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Corcuera de Mancera, Sonia (1997). Voces y silencios en la historia: Siglos XIX y XX.

México:
Fondo de Cultura Económica.

INTRODUCCIÓN [Fragmentos del texto]

Este texto (palabra que viene del latín y significa tejido) es una invitación para ver las distintas
telas históricas que los buenos historiadores han tejido en los dos últimos siglos. Los distintos
tejidos dan cuenta de las varias maneras de escribir la historia. No hay dos que sean iguales,
porque cada historiador trae consigo su propia experiencia y su manera personal de vivir la vida.
Todos ellos son muy buenos, pero no todos piensan igual, ni escriben igual, ni esperan lo mismo
de la vida, ni traman sus historias de la misma manera. Sus propuestas van desde el optimismo
hasta el desencanto, del sentido trascendente de la vida al materialismo histórico, económico y
cultural, de la razón a la sinrazón.

La historia siempre ha querido ser una ciencia. En la actualidad es posible que el principal
obstáculo para lograrlo no sea de orden metodológico; los métodos se han afinado en las últimas
décadas y las propuestas para hacer de ella un cierto tipo de ciencia se han multiplicado. Pero no
es posible exigir al hombre o a la mujer que la practican que abandonen, ni siquiera cuando
piensan como historiadores, sus preferencias particulares, ni esperar, en aras de una supuesta
objetividad, que pueden dejar a un lado lo que son. Nadie puede despojarse de su personalidad,
ni existe una manera inocente de trabajar [interpretar] el pasado. Cada quien aborda el
campo histórico como resultado de su manera personal de ver el mundo, de aprehenderlo y de
vivirlo. Por eso ha sido tan problemático definir lo que se entiende por objetividad en la
historia. Por eso también la verdad histórica es un concepto tan esquivo.

Leer y Escribir la Historia.

Leer la historia es trabajar con un torrente de palabras, de nombres, de fechas que salen de
archivos y bibliotecas. Material de trabajo que Georges Duby llama masa inerte, montón de
palabras escritas al que van los historiadores a aprovisionarse, a escoger, a tallar, a ajustar, para
después construir el edificio cuyo proyecto han concebido previamente. Leemos porque
queremos conocer y más tarde escribimos porque queremos comunicar. Para estructurar las
piezas del rompecabezas cuando llega el momento de escribir, el historiador se apoya en
sucesivos razonamientos constructivos [experiencia personal, objetivo político,
organización lógica, forma narrativa, etc.], que lo mismo le permiten dar cuenta de los
rompimientos que unir las partes o, en ocasiones, reemplazar con otras las piezas faltantes.
Quizá el orden más socorrido para organizar un texto sea el cronológico, pero tomar distancia
de la cronología otorga mayor flexibilidad para ubicar de un modo más lógico los problemas
que el historiador intenta resolver. De igual manera, permite producir ciertos efectos literarios
que generan tensión y suspenso y que resultan agradables para el futuro lector. Llegado el
momento, hacen un texto más emocionante, vivo y real.

Escribir es una empresa incierta porque ningún autor sabe con certeza hasta donde llegarán sus
palabras, ni cómo, ni por quién serán leídas. Muchos han escrito, pero sólo los más curiosos, los
más brillantes, los más inquisitivos, los más dedicados, en resumen, los mejores, han dejado
huella. De ellos me ocupo. Fueron los inconformes de la historia. Escribieron porque tenían algo
que comunicar, algo que todavía no estaba dicho o que valía la pena repetir porque no se había
dicho de esa manera. Resulta que no todo es decir algo nuevo sobre la base de un material
original. Un buen número de ensayos de gran calidad resultan de cuestionar, modificar o al
menos confirmar explicaciones anteriores a partir de nuevas evidencias históricas [archivos,
objetos, etc.] o de la reinterpretación de viejos materiales [historiografía]. Al respecto, es
interesante observar que, a pesar de las divergencias actuales en la manera de abordar la
investigación histórica, a pesar de la pulverización de la historia, existen ciertos puntos de
convergencia: un mayor interés por la historia del mundo no europeo, así como una
preocupación por segmentos de la población y áreas del comportamiento humano hasta hace
poco desatendidas. Más fascinante todavía: historiadores de corrientes muy diversas aceptan
que las acciones conscientes de los hombres no bastan para explicar la historia, pues la
conducta humana debe ser comprendida en el marco de unas estructuras [económicas, sociales,
políticas, culturales] que rebasan el estudio de los documentos y la confianza en que éstos sean
los portavoces de la verdad. Numerosos investigadores se muestran escépticos respecto a la
verdad, pero tienen, lo mismo que cualquier joven estudiante de historia, enorme interés por
acercarse a la realidad.

Los ensayos que vas a leer descansan sobre ciertos planteamientos generales: a) considerar
factible alcanzar la objetividad del conocimiento histórico, b) la historia es considerada como
una ciencia que tiene reglas de investigación específicas, c) La historia también es un arte,
pues la representación histórica no puede escapar a una variedad de consideraciones retóricas,
estéticas y literarias.

Entonces, ¿qué es en la actualidad hacer historia? Posiblemente sea, primero, una manera de
leer [interpretar] y, segundo, un modo de darle sentido a la realidad pasada y presente. Para
cumplir con estos propósitos, los historiadores han buscado acercarse a la teoría literaria y la
filosofía [madre de la ciencia].

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