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Romanticismo

La canción del pirata (1835) a despecho


del inglés
y han rendido
Con diez cañones por banda, sus pendones
viento en popa, a toda vela, cien naciones
no corta el mar, sino vuela a mis pies.
un velero bergantín.
Bajel pirata que llaman, Que es mi barco mi tesoro,
por su bravura, El Temido, que es mi dios la libertad,
en todo mar conocido mi ley, la fuerza y el viento,
del uno al otro confín. mi única patria, la mar.

La luna en el mar riela Allá; muevan feroz guerra


en la lona gime el viento, ciegos reyes
y alza en blando movimiento por un palmo más de tierra;
olas de plata y azul; que yo aquí; tengo por mío
y va el capitán pirata, cuanto abarca el mar bravío,
cantando alegre en la popa, a quien nadie impuso leyes.
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Istambul: Y no hay playa,
sea cualquiera,
Navega, velero mío ni bandera
sin temor, de esplendor,
que ni enemigo navío que no sienta
ni tormenta, ni bonanza mi derecho
tu rumbo a torcer alcanza, y dé pechos mi valor.
ni a sujetar tu valor.
Que es mi barco mi tesoro,
Veinte presas que es mi dios la libertad,
hemos hecho

1
mi ley, la fuerza y el viento, Son mi música mejor
mi única patria, la mar. aquilones,
el estrépito y temblor
A la voz de “¡barco viene!” de los cables sacudidos,
es de ver del negro mar los bramidos
cómo vira y se previene y el rugir de mis cañones.
a todo trapo a escapar;
que yo soy el rey del mar, Y del trueno
y mi furia es de temer. al son violento,
y del viento
En las presas al rebramar,
yo divido yo me duermo
lo cogido sosegado,
por igual; arrullado
sólo quiero por el mar.
por riqueza
la belleza Que es mi barco mi tesoro,
sin rival. que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
Que es mi barco mi tesoro, mi única patria, la mar.
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar. A xxx, dedicándole estas poesías (1840)

¡Sentenciado estoy a muerte!


Marchitas ya las juveniles flores,
Yo me río
nublado el sol de la esperanza mía,
no me abandone la suerte,
hora tras hora cuento, y mi agonía
y al mismo que me condena,
crecen, y mi ansiedad y mis dolores.
colgaré de alguna antena,
quizá; en su propio navío
Sobre terso cristal, ricos colores
Y si caigo,
pinta alegre, tal vez, mi fantasía,
¿qué es la vida?
cuando la dura realidad sombría
Por perdida
mancha el cristal y empaña sus fulgores.
ya la di,
cuando el yugo
Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
del esclavo,
y gira en torno indiferente el mundo
como un bravo,
y en torno gira indiferente el cielo.
sacudí.

A ti las quejas de mi mal profundo,


Que es mi barco mi tesoro,
hermosa sin ventura, yo te envío.
que es mi dios la libertad,
Mis versos son tu corazón y el mío.
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.

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A Jarifa en una orgía (1840) cuando en sueño y en silencio
lóbrega envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
¿Por qué murió para el placer mi alma, los muertos la tumba dejan.
y vive aún para el dolor impío? Era la hora en que acaso
¿Por qué si yazgo en indolente calma, temerosas voces suenan
siento, en lugar de paz, árido hastío? informes, en que se escuchan
tácitas pisadas huecas,
¿Por qué este inquieto, abrasador deseo? y pavorosas fantasmas
¿Por qué este sentimiento extraño y vago, entre las densas tinieblas
que yo mismo conozco un devaneo, vagan, y aúllan los perros
y busco aún su seductor halago? amedrentados al verlas […]
El cielo estaba sombrío,
¿Por qué aún fingirme amores y placeres no vislumbraba una estrella,
que cierto estoy de que serán mentira? silbaba lúgubre el viento,
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres y allá en el aire, cual negras
necio tal vez mi corazón delira, […] fantasmas, se dibujaban
las torres de las iglesias,
Mujeres vi de virginal limpieza y del gótico castillo
entre albas nubes de celeste lumbre; las altísimas almenas,
yo las toqué, y en humo su pureza donde canta o reza acaso
trocarse vi, y en lodo y podredumbre. temeroso el centinela. […]
Súbito rumor de espadas
Y encontré mi ilusión desvanecida cruje y un ¡ay!, se escuchó;
y eterno e insaciable mi deseo: un ay moribundo, un ay
palpé la realidad y odié la vida; que penetra el corazón
sólo en la paz de los sepulcros creo. que hasta los tuétanos hiela
y da al que lo oyó temblor.
Un ¡ay!, de alguno que al mundo
El estudiante de Salamanca (1840) pronuncia el último adiós.
El ruido
cesó,
Parte primera. Fragmento un hombre
Contexto: Se trata de un poema narrativo de pasó
unos dos mil versos polimétricos sobre los embozado,
amores del donjuán Félix de Montemar y su y el sombrero
enamorada Elvira. Tras conseguir entablar recatado
una relación, Félix abandona a la dama, que a los ojos
se le aparece muerta en medio de la noche se caló.
como una visión espectral. Éste la persigue, Se desliza
intrigado, y contempla su propia boda con el y atraviesa
esqueleto de Elvira. Después, muere. junto al muro
de una iglesia
Era más de medianoche y en la sombra
antiguas historias cuentan, se perdió.

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El Diablo Mundo (1841) ¿Qué hay inmortal, ni aun firme y duradero?
¿Qué hay que la edad con su rigor no altere?
¿No ves que todo es humo, y polvo, y viento?
Contexto: Publicada en cuadernillos por ¡Loco es tu afán, inútil tu lamento!…
entregas, esta obra quedó inconclusa. Consta
de más de ocho mil versos de estructura Inicio del capítulo III
desordenada en los que trata temas sociales,
¡Cuán fugaces los años,
filosóficos y amorosos. Sobresale el “Canto a
¡ay!, se deslizan, Póstumo!», gritaba
Teresa”, dedicado a su gran amor y
el lírico latino, que sentía
considerada una de las mejores elegías de
cómo el tiempo cruel le envejecía,
nuestra literatura.
y el ánimo y las fuerzas le robaba.
Y es triste a la verdad ver cómo huyen
Fragmentos del capítulo I
para siempre las horas, y con ellas
¿Qué es el hombre? Un misterio. ¿Qué es la vida? las dulces esperanzas que destruyen
¡Un misterio también…! Corren los años sin escuchar jamás nuestras querellas.
Su rápida carrera, y, escondida, ¡Fatalidad! ¡Fatalidad impía!
La vejez llega envuelta en sus engaños; Pasa la juventud, la vejez viene,
Vano es llorar la juventud perdida, ¡y nuestro pie que nunca se detiene
Vano buscar remedio a nuestros daños; recto camina hacia la tumba fría!
Un sueño es lo presente de un momento, Así yo meditaba
¡Muerte es el porvenir; lo que fue, un en tanto me afeitaba
cuento…! esta mañana mismo, lamentando
como mi negra cabellera riza,
Los siglos a los siglos se atropellan; seca ya como cálida ceniza,
Los hombres a los hombres se suceden, iba por varias partes blanqueando;
En la vejez sus cálculos se estrellan, y un triste adiós mi corazón sentido
Su pompa y glorias a la muerte ceden: daba a mi juventud, mientras la historia
La luz que sus espíritus destellan corría mi memoria
Muere en la niebla que vencer no pueden, del tiempo alegre por mi mal perdido,
¡Y es la historia del hombre y su locura y un doliente gemido
Una estrecha y hedionda sepultura! mi dolor tributaba a mis cabellos
que canos se teñían,
¡Oh, si el hombre tal vez lograr pudiera pensando que ya nunca volverían
ser para siempre joven e inmortal, hermosas manos a jugar con ellos.
y de la vida el sol le sonriera, ¡Malditos treinta años,
eterno de la vida el manantial! funesta edad de amargos desengaños!
¡Oh, cómo entonces venturoso fuera; Perdonad, hombres graves, mi locura,
roto un cristal, alzarse otro cristal vosotros los que veis sin amargura,
de ilusiones sin fin contemplaría, como cosa corriente,
claro y eterno sol de un bello día...! que siga un año al año antecedente,
y nunca os rebeláis contra el destino.
Necio, dirán, tu espíritu altanero, ¡Oh!, será un desatino,
¿Dónde te arrastra, que insensato, quiere mas yo no me resigno a hallarme viejo
En un mundo infeliz, perecedero, al mirarme al espejo,
vivir eterno mientras todo muere? y la razón averiguar quisiera
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que en este nuestro mundo misterioso, ¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
sin encontrar reposo, De juventud, de amor y de ventura,
nos obliga a viajar de esta manera. Regaladas de músicas sonoras,
Y luego las mujeres, todavía Adornadas de luz de hermosura?
son mi dulce manía: Imágenes ce oro bullidoras.
ellas la senda de ásperos abrojos Sus alas de carmín y nieve pura,
de la vida suavizan y coloran, Al sol de mi esperanza desplegando,
¡y a las mujeres los llorosos ojos Pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.
y los cabellos blancos no enamoran! Gorjeaban los dulces ruiseñores,
¡Griegos liceos! ¡Célebres hospicios! El sol iluminaba mi alegría,
(exclamaba también Lope de Vega El aura susurraba entre las flores,
llorando la vejez de su sotana) El bosque mansamente respondía,
que apenas de haber sido dais indicios Las fuentes murmuraban sus amores. . .
su morirse del tiempo en la refriega, ¡Ilusiones que llora el alma mía!
y ejemplo sois de la locura humana. ¡Oh! ¡cuán süave resonó en mi oído
¡Ah!, ¡no es extraño que el que a treinta llega El bullicio del mundo y su ruido! […]
llegue a encontrarse la cabeza cana! Aun parece, Teresa, que te veo
Adiós amores, juventud, placeres, Aerea como dorada mariposa,
adiós, vosotras, las de hermosos ojos, Ensueño delicioso del deseo,
hechiceras mujeres, Sobre tallo gentil temprana rosa,
que en vuestros labios rojos Del amor venturoso devaneo,
brindáis amor al alma enamorada. Angélica, purísima y dichosa,
Dichoso el que suspira Y oigo tu voz dulcísima, y respiro
y oye de vuestra boca regalada, Tu aliento perfumado en tu suspiro.
siquiera una dulcísima mentira Y aun miro aquellos ojos que robaron
en vuestro aliento mágico bañada. A los cielos su azul, y las rosadas
¡Ah!, para siempre adiós: mi pecho llora Tintas sobre la nieve, que envidiaron
al deciros adiós ¡ilusión vana! Las de Mayo serenas alboradas:
Mi tierno corazón siempre os adora, Y aquellas horas dulces que pasaron
mas mi cabeza se me vuelve cana. Tan breves, ¡ay! como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono y de amor y de caricias.
El Diablo Mundo. Canto a Teresa (1841)
Que así las horas rápidas pasaban,
Y pasaba a la par nuestra ventura;
Y nunca nuestras ansias las contaban,
Fragmentos
Tú embriagada en mi amor, yo en tu
¿Por qué volvéis a la memoria mía, hermosura.
Tristes recuerdos del placer perdido, Las horas ¡ay! huyendo nos miraban,
A aumentar la ansiedad y la agonía Llanto tal vez vertiendo de ternura;
De este desierto corazón herido? Que nuestro amor y juventud veían,
¡Ay! que de aquellas horas de alegría Y temblaban las horas que vendrían.
Le quedó al corazon sólo un gemido, Y llegaron en fin. . . ¡Oh! ¿quién impío
Y el llanto que al dolor los ojos niegan ¡Ay! agostó la flor de tu pureza?
Lágrimas son de hiel que el alma anegan. Tú fuiste un tiempo cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;

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Después torrente de color sombrío, envuelto entre la sábana de espumas,
Rompiendo entre peñascos y maleza, ¡llevadme con vosotras!
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas. Ráfagas de huracán que arrebatáis
¿Cómo caíste despeñado al suelo, del alto bosque las marchitas hojas,
Astro de la mañana luminoso? arrastrado en el ciego torbellino,
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo ¡llevadme con vosotras!
A este valle de lágrimas odioso?
Aun cercaba tu frente el blanco velo Nube de tempestad que rompe el rayo
Del serafín, y en ondas fulguroso y en fuego ornáis las sangrientas orlas,
Rayos al mundo tu esplendor vertía, arrebatado entre la niebla oscura,
Y otro cielo el amor te prometía. […] ¡llevadme con vosotras!
¡Oh! ¡crüel! ¡muy crüel! … ¡Ay! yo entre
tanto Llevadme, por piedad, a donde el vértigo
Dentro del pecho mi dolor oculto, con la razón me arranque la memoria.
Enjugo de mis párpados el llanto ¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
Y doy al mundo el exigido culto: con mi dolor a solas!
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto, Rima LIII
Y me divierto en arrancar del pecho
Volverán las oscuras golondrinas
Mi mismo corazón pedazos hecho.
en tu balcón sus nidos a colgar,
Gocemos, sí; la cristalina esfera
y otra vez con el ala a sus cristales
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
jugando llamarán.
¿Quién a parar alcanza la carrera
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
Del mundo hermoso que al placer convida?
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
Brilla radiente el sol, la primavera
aquellas que aprendieron nuestros
Los campos pinta en la estación florida:
nombres...
Truéquese en risa mi dolor profundo. . .
¡esas... no volverán!.
Que haya un cadáver más ¿qué importa al
Volverán las tupidas madreselvas
mundo?
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Rimas (1871) Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
Rima XXI
¡esas... no volverán!
—¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas Volverán del amor en tus oídos
en mi pupila tu pupila azul, las palabras ardientes a sonar;
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas? tu corazón de su profundo sueño
Poesía... eres tú. tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
Rima LII
como yo te he querido...; desengáñate,
Olas gigantes que os rompéis bramando ¡así... no te querrán!
en las playas desiertas y remotas,

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Rima LXVI ¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
¿De dónde vengo?... El más horrible y
valle de eternas nieves y de eternas
áspero
melancólicas brumas;
de los senderos busca;
en donde esté una piedra solitaria
las huellas de unos pies ensangrentados
sin inscripción alguna,
sobre la roca dura;
donde habite el olvido,
los despojos de un alma hecha jirones
allí estará mi tumba.
en las zarzas agudas,
te dirán el camino que conduce a mi cuna.

Vuelva usted mañana (1833)

Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza. Nosotros, que ya en
uno de nuestros artículos anteriores estuvimos más serios de lo que nunca nos habíamos
propuesto, no entraremos ahora en largas y profundas investigaciones acerca de la historia de
este pecado, por más que conozcamos que hay pecados que pican en historia, y que la historia
de los pecados sería un tanto cuanto divertida. Convengamos solamente en que esta institución
ha cerrado y cerrará las puertas del cielo a más de un cristiano.
Estas reflexiones hacía yo casualmente no hace muchos días, cuando se presentó en mi
casa un extranjero de estos que, en buena o en mala parte, han de tener siempre de nuestro país
una idea exagerada e hiperbólica; de éstos que, o creen que los hombres aquí son todavía los
espléndidos, francos, generosos y caballerescos seres de hace dos siglos, o que son aún las tribus
nómadas del otro lado del Atlante: en el primer caso vienen imaginando que nuestro carácter se
conserva tan intacto como [nuestras ruinas] nuestra ruina; en el segundo vienen temblando por
esos caminos, y preguntan si son los ladrones que los han de despojar los individuos de algún
cuerpo de guardia establecido precisamente para defenderlos de los azares de un camino,
comunes a todos los países.
Verdad es que nuestro país no es de aquellos que se conocen a primera ni a segunda vista
[…]
Acostumbrado a la actividad en que viven nuestros vecinos, me aseguró formalmente que
pensaba permanecer aquí muy poco tiempo, sobre todo si no encontraba pronto objeto seguro
en que invertir su capital. Parecióme el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto
amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes,
siempre que seriamente trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admiróle la proposición, y
fué preciso explicarme más claro.
- Mirad -le dije-, monsieur Sans-Délai, que así se llamaba; vos venís decidido a pasar
quince días, y a solventar en ellos vuestros asuntos.
- Ciertamente -me contestó-. Quince días, y es mucho. Mañana por la mañana buscamos
un genealogista para mis asuntos de familia; por la tarde revuelve sus libros, busca mis
ascendientes, y por la noche ya sé quién soy. En cuanto a mis reclamaciones, pasado mañana las
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presento fundadas en los datos que aquél me dé, legalizados en debida forma; y como será una
cosa clara y de justicia innegable (pues sólo en este caso haré valer mis derechos), al tercer día se
juzga el caso y soy dueño de lo mío. En cuanto a mis especulaciones, en que pienso invertir mis
caudales, al cuarto día ya habré presentado mis proposiciones. Serán buenas o malas, y
admitidas o desechadas en el acto, y son cinco días; en el sexto, séptimo y octavo, veo lo que
hay que ver en Madrid; descanso el noveno; el décimo tomo mi asiento en la diligencia, si no
me conviene estar más tiempo aquí, y me vuelvo a mi casa; aún me sobran de los quince, cinco
días.
Al llegar aquí monsieur Sans-Délai, traté de reprimir una carcajada que me andaba
retozando ya hacía rato en el cuerpo, y si mi educación logró sofocar mi inoportuna jovialidad,
no fue bastante a impedir que se asomase a mis labios una suave sonrisa de asombro y de
lástima que sus planes ejecutivos me sacaban al rostro mal de mi grado.
- Permitidme, monsieur Sans-Délai -le dije entre socarrón y formal-, permitidme que os
convide a comer para el día en que llevéis quince meses de estancia en Madrid.
-¿Cómo?
-Dentro de quince meses estáis aquí todavía.
-¿Os burláis?
-No por cierto.
-¿No me podré marchar cuando quiera? ¡Cierto que la idea es graciosa!
-Sabed que no estáis en vuestro país activo y trabajador.
-¡Oh!, los españoles que han viajado por el extranjero han adquirido la costumbre de
hablar mal [siempre] de su país por hacerse superiores a sus compatriotas.
-Os aseguro que en los quince días con que contáis, no habréis podido hablar siquiera a
una sola de las personas cuya cooperación necesitáis.
-¡Hipérboles! Yo les comunicaré a todos mi actividad.
-Todos os comunicarán su inercia.
Conocí que no estaba el señor de Sans-Délai muy dispuesto a dejarse convencer sino por
la experiencia, y callé por entonces, bien seguro de que no tardarían mucho los hechos en
hablar por mí.
Amaneció el día siguiente, y salimos entrambos a buscar un genealogista, lo cual sólo se
pudo hacer preguntando de amigo en amigo y de conocido en conocido; encontrámosle por fin,
y el buen señor, aturdido de ver nuestra precipitación, declaró francamente que necesitaba
tomarse algún tiempo; instósele, y por mucho favor nos dijo definitivamente que nos diéramos
una vuelta por allí dentro de unos días. Sonreíme y marchámonos. Pasaron tres días: fuimos.
-Vuelva usted mañana --nos respondió la criada--, porque el señor no se ha levantado
todavía.
-Vuelva usted mañana --nos dijo al siguiente día--, porque el amo acaba de salir.
-Vuelva usted mañana --nos respondió al otro--, porque el amo está durmiendo la siesta.
-Vuelva usted mañana --nos respondió el lunes siguiente--, porque hoy ha ido a los toros.
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-¿Qué día, a qué hora se ve a un español? Vímosle por fin, y Vuelva usted mañana -nos
dijo-, porque se me ha olvidado. Vuelva usted mañana, porque no está en limpio.
A los quince días ya estuvo; pero mi amigo le había pedido una noticia del apellido Díez,
y él había entendido Díaz y la noticia no servía. Esperando nuevas pruebas, nada dije a mi
amigo, desesperado ya de dar jamás con sus abuelos. […]
¿Tendrá razón, perezoso lector (si es que has llegado ya a esto que estoy escribiendo),
tendrá razón el buen monsieur Sans-Délai en hablar mal de nosotros y de nuestra pereza? ¿Será
cosa de que vuelva el día de mañana con gusto a visitar nuestros hogares? Dejemos esta cuestión
para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como
sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo y pereza de abrir los ojos para
hojear [los pocos folletos] que tengo que darte [ya], te contaré cómo a mí mismo, que todo esto
veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas veces, llevado de esta influencia, hija
del clima y de otras causas, perder de pereza más de una conquista amorosa; abandonar más de
una pretensión empezada y las esperanzas de más de un empleo, que me hubiera sido acaso, con
más actividad, poco menos que asequible; renunciar, en fin, por pereza de hacer una visita justa
o necesaria, a relaciones sociales que hubieran podido valerme de mucho en el transcurso de mi
vida; te confesaré que no hay negocio que pueda hacer hoy que no deje para mañana; te referiré
que me levanto a las once, y duermo siesta; que paso haciendo el quinto pie de la mesa de un
café, hablando o roncando, como buen español, las siete y las ocho horas seguidas; te añadiré
que cuando cierran el café, me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no
tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin
cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no
me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declararé que de tantas veces como estuve en esta vida
desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza. Y concluyo por hoy confesándote
que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este
artículo, que llamé: Vuelva usted mañana; que todas las noches y muchas tardes he querido
durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí
mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: ¡Eh, mañana le escribiré! Da
gracias a que llegó por fin este mañana, que no es del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que
no ha de llegar jamás!

El día de difuntos de 1836

Fígaro en el cementerio
Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en
otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían
de las puertas de Madrid!
Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo
espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid.
Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia,
cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o
de un deseo.
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Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los
muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz las calles
del grande osario.
-¡Necios!- decía a los transeúntes-. ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por
ventura. […] ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio
epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos?
Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que
da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados, ni
movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del
celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta, porque ellos
hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se atrevería a encausar y a
condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley, la imperiosa ley de la Naturaleza que allí
los puso, y ésa la obedecen.
-¿Qué monumento es éste?- exclamé al comenzar mi paseo por el vasto cementerio-. ¿Es
él mismo un esqueleto inmenso de los siglos pasados o la tumba de otros esqueletos? ¡Palacio!
[…] En el frontispicio decía: " Aquí yace el trono; nació en el reinado de Isabel la Católica,
murió en La Granja de un aire colado." En el basamento se veían cetro y corona y demás
ornamentos de la dignidad real. La Legitimidad, figura colosal de mármol negro, lloraba
encima. Los muchachos se habían divertido en tirarle piedras, y la figura maltratada llevaba
sobre sí las muestras de la ingratitud. ¿Y este mausoleo a la izquierda? La armería. Leamos: Aquí
yace el valor castellano, con todos sus pertrechos. R.I.P. Los Ministerios: Aquí yace media
España; murió de la otra media. […]¿Qué es esto? ¡La cárcel! Aquí reposa la libertad del
pensamiento. ¡Dios mío, en España, en el país ya educado para instituciones libres! Con todo,
me acordé de aquel célebre epitafio y añadí, involuntariamente: Aquí el pensamiento reposa, en
su vida hizo otra cosa.
[…] La Bolsa. Aquí yace el crédito español. Semejante a las pirámides de Egipto, me
pregunté, ¡es posible que se haya erigido este edificio sólo para enterrar en él una cosa tan
pequeña! La Imprenta Nacional. Al revés que la Puerta del Sol, éste es el sepulcro de la verdad.
[…] Pero ya anochecía, y también era hora de retiro para mí. Tendí una última ojeada
sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido
prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se
removía como un moribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro; una
inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba. No había aquí yace todavía; el
escultor no quería mentir; pero los nombres del difunto saltaban a la vista ya distintamente
delineados.
¡Fuera, exclamé, la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces!
¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia! Todas estas palabras parecían
repetirme a un tiempo los últimos ecos del clamor general de las campanas del día de Difuntos
de 1836.
Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas.
Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón,
lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.
¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué
dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! ¡Aquí yace la esperanza!
¡Silencio, silencio!

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Don Juan Tenorio (1844)

Fragmento I
Contexto: El diálogo entre don Juan y doña Inés es una de las escenas más famosas del teatro
español. El protagonista ha apostado a su rival, don Luis Mejías, que conquistará en una sola
noche a dos mujeres: la futura esposa de Mejías y una novicia, doña Inés, antigua prometida de
don Juan. Éste acude al convento de Inés y, con la ayuda de su criada Brígida, la rapta y la lleva
a su hacienda. Allí despierta y cree que ha sido rescatada de un incendio por don Juan.

- DON JUAN: un fuego germinador


[…] Cálmate, pues, vida mía; no encendido todavía,
reposa aquí, y un momento ¿no es verdad, estrella mía,
olvida de tu convento que están respirando amor?
la triste cárcel sombría. Y esas dos líquidas perlas
¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, que se desprenden tranquilas
que en esta apartada orilla de tus radiantes pupilas
más pura la luna brilla convidándome a beberlas,
y se respira mejor? evaporarse a no verlas
Esta aura que vaga llena de sí mismas al calor,
de los sencillos olores y ese encendido color
de las campesinas flores que en tu semblante no había,
que brota esa orilla amena; ¿no es verdad, hermosa mía,
esa agua limpia y serena que están respirando amor?
que atraviesa sin temor ¡Oh! sí, bellísima Inés,
la barca del pescador espejo y luz de mis ojos;
que espera cantando el día, escucharme sin enojos
¿no es cierto, paloma mía, como lo haces, amor es;
que están respirando amor? mira aquí a tus plantas, pues,
Esa armonía que el viento todo el altivo rigor
recoge entre esos millares de este corazón traidor
de floridos olivares, que rendirse no creía,
que agita con manso aliento, adorando, vida mía,
ese dulcísimo acento la esclavitud de tu amor.
con que trina el ruiseñor
de sus copas morador - DOÑA INÉS:
llamando al cercano día, Callad, por Dios, ¡oh don Juan!,
¿no es verdad, gacela mía, que no podré resistir
que están respirando amor? mucho tiempo sin morir
Y estas palabras que están tan nunca sentido afán.
filtrando insensiblemente ¡Ah! Callad, por compasión,
tu corazón, ya pendiente que oyéndoos me parece
de los labios de don Juan, que mi cerebro enloquece
y cuyas ideas van y se arde mi corazón.
inflamando en su interior ¡Ah! Me habéis dado a beber
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un filtro infernal sin duda, - ESTATUA: Es el tuyo.
que a rendiros os ayuda
- DON JUAN: ¡Muerto soy!
la virtud de la mujer.
Tal vez poseéis, don Juan, - ESTATUA: El capitán te mató
un misterioso amuleto, a la puerta de tu casa.
que a vos me atrae en secreto - DON JUAN: Tarde la luz de la fe
como irresistible imán. penetra en mi corazón,
Tal vez Satán puso en vos pues crimen es mi razón
su vista fascinadora, a su luz tan solo ve.
su palabra seductora Los ve... y con horrible afán:
y el amor que negó a Dios. porque al ver su multitud
¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!, ve a Dios en la plenitud
sino caer en vuestros brazos, de su ira contra don Juan.
si el corazón en pedazos ¡Ah! Por doquiera que fui:
me vais robando de aquí? la razón atropellé,
No, don Juan; en poder mío la virtud escarnecí,
resistirte no está ya; a la justicia burlé
yo voy a ti, como va y emponzoñé cuanto vi.
sorbido al mar ese río. Yo a las cabañas bajé
Tu presencia me enajena, y a los palacios subí,
tus palabras me alucinan, y los claustros escalé;
y tus ojos me fascinan, y pues tal mi vida fue,
y tu aliento me envenena. no, no hay perdón para mí [...]
¡Don Juan! ¡Don Juan! Yo lo imploro
de tu hidalga compasión: (Se hinca de rodillas. Las sombras, esqueletos,
o arráncame el corazón, etc., van a abalanzarse sobre él, cuando se
o ámame, porque te adoro. abre la tumba de doña Inés y aparece ésta,
que toma la mano que don Juan tiende al
cielo).
Fragmento II
- DON JUAN: ¿Y aquel entierro que pasa?

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