nariz—.
Brandi, eres la mayor. ¿Tienes alguna preferencia? —Supe por su tono
cauteloso que estaba tratando de ser diplomático y razonable, pero
Brandi lo mordió de inmediato.
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—Tercera. Juego en la tercera. Siempre lo he hecho —Apoyó las
manos en las caderas y expresó su postura con veneno—. Soy la que va
a U de A6 con una beca para jugar en la tercera.

—Ya lo sé —él dijo levantando las manos.

—Me prometiste la tercera mientras jugara aquí —ella continuó su


voz alta y vacilante por la emoción—. Incluso dijiste que retirarías mi
número cuando me graduara.

Él suspiró y me miró. Me quedé muy quieta, sintiendo cada una de


las dagas que Brandi estaba disparando en mi dirección.

—Reagan, ¿hay alguna otra posición en la que juegues? —Sus


acuosos ojos marrones parecían suplicarme mientras recuperaba su
pañuelo del bolsillo una vez más.

Miré a Brandi y a sus brillantes ojos llenos de odio y supe que no


iba a ganar esta batalla. Y francamente, en ese momento, realmente
no me importaba mucho. Me encogí de hombros.

—Solía jugar en la primera.

El entrenador se sonó la nariz y asintió, relajando los hombros.


Extendió la mano y me dio unas palmaditas en la espalda.

—Bien, será en la primera.

Brandi se marchó y el entrenador trotó tras ella, envolviendo su


pequeño brazo alrededor de sus hombros. Agarré mi equipo y me dirigí
colina arriba. No me molesté en cambiarme de ropa, en su lugar
simplemente guardé mi equipo y la mochila al hombro para regresar a
casa. La mayoría de las chicas se habían ido y el vestuario estaba vacío
y silencioso, el fuerte hedor a sudor de los jugadores de fútbol todavía
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flotaba pesado en el aire, un recordatorio constante de que esto era


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U de A: Universidad de Arkansas
territorio masculino. Se sentía extraño estar allí sola. El pabellón era
grande, contenía vestuarios y duchas, así como una sala de pesas
contigua para los jugadores de fútbol. Durante la temporada de softball
los muchachos no estaban autorizados a entrar al vestuario después de
la escuela, pero algunos todavía hacían ejercicio en la sala de pesas. Oí
varias voces profundas que venían de detrás de la puerta de la sala de
pesas mientras caminaba hacia la salida, desesperada por dejar el frío y
húmedo edificio. Salí fuera y sentí el frío de la brisa del atardecer. Le di la
bienvenida con una respiración profunda. La piel de gallina recubrió mis
piernas desnudas cuando abracé mi mochila más cerca de mi cuerpo.
Eche un vistazo por el campo de J.V., decepcionada de que mis
amigas ya se habían ido.

Girando, comencé la larga marcha de regreso al


estacionamiento para esperar a que mi mamá me recogiera. Mientras
caminaba, deseé haber sacado a mi walkman de mi bolso. De repente
deseaba escuchar a Depeche Mode para ayudarme a calmarme de
mi largo día. Pensé en Brandi y el entrenador y me pregunté lo que diría
mi padre sobre la decisión adoptada. Y entonces, de repente, pensé en
la señora Evans y no podía esperar para entrenar al día siguiente. Me
agaché contra el viento y oí que alguien se me acercaba por detrás.

—Oye Reagan.

Me detuve y me volví, sorprendida y agitada para ver a la señora


Evans corriendo hacia mí. Ella se frenó y respiró profundamente, y se
puso a caminar a mi lado. Mi corazón se aceleró con su cercanía y mi
mente daba vueltas con las posibilidades de lo que diría.

—Quería hablar contigo —dijo estabilizando su respiración—. El


entrenador contó que sólo eres una estudiante de segundo año. —Me
miró mientras hablaba.
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—Sí —respondí mis entrañas retorciéndose. Me hubiera gustado
nada más que entrenar para hablar con ella. Y ahora, aquí estaba, y de
repente me sentí no teniendo ni idea de qué decir.

—Eres una jugadora increíble para ser tan joven.

La miré mientras mi piel se agitaba con calor.

—Gracias —Finalmente me reuní. Me sonrió y mi cuerpo se


calentó aún más.

—Y, francamente, sabes que eres la que debería estar jugando en


la tercera base.

—No lo sé —dije insegura. No estaba acostumbrada a la


adulación, o en absoluto ninguna atención realmente.

—Sí, lo sabes. Sabes que eres mejor que Brandi.

Caminé en silencio, nunca me había sentido cómoda hablando


de mí misma. Pero la señora Evans fue inflexible y me mordí el labio
inferior, abrumada por su presencia y sus elogios.

—Me quedé impresionada de cómo manejaste esa situación —


ella continuó—. Brandi debería haber sido más madura. Es la mayor.

Me encogí de hombros, avergonzada pero extrañamente


conmovida.

—No hay que darle tanta importancia.

Se rio y negó con la cabeza.

—Reagan, eres algo especial. No solo puedes jugar, sino que eres
modesta y madura. Somos muy afortunados de tenerte.

Mi cara se sonrojó y miré fijamente la muerta hierba amarilla


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mientras nos acercábamos al estacionamiento. Estaba desesperada


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por cambiar de tema, cualquier cosa por cambiar de mí la atención.


De lo contrario, temía que pudiera derretirme en el acto. Su mirada y sus
palabras eran poderosas, haciéndome sentir viva y recalentada.

—¿Así que tiene a Alyson como estudiante? —Mis ojos


escudriñaron el pavimento negro ante nosotros, el coche de mi madre
no estaba a la vista. Estaba conmocionada y agitada de una manera
que no entendía. Y estaba segura que haría el ridículo si tenía que
hablarle mucho más tiempo.

—Sí, está en una de mis clases.

Caminamos por la entrada y nos quedamos junto a los escalones


de hormigón que precedieron al gimnasio. Comencé a manifestarle mis
disculpas por tener que soportar a Alyson como una de sus alumnas,
pero luego cambié de opinión, sin estar segura de mi propio humor.
Comencé a cuestionarme todo lo que pensaba decir.

—Oh —deje escapar con torpeza. Mi cerebro estaba cerca del


pánico, tartamudeando sobre pensamientos y palabras. Quería saber
todo sobre esta mujer, pero vacilé, no queriendo sonar como una idiota.
Me quité la mochila y la coloqué junto a la bolsa de mi equipo en los
escalones, deseando tener más confianza, deseando poder
impresionarla.

—Escucha, ¿necesitas que te lleve? —Se metió las manos en los


bolsillos y volvió a mirar hacia el aparcamiento.

—No, no, gracias. Mi mamá debería estar aquí en cualquier


momento. —Mi mente voló y se preguntó qué coche era suyo y dónde
vivía. ¿Estaba casada? La posibilidad me molestó y me puso incómoda.
Rápidamente, miré por un anillo en el dedo en su mano izquierda. No lo
había. Me relajé y respiré, confundida por mis pensamientos, por mis
reacciones.
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Afortunadamente, me pareció bastante ajena a mi torpe
conducta. Levantó su muñeca casualmente y miró su reloj. La esfera era
grande y la correa de cuero negro. Tenía una pasión por los relojes y
supe de inmediato que era el reloj Guess que yo quería. Teníamos gustos
similares. Nuevamente mis entrañas se arremolinaban excitadas de
emoción.

—¿Vas a estar bien aquí esperando sola?

Me encontré con sus ojos y nadé en sus profundidades azul


oscuro.

—Sí —murmuré completamente absorta por su mirada. Una


bocina sonó y me sacudió el ruido. Aparté mis ojos para ver que el Buick
de mi madre frenando hasta detenerse junto a la valla. Mientras que
momentos antes hubiera hecho cualquier cosa para que mi madre
estuviera allí para llevarme lejos de mis torpes pensamientos y palabras,
me quedé muy quieta y enfurecida interiormente por la interrupción. No
quería dejar a esta mujer. Quería saber más. Necesitaba saber más.

—¿Es tu mamá?

Forzando a mi cuerpo a moverse, agarré mi bolsa y colgué mi


mochila sobre mi hombro.

—Sí. —La decepción se notaba en mi voz, pero no pude evitarlo.


Estaba, de veras, muy decepcionada por dejarla.

Caminó conmigo hasta la zona de la entrada y salió al negro


pavimento. La observé caminar y tomo un paso tranquilo y confiado. Al
llegar al Buick, ella sonrió y dio a mi madre un amistoso saludo.

—Te veo mañana —me dijo luego mientras abría la puerta del
auto.
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—Adiós. —Le sonreí rápidamente y luego me subí al auto,
tomando mis bolsas encima de mí.

—¿Quién era esa? —mi mamá preguntó vestida con una falda
larga y una blusa, recién llegada de su trabajo en el distrito escolar. Me
senté haciendo crujir en el asiento, sujetando tanto mi bolsa y mi
mochila.

—La señora Evans.

El auto rodó suavemente por el estacionamiento y vi a la señora


Evans subirse a un pequeño Chevy blanco por el rabillo del ojo.

—¿Quién es ella? —Mi madre continuó las preguntas mientras


hacía clic en el intermitente.

—Entrena softbol.

—¿Oh? —Mi madre me miró mientras aceleraba para salir del


estacionamiento, girando a la izquierda para llevarnos a casa—. ¿Por
qué no pusiste tus cosas en el asiento trasero?

Me encogí de hombros, muy incómoda y despistada.

—No lo sé. Supongo que me olvidé. —Pero mientras le contesté


sabía la verdadera razón. Estaba demasiado atrapada en la señora
Evans para prestar atención a lo que estaba haciendo. 21
Página
Capítulo 3
Llegamos a casa en silencio, mi mente todavía estaba en mi
nueva y cautivadora entrenadora. Dejé las cosas en mi habitación y me
dirigí a la de mi hermana mayor. Estaba sentada en su cama
pintándose las uñas de los pies.

—Hola —saludé yendo hacia su estantería blanca.

—Hola ¿Cómo fue el entrenamiento? —preguntó sin mirar hacia


arriba.

—Bien. —Examiné la estantería y saqué el anuario del año


anterior. Con la vista concentrada me puse cómoda en el suelo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó distraídamente mientras se


seguía pintando con el esmalte.

—Nada, sólo echando un vistazo a tu anuario.

Mi hermana Rebecca era una estudiante de último año,


animadora y muy popular. Era extrovertida y activa en todas las cosas
adecuadas, completamente opuesta a mí. Lo único que teníamos en
común era nuestra apariencia. Ambas teníamos el cabello castaño
claro y ojos verdes brillantes. Su cabello, por supuesto, era largo y
ondulado, y pasaba horas perfeccionándolo cada mañana. El mío, por
el contrario, llegaba hasta los hombros y era lacio y no requería ningún
trabajo por mi parte.

—¿Para qué? —Se recostó sobre sus codos y estiró sus piernas,
permitiendo que sus dedos se secaran.
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Hojeé las páginas rápidamente para encontrar los profesores y al


Página

personal. Mi dedo índice se deslizó a lo largo de las fotos, buscando su


nombre. Incapaz de encontrarlo, revisé nuevamente, repasando
detenidamente cada nombre.

—¿Rey?

Frustrada, cerré el libro de golpe y miré a mi hermana


interrogadora. Detrás de ella, en sus paredes, había carteles de
hombres musculosos e instantáneas del equipo de animadoras, así
como del elenco de Beverly Hills 90210.

—Sólo estaba buscando un profesor. —Me senté de rodillas y volví


a colocar el anuario en el estante.

—¿Cuál? Seguramente le conozca.

Suspirando aliviada me recosté contra la cama y me relajé. Crucé


los pies y me di cuenta de que todavía tenía mis zapatillas de tapones 7.
En mi entusiasmo y precipitación, ni siquiera me había molestado en
quitármelas. Mi madre se pondría furiosa.

—La señora Evans —respondí despreocupadamente.

—Oh, ella. —Rebecca se burló y luego balanceó sus dedos


cubiertos de algodón sobre el borde de la cama hasta el suelo—. ¿Por
qué quieres saber sobre ella?

—Es entrenadora de softbol y ni siquiera sabía quién era. —


Observé a mi hermana caminar con paso vacilante hacia su espejo de
cuerpo entero donde comenzó a examinar sus cejas.

—Bueno, eso no me sorprende. —Se encontró con mis ojos en el


espejo y luego continuó acariciando con sus dedos sus cejas.

—¿Qué es lo que no te sorprende?

—Que esté entrenando softbol.


23
Página

7
Zapatillas de tapones: También denominadas botas de tacos o tacón en otras regiones.
—¿Por qué?

—Porque es una tortillera —dijo las palabras casualmente, como si


todo el mundo lo supiera, excepto yo.

—¿Qué? —Me senté sobre la cama, sorprendida pero excitada.


Desesperada por conseguir más información, esperé aguantando la
respiración a que ella continuara.

—Sí, algunos de mis amigos la tienen en Literatura Inglesa.

Me levanté en el acto y miré a mi hermana con asombro. No me


lo estaba diciendo lo suficientemente rápido.

—¿Y?

—Y dijeron que es una tortillera.

—¿Cómo pueden saber eso? —¿Cómo puede alguien saberlo?


¿Y por qué estaba tan emocionada?

Se alejó del espejo y volvió a sentarse en su cama, donde


comenzó a quitarse el algodón de entre los dedos.

—Dios eres tan ingenua. —Puso los ojos en blanco—. Se nota a la


legua. La forma en que se viste, la forma en que actúa.

Mi cara se ruborizó de nuevo y mis entrañas sé arremolinaron, pero


no estaba muy segura de por qué. Y de repente, me di cuenta de que
no me gustaba la forma en que mi hermana estaba expresando
opiniones despreocupadamente sobre la señora Evans.

Me miró y me estudió por un momento.

—De todas formas, ¿por qué te interesa?

—No me interesa —balbuceé a la defensiva—. Es solo que ni


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siquiera sabía quién era ella hasta hoy. —Su mirada sostuvo la mía por
Página

un momento más y luego descendió a sus uñas rojas.


—Oh, bueno, no lleva enseñando en Valley mucho tiempo. Este es
su primer año.

Me quedé quieta pensando en la información, completamente


conmocionada, pero hice todo lo posible por ocultarlo. Tenía sentido
que este fuera su primer año de enseñanza, sobre todo porque se veía
muy joven. Rebecca me miró de nuevo y se puso de pie, con los pies
completamente arreglados.

»Pero deberías tener otras cosas en tu mente —dijo Rebecca


levantando una ceja perfecta hacia mí.

—¿Cómo qué? —Temía la respuesta sabiendo que cualquier cosa


que la entusiasmase estaba segura de que me aburriría.

—Como Nate Williams. —Una sonrisa malvada se extendió por su


rostro.

Esta vez fui yo quien puso los ojos en blanco.

—Dios, ni siquiera puedo soportar escuchar su nombre.

—¡Oh, vamos Rey! Está loco por ti.

—No lo está. —Sentí una fuerte repugnancia llenar mi boca


mientras pensaba en el luchador universitario muy musculoso y
sobrecargado de hormonas.

—¡Sí lo está! —Se acercó a mí y me sostuvo los hombros como si


tratara de hacerme recobrar el sentido—. Es un estudiante de segundo
año y lucha en el equipo universitario. ¡Está totalmente cachas8 y habla
de ti continuamente!

—Omitiste la parte de cerdo repugnante —añadí ganándome un


fuerte gruñido de mi hermana.
25
Página

8
Cachas: Persona que tiene un cuerpo fuerte y los músculos muy desarrollados.
—Dios, Rey, de verdad. ¿Cuál es tu problema?

—Ese tío es un cerdo, ese es mi problema.

—Pero si ni siquiera lo conoces.

Puse las manos en mis caderas.

—Tengo biología con él. Créeme que es tiempo más que


suficiente para llegar a conocerlo.

Nate Williams es un hijo de puta de primera. Y no había posibilidad


alguna de que fuera a acercarse a mí. Hacía sólo unas semanas, había
entrado en clase antes de la campana y se puso delante de mi mesa
donde estaba sentada con mi compañero de laboratorio Jimmy
Lupton. Jimmy es muy pequeño, todavía no ha alcanzado la pubertad.
Nate se había reído de él.

—Lupton —dijo mientras se desabrochaba los pantalones allí


delante de nosotros—. Mi polla es más grande que tú. —Luego metió la
mano en sus pantalones y sacó su pene, dejándolo sobre la mesa.

Negué con la cabeza a mi hermana, estremecida por el


recuerdo.

»De ninguna manera —reafirmé.

Ella suspiró y se rindió, al menos por el momento. Regresó a su


cama y, sin pensar, comenzó a hojear una revista mientras me hablaba.

—Será mejor que vayas a cambiarte para cenar o mamá va a


ponerse furiosa si llegas sucia a la mesa y con zapatillas de tapones.

Asintiendo, me dirigí a mi propia habitación y me senté en la


cama. Mientras me quité las zapatillas de tapones, miré a mi alrededor y
estudié las paredes, agradecida por la comodidad que me brindaban.
26

Robert Smith me devolvió la mirada con su delineador de ojos oscuro,


Página

cara blanca y labios rojos. Junto a él, las pinturas y dibujos que había
hecho de bosques oscuros, iluminados por la luna y árboles estériles me
hicieron señas para que me fuera a otro mundo, pero C&C Music
Factory se escuchó desde la habitación de Rebecca y se arruinó mi
paz, así que me levanté y me dirigí al baño donde cerré la puerta.
Quitándome la ropa, caminé hacia el estéreo que descansaba en la
parte posterior del inodoro y presioné el botón de reproducción. The
Violent Femmes cantaron y me conmovieron mientras me ocupaba de
asearme para la cena.

27
Página
Capítulo 4
Las próximas semanas pasaron relativamente sin incidentes. El
entrenamiento iba bien e hice mi mejor esfuerzo para adaptarme en mi
posición en la primera base. Me sentí algo culpable, sacando a Tiffany
de su posición, pero ella lo tomó con calma y me animó desde el
exterior derecho. La señora Evans vino al entrenamiento todos los días
para animarnos y guiarnos. Estaba deseando verla, me gustaba la
forma en que me hacía sentir, como siempre, quise ser la mejor, pero
me había dado cuenta de que algunas de las chicas mayores
comenzaron a hacer comentarios en voz baja sobre la señora Evans. Si
bien me molestó, me encontré escuchando y tratando de descubrir
todo lo que pudiera sobre ella. Parecía que mi hermana y sus amigas no
eran las únicas que pensaban que la nueva profesora era gay.

Las chicas se burlaban y se reían, y pronto se convirtió en un chiste


privado de que la señora Evans era lesbiana. Aunque no participé en la
broma, tampoco hice nada para detenerla. Simplemente me alejaba,
a menos que fuera algo que no había escuchado antes. Como el día
que escuché que la señora Evans tenía una cita. A medida que la
noticia corrió por todo el campo de chica en chica, dejé de estirarme y
miré a la misteriosa profesora.

—¿Tiene una cita? —pregunté en voz alta a nadie en particular.

—¡Sí! —Alyson declaró en voz baja con entusiasmo—. La escuché


diciéndole al entrenador que no podía quedarse hasta tarde esta
noche porque tiene una cita.

Calientes y punzantes celos me recorrieron atravesándome, casi


28

causando que mis rodillas se doblaran. Recuperando rápidamente mi


Página

compostura, me quedé mirando al otro lado del campo como si


acabara de ser alcanzada por un rayo. ¿Por qué me importaba? ¿Por
qué estaba tan celosa? Me rasqué la mejilla con rabia hacia mí misma y
me volví hacia la siempre hiperactiva Alyson.

—Bueno, ¿con quién? —No fui capaz de dejarlo pasar. Tenía que
saberlo y estaba desesperada, mi voz se elevaba con agitación.

—¡No lo sé! Pero estamos apostando para ver si es con un hombre


o una mujer —siguió Alyson el chisme alimentando su mente superficial
como una poderosa droga.

—¿Cómo puedes averiguarlo? —Aparté la vista de ella disgustada


por su excitación y disgustada conmigo misma por preocuparme.

—¡Una de nosotras tendrá que preguntarle!

—¿Preguntarle? ¿Qué te hace pensar que responderá?

Alyson me miró con los ojos muy abiertos.

—Tiene que ser hecho con indiferencia por alguien en quien


confíe. —Me estudió un momento más y luego saltó arriba y abajo,
agarrando mis hombros—. ¡Tú! ¡Reagan eres perfecta! Ella te adora y
eres tan joven e inocente que…

—No —exhalé, aterrada de conocer los detalles y sabiendo que


no importaba con quién, igual me destrozaría.

—¡Oh, vamos! Tienes que ser tú. —Alyson luego comenzó a agitar
a algunas de las otras chicas y susurrar con entusiasmo—. ¡Reagan va a
ser la que pregunte!

—¡No, yo no! —Puse mis manos en mis caderas con rabia. Las
chicas me rodearon entre chillidos y risitas, como buitres hambrientos
con la cabeza vacía.
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—¿Por qué no? —Alyson preguntó—. ¿No quieres saber con quién
Página

va a salir?
Me detuve a pensar por un momento. Quise, realmente quería
saber, pero no por las razones que las chicas creían. Sentía curiosidad y
celos y estaba muriendo por dentro.

—Bueno, sí, quiero saber.

—¡Bien, entonces ve! —Todas me dieron un empujón


animándome a caminar hacia ella. La señora Evans se encontraba en
el foso y estaba a punto de darse vuelta y verme. No queriendo que me
viera siendo empujada hacia ella, empecé a correr y golpeé con mis
tapones contra el cemento del banquillo.

—Hola —saludó sentándose para empacar el equipamiento del


cátcher.

—Hola. —Me agaché, recuperé mi agua y tomé un sorbo. Todas


las chicas gritaban por el campo, mirándome y susurrando. Sabía que si
iba a hacer esto tenía que hacerlo rápido o ella se daría cuenta. Y, más
que nada, temía que saliera lastimada si supiera los chismes de las
chicas y sus intenciones—. Señora Evans —comencé encontrándome
con sus ojos.

Tenía puestos unos pantalones de chándal grises y una camiseta.


Noté los fibrosos músculos en sus antebrazos y, de repente, me alegré de
que estuviera sentada y no pudiera desmayarme.

—¿Sí?

—¿Cree que puede llevarme a casa esta noche? —Sabía la


respuesta por supuesto.

Dejó de empacar y me miró a ojos.

—Lo siento, Reagan, pero esta noche no puedo.


30

—Oh —dije y tomé otro sorbo de agua—. No importa. —Comenzó


Página

a empacar una vez más. Mi mente voló para encontrar la manera


correcta de acercarse a ella—. Es viernes después de todo, y estoy
segura de que tiene una cita caliente. —Le sonreí y ella se quedó en
silencio, sincronizando al mismo tiempo el agarre de la bolsa llena de
equipo.

—Bueno, tengo una cita. —Puso la bolsa en la esquina y se sentó


a mi lado.

—¿Una cita caliente? —Me reí esperando que supiera que estaba
bromeando, pero por dentro mis entrañas se retorcían. No quería que
tuviera una cita caliente. No quería que tuviera una cita en absoluto.

—Yo no diría eso. —Me miró y se encontró con mis ojos—. Todos
los viernes, llevo a un hombre ciego a su casa desde su trabajo en este
lado de la ciudad. Él vive cerca de mí, así que lo recojo del trabajo y
regresamos juntos a la ciudad.

Me senté en silencio, verdaderamente sorprendida y


completamente aliviada.

—Eso es bueno —dije significándolo. Mi corazón me dio un vuelco


en el pecho por las noticias y mi cabeza daba vueltas mientras pensaba
en sus palabras. Ella era amable, cariñosa y aparentemente todavía sin
pareja. Pero, ¿qué significa eso para mí? ¿Por qué me importaba tanto?

—Es un buen amigo mío —continuó suavemente.

Las chicas se rieron y continuaron susurrando en el campo. De


repente sintiéndome horrible y extremadamente culpable, miré mis
manos y confesé.

—Las chicas sienten curiosidad por su cita.

—¿Oh? —Me estudió y luego miró hacia donde estaban


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agrupadas.
Página
—Sí. —De repente me sentí muy enferma y con un poco de
náuseas.

—¿Y te mandaron a infiltrarte? —Me sonrió y me dio un ligero


empujón con el codo—. Bueno, fueron inteligentes por enviarte.

La miré una vez más, sorprendida por su actitud ligera.

—¿Sí?

—Sí, eres la única a quien se lo diría. Confío en ti. —Nos sentamos


en silencio por un momento más—. Será mejor que vuelvas allí para
poder traicionarme. —Alentó, comprensiva de alguna manera de cómo
eran las chicas de chismosas.

Me puse de pie lentamente y me alisé los pantalones cortos.

—No les diré nada —dije mirando al campo.

—Bueno, les tienes que decir algo.

Me giré para mirarla y la encontré sonriéndome suavemente,


como si hubiera sabido lo que haría todo el tiempo, como si creyera en
mí. Me calentó el corazón y le devolví la sonrisa, halagada de que me
confiara los detalles de su vida privada.

—Les diré que tienes una cita caliente.

Ella rio y se agachó para recoger las numerosas bolsas de


equipamiento.

—De acuerdo —dijo mientras se movía pasando delante de mí—.


Supongo que será mejor que me prepare para esa cita caliente. —Salió
del foso y se dirigió hacia la colina.

Cuando recuperé mi guante y bate, las chicas corrieron hacia mí


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con entusiasmo. Me sentí enferma y disgustada y todo lo que quería


Página

hacer era irme.


—¿Y bien? ¿Qué te dijo?

Salí del foso y me encogí de hombros.

—Dijo que tiene una cita caliente. —Mientras caminaba por


detrás el foso, casi tropecé con Brandi que estaba apoyada contra la
valla.

—No es cierto —Brandi dijo mirándome—. Escuché todo. No tiene


ninguna cita. Está llevando a un ciego a casa.

Las carcajadas estallaron a nuestro alrededor.

—¿Un hombre ciego? —Las chicas gritaban y se reían y me sentí


roja de ira—. ¿Es eso verdad Reagan? ¿Es lo que dijo?

Me di la vuelta y apreté mi guante y mi bate, odiándolas a todas.

—No lo sé. No es de mi incumbencia. —Me volví hacia Brandi—.


Tampoco es asunto tuyo.

—¡ESPERA! —las oí llamarme desde atrás. Subí sola la colina,


deseando desesperadamente librarme de su existencia—. Reagan,
mejor ten cuidado, eres su favorita. —Caminé hasta el pabellón y tomé
mis cosas, esta vez asegurándome de tener mi walkman. Me puse una
chaqueta ligera y me dirigí hacia el estacionamiento. The Black Crowes
calmaron mi alma turbada mientras caminaba hacia la puerta. Vi a la
señora Evans conducir su coche blanco desde el estacionamiento y
deseé con todo lo que tenía irme con ella y lejos de este lugar.
33
Página
Capítulo 5
Esa noche en casa no fue mucho mejor. Mi madre y Rebecca me
llevaron al centro comercial convencidas de que me iban a hacer
probar ropa nueva. Me quedé esperando en una tienda muy popular
con focos en el techo y música pop sonando a todo volumen desde los
altavoces. A mí alrededor, mujeres jóvenes y adolescentes se movían,
deslizando a través de los soportes perchas de ropa diminuta y pálida,
charlando emocionadas sobre una camisa o falda en particular.

—¿Reagan? —la voz de mi madre se hizo notar. Estremecida, me


volví con cuidado—. Ven acá. —Mi madre ignorante estaba
sosteniendo una camisa de color pastel, mirándola apreciativamente.

Me acerqué a mí madre lentamente, ya frunciendo el ceño.


Odiaba este tipo de tiendas que atendían a las jóvenes adolescentes
con sus colores claros, sus telas transparentes y sus faldas cortas.

—Esto te quedaría bien. —Sostuvo la camisa rosa claro contra mí.

—No me gusta —murmuré odiándola.

—¿Qué quieres decir con que no te gusta? ¿Qué no te gusta?

—Todo en ella —dije rodando mis ojos.

—Deja de ser listilla, sabelotodo. —Dejó la camisa y la volvió a


colgar en el estante—. Tienes que dejar de usar toda esa ropa oscura.
—Me miró y hurgó en la camisa que llevaba puesta, haciendo una
mueca en el cuello—. Te hace parecer tan monótona, masculina y gris.
¿Es una camisa de hombre? —preguntó tratando de mirar la etiqueta
34

en la espalda.
Página
Avergonzada, me moví rápidamente, temblando escapé de mi
madre y sus miradas indiscretas.

—No. —Mentí a la defensiva—. Quiero decir que sí. No lo sé. —


Aparté la vista hacia el centro comercial, humillada y con ganas de
escapar, odiando la forma en que mi madre me menospreciaba.

—Dios mío —susurró detrás de mí—. ¡Ropa de hombre! Bueno, ya


no tendrás más de esa.

Enojada, me di la vuelta y reaccioné.

—¡Me pongo lo que me gusta! —Y lo había hecho desde que


pude pelear con ella por lo que usaba. Poco a poco, mi ropa se había
vuelto de color más oscuro y más masculina. Pero la verdad sea dicha,
disfrutaba mucho más la selección en el departamento de hombres. Me
gustaba su ropa, ¿por qué no debería disfrutarla?

—No sabes lo que te gusta —ella continuó mirándome de arriba


abajo, desaprobando mis jeans rotos y mi camisa de franela hecha
jirones—. Te llevaré de compras, pero primero necesitas perder cinco
kilos o así. Eres demasiado musculosa. Toma, ve a probarte esto —me
dijo lanzando una blusa azul claro, su frustración obviamente
aumentando. Mi madre era muy controladora y temperamental, dos
cosas que generalmente hice todo lo posible por evitar. Pero yo estaba
enojada y a punto de llorar, cansada de sus evaluaciones de mí y de mi
imagen. Ella no estaba dispuesta a dejarme ser yo. Quería que me
pareciera a Rebecca, su pequeña princesa.

—No me sirve —dije finalmente sabiendo sin intentarlo que la


camisa era pequeña y no se ajustaría a mi musculoso cuerpo de un
metro casi setenta y cinco.
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Pero mi madre continuó hurgando en la ropa, como si me


Página

ignorara.
—Bueno, entonces tendremos que comenzar con esa dieta hoy —
habló sin mirarme.

El calor inundó y apretó mi garganta. Con cuidado, y con la


última cantidad de control que tenía, coloqué la camisa azul en el
soporte y me alejé de ella. Quería llorar, quería gritar pero sabía que no
podía. En cambio, salí en silencio de la tienda y me enfurecí
internamente con mi madre como siempre lo hacía. La mujer no me
entendía y nunca lo haría. Quería que todos fueran perfectos, una
extensión de sí misma. Y yo simplemente no encajaba. Era atlética y
tranquila, artística y profunda. “Rara” era la palabra que mi madre muy
a menudo elegía usar para describirme.

Conteniendo las lágrimas, me senté y esperé en un banco fuera


de la tienda. Vi como Rebecca y mi madre finalmente saliendo de la
tienda, con dos bolsas a remolque. Me puse detrás de ellas, caminando
por el centro comercial prácticamente sola. Se dirigieron hacia otra
tienda de ropa y yo, con lágrimas calientes picando mi garganta, entré
en una librería. Sabía que no podía aguantar más a mi madre, no sin
gritarle o desmoronarme delante de ella. Molesta por mis emociones,
me limpié los ojos y me concentré en los estantes de los libros.

Comencé a hojear uno en particular, tratando de alejar la mente


de mi madre.

—Ese es bueno —una profunda y tranquilizadora voz me habló


desde atrás.

Me volví un poco sorprendida.

—Hola —respondí.

—Hola —la señora Evans dijo sonriendo.


36

Aclaré mi apretada garganta y me sonrojé cuando mis ojos se


Página

fijaron en su presencia. Estaba delante de mí con sus manos


casualmente en sus vaqueros desteñidos. Sus ojos eran de un tono azul
más oscuro próximos al negro de su ajustada camisa de algodón.
Nunca la había visto vestida de esta manera y me conmovió de
maneras que no entendía.

Mi mente voló mientras la estudiaba. —Pensé que tenías todo el


asunto de la cita esta noche

—Sí, la tuve. —Miró su reloj—. Ya lo dejé y ahora tengo que ir a


una fiesta.

—Oh —mi voz hizo poco para ocultar mi voraz curiosidad.

—Es una fiesta de cumpleaños de un amigo mío. —Se acercó más


a mí y tomó el libro de mi mano—. El Príncipe de las Mareas, es bueno.
Deberías leerlo.

Respiré profundamente cuando sentí el calor de su cuerpo tan


cerca del mío, y luego me estremecí al captar su olor. Olía cálido,
picante y masculino haciendo que mis tripas revolotearan de emoción.

—¿Reagan? —La voz de mi madre me llegaba como la uña


rayando una pizarra. Y por segunda vez en dos días, maldije su
presencia. Tanto la señora Evans como yo nos enfrentamos a ella en
silencio. Se quedó sonriendo educadamente, con Rebecca que la
flanqueaba sosteniendo las bolsas de la compra.

—Mamá, ¿yo? —comencé queriendo que se fuera lo más lejos


posible.

—¿Quién es ella? —preguntó sus ojos enfocándose en la señora


Evans.

—Soy Brenda Evans —saludó cálidamente extendiendo su mano


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hacia mi madre—. Enseño inglés en la escuela secundaria y entreno al


Página
equipo de softbol de Reagan. —Ella me miró con una sonrisa mientras
mi madre tomaba su mano con lánguidamente.

—Ya veo —dijo mi madre lentamente.

—Reagan es una de nuestras mejores jugadoras.

—¿De verdad? —La mirada de mi madre cayó sobre mí e


inmediatamente percibí sus vibraciones negativas y devolví el libro a la
estantería. Hoy no lo estaría comprando nada.

—Absolutamente. Tenemos suerte de tenerla.

—Eso es genial. Fue un placer conocerla, señora ¿Eh?

—Evans.

—Pero realmente debemos irnos. ¿Reagan? —Mi madre le dio


otra falsa sonrisa de cortesía y se volvió para irse. Con la tensión
elevándose en el aire, maniobré nerviosamente alrededor de la señora
Evans, dándole una sonrisa débil y avergonzada.

—Supongo que tengo que irme. —Me metí las manos en los
bolsillos y sentí que mi cara se enrojecía por el comportamiento de mi
madre.

—Sí, te veré más tarde. —Me sonrió y me dio una palmadita en el


hombro—. Será mejor que te des prisa.

Asentí y le di un pequeño saludo. Luego, volviéndome, caminé de


regreso al centro comercial y seguí a mi madre hasta el
estacionamiento. La vi sacudiendo la cabeza y hablando
apasionadamente con mi hermana de camino al automóvil. Colocaron
sus bolsas en el maletero, se subieron y me esperaron. Molesta y ansiosa,
me deslicé en el Buick en silencio, esperando un regreso a casa rápido y
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llevadero. Pero la suerte no estaba de mí lado.


Página
—¿Reagan? —mi madre comenzó mientras conducía por el
oscuro pavimento.

—¿Si?

—No quiero que estés cerca de esa mujer.

—¿Qué mujer? —Sabía de quién estaba hablando, pero mi ira se


estaba gestando y creciendo.

—¡No te las des de lista conmigo! Sabes de sobra quién.

—La señora Evans —Rebecca dijo con un alto desagrado en su


voz.

—Rebecca cállate. —Yo estaba furiosa.

—¡Reagan lo digo en serio! —continuó mi madre.

—¿Por qué no? —Me senté hacia adelante en mi asiento cuando


mi temperamento emergió.

—Por qué lo digo yo.

—Bueno, no me importa lo que digas. Puedo pasar el rato con


quien quiera. —Mi corazón latía violentamente en mi pecho cuando me
enfrenté a mi madre. Esto era algo que no hacía a menudo y sabía que
iba a tener problemas. Pero no me importaba. Estaba cansada de ser
empujada y no entendía cuál era el problema de todos con la señora
Evans. Ella era agradable y me gustaba. No me importaba lo que dijera
nadie.

—No, no lo harás. ¡No te quiero cerca de esa mujer! —Mi madre


agarró el volante con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. Me miró
por el espejo retrovisor.
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—Deja de llamarla esa mujer. Su nombre es señora Evans.


Página

—No me importa cómo se llame, ¡no debes estar cerca de ella!


—¡Por qué no!

—¿Por qué? Porque —tartamudeó mi madre.

—Porque es una tortillera —Rebecca afirmó.

—¡Rebecca! —mi madre susurró rápidamente mirándola—. No


uses esa palabra.

—Bueno, ella lo es. Y es por eso que no quieres que Reagan esté
cerca. —Rebecca se miró las uñas como si estuviera aburrida de la
conversación.

—No me importa lo que cualquiera de vosotras digáis —dije—. ¿Y


qué importa sí alguien es gay? No le hacen daño a nadie. —No podía
creer lo que decían y estaba disgustada por sus prejuicios y juicios. Mis
padres siempre me habían enseñado a respetar a la gente,
especialmente a mis maestros y ancianos, y ahora mi madre hablaba
de la señora Evans como si fuera una enferma o una malvada.

—¡Estás lastimando a tus padres! —mi madre chilló de emoción—.


Y mejor que te importe, señorita.

—Sí —Rebecca reprendió.

—Vete al infierno Rebecca. —Respondí furiosa con mi hermana y


su comportamiento ayudando a nuestra madre. Crucé los brazos sobre
mi pecho y me eché hacia atrás contra el asiento—. Toda tu vida
consiste en tu búsqueda por follar a Luke Perry.

—¡Se acabó, señorita! —mi madre gritaba con furia—. Cuando


lleguemos a casa, ve directamente a tu habitación.

—Bien. Me alegro de hacerlo. —No me importaba a dónde fuera


mientras estuviera lejos de ellas. Lejos de todos. Parecía que
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últimamente, todos a mí alrededor me ponían enferma.


Página
Capítulo 6
El lunes llegó lentamente y salí de mi agujero y fui a la escuela. Al
día siguiente debíamos jugar nuestro primer partido contra las
campeonas estatales. Después de un largo y aburrido día de escuela,
me dirigí al pabellón con alivio, contenta de ir al entrenamiento,
sabiendo que ayudaría a aliviar algunas de las preocupaciones en mi
mente.

Estaba parada frente a los casilleros con mis pantalones cortos y


sujetador deportivo cuando Alyson comenzó a gritar. Corrió desde la
puerta saltando arriba y abajo, diciéndonos que corriéramos y nos
escondiéramos. Las chicas a mi alrededor también empezaron a chillar
y todas salieron corriendo del vestuario y entraron al baño, abriéndose
camino hacia los retretes. Corrí detrás de ellas, completamente
confundida, pero en alerta máxima.

—¿Qué está pasando? —pregunté entrando en un retrete con


Tiffany y Alyson. Tal vez fueran los chicos. Quizás uno de ellos había
abierto la puerta de la sala de pesas. Nos empujamos unas contra otras
cuando otra chica entró y cerró la puerta.

—¡Es la señora Evans! —Alyson susurró—. Está viniendo para


cambiarse. —Varias de las chicas se rieron en voz baja en los retretes—.
¡No queremos que nos vea desnudas!

Inmediatamente sentí mi interior agitarse con amargura. No solo


me sentí disgustada por el comportamiento de mis compañeras de
equipo, sino que me sentí realmente mal por la señora Evans. Sin duda
nos vería a todas escondidas en los retretes. Sabía que necesitaba salir,
41

pero escuchamos abrirse la puerta principal antes de que pudiera


Página

moverme. Todas nos quedamos muy quietas mientras la oíamos


caminar. Apreté los puños, rogando que no nos encontrara. No quería
que saliera lastimada por nuestro ridículo comportamiento.

Contuve el aliento y esperé, y mi corazón se hundió cuando la oí


gritar.

—¿Chicas? —Ella seguía caminando y me estremecí cuando la oí


andar hacia el baño—. ¿Dónde está todo el mundo? —Sus pasos
sonaban cada vez más cerca—. ¿Chicas? —Su voz nos llamó desde los
lavabos del baño. Nos había encontrado—. ¿Qué está pasando? ¿Qué
hacéis todas en los retretes?

Las náuseas subieron por mi garganta y supe que no podía


permitir esto. Podía sentir su cautela, podía sentir su mente llegar a sus
propias conclusiones. Respiré profundamente y salí del retrete. Alyson
me agarró y me susurró en el oído.

—¿A dónde vas? ¡Mira cómo estás vestida! —Aparté mi brazo de


ella con una mirada furiosa y abrí la puerta de golpe. Me quedé
mirando a mi confundida y desconcertada entrenadora sin saber qué
hacer. Escuché que la puerta detrás de mí se cerraba de golpe otra vez
junto con unos cuantos susurros desde los retretes.

—Reagan, ¿qué está pasando? —Sus ojos azules buscaron los


míos y recorrieron mi cuerpo rápidamente. Ella apartó la vista como si se
avergonzara y vi sus mejillas enrojecidas. Miré hacia abajo a mi
sujetador deportivo y pantalones cortos y me pregunté qué pensaba. Y
por un breve instante me sentí entusiasmada con la posibilidad de que
realmente me encontrara atractiva.

Sacudí el pensamiento de mi mente y caminé hacia ella. No sabía


qué iba a hacer, pero sabía que tenía que alejarla de las chicas antes
de que escuchara algo.
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Página
—Nada —dije tomando su codo y llevándola de vuelta al gran
vestuario vacío.

—Entonces, ¿por qué estaban todas escondidas en los retretes? —


Su voz tembló y supe que estaba pensando lo peor. Y sabía que tendría
que explicarlo. Miré a mi alrededor frenéticamente buscando
respuestas cuando mis ojos se posaron en la mochila de Alyson. El
bolsillo delantero estaba descomprimido mostrando un paquete de
cigarrillos.

Miré de nuevo a la señora Evans y suspiré.

—Si se lo digo, tiene que jurar no decirlo. —El alivio se apoderó de


mí cuando se me ocurrió la excusa.

—Por supuesto —dijo mirando seriamente.

—Estábamos fumando.

—¿Fumando?

—Sí. Un grupo de nosotras encendimos un cigarrillo y alguien la vio


venir, así que corrimos a los baños y los tiramos.

—Oh. —Asintió y miró a su alrededor. —Bueno, diles que no lo


contaré.

Respiré profundamente, agradecida de que se lo estuviera


creyendo.

—Bien, porque el entrenador dijo que nos mataría si nos


sorprendiera fumando.

Ella asintió de nuevo y luego se dirigió fuera. Noté que había


traído su bolsa, pero no se cambió. Y me pregunté si realmente había
creído la historia después de todo. Volví al baño y grité.
43
Página
—Se ha ido. —Las chicas salieron de los retretes con emoción en
sus voces.

—Gracias Reagan —alguien expresó.

—Sí, gracias. —Brandi con sarcasmo—. Le gustabas antes, pero


ahora realmente le vas a encantar. —Silbó y le dio una palmada a mis
pantalones cortos mientras caminaba.

—Vete a la mierda —dije devolviendo el golpe a su mano.

—Vayaaa. Alguien está irritable.

Furiosa, pasé junto a ella y tiré de mi ropa, decidida a sacar mi


enojo hacia Brandi y las otras chicas en el campo. Troté hasta el foso y
exigí ser la primera en batear. El entrenador me miró cautelosamente
mientras me ponía mis guantes de bateo y respiraba profundamente en
el viento. Agarré mi bate y lo balanceé airadamente. Con mi mandíbula
apretada, me acerqué al plato y esperé a que él introdujera la bola
amarilla en las ruedas giratorias de la máquina de lanzamiento.

—Necesitas un casco —gritó.

—No, no quiero —respondí.

—No se puede batear sin casco.

—Sí puedo. Ahora lance la pelota. —Nunca le había hablado así y


me miró por un momento. La señora Evans cruzó los brazos a lo largo del
borde de las líneas laterales y observó en silencio.

El entrenador Marino comenzó a hablar de nuevo y luego cambió


de opinión. Me quedé esperando, mis manos apretando mi bate, mis
piernas balanceándose a mi ritmo habitual. Él lanzó la primera bola y
me silbó como una bala. Giré con avidez y gruñí, golpeando la pelota
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con mi bate y enviándola corriendo por la tercera base.


Página
Terminé de nuevo y me preparé para el siguiente lanzamiento.
Pensé en Brandi, su cara fea y su horrible actitud, y golpeé la pelota más
fuerte, enviándola elevada y fuera de la esquina exterior izquierda. El
entrenador silbó mientras la veía irse. Llegó el siguiente lanzamiento y lo
hice de nuevo, esta vez pensando en mis compañeras de equipo
restantes. Otra pelota corrió hacia mí y la golpeé cada vez más fuerte,
hacia el centro a la izquierda, enviando a otra exterior tras ella. Esa, era
por mi madre y mi hermana.

Continué bateando por diez minutos más, golpeando cada


pelota que venía hacia mí con todas mis fuerzas hasta que finalmente el
entrenador me hizo detenerme.

—No te agotes. Tenemos un partido mañana. —Me recordó

Me dirigí hacia el foso y tiré mi bate. La señora Evans se acercó a


mí en silencio, con los brazos aún cruzados.

—¿Quieres hablar de ello?

La miré rápidamente, sorprendida por su precisa evaluación. Y


halagada de que a ella le importara.

—No. —Tomé un sorbo de mi agua y me senté en el banco.

—A veces ayuda.

Contuve el aliento y me encontré con sus profundos ojos azules


una vez más.

—Odio al mundo. No creo que hablar sobre eso ayude.

Rio suavemente y se sentó a mi lado.

—Sólo tienes quince años, ni siquiera has visto el mundo.


45

—Tengo casi dieciséis años y he visto suficiente. —Tomé otro sorbo


Página

de agua y observé el campo mientras miraba a mi equipo practicando


bateo—. Es la gente —continué incapaz de detenerme—. Me enojan
mucho. La forma en que actúan, las cosas que dicen. ¿Ellos, ellos?

—¿Te decepcionan? —preguntó suavemente.

—¡Sí! —Tiré mi botella de agua a un lado—. No puedo soportar la


forma en que piensan. Son tan ignorantes y despiadados, y lo difunden
y esperan que todos estén de acuerdo con ellos, pero si no lo haces,
entonces estás fuera y te conviertes en un objetivo. —Las palabras
salieron de mí en respiraciones entrecortadas.

La señora Evans me estudió por un momento en silencio.

—Sabes, Reagan, eres sabia más allá de tus años. Ves cosas que
otras personas nunca se tomarían el tiempo de ver. Eres una gran
pensadora.

Me burlé.

—¿Eso de qué me va a servir?

—Es una herramienta poderosa y te dará una gran perspectiva,


pero me temo que también te causará mucho dolor y decepción. La
gente no es como tú. No piensan como tú y no actúan como tú. Esa
lección siempre será dura, sin importar cuántas veces tengas que
aprenderla.

—¿Y qué hay de ti? —La miré con curiosidad—. ¿Cómo es que ya
sabes tanto? Quiero decir, no eres mayor y sabes esas cosas.

Volvió a reír y me palmeó en la rodilla.

—Yo, como tú, tuve que aprender estas cosas a una edad muy
temprana. Y las aprendo una y otra vez cuando espero que otro ser
humano intente compartir mis creencias y mi forma de comportarme.
46

—¿Alguna vez mejora?


Página
—Eso depende de ti. Todo lo que puedes hacer es ser la mejor
persona que conozcas. Y dejar a todos los demás responsables de sí
mismos.

Asentí y miré hacia el campo.

—¿Cuántos años tienes? —le pregunté realmente curiosa.

—¿Cuantos años crees que tengo?

Me encogí de hombros y luego la estudié. Todavía llevaba la


misma ropa con la que había dado clase ese día. Pantalones oscuros y
una camisa de botones gris carbón. Su cabello era corto y con estilo y
en sus orejas llevaba aros de plata, su oreja izquierda con tres
perforaciones adicionales.

—¿Veinticinco? —Supuse

—Cerca —dijo con una risita—. Veintitrés.

—Guau, eres joven —susurré, parte de mí emocionada. No era


mucho mayor que yo. No era de extrañar que pareciera entender
cuando nadie más lo hacía.

—No tan joven como tú —dijo sonriendo—. ¿Cuándo vas a


cumplir dieciséis años?

—La próxima semana.

—¿Vas a tener una gran fiesta?

—No lo creo. Mi mamá quiere que la haga, pero le dije que no.
Probablemente solo tenga algunas amigas que se queden a dormir o
algo así.

—¡Reagan! ¡Vamos! —El entrenador Marino me gritó desde su


47

posición en el montículo de lanzamiento—. ¡Coge tu guante y ven aquí!


Página
Estaba reticente, odiando la interrupción. Recogí mi guante y di
unos pasos antes de mirar hacia atrás.

—Gracias —dije suavemente encontrando sus ojos—. Por


escuchar.

Ella sonrió y se puso de pie.

—Cuando quieras, Reagan. Cuando quieras.

48
Página
Capítulo 7
El día de nuestro primer partido el equipo estaba vibrando de
emoción. Todas nos cambiamos rápidamente a nuestros uniformes justo
después de la escuela. El día era frío y brillante, lo que nos permitió
probar nuestras chaquetas de equipo universitario y las nuevas
sudaderas con capucha. Cada miembro del equipo universitario recibió
un grueso anorak forrado que decía Valley Softbol en la parte posterior.
Y las sudaderas que habían sido encargadas la semana anterior, cada
una con nuestros apellidos escritos en la parte posterior.

Llevaba la mía con sentimientos encontrados, deseando sentirme


más cerca del equipo del que ahora formaba parte. A pesar de que
todas estábamos vestidas igual, no necesitaba recordar que yo era
diferente. Era evidente en la forma en que las chicas se comportaban,
saltando con emoción, repartiendo bolsas de golosinas llenas de dulces
y chucherías a solo unas cuantas jugadoras. Tiffany y yo nos quedamos
en silencio, observando cómo nos ignoraron mientras las bolsas se
repartían. No formábamos parte de la pandilla y las chicas se
aseguraban de hacérnoslo ver. Yo era la única estudiante de primer
año, así que esperaba quedarme fuera, pero no entendía por qué
Tiffany lo estaba. ¿Era simplemente porque era callada e intensa? De
repente, odiaba a las chicas aún más que antes. Y no podía esperar a
que se terminara el partido para poder distanciarme de ellas.

Pero mientras tanto, mantuve la boca cerrada y me agaché


dentro mi suave sudadera con capucha, agradecida por la protección
contra el viento frío. En poco tiempo el autobús se detuvo y nos
49

montamos a bordo, emocionadas de ir a nuestro primer partido. Las


Página

chicas mayores se sentaron en la parte de atrás, riendo y chillando


contando sus bromas internas. Los entrenadores fueron los últimos en
subir y me senté en silencio mirando por la ventana mientras la señora
Evans caminaba hacía a mí.

—¿Te importa si me siento aquí? —preguntó de pie en medio del


autobús lleno de gente. La mayoría de las chicas estaban sentaban en
parejas, y algunas estaban sentaban solas. El resto de los asientos
estaban llenos de bolsas de material y equipo, sin dejar mucho espacio
para los entrenadores.

—Por supuesto. —Me levanté de mi asiento y coloqué mi mochila


en el suelo.

—Gracias. —Se sentó y se puso cómoda cuando el autobús se


puso en marcha.

—¿Qué es eso? —preguntó justo cuando estaba cerrando mi


cuaderno de dibujo.

—Nada. Sólo unos dibujos. —Lo cerré y fui a meterlo en mi


mochila, pero ella me detuvo, apoyando su mano en el cuaderno.

—¿Puedo verlo? —Mis ojos la recorrieron brevemente y noté que


estaba vestida igual que el entrenador Marino con unos pantalones de
color caqui y un polo Valley Softbol de cuello azul marino. Y por
segunda vez mi interior se agitó y mis tripas revolotearon ante la fuerza
aparente en sus brazos y en sus manos.

Tragué con dificultad y asentí, liberando mi agarre del cuaderno.

Abrió el cuaderno y pasó la mano con cuidado por cada página.


Dibujaba y garabateaba en mi tiempo libre. Era algo que me veía
obligada a hacer. Casi como una adicción.
50

—Tienes mucho talento —dijo suavemente hojeando las


páginas—. Avergonzada, me sonrojé y luego me encogí de hombros
Página
mientras me miraba a los ojos—. Reagan, lo digo en serio. He visto
algunos de tus trabajos antes en la exposición de arte de la escuela.
Tienes un don. —Cerró el cuaderno y me lo devolvió amablemente con
una sonrisa.

—Gracias —susurré y luego aparté la vista, incómoda con el


halago.

Salimos a la carretera principal para conducir hacia nuestra


escuela secundaria rival y las chicas en la parte de atrás comenzaron a
cantar. Me giré para mirarlas asombrada cuando entonaban una
canción tras otra de Garth Brooks. Y cuando terminaron, comenzaron
con Clint Black junto con comentarios sobre cómo les gustaría estar con
él.

La señora Evans me miró y sonrió cuando finalmente me di la


vuelta.

—¿No te gusta la música country?

Negué con la cabeza y hablé en voz alta sobre el canto y las


ráfagas de viento.

—No tenía nada en contra hasta ahora.

Se rio y casi me sonrojé por lo hermosa que se veía cuando la


sonrisa iluminó su rostro. Mirando hacia mi regazo, se acercó y tocó mi
walkman.

—¿Qué escuchas?

Estudié mi reproductor de cassettes, pensando en la cinta del


interior.

—Red Hot Chili Peppers —Ella asintió con aprobación—. ¿Qué


51

más?
Página

Me encogí de hombros.
—Black Crowes, Jesus Jones, The Cure. ¿Qué hay de ti? —
pregunté curiosa.

—En este momento, en mi pequeño Chevy, tengo a R.E.M. en el


reproductor.

Asentí con la cabeza mientras me preguntaba otras cosas sobre


ella. ¿Dónde vivía? ¿Vivía sola? ¿Qué cosas le gustaba hacer? ¿Alguna
vez había estado enamorada? De ser así, ¿de quién? ¿Un hombre o
una mujer? Si preguntara y ella me contara, ¿qué haría si dijera que
había sido una mujer? ¿Qué significaría eso? De repente, el calor inundó
mi cuerpo y mi mente voló con las posibilidades y brevemente me
permití fantasear con ser la persona de la que estaba enamorada. El
placer y la adrenalina de ese pensamiento me dejó sorprendentemente
sin aliento.

La risa estalló desde la parte trasera del autobús y me di la vuelta


sobresaltada, sacudida de mi nuevo mundo de fantasía. El ensueño
había levantado las compuertas de pensamientos y emociones y no
quería nada más que regresar a ese lugar y soñar durante horas con el
aroma y la sensación de la señora Evans cerca, pero las chicas en la
parte trasera del autobús no iban a dejar que eso sucediese. Cuando mi
mente se desaceleró de la fantasía, me di cuenta de que el horrible
canto se había detenido.

Las chicas ahora contaban chistes y la señora Evans seguía


mirando hacia adelante cuando se lanzó otro chiste. No me tomó
mucho tiempo averiguar hacia dónde se dirigía. Era un chiste gay, y mal
imitado por Brandi. El siguiente vino rápidamente en medio de la risa.
Fue contado por Alyson, éste dirigido a las lesbianas.

—¿Cuál es la causa número uno de muerte para las lesbianas?


52

¡Bolas de pelo! —Las carcajadas continuaron y me di la vuelta en mi


Página

asiento apresuradamente, mirando a la señora Evans con cautela.


Estaba avergonzada y abochornada. Por supuesto que no sabía si era
gay o no, pero todos los demás parecían pensar eso y, en
consecuencia, me sentía muy mal por ella. Tenía muchas ganas de
detenerlo, de hacer que el mundo se detuviera, de dejarla simplemente
ser quien era. La estudié en silencio mientras las risas rebotaban en el
autobús. La observé mientras estaba sentada muy quieta, sus ojos
enfocados al frente, sus mejillas enrojecidas. Comenzaron otro chiste,
este sobre el SIDA y vi a la señora Evans retorciéndose las manos y
apretando la mandíbula. Era cierto, era gay y los chistes la estaban
lastimando. Oh Dios, cómo me dolía el dolor evidente en su cara. La
gracia del chiste llegó como los demás, flotando en voz alta y con
mucha risa. Comencé a acercarme a ella, a tocar su hombro, a decirle
que lo sentía, pero de repente se puso de pie y se volvió rápidamente
hacia las chicas.

Tragué saliva mientras miraba impotente. Ella se estremeció y


comenzó a hablar.

—Espero que sepas que no tiene gracia —dejó escapar su voz


vaciló al principio, pero luego salió profunda y fuerte, dominando las
suyas—. Resulta que conozco a algunas personas homosexuales,
algunas de ellas con SIDA. Y no me gusta que se burlen de ellos o de su
desafortunada situación. Son buenas personas. Seres humanos. Y nunca
serían sorprendidos actuando como ustedes en este momento.

El autobús quedó en silencio, las chicas mirándola. La señora


Evans tembló de emoción mientras sostenía sus miradas. Y luego, con
una respiración profunda, regresó a su asiento lentamente, su rostro
pálido.

Oí a las chicas sonreírse y reírse en voz baja detrás de nosotras. Me


encogí y sentí que mi corazón se llenó de rabia por el dolor que sus
53

palabras negligentes habían causado. Agarré el asiento y comencé a


Página
ponerme de pie, lista para darles lo que se merecían, sin importarme las
consecuencias, pero el entrenador Marino se me adelantó.

—Chicas, tiene razón. Mejor que nadie en este equipo se


comporte así de nuevo. —Parecía tan pequeño de pie en la parte
delantera del autobús, su pequeño pecho hinchado hablando en serio,
pero las chicas parecían respetarlo y pronto las risas se detuvieron por
completo.

Miré a la señora Evans y caí de nuevo en el asiento. Quería


desesperadamente acercarme y tocarla para al menos consolarla. Lo
hice, tentativamente, incapaz de resistir y suavemente le toqué el
hombro.

—Lo siento. —Le ofrecí, sintiéndolo.

Se encogió de hombros y se quedó mirando el respaldo del


asiento de cuero marrón frente a nosotros.

—Reagan, no necesitas disculparte.

—Claro que sí. Son gilipollas y lo siento por eso.

Me miró y miró en mi cara.

—Gracias —murmuró suavemente—. Es sólo… —Inhaló


profundamente antes de continuar—. Perdí a alguien recientemente. Un
querido amigo. Tenía SIDA.

Mi corazón lloró por ella mientras veía el dolor tan evidentemente


grabado en su fuerte y hermoso rostro.

—Lo siento mucho. —Le apreté el hombro, deseando que hubiera


algo más que pudiera hacer. Deseando poder retorcer el cuello de las
chicas y hacerlas disculparse por sus palabras dañinas.
54

—Está bien. —Descansó su cabeza en sus manos—. No debería


Página

haberles seguido el juego, pero la herida está demasiado fresca.


—¿Estás bromeando? Me alegra que hayas dicho algo. Alguien
tenía que hacerlo.

Viajamos en silencio el resto del camino. Dejé a la señora Evans


con sus pensamientos y su dolor y me pregunté cómo sería perder a un
amigo cercano. Mientras lo pensaba, me dolía aún más por ella.

Pero a medida que avanzábamos, esperaba que tal vez algo


bueno hubiera salido del desastre del chiste. Tal vez ahora las chicas
entenderían cuán estúpido era su comportamiento. Quizás ahora la
dejaran en paz. El autobús disminuyó la velocidad y se estacionó junto a
la escuela secundaria rival. Y mientras descargamos nuestro equipo y
comenzamos el partido, escuché a las chicas que seguían riéndose por
lo bajo cuando el entrenador Marino no miraba. Noté que los
comentarios ya no estaban dirigidos únicamente a la señora Evans, sino
también a mí. Pensé que como había estado sentada a su lado en el
autobús, habían asumido que éramos aliadas. Por una vez tenían razón.

55
Página
Capítulo 8
El partido transcurrió casi sin contratiempos hasta la quinta
entrada. Salimos corriendo al campo y algunas de las chicas
comenzaron a reírse y susurrar, señalando a la señora Evans, que había
estado sentada tranquilamente en el banquillo. Se levantó para dirigirse
a la línea de la primera base con el entrenador, ajena a las chicas y sus
risas. Me senté y me puse mis guantes de bateo, tratando de ignorar las
bromas.

—¿Oye Reagan? Tu novia está usando tu sudadera.

Miré hacia arriba, completamente confundida.

—¿Eh?

Brandi señaló dónde estaba la Señora Evans. Estaba con las


manos metidas en sus chinos con el viento frío en la espalda. Se giró
ligeramente y vi mi apellido impreso en la sudadera azul marino que
llevaba. Mi corazón dio un vuelco y casi sonreí de emoción. Llevaba mi
sudadera. Me sentí increíblemente cerca de ella en ese momento, y
muy halagada.

—¿Qué más compartís? —preguntó Brandi en tono burlón. Me


puse de pie y recuperé mi bate, haciendo un swing de entrenamiento
peligrosamente cerca de su cara llena de granos. El equipo se reía de
su comentario y me observaba para ver cómo reaccionaba.

—Sabes, compartimos algo más —dije colocando el bate sobre


mis hombros para estirar. Mi corazón estaba acelerado por la emoción y
56

la adrenalina y de repente me sentí sin miedo. Desatada en mi lucha


Página

junto con la señora Evans.


—¿Oh sí? ¿De qué se trata? —Una sonrisa malvada se extendió
por su rostro y por un minuto recordé al Grinch9.

—Ambas tenemos la piel perfecta.

Se puso de pie rápidamente y se acercó a mí.

—Puta de mierda.

Me encogí de hombros y me puse el casco.

—Lo lamento Brandi, esto es algo que compartimos, algo que tú


nunca tendrás —proseguí con indiferencia.

—Estás muerta —profirió, sus oscuros ojos centelleaban de ira.

Me detuve y giré justo cuando estaba a punto de salir del foso.

—Guárdalo para la U de A. Después de todo, te largas de aquí,


¿recuerdas? —Me acerqué al plato de home mientras intentaba calmar
mi respiración. Mi sangre estaba fluyendo a través de mí a un ritmo
vertiginoso y podía escuchar a las chicas hablando sus mierdas en el
foso. Acababa de insultar a la capitana del equipo, pero no me
importaba. Ella era ignorante y una perra y había decidido hacerme su
objetivo, pero yo me había defendido. Algo que obviamente nadie hizo
nunca.

Me quedé parada frente a la caja de bateo y miré al entrenador


en busca de mi señal. Estaba de pie junto a la tercera base, el viento
levantando su oscuro pelo que tapaba su brillante calva. Me dio la
señal, diciéndome que golpeará lejos a la izquierda del campo. Asentí y
entré, más que lista para sacar mi furia en la pelota. La lanzadora era
alta y rubia y la conocía de la liga del club. Era fuerte y mayor, con una
beca completa esperándola en UCLA10. Completé un swing de
57

9
Página

Grinch: Es un duende, un personaje de ficción. En su primera aparición en libro en 1957, robó la


Navidad. Posteriormente, se hicieron varios especiales de televisión en EE.UU.
10
UCLA: Universidad de California en Los Ángeles.
entrenamiento y bajé para el lanzamiento. Vino bajo y rápido, tal como
lo esperaba. Me di la vuelta rápidamente, usando el poder de mis
piernas y caderas mientras giraba. La bola se estrelló contra el bate de
grafito, elevándose hacía la izquierda del campo con fuerza y rapidez,
justo por encima de la paradora en corto11.

Solté mi bate y corrí con todas mis fuerzas hacia la señora Evans.
Ella estaba señalando y gritando, diciéndome que me dirigiera a la
segunda. Mientras me acercaba, miré al entrenador en la tercera. Me
estaba haciendo el molinete, queriendo todo el tiempo que fuera a
home. Lo hice rápidamente, tratando de ignorar los gritos de ambos
equipos. Abordé la tercera base y me dirigí hacia Home. El sol poniente
picó mis ojos, y no pude ver al receptor. Mi equipo estaba gritando
instrucciones, pero ya no confiaba en ellas. Ya no. Nunca más. Había
bullicio a mi izquierda y sabía que la lanzadora probablemente tenía la
pelota. Una voz me gritó desde la primera base.

—Abajo. ¡Reagan abajo! —gritó la señora Evans. Inmediatamente


después de escuchar su voz, me giré ligeramente hacia mi izquierda y
me deslicé hacia Home. Choqué con la corpulenta receptora, que
estaba sentada a mi lado con la pelota en su guante.

—Salvada, ¡está salvada! —el árbitro gritó, mientras marcaba


fuera con sus brazos. Me quedé allí aturdida, mientras algunas de las
chicas de mi equipo salían a ayudarme. Tiffany chocó los cinco
conmigo, al igual que nuestra directora de equipo. Brandi y las otras
chicas se sentaron en silencio en el banco. La señora Evans de pie
aplaudiéndome, con una gran sonrisa en su rostro. Me froté el trasero y
me senté en el banco.

—Ese, —me dije a mí misma—. Ese fue para ti, señora Evans.
58
Página

11
Parador en corto (shortstop): Juega entre la segunda y la tercera base, y su función es impedir que los
batazos que van por ese sector se cuelen al exterior izquierdo.
La última entrada llegó cuando el sol desapareció detrás de las
montañas. Estábamos uno a uno gracias a mi home run12 y me sentí
bastante bien a pesar de que me había peleado con mi equipo. Me
puse de pie en mi posición defensiva y miré a la señora Evans. Todavía
tenía mi sudadera y un sentimiento de orgullo se apoderó de mí. Ahora
había un out13 con una corredora en la tercera y la chica bateando era
conocida por sus lanzamientos cortos. Miré a Brandi, que estaba
jugando en la tercera base demasiado atrás, especialmente para esta
bateadora en particular. La llamé y me pasé la mano por el pecho, la
señal de bunt14. Ella sacudió la cabeza hacia mí, negándose a avanzar.

Se realizó el lanzamiento y la chica cuadró su pequeño cuerpo


hacia la tercera, colocando suavemente un ligero golpe en la pelota.
Brandi se tambaleó en sus tapones y cargó contra la pelota mientras yo
retrocedía hacia mi bolsa15. Intentó atrapar la pelota con la mano
desnuda, pero la perdió. Después de medio giro para ver al corredor de
la tercera base, lanzó la pelota apresuradamente, desequilibrada y en
la trayectoria de la bateadora. Me estiré hacia la pelota y la atrapé
justo cuando el corredor se estrelló contra mí y la solté. El corredor de la
tercera llegó a Home y escuché el grito del equipo contrario festejando.
Me levanté del suelo y miré mi brazo. Estaba sin fuerza y palpitante de
dolor. El entrenador Marino vino de inmediato a mi lado y pidió tiempo.
Se tomó de inmediato la decisión de remplazarme. Entré en el foso y me
quité el guante. Mi codo palpitó por el dolor de la colisión y respiré
profundamente mientras me acomodaba en el banquillo.

La señora Evans me dio una palmadita en la espalda.

12
Home run: Carrera.
13
Out: En softbol, un strikeout (o strike-out), conocido comúnmente en el idioma español como
"ponche", se produce cuando un bateador acumula tres strikes durante su turno al batear. Por lo
59

general, significa que el bateador es eliminado (out).


14
Bunt: el acto de golpear una pelota de béisbol a la ligera y sin manejar el bate. golpear una pelota de
Página

tal manera con el fin de hacer que se vaya a poca distancia. Un toque de bola es un tipo especial de
técnica ofensiva en el béisbol o el softbol.
15
Bolsa: Especie de saco o almohadilla blanca que hay en cada base.
—Lo has hecho lo mejor que has podido. Ese lanzamiento era
terrible.

—Sí, bueno, ya no importa demasiado. —Me estremecí cuando


nuestro preparador físico comenzó a doblar mi brazo dolorido.

—¿Quieres tu sudadera? —preguntó la señora Evans, lista para


quitársela.

—No, úsala. Hace frío y mi anorak está bien. —Se puso de pie y
recupero mi anorak y luego la colocó suavemente sobre mis hombros.

—¿Entonces no te importa, si me pongo tu sudadera? —Se sentó


a mi lado mientras el preparador se alejaba para buscarme un poco de
hielo.

—Por supuesto que no.

—Pensé que no te importaría.

El silencio se estableció cuando el juego volvió a comenzar. El


preparador volvió y envolvió una bolsa de hielo alrededor de mi codo.
La señora Evans lo observó alejarse antes de hablar.

—Te pones obsesión, ¿verdad?

La miré sorprendida.

—Sí. —Para gran consternación de mi madre. Decía que olía


demasiado masculina.

—Eso pensé. Puedo olerlo en tu sudadera. —Mis mejillas se


sonrojaron con calor excitado. Mi cuerpo palpitó una vez más, pero esta
vez el dolor había desaparecido—. Huele bien.

—Gracias —susurré, sin saber qué decir.


60

Miré hacia el campo mientras otra bateadora conectaba con la


Página

pelota. Fue un golpe directo sobre la segunda base, permitiendo que la


corredora que había chocado conmigo anotara. Suspiré cuando me di
cuenta de que habíamos perdido el partido.

La señora Evans se puso de pie mientras las chicas entraban


lentamente desde el campo. El entrenador Marino aplaudió y luego se
sonó la nariz. Se quedó fuera del foso esperando que termináramos de
felicitar al otro equipo.

—¡Apúrense, vamos! —nos llamó y nos dijo que nos sentáramos. Se


paró ante nosotros y tocó su nariz irritada mientras hablaba. Cuando
terminó, nos preguntó si había algo que quisiéramos decir. Brandi
levantó la mano y se levantó.

—Perdimos este juego por una sola razón. Inexperiencia. —Ella me


miró directamente y las otras chicas se giraron para hacer lo mismo. Mis
entrañas rugieron cuando me di cuenta de lo que estaba tratando de
insinuar. Que de alguna manera su mal lanzamiento fue culpa mía.

Abrí la boca para hablar, pero antes de que pudiera, sentí una
mano en mi hombro. La señora Evans se puso en cuclillas a mi lado.

—No, no vale la pena —dijo en voz baja en mi oído. A


continuación se puso de pie y se colocó las manos casualmente en los
bolsillos—. Estoy de acuerdo —dijo mirando a Brandi—. Pensé con
seguridad que nuestras jugadoras veteranas y más experimentadas
sabrían cómo leer mejor un toque de pelota. —La boca de Brandi se
quedó abierta ante el comentario y volvió a mirar al entrenador, como
si le replicara a la señora Evans—. Aunque parece que cuando se llega
a esto, todo el equipo necesita trabajar en los bunts. —Ella se encontró
con los ojos del entrenador que asintió con la cabeza en acuerdo. Él
parecía un poco nervioso por las palabras, y yo sabía que estaba
sintiendo la presión de la mirada de su jugadora estrella. Nadie se
61

enfrentaba a Brandi, ni siquiera a él—. En el próximo entrenamiento,


Página
puedes apostar que estarás respondiendo muchos bunt —dijo
finalmente.

Estuve en el banquillo en el siguiente entrenamiento con mi brazo


izquierdo tensionado. Por supuesto, no me importó realmente porque
significaba que podía deambular por el entrenamiento, caminé hacia
el campo de J.V. donde jugaban mis amigas. Un agradable y
bienvenido escape de Brandi y sus matonas. Mis amigas sabían que me
sentía miserable en el equipo universitario y trataron repetidamente de
que hablara con el entrenador para que jugara en su equipo, pero me
negué, sabiendo que mis padres estarían enojados, y también lo estaría
el entrenador Marino.

La señora Evans vino el viernes para ayudar con el equipo de J.V.


Salió al campo para recoger bolas de tierra y noté que estaba usando
mi guante. Sonreí un poco, sabiendo que teníamos una confianza y una
amistad tácitas. El entrenador de J.V. finalmente llamó a todas y
anunció que habría entrenamiento el sábado, al día siguiente, sólo para
jugadoras defensivas. Luego me miró, sabiendo que pronto estaría fuera
de la lista de lesionadas.

—Reagan, eres bienvenida a trabajar con nosotros.

Asentí, considerándolo seriamente, ansiosa por volver al campo.

—No estaré aquí —el continuó—. Así que el entrenamiento lo


llevará a cabo la señora Evans.

Ella saludó a las chicas y de repente supe que aparecería. No sólo


el sábado era mi decimosexto cumpleaños, sino que también pasaría
un día con la señora Evans.
62
Página
Capítulo 9
A la mañana siguiente, me desperté sobresaltada, impaciente por
ir a entrenar, ilusionada por compartir mi día especial con la señora
Evans. Me vestí con un chándal gris y llevando el anorak del equipo
universitario bajé por las escaleras. Un ramo de rosas amarillas estaba
sobre la mesa de la cocina. Saqué la tarjeta con una sonrisa y leí los
deseos de feliz cumpleaños de mi familia. Cuando me senté con un
tazón de cereal, Rebecca entró en la habitación enfundada en su
albornoz rosa.

—Feliz cumpleaños —dijo con voz ronca poniéndose cómoda


sobre la mesa.

—Gracias —dije masticando observándola masajear sus sienes


debajo de su pelo rizado y despeinado—. ¿Lo pasaste bien anoche? —
Sabía que había estado fuera con el chico con el que estaba saliendo.
A pesar de su orgullosa devoción a la fe mormona, sabía que él y mi
hermana estaban haciéndoselo.

Levantó la cabeza y me miró a través de sus manos.

—¿Qué sabes al respecto?

Tenía la boca llena y tragué.

—Sé lo suficiente.

—Sí, claro. —Desafió.

—Pensé que Sam no tenía permitido beber.


63

Esta vez retiró las manos y se sentó más erguida en su silla.


Página
—No bebió.

—Claro, así que estaba allí simplemente para animarte.


¿Sujetándote el pelo cuando vomitaste?

—No te metas, Rey.

—Oye, sólo estoy cuidándote. No dejes que mamá y papá te


pillen, porque parece que peleaste con un tren y perdiste.

—No necesito que me cuiden.

—Sí, lo necesitas. —Me puse de pie y llevé mi tazón al fregadero—.


La gente está hablando en la escuela. Sobre lo que tú y Sam estáis
haciendo.

Rebecca me miró y también se puso de pie.

—Sí, la gente también está hablando de ti. Señorita Santurrona.

Puse las manos en mis caderas y me reí.

—Cierto. —Puse los ojos en blanco. Nunca hice nada


remotamente emocionante. No había nada que causara rumores.

—Sí, claro. ¿Qué hay de comer felpudos? ¿Eso te suena? —Me


quedé en shock, las manos cayendo a mis costados. Negué con la
cabeza, incrédula.

—¿Qué?

—Sí, hermanita. También todos están hablando de ti. Llamándote


tortillera.

De repente, tragué con gran dificultad sabiendo quién era la


responsable. Apreté la mandíbula y pasé junto a ella, rozando su
hombro.
64
Página
—Pero afortunadamente Nate no lo cree. Todavía quiere tu
cuerpo.

—Él puede soñar —dije entre dientes mientras salía enojada de la


cocina.

—Sólo me preocupo por ti —me dijo. Agarré mi equipo y cerré de


golpe la puerta principal. Me senté en la entrada y me congelé el culo
en el cemento frío y duro mientras esperaba a que mi amiga me
recogiera. Tiré de mis botines y me até los cordones con tanta fuerza
que rompí uno de ellos. No podía creer lo que mi hermana había dicho,
el nivel al que la gente se había rebajado. Sabía que debían ser Brandi y
las chicas. Me abracé las rodillas contra el pecho mientras esperaba. En
realidad no me importaba que me llamaran tortillera. No tenía ningún
problema con la gente gay. Simplemente no sabía lo que significaba ser
uno de ellos. ¿Qué hacía a una persona lesbiana? Nunca había estado
con una chica, la había besado o tocado. Por otra parte, tampoco
había hecho esas cosas con un chico.

Escuché cerrarse la puerta principal y miré hacia arriba para ver a


mi madre caminando hacia mí.

—Feliz cumpleaños —me saludó dándome palmaditas en el


hombro—. ¿Esperando a Dana? —Mirado a la calle mientras hablaba.

—Sí.

Suspiró y se agachó para recoger el periódico de la mañana.

—Escucha, iba a ser una sorpresa, pero pensé que sería mejor que
te lo dijera para que no hicieras otros planes.

Inmediatamente me invadió una sensación de inquietud y temor.


65

—¿Qué? —pregunté sintiéndome enferma.


Página
—Bueno, tu hermana y yo planeamos una pequeña fiesta para ti
esta noche.

—Mamá, no lo hiciste. —Estaba indignada, le había dicho


específicamente que no lo hiciera. No estaban las cosas para una fiesta
sorpresa. Me avergonzaría como el infierno.

Ella levantó las manos para apaciguarme.

—No te enojes. Es solo una pequeña fiesta. Rebecca hizo toda la


invitación, dijo que invitó a todos tus amigos.

—Genial, simplemente genial. —Me puse de pie cuando Dana se


detuvo en su ruidosa vieja Nova. Me colgué la bolsa de mi equipo por
encima del hombro y me fui por el camino.

—¡Estate aquí a las siete! —me dijo mi mamá saludando a Dana.

Abrí la puerta y lancé mi equipo en la parte de atrás. Cerré de


golpe la chirriante puerta y crucé los brazos sobre mi pecho,
negándome a despedirme a mi madre. Dana pisó el acelerador y el
auto bramó ruidosamente mientras nos alejábamos.

—¿Te lo ha contado, no? —Dana me miraba con pena.

—Sí —murmuré todavía furiosa. ¿Por qué no puede alguna vez


escucharme? Es mi cumpleaños, no tenía derecho. No quiero una
maldita fiesta. No soy una princesita teniendo sus dulces dieciséis. Y
luego, encima de eso, Rebecca ha estado haciendo las invitaciones.
Sería mejor que ni apareciera.

—Traté de decirle que no lo hiciera.

—Sí, bueno, gracias por intentarlo. Aparentemente no le importa


lo que quiero para mi cumpleaños.
66

—¿Qué es lo que quieres?


Página
Me giré para mirarla por un momento mientras pensaba.

—Estar en cualquier lugar que no sea mi casa esta noche.

Se rio mientras disparaba su potente motor.

Nos detuvimos en el entrenamiento a las nueve en punto y noté


de inmediato que solo había un puñado de jugadoras. La señora Evans
ya estaba practicando pelotas tocando el terreno, vistiendo jeans
desgastados una sudadera y zapatillas. Mi corazón dio un vuelco
mientras sonrió saludándome.

Las siguientes dos horas mis amigas y yo lo pasamos genial


entrenando con la señora Evans. Hablamos y bromeamos, todo el
tiempo recogiendo pelotas sobre el terreno y atrapando bolas. Me
encontré sonriendo todo el tiempo, amando cada minuto que pasé
con ella y mis amigas. Su sentido del humor era maravilloso y se
conectaba fácilmente con nosotras, entendiendo nuestros problemas,
sabiendo cómo nos sentíamos.

Al final del entrenamiento, troté hacia el foso y escuché a Dana


hablar de mi fiesta. El recordatorio hizo que un sabor amargo subiera
por mi garganta. Casi había olvidado que era mi cumpleaños. Tiré mi
guante dentro de mi bolsa con rabia. La señora Evans se acercó a mí.

—Olvidé desearte un feliz cumpleaños —dijo suavemente


sintiendo mi ira.

—Gracias, pero no gracias —dije cerrando mi bolsa.

—¿Y eso por qué? —preguntó mientras las otras chicas se


acercaban.

—Su madre y Rebecca le están organizando una fiesta sorpresa.


67

—Dana completó.
Página
—¿Sí? Eso suena bien. —La miré, mi infelicidad escrita en mi
cara—. Pero no la quieres. —Ella terminó entendiendo.

—No. No la quiero.

—Especialmente ya que Rebecca hizo las invitaciones. —Dana


intervino.

—Todo el mundo que es alguien estará allí. —Lori agregó


poniéndose una sudadera sobre su camiseta negra de Cure.

—No voy a ir —dije de pie y colgando mi bolsa sobre el hombro.

—Tienes que ir —dijo la señora Evans—. Tu madre se enojará si no


lo haces. Y eso sólo empeorará las cosas.

La miré a los ojos y deseé con todo lo que me quedaba que me


llevara con ella. Lejos de Valley y los snobs, lejos de las madres que se
negaban a entender, lejos de todo. Ella me sonrió y yo asentí en silencio,
de acuerdo con sus palabras.

—¿Necesitas ayuda para empacar? —pregunté mirando las


diferentes pelotas y bates que estaban tirados.

—En realidad tengo que irme —dijo Dana mirándome con pena.
Se dio cuenta que estaba tratando de postergar el volver a casa. Y
supe por su rostro que lamentaba no poder ayudarme en ese plan.

—No te preocupes por eso —dijo la señora Evans—. Yo me


encargo.

Suspirando, me volví a regañadientes y seguí a mis amigas por la


colina. Dana había asumido correctamente. No quería irme a casa,
pero había algo más obstaculizando mi paso. Aún no estaba lista para
dejar a la señora Evans. No podía explicarlo, pero no había otra persona
68

en la tierra con la que quisiera pasar mi día especial.


Página
—¿Qué vas a hacer? —Lori preguntó interrumpiendo mis
pensamientos—. ¿Sobre la fiesta?

Me encogí de hombros desesperada cuando llegamos a la cima


de la colina. La señora Evans tenía razón, tenía que ir.

—¿Qué pasa si apareces y luego te vas? —preguntó Dana.

Pensé por un momento y asentí.

—Sí, eso es lo que haré.

—¿Eso quiere decir que puedo librarme de aparecer? —Lori


preguntó sonando esperanzada.

—Ni hablar. Si tengo que ir, vienes conmigo. —Tomada la decisión,


me detuve en la entrada del pabellón. No me iba a casa. No todavía—.
Adelántate sin mí. Tengo que ir al baño.

—¿Quieres que te espere en el estacionamiento? —preguntó


Dana.

—No, todavía no estoy lista para irme a casa.

—Ok, entonces te veo luego.

—Sí, hasta luego, cumpleañera. —Lori me miró cuando le mostré


mi dedo corazón. Sus risas se fueron apagando mientras seguían
caminando, dejándome atrás y con mi mal humor.
69
Página
Capítulo 10
Entré en el gran vestuario vacío y fui asaltada de inmediato por su
olor a húmedo y rancio. La puerta se cerró detrás de mí mientras mis
manos buscaron a tientas el interruptor de la luz a lo largo de la pared.
Las luces parpadearon lentamente y zumbaron un suave son. Me dirigí a
los váteres y escuché el débil sonido de gruñidos y ruidos procedentes
de la sala de pesas de al lado. Me sorprendió escuchar a gente hacer
ejercicio, especialmente un sábado.

Salí del retrete y me lavé las manos, mi mente vagaba hacia la


señora Evans. Sabía que era mejor darme prisa si la iba a ayudar. De lo
contrario, ¿qué excusa tendría para quedarme? Estrujé la áspera toalla
de papel marrón y la arrojé a la basura en el barril azul. Me giré de los
lavabos y paré en seco cuando alguien salió delante de mí. Por medio
segundo sonreí, asumiendo que era la señora Evans, pero mis
esperanzas se desvanecieron rápidamente a medida que la realidad se
asentaba, mirándome desde un voluminoso y sudoroso cuerpo estaba
Nate Williams.

Titubeando un poco, casi choqué con él.

—Nate —exhalé—. Me has dado un buen susto.

Sonrió mientras me miraba de arriba abajo, sus manos desatando


sus guantes de levantamiento de pesas.

—Pensé que te alegrarías de verme. —Sostuvo mis ojos mientras


gotas de sudor caían por su cuello hasta su pecho pálido, pero lleno de
granos. Después de apretar sus correas alrededor de sus muñecas, las
70

aseguró una vez más.


Página
—No sabía que entrenabais los sábados. —Di un paso lento hacia
un lado, tratando de encontrar una manera de rodearlo. Su presencia
era poderosa y sofocante, absorbiendo el aire mientras su cuerpo
invadía mi espacio personal.

—Somos sólo algunos de los muchachos y yo. El entrenador nos


dio una llave. —Me miró sonriendo con avidez. Flexionó su bíceps con
orgullo—. Hago ejercicio todos los días. —Luego, después de examinar
el engrosamiento en su brazo, levantó la mano y se secó el sudor de la
frente. Sus músculos se ondularon con el movimiento y me di cuenta de
lo grande que era a mi lado—. ¿Se nota? —Dio otro paso hacia mí,
deteniéndose para flexionar los brazos y el pecho, esta vez para mí.

Mi mano encontró mi frente y la voz me tembló cuando aparté la


mirada de él.

—Sí, Nate. Se nota. —Me reí nerviosamente—. Eres muy grande.


Eso debe ser útil con la lucha libre y todo eso.

Hice un movimiento y di un paso rápidamente tratando de


eludirlo, pero él metió el costado delante de mí y agarró mi brazo. Me
tensé, mi cuerpo en alerta máxima y de repente supe lo que significaba
la frase huye o pelea. Podía sentir sus intenciones rezumar por sus poros,
más potentes que su sudor.

—¿Dónde vas? —Su otra mano encontró la parte inferior de mi


espalda, atrayéndome hacia él. Giré la cabeza rápidamente y,
literalmente, me atraganté por su sensación, todo resbaladizo y
apestoso por el sudor. Su aliento era asqueroso, como el café del día
anterior mientras se inclinaba para hablarme en el oído—. Tu hermana
me contó algo el otro día.

Me estremecí al sentir su aliento caliente, empujándolo por su


71

pecho. Él se rio y me atrajo cada vez más cerca, permitiendo que mi


Página

muslo sintiera el monstruo despertado entre sus piernas.


»Me dijo que te gustaba. Que eras muy tímida.

Mi cabeza palpitaba de miedo y mi cuerpo permanecía rígido,


tratando de alejarme de él, pero me sujetó con facilidad y comencé a
asustarme cuando me di cuenta de lo fuerte que era.

—No, Nate —murmuré todavía tratando de empujar,


manteniendo mi cabeza apartada de él—. No me gustas.

—Ahh, no digas eso. Sé que te gusto.

—¡No, no creo! —grité golpeando su pecho. De repente, su


agarre se aflojó y entrecerró los ojos. Y luego, en un instante, su rostro se
desencajó y sus ojos brillaron de ira. Me fui hacia atrás aprovechando la
libertad, pero mi movimiento pareció despertarlo y se abalanzó sobre mí
con fuerza, inclinándose para placarme por la cintura. Me quedé sin
aliento cuando su impulso nos acercó a la pared donde me estrelló.

—Maldita puta. —Retrocedió y me mantuvo inmovilizada sólo con


sus brazos. Luché por respirar y me puse a llorar. Su mano dejó mi
hombro cuando se dio cuenta de lo débil que estaba. Hurgó en sus
pantalones, empujándolos hacia abajo, exponiendo su erección oculta
sólo con su ropa interior.

—No, Nate no —supliqué haciendo todo lo posible para recuperar


mi fuerza. Mi espalda gritaba de dolor mientras me movía y acogí con
satisfacción la sensación, dándome una razón para luchar. Apreté mi
mandíbula mientras me empujaba una vez más con su única mano. Su
atención estaba únicamente en su polla, ansioso por liberarla.

Vi mi oportunidad y le di una patada tan fuerte como pude en las


bolas. Aulló de dolor y se tambaleó hacia atrás, con las manos atadas
de cuero ahuecando su entrepierna. Me aparté de la pared y traté de
72

rodearlo, pero él extendió la mano y agarró una pernera de mi


Página

pantalón, tirándome contra el suelo. Su peso me vino en un instante,


fijándome con uno de sus movimientos de lucha. Sus manos sujetaron mi
cabeza mientras su erección asomaba en mi trasero.

—Ahora, te tengo justo donde siempre te he querido. A cuatro


patas. —Su risa se deslizó en mi oído y yo gruñí e intenté darle un codazo
en vano. Mientras lo veía tirar de mis pantalones, escuché algo.
Movimiento. Y luego, mientras mi cara era mantenida en el frío y duro
piso del vestuario, la oí.

—Suéltala —ella bramó. Sentí que Nate se sentaba


instantáneamente, liberando su agarre en mi cabeza. Me di la vuelta y
conseguí orientarme, poniéndome de pie lentamente.

La señora Evans se quedó muy quieta, sus ojos nunca dejaron a


Nate.

—Reagan, ¿estás bien?

Me acerqué a ella lentamente, aturdida. Mi cuerpo vibraba con


la auténtica adrenalina de alguien que se enfrenta a la muerte. Ahora
sabía lo que era estar completamente asustada y sin ningún control.
Temblé mientras pasaba la mano por mi cabello, mi respiración todavía
era inestable y superficial.

—Creo que sí.

Nate se puso de pie y se subió los pantalones.

—Nosotros, uh, sólo le estaba mostrando a Reagan algunos


movimientos y...

—¿Hoy en día te enseñan a violar en el equipo de lucha?

La sangre se drenó de su rostro y sus ojos una vez más brillaron de


ira. Se enfureció e inmediatamente me alejé, temiendo su actitud, pero
73

pasó junto a nosotras, golpeando su hombro contra la señora Evans.


Página
»No te saldrás con la tuya —le dijo manteniéndose firme. Nate se
giró y se detuvo cuando llegó a la puerta de la sala de pesas.

—¿Sí? ¿Qué va a hacer al respecto?

—Informar.

Él se burló.

—Adelante, maldita tortillera. —Abrió la puerta y desapareció


dentro. La señora Evans apretó los puños y comenzó a ir tras él.

—¡Espera! —le grité corriendo hacia ella—. ¿Qué estás haciendo?


—Se detuvo y me miró, sus ojos intensos de furia.

—Voy a decírselo a su entrenador.

Negué con la cabeza, incapaz de hablar, tratando de recuperar


el aliento.

—No hay nadie allí. Sólo luchadores. —Miró a la puerta y luego


retrocedió—. Por favor, por favor, ¿podemos irnos? —Mi cabeza me
daba vueltas y sentía que me derrumbaba, pero primero tenía que
alejarme de él. Lejos de su mazmorra húmeda.

—Sí, por supuesto —susurró poniendo sus manos sobre mis


hombros—. ¿Estás segura de que estás bien?

Asentí rápidamente.

—Solo vámonos.

Caminamos en silencio por el campo de fútbol hasta el


estacionamiento. Mi respiración finalmente disminuyó y mi cuerpo se
relajó cuando nos acercamos a su pequeño automóvil.

—Realmente debería llamar a la policía —dijo la señora Evans,


74

abriendo la puerta del pasajero para mí.


Página
—¡No! —expresé sorprendiéndome—. Quiero decir, no ahora. Por
favor. —Sólo quería irme lo más lejos posible de la escuela. Y rápido.

Ella me estudió en silencio, levantando sus manos suavemente a


mi cara. Sus dedos me apartaron el cabello de mis ojos. Mi cuerpo se
sentía pesado con la carga de lo que acababa de suceder. No podía
moverme, no podía pensar. Todo lo que quería hacer era fundirme en
sus brazos, en la seguridad que ella proporcionaba. Acarició mi mejilla,
secándome una lágrima y examinó mi cara.

—Oye —declaró con suavidad cogiendo mí barbilla, queriendo


que la mirara—. ¿Estás segura de que estás bien?

Sus ojos eran azul oscuro y hermosos, su voz era profunda y


tranquilizadora. Me estremecí cuando la miré y temblé cuando las
lágrimas hicieron un nudo en mi garganta, abriéndose paso de mi cuello
a mis ojos, donde brotaron y cayeron. Sus ojos combinados con
empatía cuando me atrajo hacia ella. Me sostuvo, me abrazó,
acunándome.

Sintiéndome apoyarme en ella, se apartó y apretó mi mano.

—Estás a punto de caerte. ¿Quieres que te lleve al hospital? ¿Hizo


algo antes de que yo llegara? —Me miró con ojos preocupados.

—No, estoy bien. Sólo aturdida.

Abrió la puerta y me ayudó a entrar.

—Vamos, te llevaré a casa. —Me subí y me senté a esperarla


mientras rodeaba el auto.

—No quiero irme a casa.

Arrancó el auto y lo puso en ralentí.


75

—Es preciso decirle a tus padres lo que pasó.


Página
—¡No! Dios no. Por favor. —Me lleve las manos a la cabeza ante la
idea—. No entiendes. Mi madre se volvería loca y nunca más me dejaría
salir de casa.

—Reagan, tenemos que decirlo. No puede salirse con la suya.

Suspiré y me incorporé para observar el camino.

—Lo sé. Pero no ahora, ¿vale? —La miré esperando que


entendiera. Simplemente no podía hablar de eso. No en ese momento.
Y ciertamente no con mi madre.

—Voy a decírselo a la directora el lunes. Tengo que hacerlo. —Me


miró y tomó mi mano. —Estoy segura de que ella querrá hablarte al
respecto.

—De acuerdo —dije suavemente sabiendo que tenía que


hacerse.

—Ahora, ¿dónde te gustaría ir?

—No me importa. A cualquier lugar.

La señora Evans miró hacia la carretera y redujo la velocidad para


girar a la derecha.

—Entonces, ¿quién era ese chico?

Miré por la ventana viendo pasar el desértico paisaje.

—Su nombre es Nate Williams. Es del equipo de lucha libre.

—Eso explica su físico. —Cambió de marcha todavía


concentrada en el camino—. ¿Es esta la primera vez que te molesta?

—Sí. Quiero decir que él siempre ha sido un poco asqueroso, pero


esta ha sido la primera vez que me ha tocado.
76
Página

—¿Qué quieres decir con asqueroso?


Me encogí de hombros.

—Siempre me está diciendo cosas desagradables, que le gustaría


follarme y esas cosas. Y luego, hace unas semanas se exhibió.

—¡Jesús! —Sacudió la cabeza para mirarme—. ¿Dónde sucedió


eso?

—En biología. La sacó delante de mí y de mi compañero de


laboratorio.

—Hay algo mal con ese chico. Sabes eso, ¿no?

Me miré las manos, asintiendo. Nate siempre me había


incomodado, pero nunca pensé que llevaría las cosas a este nivel.

»¿Lo dijiste?

—No. Mi compañero de laboratorio estaba avergonzado. Me


pidió que no lo hiciera.

Negó con la cabeza sin poder creerlo mientras reducía la


velocidad del auto. Salimos de la carretera y nos dirigimos a la reserva
de un parque, ubicado frente a las montañas cercanas de mi casa.
Aparcó el coche y llegó al asiento trasero para recuperar una bolsa de
regalo.

—Vamos. —Me animó con una sonrisa. Salimos del auto y nos
adentramos en el parque, siguiendo un sendero de tierra hasta varias
grandes rocas. Se subió y luego se giró para tomar mi mano,
subiéndome a su lado. Me senté lentamente, haciendo una mueca por
el dolor en mi espalda. Pero tuve cuidado de no dejarla ver. Me sentí un
poco abochornada y avergonzada por la situación en la que me había
encontrado. Debería haber sido capaz de manejar a Nate, pero no lo
77

había hecho. Y solo Dios sabía lo que habría pasado si la señora Evans
no hubiera entrado.
Página
—Toma —dijo sentándose a mi lado—. Esto es para ti.

Tomé la bolsa de su mano vacilante.

—¿Qué es?

—Es por tu cumpleaños.

La miré, completamente sorprendida y desconcertada.

—¿Me has comprado un regalo? —Ni en mis sueños más salvajes


lo hubiera esperado.

—Por supuesto. Los dieciséis sólo se celebran una vez en la vida.


Iba a dártelo en el entrenamiento, pero lo olvidé y lo dejé en el auto. —
Me sonrió y me dio un codazo—. Vamos, ábrelo.

Mi cabeza dio vueltas mientras evaluaba mi situación. Estaba a


solas con ella y tenía un regalo para mí. No podría haber pedido un
mejor regalo. Abrí la bolsa lentamente, con ganas de saborear el
momento. Nuestro momento.

La parte superior de la bolsa estaba rellena con papel de seda y


mi pobre corazón latía en el pecho mientras lo abría. Ya había pasado
por muchas cosas, no estaba segura de si mi cuerpo podría aguantar
mucho más, bueno o malo. Sentí algo y lo saqué. Era un gran libro
encuadernado en cuero con una R bordada en la parte delantera.

—Es un diario —dijo—. Para que puedas anotar todos esos


pensamientos profundos que tienes.

Encontré sus ojos y los sostuve. Mi garganta se hizo un nudo y no


hubo palabras.

—También puedes dibujar en él. Sé que te gusta dibujar.


78

Me aclaré la garganta, desesperada por expresar mi sincero


Página

agradecimiento y mis sentimientos, pero no pude hacerlo.


»Ábrelo —ordenó con dulzura. Abrí el cuaderno y pasé a la
primera página donde había una dedicatoria.

“Ella ahora se pinta los ojos tan negros como la noche.


Ella saca esos tonos oscuros ajustados.
Ella tiene una sonrisa cuando viene el dolor
El dolor va a hacer que todo esté bien. Bien
Ella les habla a los ángeles. Los llama, los llama por sus nombres.”

Mientras leía las lágrimas inundaban mis ojos. No sabía cómo lo


supo, pero lo sabía. Me senté mirándola en silencio y con asombro.
Incapaz de comprender cómo la persona en mi vida que
probablemente durante menos tiempo me había conocido podía
comprenderme tan bien.

—The Black Crowes16 —susurré pasando mi dedo ligeramente a


través de las palabras—. Esa es mi canción favorita. —Levanté la vista,
incapaz de ocultar mis sentimientos. Una lágrima cálida cayó
lentamente por mi mejilla.

—Lo sé —susurró—. Le pregunté a Dana.

De repente me reí y me limpié la cara.

—Dana. Ella siempre está tratando de hacerme escuchar su


música cristiana.

La señora Evans sonrió y envolvió sus brazos alrededor de sus


rodillas, abrazándolas contra su pecho.

—A cada cual lo suyo.

Asentí y me encontré con sus profundos ojos azules.

—Gracias —por fin logré decir.


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16
Página

The Black Crowes: Grupo de rock duro estadounidense que comenzó su carrera en los años 90. La
dedicatoria, aunque con ligeros cambios en algunas frases, corresponden a estrofas de uno de sus
grandes éxitos "She Talks to Angels"
—Hay más —dijo suavemente.

Volvió a buscar en la bolsa y recuperó un sobre. Sostuvo la bolsa,


permitiéndome abrirlo. Dentro había un cheque-regalo para una tienda
de música.

—Eso es para un nuevo CD. Para ayudarte a inspirarte.

—Muchas gracias —le dije—. ¿Este es el regalo apropiado?

—Hay otro. —Metió la mano en la bolsa y sacó un libro de


bolsillo—. Toma —dijo ofreciéndomelo con una sonrisa.

Cerré el diario y alcancé el libro de bolsillo.

—El Príncipe de las Mareas —susurré mientras leía el título.

—Es mío, pero ya lo he terminado.

Levanté la vista, abrumada.

—Gracias —dije una vez más.

—De nada, Reagan. Espero que esto, como mínimo, traiga algo
de felicidad a tu día.

Le sonreí y examiné los libros en mis manos. Se acercó más a mí y


cerré los ojos, deseando desesperadamente sentir sus labios en los míos.

—Feliz cumpleaños —susurró envolviéndome en un suave y cálido


abrazo. Casi me desmayé en sus fuertes brazos. Inhalé su aroma y quise
perderme en su intimidad. Me abrazó fuerte y no quería que me dejara
ir. Otra lágrima se formó y marcó un camino por mi mejilla. Tomé una
respiración entrecortada y la sentí alejarse. Ella se relajó y se puso
delante de mí, sosteniendo mis hombros con suavidad. Limpió mis
lágrimas con delicados dedos—. Reagan, eres muy especial —susurró
80

mirándome ojos—. Nunca olvides eso. No importa lo que la gente diga


Página

o haga.
Tragué saliva y asentí. Me miró a la cara un momento más, sus ojos
puestos en mis labios. Anhelaba sentirla tocar mis labios con los suyos,
que me reclamara con su boca, pero sus ojos volvieron a los míos y
retrocedió, dejando caer sus manos de mi cara.

»Será mejor que te lleve a casa. Tu madre se preocupará.

Viajamos en silencio. Mis ojos se mantuvieron errantes por sus


piernas vestidas con jeans mientras cambiaba de marcha. Eran
delgadas, pero fuertes y quería descansar mi mano en su muslo para
sentir los músculos de su pierna moverse. En cambio, volví mis ojos a la
carretera y sostuve mis propias manos con fuerza en mi regazo. Hasta
que finalmente, vi su mano maniobrar la palanca del cambio, estudié
sus dedos largos y fuertes y recordé lo suaves y cálidos que se habían
sentido en mi cara unos minutos antes.

Mis entrañas revoloteaban y volteaban, mi mente se tambaleaba


y recordaba. Ella giró el pequeño auto en mi vecindario y se me cayó el
alma a los pies. Mi tiempo a solas con ella había terminado e
inmediatamente sentí una sensación de decepción que no podía
explicar.

—Tercera casa a la izquierda —dije en un susurro irregular,


fuertemente emocional.

Frente a mi casa frenó el auto y me sonrió.

—Lindo lugar.

Alcancé la manija de la puerta.

—Sí, es grandioso.

Ella rio.
81

—No intentes esconder tu sarcasmo por mí.


Página

Sonreí brevemente y abrí la puerta.


—No te preocupes, no lo haré. —Cogí mi bolsa y cerré la puerta.

—Intenta tener un feliz cumpleaños, ¿de acuerdo?

Me agaché y puse una mano encima del coche.

—De acuerdo. —La miré a los ojos y encontré difícil tragar una vez
más—. Gracias de nuevo. Por todo.

Sonrió y me guiñó un ojo, luego puso su auto en primera. Me puse


de pie y saludé mientras se alejaba por mi calle, dejándome sola en
este mundo sin ella. Exhalé profundamente y me preparé para mi
familia. Me tragué muy profundamente el encuentro con Nate, no
dispuesta a pensar en ello hasta que tuviera que hacerlo. De lo
contrario, temía que me derrumbaría. Algo que definitivamente no
quería hacer frente a mi familia. Se negaban a entenderme y lo que yo
era, entonces, ¿cómo iba a esperar que ellos comprendieran esto?
¿Que el chico con el que mi propia hermana había estado tratando de
emparejarme, había estado muy cerca de agredirme sexualmente?
Negué con la cabeza y me aventuré dentro. Lo mejor era mantenerlo
en secreto por el momento.

82
Página
Capítulo 1 1
El plan de esa noche era que fingiera que todavía estaba
sorprendida. Mi papá me llevó al centro comercial para recibir mi
regalo de cumpleaños. Quería un par de Doc Martins17 y sabía que
nunca las obtendría de mi madre. Eran, después de todo,
extremadamente masculinas. Mi padre simplemente levantó las cejas y
luego se encogió de hombros.

—Si es lo que quieres… —dijo.

Elegí un par marrón y me las puse de inmediato. Se veían muy


bien con mis vaqueros desgastados y mi suéter a rombos verdes y
marrones. No me importaba que fueran incómodas, sabía que con el
tiempo me acostumbraría a ellas.

El viaje a casa fue cómodo. Siempre me gustó estar cerca de mi


padre. Era muy sosegado y de voz suave en comparación con mi
madre y mi hermana. Sí, era perfeccionista con muchas cosas en su
vida. Sabía que no debía meterme con él en lo relativo a calificaciones
o atletismo. Esperaba ciertas cosas de mí y si las conocía, la vida con él
era fácil.

—Tu madre me dijo que tu entrenador te tiene jugando en


primera base.

—Sí.

—¿Cómo te está yendo?

—Bien, creo.
83
Página

17
Doc Martins: La autora tiene que estar haciendo referencia a la marca Doc Martens, se trata de botas
tipo militar.
—¿El año que viene quiere tenerte de vuelta a la tercera?

—Creo que sí.

—Nos aseguraremos de que lo haga. Eres buena en primera, pero


mejor en tercera.

Asentí en silencio.

—Intentaré ir a un juego pronto. —Pero sabía que tendría suerte si


él venía algún partido. Nunca dejaba temprano del trabajo, por ningún
motivo—. Tu madre dice que va a llevarte para conseguir tu licencia el
lunes.

—Sí.

—Eso es fantástico. ¿Y sabes lo que eso significa?

—¿Qué? —pregunté sin importarme mucho. Obtener mi licencia


sería genial, si solo tuviera un auto para huir.

—La S10 es tuya.

Volví la cabeza rápidamente y me senté mirándolo


completamente estupefacta.

—¿Mía?

—Sí. Tu madre y yo sabemos que la necesitas para ir y volver del


entrenamiento. Y Rebecca no va a estar aquí el año que viene para
llevarte.

—¿De verdad? —pregunté no habiendo escuchado tan buenas


noticias en mucho, mucho tiempo.

—Sí.
84

—Gracias. —No sabía qué más decir. La S10 era perfecta. Era la
Página

vieja camioneta de trabajo de mi padre y no muy grande de tamaño.


Pero ¿qué más da? Era un auto y corría. Y eso significaba
independencia.

—De hecho —dijo metiendo la mano en su consola—. Aquí están


las llaves. Puedes conducirla el lunes al DMV18 con tu madre.

Tomé las llaves y las manoseé con gratitud. Después de todo, el


día no estaba saliendo tan mal.

Continuamos conduciendo en silencio hasta que él estacionó su


Ford Bronco en el camino de entrada.

—Ahora recuerda Reagan, hazte la sorprendida. —Me sonrió y


traté de no acobardarme mientras pensaba en la fiesta esperándome
dentro.

Caminé hacia la puerta principal y me paré junto a mi padre. Me


dio un suave empujón hacia adelante, respiré profundamente y abrí la
puerta. La sorpresa me llegó ruidosa y abrumadora. Retrocedí,
realmente sobresaltada por el ruido. La sala de estar estaba abarrotada
de gente, todos gritando y chillando. Investigué las caras y rápidamente
me di cuenta de que todo mi equipo de softbol estaba presente. Incluso
la camarilla temida. Debería haberlo sabido. Rebecca era amiga de
Alyson.

Mi madre vino a mi lado y me hizo pasar más adentro.

—Feliz cumpleaños, cariño —dijo con su mejor sonrisa. —Ahora ve,


sé amable.

Di unos cuantos pasos vacilantes y me sentí aliviada cuando Dana


y Lori flanquearon mis costados.

—Ni siquiera quieres saber quién está aquí.


85
Página

18
DMV: Department of Motor Vehicles. En los Estados Unidos es la agencia gubernamental que
gestiona el registro de vehículos y las licencias de conducir.
Me burlé mientras miraba a mi alrededor. Ya no era el centro de
atención y todos estaban hablando entre ellos o caminado.

—Déjame adivinar —dije mientras miraba las caras. —Animadoras,


futbolistas…

—Sí —Lori respondió.

—¿Y? Espera un minuto, hay algunos jugadores de baloncesto.

—Sí —Dana dijo.

—Y oh, sí, Sam y su atleta, amigos de preparatoria.

—Lo has pillado.

—Dios. —Respiré, odiando mi vida.

—Al menos el equipo de softbol está aquí. A estas las conoces.

Negué con la cabeza.

—Sí, pero no puedo soportar a Brandi y sus amigas.

—Podría ser peor Reagan. —Dana reflexionó.

—Sí, ¿cómo qué?

—Mañana podrías despertarte y ser tu hermana.

Me reía mientras Rebecca se acercaba llevando una minifalda


terriblemente corta.

—Rey, ¿te gusta tu fiesta? —preguntó con una amplia y perfecta


sonrisa.

—Gustar es una palabra excesiva —comencé pero luego Dana


me dio un codazo—. Pero claro, sí.
86
Página
—Oh bien. Invité a todo el equipo de softbol —dijo con orgullo—.
Y luego, bueno, como no tienes muchos otros amigos, por lo tanto invité
a algunos de los míos.

—Ya lo veo.

—Oh, —declaró, viendo a alguien al otro lado de la habitación—.


¡Y adivina quién más está aquí! ¡Nate!

La sangre caliente recorrió mi cuerpo y una vez más me sentí en


alerta máxima. Mis ojos recorrieron la habitación y lo encontré junto al
sofá, riendo con otros deportistas. Las lágrimas amenazaron con tomar
el control mientras mi corazón retumbaba. De repente estaba
recordando todo. La sensación de su sudor, el hedor de su aliento, el
dolor de la pared. Me estremecí y mi garganta se hizo un nudo mientras
recordé el bloqueo de la cabeza en el que me tenía, listo para violarme
por detrás.

—Sácalo de la casa —susurré mirando a mi hermana.

—¿Qué?

—¡No lo quiero aquí! —grité mi voz ganando fuerza.

—No me jodas, Reagan. No seas tan perra. —Se dirigió hacia mi


madre y de repente me sentí mareada y me apoyé en Lori para
ayudarme. Me había equivocado al pensar que podría haber
sobrevivido toda la noche. Esto iba a ser el infierno.

—Por favor, dime que trajiste algo para tomar. —Necesitaba algo,
cualquier cosa para suavizar los duros bordes de mi realidad. No podía
creer que Nate estuviera aquí. El descaro, las bolas que tenía para
aparecer. Debió pensar que no lo contaría. El bastardo. El enfermo,
bastardo arrogante.
87
Página
—De hecho, tengo algo en mi auto —dijo Lori en respuesta a mi
petición.

—No. No tienes Lori. Somos demasiado jóvenes para beber. —


Dana le cogió la mano y se la llevó fuera para un control de moral. Sola
en mi fiesta, me dirigí a la nevera en la cocina, donde saqué una Coca.
Abrí la tapa y sorbí largo y tendido, deseando que fuera algo más
fuerte.

—Reagan, feliz cumpleaños —Alyson dijo por detrás. Me volví, la


mayoría de las voces a mi alrededor sonaban como un zumbido
ahogado debido a la sangre que palpitaba en mis oídos. Me encontré
con su mirada junto con una Brandi muy triste. ¿Podría ponerse peor? Mi
cumpleaños, mi decimosexto y ahora la otra persona en el mundo que
desde luego no quería ver estaba frente a mi cara.

—Sí, gran fiesta. —Brandi reflexionó—. Diría que todos están aquí,
excepto una persona.

—¿Quién puede ser? —preguntó Alyson con una risa juguetona.

—La señora Evans.

Sentí precipitarse la sangre caliente a mi cara, no por miedo esta


vez, sino por rabia. Apreté mi lata de Coca con fuerza, esperando que
por su bien ella se detuviera. Mis entrañas estaban revueltas,
enroscándose cada vez más fuerte. Y sabía que no tomaría mucho más
antes de que estallara.

—¿Por qué no está aquí? —Brandi continuó—. Después de todo,


es tu fiesta y ella es tu novia.

—Brand, para eso —le advertí.


88

—Chicas, ¿qué está pasando? —preguntó mi madre poniéndose


a mi lado—. ¿Quién no está aquí?
Página
Pensé racionalmente por un momento, que Brandi se echaría
atrás con la presencia de mi madre, pero no lo hizo. En su lugar, puso su
mejor sonrisa antes de continuar.

—Nos estábamos preguntando por qué la señora Evans no está


aquí.

—Oh, bueno, no creo que pensáramos en invitarla. —Mi madre


tocó su collar y me miró—. Es la otra entrenadora, ¿verdad Reagan?

Asentí, mis ojos nunca apartándose de Brandi.

—Oh, vaya, es una pena. A ella realmente le gusta Reagan. De


hecho, las vi abrazadas hoy fuera de la escuela. Ambas se veían muy
¿felices?

—¿Qué? —rápidamente mi madre cuestionó. Sus ojos volaron


hasta mi cara—. ¿Es eso cierto Reagan?

No le respondí, la sangre me hervía y quería más que nada


golpear la cara de Brandi, para sacarle los sonrientes dientes de la
cabeza.

—¡Reagan! —susurró mi madre exigiendo una respuesta.

Me encontré con sus ojos preocupados.

—Nos estábamos abrazando.

—¿Ella te tocó?

—Sólo fue un abrazo.

—Un larguísimo abrazo —intervino Brandi.

—Vete a la mierda —dije furiosa dando un paso hacia ella.


89

—Calma. —Ella levantó sus manos inocentemente.


Página
—¡Fuera de mi casa! —le grité. La gente a nuestro alrededor se
calló y se quedaron mirando—. ¡Ahora! —Di un paso más hacia ella,
pero mi madre se acercó y me agarró de los brazos.

—Reagan, ya basta. Esto no es por ella. Rebecca dijo que estabas


actuando raro.

—Sí, es sobre ti y tu novia —replicó Brandi de nuevo.

Traté de atacarla de nuevo, pero mi madre me clavó sus uñas.

—¡Reagan, detente! ¡Mírame! ¿Qué está pasando? —Me cogió la


cara, obligándome a mirarla.

—Nada. —Mi corazón rugía y mi pecho subía y bajaba


hambriento. Quería sangre. La sangre de Brandi.

—¿Entonces por qué abrazaste a esa mujer?

—¿Yo? Ella me estaba consolando.

—¿Consolándote? ¿Por qué?

Levanté la vista para ver a Nate moviéndose a través de la gente.


Entrecerré mis ojos, mi odio ahora más enfocado. Y de repente, ya no
tenía miedo. Mi madre estaba aquí y me escucharía y haría que todo
estuviera bien.

—Porque encontró a Nate tratando de violarme.

Un silencio cayó sobre la gente y sentí que mi madre se apoyaba


en mí como si hubiera perdido el equilibrio.

—¿Nate? ¿Quién es Nate?

Él se adelantó, sus ojos pequeños y brillantes centelleantes en mí.


90
Página
—Reagan diles lo que realmente sucedió —dijo reuniendo a sus
amigos a su lado—. Lo que tú y yo estábamos haciendo cuando tu
entrenadora tortillera nos atrapó y se puso celosa.

—¡No! —le grité

Miró a su alrededor, alimentándose de la atención que estaba


recibiendo.

—Incluso amenazó con decirlo, para meterme en problemas.

—¡Eso no es cierto! ¡Trataste de violarme! —estaba gritando,


rabiando. Mi madre se aferró a mí, deteniéndome.

—¿Alguien puede decirme qué está pasando aquí? —gritó mi


madre. Miró a la gente, sus ojos cayeron sobre los miembros de mi
equipo.

Habló Brandi.

—Las vi abrazadas y la vi tocando la cara de Reagan. —Oí a mi


madre jadear. Rebecca miró frenéticamente a la multitud.
Avergonzada.

—¡Estaba limpiando mis lágrimas!

—¿Estabas llorando? —preguntó mi madre—. Reagan,


¿Exactamente qué está pasando Reagan?

—¡Te he dicho lo que pasó! ¡Por qué no me escuchas!

—Después de eso te metiste en su coche —continuó Brandi.

—Sí, eso también lo vi —añadió Nate pavoneándose.

Mi madre me agarró la camisa.


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—¿Es eso cierto?


Página
Mis rodillas casi cedieron cuando las emociones me recorrieron.
Nadie escuchaba. Ni siquiera mi propia madre. Me sentí tan expuesta,
tan insegura. En mi propia casa.

—Reagan, contesta a tu madre —mi padre dijo con firmeza.

Los miré a ambos, sin creer lo que estaba escuchando. Sin creer la
traición que estaba sintiendo. De mi propia familia.

—¿Ella? Me trajo a casa.

—Están enamoradas —continuó Brandi para que todos lo


escucharan—. Se sientan juntas en el autobús, ella usa el suéter de
Reagan y le dice que huele bien.

—¡Reagan! —susurró mi madre frenética—. Dime que eso no es


cierto.

Me quedé mucho tiempo mirándola, con el corazón enfurecido,


palpitando la sangre en mis oídos. Aparté la vista de ella y miré las caras
de mi casa. Rostros que no conocía. Caras que no quería conocer. Pasé
junto a mi madre y me abrí paso entre la gente. Cerré la puerta de
entrada detrás de mí y busqué en el bolsillo las llaves de la S10.

Unas cuantas personas se apresuraron a seguirme, los mirones


disfrutando del drama. Ignorándolos y luchando contra las lágrimas, me
subí a la camioneta y salí al camino. Mientras me alejaba de mi casa,
sólo se me ocurría un lugar para ir. Sólo había una persona que sabía
que lo entendería.
92
Página
Capítulo 12
Detuve la camioneta de golpe delante de una tienda cercana. El
trueno sonó en lo alto, expresando lo que sentía internamente. Estaba
encorvada sobre una gruesa guía telefónica en la pequeña cabina. Mis
dedos pasaron las páginas locamente, mis ojos centrados y buscando a
mi única amiga verdadera. La única que realmente me conocía.

Al encontrar su nombre, mi corazón dio un salto. Rasgué la página


y volví a subir a la camioneta cuando la lluvia fría comenzó a caer.
Aceleré en silencio, las letras de mi canción favorita sonando una y otra
vez en mi cabeza. No podía creer lo que había sucedido. No me lo
podía creer: mi madre, Brandi, Nate y todas las miradas acusatorias de
extraños.

Me agarré al volante con más fuerza mientras la camioneta


salpicaba las calles. Me acerqué a su barrio y salí de la carretera.
Estacionando la camioneta, metí la mano en la guantera y saqué un
mapa. No conocía bien esta parte de la ciudad, y necesitaba localizar
su calle.

Buscando en el trazado de la ciudad, localicé su calle y suspiré de


alivio. Ya casi. Extendí la mano y puse la camioneta nuevamente en
marcha, solo para sacudirse y disparar. Confundida, mis ojos
escudriñaron los indicadores. Golpeé mi cabeza hacia atrás y golpeé el
volante.

—Es increíble, joder. —Me quedé sin gasolina.

Salí de la camioneta y la cerré. La lluvia cayendo sobre mí,


93

continuando mi castigo por cumplir dieciséis años. Me metí las manos en


Página
los bolsillos y caminé con la cabeza baja, aprendí mi primera lección
como conductora. Comprueba la maldita aguja del combustible.

La lluvia estaba fría y los truenos fuertes. Pensé en correr pero


decidí no hacerlo. La lluvia torrencial se adaptaba a mi estado de
ánimo y, de todas formas, me di cuenta de que estaba prácticamente
entumecida. Habían pasado demasiadas cosas. Demasiado para
soportar. En ese momento estaba en piloto automático.

Dos cuadras después llegué a su calle. Mi suéter estaba


empapado hasta los huesos. Me estremecí incontrolablemente mientras
caminaba hacia su puerta. Levanté la mano y aparté el cabello de mi
cara. Entonces toqué su timbre.

Metí mis manos en mis jeans mojados mientras esperaba. Los


perros del vecino ladraron y me di cuenta por primera vez hasta qué
punto era oscura la noche. Unas tenues farolas brillando eran todo lo
que me había permitido encontrar el camino. La casa era pequeña, de
barrio de clase trabajadora.

Una luz se encendió dentro y me puse más erguida. La puerta se


abrió lentamente.

—¿Reagan? —Su rostro contempló el mío.

—Hola —dije. De repente, la realidad de lo que acababa de


suceder se estrelló contra mí y casi me derrumbé allí, delante de ella.

—¿Qué sucede? —preguntó abriendo la puerta aún más. Se


quedó mirándome vestida con pantalones del pijama y una camiseta
sin mangas. Sus brazos eran todo lo que yo había pensado que serían.
Musculosos, fuertes, bellos. Exactamente como ella.

—¿Yo? —Mi voz vaciló cuando se me hizo un nudo en la


94

garganta—. ¿Brandi? ¿Nate? ¿Mi madre? Todos. —No sentí correr las
Página

lágrimas por mi cara mojada. Algo caliente tocó mi labio y levanté una
mano temblorosa para ver qué era. Entonces y solo entonces me di
cuenta de que estaba llorando.

—Entra, entra —dijo extendiendo la mano para tomar mi mano.


Mi cuerpo floreció con su toque y rápidamente fui a ella, abrazándola,
sin querer dejarla ir. Lloré y me derrumbé en sus brazos, cediendo a toda
la espiral de emociones enloquecedoras que estaban asaltando y
atravesando mi cuerpo.

Me sostuvo a pesar de que estaba empapada y helada al tacto.


Me abrazó por lo que pareció una eternidad hasta que estuve lista para
alejarme. Lo hice lentamente, con miedo de dejarla ir; con miedo de
que solo fuera una ilusión y desaparecería. Me miró con ojos brillantes y
preocupados, su camiseta sin mangas mojada por mi suéter y pegada
a su pecho.

Sacudida un poco por la visión, ebria de su presencia y libre de


mis emociones. Me quedé mirando sus pezones que asomaban a través
de la tela, causando una descarga de excitación ardiente
atravesándome. Mi estremecimiento se detuvo cuando me encontré
con sus ojos. Quería tocarla. Quería sentirla. Cada centímetro de ella. Y
de repente lo supe.

Era gay.

Sacudida una vez más mientras mi mente daba vueltas.

—Ahora tranquila —dijo acercándose para calmarme—. Vamos.


Tenemos que sacarte esta ropa. —Tomó mi mano y me llevó más
adentro de la pequeña casa. Entramos en su dormitorio y miré a mi
alrededor con asombro, deseando saber todo sobre ella. Un gato gris y
blanco se recostó en su cama, sacudiendo su cola contra las mantas
mientras me estudiaba.
95
Página
La señora Evans hurgó en los cajones de su cómoda, sacando un
par de pantalones de chándal grises descoloridos y una camiseta de
Bud Light19.

—Toma —dijo—. Ponte esto. —Se acercó a la cama y recogió a su


gato. A continuación se fue y cerró la puerta tras ella. Me quedé quieta,
mirando su cama, maravillándome de los diferentes tonos de púrpura
en las mantas y almohadas. Me desnudé lentamente, quitándome
todo. Un toque sonó en la puerta y se abrió solo una rendija.

—Reagan, aquí tienes una toalla. —Colgando de su mano justo


dentro de la puerta. La tomé y le di las gracias y me sequé. Entonces,
sintiéndome débil, me puse la ropa que me había dado. Me paré a los
pies de su cama y pasé mis manos sobre su suave edredón. Levanté la
vista y me concentré en un cuadro que colgaba sobre su cama. Era
uno de los míos. Uno que había hecho a comienzos de año para la
clase de arte. Había recibido varios premios y le dije a mi profesora de
arte que se lo regalara a algún interesado.

Más tarde ella había dicho que parte del profesorado luchó con
uñas y dientes por él y ahora sabía por qué. La señora Evans lo quería.
Otro toque sonó y de repente me sentí mareada y caí sobre la cama.

—¿Reagan? —preguntó asomando la cabeza.

—¿Sí?

Entró vacilante.

—Te ves terrible.

—Gracias.

—No, hablo en serio. ¿Qué ha pasado? —Se sentó en la cama a


96

mi lado.
Página

19
Bud Light: Una de las marcas de cerveza más populares en EE.UU.
—¿Por qué no me has dicho que tenías mi pintura? —pregunté
escudriñando su cara. Necesitaba saber lo que ya sospechaba, lo que
ya sentía. Vi cómo se ruborizaban sus mejillas en respuesta a la
pregunta.

—Reagan, tienes mucho talento. Muchas personas la querían. La


quería incluso antes de que te conociera. —Sus ojos azules se
encontraron con los míos, amenazando con derretirme completamente
de adentro hacia afuera. Mi cuerpo volvió a hundirse en la cama,
filtrándose a través de las mantas, moldeándose.

—Pero la conseguiste. Y no me lo dijiste.

Suspiró y miró a su alrededor nerviosa.

—Reagan, ¿por qué no me cuentas lo que pasa? ¿Qué ha


pasado esta noche?

Cerré los ojos y me sentí pesada y ligera al mismo tiempo. ¿Era


esto lo que se siente al ser gay? Estar enamorada. Sonreí al pensarlo. Sí,
yo era gay. Y estaba enamorada. Y el mundo podía irse a la mierda.

—¿Reagan?

—Lo saben —dije simplemente mis ojos aún cerrados.

—¿Qué?

—Dije que lo saben. Brandi y el equipo.

—¿Saber qué?

—Que eres gay.

Después silencio. Se sintió pesado y espeso en el aire, abrí los ojos,


encontrando de repente dificultades para respirar. La señora Evans se
97

quedó inmóvil, mirándome.


Página

—Es imposible que lo sepan porque no se lo he dicho a nadie.


—Eso no importa. Siempre lo sospecharon y eso es todo lo que les
importa. Y esta noche en mi fiesta se lo han dicho a todos.

—¿Les dijeron a todos qué?

—Que tú y yo estamos juntas.

—¡Qué! —Saltó de la cama—. ¿Por qué dirían eso? —Se alejó


apresuradamente y se pasó las manos por el pelo.

—Brandi le dijo a mi madre que nos vio abrazándonos y que te vio


tocarme la cara. Dijo que entré en el auto contigo y que has estado
usando mi sudadera. Les dijo a todos que estábamos enamoradas. —
Me senté, queriendo y deseando poder hacer desaparecer todo el
asunto.

—¡Esa perra! —Se enfureció—. ¿Por qué hizo una cosa así?

—Porque me odia. Y porque te odia.

—¿Pero por qué me odia?

—Porque eres gay.

—Cristo, ¿qué diablos voy a hacer? —Paseaba en forma alocada


en el pequeño dormitorio.

—Y después Nate habló.

—¡Nate! ¿El chico del vestuario?

Asentí.

—¿Estaba allí? ¿De veras se presentó?

—Sí.

—¡Dios mío!
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Página
—Le dije a mi madre que él trató de violarme, pero luego él habló
y les dijo a todos que lo estaba haciendo con él y que nos atrapaste.
Dijo que estabas celosa y lo amenazaste.

—Por favor, dime que nadie le creyó.

Me froté la cara, sintiendo ganas de volver a llorar, pero sin querer


hacerlo.

—No lo sé. Todo en lo que mi madre podía era centrarse en ti y en


mí. Era como si ni siquiera hubiera escuchado lo que dije sobre Nate—.
El silencio llenó la habitación de nuevo cuando ambas absorbimos lo
que había sucedido—. Lo siento —dije suavemente incapaz de pensar
en nada más. Me sentí realmente mal por todos los problemas que de
alguna manera le había traído.

Se volvió para mirarme.

—No, Reagan, no lo sientas. Esto no es culpa tuya.

Una vez más las lágrimas inundaron mis ojos, amenazando con
desbordarse.

—Sí, lo es.

—¿Por qué, por qué crees o piensas que fue tu culpa?

—Porque es verdad. Estoy enamorada de ti. —Me estremecí


levemente cuando un desgarrador sollozo recorrió mi cuerpo. La señora
Evans me miró en silencio, su rostro suavizándose ante las palabras. Se
acercó a mí lentamente, extendiendo la mano para ahuecar mi cara.

—Oh, Reagan —susurró inclinándose en mi oído—. Si fueras unos


años mayor, las cosas podrían ser muy diferentes. Muy buenas. —Sentí
que sus cálidos labios rozaban mi mejilla mientras se alejaba—. Pero no
99

lo eres.
Página

Agarré sus fuertes antebrazos mientras trataba de alejarse.


—Bésame —demandé atrayéndola hacia mí—. Quiero que lo
hagas.

La sentí estremecerse bajo mis manos y vi sus ojos brillar de deseo.


Vino hacia mí y cerré los ojos, esperando sentir el cielo que era su boca.
Sentí que su mejilla rozaba con la mía mientras me susurraba de nuevo.

—No puedo hacerlo. No está bien. —Se alejó y se aclaró la


garganta, sus ojos todavía me miraban con avidez.

—No me importa —declaré odiando la sensación de ella


alejándose de mí.

—No es correcto, Reagan —dijo suavemente acercándose a


acariciar mi cara—. Soy tu profesora.

—No, no lo eres. —La corregí, desesperada por sentirla contra mí


una vez más.

—Soy profesora. Y tu entrenadora. ¿Y si yo fuese un hombre, en


ese caso estaría bien? No, por supuesto que no. Esto no puede suceder.
Y ahora que tu madre piensa lo que piensa, las cosas se van a poner
muy mal. —Miró al suelo y comenzó a caminar.

—No, no lo permitiré. Le diré a todo el mundo la verdad. No


dejaré que te lastimen. —Mi voz se quebró a medida que aumentó la
emoción en mí. Empecé a llorar, a sollozar. Se me acercó lentamente y
me abrazó hasta que finalmente me calmé. Abrí mis ojos mientras sus
dedos acariciaban mi cabello—. Lo siento.

—Shh, no lo hagas. Esto no está pasando por tu culpa. —Me besó


la frente y me abrazó con más fuerza—. Probablemente deberíamos
llamar a tu madre.
100

—¿Qué? —Me separé bruscamente—. ¿Estás loca?


Página

—Reagan, probablemente está muy preocupada.


—Sí, y cuando se entere de que estoy aquí, te quemarán en la
hoguera.

Me miró con ojos asustados y confundidos.

—No sé qué hacer.

—Deja que se preocupe —respondí saboreando la amargura de


nuevo—. Déjame quedarme aquí esta noche y mañana me iré a casa a
arreglar las cosas.

—Reagan, no puedes quedarte aquí. ¿Y si nos atrapan?

—No lo harán. Aparqué a un par de cuadras de aquí. Nadie lo


notará y te juro que nunca lo contaré.

Me estudió mucho y luego dejó caer sus ojos al suelo.

—Está bien. Dormiré en el sofá. —Me envolvió con sus brazos y me


abrazó con fuerza, su respiración cálida, excitando mi oído—. No pasa
un solo día sin desear que fueras mayor. —Con eso ella se alejó. Me
deseó buenas noches, dejándome sola para meterme en su cama y
perderme en un mundo que era el suyo, aunque solo fuese por una
noche.

Soñé con ella toda la noche, dando vueltas en las suaves sábanas
que retenían su aroma seductor. Llorando cada vez que me despertaba
y me daba cuenta de que estaba sola. Abrí los ojos a la mañana
siguiente mental y físicamente exhausta. Me dirigí a la sala de estar y
encontré a la señora Evans dormida en un sofá viejo y pequeño. Sus
rodillas estaban hechas un ovillo bajo una manta tejida, su gato
ronroneaba con fuerza en sus pies. Miré alrededor de la habitación y vi
varias fotografías de ella con un hombre atractivo. Y algunas de ella
101

con un grupo de mujeres riendo.


Página
Se despertó lentamente, sus ojos finalmente se posaron en mí
cuando me senté en una silla frente a ella.

—Hola —saludó mientras se estiraba—. ¿Cuánto tiempo llevas


despierta?

—No mucho. —La observé sentarse, amando la forma en que


sonaba su voz soñolienta—. No dormí muy bien.

Acarició a su gato que estaba agradecido y levantó la cola para


llamar su atención.

—Tienes mucho en tu mente.

—¿Tú no? —pregunté.

Se encontró con mis ojos y luego miró hacia otro lado.

—Sí.

Nos sentamos en silencio, ambas preocupadas y ansiosas por lo


que nos deparaba el futuro cercano.

—Reagan, estoy preocupada por ti —confesó mientras se


levantaba para dirigirse al dormitorio.

—También estoy preocupada por ti —dije. Regresó un minuto


después vestida con jeans y una camisa gruesa. Se paró frente a mí y
alcanzó mis manos. Me levanté y la miré a los ojos con nostalgia, sin
querer mirar hacia otro lado. Ella me hizo sentir segura y cálida, un lugar
del que nunca quería irme.

—¡No importa lo que pase! Debes cuidar de ti —dijo mirando mis


ojos—. No te preocupes por mí. Voy a estar bien.

Negué con la cabeza.


102

—No, no dejaré que te hagan daño.


Página
—Reagan —suplicó. Me alejé no dispuesta a escuchar.

—¿Dónde está mi ropa?

Se quedó mirándome fijamente por un momento y luego se


aventuró al baño donde había colgado mi ropa mojada. Me vestí
rápidamente en el dormitorio, prolongándolo sólo cuando había
terminado, pasando los dedos por la cama. Quería tan
desesperadamente volverme a acurrucar con ella, protegiéndonos del
mundo. Pero sabía que no podía. Sólo mi presencia allí era una
amenaza para ella. Enderecé los hombros y salí de la habitación. Tenía
que ocuparme de la situación. Tenía que hacerlo bien.

Me llevó a una gasolinera cercana y me ayudó a llenar la S10.


Después me paré junto a su pequeño coche, sin saber qué decir. Se
aferró a su volante, sintiendo mi emoción.

—Gracias —dije sabiendo que no era suficientemente.

Se echó a reír y me miró.

—Reagan, no me des las gracias. Sólo he traído problemas a tu


vida.

—No, eso no es verdad.

—Lo es. Hice algunas cosas que eran inapropiadas.

—¿Cómo qué?

—Como los regalos. ¿Y si hubiera sido un profesor?

—Por primera vez en mi vida, me has hecho sentir alguien, como si


fuera alguien que valiera la pena. Me entiendes. Por favor, no te
disculpes por eso.
103

—Reagan será mejor que te vayas —dijo mirando hacia otro lado,
Página

su voz firme y tensa.


Me aparté del auto y observé como se alejaba lentamente. De
alguna manera, supe que ella se estaba alejando de mí y de mi vida.

104
Página
Capítulo 13
Mientras me dirigía a casa, repasé las cosas en mi mente. Sabía
que me enfrentaría a una batalla y ahora más que nunca estaba
decidida a enfrentar a mi madre, a mis compañeros, al mundo. Estaba
cansada de tener miedo, cansada de dejar que la gente me pisoteara.

Fui hacia la puerta principal lentamente, como un hombre


condenado caminando hacia la horca. Entré y encontré a mi familia
sentada a la mesa de la cocina, mi padre leyendo el periódico y mi
madre limpiándose los ojos enrojecidos.

—¡Oh, gracias a Dios! —dijo ella levantándose y corriendo hacia


mí. Sus manos alisaron mi cabello mientras sus ojos me revisaban
apresuradamente en busca de lesiones—. ¿Dónde has estado? —Exigió
su voz cambió rápidamente de pánico a furia.

—Afuera. —Me abrí paso junto a ella y saqué el cartón de jugo de


naranja de la nevera. Bebí con ganas sin molestarme en conseguir un
vaso.

—¿Fuera, dónde? —Puso las manos en sus caderas, su rostro firme.

Me encogí de hombros.

—Las calles. Hice la calle toda la noche. Gané buen dinero.

—Reagan —mi padre me advirtió—. Hemos estado enfermos de


preocupación.

—Estoy bien. —Terminé el jugo y lo tiré a la basura. No podía creer


105

lo sedienta que estaba.


Página
—No estás bien —mi madre continuó—. Estás lejos de estar bien,
señorita. Las cosas van a cambiar por aquí. A partir de ahora. En primer
lugar, —dijo mientras se acercaba más a mí—. Nunca más volverás a
ver a esa mujer.

—¿Por qué? —pregunté manteniendo mi temperamento bajo


control.

—¡Porque es inapropiado! —gritó.

—Ella no ha hecho nada malo —declaré mirando a mi madre y


luego a mi padre—. Estaba siendo mi amiga. Eso fue todo. Y eso es lo
que le diré a la gente, a todo el mundo.

—¿Qué hay de esas cosas que dijo Brandi? —preguntó—. ¿Son


verdad?

Sacudí la cabeza con ira.

—Brandi es una perra. Me odia porque soy una amenaza para


ella. Y odia a los homosexuales.

—¡Así que tu entrenadora es gay!

—No lo sé. No es de mi incumbencia.

—¡Es asunto nuestro!

—No, no lo es. —Mi voz comenzó a flaquear con rabia. Me


acerqué un paso más a ella—. ¿Por qué mamá? ¿La razón por la que
quieres saberlo? ¿Es por qué también odias a los homosexuales o por
qué temes que yo sea una de ellos?

Ella retrocedió un poco ante las palabras y tartamudeó.

—Señorita, no te hagas la lista conmigo.


106

Di un paso más.
Página
—Bueno mamá, aquí está. Soy gay. ¿Eso es lo que querías saber?

Levantó la mano para agarrar su pecho.

—Reagan, ya es suficiente —mi padre vociferó con firmeza—. Ya


basta.

—No —dije sacudiendo la cabeza—. No lo es. Soy gay mamá. Ahí


tienes.

—¡Es esa mujer! ¡Ella ha hecho esto! ¡Te ha hecho esto! —gritó.

Mi padre se levantó de la mesa, mirándome, advirtiéndome.


Caminó hacia mi madre que estaba respirando con dificultad,
luchando contra las lágrimas.

—Ella no ha hecho nada —exhalé mi rabia estallando—. Esto es


cosa mía.

—La haré despedir. Ya llamé a la directora.

Negué con la cabeza, luchando contra las palabras. Mi madre


trabajaba para el distrito escolar y conocía a todos. Era amiga de mi
directora y sabía que estaba diciendo la verdad. Apreté la mandíbula y
la fulminé con la mirada.

—Hazlo mamá. Adelante. No tendré ningún problema en decirles


a todos la verdad. Les diré a todos que la señora Evans no hizo nada y
que esto fue todo obra de mi madre. Que estaba culpado a quien
pudiera porque su hija es gay—. Ella tomó una gran bocanada de aire,
con los ojos muy abiertos—. Adelante, mamá. Se lo diré a todo el distrito.
También a los miembros de la Junta. Les diré a todos que soy gay. —
Entonces me alejé de ella. Me alejé de ambos.
107

Sin embargo, las cosas sí cambiaron. Fui entrevistada por la


directora ese mismo lunes. Primero sobre la señora Evans y luego sobre
Página

Nate. Dije la verdad, tal como lo había prometido, y le dije que mi


madre no estaba llevando muy bien mi salida. Simplemente asintió y me
aseguró que se ocuparía de todo diplomáticamente. Cuando
hablamos de Nate, ella suspiró y asintió y tuve la extraña sensación de
que había escuchado todo esto antes. Dijo que nos creía a la señora
Evans y a mí. No estoy segura exactamente de lo que pasó con
respecto a él, pero poco después Nate abandonó la escuela para
siempre.

La directora también me dijo que probablemente ya no era una


buena idea ver a la señora Evans. Dentro o fuera de la escuela. Dijo que
era lo mejor para ambas si nos manteníamos alejadas. Acepté a
regañadientes odiándolo, pero queriendo protegerla.

En casa, evité a mis padres y leí el Príncipe de las Mareas,


disfrutando cada palabra oscura. Mi madre me llevó a ver a una
terapeuta, convencida de que podía librarme de mi homosexualidad.
La mujer simplemente me miró al final de nuestra sesión y expresó su
opinión a mi madre.

—Déjeme asegurarme de que entendí todo correcto. Reagan


asiste a la escuela, no se mete en líos, obtiene calificaciones superiores
a la media, es una atleta, es una artista y no consume drogas. —Mi
madre asintió.

—Pero dice que es gay —mi madre añadió rápidamente.

—Francamente —continuó la terapeuta—. No hay nada malo


con su hija. El problema está en usted. —Casi me caí de la silla, me
sorprendió mucho. Y me puso feliz. Debí haber sonreído todo el viaje a
casa.

En la escuela, le dije al entrenador que me negaba a seguir


108

jugando con Brandi y me cambié feliz al equipo de J.V. donde terminé


la temporada. La señora Evans no estaba allí, nunca volvió a los
Página
entrenamientos. La extrañaba. Extrañaba todo respecto a ella. Sin
embargo, me mantuve alejada.

Recuerdo la última vez que la vi. Fue el último día de clases ese
año y pasé por su aula después del último toque de campana. Estaba
de pie en su escritorio, empacando cajas.

—Hola —dije.

Levantó la vista al instante, pero no se volvió para mirarme a los


ojos.

—No deberías estar aquí —susurró.

—Lo sé. No me quedaré mucho tiempo. —La observé mientras


seguía empacando las cajas—. Escuché que estás cambiando de
escuela.

—Así es.

—No entiendo por qué. Le dije la verdad a la directora. Me creyó.


Dijo que todos reaccionaron exageradamente.

—Lo sé. —Dejó de empacar y esta vez se encontró con mis ojos—.
Gracias. —Me sonrió levemente y apartó la vista de nuevo, el dolor
tratando de atravesar su mirada.

—Entonces, ¿por qué te vas?

Levantó una caja y caminó hasta la puerta donde la dejó.

—Porque la directora cree que es mejor que comience de cero


en una nueva escuela.

—¿Por mi culpa? —pregunté sintiéndome terriblemente culpable,


mi corazón clamando por el dolor que podía ver en su rostro.
109
Página
—Debido a las circunstancias. —Se quedó quieta y se puso las
manos en las caderas—. Jamás pienses que fue por tu culpa. Eres la
única cosa buena que me ha pasado aquí.

La dejé allí poco después, a solas para empacar sus cajas. Lloré
todo el camino a casa como lo había hecho todas las noches desde mi
cumpleaños. Mi dolor por ella fue interminable. Un agujero negro
consumiendo mis entrañas. Ella nunca lo supo, pero conduje por su casa
unas cuantas veces en los años siguientes. Mi forma de asegurarme de
que estaba bien.

Cuando cumplí los dieciocho años pensé en ella. Cuando salí al


escenario en la graduación, pensé en ella. Después, me senté afuera de
su casa en la oscuridad, todavía con mi toga azul. Un auto se detuvo
delante de su entrada justo cuando estaba a punto de salir a saludar.
Una mujer se bajó y la señora Evans la saludó con un largo y tierno beso.
Bajé la vista hacia mis manos, avergonzada de haber presenciado algo
tan privado. Monté en mi camioneta y me fui, tirando mi birrete por la
ventana, tirando mis años de escuela secundaria de forma definitiva.

110
Página
Capítulo 14
A decir verdad, he pensado mucho en ella a lo largo de los años.
Le escribí varias cartas en la universidad, pero nunca las envié. Ahora
pienso en ella, a la edad de veintiséis años, bebiendo mi Baileys con
hielo. Una vez más, la busqué hace unos días, indagando su nombre y
dirección de correo electrónico en el sitio web del distrito escolar.
Todavía estaba enseñando en la misma escuela, por la cual dejó Valley.
Tuve suerte, escribí numerosos correos electrónicos, ninguno de ellos lo
suficientemente bueno como para enviar. Finalmente, después de
contemplar durante horas la pantalla del ordenador, escribí la letra de
mi canción favorita de todos los tiempos y la envié.

Unas horas más tarde, ella respondió.

Una hora después de eso, llamó.

Hablamos por lo que pareció una eternidad. Estaba feliz de saber


de mí, dijo que siempre había pensado en mí. Me dijo que había tenido
una relación estable durante cinco años y que recientemente, hacía
pocos meses, había terminado. Lo lamenté, sin embargo, estaba
extrañamente feliz por la noticia de su disponibilidad. Me dio su nueva
dirección y me quedé mirándola en la puerta de mi casa. Había
esperado años por este momento y la realidad de eso me abrumó.
Respiré hondo varias veces y recordé cómo solía oler, cómo se veía
cuando sonreía. Y sus ojos, siempre parecían conocerme, incluso mejor
que yo misma.

Sabiendo que era ahora o nunca, me encogí de hombros y salí.


111

Me estaba esperando.
Página
El camino para llegar a ella era silencioso y el clima me traía
reminiscencias. La lluvia caía fría y continua, salpicando mi parabrisas.
Su casa era más nueva que en la que había vivido hacía diez años. Era
pequeña, pero moderna en un vecindario familiar pequeño y
agradable. Me detuve y caminé lentamente hacia su entrada. La lluvia
cayó fría sobre mi cabello y corrió por mi cuero cabelludo. Me paré en
la puerta de su casa y toqué el timbre, pasando mis manos por mi
cabello húmedo.

La puerta se abrió lentamente y allí estaba ella.

—Hola —saludó vistiendo jeans gastados y una camiseta azul


ajustada.

—Hola —contesté lo mejor que pude. Todavía lucía increíble,


incluso mejor de lo que recordaba, pero un poco más madura, más
adulta.

—Por favor, entra. —Abrió la puerta aún más cuando pasé junto a
ella, sus ojos azules intensos nunca abandonaron los míos—. Esto parece
como un déjà vu. Presentándote en mi casa empapada de lluvia.

—Sí, lo sé, lo siento. —Me quité la chaqueta y miré incómoda mis


botas mojadas.

—No, está bien. —Se rio y mi corazón dio un vuelco. Había pasado
demasiado tiempo desde que la había escuchado—. Estás nerviosa. —
Tomó mi chaqueta y me estudió con una sonrisa—. Diferente a la
Reagan batalladora que solía conocer.

Me aclaré la garganta y sentí mi cara sonrojarse. Estaba nerviosa,


nerviosa como el infierno. Pero ahora era una mujer, una mujer que
sabía exactamente lo que quería. Ahora sabía lo que quería hacerle,
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cómo tocarla, cómo mostrarle cómo me sentía.


Página

—¿Yo? Tienes un aspecto increíble.


—Tú también —dijo suavemente acercándose para envolverme
en un abrazo. Noté su perfume justo cuando se apartó y fue suficiente
para hacerme sentir viva y emocionada—. Tienes el pelo corto, te ves
muy adulta y femenina. —Sus ojos dejaron un rastro cálido recorriendo
mi cuerpo, deteniéndose en los botones de mi camisa negra.

Me tomó de la mano y me llevó más dentro de la casa. Entramos


en la sala donde ardían las velas y sonaba la música. Me detuve de
repente, reconociendo la canción, y me quedé muy quieta. La piel de
gallina cubrió mi cuerpo cuando el calor volvió a mi cara.

—The Black Crowes —susurré mientras ella se giraba para mirarme.


Sonrió y me ofreció un asiento en el sofá.

—Por extraño que parezca, últimamente los he estado


escuchando mucho.

Me senté a su lado y observé mientras nos servía una copa de


vino.

—Esa canción todavía me conmueve —confesé mientras mi


respiración se aceleraba.

—Me hace pensar en ti —dijo mirándome a los ojos, justo antes de


tomar un sorbo lento del vino tinto. La vi mancharse sus labios rosados
de oscuro, deseando poder chuparlos.

—¿Por qué? —Dejé mi copa y la miré—. ¿Por qué nunca me has


llamado? —Era una pregunta que me había estado haciendo durante
años. Preguntándome si ella pensaba en mí, preguntándome si sabía lo
mucho que significaba para mí.

—Lo pensé. —Sostuvo su vaso y rodeó la parte superior con su


113

dedo—. Pero todavía estabas en la universidad y necesitabas


experimentar la vida. No quería interponerme en tu camino. Esperaba
Página

que algún día vinieras a mí.


Tragué y me froté las manos con nerviosismo en mis jeans. Había
pensado en mí. Todavía le importaba. Levanté la vista y miré detrás del
sofá, finalmente lista para hablar, para confesar todos los sentimientos
que había estado albergando durante tanto tiempo, pero mi voz me
abandonó cuando mis ojos se fijaron en las obras de arte que colgaban
de las paredes.

—Mi trabajo. —Me tapé la boca con una mano temblorosa. Los
últimos dos años habían sido geniales, una bendición para una joven
artista. Mi primera exposición había ido bien, muy bien. Pero estos no
eran solo mis trabajos más nuevos, algunos de ellos eran anteriores, de
mis años de universidad. Era una colección. Una colección mía.

Se puso de pie y se acercó a mi lado mientras yo caminaba hacia


cada obra, reviviendo cómo había formado parte de mí. Algo
profundo, oculto y poderoso que de repente salió de mí hacia el lienzo.

—Siempre he sido una fan.

—Me has seguido, incluso en la universidad. —Estaba


completamente emocionada y asombrada.

—En realidad, antes de la universidad. Todavía tengo parte de tu


trabajo de la escuela secundaria, ¿recuerdas?

Asentí y sonreí, recordando el cuadro que tenía colgado sobre su


cama en la otra casa.

—Ahora que lo has logrado, me arruinaré comprando cualquier


nuevo trabajo. —Nos reímos mientras me sacaba de la habitación—.
Vamos, te mostraré mi obra favorita. —Una vez más, tomó mi mano
entre las suyas y podía oír el pulso de la sangre en mis oídos mientras la
calidez de su piel se fundía con la mía. Entramos en su habitación
114

donde una lámpara de noche estaba encendida, mostrando el suave


Página

edredón de terciopelo—. Este es mi favorito. —Miré por encima de la


cama mientras me robaban el aliento del pecho. Allí, en la pared, en un
sólido marco negro, estaba una de mis obras más importante. No era
una pintura, sino un boceto que había hecho en tonos pasteles en mi
último año de escuela secundaria. Era la espalda de una mujer,
ligeramente girada, con las manos en el cabello. Cada músculo y suave
curva de su cuerpo estaban sombreados e iluminados en distintos tonos
de rosas, rojos y marrones. Su pecho se veía suave y poderoso,
enseñaba su pezón. El dibujo había significado mucho para mí,
demasiado. Fue demasiado doloroso mantenerlo, un recordatorio de lo
que no podía tener. Así que lo había dejado en las manos de mi
profesor de arte. Y ahora aquí estaba. Había encontrado el hogar
perfecto.

»Siempre me pregunté quién había posado para ti en este


cuadro. —Se cruzó de brazos, estudiando el dibujo junto a mí.

—Fuiste tú —susurré.

—¿Yo?

—Sí, tú. Me imaginé cómo te verías y lo dibujé. —La oí tomar un


suspiro tembloroso.

—Pero es hermoso —dejó escapar incrédula.

Me volví hacia ella, sintiendo un nudo en la garganta.

—Eres hermosa. Estoy segura de que eres igual que ella.

—No creo —dijo dejando caer sus brazos a su lado. Me miró larga
y profundamente y luego apartó los ojos, sus mejillas ruborizadas.

Puse mis manos sobre sus hombros.


115

—¿Ahora quien está nerviosa? —Le sonreí y sostuve su mirada,


sintiendo que finalmente se relajaba.
Página

—¿Qué tal un poco más de vino? —preguntó.


—Claro. Sirves el vino mientras salgo a mi auto.

—¿Para qué? —Llegó a la puerta y se volvió hacia mí con ojos


interrogantes.

—Algo muy especial.

Regresé a la casa con mi tabla de dibujo protegida de la lluvia


con mi chaqueta. La saqué y miré a mi alrededor, encontrándola en el
pasillo mientras llevaba dos copas de vino.

—Ven —La alenté liderando el camino hacia el dormitorio


principal.

—De acuerdo —dijo insegura.

—La iluminación aquí es perfecta. —Me senté contra la cabecera


y apoyé mi tabla de dibujo en mi regazo. La observé dejar el vino en la
cómoda, el rubor aún en sus mejillas. —Ahora, quítate la camiseta.

—¿Perdona? —preguntó sorprendida.

—Permíteme dibujarte.

Se quedó muy quieta, con la boca abierta, pero sin hablar. Mi


cuerpo palpitaba mientras la observaba, la emoción de la creación
corriendo por mis venas, tal como sucedía cada vez que trabajaba.
Necesitaba verla, necesitaba acariciarla con mis carboncillos, hacerla
llorar en papel.

—Por favor —le supliqué con un reclamo ronco. Me levanté de la


cama y me acerqué a ella, mis ojos se encontraron con los suyos—. Lo
necesito. Déjame verte. —Me incliné y le susurré al oído, una vez más
captando su olor. Llegando con manos temblorosas, levanté su
116

camiseta, avanzando suavemente, poco a poco hacia arriba, con


cuidado. La sentí estremecerse mientras mi aliento le acariciaba el
Página

cuello.
Levantó los brazos y me miró a los ojos mientras le quitaba la
camiseta de su cuerpo.

Casi me asfixio cuando bajó los brazos, permitiéndome el placer


de ver su piel desnuda. Sus brazos estaban tan tonificados y musculosos
como recordaba, curvados con firmeza sexy en sus hombros suaves y
fuertes. Respiraba con rapidez mientras la exploraba lentamente con mi
mirada, dejándola descansar sobre sus senos pequeños, carnosos y
redondos y su firme abdomen.

Con el corazón encogido me acerqué de nuevo a ella. Sabía que


iba a tomar mucha fuerza dibujarla. Nunca antes me había sentido
excitada por una modelo. Pero mi creatividad era mi adicción y
necesitaba hacer esto. Me acerqué a ella, mi aliento mezclándose con
el suyo, nuestros pechos subiendo y bajando. Mis manos encontraron sus
brazos y la sentí estremecerse una vez más. Luché contra el deseo de
besarla, inclinándome y luego retrocediendo mientras la giraba hacía la
perspectiva que quería.

»Ahí. —Me alejé y caminé lentamente hacia la cama—. Hermosa.


—murmuré mientras levantaba mi tabla y comencé a dibujar. Se quedó
tan quieta como la noche, sus ojos nunca dejaron los míos. Mi mano
voló por toda la página, explorándola hasta el último centímetro,
tocándola, acariciándola, trazándola. La luz se reflejaba sobre su piel de
una manera mágica, alimentando ese deseo de creatividad dentro de
mí. Era hermosa, era perfecta. Era ella.

Ella suspiró y se estremeció bajo mi intensa mirada, su piel


despertándose en la piel de gallina. Terminé lo último del sombreado y
deje mi carboncillo. Sus ojos aun mirando los míos, el fuego ardiendo
brillantemente dentro de ellos.
117

»He terminado —dije suavemente


Página
—Lo sé —susurró todavía inmóvil—. Te sentí. Sentí hasta el último
trazo.

—Yo también te sentí. —Me levanté de la cama y me acerqué


para tocarla con los dedos negros—. Cada centímetro. —Incliné su
barbilla y uní sus labios rosa oscuro con los míos. Era tierna y ardiente,
dolorosamente preparada después de tanto tiempo esperando. Sus
manos encontraron mi cabello y se enredaron en él mientras me
abrazaba. Su lengua exploró mis labios con avidez, empujando y
mojando, buscando la mía. Gemimos y caímos en la cama. Coloqué el
dibujo en el suelo, deseando, lista, hambrienta de lo real. Se sentó a
horcajadas sobre mí y sostuvo mis brazos por encima de mi cabeza.

—Quiero ir lenta, pero no creo que pueda.

Traté de sentarme para besarla, pero me sujetó con firmeza,


mostrando su fuerza que siempre supe que tenía.

—Tenemos mucho tiempo para ir despacio —dije con un susurro


irregular. Ella asintió y volvió hacia mí, reclamando mi boca con su
lengua larga y caliente. Gemí de placer y le devolví el beso, chupando
sus labios.

Se apartó de nuevo respirando con dificultad, con los ojos muy


abiertos, vivos y centelleantes con llamas azules. Me soltó los brazos y
abrió mi camisa, arrancando los botones y enviándolos volando por la
habitación.

—Lo siento —dijo con voz ronca—. Pero parece que no puedo
llegar a ti lo suficientemente rápido.

Me senté y la besé con avidez mientras ella me quitaba la camisa


de mis brazos. Entonces mi boca encontró su cuello donde se arqueó
118

hacia mí, sus cálidos y sólidos pechos sobre los míos.


Página
—Dios, te quiero —dije en su oído justo antes de mordisquear su
lóbulo.

Me empujó hacia abajo y se sentó a horcajadas en mi pierna,


mientras su mano volaba hacia mi cremallera. La ayudé a deslizar mis
jeans sobre mis caderas rápidamente seguida por mis bragas. Sonrió
mientras acariciaba mi centro y me estremecí debajo de ella.

»Espera —conseguí decir—. También quiero sentirte. —Extendí la


mano y desabotoné sus jeans, ella accedió de buen grado. Se bajó de
mí y se quitó los pantalones mientras sentía mis manos y apretando sus
pechos, pellizcando sus pezones. Con la ropa restante despojada, se
acomodó de nuevo sobre mí, su boca me conquistó desde el abdomen
hasta los pechos. Sentí que sus dientes me rozaban, su lengua bailar
sobre mis temblorosos y doloridos pezones.

Su boca salió de mi pecho y se encontró con la mía una vez más,


más caliente y más hambrienta que antes. Mi mano hizo un ardiente
camino por su espalda, sobre su cadera, abriéndose paso por su piel
suave y satinada. Ella se estremeció y gimió, moviendo su mano hacia
mí rápidamente para abrirme mientras su lengua llenó mi boca. Sus
dedos me tocaron y me acariciaron, ahondando profundamente en mí
mientras su lengua hacía lo mismo en mi boca. Grité ante el calor
abrasador de sus dedos, queriendo, deseando que toda ella pudiera ir
dentro de mí.

—Dios mío, te sientes tan bien —ella susurró—. Tan caliente y


mojada.

Levanté mi cabeza de la cama, la necesidad de sentirla me


abrumó. Ella se frotó en mis dedos, amando la forma en que estaba
tocando su clítoris. Bajé los dedos y la encontré resbaladiza y cálida,
119

esperándome. Entré en ella con cuidado, viendo como sus ojos se


Página
agrandaban mientras la llenaba. Estaba borracha y hambrienta de mí,
envolviéndose sobre mí, montando mis dedos.

—Sí —dije amando cómo se sentía, cómo se movía sobre mí,


venerando cómo se sentía dentro de mí.

Gritos entrecortados salieron de su boca mientras follamos. Ambas


empujando, necesitando, ansiando sentirnos mutuamente. Se agachó y
me besó, empujando su lengua con fuerza en mí. Gemí en su boca, mi
cuerpo cerca del borde. Levanté la mano y sostuve su cabeza hacia mí,
devolviéndole el beso en venganza. Me aparté sin aliento y la miré a los
ojos.

—Me voy a correr —declaré.

—Yo también.

Cerró los ojos con fuerza mientras se movía contra mí.

—No —dije provocando que abriera los ojos—. Quiero verte.


Mírame. —Sostuvo mi mirada mientras nos retorcíamos y gemíamos, nos
sacudíamos y empujábamos. Y luego, de repente, cuando la ola del
orgasmo se acercaba, levanté la cabeza, decidida a sostener su
mirada. Ella llegó justo antes de que yo lo hiciera, su cuerpo follando mis
dedos como un loco, montándolos, friccionándolos. Eché la cabeza
hacia atrás y arqueé la espalda, empujándome contra ella, mirando
todo el tiempo su cara. Era hermosa, muy hermosa. Sabía que mientras
viviera, nunca olvidaría la mirada que tenía cuando llegó al clímax.

Se desplomó sobre mí mientras ambas luchábamos por respirar,


nuestras manos aún dentro de la otra. Su cálida boca chupó mi cuello
cuando comenzó a reír, susurrando en mi oído.
120

—Jesús. Ha valido la pena la espera.

Me encontré con su boca para un largo beso persistente.


Página
—Sí, la ha valido.

La sentí salir de mí y pasar sus dedos mojados por mi abdomen.

—Por favor, dime que no tienes hora de llegada.

Me reí y la miré a los ojos mientras mis dedos empujaban dentro


de ella una vez más, causando que inhalara con rapidez.

—Puedo quedarme contigo mientras desees que lo haga.

Ella gimió mientras sus ojos brillaron de deseo.

—Gracias a Dios.

FIN

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Biografía de la autora
Ronica Black es una autora galardonada y
tres veces finalista del Premio Literario Lambda.
Sus libros van desde el romance y la erótica hasta
el misterio y la intriga. Le gusta probar suerte. A
Ronica también le gusta dibujar122, pintar y
esculpir. Vive en Glendale, Arizona, con su pareja,
donde disfruta de una vida familiar rica y cría una
colección de mascotas.

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