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INSTITUTO SUPERIOR DE CIENCIAS DE LA

EDUCACIÓN DEL ESTADO DE MÉXICO

División Academica Nextlalpan

Seminario de Epistemología Teoría e


Investigación Educativa

Ensayo
LA MUJER QUE TRABAJA,

¿LIBERTAD U OPRESIÓN?

Beatriz Adriana Vazquez Badillo

16-Enero-2018
INTRODUCCIÓN

Hasta hace poco tiempo, tuve la idea bastante clara de que la docencia fue una carrera que elegí

por vocación. Para mí, el gusto por la educación surgió cuando desde niña aprecié la labor que

desempeñaron mis maestros (en su mayoría mujeres, con quienes además me sentí identificada).

Posteriormente mi interés por la docencia se consolidó cuando valoré el trabajo que desempeñó

mi madre como mi primera educadora y mi permanente maestra de vida.

Cuando llegó el momento y la oportunidad de estudiar una carrera profesional, mi familia me

ofreció la libertad de elegir la que me interesara. No tuve la menor duda de que quería estudiar

para ser maestra y para lograrlo el único camino que conocía era la escuela normal.

Afortunadamente logré ingresar y entonces fue cuando comenzó a ampliarse mi perspectiva de

lo que significa la educación y su importancia en la vida de un ser humano.

En el presente, el gusto por la educación se ha fortalecido mucho, además ya conozco lo que

implica trabajar como maestra. Tanto es así que en muchas ocasiones me he sentido afortunada

de estar ejerciendo una profesión y una ocupación que yo elegí.

Sin embargo, recientemente con el ingreso a la maestría, y después de interesarme por el tema

de la educación de la mujer y la valoración que se hace de su trabajo, descubrí mi afortunada y,

desafortunada implicación con el tema, pues en ese trayecto pude darme cuenta de que mi

elección profesional no fue del todo una libre elección.

En el presente texto intentaré argumentar cómo es que llegué a la afirmación anterior e intentaré

responder desde mi punto de vista algunos cuestionamientos que fueron el detonante para estas

reflexiones: ¿históricamente cómo ha sido valorado el trabajo de la mujer?, ¿qué tipo de trabajo

ha sido considerado propio de la mujer?, ¿qué posibilidades de estudio ha tenido la mujer? y

¿existe realmente una libertad de elección ocupacional para la mujer?


DESARROLLO

En México, actualmente la orientación vocacional va encaminada a que los jóvenes lleven a

cabo la elección de la carrera como un acto de libertad basado en sus intereses y aptitudes. Se

puede decir que, en ese momento, los jóvenes realizan también su elección ocupacional puesto

que deciden “en qué quieren trabajar” en un futuro próximo.

Otros jóvenes, en cambio no necesitan de una orientación vocacional, para ellos que no tienen

la oportunidad de realizar estudios superiores, la libertad para la elección ocupacional se ve

limitada. La opción que tienen es tomar las ofertas de empleo que encuentran e insertarse en el

campo laboral.

Ésa es la realidad que trajo consigo el capitalismo. Las personas que actualmente trabajan (tanto

quienes la oportunidad de realizar estudios superiores, como quienes ingresan al campo laboral

sin haber ingresado a una escuela) aparentemente eligen qué trabajo tomar dentro de un amplio

repertorio de actividades laborales que se crearon conforme a la demanda productiva.

Sin embargo, la libertad para hacer algo siempre suele estar moldeada por las condiciones

históricas, sociales, culturales, económicas y políticas. Aunque todas conforman aspectos

importantes de la realidad importante, en este caso analizaré únicamente las condiciones

histórico-sociales, específicamente las que tienen que ver con las ideas, expectativas y

preferencias sustentadas en el estereotipo de rol femenino.

El trabajo femenino en la historia de México

El trabajo de la mujer es una cuestión que apenas está comenzando a ser tema de estudio. Antes

de los movimientos feministas en México no se consideraba como un problema social la

situación de desigualdad, exclusión y opresión en que vivía la mujer. Lo que hoy en día se
consideran prácticas inequitativas, en diferentes momentos históricos fueron consideradas

prácticas normales y hasta “naturales”.

En el antiguo pensamiento mesoamericano, lo femenino y lo masculino era considerado con

igual importancia. La mujer, por ser quien se embarazaba, se dedicaba al cuidado de los hijos y

por lo tanto se quedaba dentro del hogar; por su parte, el hombre salía de dicho hogar para cazar,

pescar y llevar el alimento y otras materias primas para subsistir. Mujer y hombre eran

entendidos como dependientes y necesarios en una relación complementaria.

Para Engels (2017) la primera división del trabajo fue precisamente ésta; una división natural

que no implicaba desigualdad hombre-mujer pues cada uno tenía su propio poder en su ámbito

de trabajo. Sin embargo, conforme fueron civilizándose las comunidades primitivas, iniciaron

también las primeras desigualdades, principalmente por el nivel social del que provenía la mujer.

“De acuerdo con testimonios de crónicas, manuscritos pictográficos y caracteres latinos del siglo

XVI, se pueden distinguir tres divisiones bien definidas: la noble, la macehual o mujer de pueblo

y la esclava” (Jarquín, 2009, p.19)

La mujer noble tenía una educación estricta puesto que era la responsable de la conservación

del linaje y por lo tanto su papel era esencialmente doméstico, sus actividades estaban

restringidas y no podía ejercer un trabajo que le significara remuneración alguna. Pocas veces,

las mujeres nobles ocuparon un cargo importante en el poder a pesar de que eran esposas, madres

e hijas de gobernantes.

La mujer del pueblo, en cambio formaba parte de la clase trabajadora, dedicada al comercio sin

desatender sus labores en la casa y el cuidado de los hijos. Algunas mujeres colaboraban con su

marido en actividades agrícolas. “Esta capacidad para negociar y desenvolverse en un ambiente


acaparado por los hombres no era juzgado ni mal visto, lo que hicieron fue allegarse de los

ingresos necesarios para complementar el gasto familiar.” (Jarquín, 2009, p. 22)

La condición de las mujeres esclava era menos favorable, pues se le explotaba en su trabajo, su

capacidad y su cuerpo. Finalmente, tanto ellas como las mujeres del pueblo o las nobles vivieron

una realidad en la que la organización social y política generaba aspectos que son característica

del capitalismo (la propiedad privada, la división de clases sociales, la esclavitud y la

remuneración por el trabajo en el espacio público). Siguiendo a Engels (2017) esto implicó, la

esclavitud de la mujer pues se modificó la relación equitativa que existía en el ámbito doméstico.

La sociedad prehispánica civilizada valoró la actividad de la mujer, pero siempre mantuvo una

actitud diferenciada no sólo por su condición social sino con respecto al hombre. Se valoraron

las labores “femeninas”, pero la mujer vivía sujeta al sometimiento y la sumisión. Las

actividades que implicaron poder o prestigio como sacerdocio, guerra, entre otros, fueron

territorio de dominio masculino.

Esa relegación de la mujer al espacio privado fue reforzada con la conquista y la colonización

del territorio por los españoles.

“El complejo mundo de la mujer... sufrió cambios frecuentes, según se transformaba la vida

colonial, el ideal femenino y el modelo de vida propuesto por los grupos dominantes, españoles

o criollos, los de mayor influencia social y receptividad de las nuevas modas y costumbres”

(Gonzalbo, 1985, p.11)

La clase dominante en aquel momento no sólo fue la política o militar, sino también la religiosa.

Ésta última fue la que restó todavía más a la mujer, el valor de su labor productiva y social que

implicaba el cuidado del hogar y de los hijos; los ideales religiosos que exigían cualidades de
sumisión, obediencia y servicio la convirtieron en una esclava, ahora de su propio hogar y a

merced de su esposo.

Durante todo ese periodo histórico las labores en el hogar se comenzaron a considerar inherentes

a la naturaleza de la mujer; por lo tanto, se dejó de ver su trabajo como productivo. El trabajo

del hombre, en cambio, siguió siendo considerado productivo porque se desarrollaba en el

ámbito público y con una remuneración económica de la cual dependían sus hijos y su mujer

para subsistir.

En siglo XIX hubo continuidades respecto al rol femenino, pero también se dieron algunos

cambios, consecuencia de los movimientos ideológicos y políticos de la época. Este fue el

periodo histórico en el que poco a poco las mujeres fueron dejando los espacios cerrados, para

transitar hacia nuevos lugares en la sociedad. Por ejemplo, las mujeres de sectores sociales

pudientes tuvieron acceso a escuelas y academias, mientras que, en los sectores mas bajos, las

mujeres se reunieron en torno a lavaderos públicos, mercados y tiendas.

“Estos nuevos espacios modificaron de maneras diversas la vida cotidiana, permitiendo nuevas

formas de convivencia entre mujeres de distintas condiciones sociales y de diferentes edades.

No obstante, no quitaron la idea arraigada de que el lugar propio de las mujeres…era el hogar”

(Tuñón, 1998, p. 97).

Cabe mencionar, que es en este periodo histórico cuando se empieza a abrir la posibilidad de

estudio y trabajo remunerado a la mujer. Las escuelas de las primeras letras constituyeron,

además de los aprendizajes adquiridos por las alumnas, una oportunidad para que las niñas

pudieran convivir con otras de diferentes edades y también una opción para que algunas mujeres

pudieran contar con un trabajo, como preceptoras de educación.


Los cambios que permitieron el acceso de las niñas a la escuela de primeras letras fueron

graduales, más lentos los que posibilitaran acceso a una instrucción mayor y todavía más lentos

los que les permitieran ingresar a un empleo profesional. Sin embargo, fue durante el gobierno

de Maximiliano de Habsburgo, cuando en la Ciudad de México, las mujeres se abrieron espacios

ahora en un ámbito más profesional.

“Las mujeres, por ejemplo, eran respetadas, sobre todo si se trataba de virtuosas señoras o

señoritas… la labor magisterial no entraba en conflicto con su misión primordial, misión que

consistía en ser dóciles esposas y madres ejemplares. No obstante, las mujeres participaban en

infinidad de actividades que abarcaba desde el servicio doméstico, el pequeño comercio, el

trabajo asalariado en la incipiente industria, empresarias, lo mismo que actrices, cantantes o

bailarinas en carpas o teatros. El oficio de la partera, eminentemente femenino, basado en

conocimientos empíricos, empezó a ser desplazado por los médicos. En 1865 la legislación

permitió a las mujeres el acceso a la Escuela de Medicina, siempre y cuando se limitaran a

servicios de obstetricia.” (Bermúdez, 1996, p. 122)

Posteriormente, en el gobierno de Porfirio Diaz, cuando México se modernizó y se fue

transformando en un país capitalista con todas las implicaciones sociales que tiene este sistema

económico. Para la mujer hubo ciertas oportunidades, aunque también permanecieron muchas

limitaciones. Es en este momento donde la docencia se convirtió en la profesión más popular y

la única en la que la mujer participó verdaderamente.

“En 1878, por ejemplo, el 58% de los maestros eran hombres y 25% mujeres, pero para 1907

sólo 23% eran hombres. La demanda continua de maestros no parecía ir acorde a sus condiciones

de trabajo y a sus salarios, ya que éstos permanecían bajos (de 8 a 30 pesos al mes, máximo 80

-un peón ganaba 8 pesos) hecho que seguramente estaba ligado al aumento de las mujeres en

esta profesión, ya que ellas se conformaban con sueldos más bajos. Se consideraba que por
ciertos rasgos como el carácter como el amor, la bondad y la paciencia, la mujer estaba más

preparada que el hombre para enseñar a los niños” (Bazant, 1996, p. 136)

En el siglo XX, distintas acciones emanaron del gobierno posrevolucionario para asegurar la

educación primaria obligatoria e igualitaria para niños y niñas desde la reforma constitucional

de 1934. Pero es hasta el sexenio de Lázaro Cárdenas en 1945 cuando se dieron las condiciones

políticas, económicas y sociales para que efectivamente se concretara.

“La alfabetización, que no pasaba del 30% en 1910 y del 50% a principios de 1950, para 1970

se había incrementado al 76% de la población mayor de diez años. Para el año escolar de 1970-

1971 había ya casi 50 mil escuelas primarias y jardines de niños en todo el país. Había además

unas 5 600 escuelas secundarias, preparatorias y vocacionales y 125 universidades...En suma en

1970 había unos 11.5 millones de jóvenes en las escuelas de México, ósea el 43% de la población

entre 5 y 29 años” (Osborn, 1987, p. 40)

Sin embargo, no hay que olvidar que a pesar de que se dio la apertura a que mujeres y hombres

accedieran a la educación, en la realidad, la matrícula femenina se mantuvo baja en comparación

con la masculina, sobre todo conforme se avanza de nivel educativo. En la década de los setenta,

a nivel universitario el 80% de los alumnos inscritos eran hombres. Y ésa es una constante que

se mantuvo en los años siguientes.

Ya para finales del siglo XX y principios del Siglo XXI el fenómeno de la globalización y el

neoliberalismo llegó a nuestro país y, por ende, impactó el sector educativo. Cada reforma

educativa ha buscado la modernización y la búsqueda de la calidad educativa en comparación

con países latinoamericanos y europeos. Y recientemente, se han agregado a estos cambios

paulatinos el tema de equidad, el cual ha favorecido (aunque lentamente) el acceso a la

educación de algunos sectores de la población que durante siglos habían sido excluidos y

marginados, como la población indígena, migrante, con discapacidad y la mujer.


El Estado consideró la educación de las mujeres como un aporte al desarrollo nacional y se las

preparó principalmente para el trabajo doméstico y asalariado, sin restarles responsabilidad en

el cuidado de los hijos y el hogar. Las oportunidades para acceder a la educación o para

capacitarse para el trabajo, la población las consideró como un beneficio (y hasta un logro) para

la mujer.

Tener la ventaja de salir del espacio privado (labores domésticas) e insertarse en el campo

laboral con una remuneración, yo también la consideré un avance para que el trabajo de la mujer

fuera tan valorado como el del hombre. Y, en consecuencia, la mujer tuviera no sólo una

satisfacción de logro personal sino laboral.

Lamentablemente, al hacer todo el recuento histórico anterior, tratando de hacer un análisis de

la realidad histórica y la realidad actual, tuve un choque con mis concepciones anteriores. Me

di cuenta de que lejos de brindar oportunidades a la mujer, o de valorar las labores que

desempeña, lo que se ha hecho es sobreexplotar su trabajo.

Oportunidades de educación y trabajo para la mujer: un espacio para las contradicciones

Desde que se le permitió a la mujer tener acceso a la educación, se le capacitó con el propósito

de contribuir a la productividad del país. Sin embargo, la mujer que se insertó al campo laboral

(y se convirtió en asalariada) comenzó a ser doblemente explotada.

Por principio, las oportunidades de estudio que se le dieron a la mujer en miras a ingresar al

campo laboral fueron limitadas. En el siglo XX, los trabajos para las que se podía preparar

profesionalmente la mujer eran: enfermeras, maestras y secretarias; los trabajos para los que no

se requería una preparación académica eran: comerciantes, obreras, actrices, bailarinas, etc.

Estos trabajos hasta el día de hoy siguen siendo propios del género femenino.
Ésta es una realidad, que desde mi sentido común no pude ver hasta este momento. Como mujer

del siglo XX, fui educada con ideas y expectativas aún sustentadas en determinados estereotipos

de género. Es cierto que mi familia y la sociedad misma me brindaron “esas oportunidades”

para acceder a la educación y al trabajo. Es verdad también, que nadie me impuso una elección

profesional; sin embargo, mi libertad para elegir una profesión estuvo realmente limitada. Digo

esto, porque mi posibilidad de elección ocupacional se vio influenciada de manera inconsciente

por el rol que se me ha asignado como mujer (labores de cuidado y atención de personas)

históricamente.

Hacer todo el recorrido histórico de un problema social y anclarlo no sólo con mi experiencia

sino con algunos referentes epistémicos como la dialéctica marxista y la teoría crítica, me

permitieron hacer esa ruptura de pensamiento. Intentar descubrir mi implicación con el tema de

investigación me permitió ver más allá de mis concepciones y hasta de mis actos o decisiones.

La dialéctica marxista hace presente la “ley de la lucha de contrarios” que se manifiesta en forma

diferente en las diversas condiciones la vida social. Vivimos en una sociedad antagónica porque

está dividida en clases hostiles, las contradicciones tienen a crecer, a acentuarse y a

profundizarse tal como sucedió con la división del trabajo hombre-mujer. Primero comenzó por

minimizarse el trabajo de la mujer y poco a poco se acrecentó hasta llegar a ser minimizada la

propia mujer. Tal es así, que la mujer asalariada y que además tiene que desempeñar labores en

el hogar, sigue siendo minimizada.

Lo anterior significa una contradicción porque, mientras que el hombre realiza una única labor

productiva. La mujer asalariada no sólo contribuye a la productividad, sino que además

contribuye a la producción de plusvalía mediante el cuidado de los hijos (la futura fuerza de

trabajo) y de su marido. Sin embargo, implícitamente está presente la idea de que el trabajo del
hombre es siempre más relevante que el de la mujer. Y en la mentalidad colectiva se espera que

masculino tenga un salario más elevado que el femenino.

En ese sentido, esa sobrevaloración del trabajo masculino frente al femenino es lo que

históricamente ha provocado que existan trabajos propios para la mujer y para el hombre.

Incluso, actualmente, a pesar de la lucha por la igualdad de oportunidades y condiciones

laborales, la mujer se encuentra excluida de actividades que son terreno de dominio masculino.

Y aun, cuando se da oportunidad a la mujer de integrarse a estas actividades, se encuentra en

desventaja.

La mayoría de las mujeres, optan por una ocupación laboral o una carrera profesional que

cumpla con la expectativa de rol femenino. La razón principal es porque consciente o

inconscientemente proporcionan la seguridad de que su trabajo va a ser un poco más reconocido

o valorado. Las mujeres que trabajan y han formado una familia, son conscientes de que al

menos en uno de los dos trabajos donde es explotada (oprimida por el patrón y como ama de

casa), va a recibir una gratificación (monetaria).

Es contradictorio también, ver cómo ante las clases opresoras el trabajo de una mujer no es

importante, pero al momento de hacer un balance de los “beneficios y costos” que tiene el hecho

de que una mujer “descuide” su hogar por salir a trabajar, se dan cuenta del valor que tiene su

labor.

Sin embargo, lejos de ser reconocidas, valoradas y apoyadas, estas mujeres son juzgadas como

irresponsables porque abandonan (aunque sea por un momento) “el papel que nacieron para

llenar”. Por ello, inclusive se les culpa de otros problemas sociales, por ejemplo, el de la

delincuencia juvenil, bajo el argumento de que no estuvieron al pendiente de la educación de

sus hijos “como debía de ser”.


La lucha de contrarios y estas grandes contradicciones engendran aún más conflictos sociales

que no pueden ser resueltos más que por medio de revoluciones y cambios de paradigmas (Kuhn,

1975). Se puede decir que en México se ha iniciado una lucha que no se puede llamar como tal

una revolución, pero que ha contribuido al cambio. Ésa lucha surgió en la segunda mitad del

siglo XIX con un movimiento feminista en el que la mayoría de las participantes eran maestras

de primaria quienes crearon una asociación, revista y escuela feminista llamada Siempre viva,

iniciada por la maestra y poetisa Rita Cetina Gutiérrez (Ramírez, 2012).

Lo anterior confirma lo que Engels citado por Andrews (2018) subrayaba: “la emancipación de

la mujer no se hace posible sino cuando ésta puede participar en gran escala” (p. 22). Es decir,

aunque la docencia es una carrera feminizada, proporciona a la mujer herramientas para el

desarrollo de un pensamiento crítico. Este pensamiento, desde mi punto de vista, es el que

posibilita reconocer que, a pesar de participar en nuevos espacios educativos y laborales, la

mujer sigue siendo objeto de explotación y dominación.

Afortunadamente el fin último de la educación no es sólo aquél que nos impuso el capitalismo:

generar fuerza de trabajo. La educación también permite la emancipación del hombre. Tanto

mujeres como hombres intelectuales pueden contribuir a la construcción del conocimiento y a

generar cambios de paradigmas; es decir, hacer posible el interés emancipatorio que orienta a

las ciencias sociales (Horkheimer, 2003).

“Por regla general, el individuo acepta naturalmente, como preestablecidas, las destinaciones

básicas de su existencia, esforzándose por darle cumplimiento; además encuentra su satisfacción

y pundonor en resolver, con todos los medios a su alcance, las tareas inherentes a su puesto en

la sociedad, y, a pesar de la energía con la que puede criticar a detalle, seguir haciendo

afanosamente lo suyo” (Horkheimer, 2003, p. 241).


La teoría crítica busca un comportamiento orientado a la emancipación, “tiene como meta la

transformación… sobrepasa el propósito de la praxis social dominante” (Horkheimer, 2003, p.

241). Quien pueda estudiar los problemas sociales con esta mirada, hará posible que, no sólo

sea capaz de proponer cambios y mejoras en pro de la liberación de la opresión; sino que él

mismo será parte de esa transformación en su actuar cotidiano.

Vivimos actualmente en una época donde las nuevas ideas de equidad de género e igualdad de

derechos se hacen presentes en el discurso político, social y educativo. Sin embargo, la realidad

sociohistórica (la realidad que enfrentamos las mujeres), está desfasada de toda la teoría que se

ha generado en el tema. Es por lo que, como diría Zemelman (2011) “necesitamos resignificar,

precisamente, por ese desajuste entre teoría y realidad”.

Inicialmente mi tema de investigación era referente a la educación de la mujer, pero mis

supuestos estaban basados en el sentido común o doxa (Bordieu, 2018). Hoy comprendo que los

estereotipos de género se han construido históricamente, son parte de la memoria colectiva y

forman parte de una cultura de desigualdad. Además, comprendo que “la teoría de la mujer”,

así como estudios e investigaciones referentes al tema no son capaces de responder a la realidad

que se vive. También, que las acciones que emprende el Estado, aunque supuestamente están en

favor de la equidad e igualdad de derechos, tienen fines aún de dominación y explotación.

Poder plantear mi problema de investigación y construir mi objeto de conocimiento desde esta

mirada, me va a ser posible en el momento en que pueda adquirir un “capital cultural” (Bordieu,

2008) y un referente “teórico-conceptual” más amplio. Por ahora, es un poco reducido, pero

considero que se me ha brindado las herramientas para romper con esas estructuras mentales

que me hicieron ver las cosas de manera natural.


En ese sentido, me he adherido a los argumentos que fundamentan la teoría crítica y tengo un

interés por construir conocimiento para contribuir a la transformación de la sociedad. La

sociedad que es cada vez más compleja y cambia a pasos agigantados en cuanto a ciencia y

tecnología, pero que sigue viviendo problemas sociales que tienen una larga presencia histórica.

CONCLUSIÓN

En México, como se pudo ver, el movimiento feminista lleva vigente casi un siglo; sin embargo,

son pocos los cambios significativos que se han dado a través de la lucha por la liberación y la

búsqueda de la equidad. Posiblemente, en algún momento sea posible generar una revolución

que devuelva el valor social de las labores femeninas en diversos ámbitos de la sociedad, tanto

en el espacio público como privado.

Quise presentar mi situación como mujer porque quizá aun limitadamente, he podido valorar

mis concepciones e ideas, y he podido hacer consciente la forma en que asumí el rol femenino.

A su vez, descubrí que haber tenido acceso a la educación superior y desempeñar una labor

docente (remunerada), no me eximía de la opresión y desigualdad social de la que

(históricamente) la mujer ha sido objeto.

Sin embargo, no me conformo con ese descubrimiento aparentemente fatalista; más bien me

siento mayormente implicada con el problema que deseo investigar. Al mismo tiempo me siento

motivada para construir conocimiento desde la perspectiva de la teoría crítica, comprendiendo

primero la realidad social, para después proponer alternativas de cambio y mejora e incluso yo

misma ser parte de una transformación (la emancipación de la mujer).

Producir conocimiento desde la teoría tradicional ya no da respuesta a problemas sociales como

el que se abordó en el presente ensayo; por ejemplo, el socialismo en contraposición al

capitalismo no fue capaz de brindar alternativas de cambio para la mujer. Existe una propuesta
aún más actual, pero que deriva de la teoría crítica y que tal vez pueda responder de una manera

más completa a la realidad social actual. Las Epistemologías del Sur reflexionan creativamente

sobre esta realidad para ofrecer un diagnóstico crítico del presente que, obviamente, tiene como

su elemento constitutivo la posibilidad de reconstruir, formular y legitimar alternativas para una

sociedad más justa y libre.

Queda abierta la posibilidad de ahondar aún más en esta epistemología, porque pienso que es

únicamente buscando nuevas formas de entender la realidad que permitan brindar alternativas

concretas. Quizá trabajos de investigación bajo esta mirada puedan hacer un verdadero vínculo

entre teoría y realidad. Así, tal vez en un futuro próximo la mujer pueda ser valorada

socialmente, independientemente de su trabajo dentro y/o fuera del hogar; quizá pueda haber

más mujeres que accedan a la educación superior; tal vez la elección profesional y ocupacional

pueda ser para la mujer, una decisión realmente libre. Y, sobre todo, que la educación recibida

en diferentes instituciones sociales posibilite el desarrollo personal-integral de la mujer.

REFERENCIAS

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2018 (No. 232), pp. 21-24.

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143). México: El Colegio Mexiquense.

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México: El Colegio Mexiquense.


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