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INTRODUCCIÓN

Recientemente encontré un artículo llamado “Educación y capacitación de la mujer” en una


página web perteneciente a una Plataforma de Acción de la Organización de las Naciones
Unidas, menciona que: “Una niña o mujer que asiste a la escuela está realizando su derecho
humano fundamental a la educación. Además, tiene una mayor posibilidad de realizar su pleno
potencial en el transcurso de la vida, ya que estará mejor preparada para obtener un trabajo
decente y bien remunerado, por ejemplo, o alejarse de un hogar violento. La educación es
esencial para que las mujeres puedan alcanzar la igualdad de género y convertirse en agentes
de cambio… contribuyen de modo sustancial a las economías prósperas y a mejorar la salud,
la nutrición y la educación de sus familias”.

Al leer ese texto de manera general, consideré apropiado que hoy en día se considere la
importancia de que la mujer reciba educación para desarrollarse plenamente en su vida. Sin
embargo, al leer la cita con detenimiento encontré un discurso que dista mucho de la realidad
en nuestro país y en muchos países. También en algunas frases que me llamaron la atención:
“contribuir a las economías prósperas” y “mejorar la nutrición y educación de sus familias”
son dos discursos que a mi parecer se han venido mencionando desde hace siglos. Es por lo
que me surgieron algunas preguntas que pretendo abordar al elaborar el presente ensayo.

En México, ¿qué significaba ser mujer en diferentes momentos históricos y qué implicaciones
tiene esto en la forma en que se le educaba? La educación siempre ha tenido determinados
propósitos o persigue determinados objetivos según el contexto histórico, cultural, económico,
político y social a nivel nacional e internacional. Pero, cómo ha evolucionado la forma en que
se concibe a la mujer, en qué medida la educación femenina se ha transformado en México y
con qué propósitos.

Los periodos que se considerarán para este abordaje histórico serán México prehispánico,
Virreinato, Siglo XIX, Siglo XX. Cabe mencionar que, el enfoque estará en la educación
superior porque se reflexionará sobre las aspiraciones ocupacionales y de estudio de las
mujeres en determinada época. Además, el estudio estará tomando como eje a la familia, ya
que es la primera institución social educadora.

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En un principio se pretende ahondar en los aspectos sociales, económicos y de política
educativa que fueron claves para crear en las mujeres diferentes aspiraciones ocupacionales y
de estudio en determinado momento histórico de México. Asimismo, la forma en que la
familia ha sido un factor importante en la elección ocupacional y de estudio de la mujer según
la concepción que se tenía de la mujer en cada época. Finalmente se reflexionará sobre qué
tanto la aspiración y elección ocupacional a lo largo del tiempo ha estado basada en distintos
factores como: la vocación personal (intereses y aptitudes), en la educación recibida en
diferentes instituciones escolares, en las expectativas de la familia, y en el contexto social,
económico y político de cada época en México.

DESARROLLO

México Prehispánico

En el antiguo pensamiento mesoamericano, lo femenino y lo masculino era considerado con


igual importancia. Mujer y hombre eran entendidos como dependientes y necesarios en una
relación complementaria. Por lo tanto, no destacaba uno sobre otro pues sus labores propias de
cada sexo eran consideradas valiosas. Sin embargo, a nivel social, existían diferencias muy
evidentes, sobre todo por la condición social en que viviera la mujer. “De acuerdo con
testimonios de crónicas, manuscritos pictográficos y caracteres latinos del siglo XVI, se
pueden distinguir tres divisiones bien definidas: la noble, la macehual o mujer de pueblo y las
esclavas” (Jarquín, 2009: 19)

La mujer noble tenía una educación estricta puesto que la conservación del linaje lo tenía ella
y por lo tanto su papel era esencialmente doméstico. “Desde pequeñas, las niñas seguían una
rigurosa y severa educación de sus madres y nanas; sujetas siempre a un régimen que
involucraba velar, trabajar y madrugar, el objetivo era mantenerlas ocupadas todo el día para
evitar el ocio, además, eran instruidas para que supieran conducirse en público” (Jarquín,
2009: 20)

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Algunas cualidades que se esperaba de las doncellas era la virginidad, la obediencia, el recato,
la honradez, la humildad, etc.; es decir, todas aquellas virtudes que cumplieran con el modelo
femenino noble. Además, ante todo la mujer tenía que ser servicial a los deseos de los demás,
por lo tanto, sus actividades estaban restringidas y no podían ejercer un trabajo que les
significara remuneración alguna, pocas veces ocuparon un cargo importante en el poder a
pesar de que eran esposas, madres e hijas de gobernantes.

Por su parte, las mujeres consideradas del pueblo formaban parte de la clase trabajadora,
dedicadas al comercio sin descuidar sus labores en la casa y el cuidado de los hijos. Algunas
colaboraban con su marido en labores agrícolas. “Esta capacidad para negociar y
desenvolverse en un ambiente acaparado por los hombres no era juzgado ni mal visto, lo que
hicieron fue allegarse de los ingresos necesarios para complementar el gasto familiar.”
(Jarquín, 2009:22)

La forma en cómo se les educaba y bajo qué principios era muy similar a la de las mujeres
nobles, siempre exaltando valores como recato y honestidad. Pero en cuestión sexual, las
mujeres del pueblo o macehuales tuvieron más libertades. Además, la prostitución fue
permitida e incluso impuesta, como sucedió con las mujeres esclavas.

La condición las mujeres esclavas era menos favorable que de las mujeres macehuales, pues
eran explotadas en su trabajo, su capacidad y su cuerpo. “Los hombres y las mujeres esclavos
podían legalmente contraer matrimonio con sujetos libres. Sin embargo, la posibilidad de
escapar de la condición de esclavo privilegió al futuro desposado respecto de la mujer
esclava. Esta diferenciación se presentó cuando el hombre esclavo se casaba con su dueña,
automáticamente se convertían en el jefe de familia, pero si se trataba de una esclava que
mantenía relaciones sexuales con su amo, su condición no variaba, su calidad de concubina la
mantenía sujeta a su dueño (Jarquín, 2009:22).

La sociedad prehispánica valoró la actividad de la mujer, pero siempre mantuvo una actitud
diferenciada no sólo por su condición social sino con respecto al hombre. Se valoraron las
labores “femeninas”, pero la mujer vivía sujeta al sometimiento y la sumisión. Las actividades
que implicaron poder o prestigio como sacerdocio, comercio, guerra, cacería, entre otros,
fueron territorio de dominio masculino.

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Periodo colonial

El periodo Colonial fue el momento donde históricamente México (en aquel momento
Mesoamérica) sufrió un choque cultural muy fuerte al ser conquistado por España y
convertirse en una colonia de este país. La lengua, la religión, la organización social y política,
y la educación se transformaron radicalmente; con ello la vida cotidiana de las personas.

“Después de la conquista el fin primordial era instruir a los indígenas en la fe católica. Se


impartía esta instrucción religiosa en el idioma nativo, generalmente por los frailes criollos y
sus ayudantes indígenas” (Tanck, 1996:82)

En Nueva España, se impuso una educación cristiana que era poco congruente con los actos
bárbaros de quienes tomaron el poder. Sin embargo, las imposiciones surtieron efecto, los
mandatos sutiles o evidentes comenzaron a dar frutos y los discursos sobre la educación de los
novohispanos se imprimieron en las mentes de quienes asumirían la responsabilidad de
educar.

“El complejo mundo de la mujer novohispana abarcaba los más diversos ambientes y
situaciones y sufría cambios frecuentes, según se transformaba la vida colonial, el ideal
femenino y el modelo de vida propuesto por los grupos dominantes, españoles o criollos, los
de mayor influencia social y receptividad de las nuevas modas y costumbres”
(Gonzalbo,1985:11)

La enseñanza de las niñas siempre estuvo más limitada que la de los niños. Para ellas era
crucial aprender la doctrina cristiana y labores de costura. Dependiendo de la zona geográfica
(ciudades o zonas rurales en Nueva España), había enseñanza más o menos especializada. Por
ejemplo “en algunas ciudades como Guadalajara, había escuelas dirigidas por beatas (no
monjas) … en otras, como Valladolid, las órdenes religiosas femeninas tenían grandes
construcciones escolares” (Tanck,1996:85-86)

En la ciudad de México las escuelas a las que asistían las niñas eran particulares y estaban a
cargo de mujeres laicas, regularmente ancianas, y se les llamaba “amigas”. Ellas reunían a las
niñas en su propia casa y les enseñaban de igualmente el catecismo y coser, tejer y bordar.

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Dependiendo de las cualidades de la “amiga”, se les enseñaba a leer en letra impresa o
manuscrita, “que se consideraban dos fases distintas” (Gonzalbo,1985:16). A muy pocas niñas
se les enseñaba a escribir.

Cabe mencionar que asistir a las “amigas” tenia un costo, que pocas familias podían pagar
considerando la situación económica de la mayoría de la población y la muy marcada
diferencia de clases sociales. “Para la mayoría de las jóvenes y niñas no había más escuela que
la catequesis dominical en parroquias y conventos, además del aprendizaje empírico en el
hogar, junto a su madre y las mujeres mayores de la casa, que les enseñaba a hacer lo “que
siempre se hizo” y a comportarse como correspondía a su posición” (Gonzalbo,1985:15)

Las expectativas de educación para la mujer eran varias según la posición social que
ocupaban, aunque es cierto que había obligaciones que compartían todas independientemente
de su condición (acatar las normas morales cristianas, el trabajo en el hogar, la sumisión al
esposo, la educación de los hijos, etc.). Sin embargo, “para una reina o dama de su corte eran
pocos los superiores a quienes debía respetar, mientras que una esclava, una moza de servicio
o una trabajadora de la ciudad o del campo veía por encima de ella a todos los opulentos
señores, arrogantes administradores, reverenciados eclesiásticos, exigentes capataces,
desaprensivos comerciantes, prepotentes caciques, y aún a los varones de su propia familia o a
las mujeres muy ancianas, muy especialmente su suegra. Era muy diferente sentirse en la cima
del mundo que cargar sobre la espalda la propia humillación.” (Gonzalbo,1985:12)

Es natural que para la mayoría de las mujeres fuera casi imposible cumplir con el “ideal de
mujer” que se pretendía en la época colonial: una mujer que tuviera virtudes de castidad,
obediencia y apego a las costumbres cristiana, que hiciera labores manuales donde se “luciera”
su talento y que se hiciera cargo de la educación de los pequeños de su hogar. La sociedad
novohispana quería evadir que las normas impuestas a las mujeres también generaban otro
tipo de problemas como mujeres indígenas abusadas por nobles españoles, niños huérfanos o
sin una familia por ser fruto de un amor “pecaminoso” o fuera de matrimonio, mujeres
“pedigüeñas” que fueron orilladas a esta actividad por vivir en la miseria o la deshonra.

Siglo XIX

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“El siglo XIX fue el periodo en el que las mujeres fueron dejando los espacios cerrados, para
transitar hacia nuevos lugares de sociabilidad. En sectores sociales pudientes, las mujeres
tuvieron acceso a escuelas, academias y tertulias, mientras que en los sectores más bajos, las
mujeres se reunieron en torno a lavaderos públicos, mercados y tiendas. Estos nuevos espacios
modificaron de maneras diversas la vida cotidiana, permitiendo nuevas formas de convivencia
entre mujeres de distintas condiciones sociales y de diferentes edades. No obstante, no
quitaron la idea arraigada de que el lugar propio de las mujeres del México decimonónico era
el hogar” (Tuñón, 1998:97)

En ese marco, las escuelas de las primeras letras de principios del siglo XIX, las escuelas de
niñas que existieron a lo largo de ese siglo y las escuelas mixtas de finales de siglo
constituyeron, además de los aprendizajes adquiridos por las alumnas, una oportunidad para
que las niñas pudieran convivir con otras de diferentes edades y también una opción para que
algunas mujeres pudieran contar con un trabajo, como preceptoras de educación.

Los cambios que permitieron el acceso de las niñas a la escuela de primeras letras fueron
graduales, más lentos los que posibilitaran acceso a una instrucción mayor y todavía más
lentos los que les permitieran ingresar a un empleo profesional.

En la constitución de 1827, se estableció que cada entidad tendría al menos una escuela de
primeras letras. Pero la intención se vio limitada por la situación política y económica del país.
Sin embargo, sí se abrieron varias escuelas de niñas, quienes convivían en la escuela sin estar
clasificadas por grados o edades, sino por el adelanto que cada una tenía en los diferentes
ramos de enseñanza. Anne Staples sostiene que “había diez niveles de costura y bordado, que
correspondían a hacer dobladillos en papel; sobreponer un papel a otro y hacer puntos por
encima; sacar hilos y despuntar en tela, fruncir y pegar; hacer ojales, coser y pegar botones;
hacer punto cruzado; pegar y guarnecer; hacer dechados; y elaborar un muestrario de distintos
puntos” (Staples, 2007:256)

Pero más allá del dominio de estas habilidades se esperaba que la niña supiera “estar quieta,
sentada largas horas con una actividad mínima, escuchando la conversación de mujeres
mayores o en silencio, el aprendizaje de la sumisión, de la obediencia, de la inamovilidad”

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(Staples: 2007:256), cualidades o valores que consideraban que tenía que tener una mujer
decente en ésta época.

Durante Segundo Imperio, con Maximiliano de Habsburgo, en la Ciudad de México, las


mujeres se abrieron más espacios. “Las mujeres, por ejemplo, eran respetadas, sobre todo si se
trataba de virtuosas señoras o señoritas… la labor magisterial no entraba en conflicto con su
misión primordial, misión que consistía en ser dóciles esposas y madres ejemplares. No
obstante, las mujeres participaban en infinidad de actividades que abarcaba desde el servicio
doméstico, el pequeño comercio, el trabajo asalariado en la incipiente industria, empresarias,
lo mismo que actrices, cantantes o bailarinas en carpas o teatros. El oficio de la partera,
eminentemente femenino, basado en conocimientos empíricos, empezó a ser desplazado por
los médicos. En 1865 la legislación permitió a las mujeres el acceso a la Escuela de Medicina,
siempre y cuando se limitaran a servicios de obstetricia.” (Bermúdez, 1996:122)

Durante el Porfiriato, en 1887, se fundó la Normal del Distrito Federal. Fue, la docencia, la
profesión más popular y la única en la que la mujer participó verdaderamente. “En 1878, por
ejemplo, el 58% de los maestros eran hombres y 25% mujeres, pero para 1907 sólo 23% eran
hombres. La demanda continua de maestros no parecía ir acorde a sus condiciones de trabajo y
a sus salarios, ya que éstos permanecían bajos (de 8 a 30 pesos al mes, máximo 80 -un peón
ganaba 8 pesos) hecho que seguramente estaba ligado al aumento de las mujeres en esta
profesión, ya que ellas se conformaban con sueldos más bajos. Se consideraba que por ciertos
rasgos como el carácter como el amor, la bondad y la paciencia, la mujer estaba más preparada
que el hombre para enseñar a los niños” (Bazant,1996:136)

Por otro lado, la Escuela de Artes y Oficios para mujeres tuvo una gran popularidad porque
daba a la mujer “los conocimientos necesarios en un oficio o ramo lucrativo que la habilitara
para proveer por sí sola a su subsistencia de una manera independiente y decorosa, y promover
su mejoramiento por el desarrollo intelectual y la elevación de carácter” (Bazant,1996:137)

Esta institución tenía la ventaja de que además de la instrucción elemental, la Escuela de Artes
y Oficios ofrecía la oportunidad de que lo que elaboraban las alumnas se podían vender. La
edad para ingresar a ésta institución eran los trece años y además no tenía un plan de estudios
rígido, había una amplia variedad de asignaturas y las estudiantes podían elegir cuales

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estudiar. Había las siguientes asignaturas: “escritura, aritmética, teneduría de libros, costura,
bordado, pasamanería, imprenta, tapicería, dibujo y pintura” (Bazant,1996:138). Después se
incorporaron estenografía y escritura a máquina, las cuales eran materias populares porque
eran aplicables en la nueva industria que se gestaba.

Este tipo de avances en la educación femenina durante el porfiriato permitió que algunas
mujeres tuvieran la oportunidad de insertarse en el campo laboral con una preparación
académica. Más adelante, los nuevos cambios permitirían una educación más equitativa.

Siglo XX

Durante el siglo XX, México fue formando un sistema educativo bien estructurado a pesar de
la confusión política que se dio como consecuencia de la Revolución Mexicana. Para 1910,
“había unas 12 mil escuelas en todo México y aproximadamente 700 en el Distrito Federal.
Esas escuelas contaban con 25 500 profesores que impartían sus enseñanzas a cerca de 1
millón de niños, ósea aproximadamente una quinta parte de la población en edad escolar”
(Osborn, 1987:38). Para ese entonces se abrió nuevamente la Universidad Nacional de México
gracias a los esfuerzos de Justo Sierra, quien fuera Ministro de Instrucción Pública y Bellas
Artes bajo el gobierno de Porfirio Diaz.

Posteriormente, en 1921 Álvaro Obregón, logra estabilizar al país y la educación fue para él el
punto clave. Se buscó, ya con José Vasconcelos como Ministro de Educación Pública,
establecer escuelas primarias (principalmente) en zonas rurales y se logró crear 2600 nuevas
escuelas aproximadamente en estas zonas que fueron olvidadas durante siglos. La educación
de las masas, dentro de la tradición de que fuera “laica, gratuita y obligatoria”, fue el mayor
esfuerzo que el gobierno realizó en este periodo, el cual ya buscaba que fuera por igual para
niños y niñas.

Más adelante, con Plutarco Elías Calles en su periodo presidencial y posteriormente con los
siguientes presidentes (periodo conocido como el Callismo), nuevamente se cae en un
momento de agitación política por la búsqueda de un “laicismo radical” en la Educación. Sin
embargo, se lograron muchos avances, entre ellos, la federalización de la enseñanza, la cual en
ése momento era necesaria para que lo que se planteaba en el discurso político o lo asentado

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en el art. 3° de la Constitución realmente se fuera concretando en la realidad de México; es
decir, que se abriera paso a la expansión del servicio educativo en todo el país.

Distintas acciones emanaron del gobierno posrevolucionario para asegurar la educación


primaria obligatoria desde la reforma constitucional de 1934. Pero es hasta el sexenio de
Lázaro Cárdenas en 1945 cuando se dieron las condiciones políticas, económicas y sociales
para que efectivamente se concretara. “La alfabetización, que no pasaba del 30% en 1910 y
del 50%a principios de 1950, para 1970 se había incrementado al 76% de la población mayor
de diez años. Para el año escolar de 1970-1971 había ya casi 50 mil escuelas primarias y
jardines de niños en todo el país. Había además unas 5 600 escuelas secundarias, preparatorias
y vocacionales y 125 universidades...En suma en 1970 había unos 11.5 millones de jóvenes en
las escuelas de México, ósea el 43% de la población entre 5 y 29 años de edad” (Osborn,
1987:40)

Sin embargo, no hay que olvidar que a pesar de que se dio la apertura a que mujeres y
hombres accedieran a la educación. En la realidad, ya a nivel universitario el 80% de los
alumnos inscritos eran hombres. Y ésa es una constante que se mantuvo en los años siguientes.

Para la década de los 80 se dieron muchos cambios no sólo en nuestro país sino a nivel
mundial. Donde se buscó en un principio continuar con la cobertura y posteriormente iniciar
con la calidad y la equidad. Éste ultimo concepto fue el que permitió elevar el acceso de las
mujeres a la educación, al igual que otros sectores de la población que durante siglos habían
sido marginados como la población indígena, migrante y con discapacidad.

Ya para finales del siglo XX y finales del Siglo XXI el fenómeno de la globalización y el
neoliberalismo impactó el sector educativo transformando los ideales iniciales de justicia
social, bien común y unidad nacional. Cada reforma educativa ha buscado la modernización y
la búsqueda de la calidad educativa en comparación con países latinoamericanos y europeos.

La inserción de la mujer en la educación superior ha sido tema de interés sólo hasta las ultimas
décadas y por lo tanto lo que se ha logrado en México, son avances paulatinos. La tarea debe
continuarse para ampliar la oportunidad educativa a un número todavía mayor de mujeres y
que la formación y desarrollo posibiliten su desarrollo personal, el cual, debe reconfigurar la
idea de lo que significa ser mujer.

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CONCLUSIÓN

Los primeros acercamientos de las mujeres a la enseñanza formal se produjeron en las


escuelas parroquiales durante la Colonia. Las religiosas las instruían en la fe cristiana, el
servicio a la familia y el hogar. Con la consolidación de la República, se crearon las primeras
escuelas femeninos estatales y se formaron las escuelas técnicas. El Estado consideró la
educación de las mujeres como un aporte al desarrollo nacional y se las preparó
principalmente para el trabajo doméstico y asalariado, el cuidado de la familia y la maternidad.
La Ley de Instrucción Primaria de 1860 proclamaba la igualdad en el acceso a la educación de
niños y niñas. Sin embargo, los programas de estudio eran distintos para cada sexo, pues en
los establecimientos femeninos se reforzaban las labores domésticas. Los docentes de esas
instituciones era en su mayoría mujeres, ya que sus cualidades estaban asociadas a la labor de
maestra y se consideraban un requisito para su desarrollo profesional. El acceso de las mujeres
a la educación pública desde la enseñanza primaria hasta la universitaria se concretó entre
fines del siglo XIX y principios del XX, pero la igualdad de condiciones con sus pares
masculinos forma parte de luchas que siguen hasta nuestros días.

BIBLIOGRAFIA

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